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Hace 200 años . . . . .

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  • Re: Hace 200 años . . . . .

    . . . .El incansable guerrillero Albino García, saliendo de sus guaridas de Valle de Santiago y Salvatierra, aparecía en la cumbre del cerro de San Miguel que domina Guanajuato por el rumbo del Sur. Desde las primeras horas del 26 de noviembre de 1811, las fuerzas de Albino García empezaron a dirigir vivísimo fuego de cañón y fusilería sobre la ciudad, sin causar mucho daño, tanto por la distancia a que esta se halla de la cumbre de San Miguel como por la torpe puntería de los asaltantes.

    Pocos eran los defensores de Guanajuato mandados por el conde de Pérez Gálvez, quien por primera vez se hallaba en una acción de guerra; intentaron, sin embargo, atacar por la espalda la posición del enemigo, subiendo para ello una columna por el sendero estrecho y pendiente que con el nombre de Espinazo empieza en el barrio del Venado y termina en la cumbre del cerro San Miguel; pero fueron muertos su jefe el capitán español Riva y muchos de los que la formaban, y los que salieron ilesos se concentraron precipitadamente en la plaza. Descendieron entonces en ruidoso tropel los Insurgentes ocupando parte de la ciudad, y con un cañón que colocaron en la plazuela de San Diego rompieron el fuego contra las t.r.i.n.c.h.e.r.a.s realistas que sostuvieron con valor tan impetuosa acometida.

    Por un momento creyeron los pobladores de Guanajuato que la ciudad iba a caer irremisiblemente en poder de los Independientes; pero animando a los defensores el español Argonz púsose al frente de los mas esforzados, y echándose con arrojo sobre el cañón situado en la plazuela logró apoderarse de él y tornarlo contra los asaltantes. Un repique a vuelo en la parroquia celebró triunfo tan inesperado y desconcertó a los soldados de Albino que mas perdieron ánimo al saber que algunas tropas realistas, procedentes de León y Silao, dejábanse ver en aquellos momentos por el camino de este último punto. El temido guerrillero resolvió desde luego retirarse, y así lo hizo con desordenada precipitación dirigiéndose a la hacienda de las Cuevas. A poco rato llegó el refuerzo esperado de Leon y Silao, pero habiendo manifestado los jefes de aquellas fuerzas la intención de retirarse, recelosos de que Albino se dirigiese a aquellos puntos, fue grande la inquietud de los vecinos de Guanajuato, que por su lado temían que volviese y todos se disponían a abandonar la ciudad. ¡Tanto era el terror que inspiraba el manco Garcia en aquella provincia!

    Los pueblos de San Miguel, Dolores, y San Felipe fueron saqueados por las partidas de Albino García, al igual que otros muchos lugares de la rica Intendencia que cayeron en manos de los Independientes, realizándose por completo los temores que abrigó siempre Calleja y que le hicieron retardar su marcha sobre Zitácuaro, a pesar de las órdenes reiteradas de Venagas. En los últimos días de noviembre llegó a Acámbaro el general Calleja, situándose en seguida en San Felipe del Obraje, donde se detuvo parte de diciembre de 1811, en espera de los obuses y municiones que debía recibir de la capital del virreinato, y para dar tiempo al movimiento combinado de las tropas de Porlier, que procedente de Toluca debía concurrir al ataque de Zitácuaro.

    Justo es que consignemos en este lugar un hecho histórico que ha perpetuado con legítimo orgullo el pueblo de la antigua Valladolid. Alzábase en la plazuela de Las Ánimas de esta ciudad una vieja iglesia destinada a principios del siglo para reclusión de señoras; la esposa del jefe Independiente Villalongín, perseguida por el gobierno español, fue encerrada en esa reclusión con la mira de obligar de este modo a su marido a que depusiese las armas. Lejos de que el jefe ya mencionado desistiese con este atentado de sus patrióticos propósitos, y aprovechando la ausencia de Trujillo, quien se había dirigido a Acámbaro a hablar con Calleja, se presentó un día en las puertas de Valladolid acompañado de una pequeña fuerza, entró en la ciudad a despecho de la guarnición realista, llegó a la plazuela de Las Ánimas y extrajo de la reclusión a su esposa con gran sorpresa de los guardias y de la ciudad entera. Salió acto continuo de la población y permaneció todo el día a la vista de ella, sin que se atreviesen a atacarlo. Con razón el ayuntamiento de la antigua Valladolid, en 1868, mandó que en memoria de hecho tan insigne, la vieja plazuela de Las Ánimas se llamase en lo de adelante de Villalongín.

    Preciso es que ahora consignemos los principales hechos de guerra que acontecieron en otros rumbos del vasto virreinato en los últimos meses de 1811 . . . . .
    Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
    Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

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    • Re: Hace 200 años . . . . .

      . . . . La Nueva Galicia se había mantenido quieta bajo el ferreo despotismo de Cruz; destruidas por el jefe español don Miguel de la Mora las máquinas establecidas por los Insurgentes en Coalcomán para fundir cañones, y aniquiladas por el pérfido Villaescusa en el extremo opuesto de la vasta intendencia las guerrillas que ocupaban Acaponeta, la insurrección parecía ahogada allí en la sangre que derramaron a porfía los jefes enviados por el gobierno virreinal. Querétaro gemía bajo el dominio de don Fernando Romero Martinez y don Indefonso de la Torre, ambos españoles; cuéntase del segundo que en una de sus expediciones se apoderó del cerro del Moro, no distante de San Juan del Rio, en cuyo sitio se habían refugiado muchas familias de Insurgentes de los pueblos inmediatos, en las cuales mandó hacer horrenda carnicería sin distinción de sexo ni edad. Y sin embargo de estas sangientas correrías, el territorio de Querétaro continuaba henchido de partidas que se comunicaban con las de Guanajuato, Michoacán y la Huasteca, y especialmente con las de Villagrán por el lado de Huichapan.

      Don José Manuel Correa, antiguo cura de Nopala, y que había recibido de la Junta de Zitácuaro el grado de brigadier, atacaba los convoyes en el camino de Querétaro a la capital y destrozaba a las tropas realistas en Villa del Carbón mandadas por el capitán Columna. A fines de noviembre, todas las guerrillas asaltaban Calpulalpan y ponían en grande aprieto al coronel realista Andrade. En el distrito de Tampico y la zona de la alborotada Huasteca operaba el coronel realista Arredondo, quien, dividiendo su fuerza en dos secciones, contenía a duras penas a las partidas Insurgentes del indio Rafael Bisueta y del padre Franco que no daban punto de reposo a las tropas del virey. Comunicábanse con estas guerrillas las que desde agosto de 1811 se habían alzado en la vasta región conocida con el nombre de los Llanos de Apam y que se extiende hacia el norte de México y Tlaxcala. Púsose a su cabeza don Juan Francisco Osorno, hombre de turbios antecedentes, a quien la Junta de Zitácuaro concedió desde luego el grado de mariscal de campo. Algunos días después se presentó en aquella región don Mariano Aldama, procedente de la sierra de Querétaro.

      Unidos Osorno y Aldama extendieron sus correrías hasta la sierra de la intendencia de Puebla, logrando encender la revolución en una considerable extensión del territorio y haciendo sentir su arrojo y su valor por donde quiera que hallaban alguna fuerza realista. Forzoso fue la virrey apercibirse contra estos nuevos y terribles campeones, y en los primeros días de setiembre hizo salir de México una fuerte sección de tropas de marina y voluntarios de Cataluña a las órdenes del capitán de fragata Ciriaco del Llano, y dirigiose a los Llanos de Apam en busca de Osorno y Aldama, pero estos, noticiosos de la salida de los realistas, vinieron a su encuentro trabándose ruda pelea en la hacienda de San Cristobal, de la que resultaron sesibles pérdidas para las tropas realistas, no obstante que los Independientes se vieron forzados a retirarse. Ciriaco del Llano asentó su cuartel en el mismo pueblo de Apam, desde el cual hacía frecuentes salidas en persecución de los contrarios, que, movíanse dese Tulancingo hasta Zacapoaxtla, y tan pronto amenazaban a Calpulalpan como se aparecián temibles y temidos a las puertas de Tlaxcala.

      La rica Oaxaca había permanecido quieta hasta entonces. En los albores del levantamiento insurreccional aparecieron en aquella apartada provincia dos comisionados de Hidalgo llamados Lopez y Armenta que llevaban el propósito de extender y propagar la revolución; pero descubiertos y condenados a la pena capital, sellaron con su sangre la mas justa de las causas. Mas tarde los jóvenes Tinoco y Palacios sufrieron la misma suerte por haber intentado una conspiración a favor de la Independencia. Al principiar noviembre , un vecino de Tlataltepec llamado Antonio Valdés, puso en movimiento a los indios de Jamiltepec, pero cayeron sobre los insurrectos las tropas realistas al mando del teniente coronel Ortiz de Zárate y del capitán Caldelas, quienes ahogaron en sangre el levantaminto y quemaron las casas de los indios que habían alzado el grito de la Independencia.

      Debemos ahora ocuparnos de los movimientos del ilustre Morelos, cuyas hazañas cierran esplendorosamente el año de 1811, tan fecundo en lágrimas y sangre. Hemos dejado a este denodado campeón de la causa nacional ocupado en organizar sus fuerzas en Chilapa. Después de crear la nueva provincia de Tecpam dando a este lugar el título de ciudad, y de atender otros mil pormenores, salió el valiente general de Chilapa hacia los primeros días de noviembre, dirigiéndose a Tlapa, donde entró sin resistencia; desde allí destacó una partida a las órdenes de don Valerio Trujano a ocupar el pueblo de Silacayoapam, donde había un destacamento de tropas del rey que fue fácilmente derrotado. Sabedor que en Chiautla (sur de la intendencia de Puebla) estaba situado el español don Mateo Musitu con ánimo de defenderse a todo trance, resolvió marchar en los primeros días de diciembre contra este punto, de cuya posesión se prometía considerables ventajas.

      Morelos, al efecto, dividió su pequeño ejército en tres divisiones, dando el mando de la primera a Galeana y el de la segunda a don Miguel Bravo, previniéndoles que se dirigiesen por Huitzuco hacia el Plan de Amilpas, mientras el, a la cabeza de la tercera formada por ochocientos indios flecheros y dos compañías de su escolta, marchaban rápidamente contra Chiautla. El jefe de la plaza, Musitu, que era rico propietario en aquellos contornos, apenas supo que iba a ser atacado se aprestó a una vigorosa defensa; tenía cuatro cañones, a uno de los cuales le dio el nombre de Mata-Morelos, y con ellos y los elementos todos de guerra que pudo allegar se fortificó en el convento de San Agustín. Apenas se presentó Morelos el 4 de diciembre de 1811, comenzó el ataque contra el edificio ocupado por los realistas, quienes hicieron una salida, pero pronto se vieron forzados a refugiarse tras los muros del viejo convento. Hasta allí los siguió el jefe Independiente trabándose terrible y encarnizado combate en el interior de la improvisada fortaleza. Derrotados los defensores en el patio y corredores bajos, tomaron posición en la escalera y desde allí sostuvieron un mortífero fuego que diezmaba las masas de los asaltantes; al fin, haciendo estos un furioso empuje, forzaron los a.t.r.i.n.c.h.e.r.amientos fromados en la parte superior y entraron triunfantes, persiguiendo a los realistas, que huían despavoridos por los obscuros claustros del convento

      Cuatro cañones, parque en abundancia, doscientos fusiles y otros tantos prisioneros fueron el fruto de la victoria. Musitu, que había desplegado la mayor bravura durante el combate, fue fusilado en el acto. La victoria de Chiautla abrió al vencedor el camino hasta Izucar, cuyos habitantes lo recibieron con grandes demostraciones de regocijo el 10 de diciembre. Seis días después se le presentó el cura de Jantetelco, don Mariano Matamoros, pidiéndole servir en sus filas, a lo que accedió Morelos desde luego adivinando en el nuevo auxiliar uno de los hombres mas esforzados que habían de luchar por la libertad de la patria.

