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El regaño dietético de la senadora

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    El regaño dietético de la senadora

    Por Carlos Monisivais

    ¿Qué mano fue? ¡A ver, enséñenmela!”.[7i] La antigua estrategia del golpe con intención didáctica revive en la voz de la senadora del PAN María Teresa Ortuño, que le contesta al director del Instituto Politécnico Nacional, Enrique Villa Rivera, representante de casi un centenar de instituciones tecnológicas en demanda de recursos para la educación superior. A Ortuño nadie la podrá acusar de condescendiente: “Es hora de que todos nos apretemos el cinturón y, por favor, no me vengan con esa demagogia de que nadie puede apretárselo, porque aunque la educación, el desarrollo social y la salud son temas prioritarios, perdónenme, donde quiera hay grasita y se puede cortar grasita sin llegar al músculo ni al hueso… no se vale echarle la pelota a Calderón…
    No, no, no. No me vengan a ¿cómo dice?: donde lloran ahí está el muerto. No, no; el dinero hace falta, pero no sirve de nada si no hay pasión, si no hay compromiso, si no hay decisión, si no hay vocación, si se pretende medrar y se busca que siempre se haga la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre” (11 de noviembre de 2009).

    El habla automática de la senadora (“Digo lo que se me ocurre y alguna vez diré lo que pienso”) se da a nombre de su partido y tan es así que en esa misma sesión el secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, la felicita: “Gente como Teresa Ortuño prestigia la política, le agradezco su inteligencia, entusiasmo y pasión”.

    El regaño tiene que ver con la antipatía profesada desde siempre por parte de la derecha a las universidades públicas, vigorizada desde el acomodo de Fox en Los Pinos (no acuso a Fox de anti-intelectual, él es más bien un espíritu libre de todo conocimiento). Pero la lucidez conceptual de Ortuño va más allá: habla como capataz de hacienda los días de raya o, si la comparación parece excesiva, se expresa como adiestradora de metáforas cazadas al vuelo. Es formidable su descripción del recorte presupuestal: [ i]“apretarse el cinturón/ donde quiera hay grasita/ se puede cortar la grasita sin llegar al músculo ni al hueso”. La metáfora, triste es decirlo, se estaciona de inmediato porque su elevación depende de lo que Ortuño no entrega: el significado de apretarse el cinturón, la localización de “la grasita”. ¿En dónde se encuentra lo prescindible? ¿En los salarios de los profesores, en las prerrogativas de los trabajadores, en el número elevado de estudiantes, en la investigación científica, en las tareas editoriales, en el equipo Pumas? ¿En la crítica, que es una de las razones de ser de la educación superior pública? No es por molestar pero nos gustaría que una dietista tan consumada pasase de la metáfora a la explicación rigurosa, lo que evitaría “la grasita” en sus declaraciones.

    Cambio de referencias sin cambiar de tema. Mayela Sánchez entrega datos del apretonazo del cinturón gubernamental: el gobierno federal gastó cinco mil 473 millones 476 mil 490 pesos en servicios de comunicación social y publicidad en 2008, lo que equivale a 1.4 veces el presupuesto que recibió la Universidad Autónoma Metropolitana el mismo año.El 52.3 por ciento de ese monto fue erogado por las secretarías de Turismo y de Hacienda y Crédito Público (SHCP). La Secretaría de Turismo, cuya próxima extinción fue planteada como parte del plan de ahorro del gobierno federal, gastó en publicidad mil 464 millones 248 mil 30 pesos, mientras que la entidad responsable de las finanzas públicas destinó a la promoción de sus programas mil 401 millones 302 mil 780 pesos. A lo investigado por Mayela Sánchez podrían agregarse muchos otros esfuerzos dietéticos. Carlos Fernández Vega informa de otra “reducción alimentaria” un tanto heterodoxa: en el tercer trimestre de 2009 (julio-septiembre, de acuerdo con el más reciente informe de la Secretaría de Hacienda), esos abnegados cuan eficientes funcionarios se comieron 56 mil 500 millones de pesos en prestaciones (sueldos y salarios aparte). Es decir, los burócratas de primer nivel se engulleron casi 628 millones de pesos cada 24 horas (en el citado periodo), o lo que es lo mismo, casi ocho veces más de lo que deberán pagar los mexicanos por el incremento fiscal (82 millones cotidianamente a lo largo de 2010).

    Un ejemplo insigne: los gastos en publicidad del presidente Calderón, convencido de que su vera efigie debe contemplarse el día entero en el territorio de uno de los gobiernos subalternos de la República: la televisión privada. Con el criterio de Ortuño se podría decir: hay que apretarle el cinturón a los spots del Ejecutivo, que, además de extraordinariamente reiterativos, deben, como todo (lo dijo [ß]Ortuño) “tener su grasita”.
    Por supuesto, las frases de la dietista del PAN [no se dirigen principalmente a promover la esbeltez de la educación superior sino a subrayar el desprecio de su partido, uno más, a la educación pública.
    ¿Cuál es “la grasita conceptual” que irrita a la derecha? Sin duda, la consistente en la crítica. El rector José Narro Robles se ha referido enfáticamente a la refundación de la República, y esto desafía a los que obsesivamente dicen vivir en [ i]el “mejor de los países posibles”.[/i] Calderón se echó a sí mismo la pelota (el método del símil ortuñano es contagioso) y declaró, con énfasis un tanto inconvincente, que habían terminado la crisis y la recesión y, no lo dijo pero sí que estaba implícito, que el empleo volvía a colmar las arcas vacías de las familias y el optimismo era un derecho concedido a los que apoyaban su política.

    A semejante hacedor de milagros, y a su grupo de discípulos que caminan sobre las aguas declarativas sin hundirse, le resultará por lo menos fastidioso la existencia de la educación superior pública que estimula la crítica, para ellos pura blasfemia, que confrontan las palabras gubernamentales con los hechos de la realidad. Inevitable recordar a Miguel de la Madrid, que se negó a aceptar la existencia de la sociedad civil porque ésta formaba parte del Estado, y por tanto no tenía porque actuar en labores de rescate y reorganización urbana. Y también el inefable Ernesto Zedillo fue drástico: no se puede hablar de la transición a la democracia porque ya vivimos en la democracia.
    No es juego de palabras meramente. El PAN, a través de la nutrióloga Ortuño, da a conocer su programa educativo: todo el dinero inimaginable para las fuerzas de seguridad, para los salarios aéreos de la burocracia, para enfatizar, a través de los ingresos, la división del país en mexicanos de primera y mexicanos de quinta, para la comunicación social (el hechizo del funcionario, seguro de que la promoción onerosa y carísima de los elogios a su persona desemboca en textos de sinceridad desenfrenada), para los proyectos electorales de cacería de votos (el programa Oportunidades es en el mejor de los casos, un placebo en el que sólo cree la Administración, si es que algo de lo asignado se salva de la merma de los repartidores).

    [ ]¿En qué le aflige al [/i]PAN la inversión en ciencia, desarrollo tecnológico y carreras universitarias en general? En la existencia de territorios del laicismo, en la enseñanza libre, en la idea de una sociedad enorme fuera de la sociedad en la que ellos están inscritos. No hablo todavía de lucha de clases, pero sí de zonas de pertenencia. La derecha, convencida de que su larga ausencia del poder directo se debió a las maniobras de los subversivos, se entrega al gran sueño de la exclusión.
    ]Nadie entrare a este lugar,
    / sin que afirme con la vida,
    / que la pobreza afligida
    / es un pecado mortal.



    [i]
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