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Como de costumbre, el Presidente no estaba en México cuando asesinaron a un conocido cantante. Es un hecho habitual porque su presencia aumenta las carcajadas del público, no porque murió un hombre más -ya no sabemos cuántos miles deben añadir a esa campaña que emprendió con su Presidencia, ni cuántos van por viaje. Somos un país desconcertado y amargado. No vale la pena insistir sobre el tema.
Suponemos que el día 4 de julio al PAN lo van a borrar, merecidamente, como a todos los partidos que han llegado al poder con sus métodos y sus merecimientos. Que el PRI ha mantenido intacta su permanencia en el poder político es un hecho incontrovertible, a lo que debe añadirse la desilusión de sus más fervientes seguidores. El primero en beberse el cáliz hasta las heces ha sido el Presidente: nadie ha tenido la experiencia más amarga y, cosa curiosa, más esperada. Desde el primer día vio venir no sólo su soledad, sino que todos le dieron la espalda, y merecidamente. De sus empresas, no hubo una que no fracasara. Para comprobarlo basta ver la danza de sus ministros, donde los fundamentales (Hacienda, Gobernación, Pemex, Agricultura) salieron despachados unos tras otros, como no se hubiera despachado a una sirvienta doméstica, lo mismo se puede decir de quienes han colaborado con él en Los Pinos. Nada ha funcionado: la prensa extranjera ha recordado con frecuencia cómo su Presidencia no ha sido plenamente aceptada, cosa que en México no ocurría desde hacía un siglo.
No nos privamos de un escándalo o de una vergüenza. Sabemos arreglar todo, incluso cuando los funcionarios de Los Pinos son detenidos por la policía sudafricana en condiciones deplorables. El hermano del secretario de Gobernación tenía un palco en Johannesburgo para ver el partido de la selección mexicana vs. la selección de Argentina. No tiene nada de particular, excepto su presencia un día de trabajo -es un decir- en un palco que -no se puede probar- se pagó con los pesos del sufrido pueblo mexicano. Su hermano, el señor secretario de Gobernación, unos días antes se había permitido soltar unas observaciones indebidas sobre los ombudsman nacionales. Un día después fue asesinado el candidato del PRI a la gubernatura de Tamaulipas. Se perdió en todos los frentes: si bien perder un partido de futbol no tiene maldita la importancia, sí la tiene la muerte, el asesinato de un candidato o gobernador: el gabinete en pleno se puso una corbata negra para mostrar su pesar. Al parecer el Presidente llamó al entrenador por teléfono antes de que empezara el encuentro. Éste se perdió, con un gol tramposo, que un árbitro medio tonto dio por bueno. Incidente diplomático con extensión popular. La prensa tuvo una actitud discreta.
Podríamos añadir páginas enteras de torpeza de quien teóricamente nos gobierna, como el viaje del señor Calderón a la Unión Sudafricana al inaugurarse el campeonato mientras el ex senador Diego Fernández gozaba de la hospitalidad de sus captores o era asesinado un muchacho en la frontera por andar tirando piedras a los agentes norteamericanos o el Presidente hubiera debido ir al Canadá, a ilustrar al G-20 sobre cómo se debe tratar a los bancos, esas instituciones piadosas. Como siempre, lo importante no es para este público municipal y espeso, que no sirve más que para exigir su unidad cuando han muerto 40 niños por inadvertencia de las autoridades.
No hay una salida honrosa, somos un país que se paraliza cuando hay un campeonato de futbol, como si en ellos nos fuera el honor: nunca hemos llegado a no se sabe qué vuelta, si debemos ganar tres partidos seguidos o cuatro: cualquier simpleza. Nunca hemos visto en el mundo a ningún Presidente poniéndose la camiseta de su selección y retratándose con el equipo. Bastante ridículo ha hecho el señor Sarkozy convocando al señor Henry al Palacio del Eliseo para que le explique por qué el equipo nacional no calificó. Si todavía quedan franceses con la cabeza sobre los hombros, se deben haber puesto verdes de indignación al ver que un señor de ese deporte fuera tratado como un ministro. Lo que fue un deporte de caballeros es hoy, con raras excepciones, una actividad de hombres poco educados que se compran, eso sí, a precios inauditos, como las vacas premiadas en cualquier exposición ganadera.
Como todo hombre indispensable para su país, el señor Calderón pidió, o le ofrecieron, reforzar su seguridad después del asesinato del candidato del PRI en Tamaulipas. Polanco parecía una ciudad tomada por el Ejército, un soldado cada 10 metros y camiones blindados, con ametralladoras, en las esquinas. No hubo un narco que se asomara, el resto de los ciudadanos, de Los Pinos al lugar donde se tenía que reunir con banqueros y otra gente de mal vivir, debían protegerse por su cuenta. Seguramente les pidió unidad a los banqueros. Unidad con aquellos a los que esquilman.
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