      Cundió angustiosa alarma en Puebla cuando llegaron las noticias del desastre de Chiautla y de la entrada de Morelos en Izucar. De pronto se organizó una fuerza de trescientos hombres al mando del coronel Saavedra; el obispo González dio un peso a cada uno de los trescientos soldados de Saavedra y aun llegó a prometerles la remisión de sus pecados si salían a combatir a Morelos, pero a pesar de tanta munificencia, la expedición no llegó a efectuarse y el batallón se disolvió a poco. El coronel Llano, conociendo lo difícil de la situación, hizo venir violentamente la división que al mando de Soto-Maceda recorría los Llanos de Apam, y formando con ella una columna de seiscientos aguerridos soldados y tres piezas de artillería y ordenó a su jefe que se dirigiese a atacar a Morelos . . . .
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      • Re: Hace 200 años . . . . .

        . . . . La Nueva Galicia se había mantenido quieta bajo el ferreo despotismo de Cruz; destruidas por el jefe español don Miguel de la Mora las máquinas establecidas por los Insurgentes en Coalcomán para fundir cañones, y aniquiladas por el pérfido Villaescusa en el extremo opuesto de la vasta intendencia las guerrillas que ocupaban Acaponeta, la insurrección parecía ahogada allí en la sangre que derramaron a porfía los jefes enviados por el gobierno virreinal. Querétaro gemía bajo el dominio de don Fernando Romero Martinez y don Indefonso de la Torre, ambos españoles; cuéntase del segundo que en una de sus expediciones se apoderó del cerro del Moro, no distante de San Juan del Rio, en cuyo sitio se habían refugiado muchas familias de Insurgentes de los pueblos inmediatos, en las cuales mandó hacer horrenda carnicería sin distinción de sexo ni edad. Y sin embargo de estas sangientas correrías, el territorio de Querétaro continuaba henchido de partidas que se comunicaban con las de Guanajuato, Michoacán y la Huasteca, y especialmente con las de Villagrán por el lado de Huichapan.

        Don José Manuel Correa, antiguo cura de Nopala, y que había recibido de la Junta de Zitácuaro el grado de brigadier, atacaba los convoyes en el camino de Querétaro a la capital y destrozaba a las tropas realistas en Villa del Carbón mandadas por el capitán Columna. A fines de noviembre, todas las guerrillas asaltaban Calpulalpan y ponían en grande aprieto al coronel realista Andrade. En el distrito de Tampico y la zona de la alborotada Huasteca operaba el coronel realista Arredondo, quien, dividiendo su fuerza en dos secciones, contenía a duras penas a las partidas Insurgentes del indio Rafael Bisueta y del padre Franco que no daban punto de reposo a las tropas del virey. Comunicábanse con estas guerrillas las que desde agosto de 1811 se habían alzado en la vasta región conocida con el nombre de los Llanos de Apam y que se extiende hacia el norte de México y Tlaxcala. Púsose a su cabeza don Juan Francisco Osorno, hombre de turbios antecedentes, a quien la Junta de Zitácuaro concedió desde luego el grado de mariscal de campo. Algunos días después se presentó en aquella región don Mariano Aldama, procedente de la sierra de Querétaro.

        Unidos Osorno y Aldama extendieron sus correrías hasta la sierra de la intendencia de Puebla, logrando encender la revolución en una considerable extensión del territorio y haciendo sentir su arrojo y su valor por donde quiera que hallaban alguna fuerza realista. Forzoso fue la virrey apercibirse contra estos nuevos y terribles campeones, y en los primeros días de setiembre hizo salir de México una fuerte sección de tropas de marina y voluntarios de Cataluña a las órdenes del capitán de fragata Ciriaco del Llano, y dirigiose a los Llanos de Apam en busca de Osorno y Aldama, pero estos, noticiosos de la salida de los realistas, vinieron a su encuentro trabándose ruda pelea en la hacienda de San Cristobal, de la que resultaron sesibles pérdidas para las tropas realistas, no obstante que los Independientes se vieron forzados a retirarse. Ciriaco del Llano asentó su cuartel en el mismo pueblo de Apam, desde el cual hacía frecuentes salidas en persecución de los contrarios, que, movíanse dese Tulancingo hasta Zacapoaxtla, y tan pronto amenazaban a Calpulalpan como se aparecián temibles y temidos a las puertas de Tlaxcala.

        La rica Oaxaca había permanecido quieta hasta entonces. En los albores del levantamiento insurreccional aparecieron en aquella apartada provincia dos comisionados de Hidalgo llamados Lopez y Armenta que llevaban el propósito de extender y propagar la revolución; pero descubiertos y condenados a la pena capital, sellaron con su sangre la mas justa de las causas. Mas tarde los jóvenes Tinoco y Palacios sufrieron la misma suerte por haber intentado una conspiración a favor de la Independencia. Al principiar noviembre , un vecino de Tlataltepec llamado Antonio Valdés, puso en movimiento a los indios de Jamiltepec, pero cayeron sobre los insurrectos las tropas realistas al mando del teniente coronel Ortiz de Zárate y del capitán Caldelas, quienes ahogaron en sangre el levantaminto y quemaron las casas de los indios que habían alzado el grito de la Independencia.

        Debemos ahora ocuparnos de los movimientos del ilustre Morelos, cuyas hazañas cierran esplendorosamente el año de 1811, tan fecundo en lágrimas y sangre. Hemos dejado a este denodado campeón de la causa nacional ocupado en organizar sus fuerzas en Chilapa. Después de crear la nueva provincia de Tecpam dando a este lugar el título de ciudad, y de atender otros mil pormenores, salió el valiente general de Chilapa hacia los primeros días de noviembre, dirigiéndose a Tlapa, donde entró sin resistencia; desde allí destacó una partida a las órdenes de don Valerio Trujano a ocupar el pueblo de Silacayoapam, donde había un destacamento de tropas del rey que fue fácilmente derrotado. Sabedor que en Chiautla (sur de la intendencia de Puebla) estaba situado el español don Mateo Musitu con ánimo de defenderse a todo trance, resolvió marchar en los primeros días de diciembre contra este punto, de cuya posesión se prometía considerables ventajas.

        Morelos, al efecto, dividió su pequeño ejército en tres divisiones, dando el mando de la primera a Galeana y el de la segunda a don Miguel Bravo, previniéndoles que se dirigiesen por Huitzuco hacia el Plan de Amilpas, mientras el, a la cabeza de la tercera formada por ochocientos indios flecheros y dos compañías de su escolta, marchaban rápidamente contra Chiautla. El jefe de la plaza, Musitu, que era rico propietario en aquellos contornos, apenas supo que iba a ser atacado se aprestó a una vigorosa defensa; tenía cuatro cañones, a uno de los cuales le dio el nombre de Mata-Morelos, y con ellos y los elementos todos de guerra que pudo allegar se fortificó en el convento de San Agustín. Apenas se presentó Morelos el 4 de diciembre de 1811, comenzó el ataque contra el edificio ocupado por los realistas, quienes hicieron una salida, pero pronto se vieron forzados a refugiarse tras los muros del viejo convento. Hasta allí los siguió el jefe Independiente trabándose terrible y encarnizado combate en el interior de la improvisada fortaleza. Derrotados los defensores en el patio y corredores bajos, tomaron posición en la escalera y desde allí sostuvieron un mortífero fuego que diezmaba las masas de los asaltantes; al fin, haciendo estos un furioso empuje, forzaron los a.t.r.i.n.c.h.e.r.amientos fromados en la parte superior y entraron triunfantes, persiguiendo a los realistas, que huían despavoridos por los obscuros claustros del convento

        Cuatro cañones, parque en abundancia, doscientos fusiles y otros tantos prisioneros fueron el fruto de la victoria. Musitu, que había desplegado la mayor bravura durante el combate, fue fusilado en el acto. La victoria de Chiautla abrió al vencedor el camino hasta Izucar, cuyos habitantes lo recibieron con grandes demostraciones de regocijo el 10 de diciembre. Seis días después se le presentó el cura de Jantetelco, don Mariano Matamoros, pidiéndole servir en sus filas, a lo que accedió Morelos desde luego adivinando en el nuevo auxiliar uno de los hombres mas esforzados que habían de luchar por la libertad de la patria.

        Cundió angustiosa alarma en Puebla cuando llegaron las noticias del desastre de Chiautla y de la entrada de Morelos en Izucar. De pronto se organizó una fuerza de trescientos hombres al mando del coronel Saavedra; el obispo González dio un peso a cada uno de los trescientos soldados de Saavedra y aun llegó a prometerles la remisión de sus pecados si salían a combatir a Morelos, pero a pesar de tanta munificencia, la expedición no llegó a efectuarse y el batallón se disolvió a poco. El coronel Llano, conociendo lo difícil de la situación, hizo venir violentamente la división que al mando de Soto-Maceda recorría los Llanos de Apam, y formando con ella una columna de seiscientos aguerridos soldados y tres piezas de artillería y ordenó a su jefe que se dirigiese a atacar a Morelos . . . .
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        • Re: Hace 200 años . . . . .

          . . . . La Nueva Galicia se había mantenido quieta bajo el ferreo despotismo de Cruz; destruidas por el jefe español don Miguel de la Mora las máquinas establecidas por los Insurgentes en Coalcomán para fundir cañones, y aniquiladas por el pérfido Villaescusa en el extremo opuesto de la vasta intendencia las guerrillas que ocupaban Acaponeta, la insurrección parecía ahogada allí en la sangre que derramaron a porfía los jefes enviados por el gobierno virreinal. Querétaro gemía bajo el dominio de don Fernando Romero Martinez y don Indefonso de la Torre, ambos españoles; cuéntase del segundo que en una de sus expediciones se apoderó del cerro del Moro, no distante de San Juan del Rio, en cuyo sitio se habían refugiado muchas familias de Insurgentes de los pueblos inmediatos, en las cuales mandó hacer horrenda carnicería sin distinción de sexo ni edad. Y sin embargo de estas sangientas correrías, el territorio de Querétaro continuaba henchido de partidas que se comunicaban con las de Guanajuato, Michoacán y la Huasteca, y especialmente con las de Villagrán por el lado de Huichapan.

          Don José Manuel Correa, antiguo cura de Nopala, y que había recibido de la Junta de Zitácuaro el grado de brigadier, atacaba los convoyes en el camino de Querétaro a la capital y destrozaba a las tropas realistas en Villa del Carbón mandadas por el capitán Columna. A fines de noviembre, todas las guerrillas asaltaban Calpulalpan y ponían en grande aprieto al coronel realista Andrade. En el distrito de Tampico y la zona de la alborotada Huasteca operaba el coronel realista Arredondo, quien, dividiendo su fuerza en dos secciones, contenía a duras penas a las partidas Insurgentes del indio Rafael Bisueta y del padre Franco que no daban punto de reposo a las tropas del virey. Comunicábanse con estas guerrillas las que desde agosto de 1811 se habían alzado en la vasta región conocida con el nombre de los Llanos de Apam y que se extiende hacia el norte de México y Tlaxcala. Púsose a su cabeza don Juan Francisco Osorno, hombre de turbios antecedentes, a quien la Junta de Zitácuaro concedió desde luego el grado de mariscal de campo. Algunos días después se presentó en aquella región don Mariano Aldama, procedente de la sierra de Querétaro.

