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Hace 200 años . . . . .

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  • Re: Hace 200 años . . . . .

    Colocado López Rayón en Tlalpujahua, a donde lo hemos visto dirgirse a mediados de 1812, después de la separación de los miembros que formaban la Junta Suprema, escogió para fortificarse el cerro del Gallo, situado a media legua de aquella población por el lado poniente. Apoyado eficazmente en esta tarea por su hermano don Ramón, quien pudo establecer en el mismo sitio una mestranza y fabricar armas, superando para ello enormes dificultades. Para montar sus cañones inventó una cureña especial que permitía a sus artilleros el manejo y servicio de varias piezas a la vez, y en la fabricación de fusiles hubo de aplicar toda su actividad a fin de obtener el hierro y los útiles precisos, logrando a fuerza de perseverancia e ingenio construirlos muy semejantes a los quitados a las últimas tropas venidas de España y que se llamaban Fusiles de la Torre de Londres. Ignacio López Rayón, rodeado de sus hermanos Ramón, Francisco, Rafael y José María, desplegaba indómita energía, y si no siempre coronó la victoria sus patrióticos esfuerzos, si le aseguraron títulos legítimos al respecto de la posteridad.

    Después de fortificar convenientemente el cerro del Gallo, y cerca de Aculco el de Nadó, que se tenía por inexpugnable, dispuso López Rayón dirigirse a Huichapam donde seguían imperando los Villagrán, poco inclinados a obedecer las órdenes que se les daban desde Tlalpujahua, y cuyos hechos de armas eran mas perjudiciales y desastrosos para los propietarios y habitantes pacíficos de la comarca que para las tropas realistas. Recibiéronle, sin embargo, con todos los honores debidos al Jefe de Gobierno, y llenos de entusiasmo celebraron el segundo aniversario del 16 de setiembre con la pompa que permitían las circunstancias de la guerra.

    Don Ramón López Rayón, entretanto, llevaba a cabo una atrevida correría por el rumbo de Jerécuaro, logrando aprehender al comandante realista don José Mariano Ferrer, hermano del abogado del mismo apellido que murió fusilado un año antes en México, por haber tomado parte en una conspiración contra el virey Venegas. Este jefe, lejos de amortiguarse su decisión por la causa realista con el suplicio de su hermano, parecía que un verdadero furor le exitaba a derramar la sangre de los Independientes, pues durante los tres meses que ejerció el mando en Jerécuaro y sus inmediaciones, envió al patíbulo a ciento treinta prisioneros que les había tomado en varios encuentros. Atacado el 2 de setiembre en el Salitre fue derrotado y hecho prisionero; su vencedor, don Ramón López Rayón, marchó en seguida contra Jerécuaro, que tomó ese mismo dia tras un combate porfiado y sangriento; Ferrer, en unión de siete prisioneros, fue fusilado dos días después.

    Otros jefes Independientes que obedecían las órdenes inmediatas del general don Ignacio López Rayón, alcanzaban también señaladas ventajas en varios puntos de la ancha intendencia de México:

    -Don Benedicto López, que había sido ascendido a marisal de campo, desalojó a los realistas de Telosto y Malacatepec, y poco después rechazaba en las inmediaciones de Zitácuaro una gruesa sección de tropas españolas que dejó en el campo considerable número de muertos y heridos.

    -El comandante Saucedo atacó un convoy que marchaba en dirección a Guadalajara, logrando apoderarse de parte importante del cargamento, y dando muerte a cientotreinta hombres de la brigada que lo custodiaba.

    -Bravamente asaltaron la hacienda de San Martín, cercana a Tejupilco, los capitanes Ursúa y Escalante, y aunque causaron grandes pérdidas a los realistas que la defendían, se vieron obligados a retirarse a la aproximación de un considerable refuerzo que salió de aquel pueblo a toda prisa en auxilio de los sitiados.

    Al mismo tiempo que se esgrimían con furia las armas en la zona que acabamos de citar, se esforzaba López Rayón en dar alguna organización al gobierno. Formada la Junta primitivamente de tres miembros, Rayón, Liceaga y Verduzco, pronto las brillantes victorias de Morelos obligaron a aquellos a nombrarle cuarto vocal de la Junta Suprema. Morelos promovió con empeño el aumento de miembros del gobierno, y recomendó con insistencia que fuesen cinco individuos los que dirigiesen la administración pública con ejercicio del mando supremo. A pesar de sus frecuentes exitativas, nunca llegó a realizarse el nombramiento del quinto vocal. Firme Morelos en su propósito de hacer a un lado el nombre de Fernando VII, invocado hasta entonces por la Junta, insistía en ello desde Tehuacán, y al recomendar al presidente de la Junta el nombramiento del quinto vocal, terminaba diciendo:

    “ . . . Este es mi dictamen, salvo mejor opinión, y que se le quite la máscara a la Independencia, porque ya todos saben la suerte de nuestro Fernando VII.”

    También por ese tiempo enviaba López Rayón al ilustre Morelos un proyecto de Constitución del que apenas podemos formarnos idea por las respuestas que este último dio:

    “Exemo. Sr.- Hasta ahora no había recibido los Elementos constitucionales: los he visto y con poca diferencia son los mismos que conferenciamos con el Sr. Hidalgo.

    En mi anterior de 3 del corriente digo a V. E. sobre el quinto individuo de nuestra Junta Suprema: que sea ameritado; del Centro del Reyno, y de los que están en las capitales especialmente los medios neutrales. Que se dedique solo a la administración de Justicia, porque nos quita el tiempo en lo de la guerra los muchos ocursos que acarrea el desorden, y la mutación de un gobierno los que dan mas guerra que el enemigo, el que siempre nos halla descuidados, y envueltos en papeles de procesos, representaciones, etc. . . . Yo podré proponer la terna en todo el mes que entra, si por allá no hubiere sujeto como V. E. me dice.

    En cuanto al punto 5º. de nuestra Constitución por lo respectivo a la sobernía del Sr. D. Fernando 7º. como es tan pública y notoria la suerte que le ha cabido a este grandísimo hombre, es necesario excluirlo para dar al público la Constitución.

    En cuanto al punto 14 es peciso señirse a cierto número de oficiales, especialmente brigadieres, que estando repartidos largas distancias no podrá verificarse con la prontitud exigente el Consejo de Estado para los casos de paz y de guerra, y parece que bastará el número de uno o dos capitanes generales, dos tenientes generales, tres mariscales y tres brigadieres, y cuando mas un cuartel maestre general y un intendente general del ejército.

    En cuanto al 17 parece que debe haber un protector nacional en cada Obispado, para que esté la administración de justicia plenamente asistida.
    En cuanto al 19 y 20 por la admisión de extranjeros, aunque sin gobierno, parece que por lo menos en la práctica debemos admitir muy pocos, o ningunos, si no es en la comunicación, y comercio de puertos, pues de este modo estaremos libres de una íntegra seducción o adulterio de nuestra santa religión.

    Al 37 parece debe añadírsele o reformársele que tomadas tres provincias episcopales, o solo la de México, se elija al generalísimo: y como las armas deben de permanecer casi siempre en el reino, deberá continuarse sin mas alternativa que la que pida su ineptitud por impericia, enfermedad o edad de sesenta años.

    Por último, al 38 deberá tener la misma edición que la anterior del generalísimo en cuanto a la duración de su empleo, pues aunque deje de ser vocal, no dejará de ser capitán general sino por ineptitud.

    Esto es lo que han advertido mis cortas luces que juntas a la poca meditación que el tiempo no me permite, no quedo satisfecho de haberlo dicho, ni menos tendré el atrevimiento de decir que he reformado, y solo podré asegurar a mi conciencia que hice lo que pude, aunque no sea lo que debía en cumplimiento de mis deberes.

    Dios guarde a V. E. muchos años. Cuartel General de Tehuacán, Noviembre 7 de 812.- José María Morelos.- Exmo. Sr. Presidente de la S.J.N.G.L. Don Ignacio Rayón.”


    Pero sin detenernos en mayores consideraciones respecto de un proyecto de Constitución que no llegó a publicarse y que se perdió como otros tantos documentos de la época, si es digno de fijar la atención lo que dice Morelos al principio de la respuesta que acabamos de citar: “Hasta ahora, no había recibido los elementos constitucionales: los he visto, y con poca diferencia son los mismos que conferenciamos con el señor Hidalgo.” Esta afirmación del renombrado Caudillo del Sur demuestra que el Padre de la Independencia, antes de empuñar la espada contra los dominadores o inmediatamente después de su levantamiento, concibió un plan de organización política que reemplazase al orden de cosas cuyo aniquilamiento proclamaba.
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    • Re: Hace 200 años . . . . .

      Volviendo a las operaciones militares de López Rayón debemos referir su expedición a Ixmiquilpan, después de haber permanecido en Huichapam hasta el 15 de octubre de 1812. Tres días mas tarde presentábase al frente de Ixmiquilpan e intimaba rendición al jefe realista que la defendia, y que era el infame Casasola, a quien hemos visto ordenar el degüello de los infelices y desarmados habitantes de Alfajayucan. Obedecían a este hombre algunos centenares de soldados de línea y seguía a Rayón un cuerpo de infantería al mando del coronel Lobato, un trozo de caballería encabezada por don Epitacio Sánchez, una escolta de gente escogida y la guerrilla del cura don José Manuel Correa. La intimación del jefe Independiente fue contestada con altanería, y no tardó en comenzar el combate, habiéndose situado la mejor tropa de Rayón en el cerro dominante de la Media Luna.

      Casasola hizo una salida contra esta posición en la tarde del dia 18, pero fue rechazado con muchas pérdidas, contándose entre sus muertos el capitán realista don Mariano Negrete y el alférez de fragata don Ignacio María de Alva, hijo del valiente marino de ese nombre que combatió con tanto honor en la batalla naval de Trafalgar. Después de ese descalabro el infame Casasola se encerró en la iglesia del pueblo con los soldados que le quedaron, resuelto a defenderse hasta el último extremo, pues no era para el dudosa la suerte que le esperaba si cayera en manos de los asaltantes. Al dia siguiente, 19 de octubre de 1812, las fuerzas sitiadoras, aumentadas con las que envió Villagrán desde Huichapam, renovaron el ataque; el cura don José Manuel Correa, que era hombre de impávido valor, cargó con furia al frente de lo mas escogido de la división Independiente, y se hizo dueño de dos parapetos avanzados; eran ya las seis de la tarde, y el asalto a la iglesia, último refugio de Casasola, hubiera completado la victoria de Rayón, cuando este jefe ordenó súbitamente la retirada, cuya orden obedecieron de mala gana sus oficiales, pues contaban con un triunfo casi seguro.

      Apenas levantado el asedio de Ixmiquilpan, acudieron a reforzar la guarnición numerosas tropas de realistas que hubieran puesto en grande aprieto a las tropas de Rayón. Este, al frente de su escolta, entró en Huichapam con el propósito de castigar a los Villagrán, tanto por las demandas de que eran justamente acusados, como por no haber cumplido la orden que les envió para que incorporados a su división concurriesen al ataque de Ixmiquilpan. Pero apenas hubo entrado en el pueblo, los que obedecían a Villagrán, al toque de generala, corrieron a las armas y levantaron los puentes levadizos que daban paso sobre las cortaduras. Rayón comprendió desde luego que se trataba de aprenderle o de matarle, y pudo contener a los soldados, reprendiéndoles su bajeza y recordándoles los excesos de los Villagrán que, mirando frustrado su plan, se habían puesto en salvo. Tornó López Rayón, después de esta esteril correría, a sus posiciones de Tlalpujahua; el cura Correa fue ascendido a mariscal de campo, y los Villagrán volvieron a dominar en toda la zona que se extiende desde San Juan del Rio hasta las serranías de Zimapan y de Xichú.

      Con mas fortuna que su hermano, don Ramón López Rayón atacó un convoy de dinero y efectos que conducía de Querétaro a Valladolid el comandante español Quevedo, logrando derrotarlo en el punto llamado El Zapote. Muerto el jefe realista, sus soldados, en número de doscientos, se rindieron a discreción, entregando sus armas y el valioso cargamento que custodiaban. Igual suerte tocó a otro convoy de veinte mil carneros conducido por el realista Torres del Campo, y que sorpendió el mismo López Rayón en las inmediaciones de San Juan del Rio, matando a la mayor parte de los soldados que lo escoltaban.

      Mientras que el presidente de la Junta Suprema combatía con suerte varia en la provincia de México, sus colegas Berdusco y Liceaga desplegaban por su parte grande actividad en las zonas que respectivamente eligieron para dirigir en ellas la campaña, al separarse en Sultepec. Berdusco se encaminó a Uruapám, en la provincia de Valladolid, siguiéndole el canónigo don Francisco Antonio de Velasco en calidad de secretario, y ambos se dedicaron, con infatigable actividad, a la organización de batallones y escuadrones y a fundir piezas de artillería. En poco tiempo pusieron en pie de guerra un millar de soldados, y el secretario Velasco, deseando distinguirse con alguna acción de mérito, marchó al frente de una corta brigada hasta las goteras de Pátzcuaro, pero fue batido en la loma del Calvario por el teniente coronel realista don Antonio Linares, y se vió obligado a regresar a Uruapám, y desconfiando de poder defenderse en este punto, lo abandonó en los primeros días de setiembre, pasando a establecerse en Tancítaro, de cuyo punto se separó también para situarse en las barrancas de Araparícuaro.

