¿Calderón contra los zombis?
Juan E. Pardinas
4 Oct. 09
"No hay límite al bien común que una persona pueda hacer, siempre y cuando no se preocupe por quién obtiene el crédito por el logro". Este proverbio, sin un autor definido, nos insinúa que la generosidad es la virtud fundamental de un tomador de decisiones. Un político obsesionado en tener el monopolio de los aplausos es en consecuencia un alpinista de cerros, un líder mediocre que se pone metas equivalentes a su propia estatura. Esta mezquindad ante los laureles ajenos es uno de los mayores obstáculos para alcanzar acuerdos políticos. El problema no es exclusivo de la democracia mexicana.
El debate que ocurre hoy en Washington sobre el futuro del sistema de salud norteamericano está marcado por la vileza y las miserias de la oposición republicana. En una de las economías más prósperas del planeta, uno de cada seis estadounidenses no tiene acceso a seguro médico. A pesar de esto, Estados Unidos es el país que más dinero gasta en su sistema de salud. Éstos son los números que pintan un cuadro resumido del problema. El presidente Barack Obama presentó un plan para crear una aseguradora de salud, financiada con dinero público, para fomentar la competencia y mejores precios entre las aseguradoras privadas. La ultraderecha gringa tachó a Obama y su plan de salud como "neocomunistas". El insulto ideológico al Presidente marcó el rumbo del debate. En el buscador de Google aparecen más de 22 millones de páginas de internet con las palabras "comunista" y "Obama". El debate adquirió una vileza kafkiana: ya pocos se acuerdan de los casi 50 millones de personas que no tienen recursos para cubrir los costos de un tratamiento médico. Hoy la pregunta central del debate es si Obama es marxista, leninista o maoísta. Ninguna democracia tiene el monopolio exclusivo de la sordidez.
Uno de los mayores problemas económicos de México es la ineficiencia y los costos irracionales de las empresas estatales de energía. La Comisión Federal de Electricidad funciona más o menos bien, Pemex tiene problemas serios, pero Luz y Fuerza del Centro (LyFC) se cuece en una olla aparte. Más que una empresa de energía, LyFC es una compañía dedicada a administrar el hoyo negro de un sistema de pensiones y un oneroso contrato colectivo de trabajo.
LyFC está en quiebra técnica. Esto quiere decir que el total de sus ingresos no es suficiente para cubrir sus deudas y otras obligaciones de pago. Es una empresa zombi, un muerto viviente que requiere recursos adicionales para existir. Estos fondos pueden venir de subsidios por la vía de impuestos o de tarifas que pagan los usuarios. El acuerdo político dicta que el zombi sobreviva por medio de transferencias del presupuesto público. Durante 2009, le inyectamos al zombi 33 mil millones de pesos. Esto equivale a 10 años del presupuesto en salud focalizado a la población más pobre, que recibe el programa Oportunidades. En México nos gastamos el dinero público en mantener vivas empresas en bancarrota.
Desde hace años ningún gobierno se ha atrevido a reconocer que en términos financieros, LyFC es un cadáver ambulante. Si Calderón decide agarrar por los cuernos al zombi, le ocurrirá algo similar que a Obama. No lo acusarán de "comunista", pero sí de "privatizador" y "neoliberal". Una empresa quebrada no es un tema de ideología, sino de aritmética simple. Declarar la quiebra de LyFC podría ser la decisión más complicada, pero la más trascendente del sexenio. Los adversarios de Calderón tendrían la alternativa de actuar con mezquindad o simplemente reconocer la urgencia de una medida urgente y complicada. Los trabajadores de LyFC no se quedarían con los brazos cruzados y las movilizaciones podrían durar muchos meses. Para salvar a México de la decadencia irremediable será necesario aceptar cierto grado de conflicto e inestabilidad política.
Juan E. Pardinas
4 Oct. 09
"No hay límite al bien común que una persona pueda hacer, siempre y cuando no se preocupe por quién obtiene el crédito por el logro". Este proverbio, sin un autor definido, nos insinúa que la generosidad es la virtud fundamental de un tomador de decisiones. Un político obsesionado en tener el monopolio de los aplausos es en consecuencia un alpinista de cerros, un líder mediocre que se pone metas equivalentes a su propia estatura. Esta mezquindad ante los laureles ajenos es uno de los mayores obstáculos para alcanzar acuerdos políticos. El problema no es exclusivo de la democracia mexicana.
El debate que ocurre hoy en Washington sobre el futuro del sistema de salud norteamericano está marcado por la vileza y las miserias de la oposición republicana. En una de las economías más prósperas del planeta, uno de cada seis estadounidenses no tiene acceso a seguro médico. A pesar de esto, Estados Unidos es el país que más dinero gasta en su sistema de salud. Éstos son los números que pintan un cuadro resumido del problema. El presidente Barack Obama presentó un plan para crear una aseguradora de salud, financiada con dinero público, para fomentar la competencia y mejores precios entre las aseguradoras privadas. La ultraderecha gringa tachó a Obama y su plan de salud como "neocomunistas". El insulto ideológico al Presidente marcó el rumbo del debate. En el buscador de Google aparecen más de 22 millones de páginas de internet con las palabras "comunista" y "Obama". El debate adquirió una vileza kafkiana: ya pocos se acuerdan de los casi 50 millones de personas que no tienen recursos para cubrir los costos de un tratamiento médico. Hoy la pregunta central del debate es si Obama es marxista, leninista o maoísta. Ninguna democracia tiene el monopolio exclusivo de la sordidez.
Uno de los mayores problemas económicos de México es la ineficiencia y los costos irracionales de las empresas estatales de energía. La Comisión Federal de Electricidad funciona más o menos bien, Pemex tiene problemas serios, pero Luz y Fuerza del Centro (LyFC) se cuece en una olla aparte. Más que una empresa de energía, LyFC es una compañía dedicada a administrar el hoyo negro de un sistema de pensiones y un oneroso contrato colectivo de trabajo.
LyFC está en quiebra técnica. Esto quiere decir que el total de sus ingresos no es suficiente para cubrir sus deudas y otras obligaciones de pago. Es una empresa zombi, un muerto viviente que requiere recursos adicionales para existir. Estos fondos pueden venir de subsidios por la vía de impuestos o de tarifas que pagan los usuarios. El acuerdo político dicta que el zombi sobreviva por medio de transferencias del presupuesto público. Durante 2009, le inyectamos al zombi 33 mil millones de pesos. Esto equivale a 10 años del presupuesto en salud focalizado a la población más pobre, que recibe el programa Oportunidades. En México nos gastamos el dinero público en mantener vivas empresas en bancarrota.
Desde hace años ningún gobierno se ha atrevido a reconocer que en términos financieros, LyFC es un cadáver ambulante. Si Calderón decide agarrar por los cuernos al zombi, le ocurrirá algo similar que a Obama. No lo acusarán de "comunista", pero sí de "privatizador" y "neoliberal". Una empresa quebrada no es un tema de ideología, sino de aritmética simple. Declarar la quiebra de LyFC podría ser la decisión más complicada, pero la más trascendente del sexenio. Los adversarios de Calderón tendrían la alternativa de actuar con mezquindad o simplemente reconocer la urgencia de una medida urgente y complicada. Los trabajadores de LyFC no se quedarían con los brazos cruzados y las movilizaciones podrían durar muchos meses. Para salvar a México de la decadencia irremediable será necesario aceptar cierto grado de conflicto e inestabilidad política.