          Unidos Osorno y Aldama extendieron sus correrías hasta la sierra de la intendencia de Puebla, logrando encender la revolución en una considerable extensión del territorio y haciendo sentir su arrojo y su valor por donde quiera que hallaban alguna fuerza realista. Forzoso fue la virrey apercibirse contra estos nuevos y terribles campeones, y en los primeros días de setiembre hizo salir de México una fuerte sección de tropas de marina y voluntarios de Cataluña a las órdenes del capitán de fragata Ciriaco del Llano, y dirigiose a los Llanos de Apam en busca de Osorno y Aldama, pero estos, noticiosos de la salida de los realistas, vinieron a su encuentro trabándose ruda pelea en la hacienda de San Cristobal, de la que resultaron sesibles pérdidas para las tropas realistas, no obstante que los Independientes se vieron forzados a retirarse. Ciriaco del Llano asentó su cuartel en el mismo pueblo de Apam, desde el cual hacía frecuentes salidas en persecución de los contrarios, que, movíanse dese Tulancingo hasta Zacapoaxtla, y tan pronto amenazaban a Calpulalpan como se aparecián temibles y temidos a las puertas de Tlaxcala.

          La rica Oaxaca había permanecido quieta hasta entonces. En los albores del levantamiento insurreccional aparecieron en aquella apartada provincia dos comisionados de Hidalgo llamados Lopez y Armenta que llevaban el propósito de extender y propagar la revolución; pero descubiertos y condenados a la pena capital, sellaron con su sangre la mas justa de las causas. Mas tarde los jóvenes Tinoco y Palacios sufrieron la misma suerte por haber intentado una conspiración a favor de la Independencia. Al principiar noviembre , un vecino de Tlataltepec llamado Antonio Valdés, puso en movimiento a los indios de Jamiltepec, pero cayeron sobre los insurrectos las tropas realistas al mando del teniente coronel Ortiz de Zárate y del capitán Caldelas, quienes ahogaron en sangre el levantaminto y quemaron las casas de los indios que habían alzado el grito de la Independencia.

          Debemos ahora ocuparnos de los movimientos del ilustre Morelos, cuyas hazañas cierran esplendorosamente el año de 1811, tan fecundo en lágrimas y sangre. Hemos dejado a este denodado campeón de la causa nacional ocupado en organizar sus fuerzas en Chilapa. Después de crear la nueva provincia de Tecpam dando a este lugar el título de ciudad, y de atender otros mil pormenores, salió el valiente general de Chilapa hacia los primeros días de noviembre, dirigiéndose a Tlapa, donde entró sin resistencia; desde allí destacó una partida a las órdenes de don Valerio Trujano a ocupar el pueblo de Silacayoapam, donde había un destacamento de tropas del rey que fue fácilmente derrotado. Sabedor que en Chiautla (sur de la intendencia de Puebla) estaba situado el español don Mateo Musitu con ánimo de defenderse a todo trance, resolvió marchar en los primeros días de diciembre contra este punto, de cuya posesión se prometía considerables ventajas.

          Morelos, al efecto, dividió su pequeño ejército en tres divisiones, dando el mando de la primera a Galeana y el de la segunda a don Miguel Bravo, previniéndoles que se dirigiesen por Huitzuco hacia el Plan de Amilpas, mientras el, a la cabeza de la tercera formada por ochocientos indios flecheros y dos compañías de su escolta, marchaban rápidamente contra Chiautla. El jefe de la plaza, Musitu, que era rico propietario en aquellos contornos, apenas supo que iba a ser atacado se aprestó a una vigorosa defensa; tenía cuatro cañones, a uno de los cuales le dio el nombre de Mata-Morelos, y con ellos y los elementos todos de guerra que pudo allegar se fortificó en el convento de San Agustín. Apenas se presentó Morelos el 4 de diciembre de 1811, comenzó el ataque contra el edificio ocupado por los realistas, quienes hicieron una salida, pero pronto se vieron forzados a refugiarse tras los muros del viejo convento. Hasta allí los siguió el jefe Independiente trabándose terrible y encarnizado combate en el interior de la improvisada fortaleza. Derrotados los defensores en el patio y corredores bajos, tomaron posición en la escalera y desde allí sostuvieron un mortífero fuego que diezmaba las masas de los asaltantes; al fin, haciendo estos un furioso empuje, forzaron los a.t.r.i.n.c.h.e.r.amientos fromados en la parte superior y entraron triunfantes, persiguiendo a los realistas, que huían despavoridos por los obscuros claustros del convento

          Cuatro cañones, parque en abundancia, doscientos fusiles y otros tantos prisioneros fueron el fruto de la victoria. Musitu, que había desplegado la mayor bravura durante el combate, fue fusilado en el acto. La victoria de Chiautla abrió al vencedor el camino hasta Izucar, cuyos habitantes lo recibieron con grandes demostraciones de regocijo el 10 de diciembre. Seis días después se le presentó el cura de Jantetelco, don Mariano Matamoros, pidiéndole servir en sus filas, a lo que accedió Morelos desde luego adivinando en el nuevo auxiliar uno de los hombres mas esforzados que habían de luchar por la libertad de la patria.

          Cundió angustiosa alarma en Puebla cuando llegaron las noticias del desastre de Chiautla y de la entrada de Morelos en Izucar. De pronto se organizó una fuerza de trescientos hombres al mando del coronel Saavedra; el obispo González dio un peso a cada uno de los trescientos soldados de Saavedra y aun llegó a prometerles la remisión de sus pecados si salían a combatir a Morelos, pero a pesar de tanta munificencia, la expedición no llegó a efectuarse y el batallón se disolvió a poco. El coronel Llano, conociendo lo difícil de la situación, hizo venir violentamente la división que al mando de Soto-Maceda recorría los Llanos de Apam, y formando con ella una columna de seiscientos aguerridos soldados y tres piezas de artillería y ordenó a su jefe que se dirigiese a atacar a Morelos . . . .
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          • Re: Hace 200 años . . . . .

            . . . .Morelos, que no esperaba tan pronta acometida, apenas tuvo tiempo de fortificar el perímetro de la plaza principal de Izucar, formando parapetos de vigas en las calles que a ella desembocan y colocando gran número de su gente en las azoteas de las casas circunvecinas. Soto-Maceda se situó el 17 de diciembre de 1811 en el Calvario, posición dominante desde la que hizo disparar granadas a los edificios y t.r.i.n.c.h.e.r.a.s defendidas por los Independientes, en tanto que su segundo, el teniente de navio don Pedro Micheo, avanzaba con denuedo contra los parapetos que defendían los Insurgentes armados de hondas y flechas. Cinco horas duró este recio combate, al cabo de las cuales Soto-Maceda, herido mortalmente, y su segundo emprendieron una desastrosa retirada perseguidos de cerca por los vencedores. Llegaron a la Galarza, hacienda situada a cuatro leguas de Izucar, en el camino de Puebla, y en medio de las primeras sombras de la noche se renovó el combate hasta las diez, en que deshechos los realistas, muertos sus principales jefes, y perdidos sus cañones, huyeron en dirección a Atlixco, llevando al moribundo Soto- Maceda, que espiró en Cholula dos días después, y dejando en poder del vencedor cien fusiles y gran número de prisioneros que pocos días después fueron puestos en libertad.

            Este brillante hecho de armas hizo temblar a Puebla, cuyos habitantes creyeron que Morelos marcharía inmediatamente contra la ciudad, para cuya defensa se dictó por la autoridad militar una serie de enérgicas disposiciones. Pero el hábil general de la Independencia supo resistir la halagadora tentación de ocupar la segunda capital del virreinato, pues la tierra del Sur no estaba dominada por completo, y entra en Puebla dejando enemigos a la espalda y expuesto a las tropas que hubiesen salido violentamente de la capital del virreinato no era cuerdo ni digno de su pericia. Prefirió volver a la Tierra Caliente para hecerse dueño de ella por completo, dejando en Izucar al coronel Matamoros y a los capitanes don José María Sanchez y don Vicente Guerrero con la órden de levantar nuevas fuerzas; salió de Izucar con dirección a Cuautla, donde entró sin resistencia el 24 de diciembre.

            Mientras el bravo Morelos derrotaba a Musitu y alcanzaba sobre los realistas de Soto-Maceda las notables victorias de Izucar y la Galarza, sus tenientes don Miguel Bravo y Galeana, a quienes hemos visto visto destacados desde Tlapa con dirección a Taxco, habían desarrollado con felicidad y denuedo el plan de campaña cuya realización se les había confiado: Bravo avanzó sobre las posiciones de Huitzuco, defendidas por los realistas, que huyeron sin intentar resistencia, y Galeana, marchando a la izquierda de su compañero, se apoderaba de Tepecuacuilco, después de una corta refriega, y ordenaba el fusilamiento de uno de los prisioneros, el español don Manuel Velez. Sin pérdida de tiempo avanzó contra Taxco, defendida por el comandante García Rios, también español, y que había concitado los odios de todos aquellos habitantes por su extrema crueldad e instintos sanguinarios.

            La toma de Taxco, efectuada en los últimos días de diciembre, fue el suceso de mas importancia que cerró el año de 1811; los vencedores se apoderaron en aquel rico mineral de un valioso botín y de gran cantidad de pertrechos de guerra; García Rios fue fusilado, y el mismo lamentable fin tuvieron otros once españoles que cayeron en manos de Galeana. Mientras tanto, la Junta de Zitácuaro, cuyos actos a fines de 1811 debemos referir, no tardó en verse presa de intestinas disensiones, que mas tarde produjeron males sin cuenta a la causa de los independientes. Desconfiaban de Lopez Rayón sus mismos colegas, no porque dudasen de su decisión ni de la entereza de sus opiniones, sino porque temian que se arrogase el mando supremo. Liceaga, animado de ardiente patriotismo y viciado en el molde de los republicanos de la vieja Roma, era quien mas sombrío se mostraba ante las tendencias del presidente del gobierno. Varias veces hubo reconciliaciones entre los individuos de la Junta, y con motivo de algunas de ellas escribia Rayón a Morelos, en el mes de noviembre de 1811:

            “La conducta de mis compañeros ha variado en alguna parte, pues nos hallamos reunidos y removido en cierto modo el principal motivo de mi total disgusto, aunque el genio pueril y carácter débil (de sus colegas en el gobierno) creo no los abandonará en el resto de sus dias.”