      No tardó en presentarse a su frente el jefe realista don Pedro Celestino Negrete con ochocientos soldados, llevando como segundo al distinguido oficial de caballería don Luis Quintanar, que luego habría de figurar con brillo en las filas del ejército Mexicano. Poco duró el combate, pues a los primeros tiros de cañón se desbandó la bisoña tropa de Berdusco dejando en poder de sus contrarios toda su artillería y considerable número de prisioneros que hizo en la persecución la caballería de Quintanar. Volvió el jefe Independiente a su cuartel general de Uruapám donde logró reunir hasta mil hombres con siete cañones, pero fue sorprendido por el activo Negrete el 26 de octubre: apenas tuvo tiempo de intentar alguna resistencia situando dos piezas en los puntos de mayor peligro; pero flanqueado por los realistas emprendió la fuga perdiendo toda su artillería y muchos de sus soldados, de los que algunos murieron en el asalto, y los demás fueron fusilados al dia siguiente por los vencedores. Negrete quemó dos casas en Uruapám. Berdusco tuvo oportuno aviso de la aproximación del enemigo, pero su carácter duro e inexorable no permitia que se le hablase de peligro, calificaba el aviso de cobardía, y así es que ignoraba los peligros que le rodeaban hasta que se veía envuelto en ellos. El Vocal de la Junta Suprema, que era a la vez capitán general en el ejército de la revolución, se situó en Ario, después de su descalabro en Uruapám, y en seguida se estableció en Pátzcuaro donde permaneció hasta principios de 1813.

      Mientras tanto, perseguido Liceaga por el teniente coronel realista don Agustín de Iturbide, se retiró a la laguna de Yuririapúndaro después de permanecer algún tiempo en la sierra de Dolores, fortificándose a toda prisa en los dos islotes que en aquella se hallan, y dando su nombre al de mayor extensión. Liceaga los unió con una calzada de tres varas de ancho, y en esta y los islotes mandó abrir fosos y levantar parapetos y estacadas. El mando de esta fortificación quedó confiado al presbítero don José María Ramirez, mientras el tercer Vocal de la Junta Suprema se dirigía otra vez al Valle de Santiago para reclutar gente y atacar los convoyes que transitaban con frecuencia por el camino principal del interior a la capital.

      El brigadier García Conde, que fiaba ciégamente en Iturbide desde las hábiles marchas de este jefe en persecución de Albino García, le dio el mando de una división y el encargo de reducir a los Independientes de la isla “Liceaga”. Iturbide empezó por batir, una tras otra, a las numerosas partidas que diseminadas a orillas de la laguna, tenían la misión de apoyar a los defensores de los islotes; destruyólas en diez y nueve acciones de guerra consecutivas; fusiló sin piedad a cuantos prisioneros cayeron en su poder, y pudo situar su campamento a tiro de cañón del islote mayor. Tomadas todas las disposiciones, asaltó la fortificación de los Independientes en la noche del 31 de octubre de 1812. Debil fue la resistencia que estos opusieron, y en pocos momentos se vieron desarmados y vencidos. Quedaron prisioneros el padre Ramirez, comandante de la isla; José María Santa Cruz, mayor de plaza; Tomás Moreno, comandante de artillería; el ingeniero inglés Nelson, director de las fortificaciones; y Felipe Amador, que conducidos a Irapuato fueron pasados por las armas.

      La misma suerte sufrieron los demás de menor importancia que cayeron en poder de los realistas, quedando encargado de su ejecución y de allanar las fortificaciones el teniente coronel don José María Monter, a cuyo cargo estuvo fusilar en Granaditas, de Guanajuato, a todos los que fueron condenados por la última pena de Flon. La pérdida de los realista fue corta; de los defensores de la isla no se escapó ni uno solo, pues los que no cayeron en manos de Iturbide o de la caballería destacada en las riberas de la laguna, precieron en el agua, a la que se arrojaron, con cuyo motivo el jefe realista decía en su parte:

      “. . . . que estos miserables habrían conocido su error en aquel lugar terrible (el infierno) en que no podrían remediarlo, y que su catástrofe quizás serviría de escarmiento a los que estaban aun en disposición de salvarse.”
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      • Re: Hace 200 años . . . . .

        Entre tanto, el doctor Cos, en su carácter de segundo de don José María Liceaga, se ocupaba por el rumbo de Dolores en levantar y organizar gente. Acompañábanle el brigadier don Rafael López Rayón y don Fernando Rosas. Pudo Cos a fines de noviembre de 1812 mover sus bisoños soldados y amagar a Guanajuato llegando hasta la mina de Mellado, viéndose obligado el brigadier García Conde a enviar violentamente a los jefes Castro e Iturbide, siguiéndoles a poco el mismo, para libertar a Guanajuato de un atrevido golpe de mano.

        Castro se comprometió imprudentemente en una profunda cañada contra toda la división Independiente, y estaba a punto de ser completamente destrozado cuando vinieron a salvarlo considerables refuerzos, y Cos, a su vez, se vió forzado a replegarse hasta Dolores. Pero si la fortuna no fue entonces propicia a este ilustre patriota que acababa de trocar la pluma por la espada en defensa de la libertad Mexicana, otros jefes Independientes que obedecían también a Liceaga, entre ellos don Ignacio Franco, don José Laureano Terán, don José Gonzalez Hermosillo y don Juan José Vargas, derrotaban en aquellos días a los realistas, causándoles considerables pérdidas, en los Jaramillos, Santiago, San Miguelito y los Morales, puntos todos comprendidos en la intendencia de Guanajuato.

        Despues de haber referido los principales hechos de armas que se sucedieron en el año de 1812, tócanos decir ahora cual había sido la marcha administrativa del gobierno virreinal, hondamente perturbada por la guerra incesante y encarnizada que sostenía en la mayor parte de la Colonia. Habían pasado, pues, aquellos días en que los españoles y sus directos descendientes aportaban gruesas sumas de dinero para los gastos de guerra, tanto para la que sostenía España contra los ejércitos de Napoleón, como la que era preciso activar para poner fin a la revolución iniciada en Dolores.

        Desde principios de 1812, Venegas, urgido por los gastos cada vez mas crecidos del numeroso ejército que tenía en campaña, había convocado a junta a las autoridades de la capital a fin de que propusiesen arbitrios para reunir de pronto dos millones de pesos en calidad de suplemento provisional y formar un fondo que bastase a cubrir este adelanto y a proporcionar los recursos suficientes a cubrir las vastas e ineludibles atenciones del gobierno. Acordóse que aquella gruesa suma se aportase por el clero, los propietarios y los comerciantes de México, Puebla y Veracruz, completándola con los caudales que se hallaban en poder de varias personas para remitir a España y Filipinas, cuyo envío se había detenido por la inseguridad de los caminos. Para el pago de esta suma y cubrir el deficiente que por las circunstancias resultaba en los gastos que requería la administración pública y la situación actual del país, los eclesiásticos asistentes ofrecieron no solo lo que pendiese de sus arbitrios, sino también las alhajas todas y plata de los templos, reservando únicamente los vasos sagrados.

        Pero ofrecía graves dificultades reunir los dos millones de pesos que el gobierno necesitaba, y como sus urgencias de dinero eran apremiantes, Venegas, sin perjuicio de llevar a cabo el proyecto empréstito, exigió en su bando de 30 de enero de 1812 la entrega de toda la plata y oro labrados en vajillas y objetos de lujo de los particulares, en calidad de préstamo forzoso, por el término de un año, reconociendo la Real Hacienda su valor a cinco por ciento de rédito, y para reintegro de esta suma y pago de sus intereses, se estableció por el mismo periodo de un año la pensión de diez por ciento sobre los arrendamientos de fincas urbanas, pagadera por mitad entre los inquilinos y propietarios, quedando hipotecadas para cubrir esa deuda del gobierno, no solo las rentas todas de la corona, sino también, en caso de no ser bastantes, el oro y plata de la iglesias.

        En cumplimiento de estas disposiciones se procedió a recoger la plata y el oro labrado, y casi todas las familias ricas y medianamente acomodadas se vieron despojadas de sus vajillas y joyas, cuyo valor nunca les fue reintegrado. Aumentó el descontento público con el bando virreinal del 1º. de febrero que prescribía la requisición de caballos con el propósito de privar de ellos a los Insurgentes. En México y en las capitales de provincias deberían establecerse juntas que recibiesen todos los caballos; a ellas habían de enviar los subdelegados todos los que se hallasen en pueblos, ranchos y haciendas, pagándose a sus dueños según la tasación que se hiciese por los peritos, que eran individuos de las mismas juntas; y a las personas que por su clase, enfermedad u otras causas legítimas se permitiese el uso del caballo, se habían de destinar los inútiles y conceder una licencia por escrito, condenando a la pena capital a todos los que, quince días después de publicado el bando en la cabecera de su distrito, se encontrasen a caballo sin aquella.

        Tantos y tan costosos esfuerzos para sofocar la revolución y los desastres que la lucha produjo en los ramos todos de la riqueza pública, hubieron de consumir enormes sumas y de agotar los recursos del gobierno, obligándole a imponer nuevas contribuciones. “ En todos los pueblos se cobraban las que se habían establecido para la manutención de los patriotas, y para el pago de la tropa se echaba mano de todos los fondos que existían y de que disponían los comandantes: las rentas eclesiásticas habían sufrido mas que ningunas otras, pues ocupadas por los Insurgentes o destruidas las fincas rústicas, los propietarios no pagaban réditos de los capitales que sobre ellas reconocían, y los diezmatorios estaban los mas en poder de los Insugentes, y de los que estaban libres los comandantes de las tropas reales tomaban casi todo lo que rendían, en términos que en solo el obispado de Michoacán habían percibido estos en los primeros treinta meses de guerra mas de noventa mil pesos, y habiendo aquel cabildo acudido al virey, pidiéndole permiso para fundir y acuñar la parte de la plata labrada de la iglesia que fuese menos necesaria, para subsistir por ese medio, tuvo que dar de ella siete mil doscientos cincuenta marcos para auxilio de la guarnición de Valladolid.

        Habíase echado mano de la plata labrada de los particulares; se había establecido una contribución sobre rentas de casas, pero nada de esto bastaba para las exigencias que iban siempre en aumento. Con el fin de buscar medios para atender a ellas, convocó el virey una junta extraordinaria de hacienda, que celebró en su presencia el 19 de agosto de 1812, a que asistieron el regente de la Audiencia y fiscal de Real Hacienda, el superintendente de la Casa de Moneda, los ministros del Tribunal de Cuentas, los de la Tesorería y empleados superiores de Hacienda, el Consulado y el Tribunal de Minería. La discusión fue empeñada entre los comerciantes y los empleados, habiendo propuesto los primeros que se tratase de reducir los gastos, rebajando la tercera parte de todos los sueldos, lo que resistieron los segundos, en cuyo apoyo se declaró el virey, y en aquella sesión no se hizo otra cosa que nombrar una comisión.
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        • Re: Hace 200 años . . . . .

          Entre tanto, el alto clero seguía sosteniendo, sin embargo, la causa de la dominación con el mismo intenso fervor que desplegó al asomar el movimiento armado proclamando la Independencia. Ofrecía al gobierno virreinal la plata y oro de sus templos para ayudarle a mantener sus ejércitos, y mientras los españoles mismos mostraban desfallecimiento y poca voluntad de contribuir a la obra de represión, la Iglesia, por el órgano de sus obispos, azuzaba la guerra sin cuartel y predicaba la destrucción de los Insurgentes, invocando sobre sus cabezas las iras del cielo y los castigos de la tierra.

          El diocesano de Guadalajara, Ruiz de Cabañas, que huyó de su ciudad episcopal al aproximarse el generalísimo Hidalgo, volvió a ella en abril de 1812, y en un pastoral que desbordaba la hiel y la venganza por su forzado alejamiento, alentaba a los fieles de su grey a continuar los afanes y sacrificios con que habían procurado mantener la tranquilidad pública contra las “gavillas de una canalla desenfrenada, contra las fieras que saltando de los desiertos a las montañas lograban eludir el merecido castigo de sus enormes crímenes, escapando al filo de la espada que tan justa y gloriosamente manejaban las tropas del rey.”

