Disputas palaciegas
Estrictamente Personal
March 22, 2010
— 12:00 am
Al cabo de casi tres años y medio de guerra contra los cárteles del narcotráfico, el presidente Felipe Calderón enfrenta el más grave problema de su cruzada sin fin: la cohesión en el equipo presidencial. El método y la forma como se lleva a cabo se desgastó, así como la relación dentro del gabinete de seguridad. Las pugnas entre secretarios han aflorado, los recelos y los rencores se hacen cada vez más públicos. El resultado inevitable de estas divisiones palaciegas es la falta de consenso sobre lo que se está haciendo en la lucha contra las drogas y el rompimiento de la homogeneidad en un equipo que, de mantener esta tendencia, cada vez será más débil y vulnerable.
El conflicto más grave que se está viviendo dentro del gabinete de seguridad es entre los secretarios de la Defensa, general Guillermo Galván, y el de Marina, almirante Francisco Saynés. Aunque casi por definición la relación entre las dos dependencias es históricamente delicada, las diferencias se acentuaron por los intentos del general Galván de que la Marina dejara de tener vida propia y que, como sucede con la Fuerza Aérea, pasara a depender de la Secretaría de la Defensa. La respuesta llegó por la puerta menos inesperada.
Desde diciembre pasado, el presidente Felipe Calderón le encargó al almirante Saynés hacerse cargo de la operación contra el Cártel de los Hermanos Beltrán Leyva y de Los Zetas. Desde entonces, comandos de élite han estado a su caza y aniquilación. La operación en la que acabaron con Arturo Beltrán Leyva en diciembre pasado en Cuernavaca, el mayor golpe contra el narcotráfico que ha dado el gobierno de Calderón, fue visto con recelo tanto en la Defensa como en Seguridad Pública, que tuvieron un papel público secundario en la operación.
Los choques internos llegaron al extremo que fuentes militares dejaban entrever que Beltrán Leyva pactó su entrega, pero fue ejecutado, y que el comando de marinos que participó en la operación robó parte del dinero que tenía el capo al momento de morir. Una alta fuente de la PGR que conoce los expedientes, negó que tales afirmaciones se encontraran en las averiguaciones previas del caso, como insinuaron los militares. La Marina, por su parte, negó que los comandos estuvieran bajo sospecha o investigados por una corte militar. Al contrario, dijo un vocero, son muy reconocidos.
Pero si los brazos militares del presidente Felipe Calderón están peleando entre sí, en lo que están inopinadamente unidos es en la tensión permanente con el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, el arquitecto policial de la guerra contra las drogas. Los generales en la Secretaría de la Defensa no le tienen confianza –y viceversa, para ser justos-, en una animadversión que ha ido creciendo. García Luna ha hablado con el secretario de la Defensa, general Guillermo Galván, para resolver los malentendidos, pero de acuerdo con funcionarios que conocen los conflictos, ha sido inútil. En el caso de la Marina, sin que el ánimo llegue a ser tan negativo en su contra como lo es con los militares, la idea creciente que se tiene es que la estrategia de García Luna para combatir al narco llegó al punto del fracaso y no quiere admitirlo. (ya nos habíamos dado cuenta)
Esta visión no es única del sector militar en el gabinete de seguridad. También lo es dentro de la PGR, donde sin llegar a los niveles de enfrentamiento que se tuvieron durante el periodo del ex procurador Eduardo Medina Mora, altos funcionarios bajo la dirección del titular actual Arturo Chávez, cuestionan la estrategia seguida por el secretario porque no han visto que realmente se vaya ganando terreno al narcotráfico. El propio Chávez ha roto con la dinámica propagandística seguida por García Luna, y se ha negado a difundir en spots en radio y televisión cada acción, como sucede con Seguridad Pública Federal, que tiene una sobreexposición mediática. La misma línea de cautela mediática ha seguido el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, en cuya dependencia consideran que mantener el tema de la seguridad como el eje del actuar presidencial, fue un error.
Dentro de Gobernación se encuentra uno de los principales detractores públicos de García Luna, Jorge Tello Peón, quien fue su jefe cuando dirigió el Cisen, y que ahora es secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, un organismo que le quitó el Presidente para dárselo a Gómez Mont. Desde antes de que fuera nombrado al cargo, en su calidad de asesor presidencial, Tello Peón cuestionó la estrategia de García Luna, frente al propio secretario, durante un encuentro con diplomáticos a puertas cerradas el año pasado. Recientemente, escribió en el Atlas de Seguridad que el gobierno había perdido territorio ante los cárteles de la droga, que es una posición antagónica a la que defiende el secretario y sostiene Calderón.
Las luchas palaciegas son muy alarmantes no sólo porque muestran una falta de liderazgo claro y ausencia de una visión de conjunto. También contaminan la colaboración institucional en la guerra contra las drogas y tiene metido al gabinete en una dinámica de sospecha y desconfianza recíproca, lo que impide cohesión y espíritu de cuerpo. Los enemigos, que se supone están fuera, ahora están dentro del gabinete. Así no se pueden ganar batallas, menos aún guerras. Lo que se logra es un desgaste que acumula lastre, que a los únicos que termina beneficiando es a los cárteles de la droga, precisamente, los enemigos a vencer.