            Por este tiempo fue cuando el doctor don José María Cos, se incorporó a este distinguido grupo de patriotas. Lopez Rayón y sus colegas, firmes en la misión que habían aceptado, decidieron ordenar el fusilamiento del capitán de fragata don Manuel de Céspedes, que habiendo sido hecho prisionero en Tepeji del Rio a principios de noviembre, fue conducido a Zitácuaro en compañía de otro español, y estos, asi como dos Mexicanos, fueron sentenciados a muerte y fusilados el 20 de aquel mismo mes. Quiso la Junta explicar los motivos de estas ejecuciones, y en una proclama que por su mandato firmó el secretario de gobierno, don Remigio Yarza, decía lo siguiente:

            “Procurando proceder en todos los sucesos que han ocurrido en el progreso de la justa causa que defendemos contra los europeos, nuestros opresores, deponiendo al déspota gobierno español que nos tiraniza, coforme a los sentimientos de humanidad y clemencia que nos caracterizan y de las que tenemos dadas públicas e irrefragables pruebas, hemos perdonado generosamente a muchísimos europeos, que después de derramar con inhumanidad e irreligión la inocente sangre de los fieles americanos que han adoptado nuestro sistema, han caído en nuestras manos y asimismo multitud de criollos desleales que fascinados por las supercherías que prodigan los enemigos, o por un vil interés, prostituyendo su honor, han seguido sus detestables banderas; pero enseñándonos la experiencia en el espacio de catorce meses que tenemos la desgracia de pelear con tan indómitas fieras, que nuestra indulgencia, lejos de producir la justa recompensa que exige el derecho de guerra y común de gentes, han tratado a los nuestros con el mayor vilipendio, ya dándoles muerte afrentosa sin atender a su calidad y graduación, ya condenando a presidio a centenares que han perecido devorados del hambre y consumidos por el mas duro trabajo, insoportable aun a las bestias; hemos venido en conocimiento de que la recta y severa justicia solo podrá conseguir lo que no ha alcanzado la caridad y misericordia, escarmentando con el castigo condigno a sus delitos a los que, contumaces, trataren de sostener el inicuo y odioso partido del gobierno, ya sean europeos, ya americanos. Y llevando a efecto con bastante dolor tan necesaria providencia, habiendo aprehendido nuestras armas en Tepeji del Rio a las personas de José Manuel de Céspedes, natural de Sevilla; Ventura García Otero, de Porto-Novo; Félix Oropilleta, de Veracruz; y José Alejo Vargas, de México; previas sus declaraciones y sustanciación de causas, resultando de ellas reos de lesa nación, y Orapilleta a mas sacrílego por haber ejecutado a sangre fría varios homicidios en la iglesia de Jocotitlán, los hemos condenado a la pena del último suplicio que se ejecutará en este dia, haciéndoles saber esta sentencia enfrente de las tropas, y fijándose después por bando en los parques acostumbrados, para instrucción y escarnio de las mismas tropas y común de vasallos que froman el pueblo americano, sirviendo al mismo tiempo de pública común amonestación, que el que proclame la gracia del indulto, demora en la ejecución o cualquier otra, será castigado con igual pena de muerte. Dada en el Palacio Nacional de Zitácuaro, sellado de nuestras armas y firmado de nuestro Secretario, en veinte de noviembre de ochocientos once.”
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            • Re: Hace 200 años . . . . .

              Abriose el año de 1812 con el ataque que dirigió contra Zitácuaro el general Calleja. Los triunfos repetidos que por aquellos días alcanzó Morelos al sur de Puebla, en Chiautla, Izucar y la Galarza, obligaron a Venegas a modificar el plan de campaña contra Zitácuaro. Lejos de enviar refuerzos a Calleja, hizo volver a México, desde Querétaro, al teniente coronel Andrade para que con su batallón marchase a engrosar las tropas de Puebla, y previno a Porlier que no se moviese de Toluca, temeroso de un golpe de mano de los Insurgentes, aunque ordenándole que enviase a Calleja el batallón de La Corona que formaba parte de la guarnición de esta ciudad. Encaminó en la misma dirección un centenar de Dragones de Puebla y algunos obuses de bronce fundidos en México por el célebre Tolsa. Prescindiendo del plan de ataque que había formado y prescrito a Calleja desde algunos meses atrás, dejó a este en libertad de adoptar el que creyese mas conveniente.

              El ejército del Centro, fuerte de dos mil ochocientos infantes, mil indios zapadores, dos mil doscientos caballos y veintitrés cañones de diversos calibres, se puso en movimiento el 22 de diciembre de 1811, llegando al anochecer de ese mismo dia a la entrada de la sierra, que por todos lados rodea a aquella población en distancia de doce a veinticinco leguas. Penosa fue desde entonces la marcha de los realistas a través de una serranía aspera y salvaje, cortada por barrancas y precipicios, cubierta de espesos bosques que en casi todo el año, pero especialmente en la estación de invierno, se hallan envueltos por densas nieblas acompañadas de lluvia y de hielos que forman resbaladeros en las laderas y profundos pantanos en los bajios. A estas dificultades naturales se juntaban zanjas, árboles derribados y gruesos peñascos que los Independientes habían abierto y aglomerado con anticipación en las estrechas sendas para retardar el paso de sus enemigos; el ejército realista tardó ocho días en recorrer doce leguas hasta ponerse a la vista de Zitácuaro.

              Después de vencer tantos obstáculos, Calleja y su ejército acamparon en la loma de los Manzanillos y a vista de Zitácuaro el 1º. de enero de 1812. Dentro de esta villa había, según los informes dados al general español por varios espías que vivian en ella, treinta y seis cañones colocados en baterías bien construidas y hábilmente situadas; setecientos hombres armados de fusiles y con cierto grado de disciplina, y veinte mil auxiliares, en su mayor parte sin armas, que se destinaban a ocupar las alturas para arrojar grandes piedras. Circunvalada la villa por un foso que medía una legua de perímetro, se hallaba, además, fortificada por un parapeto de tres varas de espesor y por cuatro baterías situadas en los puntos mas accesibles de la línea de defensa.

              Con tales elementos, sin embargo, no era fácil contrastar los fromidables que tenía en sus manos el general Calleja, y así lo conoció don Ramón López Rayón, quien aconsejó a su hermano que era preferible el abandono de la plaza a exponerse a una derrota segura que sumiría en el desprestigio a la Junta Suprema. Su hermano convino en ello, pero resolvió esperar el ataque, tanto por consideración a los indios de aquellos pueblos, como porque creía firmemente que en el caso de abandonar la villa esos mismos se opondrían, pues la consideraban inexpugnable después de los reveses que en ella habían sufrido sucesivamente las dvisiones de Torre y de Emaparán.

              Calleja reconoció las fortificaciones de Zitácuaro sin mas oposición que la de algunos cañonazos tirados sin efecto sobre su escolta, y con las observaciones que pudo hacer formó durante la noche un plan de ataque, y en la mañana del dia siguente, 2 de enero, lo puso en ejecución. Llegado el momento, situó una batería sobre la loma de San Juan el Viejo, punto dominante desde el cual flanqueaba por completo el a.t.r.i.n.che.ramiento del centro de la plaza, y protegidas por sus cañones, movió sus columnas, proponiéndose caer sobre la espalda del enemigo mientras aparentaba formalizar el ataque por el frente. Una de aquellas, mandada por García Conde, recibió la orden de marchar por caminos extraviados y atacar por la retaguardia en el punto que considerase mas débil, en tanto que Calleja con el grueso del ejército, dividido en tres secciones, embestía con brio por el centro y derecha de los Insurgentes, dejando atrás una fuerte reserva a las órdenes del coronel Oviedo y Rul, y del marqués de Guadalupe Gallardo.

              A las once de la mañana principiaron los movimientos de las columnas realistas protegidas por el fuego de sus baterías, al que respondieron con vigor los cañones de la plaza. Grandes estragos causaron en las tropas del rey las bien dirigidas descargas de los reductos, pero avanzando aquellas mas y mas, preciso era que un fuego sostenido de fusilería completara la obra mortífera de los cañones. Eso era lo que faltaba a los Independientes, que empezaron a desconcentrarse ante la marcha de las columnas enemigas. La división de García Conde pasó por un puente, prevenido al efecto, al recinto de la plaza, lo cual le hizo avanzar con mayor presteza entrando en la población por la derecha y acuchillando a un cuerpo de caballería de soldados de Tierra Caliente. No tardaron en seguir su ejemplo la columna de Jalón y las reservas mandadas por Calleja en persona; y si bien la defensa fue tenaz, y se sostuvo por los Independientes brava y ruda pelea, al fin se vieron obligados a ceder y acabaron por ponerse en fuga.

              Don Ramón López Rayón hizo durante el combate prodigio de valor, y no se retiró sino cuando vió retroceder atropelladamente y en confusión la línea que atacó la división de reservas. En estos momentos una bala de cañón abrió por el pecho el caballo que montaba, y dio tan fuerte caída que lo tuvieron por muerto, y de sus resultas perdió un ojo: debió la vida a su asistente Joaquín Ruiz, que lo puso en salvo aunque recibierdo el mismo cinco heridas.

              Perdieron los Independientes en esta infausta jornada, y después de una enérgica lucha de cuatro horas, toda la artillería, inmensa cantidad de municiones, un taller de armería, una maestranza, vasto acopio de víveres y cien hombres entre muertos y heridos, no siendo mas porque Calleja no siguió al alcance de los fugitivos, a causa del lamentable estado de su caballería. Mayor fue la pérdida de los realistas en muertos y heridos, pues solo en el foso enterraron ochenta de los prisioneros, ignorándose cuantos fueron sepultados en otros lugares.

              Fue ciertamente la pérdida de Zitácuaro uno de aquellos acontecimientos funestos que suceden contra todos los cálculos de la razón y contra todas las combinaciones de la ciencia militar; golpe funesto fue también esa derrota para La Junta, que perdió en prestigio mas que la causa de la Independencia en el terreno de las armas. Los miembros que la formaban se retiraron primeramente a Tlalchapa y de allí pasaron al mineral de Sultepec, quedando en este último lugar Liceaga y Berdusco, pues Ignacio López Rayón se separó luego para tomar el mando de las fuerzas con que intentaba obrar sobre Toluca.

              Al abandonar la villa, dejó López Rayón de intento sobre su mesa varios papeles relativos a la representación que secretamente habían dirigido por esos días los miembros del consulado de México al de Cadiz pidiéndole tropas españolas, por considerar insuficientes las americanas para la conservación del dominio europeo en México, desahogándose con ese motivo en denuestos e injurias contra los americanos. Estas revelaciones hicieron grande impresión en los oficiales americanos que seguán a Calleja, pues quedaron hondamente resentidos del modo indigno con que se premiaban sus servicios.

              Dueño Calleja de Zitácuaro, que por dos veces había visto desbaratadas las tropas del rey, y en cuyo recinto se alzó y ejerció sus funciones la Junta Suprema, quiso hacer en ella y sus habitante un terrible castigo. Mandó fusilar desde luego a diez y nueve de los prisioneros que cayeron en su poder, y el 5 de enero de 1812 publicó un bando salvaje por el que ordenó a todos los vecinos, sin distinción de condición, edad ni sexo, saliesen dentro de el término de seis días, permitiéndoles llevar lo que pudiesen de sus bienes, para que a la salida del ejército fuese la villa reducida a cenizas. El conde de Casa Rul, nombrado gobernador de la conquistada villa, fue el encargado de la ejecución de esta bárbaro decreto. Antes de salir de ella las tropas del rey, se les concedió licencia para saquear todas las casas, y después de haberla evacuado, siniestros resplandores se alzaron por los cuatro puntos, y las llamas consumieron en pocas horas a la noble Zitácuaro convirtiéndola en informe y negro montón de ruinas calcinadas.
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              • Re: Hace 200 años . . . . .

                Mientras Calleja y su ejército avanzaban difícilmente hacia Zitácuaro en los postreros días de 1811, el coronel Porlier, que hemos dejado en Toluca, quiso tentar, con conocimiento y aprobación de Venegas, un golpe de mano contra los Insurgentes que ocupaban Tenango y sus inmediaciones. Efectuó su salida de Toluca al frente de una respetable sección, y el 30 de diciembre se hizo dueño, sin combatir, del cerro de aquel lugar, en el que halló nueve piezas de artillería abandonadas por los Insurgentes. Al dia siguiente, último del año, entró sin resistencia en Tenancingo, hallando al pueblo casi desierto, porque sus moradores, entre quienes corrió el rumor de que iban a ser degollados por los realistas, huyeron despavoridos a los bosques de las cercanías.

