El enigma carioca
Por Juan Villoro
El presidente Felipe Calderón ha decidido contar cadáveres con criterio de mayorista. El 26 de marzo llamó a "poner en perspectiva las cosas" y comparó los 11.5 homicidios que México padece por cada 100 mil habitantes con los 39 de Colombia y los 22 de Brasil.
José Antonio Crespo y otros analistas han señalado con razón que el problema de la violencia no es de cantidad. Una sola decapitación lacera a una comunidad.
La idea de cotejar numéricamente atrocidades puede llevar a aberraciones como considerar que los 6 millones de víctimas del holocausto no son tan graves si se les compara con los 20 millones de soviéticos caídos en la Segunda Guerra Mundial.
[B]
La barbarie no es asunto de estadística. En plena Semana Santa vale la pena recordar que Cristo sólo murió una vez. Jacques Derrida afirmó algo esencial: cada muerte es el fin del mundo.
De 2000 a 2008, unos 17 mil mexicanos han sido abatidos en la lucha contra el crimen organizado. No es la única razón de la muerte. En El cártel de Sinaloa, Diego Enrique Osorno recuerda que en el mismo periodo 22 mil 581 mexicanos murieron a causa de tuberculosis. La desigualdad social es aún más perniciosa que la violencia. Se trata de problemas reales que debemos resolver. De nada sirve pensar que otros países pueden estar peor que nosotros.
Cuando un médico diagnostica un padecimiento no lo hace porque deteste al paciente sino en busca de una solución. Los malestares no desaparecen hablando bien de ellos.
El Presidente ha dicho en repetidas ocasiones que los brasileños tienen mejor imagen que nosotros porque no hablan mal de su país.
¿Son los cariocas ajenos a la crítica? La película Ciudad de Dios, ubicada en Río de Janeiro, es uno de los más dramáticos reflejos de la criminalidad contemporánea. Lo mismo puede decirse de las fotografías de Sebastiao Salgado y los cuentos de Rubem Fonseca.
El presidente Calderón parece pensar que hablar bien del país significa hablar bien de su gobierno, y viceversa. Se trata de dos cosas distintas: precisamente porque nos interesa México, deseamos mejores gobernantes.
El presidente Lula consiguió la sede del Mundial y las Olimpíadas. Al respecto dijo Calderón: "Brasil, teniendo el doble de asesinados (en indicadores) que México se lleva la Copa del Mundo a una ciudad (Río de Janeiro) que es una de las que mayores homicidios tienen por cada 100 mil en toda la región y en el mundo".
¿Hay alguien que crea que Brasil no merece el Mundial? El país del Maracaná no ha sido sede desde 1950, ha conquistado cinco títulos y ha participado en todos los cotejos. Un apodo basta para mostrar su mítica jerarquía: "Pelé". Y sin embargo, Calderón se queja de que el peligroso Brasil "se lleve" la Copa del Mundo como si un injusto azar lo favoreciera más que a nosotros.
Con tal de no reconocer que en su gestión ha habido fallas y que se debe modificar el rumbo, el Presidente repite la superficial falacia de que los brasileños son menos criticones que nosotros y por eso les va mejor.
Hace unos meses, el Ejecutivo envió una importante iniciativa al Congreso para la reforma del Estado. Las candidaturas ciudadanas y la reelección de representantes populares son tareas urgentes. Sin embargo, Calderón no ha respaldado con fuerza su propia propuesta porque teme perder arreglos en los comicios por venir. Su actitud electorera ha minado su loable iniciativa republicana.
El combate al SME, sindicato hostil al Presidente, no fue seguido por el combate a mafias sindicales como las del SNTE o Pemex. Los monopolios siguen gozando de privilegios. Ni siquiera compromisos de campaña menores, como suprimir el pago de la tenencia, han sido honrados.
Éstos son los débitos de la administración calderonista. Mientras no gobierne Brasil, debe concentrarse en los problemas que le fueron encomendados.
Los mexicanos que nos quedamos varados en Chile después del terremoto fuimos testigos de la solidaria respuesta del presidente Lula con sus paisanos. El aeropuerto civil había sufrido severos daños y el mandatario brasileño envió un avión a la base militar para repatriar de inmediato a su gente. El "enigma carioca" tiene que ver con este tipo de respuestas. La medida fue aplaudida no sólo por quienes fueron rescatados, sino por la comunidad internacional. Perú y Colombia hicieron lo mismo. Los mexicanos esperamos en vano una respuesta similar. ¿Qué hacíamos en Chile? Justamente contribuir a la "imagen de México", exponiendo los proyectos de nuestro país para los lectores del porvenir, muchos de ellos gestionados con éxito desde oficinas públicas como la SEP o el Fondo de Cultura Económica.
No es nada difícil hablar bien de México. Lo difícil es que el Presidente entienda que cuando se critica alguna decisión oficial no se critica a la nación que se mantiene, como quería López Velarde, "fiel a su espejo diario".
Comparar los muertos de otros lugares con los de México es innecesario. Lo que debe importarnos es que se trata de nuestros muertos.
En Viernes Santo conviene recordar el impacto de una sola víctima.
