La Revolución Armada Que Viene
por René Avilés Fabila
La culpa es mía, pero como me interesan los asuntos políticos de la ciudad donde nací, el DF, fui a un desayuno de perredistas. Para no dejarme hablar, uno de ellos, visiblemente más corrupto que los demás, lo cual es mucho decir, me preguntó cómo veía la situación del país. Era evidente la intención: hablar pestes del gobierno de Felipe Calderón. Dije la verdad: Muy mal. Y cuando trataba de argumentar, me soltó una retahíla de vaticinios: México está destinado a cada 100 años hacer una revolución armada. La que viene está próxima y es para eliminar a la derecha del poder. No olvides, René, tú que eres académico, hay más pobres que en la época de Porfirio Díaz, las condiciones de vida son de pobreza infinita, apenas tenemos para llevar lo indispensable a nuestras familias. Lo asombroso es que me invitaron a un restaurante de lujo, frente a la Alameda, cuando hasta hace poco los izquierdistas iban a fondas.
Cuando al fin pude hablar, luego de una hora de preparativos bélicos y citas de comunistas, pude interrogar: ¿Quién encabezará la revolución, Ebrard, el Peje, Fernández Noroña, Manuel Bartlett (recién incorporado a la insurrección que se avecina), Muñoz Ledo, Martín Esparza, René Bejarano, Alejandro Encinas, Hernández Juárez o todos ellos juntos? ¿Bajo qué programa haremos la insurrección, uno de inspiración socialista o será algo así como una revolución tersa y de claveles? ¿Quién proporcionará las armas, los narcotraficantes, los guerrilleros del EPR, los del EZLN o las comprará el PRD en Tepito?
Las condiciones están dadas, mi querido René, repuso uno de mis interlocutores. Falta hacer el programa, un proyecto para que las masas sigan a la izquierda, a nosotros. Carajo, pensé: Si ésta es la izquierda, estamos de plano jodidos. Sin embargo resistí para ver hasta dónde llegaba (no sé cómo decirle) la estupidez, la ignorancia o de plano la mala fe. El que llevaba la voz cantante habló y habló y, mientras tanto, opté por bajar la cortina y meditar en qué harían los perredistas luego de la revolución que acabaría para siempre con la derecha del PRI y del PAN. Convertir la Zona Rosa en la Venecia mexicana, poner más policías charros, hacer pistas de hielo por todas las ciudades, poner playas artificiales en los desiertos del norte y, si es posible, también en Veracruz y Acapulco. Hacer que la “magia navideña” (la frase es del PRD) se adueñe del Paseo de la Reforma: un tianguis de casi nueve kilómetros de largo, donde habrá comida y ropa barata para las familias de los neorrevolucionarios. Si ya Rosario Robles hizo la torta, el hot-dog y la rosca de reyes más grandes del mundo, ¿por qué no hacer un megatianguis? Mejor, uno en cada ciudad del país donde acampen las tropas perredistas.
A Lenin o al Che Guevara jamás se les hubiera ocurrido tal hazaña en beneficio de las masas obreras y campesinas: “La Magia de la Navidad” (si mal no recuerdo, un festejo cristiano) con nieve artificial, motocicletas adecuadas, rampas para esquiar, guerras de nieve para los niños que no vayan descalzos sino que lleven zapatos tenis Louis Vuitton, el árbol navideño más grande del mundo para superar lo antes hecho e ingresar en el Libro de Récords Guinness, instalar cabañas de tipo europeo o estadunidense. Una generosa idea que dejará a todos decididos a combatir para que en México se respeten los valores nacionales, la identidad propia y asumirnos, como el PRD quiere, casi gringos. Podremos patinar en hielo, comer tamales suecos, mole suizo y sentirnos como en los Alpes o de perdida como en Nueva York, cuando la gente va a patinar al Central Park y en la Plaza Rockefeller.
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