                El 3 de enero de 1812, Porlier avanzó hasta la barranca de Tecualoya, sabedor de que los Independientes que antes ocupaban Tenango se habían fortificado en ese punto áspero y revuelto, donde situaron su artillería de modo que pudiese enfilar el único camino que debían seguir los realistas. Un vivo cañoneo recibió a estos apenas se presentaron en el borde opuesto del barranco, que fue sostenido por los fuegos de una batería que Porlier mandó situar enfrente. Despues de un largo rato y cuando el coronel realista hubo notado algún desconcierto en las filas contrarias, desprendió una fuerte columna al mando del capitán Calderón y del teniente de navio Michelena, quienes, bajando con presteza al fondo del barranco y subiendo luego al lado opuesto, protegidos por la batería, arrollaron a los Independientes y se apoderaron de tres cañones y de una gran cantidad de víveres y municiones. Porlier no creyó prudente, a pesar de esta victoria, avanzar mas allá de las posiciones conquistadas y retrocedió hasta Tenancingo.

                Don José María Morelos y Pavón, había efectuado, entretanto, un movimiento convergente hacia las posiciones que Porlier ocupaba en Tenango y Tenancingo, y a poco supo este que grandes masas de Insurgentes se habían posesionado nuevamente de la barranca de Tecualoya; eran, en efecto, las partidas que mandadas por Oviedo combatieron algunos días atrás en el mismo lugar; pero esta vez una gruesa división, a las órdenes de Galeana, se hallaba en el pueblo de Tecualoya, y el resto del ejército, con Morelos a su frente, avanzaba a gran prisa para unirse a sus compañeros. Quiso Porlier anticiparse a esta formidable reunión, y el 17 de enero de 1812 salió de Tenancingo, y encontraron al enemigo en la misma posición que en el ataque anterior, adoptó igual plan para desalojarlos. Apenas se rompió el fuego de cañón, gruesas columnas de realistas al mando de los capitanes Calderón y Cos y del teniente de navio don Pedro del Toro, treparon por el lado opuesto del barranco; pero en este atrevido asalto hallaron una resistencia furiosa, no obstante la muerte del jefe Independiente Oviedo; la ventaja quedó al fin por los soldados del rey, que se hicieron dueños de dos piezas de artillería y persiguieron a sus contrarios hasta el pueblo de Tecualoya.

                Galeana, que había salido violentamente en auxilio de Oviedo, se vió forzado a encerrarse en el pueblo que acabamos de nombrar, fortificándose en el a toda prisa y decidido a sostenerse para dar tiempo al avance del grueso del ejército. Siguió combatiendo con bravura, y en medio de la pelea podía vérsele acudir a todos los puntos a afrontar la muerte con calma en los sitios de mayor peligro. De repente saltó los parapetos seguido de algunos de los suyos y se abalanzó sobre las piezas de artillería que estaban mas próximas; dio muerte a los soldados que las servían y volvió con ellas al perímetro fortificado del pueblo. Este atrevido golpe de mano desconcertó de tal suerte a Porlier que ordenó desde luego la retirada, y como fuese vivamente perseguido por los Independientes, abandonó a su paso por la barranca los cañones que acababa de arrebatar, y no dudando que Morelos marcharía en breve a atacarle, se ocupó activamente en fortificar a Tenancingo.

                A medio dia rompieron los Independientes sus fuegos sobre los parapetos improvisados por Porlier, y varias columnas intentaron el asalto, pero fueron rechazadas con pérdidas considerables, logrando, sin embargo, situar ventajosamente su artillería, con la que batían la plaza del pueblo. El jefe realista hizo una salida vigorosa y entró en su fortificado recinto llevando dos cañones que pudo arrebatarle a los contrarios. Creció en furia desde entonces el combate, y no fue parte de la obscuridad a menguarla; a las once de la noche Porlier incendió las principales casas del pueblo situadas en la plaza, y considerando imposible continuar la defensa, abandonó a Tenencingo con los restos de su división, dejando en poderde los Independientes toda la artillería, el cadáver del teniente de navio Michelena, un gran número de prisioneros y considerable cantidad de pertrechos de guerra. Bravo marchó en persecución de los realistas, pero sin avanzar mucho por la fatiga de los caballos, por lo que Porlier llegó a Tenango sin ser molestado y de allí se dirigió a Toluca, cuyos habitantes pudieron ver entrar a su división en completa derrota, sin artillería y conduciendo un gran número de heridos.

                Morelos, después de esta victoria y dejando en Tenancingo al coronel Marín, salió rumbo a la Tierra Caliente; pasó por Cuernavaca, recogiendo abundantes elementos en las ricas haciendas del valle de este nombre, y el 9 de febrero de 1812 entró en Cuautla de Amilpas seguido de tres mil hombres y de sus valientes compañeros los Bravo, Matamoros y Galeana. Era su intento, según carta drigida a López Rayón, marchar hacia Puebla y atacarla, prometiéndose entrar sin dificultad en la segunda ciudad del virreinato.

                La derrota de Porlier consternó a los realistas de la capital y obligó a Venegas a dirigir toda su atención hacia el mas capaz y valiente de todos los campeones que habían alzado hasta entonces la bandera de la revolución. El virey resolvió desplegar todos los recursos de que podía disponer para lograr el exterminio del cuerpo del ejercito mandado por Morelos. Vinieron en este tiempo a aumentar el número de las tropas realista los batallones de Asturias y de Lovera, que procedentes de España, desembarcaron en Veracruz, respectivamente, el 14 y 16 de enero de 1812. Siguió poco después el regimiento de infantería de América, que llegó a Veracruz el 20 de enero a bordo del navio Asia, trayendo a su cabeza al brigadier don Juan José de Olazabal, y en el mismo buque vino el mariscal de campo conde de Castro Terreño. Todas estas tropas se pusieron desde luego en marcha hacia la capital, descansando algunos días en Xalapa y Puebla.

                Venegas, armándose de energía en vista de la situación angustiada que habían producido los sucesos militares en el sur de las intendencias de México y Puebla, dio órdenes reiteradas a Calleja, que se hallaba en Maravatio al frente de la división que había vencido en Zitácuaro, para que avanzase hacia Toluca y marchara al encuentro de Morelos. Pero Calleja manifestó a virey que la distancia de setenta leguas que le era preciso recorrer, para hallarse frente a frente del nuevo y terrible enemigo que se presentaba, destruiría seguramente su cuerpo de ejército, bastante fatigado ya por la ruda campaña que acababa de acometer. Encarecíale la necesidad de acudir con él a la persecución de las numerosas partidas que henchían el Bajio, y terminaba proponiéndole que para combatir a Morelos se formase otro ejército con las tropas situadas en México, Puebla y Toluca y de las que próximamente llegarían de España. El obispo electo de Michoacán, don Manuel Abad y Queipo, apoyaba las razones de Calleja.
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                • Re: Hace 200 años . . . . .

                  Insistió Vengas en ordenar el movimiento que tenía dispuesto, y Calleja púsose al fin en marcha saliendo de Maravatio el 23 de enero de 1812, pero tres días después, y desde Ixtlahuaca, presentó su renuncia, misma que le fue aceptada inmediatamente, nombrando el virey en su lugar al brigadier Santiago Irisarri, militar que era enteramente desconocido en el ejército, y en el que produjo un descontento unánime. Cedió Venegas ante la ley de la necesidad y escribió a Calleja exhortándole a que retirara su renuncia, y terminaba con decirle, que si no se consideraba capaz de soportar las fatigas de la campaña, se lo comunicase sin pérdida de tiempo para tomar la correspondiente providencia.

                  Calleja contestó desde Toluca en los siguientes términos, que revelan con bastante claridad las diferencias que se habían suscitado desde tiempo atrás entre los dos personajes mas importantes del partido español:
                  Excelentísimo señor.- Me ha sorprendido la copia de la representación de los jefes del ejército, adjunta al superior oficio de V. E. de ayer a las once de la mañana, en la que, entre otros, dan por origen de las enfermedades que sufro, la sensación que puede haber hecho en mi espíritu murmuraciones y hablillas despreciables, a las que soy tan superior, que miro con lástima al débil que, no encontrando el camino del honor y de la gloria, entra por las sendas tenebrosas de la negra calumnia.

                  Este ejército, restaurador del reino, vencedor en cuatro acciones generales, y treinta y cinco parciales, está muy a cubierto de toda murmuración racional y yo muy tranquilo sobre este punto.

                  Yo he hecho por mi parte cuantos sacrifcios ella tiene derecho a exigir de mi, sin pretención ni aun a que se conozcan: y si ahora hablo de ellos, es porque la necesidad de desvanecer hasta el mas leve indicio de que los economizo por resentimientos, me obliga a ello.

                  Yo he sido el único jefe en el reino que ha levantado y conservado tropas, arrancándolas del seno mismo de la insurrección, y este propio ejército, cuyo mando me hizo V. E. el honor de confiarme, se compone de ellas en su mayor parte. Abandoné mis intereses que hubiera podido salvar como otros, y que fueron presa del enemigo: dejé mi familia en la ciudad de mi residencia, para alejar de sus habitantes la sospecha de que temía se perdiese: la expuse al mayor riesgo, y con efecto, perseguida por los montes, y por miras interesadas me la devolvieron escoltada por sus tropas, con la propuesta de que si yo dejaba las armas de la mano, me devolverían mis intereses, me asignarían una buena hacienda, me señalarían veinte mil pesos de renta anual y me acordarían la graduación de general americano.

                  Soy también el único jefe que ha batido y desbaratado las grandes masas de los rebeldes, y soy, finalmente, el único que, después del ataque que padeció mi salud ocho días antes de la batalla de Calderón, se puso a la cabeza de sus tropas casi mortal, y ha continuado un año a la del ejército en los mismos términos.

                  Todo es notorio, como el sicero deseo del bien público que me ha conducido, y si los miserables restos de salud que me quedan fuesen útiles a mi patria, no dude V. E. un momento en que los sacrificaré; pero ella me ha rducido a término que por ahora me es absolutamente imposible continuar con un mando que tantos obstáculos pone a su restablecimiento. Si puesto en sosiego, régimen y curación metódica (lo que no es combinable con la situación actual) restableciese mi salud, lo manifestaré a V. E. sin perder instante, a fin de que me emplee en cuanto me crea útil; por lo que ruego a V. E. nuevamente se sirva nombrarme sucesor. Dios, etc., Toluca , Febrero 1º. De 1812, a la una y media de la tarde.

                  Quizás mediaron otras cartas entre el virey y el arrogante jefe del ejército del Centro, quien acabó por acceder a lo que el primero le indicaba, y al efecto siguió con sus tropas a la capital, llegando el 5 de febrero. Solemne fue el recibimiento que hallaron los soldados de Calleja en la ciudad de México, pues los españoles en ella avecindados se esforzaron por demostrar su ardiente simpatía a los que con mas éxito habían combatido por la dominación. En toda la carrera comprendida entre el Paseo Nuevo y el Palacio se alzaron arcos con flores, y los balcones de las casas ostentaban lujosas colgaduras. A las doce de aquel dia una salva de veintiun cañonazos anunció la llegada de la vanguardia a las puertas de la ciudad, donde esperaban los principales jefes de la guarnición; marchaba Calleja al frente de su ejército, en medio de un numeroso estado mayor y seguido de lucida escolta, y venían luego los batallones y escuadrones. El ejército desfiló delante del Palacio, en cuyo balcón principal se hallaba el virey que saludaba y apaludia a los soldados. Las muestras de entusiasmo de los españoles se extremaron tratándose de Calleja, a quien consideraban ya como el forzoso sucesor de Venegas.