          Don Manuel Abad y Queipo, obispo electo de Michoacán, lanzaba inmensas y pretenciosas pastorales, en las que atacaba con encono la revolución de Idependencia; afirmando que Dios es el autor de la sociabilidad, decía que los jefes de las naciones, colocados por la Mano Omnipotente para ejercer en su nombre la autoridad suprema, debían ser sumisamente obedecidos, sin que en ningún caso ni por ningún motivo fuera lícita la rebelión de alguna parte de los ciudadanos contra el jefe o jefes que representasen su autoridad. Luego pasando a otro género de consideraciones , decía lo siguiente: “. . . el conde de Buffon y otros naturalistas asientan que los animales del antiguo continente, trasladados a este nuevo, han degenerado, opinión falsificada por la experiencia, pues aquellos que viven en climas y pastos proporcionados son tan bellos, tan corpulentos y robustos en este continente, como los mejores de su especie en el continente antiguo. Pero si todos los hijos y descendientes de los españoles trasladados a este nuevo mundo fueran semejantes al Cura Hidalgo y a sus principales cómplices y secuaces, se podría afirmar con toda verdad, que la raza de los españoles había degenerado entre los trópicos, perdiendo todo lo bueno, y reuniendo en si todo lo malo que puede hallarse en la especie humana.”

          Los miembros del clero bajo, por el contrario, corrían a engrosar las filas de los Insurgentes; mas en contacto con las masas, comprendían sus dolores y participaban de las injusticias de que estas eran víctimas; hijos del pueblo, sentían como penas propias las angustias del pueblo; y convencidos de su valer y de que la suspicacia de los dominadores los mantendría siempre en una situación de inferioridad, que no cuadraba con sus luces ni sus legítimas aspiraciones, se arrojaban a la lucha animados por sentimientos de venganza, de odio quizás, y de justificada ambición.

          Al terminar el año de 1812, la guerra se presentaba mas amenazadora que nunca, porque se imponía a todos los ánimos la convicción de que su término se hallaba muy distante, y de que las mismas victorias de las armas realistas no hacían mas que multiplicar y esparcir en una superficie mayor los elementos de la guerra y los males de su obligado cortejo. El país se consumía y arruinaba, y el gobierno virreinal, obligado a hacer gastos excesivos se encontraba cada vez mas exhausto de recursos y tenía que hacer uso de medios violentos para proporcionárselos. El envío de tropas de España, se iba haciendo de una manera que no podía producir un efecto decisivo y momentáneo, siendo, sin embargo, de gran utilidad al gobierno, pues fueron las únicas que defendieron la provincia de Puebla durante el sitio de Cuautla. El gobierno luchaba en todas partes, y luchaba con ventaja, aunque el desacierto de no perseguir a Morelos había dejado en pie a su principal enemigo e iba obligándolo a abrir nueva campaña.

          Tambien alternaban triunfos y reveses para las armas españolas en el resto del Continente Americano; desde el istmo de Panamá hasta las tierras fecundadas por el anchuroso Rio de la Plata se combatía por la Independencia, y allí, como en Nueva España, bravos adalides no soltaban ni por un momento de las manos el acero, ni se rendían ante la obstinada defensa de los realistas que levantaban muy alto el valor y la constancia de la vieja metrópoli. La capitanía general de Venezuela era el palenque de reñidas batallas, y aunque el general español Monteverde triunfaba en Caracas y aprisionaba al valiente Miranda, la lucha seguía empeñada y sangrienta, y los defensores de la Independencia alentaban con su claro ejemplo a los que porfiaban armados por la misma causa en el antiguo reino de Quito y la capitanía general de Santa Fe.

          Mas duraderas fueron por esa época las ventajas alcanzadas por los epañoles en el Alto Perú y provincias confinantes del Rio de la Plata, donde las armas de Goyeneche mantuvieron durante algún tiempo tranquilo y sujeto un vasto territorio; pero en la mayor de sus poseciones en las Antillas, se vieron amenazados de una insurrección, que acaudillada por José Antonio Aponte, hombre de color, llegó a estallar en marzo de 1812, y que, sin embargo, quedó extinguida a poco por la actividad del marqués de Someruelos, gebernador de la isla de Cuba.

          La guerra incendiaba, pues, el vasto territorio que durante tres siglos había permanecido sumiso a las leyes del conquistador. Esta simultaneidad de acción, y la misma noble tendencia de las naciones americanas que antes obedecían a España, y que incomunicadas entre si no podían conectar su movimiento revolucionario ni acordar sus propósitos, son una prueba mas de que las impulsaba a la lucha la necesidad de efectuar una transformación social y política, que correspondiendo a sus inmediatas exigencias, satisfacer pudiese también las mas dignas aspiraciones de sus hijos.
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          • Re: Hace 200 años . . . . .

            Refiramos ahora los importantes sucesos ocurridos en la península española entre los años de 1810 y 1812, que ejercieron natural influencia en la Nueva España y que debemos considerar ligados a nuestra historia:

            A la solemne apertura de las Cortes, efectuada en la isla de Leon el 24 de setiembre de 1810, sucedió la declaración que hizo aquella asamblea, de que la soberanía nacional residía en el Congreso. Alzábase así el Congreso Español con indómita entereza, emprendiendo sus tareas con laboriosidad y celo asombrosos y sosteniéndolas con patriótico valor en medio del estruendo de los cañones enemigos y de la peste que desbastaba a Cadiz, donde se trasladó el lugar de sus sesiones en febrero de 1811. Graves cuestiones se ocuparon, siendo una de ellas la de la libertad de imprenta, que fue promovida por los diputados que conformaban el Congreso y fue aprobada el 19 de octubre de 1810.

            La discusión que con este motivo sucitose, dio a conocer los partidos que estaban representados en las Cortes y que luchaban continuamente, uno contra otro; eran los dos principales grupos el de los amigos y el de los enemigos de las reformas, designándose a los primeros con el dictado de liberales, y a los segundos con el de serviles. Entre los dos partidos militaban los diputados de las colonias españolas en América, a quienes se daba el nombre de diputación americana. Descollaban entre los representantes de América don José Mejía, que lo era de Santa Fe de Bogotá; don José Belle Cisneros, representante de la capital de la Nueva España, reunía en su casa en tertulia a todos sus compañeros, y franco en su carácter y maneras, siempre que en las Cortes ocurría algún incidente de que los diputados americanos se dieran por ofendidos, decía: "Estos amigos mios, no tienen mas que un remedio, que es el Cura Hidalgo.”; pero el que se reveló desde luego como superior a todos los diputados de la Nueva España, fue el representante de la provincia interna de Coahuila, don Miguel Ramos Arizpe, cura que sin conocimientos profundos en ningún género, pero con un talento claro y grande, supo ganarse mucha influencia entre los liberales; ninguno sostuvo con mas calor y celo la Independencia de América, y cuando los diputados de México pidieron en las Cortes en 1821, la creación de gobiernos en México y una rama de la dinastía, Ramos Arizpe se negó a entrar en ningún llamamiento de la familia real. Su alma republicana repugnaba el nombre de monarquía en su patria.

            Los diputados suplentes americanos que se hallaban presentes en las primeras sesiones de las Cortes, promovieron desde luego, que esta asamblea decretara una amnistía general para los que, complicados en las conmociones que hasta entonces habían aparecido en algunas de las colonias, languidecían en las prisiones o estaban sometidos a juicio. Las Cortes decretaro, en efecto, el 15 de octubre de 1810, una amnistía general, con tal que se reconociese la autoridad legítima soberana establecida en la madre patria y dejando a salvo los derechos de terceros. Este perdón solo fue útil al virey Iturrigaray, que como hemos visto, si no favoreció a la revolución de Independencia, al menos la veía con agrado. Muy importante fue la declaración que hacían las Cortes confirmando y sancionando el inconcurso concepto de que los dominios españoles de ambos emisferios formaban una sola nación, y por tanto, los naturales que fuesen originarios de dichos dominios eran iguales en derechos.

            Las anteriores declaraciones y la amnistía decretada para los delitos políticos, alentaron a los representantes de América para presentar en la sesión del 16 de diciembre de 1810 una serie de proposiciones, de cuya aprobación hacía depender, la mayor parte de sus autores, la satisfacción y deseos de las colonias. La primer proposición que pedía se declarase a los americanos el derecho de tener en las Cortes una representación enteramente igual en el modo y forma de la de la península, quedó aprobada, aunque prescribiendo que esa igualdad no tuviese efecto desde aquellas mismas Cortes, sino en la sucesivas. Ninguna discusión sucitó la segunda proposición de los americanos referente a permitir en el nuevo continente el cultivo de todo cuanto sus climas fuesen susceptibles de producir y el libre ejercicio de todas las artes y manufacturas. Pero las tres siguientes, relativas a la libertad de comercio con las potencias extranjeras y de unas provincias de América con otras, quedaron aplazadas hasta el mes de agosto de 1811, en que las Cortes concedieron solo el comercio libre de cabotaje de unos a otros puntos de América.

            Prácticamente todas las proposiciones de los dipitados americanos fueron rechazadas o su discusión pospuesta; después de esta derrota de los americanos, las Cortes, como si quisiesen en parte compensarles, dictaron una serie de medidas favorables a América, tales como aprobar la exención de tributos concedida ya a los indios de la Nueva España por Venegas; conceder absoluta franquicia para el buceo de perlas, pesca de la ballena y caza de nutrias en las aguas del Oceano Pacífico.

            Un ruidoso incidente ocurrió en el mes de setiembre de 1811, llegaron a la asamblea dos exposiciones del Consulado de México. Esta corporación se quejaba de haber quedado sin representantes en las Cortes los españoles nacidos en la península y avecindados en esta parte de América, que constituían la parte mas atendible de la población, y que se veían suplantados por los individuos de la raza criolla. Remontábase el Consulado de México a la época de los florecientes reinos del Anahuac, trataba de persuadir que los conquistadores y las relaciones de los que primero escribieron la historia de esos pueblos exageraron el grado de civilización de su habitantes; que con igual exageración se había descrito la crueldad de la Conquista; y que los indios, amparados por las leyes de Indias, podrían tenerse por los seres mas felices de la tierra. Los tres millones de indígenas, ni por su ignorancia ni por sus condiciones especiales debían estar representados en las Cortes; tampoco merecían este derecho los dos millones que componían las castas, ni la mitad del millón que quedaba para la raza blanca, pero que habían de gozar de el los españoles europeos residentes en América.

            El Consulado de México, al referirse al estado del país en general decia: “. . . la Nueva España es una gran región en que domina el humor o el genio indolente y sensual; donde se vive para los placeres y en la disipación; donde los sustos sobre lo futuro ceden a la confianza de lo necesario presente; donde la religión santa recibe muchos obsequios exteriores y poco respeto interior; donde la ley no se introduce ni en el uso ni en el abuso de la pasiones mas groseras; donde el mando precario e instalable deja correr las cosas en la marcha que llevan, y en donde la riqueza, la abundancia y el temperamento destierran la avaricia sombría, el temor saludable de la Divinidad y las delicadezas sociales”. Tronaban los signatarios de la exposición contra la igualdad de derechos entre los colonos y la metrópoli, contra la libertad de toda especie de cultivos y de industria, contra el comercio recíproco de las provincias de América y Asia, y contra la pretención de que España y las Indias se gobernasen por unas mismas leyes.

            En pocos documentos como este, emanados del Consulado Mexicano, se rebajaba con mas acritud y mayor injusticia la condición social de los hijos de la Nueva España. Al hablar de las castas decían: “ . . . dos millones de castas cuyos brazos tardos se emplean en el peonaje, servicio doméstico, oficios, artefactos y tropa, son de la misma condición, del mismo carácter, del mismo temperamento y de la misma negligencia del indio, sin embargo de criarse y existir a la sombra de las ciudades en donde forman la clase ruin del populacho. Con mas proporción para adquirir dinero, con mas dinero para saciar sus vicios, con mas vicios para destruirse, no es de admirar que sean mas perdidos y miserables. Ebrios, incontinentes, flojos sin pundonor, agradecimiento, ni fidelidad; sin nociones de la religión, ni de la moral, sin lujo, aseo ni decencia, parecen aun mas maquinales y desarreglados que los mismos indios.” Y no eran mejor tratados los hijos de los españoles nacidos en América.

            Inmenso clamoreo de los diputados Americanos acogió la lectura de las exposiciones del Consulado de México. El diputado de Perú, Morales Duárez, pidió que aquellos papeles se quemasen por manos del verdugo, conservándose la última hoja para que, identificadas las firmas, se procediese contra los autores, considerando el escrito como libelo sedicioso y calumnioso. La mayoría de la comisión, lo adoptó con ligeras variaciones; otros diputados manifestaron que había sido oida con alto desagrado la lectura de las exposiciones; el elocuente diputado Mejía,manifestó que los virulentos escritos del Consulado Mexicano, debían ser considerados como informes que los españoles residentes en México enviaban a las cortes, y que esos informes fueran impresos y contestados por los Americanos; varios diputados apoyaron el razonamiento de Mejía.

            Lucas Alamán dice que al saberse en México, a fines de 1811, lo ocurrido en las seciones de la Corte en que se trató este asunto, la indignación fue grande y contribuyó poderosamente a dar mayor impulso a la Revolución.
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            • Re: Hace 200 años . . . . .

