Para reirse un ratito.. y sin comentarios de mi parte !
El cuento (el vodevil, le dice Ciro Gómez Leyva) no tuvo un final feliz, al menos para quienes desde las butacas mirábamos como meros espectadores el desarrollo de esa obra bufa que bien pudo llamarse Juanito en el país de las pesadillas.
Cuando más emocionados estábamos, en la creencia de que el héroe de la puesta en escena vencería a sus múltiples enemigos —encabezados por el macabro Dr. Pejenstein, la temible bruja Brugaldufa, el poderoso rey Marcelo y el malvado ogro Batresón—, lo que era una narración digna de Cachirulo se tornó en un melodrama ranchero de la Época de Oro del cine nacional, con sus dos horas de balazos (diría el gran Chava Flores) y sus obligadas canciones vernáculas, llenas de despecho, frustración y amargura.
Los mariachis callaron y vimos a Martí Batres reventarse, de puro gusto, una cumbia (buen bailarín el tipo, hasta eso); a Pablo Gómez (me entristeció verlo como parte de la comparsa) con uno más de sus discursos incendiarios y demodé; a la triunfante Clara Brugada, altiva y desafiante, con actitud de reina de la primavera o de sex symbol huehuenche, mientras gritaba a los cuatro vientos que gracias a ¿AML?,O (algún día les diré el significado de esas siglas tal como las acabo de escribir) y a la voluntad del pueblo (ajá), era a partir de ya la flor más bella de Iztapalapa, la reina de la democracia pejista y quien habrá de llevar a esa delegación defeña a la felicidad y a la riqueza, etcétera.
Entre tanto, en la Asamblea de representantes, Juanito hacía berrinche al protestar como delegado (para “pedir licencia” casi en seguida) y acusar de traición “al Pe-Erre…, er…, al Pe-Te” (vaya lapsus), al tiempo que arrojaba al piso una banda roja y la pisoteaba con furia. Triste final de cuento, triste conclusión para el héroe de esta historia cachirulesca e infrasurrealista.
No sé ustedes, pero la sensación que me queda es que, en esta ocasión, los que ganaron fueron los malos.
http://garciamichel.~~~~~~~~.com
hgarcia@milenio.com
El cuento (el vodevil, le dice Ciro Gómez Leyva) no tuvo un final feliz, al menos para quienes desde las butacas mirábamos como meros espectadores el desarrollo de esa obra bufa que bien pudo llamarse Juanito en el país de las pesadillas.
Cuando más emocionados estábamos, en la creencia de que el héroe de la puesta en escena vencería a sus múltiples enemigos —encabezados por el macabro Dr. Pejenstein, la temible bruja Brugaldufa, el poderoso rey Marcelo y el malvado ogro Batresón—, lo que era una narración digna de Cachirulo se tornó en un melodrama ranchero de la Época de Oro del cine nacional, con sus dos horas de balazos (diría el gran Chava Flores) y sus obligadas canciones vernáculas, llenas de despecho, frustración y amargura.
Los mariachis callaron y vimos a Martí Batres reventarse, de puro gusto, una cumbia (buen bailarín el tipo, hasta eso); a Pablo Gómez (me entristeció verlo como parte de la comparsa) con uno más de sus discursos incendiarios y demodé; a la triunfante Clara Brugada, altiva y desafiante, con actitud de reina de la primavera o de sex symbol huehuenche, mientras gritaba a los cuatro vientos que gracias a ¿AML?,O (algún día les diré el significado de esas siglas tal como las acabo de escribir) y a la voluntad del pueblo (ajá), era a partir de ya la flor más bella de Iztapalapa, la reina de la democracia pejista y quien habrá de llevar a esa delegación defeña a la felicidad y a la riqueza, etcétera.
Entre tanto, en la Asamblea de representantes, Juanito hacía berrinche al protestar como delegado (para “pedir licencia” casi en seguida) y acusar de traición “al Pe-Erre…, er…, al Pe-Te” (vaya lapsus), al tiempo que arrojaba al piso una banda roja y la pisoteaba con furia. Triste final de cuento, triste conclusión para el héroe de esta historia cachirulesca e infrasurrealista.
No sé ustedes, pero la sensación que me queda es que, en esta ocasión, los que ganaron fueron los malos.
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