                  Reconciliados, a lo menos en apariencia, los dos mal altos personajes del gobierno, atendió Venegas a dirigir contra Morelos el ejército del Centro, reforzandolo con algunos de los batallones que habían desembracado en Veracruz, hacia mediados de enero. En una larga instrucción que dio a Calleja, trazaba a grandes rasgos la situación militar de la colonia: la capital misma del virreinato rodeada de numerosas y audaces gavillas; el camino del interior interceptado por las partidas de los Villagranes y del cura Correa; henchidos de Insurgentes el territorio de Michoacán y el rumbo de Toluca; ocupadas por ellos la mayor parte de las intendencias de Puebla y la provincia de Tlaxcala; cerrado al comercio el libre tránsito de la Capital al puerto de Acapulco, y en peligro de que se interceptase la comunicación con el de Veracruz y la opulenta provincia de Oaxaca. Todos estos males y peligros creía Venegas que deberían cesar cuando fuera destruido el cuerpo del ejército Independiente mandado por Morelos. Es pues indispensable, decía Venegas, combinar un plan que asegure dar a este corifeo y a sus gavillas un golpe de escarmiento que los aterrorice, hasta el grado de que abandonen a su infame caudillo, si no se logra aprehenderlo.

                  Sus principales puntos ocupados son: Izucar, Cuautla y Taxco, habiendo destacado en estos últimos días una vanguardia que ocupó sucesivamente los pueblos de Totolapa, Buenavista, Juchi, Tlalmanalco y Chalco. Desarrollaba a continuación el virey su plan de campaña. Izucar y Cuautla debían ser atacados simultáneamente para dividir las fuerzas del enemigo, encargándose la expedición contra la primera de estas poblaciones a las tropas de la guarnición de Puebla reforzadas con el batallón de Asturias, y de la que había de avanzar hacia Cuautla el ejército del Centro, escalonando su marcha en Chalco, Tenango, Ameca, Ozumba y Atlatlauca. Como era de esperarse la derrota de los Insurgentes y su fuga hacia el Sur, el virey terminaba sus instrucciones con la indicación de que las tropas de Puebla se destinasen a la persecución, en tanto que el ejército del Centro volvería a la capital para dirigirlo al rumbo que dictasen las circunstancias.

                  Activamente se procedió a alistar la expedición, y el 10 de febrero de 1812 pudo salir de la capital una tropa de trescientos dragones destinada a reforzar la división de Puebla. El grueso del ejército del Centro se puso en marcha el dia 12, y siguiendo el itinerario establecido en las instrucciones de Venagas, marchó sin obstáculo hasta acampar el 17 del mismo mes en la hacienda de Pasulco, distante dos leguas de Cuautla.

                  Pero antes de continuar refiriendo las operaciones del ejército realista, debemos seguir la marcha de los sucesos ocurridos en la Nueva España después de la toma de Zitácuaro. . . .
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                  • Re: Hace 200 años . . . . .

                    Hemos dicho que la Junta Suprema se refugió primero en Tlalchapa y luego se estableció en Sultepec, permaneciendo en este lugar los vocales Liceaga y Verduzco, pues don Ignacio López Rayón, al frente de algunas tropas que pudo organizar, se había dirigido al rumbo de Toluca. Al lado de los primeros comenzó a distinguirse en aquella época don Manuel de Mier y Terán, que había terminado sus estudios en el Colegio de Minería; acogido con estusiasmo por los Independientes, recibió el grado de coronel, y desde luego se dedicó a fundir artillería estableciendo una maestranza y todos los talleres necesarios en el mineral de Sultepec.

                    Al retirarse de los Llanos de Apam la división de Soto-Maceda, hacia los últimos días de 1811, quedó aquella vasta región desguarnecida casi por completo. A mediados de febrero de 1812 varias guerrillas intentaron un ataque a Tulancingo, defendido a la sazón por mas de cien hombres; rudo fue el choque, pues los guerrilleros tenían prometido a sus soldados el saqueo de aquella villa floreciente, pero la muerte del jefe Olvera los desconcertó por completo, y se retiraron después de un combate obstinado que ocasionó pérdidas considerables a defensores y asaltantes.

                    La división de Garcia Conde, destacada del ejército del Centro cuando Calleja desocupó la villa de Zitácuaro, sostuvo desde mediados de enero una fatigosa campaña en las llanuras del Bajío, donde tuvo que habérselas con el renombrado Albino García, quien, rechazado en Guanajuato y después de haber asolado las comarcas de Dolores y San Felipe, atacó sin éxito a la importante población de Irapuato. Por un momento abandonó el infatigable guerrillero la intendencia de Guanajuato, entrando en la de Michoacan para concurrir al ataque de Valladolid, proyectado por Muñiz y Navarrete. Pero con el propósito de impedir la reunión de las guerrillas Independientes, don Torcuato Trujillo hizo salir en los primeros días de febrero al capitán Linares con trescientos hombres y tres piezas ligeras en busca de Albino, a quien econtró situado en las alturas del pueblo de Tarímbaro, con una multitud a caballo que se echó impetuosa sobre las fuerzas realistas, quienes lograron desordenarla a cañonazos y quitarles seis piezas de artillería y mas de seiscientos caballos. Entretanto, Muñiz, que ignoraba el desastre de Albino, se presentaba en las lomas de Santa María el dia convenido esperando verle llagar de un momento a otro. Trujillo, salió a atacarle, y después de un corto aunque empeñado combate, logró derrotarle, tómandole gran número de prisioneros.

                    Albino García volvió a su predilecta comarca del Valle de Santiago, donde reunió fácilmente a sus dispersos soldados, y se juntó a poco con las partidas de Escandón, los Gonzalez, Salmerón, Camacho y el negro Valero. El bigadier García Conde se dirigió en busca de estas guerrillas, entrando en el mismo valle sin resistencia el 15 de febrero de 1812, pues los Insurgentes se retiraron anticipadamente, y García Conde hubo de retroceder hasta Celaya, su cuartel general, para acudir desde allí a los puntos que sus veloces enemigos amagasen. No lo dejaron quieto mucho tiempo, nuevas guerrillas organizadas por el teniente general Reyes, el padre Pedrosa y otros, y que fuertes de cuatro mil hombres, seis cañones y abundante provisión de armas de fuego se habían adueñado de San Miguel el Grande, fortificándose en el cerro de La Cruz. García Conde envió en su contra al capitán Guizarnótegui, con dos escuadrones, en tanto que el jefe realista de Querétaro Garcia Rebollo destacaba en la misma dirección al comandante don Ildefonso de la Torre con dos batallones, combinando sus movimientos, de suerte que ambas fuerzas se hallasen frente al enemigo en la madrugada del 26 de febrero. Así lo hicieron, y juntas comenzaron el ataque, desalojando a los Independientes del cerro de La Cruz, causándoles una gran pérdida y quitándoles toda la artillería.

                    En la zona que cae hacia el norte de la Sierra de Guanajuato y en la que extienden las llanuras de Dolores y las tierras de San Luis, menudeaban los combates de guerrillas con motivo del frecuente tránsito que por ella hacían los convoyes que iban y venían entre San Luis y Querétaro. Reñido fue el que se empeñó el 4 de febrero en el santuario de Atotonilco, pues los Insurgentes asaltaron un cargamento de quinientas barras de plata procedentes de Zacatecas. Sálvolo, empero, el comandante don Ildefonso de la Torre, que avanzó hasta aquel punto a recibirlo, y que en su parte oficial consignó haber visto en el cielo, momentos antes de principiar la acción, una palma refulgente como promesa segura de victoria. Curiosamente, también Calleja, un mes antes y próximo a dar la señal de ataque contra Zitácuaro, ceyó ver en el cielo una nube en forma de palma, y así lo manifestó a los oficiales y soldados que se hallaban a su lado.

                    En la provincia de Oaxaca las crueldades y rigores que descargaron sobre los indígenas de Jamiltepec en noviembre del año anterior (1811), los jefes realistas Ortiz de Zárate y Caldelas mantuvieron sujetos por algún tiempo a los pueblos de la Costa Chica; pero en el mismo mes hizo su aparición en la provincia don Valerio Trujano, destacado por Morelos para propagar la revolución en toda la Mixteca, que es la zona comprendida entre Oaxaca y Puebla. Silacayopam fue tomada fácilmente por el valiente Trujano, y por momentos cundió el levantamiento en los pueblos de aquella áspera sierra. El comandante de la brigada de Oaxaca, don Bernardo Bonavia, levantó a gran prisa algunas tropas destinadas a combatir la Independencia por aquel rumbo, poniéndolas a las órdenes del español don José Régules Villasante, vecino de Nochistlán, quien, ajeno hasta entonces a la carrera de las armas, se distinguía por su actividad y decisión a la causa realista.

                    Varios propietarios, entre ellos don Gabriel Esperón y don Juan de la Vega, levantaron tropas en sus haciendas y se pusieron de acuerdo para combatir a los Independientes. Estos, al principiar el mes de enero de 1812, considerándose bastante fuertes para tomar la ofensiva, avanzaron hasta Yanhuitlán, pueblo rico de la Mixteca, cuya iglesia parroquial, que fue en sus principios convento de dominicos, es un edificio capaz de servir a la defensa. En ellá se fortificó Régules, con cuatrocientos infantes y cien caballos; no tardaron en presentarse los Insurgentes en número de tres mil hombres con tres cañones, tomando a los realistas una avanzada de veinticinco soldados, lo que le obligó a retirar sus tropas todas al interior del edificio; pero haciendo luego una salida vigorosa, logró desbaratar a los sitiadores, tomándoles los tres cañones que llevaban y haciéndoles curenta prisioneros, que mandó fusilar en el acto, así como al gobernador y alcalde de los indios del pueblo que habían intentado unirse a los asaltantes.

                    Al principiar el año 1812, también alteróse nuevamente la Nueva Galicia, dando motivo a que desplegasen su crueldad de siempre Cruz, Negrete, Pastor y otros tantos que dejaron escrito con sangre sus terribles nombres en los anales de la Independencia. El segundo de aquellos, se dedicó a perseguir las partidas de Independientes que aparecieron a la sazón en los confines de Nueva Galicia y Michoacán, logrando destrtozar una de ellas en las cercanías de Jiquilpan el 11 de enero. El coronel realista don Manuel Pastor, que dejaba siempre a su paso un reguero de sangre, podía también desbaratar en la primera quincena de enero, varias guerrillas Independientes en Amatitán, Paso de Santa Rosa y Real de la Yesca.

                    Agitábase también, a principios de 1812, la provincia de Veracruz, que había permanecido tranquila, en donde la ciudad de Veracruz, bajo la dominación española, era el único puerto del Seno Méxicano habilitado para el comercio con la metrópoli, con exclusión del de los demás países de Europa y América. Tal condición hacía que la mayor parte de sus habitantes se formase de españoles ricos y adictos a la península. Es verdad que los hijos de la costa, en el resto de la provincia, eran partidarios de la revolución, pues descendientes en su gran mayoría de los antiguos esclavos allí transportados, sentían arder en su sangre la sed de venganza que se legan unas a otras las generaciones oprimidas. Tambien simpatizaban con la insurrección no pocos de los habitantes de las tres grandes villas de la provincia: Jalapa, Orizaba y Córdoba.