              El mas importante y meritorio de los trabajos que acometieron aquellas célebres Cortes, fue el de formar y discutir el código pólitico que había de regir la monarquía, cuya discusión comenzó en agosto de 1811 y terminó en marzo de 1812. Esta constitución decretada por las Cortes reunidas en Cadiz, fue promulgada en México el 30 de setiembre de 1812; en la tarde de ese dia ante un inmeso concurso, y al pie de la estatua ecuestre de Carlos IV, que se hallaba entonces en el centro de la plaza Mayor, se leyó la Constitución por uno de los miembros del ayuntamiento y todos juraron acatarla y hacerla cumplir. Se publicó luego el indulto concedido por las Cortes, y el virey, acompañado de la Audiencia, hizo la visita de las cárceles poniendo el libertad a todos los reos de diversos delitos, pero a ninguno de los que estaban acusados de insurrección.

              Pero entre las novedades que traía consigo el régimen constitucional, ninguno interesaba en tanto grado como el ejercicio de la libertad de imprenta, que no había regido en Nueva España, pues el virrey Venegas, no la instaló ni tuvo empeño en plantar el ejercicio de la libre emisión del pensamiento por medio de la prensa. Preciso fue que Ramos Arizpe tronase en las Cortes contra Venegas, lo que obligó al virey a no aplazar mas el cumplimiento de la ley llegada de la Constitución. El ejercicio de este derecho era cosa enteramente nueva en México.

              En América la imprenta estaba sujeta, no solo como en España a la inspección civil y eclesiástica, no imprimiéndose nada sin la licencia de ambas, después de un examen por personas comisionadas al efecto, y por cuyo informe constaba que lo escrito no contenía nada contrario a los dogmas de la Santa Iglesia romana, regalías de S. M. y buenas costumbres, sino que, además, no podía imprimirse libro alguno en que se tratase cosas de Indias, sin previa aprobación del Consejo de estas, habiéndose mandado recoger todos aquellos que circulasen sin este requisito, en lo que había habido tanto rigor que Clavijero no pudo obtener permiso para imprimir en España, en castellano, su Historia de México, tuvo que publicarla en Italia en el idioma de esa nación. Tampoco podían remitirse a Indias libros impresos en España o en países extranjeros en que se tratase de ellas sin igual licencia, y para vigilar sobre el cumplimiento de estas disposiciones y de las que prevenían que no se llevasen libros “en que se tratasen materias profanas y fabulosas e historias fingidas”, se mandó especificar el contenido de cada libro en los registros para embarcarlos a España, y los provisores eclesiásticos y los oficiales reales debían asistir a la visita de los buques para reconocerlos, a todo lo cual se seguía la visita de la Inquisición. Concedida ahora por el decreto de las Cortes una libertad en que de hecho no había casi limitación, se habían tocado en un instante de tiempo los extremos mas distantes.

              El abogado, don Carlos María de Bustamante, uno de los que desde luego se presentaron a la palestra, comenzaba preguntando en el primer número del periódico que fundó con el título del JUGUETILLO, ¿Conque podemos hablar?; siguió a esta publicación el Pensador Mexicano, escrito por don Joaquín Fernández de Lizardi, quien atacó con fácil y donairoso estilo, pero también con indomable constancia, casi todos los abusos de la administración virreinal. Otro punto muy importante contenido en la Constitución de Cadiz, era la elección popular de electores, que a su vez habían de nombrar los individuos de los nuevos Ayuntamientos; este nuevo derecho, interesó mas fuertemente a los habitantes de la capital que la libertad de imprenta, pues que su ejercicio tocaba a una gran parte de estos.

              Tan cuidadosa había andado la antigua legislación de Indias para evitar toda junta o reunión popular, que por una de sus leyes estaba prohibido fundar cofradías, juntas, colegios o cabildos de españoles, indios, negros, mulatos u otras personas de cualquier estado o calidad, aunque fuesen para fines píos o espirituales, sin que precediese licencia del rey o del prelado, presentando sus ordenanzas o estatutos al Consejo de Indias para su aprobación, y aun obtenida esta, no se podían juntar, ni hacer cabildo o ayuntamiento, sino estando presente algún ministro real, nombrado por el virey, presidente o gobernador, y el prelado de la casa en que se juntasen. Estas juntas asi autorizadas, y las de los gremios, para nombrar sus empleados, eran las únicas que se conocían, y la que ahora iba a celebrarse era una cosa enteramente nueva y desconocida.

              Fue la primer votación desordenada y ruidosa; pero lo que mas llamó la atención entonces, fue la rapidez con que se uniformó la opinión para nombrar en las elecciones a los Méxicanos, excluyendo del cargo de electores a los españoles. El triunfo de los primeros fue completo: todos los nombrados eran Mexicanos, contándose entre los mas distinguidos don Jacobo de Villaurrutia, don José Manuel Sartorio, don Carlos María de Bustamante y el conde de Xala, hijo del benéfico conde de Regla don Pedro Romero de Terreros. La computación de votos terminó a las ocho y media de la noche del dia 29 de noviembre de 1812, y apenas se supo el resultado, estalló el júbilo de los vencedores, esto es, de los del Partido Criollo, que eran también los adictos a la revolución de Independencia.

              Corrieron a las torres de la catedral y de los demás templos y repicaron las campanas durante varias horas; algunos grupos se estacionaron frente al palacio virreinal pidiendo a gritos, que se sacase a la plaza la artillería para hacer salvas, en tanto que otros recorrían las calles vitoreando a los electores. Al dia siguiente se celebraron en las parroquias misas de gracias con Te-Deum, a que asistieron los electores nombrados, colocándose en lugar preferente. El pueblo esperaba a las puertas de la iglesia del Sagrario a don Jacobo de Villaurrutia, que era uno de los nombrados, y al montar en su coche este distinguido ciudadano, la multitud quitó las mulas y tiró del carruaje hasta dejarlo en su casa; igual demostración se hizo al canónigo Alcalá y a don Carlos María de Bustamante y al dcotor Sartorio, se les tributaron ruidosas manifestaciones de aprecio.

              El virey, testigo presencial, temiendo que el alboroto produjese mas serias consecuencias, mantuvo las tropas acuarteladas, y a las cuatro de la tarde se fijaron rotulones por el corregidor, mandando que todos se retirasen a sus casas, amenazando con que las patrullas que saliesen de todos los cuarteles usarían las armas; mas el pueblo obedeció y a la noche todo estaba sosegado. Facilmente se comprenderá la disposición de ánimo de Venegas ante el triunfo legal y pacífico, aunque estrepitoso, que acababan de alcanzar en la capital misma los partidarios de la Independencia. Dolíanle aquellas manifestaciones de júbilo como si la revolución hubiese triunfado ya en la capital; la prensa libre en manos de los partidarios de la Independencia parecíale un arma incontrastable, pues aunque los escritos subversivos y sediciosos estuviesen sujetos a la calificación de la Junta de Censura, como esta no era previa, antes de que sobre ellos recayese, ya habían circulado y producido sus naturales efectos.

              Pesábale a Venegas el ejercicio del derecho de reunión, inherente del de elegir funcionarios municipales, y consideraba con zozobra que en el nombramiento de diputados se repetiría con mayor causa, y quizá con deplorables resultados, la excitación popular producida por la elección del ayuntamiento; y temia lo que pudiesen hacer a favor de la Independencia los nuevos Consejales, a quienes, según el código político, tocaba auxiliar al alcalde de corte en todo lo perteneciente a la seguridad de las personas y bienes de los vecinos, y no estaba tan seguro de que en circunstancias tan difíciles cuidasen del orden público los que podían tener cabalmente mayor interés en perturbarlo.

              Presa de estos temores el virey, llegó el 3 de diciembre de 1812. . . . .
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              • Re: Hace 200 años . . . . .

                El 3 de diciembre de 1812, dia de San Francisco Javier, que era el de Venegas, los electores enviaron una comisión de su seno a felicitarlo, llevando la palabra del doctor don Juan Manuel Sartorio; pero fue este y sus compañeros acogidos con desdeñosa altivez y marcadas muestras de desabrimiento. Ese mismo dia, el número del Pensador felicitó también al virey; pero mezclando a sus plácemes la mas acre censura, decíale: “ . . . que era un miserable mortal, un hombre como todos, y un átomo despreciable a la faz del Todopoderoso; que había errado por la necesidad de oir el ajeno dictamen, pues las mas sanas intenciones las suelen torcer la malicia, la ignorancia y la lisonja” y luego le pedía que revocase el bando del 25 de junio de aquel año, por haber sido la piedra de escándalo y el motivo de la discordia que dividía profundamente a la sociedad.

                Unióse a los temores de Venegas esta manifestación de la prensa libre, y decidido a no tolerarla mas consultó al Acuerdo la suspensión del artículo constitucional que consagraba la libertad de imprenta, y después de cinco horas de discusión, el cuerpo de oidores y los alcaldes del crimen que asistieron a la junta opinaron de conformidad con lo consultado. Medida tan grave fue motivo de un bando publicado el 5 de diciembre en el que disponíase que la Junta de Censura examinase previamente los escritos destinados a la impresión, y reservábase el virey la facultad de permitir la libertad de la prensa, cuando cesasen, a su juicio, las extraordinarias circunstancias que le habían obligado a suspenderla. Ese mismo dia se publicó otro bando por el que se prohibía, bajo pena de diez años de presidio, repicar las campanas a vuelta de esquilas sin permiso del gobierno, y formar grupos de gente, quedando a cargo de la fuerza armada disoverlos.

                Dado el primer paso, Venegas no se detuvo ya en la segunda represión: hizo poner preso a Fernandez de Lizardi, redactor del Pensador Mexicano, dispuso también la prisión de don Carlos María de Bustamante, pero este pudo eludir la persecución de que era objeto ocultándose durante algún tiempo en la capital misma hasta mediados del mes, en que marchó a Zacatlán donde se unió con el jefe Independiente Osorno. Don Jacobo Villaurrutia, nombrado con mucha anterioridad oidor de Sevilla, recibió orden de marchar inmediatamente a servir su empleo, debiendo aprovechar para ello la salida de un convoy que conducía tres millones de pesos que estaban destinados al embarque en Veracruz; otro de los electores llamado don Juan N. Martinez electo en la parroquia de Santa Catarina, fue también preso con achaque de que era pariente de don Julián Villagrán y de que seguía correspondencia con este jefe Insurgente; y en lo sucesivo fueron perseguidas del mismo modo otras personas a quienes se acusaba de haber escrito en los periódicos y folletos con mas o menos vehemencia, durante los breves días en que la imprenta gozó de libertad.

                Tocaba a su término el mes de diciembre de 1812 y era forzoso resolver, antes de principiar el año, la ardua cuestión de permitir que los electores nombrasen el nuevo ayuntamiento, o suspender también en este punto la Constitución política que apenas hacía tres meses se promulgó y juró con tanta pompa. Decidióse Venegas por este ultimo extremo resolviendo que continuase hasta nueva orden la antigua corporación municipal, y además, que quedasen sin efecto las otras prescripciones de la Constitución, así fue que esta, jurada con tanta solemnidad, y que lo fue hasta por las monjas y los cómicos, apenas permaneció tres meses en vigor, siendo lo mas extraño que, no obstante haberse suspendido su cumplimiento, todavía siguieron prestando juramento de observarla, con la misma solemnidad, las autoridades y cuerpos que no lo habían hecho.

                La suspensión del código político decretada por Venegas, y en cuyo acto tomaron tanto participio los miembros de la Audiencia, reputados con sobrado fundamento como los jefes ardientísimos del partido español, dio intenso crecimiento a la revolución de Independencia. Los partidarios de esta en las ciudades ocupadas por los dominadores, y que esperaban contribuir a la realización de sus ideales, ejerciendo los derechos que amparaba la Constitución de Cadiz, clamaron contra el despojo de las libertades que, mas que otorgadas por este código, se les habían en el reconocido. Con mas autoridad, alzaron con este motivo la voz los hombres que defendían la Independencia con las armas en la mano: “. . . el pueblo Americano, -decía el Correo del Sur-, no tenía mas lazos con el pueblo español que la soberanía reconocida por aquel en los reyes conquistadores de estos países. Mudadas por las Cortes las bases de la sociedad española y despojados los monarcas de la soberanía que ejercían desde que sus antecesores conquistaron estos reinos, la asociación de estos pueblos con los de España para formar un pueblo soberano era absolutamente voluntaria y no había título ninguno que forzara a ella.” Al anunciar la suspensión decretada por Venegas, hacía el Correo del Sur un enérgico llamamiento a las armas por haberse violado las leyes que se acababan de jurar, cuando de su observación dependía quizás la pacificación de América.

                Morelos escribía a Lopez Rayón diciéndole que la convocación a elecciones y la declaración de la libertad de imprenta habían emanado del gobierno español con la siniestra mira de descubrir por estos medios a sus enemigos y de aprehenderlos con facilidad. Y de este modo, el convencimiento de que ninguna concesión debía esperarse de los hombres que gobernaban a la sazón en la península y de los que mandaban en su nombre a Nueva España. El orden constitucional fue, pues, de brevísima duración en la colonia, pero dejó en los ánimos duraderas impresiones, y el convencimiento de que, solo en el triunfo de la revolución armada estribaba la conquista segura de los derechos que, apenas concedidos por la Constirución de Cadiz en 1812, se suprimían a la simple voluntad del gobernante superior y de la Audiencia.
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                • Re: Hace 200 años . . . . .