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Por Juan Villoro
El presidente Felipe Calderón ha decidido contar cadáveres con criterio de mayorista. El 26 de marzo llamó a "poner en perspectiva las cosas" y comparó los 11.5 homicidios que México padece por cada 100 mil habitantes con los 39 de Colombia y los 22 de Brasil.
José Antonio Crespo y otros analistas han señalado con razón que el problema de la violencia no es de cantidad. Una sola decapitación lacera a una comunidad.
La idea de cotejar numéricamente atrocidades puede llevar a aberraciones como considerar que los 6 millones de víctimas del holocausto no son tan graves si se les compara con los 20 millones de soviéticos caídos en la Segunda Guerra Mundial.
[B]
La barbarie no es asunto de estadística. En plena Semana Santa vale la pena recordar que Cristo sólo murió una vez. Jacques Derrida afirmó algo esencial: cada muerte es el fin del mundo.
De 2000 a 2008, unos 17 mil mexicanos han sido abatidos en la lucha contra el crimen organizado. No es la única razón de la muerte. En El cártel de Sinaloa, Diego Enrique Osorno recuerda que en el mismo periodo 22 mil 581 mexicanos murieron a causa de tuberculosis. La desigualdad social es aún más perniciosa que la violencia. Se trata de problemas reales que debemos resolver. De nada sirve pensar que otros países pueden estar peor que nosotros.
Cuando un médico diagnostica un padecimiento no lo hace porque deteste al paciente sino en busca de una solución. Los malestares no desaparecen hablando bien de ellos.
El Presidente ha dicho en repetidas ocasiones que los brasileños tienen mejor imagen que nosotros porque no hablan mal de su país.
¿Son los cariocas ajenos a la crítica? La película Ciudad de Dios, ubicada en Río de Janeiro, es uno de los más dramáticos reflejos de la criminalidad contemporánea. Lo mismo puede decirse de las fotografías de Sebastiao Salgado y los cuentos de Rubem Fonseca.
El presidente Calderón parece pensar que hablar bien del país significa hablar bien de su gobierno, y viceversa. Se trata de dos cosas distintas: precisamente porque nos interesa México, deseamos mejores gobernantes.
El presidente Lula consiguió la sede del Mundial y las Olimpíadas. Al respecto dijo Calderón: "Brasil, teniendo el doble de asesinados (en indicadores) que México se lleva la Copa del Mundo a una ciudad (Río de Janeiro) que es una de las que mayores homicidios tienen por cada 100 mil en toda la región y en el mundo".
¿Hay alguien que crea que Brasil no merece el Mundial? El país del Maracaná no ha sido sede desde 1950, ha conquistado cinco títulos y ha participado en todos los cotejos. Un apodo basta para mostrar su mítica jerarquía: "Pelé". Y sin embargo, Calderón se queja de que el peligroso Brasil "se lleve" la Copa del Mundo como si un injusto azar lo favoreciera más que a nosotros.
Con tal de no reconocer que en su gestión ha habido fallas y que se debe modificar el rumbo, el Presidente repite la superficial falacia de que los brasileños son menos criticones que nosotros y por eso les va mejor.
Hace unos meses, el Ejecutivo envió una importante iniciativa al Congreso para la reforma del Estado. Las candidaturas ciudadanas y la reelección de representantes populares son tareas urgentes. Sin embargo, Calderón no ha respaldado con fuerza su propia propuesta porque teme perder arreglos en los comicios por venir. Su actitud electorera ha minado su loable iniciativa republicana.
El combate al SME, sindicato hostil al Presidente, no fue seguido por el combate a mafias sindicales como las del SNTE o Pemex. Los monopolios siguen gozando de privilegios. Ni siquiera compromisos de campaña menores, como suprimir el pago de la tenencia, han sido honrados.
Éstos son los débitos de la administración calderonista. Mientras no gobierne Brasil, debe concentrarse en los problemas que le fueron encomendados.
Los mexicanos que nos quedamos varados en Chile después del terremoto fuimos testigos de la solidaria respuesta del presidente Lula con sus paisanos. El aeropuerto civil había sufrido severos daños y el mandatario brasileño envió un avión a la base militar para repatriar de inmediato a su gente. El "enigma carioca" tiene que ver con este tipo de respuestas. La medida fue aplaudida no sólo por quienes fueron rescatados, sino por la comunidad internacional. Perú y Colombia hicieron lo mismo. Los mexicanos esperamos en vano una respuesta similar. ¿Qué hacíamos en Chile? Justamente contribuir a la "imagen de México", exponiendo los proyectos de nuestro país para los lectores del porvenir, muchos de ellos gestionados con éxito desde oficinas públicas como la SEP o el Fondo de Cultura Económica.
No es nada difícil hablar bien de México. Lo difícil es que el Presidente entienda que cuando se critica alguna decisión oficial no se critica a la nación que se mantiene, como quería López Velarde, "fiel a su espejo diario".
Comparar los muertos de otros lugares con los de México es innecesario. Lo que debe importarnos es que se trata de nuestros muertos.
En Viernes Santo conviene recordar el impacto de una sola víctima.
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