                    Alentaban en el puerto mismo algunos partidarios de la Independencia, distiguiéndose entre ellos don Tomas Murphy, don José Mariano de Almanza y don Juan Bautista Lobo, los tres mexicanos de nacimiento. Mantúvose en paz la provincia hasta marzo de 1812, en que los habitantes de las costas vecinas al puerto dieron señales de agitación, impidiendo la entrada ordinaria de los víveres; alarmáronse las autoridades y habitantes de Veracruz, y las primeras hicieron salir al coronel don José Antonio de la Peña a la cabeza de una fuerza expedicionaria, la que después de sostener varios choques con la guerrilla de los costeños, regresó a la ciudad llevando la noticia de que toda la zona que circundaba a Veracruz, estaba cubierta de partidas armadas.

                    Sigamos ahora al general Calleja, ubicado en Apasulco, a corta distancia de Cuautla . . . .
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                    • Re: Hace 200 años . . . . .

                      Alzase Cuautla sobre un terreno ligeramente elevado que domina, como una meseta, las llanuras cincunvecinas. Por la parte oriental de la población corre entre esta y las lomas de Zacatepec el rio que naciendo en las vertientes del Popocatepetl va a mezclar sus aguas con las del turbulento Amacusac, y cuya profunda caja natural mide por aquel rumbo doscientas varas de anchura. Ciñendo la linea exterior que forma el caserío, cuya mayor longitud de norte a sur es de media legua, hállase una no interrumpida línea de espesa arboleda, entre la que destacan los platanares sus flecos sonantes y lustrosos. Una atarjea de mampostería de vara y media de espesor, que se va elevando gradualmente hasta la altura de catorce varas, corre desde el Calvario, extremidad norte de Cuautla, hasta la hacienda de Buenavista, situada en el término sur, y la cierra por la parte occidental, así como el barranco del río le sirve de foso por el lado del oriente. El pueblo, en 1812, con excepción de algunas iglesias y de pocas casas de cal y canto, componíase en su mayor parte de humildes chozas unidas entres si por cercas de piedra. Desde el Calvario corre una calle recta que a la entrada de la población pasa costeando la iglesia y convento de San Diego; en el centro atraviesa la plaza principal, donde se levanta el viejo convento de Santo Domingo, cuya iglesia es la parroquia del lugar, y termina en Santa Bárbara, situada en el extremo opuesto al Calvario.

                      Morelos, que acompañado de don Hermenegildo Galeana, Matamoros y los Bravo (don Victor y don Nicolás), había entrado en Cuautla el 9 de febrero de 1812, comprendió que allí sería atacado en breve, y con infatigable constancia se dedicó a fortificar el pueblo aumentando las obras de defensa comenzadas por don Leonardo Bravo, jefe de la plaza. Levantáronse t.r.i.n.c.h.e.ras y se hicieron cortaduras en los puntos mas convenientes; se abrieron troneras en los conventos y casas principales y se mandó allegar la mayor cantidad posible de víveres y de forrajes. Los tres mil hombres que Morelos y sus tenientes habían conducido, dividíanse en mil infantes y dos mil de caballería, regularmente armados, los que se aumentaron en lo sucesivo hasta cuatro mil, con algunas fuerzas que llevaron don Francisco Ayala, el teniente coronel Cano y algunos otros jefes de menor importancia. La mayor parte de los defensores de Cuautla, se formaba de negros y mulatos de la costa; diez y seis cañones de varios calibres formaban la artillería de Morelos.

                      Todo fue animación y movimiento en el interior de Cuautla desde que se supo el avance de Calleja, y luego su llegada a Pasulco. Confióse a Galeana la fortificación de la plaza y convento de San Diego situados al norte del pueblo; dióse el mando de Santo Domingo al general don Leonardo Bravo, y se encargó al denuedo de Matamoros y don Victor Bravo la custodia de Buenavista, punto extremo sur del perímetro fortificado. El trabajo en las t.r.i.n.c.h.e.r.a.s, cortaduras y reductos no cesaba ni de día ni de noche, dedicándose a él con igual ardor hasta las mujeres y los niños, pues los habitantes de Cuautla parecía que estaban dispuestos a sepultarse bajo los escombros de su lugar antes de rendirse al enemigo.

                      Al amanecer del 18 de febrero de 1812, una espesa polvareda que se alzaba en turbios remolinos sobre la carretera de México, hacia el norte, anunció a los Independientes que el enemigo llegaba frente a Cuautla. El cuerpo del ejército de Calleja constaba de cinco mil hombres, y algunos días después ascendió a siete mil con la incorporación de las tropas mandadas por Llano. Los mejores batallones del ejército realista marchaban al ataque de Cuautla: los de Asturias y Lovera, recién llegados de España; los de la Corona, Guanajuato, Patriotas de San Luis y columna de Granaderos; y los escuadrones de lanceros de México, San Carlos, Zamora, España, Tulancingo, Armijo y Morán. Venían a la cabeza de estos batallones y escuadrones los jefes de mayor nombradía, y casi todos habían militado a las órdenes de Calleja en las victoriosas expediciones de este general desde los postreros meses de 1810.

                      Avanzó Calleja con un cuerpo de quinientos hombres escogidos para hacer un reconocimiento alrededor del pueblo, y después de recorrer a distancia de tiro de cañón el perímetro fortificado se situó en la loma de Cuautlixco, a media legua de Cuautla. Morelos, que observaba desde las alturas de San Diego este movimiento, intentó inquietarle con su caballería por la retaguardia; Galeana, Matamoros y los Bravo se esforzaron en vano para apartar al general de este atrevido proyecto, pero el ilustre jefe calmó los temores de sus tenientes diciéndoles que era solamente su propósito reconocer la posición de los contrarios. Seguido de algunos hombres de su escolta salió de sus a.t.r.i.n.c.h.e.r.amientos y cayó con ímpetu sobre la avanzada realista. Pero Calleja había previsto esta acto de arrojo de Morelos, y con sobrada astucia dispuso que de un lado y otro del camino se emboscasen gruesos pelotones de infantería con un cañón para destrozar a los Independientes que por esa vía se aventurasen.

                      Apenas se presentaron estos huyeron las avanzadas realista, pero al mismo tiempo sus emboscadas comenzaron a cruzar sus disparon con la escolta de Morelos, que en pocos momentos quedó diezmada por el fuego: cayeron al lado del ilustre jefe algunos de sus soldados mas queridos, otros tornaron a Cuautla fugitivos, y muy pocos permanecieron en su compañía afrontando una verdadera lluvia de balas; y con ellos, sin embargo, se resolvía Morelos espada en mano entre las filas de los realistas que ya le rodeaban, con la decidida intención de aprisionarle.

                      Entonces fue cuando los atalayas colocados en las torres, viendo el extremo peligro en que se hallaba el general, dieron voces que infundieron grandísima angustia en los de adentro. Oyólas Galeana, y seguido de algunos de sus jinetes, partió velozmente con dirección al lugar de la pelea, derribando con furia a los enemigos que encontró a su paso hasta llegar al lado de Morelos, quien libre ya del cerco que le tenía aprisionado, pudo regresar a Cuautla en medio del delirante júbilo de sus habitantes y de los soldados, que habían creido perderle para siempre.
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                      • Re: Hace 200 años . . . . .

                        Calleja no pensaba que fuese necesario sitiar a Cuautla, y en las instrucciones que recibió del virey antes de emprender su marcha, se le recomendaba obrar con la mayor rapidez. Debió creer que aquellas masa mal armadas no podían resistir al impetuoso ataque de sus disciplinados batallones, y mas hubo quizá de animarle en su propósito la visita al pueblo, cuyo caserío, formado en su mayor parte de chozas de zacate, no ofrecía a sus defensores muchos medios de resistencia. El perímetro mismo, excepto por la parte oriental que defendía el barranco, no presentaba obstáculos serios a tropas acostumbradas al asalto. Fundándose sin duda en estas consideraciones, que nada tienen de ilusorio, dispuso Calleja el ataque para el siguiente dia, 19 de febrero de 1812.

                        A las siete de la mañana cuatro columnas de infantería realista avanzaron denodadamente desde el Calvario con dirección al convento de San Diego: a tiro de fusil dos de las columnas se desviaron, respectivamente, a derecha e izquierda, para caer sobre los flancos de la posición, en tanto que las dos restantes marchaban de frente, llevando en su centro una batería y en los flancos dos de los mejores regimientos del ejército. Calleja iba en un coche a retaguardia de las columnas, pues seguro de su triunfo, no juzgó necesario montar a caballo y ponerse a la cabeza de sus tropas. Morelos, que había notado gran movimiento desde muy temprano en el campo enemigo, comprendió que pronto iba a ser atacado, y adoptó las medidas que creyó indispensables para resistir con vigor; dio orden de que se dejase llegar a las columnas hasta cerca de la plaza sin hacer fuego, y confirmó en el mando de la fortificación amenazada al siempre intrépido Galeana.

                        Siguió avanzando la tropa realista; entró en el extremo norte de la calle Real, y al llegar a la plazuela de San Diego desenganchó sus cañones y los puso en batería frente a la t.r.i.n.c.h.e.r.a. defendida por los Independientes. Rompiéronse entonces los fuegos de ambos lados: los realistas disparaban con rapidez, y sus contrarios pausadamente, como para no malgastar su escaso parque. Pronto envolvió una espesísima nube de humo a la plaza de San Diego, nube que rasgaban como lenguas de fuego las descargas de la artillería española. Galeana había saltado el parapeto y se batía a pecho descubierto disparando su carabina. El coronel realista Sagarra, que mandaba la batería, hubo de distinguir al fin al hombre que tan osadamente hacía fuego sobre sus artilleros, y reconociéndole, se dirigió hacia el con rapidez y le disparó su pistola a quema ropa. Ileso quedó, sin embargo, el bravo Galeana, y despojándole de sus armas le asió de un pie y así metióle dentro del perímetro fortificado. La tropa enemiga, testigo presencial de estos sucesos, enmudeció como atónita y avergonzada. Apareció muy luego un coronel dando sus órdenes y llevando un tambor al lado. Galeana mandó a cinco hombres que le hiciesen fuego; cayó del hermoso alazán que montaba; abrazáronle los suyos y se lo llevaron herido mortalmente: díjose allí que era el coronel conde de Casa Rul; murió también a los primeros tiros el coronel del batallón Patriotas de San Luis, don José Nepomuceno Oviedo.

                        Lejos de flaquear, enfureciéronse los realistas por las pérdidas que acababan de sufrir en tres de sus oficiales superiores, y apretando sus filas y alzando ronca vocería se arrojaron a las t.r.i.n.c.h.e.r.a.s que les cerraban el paso como una muralla de acero y fuego. Fue aquel un choque formidable, en que peleando cuerpo a cuerpo los combatientes no podían disparar sus fusiles y servíanse de ellos para golpear con rabia. Cuando mas empeñada estaba la refriega al pie de la t.r.i.n.c.h.e.r.a, los indios colocados tras de las tapias del convento dirigieron una lluvia de piedras disparadas por sus hondas sobre las masas realistas: silbaban broncamente estos terribles proyectiles, y los que no causaban la muerte dejaban maltrecho a quien tocaban. Este inesperado ataque acabó de desorganizar a los asaltantes, y perdida su primitiva formación se dividieron en varios trozos, que unidos a las dos columnas dirigidas desde el principio del combate a derecha e izquierda, entraron en las casas que formaban ambas líneas de la calle, horadando las paredes divisorias para marchar cubiertos hasta la fuerte posición de San Diego.