Estrictamente Personal
March 22, 2010
— 12:00 am
Al cabo de casi tres años y medio de guerra contra los cárteles del narcotráfico, el presidente Felipe Calderón enfrenta el más grave problema de su cruzada sin fin: la cohesión en el equipo presidencial. El método y la forma como se lleva a cabo se desgastó, así como la relación dentro del gabinete de seguridad. Las pugnas entre secretarios han aflorado, los recelos y los rencores se hacen cada vez más públicos. El resultado inevitable de estas divisiones palaciegas es la falta de consenso sobre lo que se está haciendo en la lucha contra las drogas y el rompimiento de la homogeneidad en un equipo que, de mantener esta tendencia, cada vez será más débil y vulnerable.
El conflicto más grave que se está viviendo dentro del gabinete de seguridad es entre los secretarios de la Defensa, general Guillermo Galván, y el de Marina, almirante Francisco Saynés. Aunque casi por definición la relación entre las dos dependencias es históricamente delicada, las diferencias se acentuaron por los intentos del general Galván de que la Marina dejara de tener vida propia y que, como sucede con la Fuerza Aérea, pasara a depender de la Secretaría de la Defensa. La respuesta llegó por la puerta menos inesperada.
Desde diciembre pasado, el presidente Felipe Calderón le encargó al almirante Saynés hacerse cargo de la operación contra el Cártel de los Hermanos Beltrán Leyva y de Los Zetas. Desde entonces, comandos de élite han estado a su caza y aniquilación. La operación en la que acabaron con Arturo Beltrán Leyva en diciembre pasado en Cuernavaca, el mayor golpe contra el narcotráfico que ha dado el gobierno de Calderón, fue visto con recelo tanto en la Defensa como en Seguridad Pública, que tuvieron un papel público secundario en la operación.
Los choques internos llegaron al extremo que fuentes militares dejaban entrever que Beltrán Leyva pactó su entrega, pero fue ejecutado, y que el comando de marinos que participó en la operación robó parte del dinero que tenía el capo al momento de morir. Una alta fuente de la PGR que conoce los expedientes, negó que tales afirmaciones se encontraran en las averiguaciones previas del caso, como insinuaron los militares. La Marina, por su parte, negó que los comandos estuvieran bajo sospecha o investigados por una corte militar. Al contrario, dijo un vocero, son muy reconocidos.
Pero si los brazos militares del presidente Felipe Calderón están peleando entre sí, en lo que están inopinadamente unidos es en la tensión permanente con el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, el arquitecto policial de la guerra contra las drogas. Los generales en la Secretaría de la Defensa no le tienen confianza –y viceversa, para ser justos-, en una animadversión que ha ido creciendo. García Luna ha hablado con el secretario de la Defensa, general Guillermo Galván, para resolver los malentendidos, pero de acuerdo con funcionarios que conocen los conflictos, ha sido inútil. En el caso de la Marina, sin que el ánimo llegue a ser tan negativo en su contra como lo es con los militares, la idea creciente que se tiene es que la estrategia de García Luna para combatir al narco llegó al punto del fracaso y no quiere admitirlo. (ya nos habíamos dado cuenta)
Esta visión no es única del sector militar en el gabinete de seguridad. También lo es dentro de la PGR, donde sin llegar a los niveles de enfrentamiento que se tuvieron durante el periodo del ex procurador Eduardo Medina Mora, altos funcionarios bajo la dirección del titular actual Arturo Chávez, cuestionan la estrategia seguida por el secretario porque no han visto que realmente se vaya ganando terreno al narcotráfico. El propio Chávez ha roto con la dinámica propagandística seguida por García Luna, y se ha negado a difundir en spots en radio y televisión cada acción, como sucede con Seguridad Pública Federal, que tiene una sobreexposición mediática. La misma línea de cautela mediática ha seguido el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, en cuya dependencia consideran que mantener el tema de la seguridad como el eje del actuar presidencial, fue un error.
Dentro de Gobernación se encuentra uno de los principales detractores públicos de García Luna, Jorge Tello Peón, quien fue su jefe cuando dirigió el Cisen, y que ahora es secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, un organismo que le quitó el Presidente para dárselo a Gómez Mont. Desde antes de que fuera nombrado al cargo, en su calidad de asesor presidencial, Tello Peón cuestionó la estrategia de García Luna, frente al propio secretario, durante un encuentro con diplomáticos a puertas cerradas el año pasado. Recientemente, escribió en el Atlas de Seguridad que el gobierno había perdido territorio ante los cárteles de la droga, que es una posición antagónica a la que defiende el secretario y sostiene Calderón.
Las luchas palaciegas son muy alarmantes no sólo porque muestran una falta de liderazgo claro y ausencia de una visión de conjunto. También contaminan la colaboración institucional en la guerra contra las drogas y tiene metido al gabinete en una dinámica de sospecha y desconfianza recíproca, lo que impide cohesión y espíritu de cuerpo. Los enemigos, que se supone están fuera, ahora están dentro del gabinete. Así no se pueden ganar batallas, menos aún guerras. Lo que se logra es un desgaste que acumula lastre, que a los únicos que termina beneficiando es a los cárteles de la droga, precisamente, los enemigos a vencer.