                  Sin que la falaz promulgación del código político entibiase el ardor de los defensores de la Independencia, estos, al principiar el año de 1813, se disponían a entar de nuevo en campaña. Berdusco, a quien hemos dejado en Patzcuaro dedicado a concentrar todas las partidas Independientes de Michoacán, logró reunir en aquella población a las de Muñíz, Navarrete, Rodriguez, Suárez, Arias, Carvajal y otros, componiendo un número muy considerable de gente bien armada, con algunas piezas de artillería. Berdusco nombró sus segundos a Muñiz y Navarrete, y después de organizar en lo posible a sus tropas marchó contra Valladolid, siguiendo el derrotero de Huiramba y Undameo, y acampando a la vista de la ciudad el 30 de enero de 1813.

                  Mandaba en Morelia el teniente coronel don Antonio Linares en sustitución del odioso Trujillo, que desde los últimos días de 1812 se había retirado a México cargado de crímenes y de dinero. Con alguna anticipación supo Linares que iba a ser atacado, y tuvo tiempo de concentar en la ciudad los destacamentos que se hallaban en las poblaciones cercanas, y de abrir fosos y de levantar fuertes tri.nch.er.as. Situadas las tropas de Berdusco en las lomas de Santa María, marcharon al ataque en las primeras horas del 31 de enero de 1813 llevando veintiun cañones y diversos útiles para franquear los fosos y acometer las tr.inch.er.as. Varias horas duró el combate, pero habiendo hecho los realistas una vigorosa salida, huyó un capitán de Muñiz llamado Lubiano, siguiéndole una fuerte sección de caballería. A su ejemplo, retiráronse precipitadamente las demás divisiones asaltantes, siendo perseguidas vigorosamente hasta el Óporo y dejando en poder de los realistas toda su artillería, doscientos fusiles y ciento treinta y ocho prisioneros, sin que Linares, noble excepción en aquellos tiempos, mandase fusilar a ninguno.

                  Berdusco se retiró con las reliquias de su ejército hasta Puruándiro, donde fue alcanzado y completamente destrozado por el jefe realista don Pedro Antonelli, quien perdonó también a los noventa y ocho prisioneros que cayeron en sus manos, y dióles la libertad entregando un peso a cada uno.

                  López Rayón supo a tiempo el movimiento que intentaba hacer Berdusco contra Valladolid, y desconfiando de la aptitud de su colega para dar cima a tamaña empresa, prevínole que suspendiera su ejecución hasta esperarle; pero empeñose este en recoger solo los laureles que se prometía, y ya hemos visto el resultado desastroso de su ligereza e impericia. Obligado López Rayón a reprimir las faltas de su compañero en la Junta Suprema, marchó desde Tlalpujahua en su busca resuelto a pedirle cuentas de su conducta y a oir los descargos que diese por haber acometido una expedición sin consultarle con anterioridad, y sin someterla a un consejo de guerra, exponiendo temerariamente a la tropa a un asalto contra una plaza fortificada según las reglas del arte militar, y defendida por mas de mil hombres con poderosa artillería. Avistáronse en Patzcuaro el 9 de febrero Rayón y Bersuco, pero tuvieron que separarse violentamente tres días después con motivo de la aproximación de una fuerte columna realista salida de Valladolid, retirándose el ´primero a la hacienda de Puruarán, y el segundo al pequeño pueblo de Ario.

                  No fue mas feliz Liceaga en la correría que emprendió durante el mismo mes de enero de 1813 por el rumbo de Celaya. Aprovechando la salida que hizo de esta población parte de la fuerza que la guarnecía y unido a las partidas de Rubí y otros jefes, el tercer miembro de la Junta intentó tomarla por asalto, y aunque al principio alcanzó grandes ventajas, logrando entrar hasta cerca de la plaza, viose forzado a retirarse por la brava resistencia que opusieron los realistas desde sus cortaduras y tr.inch.er.as. Acudió en auxilio de Celaya el oficial realista Manuel Gómez Pedraza al frente de trescientos caballos, y alcanzando a Liceaga en el sitio llamado Peña Colorada, pudo batirle fácilmente y dispersar a sus soldados, matándole noventa de estos, entre los que se econtró el brigadier Borrayo, y apoderándose de muchas armas y pertrechos de guerra.

                  El anterior descalabro, el que Berdusco sufrió en Valladolid, y las continuas quejas que López Rayón recibió del desorden y arbitrariedad con que se conducían sus colegas y los jefes de menor graduación que obedecían a estos, determináronle a obrar resueltamente; pero antes quiso aumentar sus tropas, y en consecuencia ordenó al jefe Solórzano que abandonando la hacienda de Santa Efigenia con los soldados que le obedecían marchase a unírsele en Puruarán, donde se hallaba. Berdusco y Liceaga que ya habían reunido las pocas tropas que les quedaban, recelosos del movimiento de Solórzano, sorprendieron a este en la mañana del 5 de marzo matándole a muchos de sus hombres y quitándole armas y municiones. Tres días después Berdusco renunciaba ante su colega al cargo de Vocal de la Junta, pero no sin haber firmado antes un bando, en el que citaba a López Rayón para que dentro del tercer dia se presentase a contestar a los cargos que se le hacían por haber invadido la provincia de Michoacán, asignada al mismo Berdusco, y la de Guanajuato, señalada a Liceaga; y por otro bando de la misma fecha se le declaraba traidor con toda su familia y los que le siguiesen.

                  Por su parte López Rayón nombró comandante general de la provincia de Valladolid a don Manuel Muñiz, e intendente de la misma a don Franciso Solórzano, y tornando a Tlalpujahua, publicó una proclama en que explicaba su conducta y declaraba, además, suspensos de cargo a los Vocales que habían desconocido su autoridad. Expidió órdenes a todos los jefes de la revolución para que aquellos no fuesen obedecidos, y cuidó de informar a Morelos de todo lo ocurrido, si bien este ilustre jefe se mantuvo neutral, recomendando a unos y a otros la concordia. Tambien el doctor Cos dirigió una representación a López Rayón y a los Vocales disidentes, con el objeto de que se reconciliasen, haciéndoles patentes los males que de su desunión resultarían.

                  Mientras los miembros de la Junta enervaban la acción, hasta entonces vigorosa, de la guerra de Independencia, y ofrecían el triste espectáculo de sus enconadas rencillas, ocurría en México un suceso de gran importancia. En el convoy que llevó a la capital el brigadier Olazabal a fines de febrero de 1813, llegó la orden de la Regencia fechada el 16 de setiembre del año anterior, relevando del virreinato a Venegas a pretexto de necesitarse en España de sus conocimientos militares, y nombrando para sucederle al mariscal de campo don Félix María Calleja del Rey.
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                  • Re: Hace 200 años . . . . .

                    El brigadier Olazabal se presentó en el palacio de gobierno el 28 de febrero de 1813, salió a encontarle Venegas hasta la primera sala, le dió el abrazo de felicitación y dos horas después estuvo a visitarlo en su casa. El dia 4 de marzo siguiente tomó Calleja posesión del empleo de virey acompañándole desde su morada hasta el palacio el cuerpo municipal; esperábale Venegas con todas las autoridades en el salón principal donde le entregó el bastón, y en seguida pasaron a la sala del Real Acuerdo ante el cual prestó Calleja el juramento acostumbrado. En cuanto a Venegas, apenas terminada la ceremonia, dejó el palacio y se trasladó con su familia a la casa del conde Perez Galvez, en donde permaneció hasta su salida para Veracruz, que se efectuó el 13 de marzo. Cruel y sanguinario, no fue para nadie sentida su separación, pero dejó justo renombre de íntegro en el manejo de los caudales públicos y de infatigable en las rudas labores del gobierno.

                    Fue el nombramiento del nuevo virey motivo de justo temor para los Mexicanos, que conocedores ya de su crueldad y de sus instintos rapaces, esperaban que desplegase una y otros con mayor extensión en la órbita anchurosa en que iba a moverse; por el contrario, los españoles se prometían de su exaltación el pronto término de una guerra desastrosa que amenazaba de muerte sus mas caros intereses. Conocía el nuevo virey esta disposición de los ánimos y quiso desde luego afirmar las esperanzas que en el fincaban los españoles publicando una proclama a los pocos días de su arribo al poder, en la que deploraba los males que había causado la guerra, pintando el grado de ruina y desolación a que el reino había llegado, y que formaba contraste con la paz y prosperidad de que antes disfrutaba. Mostrábase en ese documento decidido partidario de la Cosntitución de Cadiz, y decía que todos los pretextos que hasta entonces se habían invocado para justificar la rebelión, debían cesar con la aparición de aquella obra del Congreso Español.

                    Exhortaba luego, a todas las clases del estado para que contribuyesen a la obra de restablecer la tranquilidad pública; al clero, para que por medio del púlpito y de la dirección de las conciencias, desterrase los errores que habían germinado e inculcase en los corazones el sentimiento de paz; a los jefes y oficiales del ejército para que el honor, la lealtad y la bizarría fuesen su divisa; a los sabios y escritores, para que con sus plumas ilustrasen y corrigiesen la opinión extraviada; y por último, excitaba a los ciudadanos todos para que le ayudasen en la obra de la felicidad común. Pero la proclama terminaba con las amenazas de costumbre:

                    “. . . . Si a pesar de mi persuasión, y olvidando lo que debeis a la patria, al rey y a vosotros mismos os dejais arrastrar por el egoísmo, de la imprudencia, del odio y de aquellos vicios que no son compatibles con la paz de nueva España, sabré usar inexorablemente del rigor de la justicia para apremiar a cada cual al desempeño de sus obligaciones, y aun cortar del cuerpo social todos los miembros corrompidos que puedan enfermarlo. Ni el título de Americano ni el de Europeo será para mi causa de indecisionen el premio o castigo; no reconoceré otros derechos que los que dieren la virtud y el mérito. Y si he probado bastantemente mi sensibilidad y anhelo por la cordialidad y la unión, probaré también que tengo la firmeza necesaria para castigar irremisiblemente a los obstinados y malévolos. Los buenos deberán mirarme como una padre; pero ¡ay de aquel que osare atentar contra la seguridad del estado! Las Leyes caerán sobre su existencia y yo seré el primero que pronuncie el terrible fallo.”

                    Pavorosa era la situación del tesoro público al encargarse Calleja del virreinato, y para proporcionarse recursos pidió al Consulado y a varios particulares un préstamo de un millón de pesos con el interés del 5 por 100. Reuniose la cantidad pedida, contribuyendo con ochocientos mil pesos el Consulado y algunos ricos comerciantes, y completando el millón las sumas que el cabildo y otras corporaciones eclesiásticas franquearon sin interés. Calleja, por su parte, suspendió temporalmente el pago de sobresueldos, abonos y gratificaciones que con distintos títulos recibían los empleados civiles y militares. Proponiéndose abrir en breve una vigorosa campaña y emplear en ella la mayor parte de las tropas, ordenó que los vecinos se armasen para la defensa de las poblaciones, y que en las haciendas se levantasen compañías que debían auxiliar también las operaciones del ejército; en la capital y demás ciudades importantes, mando hacer levas que se ejecutaron con extremado rigor.

                    Para conservar las principales ciudades y hacer frente a la tropas Independientes, disponía el gobierno virreinal de un gran número de batallones y escuadrones, que iban a ser movidos por una dirección mas inteligente que la del exvirey Venegas. Atento Calleja a los movimientos de Morelos y creyendo con toda razón que todo debía temerlo de un jefe tan audaz, modificó desde luego la posición de las tropas realistas para resistir cualquier ataque que intentase sobre México y Puebla.

                    En enero de 1813 Morelos, después de afirmar su reciente conquista de Oaxaca, se hallaba indeciso respecto al plan que debiera adoptar para sus operaciones sucesivas, aunque inclinándose a dirigir sus ataques por los rumbos de México y Puebla. Si indecisión, sin embargo, no duró muchos días, pues el 9 de febrero salió de Oaxaca con el propósito de proseguir por si mismo el sitio de Acapulco, único punto que en el dilatado litoral del Pacífico dominado por los Independientes se conservaba aun el poder de las armas del rey. Dejó en el mando de la ciudad a don Benito Rocha con mil hombres, y precedido de las divisiones de Matamoros y Galeana, llegó a Yanhuitlán a mediados del mes de febrero. El afán de poseer un puerto, a lo que daba gran importancia, explica en mucha parte su resolución de marchar contra Acapulco. Morelos escribía al intendente Ayala desde el pueblo de Yanhuitlán:

                    “ Es indispensable que tengamos cuanto antes un puerto, pues de su posesión obtendremos inmensas ventajas . . . Ya estamos en predicamento firme: Oaxaca es el pie de la conquista del reino. Acapulco es una de sus puertas, que debemos adquirir y cuidar como segunda después de Veracruz, pues aunque la tercera es San Blas, pero adquiridas las dos primeras, ríase V. S. de la tercera. . . . El Francés ya está en Cadiz, pero tan gastado que no se repone en dos años que nos faltan, y entonces ya lo esperaremos en Veracruz. El Inglés me escribe como proponiéndome que ayudará, si nos obligamos a pagarle los millones que le deben los gachupines comerciantes de México, Veracruz y Cadiz. El Anglo-americano me ha escrito a favor, pero me han interceptado los pliegos, y estoy al abrir comunicación con el y será puramente de comercio, a feria de grana y otros efectos por fusiles, pues no tenemos necesidad de obligar a la nación a pagar dependencias viejas, ilegítimamente contraídas y a favor de nuestros enemigos. Ya no estamos en aquel estado de aflicción, como cuando comisioné para los Estados Unidos al inglés David con Tavares, en cuyo apuro les cedía la provincia de Texas. . . .”

