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El martes, en Playa del Carmen, terminaba la comida de los jefes de Estado y gobierno de América Latina y el Caribe. Estaban en el café.
Había sido dramática por el testimonio del haitiano René Préval sobre el desastre que es su país, un gobierno que además de fallido no tiene un solo dólar en caja.
—Yo sé que los presidentes no lloran —dijo llorando—, pero cuando veo a mi país... —se interrumpió de nuevo ahogado en un sollozo.
Aquello sacudió a los presidentes que allí mismo realizaron un trabajo de análisis y decisiones para Haití. Pero ese espíritu de unidad solidaria en ese retiro, clave de la Cumbre, duró hasta que el presidente colombiano, Álvaro Uribe, tomó la palabra.
Y en medio de desconcierto creciente, denunció y reclamó violentamente a Hugo Chávez el bloqueo comercial en su frontera común, lo que éste rechazó.
Intervino, conciliador, el dominicano Leonel Fernández, quien les recordó que ése era un foro regional, no un espacio para ese reclamo bilateral, lo que aceptó Chávez, pero no Uribe, quien le gritó, interrumpiéndolo.
Chávez lo acusó de haber pagado a paramilitares para que lo mataran, lo que Uribe negó diciéndole que él patrocinaba a las FARC en su país, lo que aquél rechazó de nuevo.
Los gritos de los presidentes escapaban del salón, alertando a sus cuerpos de seguridad. Chávez hizo un movimiento como para irse de la reunión.
—¡Sea varón! —le gritó aún más fuerte Uribe—. Estos temas se discuten en estos foros. ¡Usted es valiente para hablar a distancia, pero es un cobarde para decirlas frente a frente!
—¡Vaya usted al carajo! —le reviró el venezolano.
El tono violento, a punto de los golpes entre ambos, llevó a Raúl Castro y a Felipe Calderón a intervenir para detener y conciliar.
Pero afuera del salón del retiro presidencial se daba otro enfrentamiento.
Los guardias militares de Chávez, alarmados por los gritos, trataron de ingresar al salón en apoyo de su jefe, lo que a su vez activó a los escoltas de Uribe. Unos y otros trataron de entrar, pero el personal del Estado Mayor Presidencial se los impidió.
—A esta reunión sólo entran los presidentes y nadie más —los atajó un oficial del EMP.
El momento se tensó más. Los militares mexicanos reforzaron su muro cuerpo a cuerpo y los contuvieron.
Eso era lo único que faltaba.
Y retrata cómo un encuentro violento de dos presidentes puede desencadenar un encuentro más violento de sus cuerpos armados o entre sus países.
A los presidentes les llevó toda la tarde apaciguarlos y convencerlos de la necesidad de una mediación de México, República Dominicana y Brasil para suavizar relación y conflictos, crisis bilateral que estuvo a punto de dinamitar el nacimiento del frente regional más amplio en la historia de nuestro hemisferio.
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