                    Dejando a la división de Matamoros en Yanhuitlán para que acudiese en caso necesario a la defensa de Oaxaca y, ordenando a don Miguel Bravo y a don Victor Bravo que marchasen hacia la margen izquierda del rio Mexcala con la misión de observar y defender en caso necesario el paso del rio, Morelos salió de aquel pueblo con el resto de su ejército el 23 de febrero de 1813. Por ásperos y apenas transitables caminos y sufriendo con entereza el hambre, la sed y los rigores del clima en la zona ardiente de la costa, marcharon los Independientes hacia Acapulco pasando sucesivamente por Tlaxiaco, Amuzgos, Ometepec, hacienda de San Marcos y la Sabana, llegando el 29 de marzo al campo a~~~~~~~~~do del Veladero, famoso por las hazañas de Morelos durante el primer asedio de Acapulco, y célebre por haber permanecido en el don Julian Avila sosteniendo por espacio de dos años el honor de las armas de la Independencia.

                    Pocos días bastaron a Morelos para prepararse al combate, y al amanecer del 6 de abril comenzó a hostilizar la plaza de Acapulco. Fuerte de dos mil hombres y algunas piezas de artillería era la división de Morelos, contando en ese número las tropas del brigadier Avila, que habían guarnecido hasta entonces el Veladero. En la plaza mandaba el coronel don Pedro Velez, mexicano de origen y militar rígido y severo, que había cerrado todas las avenidas con fuertes ~~~~~~~~~s, apoyando su principal defensa en el castillo de San Diego, que rodeado entonces de algunos bergantines y pequeñas embarcaciones armadas le ofrecia un asilo seguro en caso de ser desalojado de la población. Contestó con altivez a la intimación que le dirigieron los Independientes y se dispuso a rechazar el asalto. Estos, por su parte, dividieron sus tropas en tres columnas o secciones, mandando la primera Galeana, la segunda a las órdenes del teniente coronel don Felipe Gonzalez, y la tercera bajo la dirección del brigadier Avila.

                    Tras un embravecido combate Galeana tomó por asalto la fuerte posición de Casa Mata, en tanto que don Julián de Avila, después de una lucha sangrienta y obstinada, acampaba vencedor en la cumbre del cerro de La Mira. La pérdida de estas dos importantes posiciones obligó a los realistas a concentarse en la plaza, y desde el 7 hasta el 12 de abril se sucedieron sin interrupción impetuosos asaltos en que siempre quedaron triunfantes los sitiadores, no obstante el fuego de noventa piezas de artillería de que eran dueños los realistas en la plaza y el castillo. Perdido el valuarte del Hospital, en cuyo ataque fue herido en una pierna el brigadier Avila, y acometida por todos lados, la guarnición huyó desordenadamente al castillo, en las primeras horas de la noche del 12.
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                    • Re: Hace 200 años . . . . .

                      ..........
                      kabrakan
                      Forista Esmeralda
                      Last edited by kabrakan; 20-noviembre-2012, 10:11.
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                      • Re: Hace 200 años . . . . .

                        Entraron los vencedores en Acapulco, y si bien su triunfo no se empañó con la sangre de los prisioneros que cayeron en sus manos, quedó amenguado por el saqueo y la embriaguez a que se entregaron, sin que fueran bastantes a contenerlos el esfuerzo y rigor de Morelos, quien temía fundadamente un ataque de los realistas del Castillo de San Diego al saber el completo desorden que reinaba en la población.

                        Si la toma de Acapulco fue un hecho de armas notable, no puede menos que juzgarse temeraria la empresa acometida luego por Morelos de reducir un castillo que podía recibir toda clase de auxilios por la parte de mar, sin contar con embarcaciones que la bloqueasen, sin artillería gruesa de sitio, ni tropas a propósito para el asalto, ni material indispensable para tan ardua tarea y bajo el sol abrazador y el clima malsano de la costa. Solo la constancia, la firmeza y la fe de Morelos en el triunfo pudieron suplir la falta de tantos elementos y coronarle de nuevos laureles al cabo de cuatro meses de asedio, y cuya descripción haremos en el lugar y tiempo oportunos.

                        Mientras las tropas al mando inmediato de Morelos alcanzaban la brillante victoria de Acapulco, en los confines de México y Guatemala, obtenía Matamoros un triunfo completo sobre los realistas procedentes de aquella capitanía general. El gobernador superior de esta, don José Bustamante y Guerra, acogiendo favorablemente los propósitos de venganza de la familia de Gonzalez Sarabia, fusilado por orden de Morelos en Oaxaca, y las sugestiones del arzobispo don Ramón Casaus, que se había hecho célebre por su publicación del Anti-Hidaldo, organizó una expedición al mando del teniente coronel don Manuel Dambrirni, destinada a la reconquista de la ciudad de Oaxaca. Pasó este jefe la línea divisoria entre ambos reinos, y el 25 de febrero de 1813 atacó el pueblo de Niltepec, del que se apoderó después de una vigorosa resistencia, mandó fusilar inmediatamente a los veinticinco prisioneros que cayeron en sus manos. Matamoros que había quedado de observación en Yanhuitlán, no tardó en recibir aviso de este suceso, y sin pérdida de tiempo marchó a Oaxaca con un batallón del regimiento del Carmen, un escuadrón de dragones de San Pedro y parte de los regimientos de San Luis y San Ignacio.

                        Al frente de estas fuerzas salió en seguida Matamoros al encuentro de los realistas de Guatemala, quienes, al sentir la aproximación de aquel, abandonaron precipitadamente a Niltepec y retrocedieron por el camino que habían recorrido en su movimiento de avance. Siguioles de cerca el general Independiente y el 19 de abril (1813) logró alcanzarles en la inmediaciones de Tonalá. Obligados los de Dambrini a defenderse, tomaron posición en lo alto de unos ásperos acantilados que parecían inaccesibles. Casi todo el dia sostuvieron ambas divisiones un vivo tiroteo; a las cinco de la tarde ordenó el general de los Independientes que la formidable posición del enemigo fuese flanqueada por la izquierda, encomendando este atrevido movimiento a algunos granaderos del batallón del Carmen al mando del valiente capitán don Juan Rodríguez. Ejecutáronlo con intrepiez acribillando a los realistas por el flanco, mientras el regimiento de San Ignacio redoblaba su fuego por el frente y trepaba por las rocas arrostrando una lluvia de balas.

                        Desconcertáronse por completo los realistas y no tardaron en huir perseguidos en largo trecho por la caballería de Matamoros, quien fue herido, aunque levemente, en una pierna. Completa fue la victoria de este jefe, quedando en su poder, no solo el armamento y las municiones todas del enemigo, sino un rico convoy de cacao y añil que conducían algunos españoles con el propósito de vender en Oaxaca esos efectos. La entrada en esta ciudad del general vencedor, el 29 de mayo, fue celebrada con extraordinaria pompa por los habitantes y autoridades. Recibiole el ayuntamiento en el cercano pueblo de Santa María del Tule, y desde allí hasta la capital de la provincia fueron precedidos por las mazas municipales. Las calles estaban vistosamente adornadas, y en la catedral se cantó el Te-Deum con asistencia del esforzado Matamoros, que llevaba su uniforme de mariscal de campo.

                        Apenas supo Morelos el importante triunfo conquistado por su ilustre segundo, se apresuró a enviarle el nombramiento de teniente general, que le fue entregado solemnemente dos meses después de su feliz expedición por don Carlos María de Bustamante.

                        El orden cronológico de los sucesos exige que refiramos el que ocurrió en México en el mes de mayo de 1813, y que ligado con la historia de la Independencia llamó grandemente la atención de la sociedad. Doña Leona Vicario, joven de distinguida familia de la capital, vivía al lado de su tutor el abogado don Agustín Fernández de San Salvador, decidido partidario de la dominación española; pero ni esa circunstancia, ni la de estar ligada por su familia a la mas alta clase de la sociedad mexicana que se había declarado a favor del gobierno virreinal desde el principio de la guerra, habían ahogado en el corazón de aquella joven los sentimientos de patriotismo, aumentados con el tierno afecto que la unia a don Andrés Quintana Roo desde que este ilustre repúblico practicaba leyes con el abogado San Salvador. Refugiado Quintana Roo en el campamento de López Rayón, no tardó en establecerse activa correspondencia entre estos y doña Leona.

                        Gastando considerables sumas de su crecido caudal pudo esta joven enviar a Tlalpujahua recursos de varias clases y obreros que se ocupasen en fabricar y recomponer fusiles, y sabiendo que los agentes del gobierno virreinal habían interceptado algunas de sus cartas, y temiéndolo todo de las iras de Calleja, decidiose la animosa doña Leona a salir de la capital, y así lo hizo, en efecto, acompañada de algunas de sus criadas y ocultándose en un pueblo inmediato. Acudieron sus parientes a solicitar que volviese a su casa, y ella consintió después de que le aseguraron del arreglo de todo, a fin de que no sufriese ningún perjuicio. Sin embargo, al dia siguiente de su regreso, fue llevada, de orden del virey y en calidad de depósito, al colegio de Belem de las Mochas, y con instrucciones severas a la rectora, pues la joven cautiva no debía hablar con nadie. Abrióse el proceso, y desde las primeras declaraciones que se le tomaron, contestó con altiva entereza manifestando sus opiniones enteramente favorables a la revolución.

                        En tal estado las cosas, el 29 de mayo al anochecer se arrojaron tres hombres armados a la portería del colegio, el principal de los cuales, según después se supo, fue el teniente coronel Arróyave, uno de los electores del ayuntamiento; quedaron dos en guarda de la puerta, y Arróyave entró en el patio primero donde estaba la habitación de doña Leona; la sacó de ella, y saliendo a la calle con los otros dos hombres que habían quedado en la portería, la hizo poner sobre un caballo que llevaban a prevención, y montando ellos en los suyos, la escoltaron sacándola de la ciudad, y la llevaron a una casa en que permaneció oculta hasta que pudo salir con mas seguridad. Doña Leona pasó luego a Tlalpujahua donde casó con su amante, y el gobierno mandó confiscar sus bienes, declarándola traidora.

                        En el mismo mes de mayo, Calleja, en cumplimiento de la Constitución de Cadiz, se vió obligado a establecer el nuevo orden judicial. Viose, pues, la Audiencia reducida a solo las funciones judiciales, suprimió todos los tribunales especiales, con excepción del de Hacienda pública, del de Minería y el Consulado. Cayó también el Tribunal de la Inquisición establecido en México en el último tercio del siglo XVI.

                        Mientras tanto, en la vasta zona de guerra que dominaban los tres miembros de la antigua Junta de Zitácuaro, habían resultado inútiles las tentativas que el doctor Cos había hecho para reconciliar a López Rayón con sus colegas Berdusco y Liceaga.
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                        • Re: Hace 200 años . . . . .

                          Nuevas instancias dirigió el doctor Cos con fecha 10 de abril de 1813, pidiéndoles que se efectuase una junta, con el fin de llegar a un avenimiento entre los tres jefes disidentes. Pero, estando en tal estado las cosas, el brigadier don Ramón López Rayón propuso a su hermano don Ignacio ir a hablar con Liceaga, a quien esperaba reducir, y al efecto, le escribió una larga carta anunciándole su propósito. Púsose luego el marcha, saliendo de Tlalpujahua con dirección al Bajío, llevando cuatrocientos infantes, algunos caballos y catorce piezas de artillería. Pero Liceaga, que había contestado con arrogante altivez a la carta de López Rayón, sospechó que el aparato hostil con que este avanzaba no podía tener otro objeto que atacarlo o prenderlo, y esquivando por lo pronto un choque a que no estaba preparado, abandonó Salvatierra, que fue ocupada por López Rayón el 14 de abril.

                          Con grande actividad se dedicó este jefe a fortificar el puente que comunica ambas orillas del rio Grande, y no eran inútiles sus precauciones porque el teniente coronel realista Iturbide, que marchando de Morelia a Guanajuato con una división de mil hombres supo la aparición de la tropa Insurgente, no tardó en marchar a atacarla presentándose a la vista de Salvatierra el viernes 16 de abril. Pudo el jefe realista aplazar el combate para el dia siguiente; pero “queriendo santificar el dia con un ataque al enemigo”, como dice en su parte, cargó vigorosamente por el puente y por los vados de San Francisco y San José. Las columnas realistas que atacaron por estos dos últimos puntos fueron rechazadas con grandes pérdidas, e igual suerte tuvo la que al mando del mismo Iturbide asaltó el puente, defendido por López Rayón en persona. Pero volvieron a la carga los realistas y el jefe independiente Oviedo, que se hallaba situado en un cerro próximo, quiso tomar parte en el triunfo que parecía indefectible, y avanzando al frente de su pequeña sección, atacó a los de Iturbide y fue destrozado con considerables estragos.

                          La huida de Oviedo contagió a los demás batallones de Insurgentes que se pusieron en fuga, perseguidos por la caballería del jefe realista, quien se hacía dueño al mismo tiempo de toda la artillería de López Rayón y del pueblo de Salvatierra. Trescientos cincuenta muertos dijo Iturbide en su parte que tuvieron los Independientes, “miserables excomulgados que descendieron a los profundos abismos”, y setenta y cuatro prisioneros, de los que fusiló diez y seis. Por este hecho de armas obtuvo el grado de coronel del regimiento de infantería de Celaya, que se mandó restablecer, y la comandancia general de la provincia de Guanajuato.

                          Liceaga, que en los momentos del combate de Salvatierra se hallaba situado a tres leguas de distancia, en la hacienda de San Nicolás, no acudió al auxilio de López Rayón, a pesar del vivo fuego de fusil y de cañón que anunciaba la cercana batalla y de las instancias que le hacían los soldados para que los condujese al lado de sus hermanos.

                          Con las reliquias de su destrozada tropa se retiró don Ramón López Rayón al puerto de Ferrer, y cinco días después, el 21 de abril de 1813, entraba en Tlalpujahua resuelto a recobrar mayores fuerzas para salir de nuevo en campaña, pero lejos de poder realizar su intento halló en grande agitación y movimiento los campamentos del Gallo y Tlalpujahua, y a sus defensores apercibiéndose a resistir el ataque que, según noticias seguras, les preparaba una división realista al mando de Castillo y Bustamante. Asi era, en efecto: seguro Calleja de que Morelos no podía por entonces amagar a México y Puebla, creyó que era llegada la ocasión de emprender con probabilidad de éxito el ataque simultaneo de Tlalpujahua y del rumbo de Huichapam, destinando para el primero a la división de Toluca, y para el segundo la sección que tenia estacionada en Tula al mando del coronel Cristobal Ordoñez.

                          En consecuencia de esta combinación, salió Castillo y Bustamante de Toluca el 27 de abril con una división de mas de mil hombres de todas las armas, y después de varios días de marcha difícil y penosa por las continuas lluvias, acampó el 2 de mayo a la vista del cerro del Gallo, fortificado por los Insurgentes con siete baluartes comunicados entre si por gruesos parapetos, y cuya defensa se confió a don Ramón López Rayón, pues su hermano don Ignacio, cediendo a los ruegos de sus subordinados, se retiró con una pequeña escolta a los cerros inmediatos.

                          El coronel realista Castillo, después de situar sus baterías en el cerro de los Remedios, rompió sus fuegos el 7 de mayo sobre el campamento de El Gallo, y aunque en ese dia y los siguientes intentó varios asalto, todos fueron rechazados con vigor. Pudo, sin embargo, situar una batería por el lado del Sur, y con ella impidió a los sitiados proveerse del agua en un arroyo, viéndose estos reducidos a beber la de una mina derrumbada en la que habían sido arrojados varios cadáveres de los combates anteriores, determinando este hecho la evacuación del fortificado campamento.

                          Una terrible explosión que conmovió todos aquellos contornos en las primeras horas del 12 de mayo anunció a los realistas que algún suceso extraordinario ocurría en el campo del enemigo. Don Ramón López Rayón, conociendo que sin agua no era posible sostenerse, abadonó, en efecto, el cerro del Gallo durante la noche anterior dejando una pequeña fuerza encargada de incendiar el parque. No tardaron mucho las tropas del rey en ocupar el campamento, la población de Tlalpujahua y el cerro de Nadó, apoderándose de toda la artillería, fusiles, municiones y talleres para la fabricación de armas que los Independientes habían aglomerado en todas esas posiciones.
                          Entre tanto don Ramón López Rayón marchaba a Zitácuaro con el propósito de hacerse fuerte en aquella comarca, pero no hallando la acogida que de los habitantes esperaba, dirigiose al Bajio, cuyo mando militar acababa de confiarle su hermano; y este, seguido de algunos batallones y habiendo logrado aprehender a su antiguo colega en el gobierno don José María Liceaga, pasó sucesivamente por Laureles, Tiripitio y Nucupétaro, y llegó a Puruarán el 22 de junio, donde estableció por entonces su cuartel general.

                          Igualmente feliz para los realistas fue la expedición dirigida contra Huichapam y Zimapán, donde dominaban como siempre los temibles Villagrán. Por orden de Calleja se había formado en Tula una división al mando del jefe de batallón Lovera, don Pedro Monsalve: aparte de este magnífico cuerpo de línea, tuvo bajo su dirección los batallones de Patriotas de San Juan del Rio, Tula y Tlahuelilpan; la sección de Ixmiquilpan al mando del infame Casasola; y la tropa de caballería que con el capitán Anastasio Bustamante a la cabeza, custodiaba los convoyes que iban y venían entre México y Querétaro. Con todas estas tropas se presentó Monsalve el 3 de mayo de 1813 ante Huichapam e intimó rendición a los defensores ofreciéndoles indulto.

                          Chito Villagrán mandaba en la plaza y contestó con desabrimiento a los realistas, por lo cual estos comenzaron el ataque: las bocacalles de Huichapam estaban defendidas por fuertes t r i n c h e r a s, y hacia el sudoeste del pueblo se alzaba un artillado fortín encomendado al mayor de la plaza, Villanueva. Fue el combate tenaz y sangriento, durando todo el dia 3, sin que los asaltantes obtuviesen notable ventaja; pero a la mañana siguiente los granaderos de Lovera entraron hasta la plaza horadando las casas, y los Insurgentes, refugiados en las torres de la parroquia, se vieron obligados a rendirse después de una desesperada resistencia; huyeron Villagrán y Villanuena montados en veloces caballos, pero fueron aprehendidos cerca del pueblo; el segundo murió inmediatamente pasado por las armas, y al primero se le conservó algunos días la vida con el intento de reducir a su padre, a quien escribió aquel una carta excitándole a que se sometiese, pero como contestara don Julian Villagrán negativamente, su hijo fue fusilado por los realistas el 14 de mayo.
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                          • Re: Hace 200 años . . . . .

                            Tomada Huichapan por Monsalve dispúsose marchar contra Zimapan; asumió el mando en jefe de la división realista el coronel don Cristobal Ordoñez, quien salió el 30 de mayo contra las posiciones defendidas por don Julian Villagrán. Extendía este su dominación sobre una vasta comarca que llegaba hasta la Huasteca; la división realista forzó fácilmente la barranca de los Aljibes, persoguiendo a los Independientes que la defendían hasta la hacienda de Sigais; al dia siguiente, 31 de mayo, entró en Zimapan, abandonada por los Insurgentes, que se concentraron en el campamento de San Juan; siguioles hasta allí el teniente coronel Monsalve con su batallón de Lovera, y tras una corta refriega quedó dueño de las posiciones enemigas, donde halló treinta cañones de diversos calibres y una inmensa cantidad de víveres. Don Julián Villagrán, acompañado de muy pocos, se retiró a la hacienda de San Juan Amajac, donde fue entregado por uno de los suyos en la madrugada del 13 de junio al realista Casasola. Ocho días después este bravo y cruel guerrillero y veintidós de sus compañeros fueron pasados por las armas en la hacienda de Gilitla.

                            La caída y muerte de los Villagrán produjeron naturalmente gran desaliento entre los defensores de la Independencia que no habían soltado las armas de la mano en aquella parte de la intendencia de México desde los últimos meses de 1810. Acogiéronse muchos de ellos al indulto, y hubo algunos que prometieron servir en las filas realistas.

                            Quedaba por reducir Osorno, quien dueño de Zacatlán desde muchos meses atrás, inspiraba constante alarma a los realistas de Puebla. En diciembre de 1812 don Carlos María de Bustamante, elector nombrado en la capital y perseguido por Venegas llegó a Zacatlán en compañía del padre Lozano y se ocupó desde luego en organizar nuevas fuerzas, disponer la fundición de cañones y elaboración de parque, y ayudar eficazmente al brigadier Osorno. Este recibió aviso en los primeros días del año 1813, de que el capitán don Diego Rubín de Celis saldría en breve de Puebla con el objeto de atacarlo, y queriendo prevenirle, marchó a su encuentro hasta la hacienda de Mimiahuapán donde acababa de llegar el jefe realista.Las tropas de Rubín se dejaron engañar por una falsa retirada de la caballería de Osorno, que volviendo sobre sus pasos cargó sobre ellas con furia obligándolas a encerrarse en el caserio de la hacienda. Con gran trabajo pudo escapar el capitán Rubín seguido de muy pocos, y Osorno, sin empeñarse en perseguirlos, regresó a Zacatlán el 9 de enero de 1813, donde le esperaba una fuerza de mil caballos que mandó disolver, a reserva de llamarla en caso necesario.

                            Osorno seguro de todo ataque por algún tiempo, y deseoso de vengar viejos resentimientos, emprendió su marcha contra Zacapoaxtla, pueblo muy adicto a la causa del rey, y cuyos habitantes hicieron una vigorosa defensa el 28 de abril, obligando a Osorno y los suyos a regresar sin palmas ni trofeos a Zacatlán. Pocos días después de este descalabro, don Carlos Maria de Bustamante, desesperado de introducir orden y disciplina en las tropas de Osorno, marchó a unirse con los de Oaxaca.

                            Esta desgraciada campaña alentó al conde de Castro Terreño, gobernador militar de Puebla a marchar en persona contra Zacatlán al frente de todos los batallones que a la sazón se hallaban en aquella ciudad. Salió la expedición de Puebla el 15 de mayo y pasando por Tlaxcala llegó a Zacatlán el 19. Osorno se había retirado anticipadamente a los montes cercanos cuidando de ocultar su artillería en el pueblo de Tomatlán, la cual mandó recoger Castro Terreño y ordenó que el batallón de Guanajuato destruyese el fortín de San Miguel, la maestranza y la fundición, que a costa de tanto trabajo habían construido don Vicente Beristain y, luego don Carlos María de Bustamante. No fue larga la permanencia del general realista en Zacatlán, pues el 22 de mayo regresó a Puebla batiendo a su paso algunas guerrillas Independientes que intentaron molestar su marcha cerca de Huamantla.

                            Poco tardó Osorno en volver a ocupar sus posiciones de Zacatlán y en continuar sus correrías por los llanos de Apam. Para reprimirlas destinó el virey a un capitán de los lanceros de San Luis llamdo don Franciso de Salceda, quien persiguió con tenacidad a algunos de los tenientes de Osorno, y especialmente a Serrano y a Gomez; ocupado en esta tarea, encontró el 21 de julio de 1813 cerca de Calpulalpam a la guerrilla de don Eugenio Montaño, con la que sostuvo reñidísimo choque logrando al cabo desbaratarla en completa dispersión. Seguido Montaño por los lanceros de San Luis fue alcanzado a la orilla de un pequeño arroyo que su brioso caballo se resistió a pasar, y diéronle muerte en aquel sitio; su cabeza fue llevada a Otumba, lugar de su residencia, y su brazo derecho a San Juan Teotihuacán, por cuyas inmediaciones había hecho frecuentes correrías.

                            Fue vengador de Montaño el jefe Independiente don Miguel Inclán que, al frente de una fuerza considerable púsose en seguimiento de Salceda y el 6 de agosto le dio alcance en la hacienda de Malpais; resistió bravamente el capitán realista pero se vió obligado a retroceder hasta Tepetates, en cuyo punto fue envuelto y destrozado al dia siguiente, pereciendo con casi todos sus soldados. Su cabeza fue colocada en Zacatlán en venganza de lo que poco antes había hecho con el valiente Montaño.

                            Sintió sobremanera el virey Calleja esta derrota y la muerte de Salceda, a quien tenía grande estimación, y deseoso de reparar tamaño descalabro, ordenó al jefe realista don Carlos Llorente de guarnición en Apam que avanzase contra Zacatlán, aumentando para ellos sus tropas con varios destacamentos sacados de los batallones expedicionarios de Zamora, Asturias, y Fernando VII. A pesar de la estación lluviosa, que estaba entonces en su mayor fuerza, marchó la división realista hacia el Norte de la intendencia de Puebla, presentándose a la vista de Zacatlán el 23 de agosto de 1813. Abandonado el pueblo por los Independientes ocupolo sin dificultad Llorente, y después de destruir el fortín de San Miguel y de retirar la cabeza de Salceda del lugar en que la había hecho poner Osorno, siguió a este, que retirándose a la hacienda de Atlamajac, se hizo fuerte en las eminencias llamadas las Mesas. Empeñose allí una porfiada y sangrienta refriega, en la que tuvo Llorente once muertos y mayor número de heridos, por lo que se vió forzado a retirarse primeramente a San Agustín Tlaxco, y luego a Apam, de donde había salido.

                            Mientras que las armas de los Independientes sufrían esa serie de reveses y el virey Celleja lograba destruir el campamento del Gallo, aniquilar a los Villagrán y tener a raya al impetuoso Osorno, Morelos sitiaba el castillo de San Diego en Acapulco.
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                            • Re: Hace 200 años . . . . .

                              Pasada la embriaguez de la victoria de las tropas de Morelos, sus bravos soldados se aprestaron a las nuevas y fatigosas lides que exigía el sitio de la fortaleza de San Diego, de cuya adquisición hacía depender Morelos los resultados de su reciente campaña. Este repartió convenientemente las tropas de su división en las casas de Acapulco, sin que le fuese posible guarcerlas del incesante fuego de artillería que vomitaba el castillo, y que expuso al mismo general a perder la vida, pues una bala de cañón que entró en la casa que habitaba arrebató de su lado a su ayudante don Felipe Hernández, quedando Morelos cubierto de la sangre de este oficial.

                              Para defender a sus soldados de los rayos abrazadores del sol, mandó construir enramadas en todos los puntos que era preciso cubrir y teniendo noticia de que los sitiados tomaban agua de dos veneros que manaban en los Hornos, dispuso que se levantase en este sitio un baluarte cuya guardia confió a don Hermenegildo Galeana, y para reducir al enemigo trazó una línea de contravalación que partía de la garita de México y terminaba en la punta de Icacos, pasando por el cerro de la Iguanas, Casa-mata, la Candelaria y el cerro del Grifo.

                              Sin artillería de abatir, contestaba a los gruesos cañones de la fortaleza con las culebrinas que abandonaron los realistas en el fortín del Hospital; dispuso la construcción de un camino cubierto que partiendo de San José atravesaba la plaza yendo a terminar cerca del castillo, y mandó preparar una mina que hiciera volar parte de las murallas, a cuyo efecto ordenó que se enviase de Oaxaca el necesario material. Pero estrechado por la escasez de víveres y por la peste que se había declarado en su campo, celebró una junta de guerra para resolver lo que en tales circunstancias convenía hacer, en la que propuso el teniente coronel Irigaray, como único medio de obligar al castillo a rendirse, la ocupación de la isla Roqueta, para privarlo de los auxilios que de ella recibía. En efecto, situada esta a dos leguas de la costa y defendida por una compañía de infantería al mando del oficial Ruvido, varias embarcaciones pequeñas y la goleta Guadalupe suministraban víveres en abundancia a los defensores de la fortaleza.

                              Adoptada la opinión de Irigaray, confióse al joven coronel don Pablo Galeana la misión de apoderarse de la Roqueta. Esta atrevida empresa, apoyada por don Hermenegildo Galeana con dos piezas de artillería situadas en la Calera, se llevó a cabo durante la noche del 9 de junio de 1813. Acompañado Pablo Galeana de su segundo el teniente coronel don Isidro Montes de Oca, del capitán Montoro y de ochenta soldados, pudo hacer cuatro viajes consecutivos sin ser sentido, transportando a su pequeña tropa en una canoa; reunidos todos en un sitio de la Roqueta en que un muro de ásperos peñascos se alzaba escarpado sobre las olas, preciso era que trepasen por allí o que renunciasen al asalto, pues que la vigilancia de la guarnición, por la parte accesible de la isla, no prometía éxito favorable a los Independientes. Ayudándose unos a otros, y a costa de inmensos esfuerzos, pudieron Galeana y siete de los suyos subir por aquella elevada muralla de granito.

                              Este grupo de valientes rompió fuego sobre la guarnición, mientras los demás asaltantes, dando vuelta rápidamente desembarcaban por el lado opuesto, de mas fácil acceso, y acometían con ímpetu a la guarnición. El estupor causado por la sorpresa completó la derrota de los realistas, y sin orden ni concierto huyeron a sus embarcaciones con la intención de retirarse al castillo, pero no les dio tiempo para ello el arrojado Galeana, y gran número de prisioneros, tres cañones, parque y armamento, la goleta Guadalupe, once canoas, y sobre todo la adquisición de la Roqueta, fueron el fruto de este audacísimo asalto.

                              A poco de haber sucumbido la Roqueta se presentó a la vista el bergantín San Carlos, enviado de San Blas por el general Cruz con socorro de víveres, y aunque Galeana intentó atacarlo la noche del 9 de julio con dos canoas, pudieron los de a bordo rechazarlo con pérdida, tornando el bergantín a San Blas después de cumplida su misión. Los del castillo estaban, sin embargo, sujetos a duras privaciones, pues carecían de carne y de leña, habiendo tenido que suplir esta quemando todos los trastos inútiles, los cuales, consumidos, se estaba ya en el caso de tener que alimentar el fuego con las puertas interiores; las enfermedades se habían aumentado y no quedaba en pie mas que la gente precisa para el servicio. De todos estos pormenores fue informado Morelos por un tal Liquidano que durante la noche del 17 de agosto de 1813 pudo fugarse del castillo y llegar al campamento de los Independientes.

                              Aprovechó Morelos estos informes, e inmediatamente dispuso hacer el último esfuerzo para obligar a los del castillo a que rindiesen las armas. El mismo general refiere la operación que mandó ejecutar, en el siguiente oficio dirigido a don Benito Rocha Pardiñas, gobernador militar de Oaxaca:

                              “Estando al concluir la mina para volar el castillo, me acordé por sétima vez de la humanidad y caridad del prójimo. Sabía que en la fortaleza se encerraban mas de diez inocentes. . . . Quise mas bien arriesgar mi tropa que ver la desolación de inocentes y culpables. . . . El 17 de agosto en la noche determiné que el señor mariscal don Hermenegildo Galeana, con una corta división, ciñera el sitio hasta el foso por el lado de los Hornos, a la derecha del castillo; y al siempre valeroso teniente coronel don Felipe González, por la izquierda, venciendo este los grandísimos obstáculos de profundos voladeros que caen al mar, rasando al pie de la muralla y dominado del fusil y granadas que le disparaban en algún número. Superose todo, no obstante la oscuridad de la noche, y a pesar de que el señor mariscal pasó por los Hornos dominado del cañón y de todos los fuegos, sin mas muralla que su cuerpo, hasta encontrarse el uno con el otro, y sin mas novedad que un capitán y un soldado heridos de bala se fusil.”

                              Esta osada demostración espantó a los realistas y los decidió a pedir parlamento. Dos días después se ajustó entre Morelos y el coronel don Pedro Velez una capitulación bastante honrosa para los realistas, y en su virtud las llaves de la fortaleza fueron entregadas por aquel jefe al mariscal Galeana el 20 de agosto de 1813, expresando las siguientes palabras:

                              “Señor excelentísimo: tengo el honor de poner en manos de V. E. este bastón con el que he gobernado esta fortaleza, sintiendo en mi corazón que para su conquista haya sido preciso derramar tanta sangre". –A lo que Morelos respondió: Por mi no se ha derramado ni una gota; - lo cual era absolutamente cierto, pues los fuegos de los Independientes no habían causado la muerte de uno solo de los defensores de la fortaleza, protegidos como lo estuvieron por sus sólidas murallas.

                              Terminada la entrega del castillo de San Diego, Morelos se sentó a la mesa acompañándole muchos de sus oficiales y casi todos los jefes que acababan de capitular, y notando la tristeza que estos últimos mostraban, brindó por España, añadiendo: ¡Viva España, pero hermana y no dominadora de América”.
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                              Last edited by kabrakan; 09-diciembre-2012, 23:33.
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                              • Re: Hace 200 años . . . . .

                                Seis meses duró la campaña de Morelos en Acapulco, tiempo que fue hábilmente aprovechado por Calleja y aglomeró sus fuerzas a las orillas del Mexcala; la división realista mandada por el brigadier Moreno Daoiz avanzó hasta Tepecuacuilco, donde estableció su cuartel general, y las partidas que de ella dependían extendieron sus excursiones hasta la margen izquierda del Mezcala. Ocupado Morelos en el asedio del Castillo de San Diego, pudieron las tropas virreinales avanzar hacia el sur, aunque fueron escarmentadas por el teniente coronel don Vicente Guerrero en Cuautepec, y por el coronel don Manuel de Mier y Terán en Juchatengo, los días 1º. de julio y 17 de agosto de 1813, respectivamente. Mas felices los realistas en el ataque que emprendieron contra Piaxtla el 20 de agosto, lograron destrozar completamente al regimiento de San Lorenzo, de la brillante división de Matamoros, mandado por el teniente coronel Ojeda, quien sucumbió como bueno en el campo de batalla.

                                La toma de la fortaleza de San Diego y la ocupación del puerto de Acapulco no compensaban, pues, las pérdidas que sufrieron en otros rumbos las armas de la Independencia, y la misma comarca del Sur, limpia de realistas algunos meses antes, se hallaba en parte considerable invadida por los soldados del rey. Morelos, después de su victoria, se trasladó a Chilpancingo en los primeros días del mes de setiembre. Mientras tanto, en la provincia de Veracruz, el magnánimo Bravo había sostenido vigorosa campaña durante el primer semenstre de 1813. Después de estorbar por muchos días la marcha del convoy que conducía Olazabal, en enero y febrero de aquel mismo año, abandonó sus posiciones del Puente del Rey, sobre el camino de Veracruz a México, y se dirigió a Tlalixcoyam donde se apercibió al asalto que se proponía dar al puerto de Alvarado.

                                Estando acampado en el pueblo de Tlalixcoyan, - dice el mismo caudillo -, dispuse salir con cuatrocientos infantes y doscientos caballos para tomar por asalto el puerto de Alvarado: marché en 28 de abril de 1813: dormí en la hacienda de Xoluca de los padres Belemitas de Veracruz: seguí mi marcha en la mañana del 29, haciendo alto en el Mosquitero para seguir adelante durante la noche: toda ella caminé, y no logré el asalto por haber llegado al amanecer a dicho puerto, donde fui descubierto; no obstante, mi tropa avanzó con intrepidez, forzó la t r i n c h e r a del enemigo, pero un gran foso con su estacada, que tenía al pie, no permitió tomarla. Alli resistimos un fuego vivo por espacio de tres horas, que nos obligó a retirar con pérdida de veinticinco hombres y varios heridos. Mandaba el trozo de mi caballería don Pascual Machorro, pero esta arma nada pudo obrar, porque no lo permitia el terreno.” El jefe de los realistas que guarnecía el puerto era el teniente de navío don Gonzalo de Ulloa.

                                Bravo se retiró a San Juan Coscomatepec, pueblo situado al norte de Orizaba y del camino carretero que liga a Veracruz con México. En esa posición, fuerte por la naturaleza y por las obras de defensa que levantó, amenazaba a las villas de Orizaba y Córdoba, y era el amago constante de los convoyes que bajaban al puerto, o marchaban hacia la capital. Era, pues, de grande necesidad para los realistas desalojarle de aquel punto, y en efecto, el conde de Castro Terreño ordenó en el mes de julio al comandante de Orizaba, don José Antonio Andrade, que atacase a los Independientes en Coscomatepec. Organizóse en aquella villa una fuerza de quinientos hombres cuyo mando se dio al teniente coronel don Antonio Conti, y el 28 de julio este jefe realista se presentaba a la vista de las posiciones defendidas por Bravo.

                                La relación de este combate ha sido trasmitida a la historia por el generoso caudillo de la Independencia:

                                “Me hallaba en Coscomatepec con cuatrocientos cincuenta hombres cuando se me presentó Conti: atacome después de haber caído un fuerte aguacero, y lo hizo con tanta rapidez que llegó a la bayoneta: mis soldados se defendieron con los fusiles dándoles de garrotazos a los suyos, y aun les echaron lodo en la cara. Logré rechazarlos en menos de media hora, y me dejaron porción de muertos. Hecho este ataque brusco todavía quedaron detrás de las paredes del pueblo y de los árboles, de modo que continuó la acción hasta las tres de la tarde que se retiraron. Cargó entonces una de mis partidas sobre ellos, y con la obscuridad de la noche, dispersos por aquel barreal, se les tomaron varios fusiles, principalmente de los muertos que dejaron, con mas, dos cargas de parque que me vinieron muy bien: por fin, entraron en la villa al dia siguiente bien escarmentados.”

                                En este encuentro desertó de la plaza de Coscomatepec un artillero de marina llamado Andrés López, quien pasándose a las filas de Conti dio municiosos detalles respecto a las fortificaciones de los Independientes, sirviendo estos informes de poderoso estímulo al conde de Castro Terreros para ordenar que se estableciese sitio formal a Coscomatepec, como en efecto se formó mes y medio después del desgraciado asalto de Conti.

                                Tócanos ahora decir lo que había ocurrido en la Provincias Internas de Oriente, vasta región que comprendiendo a Texas, Coahuila y Nuevo Santander, recibió este nombre al ser segregada, para su administración militar y política de las antiguas Provincias Internas de Occidente.
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