                        Flanqueados los Independientes por este doble movimiento, Galeana destacó a un sobrino suyo para que al frente de un grupo de hombres resueltos contuviera el avance del enemigo por uno de los lados de la calle, mientras el se dirigía contra los de la línea opuesta. Pablo Galeana sostuvo entonces muy alto el brillo de su nombre: cargó resueltamente a los realistas arrojándoles granadas de mano y ametrallándolos con el famoso cañón Niño, que Morelos envió a gran prisa desde la plaza de Santo Domingo, en que había situado su cuartel general.

                        En esos momentos oyóse una voz, quizás la de un traidor, que gritaba cerca de la t.r.i.n.c.h.e.r.a de San Diego: ¡Todo se ha perdido, han derrotado a Galeana!. Al oir estos gritos, los soldados que la guardaban huyeron hacia el centro de la población, arrasando en su fuga al capitán Larios que con una pieza de artillería se había apostado en una callejuela inmediata. Difundióse sucesivamente el desconcierto en todos los puntos fortificados, y por algunos momentos reinó dentro de Cuautla las mas espantosa confusión. Ya una tropa de dragones enemigos se dirigía a la abandonada t.r.i.n.c.h.e.r.a, cuando un niño de doce años, llamado Narciso Mendoza, corrió al cañón, lo disparó, y el grupo de dragones retrocedió envuelto en humo y llevando muertos y heridos a algunos de los suyos. Rápido fue este incidente del que dependió en ese día, sin embargo, la toma de Cuautla; llegó Galeana en esos momentos supremos a la t.r.i.n.c.h.e.r.a, después de arrojar a los de la columna de la izquierda; hizo volver a los fugitivos; cubrió nuevamente los puntos abandonados del convento; y aumentada su fuerza con las tropas de refresco, conducidas por el mismo Morelos y don Leonardo Bravo, rechazó otros dos ataques emprendidos por las columnas realistas.

                        Eran las tres de la tarde, y el combate había empezado a las siete de la mañana; escaseaba el parque de los realistas; todos sus asaltos eran rechazados; varios de sus jefes superiores yacían tendidos en los alrededores de San Diego, y la sangre de cuatrocientos muertos y de mayor número de heridos, por ambas partes, teñía la calle Real y las casas adyacentes. Calleja emprendió la retirada, y fue a situarse con sus escarmentados batallones a la hacienda de Santa Inés y lomas de Cuautlixco.
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                        • Re: Hace 200 años . . . . .

                          Después de la lucha, Morelos entró en las casas que habían horadado los realistas y cada una de ellas ofrecía muestras palpitantes del terrible asalto que acababa de pasar: sus pobres moradores fueron víctimas de la furia de los que atacaron; nada fue respetado por ellos, ni las mujeres, niños y ancianos, bárbaramente asesinados dentro de las casas y en las huertas, ni sus humildes muebles y utensilios que fueron destruidos. El resultado del ataque dejábale entrever a Morelos, además, la posibilidad de vencer al ejército realista que tenía a su frente, en cuyo caso ningún obstáculo le podría detener para avanzar victorioso hasta las goteras de la misma capital del virreinato.

                          Calleja, entre tanto, comunicaba a Venegas el desastre que acababa de sufrir, aunque atenuando las pérdidas y afirmando que el número de Independientes encerrados en Cuautla ascendía a doce mil hombres con treinta piezas de artillería. A continuación el parte de Calleja al virey Venegas, importante y valioso por las consideraciónes en el plasmadas:

                          “Excelentísimo Señor:
                          Acompaño a V. E. el duplicado del parte y la noticia de muertos y heridos en el ataque a Cuautla, de la que me mantengo a media legua, a pesar de las muchas dificultades que me ofrece la subsistencia, y singularmente los forrajes; pero quiero imponerme, antes de apartarme, del estado en que ha quedado, por si pudiere aprovechar alguna oportunidad.

                          Si Cuautla no queda demolida como Zitácuaro, el enemigo creería haber hallado un medio seguro de sostenerse, multiplicaría sus fortificaciones en parajes convenientes en los que reuniría al inmenso número que de temor se les separa, y desde las que interceptaría los caminos y destruiría los pueblos y haciendas; las pocas tropas con que contamos se aniquilarían, y acaso se intimidarían, y la insurrección, que se halla en su último término, cundiría rápidamente, y tomaría un nuevo y vigoroso aspecto.

                          Cuautla debe ser demolida, y si se posible sepultados los facciosos en sus recintos, y todos los efectos serán contrarios; nadie se atreverá en adelante a encerrarse en los pueblos ni encontrarán otro medio para libertarse de la muerte que el de dejar las armas; pero para esto se necesitan medios oportunos. Ella está situada, fortificada, y guarnecida y defendida de un modo que no es empresa de pocas horas, de poca gente y de pocos auxilios. En un mismo dia tengo necesidad de marchar del campo al ataque, conduciendo y poniendo a cubierto de la numerosa caballería del enemigo las provisiones, los equipajes, el parque, los heridos, y los enfermos conducidos con inhumanidad en burros: verificar el ataque calculando, si no consigo apoderarme del puesto, que me quede tiempo para volver al campo, desde el que necesitan salir tropas inmediatamente a procurarse forrajes a largas distancias, otras a leñar, y las restantes a cubrir y defender el campo de la caballería enemiga, que continuamente se deja ver a largas distancias, huyendo cuando la atacan, y acercándose cuando se retiran nuestras tropas, con lo que inevitablemente se fatigan, enferman, arruinan y desaparecen.

                          Cuautla está fortificada con inteligencia, formando un recinto de dos plazas y dos iglesias circunvaladas de cortaduras, parapetos y baterías amerlonadas: la defienden doce mil y quinientos armados de fusil, treinta piezas de varios calibres y casi toda la restante tropa de caballería, por lo que no es posible tomarla por asalto, sino con mucha pérdida, y con infantería muy acostumbrada a ellos. El bloqueo o el sitio en regla necesita mas gente, singularmente de infantería, artillería, víveres, pertrechos y tiempo. V. E. resolverá lo que deba ejecutar; en concepto de que en el entretanto me mantendré en las inmediaciones mas próximas en que halle subsistencias.

                          He consumido muchas municiones en un ataque que duró seis horas, y hasta que me den noticia ignoro la existencia, que debe ser bien poca, pero siempre bastante para batir al enemigo si tuviese la osadía de salir de su recinto.

                          Dios, etc. Campo de Cuahutlixco, febrero 19 de 1812 a las cinco de la tarde.- Félix María Calleja.”

                          Al día siguiente, 20 de febrero, Calleja enviaba nueva comunicación al virey, asegurándole que el pueblo exigía un sitio de seis a ocho días, con tropas suficientes para dirigir tres ataques y cincurvalerle, pues aunque su recinto ocupaba mas de una legua, podía reducirse a la tercera parte. Al dia siguiente del asalto emprendido contra la plaza de San Diego, el capitán Larios interceptó un oficio dirigido por Calleja a Venegas, en el que manifestaba el verdadero número de hombres fuera de combate que tuvieron las tropas realistas, y la escasez de municiones a que estaban reducidas. Motivo fue el conocimiento de este parte para que Morelos y sus principales tenientes se reuniesen en consejo de guerra a fin de discutir la conveniencia de atacar al general español en su campamento.

                          Galeana opinó por el combate, pero hubo de prevalecer al cabo en la junta el dictamen cuerdo y prudente de Morelos, quien, aparte de recelar que la comunicación de Calleja fuere un ardid para alentar a los Independientes a una salida, demostró con copia de incontestables razones que en el caso de efectuarla, todas las posibilidades de éxito militarían a favor de los realistas.

                          Recordemos que, según el plan formado por Venegas, Cuautla e Izucar habían de ser atacadas simultáneamente, debiendo marchar contra esta última el coronel Llano. Reforzado este jefe con un regimiento de caballería que se le envió de la capital, salió de Puebla al frente de dos mil hombres. El 23 de febrero llegó Llano frente a Izucar, y situándose desde luego en el cerro del Calvario, rompió sobre la población un vivo cañoneo por espacio de dos horas; protegidas por este fuego mortífero lanzó dos columnas de ataque mandadas por el coronel don José Antonio Andrade. Los Independientes, a las órdenes del padre Sanchez y del capitán don Vicente Guerrero, rechazaron con indómito valor las embestidas de las columnas realistas, que destrozadas se retiraron, ya al caer la tarde, a la posición de el Calvario.

                          Repitióse el asalto el dia 24 de febrero de 1812, pero fue tan infructuoso como el anterior: Andrade, no pudiendo forzar los a.t.r.i.n.ch.e.ramientos y sufriendo un vivo fuego de las troneras abiertas en las casas, se retiró a su punto de partida después de pegar fuego a los barrios de Santiago y del Calvario; y desde la eminencia de este nombre siguió la artillería realista, durante aquel dia, lanzando balas y granadas sobre la población de Izucar. En estos críticos momentos para Llano, llegó a sus manos la órden de Venegas en que le prevenía que marchase sin pédida de tiempo a incorporarse a Calleja en el campamento establecido frente a Cuautla. Púsose en marcha el 26 de febrero, y aunque picada su retaguardia por una fuerte columna que le siguió algunas leguas, y dejando en el camino un cañón y un corto número de prisioneros, pudo el brigadier realista dar vuelta a la falda del Popocatepetl y entrar en la Tierra Caliente, llegando con su división al campo de Calleja el dia último de febrero. . . .
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                          • Re: Hace 200 años . . . . .

                            Pocos días antes, sabedor Morelos de la marcha de Llano, determinó impedir la reunión de este con el ejército que tenía a su frente, y acordó que saliese una fuerza respetable al mando del coronel Ordiera con la órden de ocupar la barranca de Tlayacac, punto necesario de tránsito para la división de Llano. Este movimiento no fue tan secreto que se ocultase a Calleja, el cual destacó violentamente una tropa considerable que dispersó por completo el cuerpo de Independientes, sin que un solo hombre pudiera regresar a Cuautla. Así, mientras los sitiadores aumentaban sus filas con dos mil hombres, Morelos vió disminuidas su escasas fuerzas por la pérdida de trescientos hombres, muertos, prisioneros o dispersos en la barranca de Tlayacac.

                            Reforzado así el ejército realista, pudo Calleja dar principio a las obras de circunvalación; su cuartel general quedó situado hacia el poniente de Cuautla, en terrenos de la hacienda de Buenavista; sobre las lomas de Zacatepec se asentó Llano. Los batallones de Asturias, Lovera y Mixto, y los escuadrones de Puebla y Tulancingo, cubrían el lado del oriente y remataban en el reducto del Calvario, al norte, perfectamente fortificado, pues era de todas las posiciones realistas, la mas próxima a la plaza. Desde el Calvario se alzaba una sucesión de espaldones, que defendidos por infantería y caballería terminaban en el cuartel general de Calleja, cerrando de este modo la línea de circunvalación. A la derecha de las lomas de Zacatepec se abre un profundo barranco, llamado del Agua Hedionda, cuyas vertientes, formadas por una fuente medicinal azufrosa que le da el nombre, derraman en el rio; para salvar este barranco se abrió en sus lados un camino de comunicación, y cerca del pueblecillo de Amelcingo se echó sobre el rio un puente de madera a fin de continuar la línea de los sitiadores. Esta, larga de dos leguas, estaba además reforzada con reductos, construidos en los puntos que se creyó mas peligrosos.

                            Morelos, entre tanto, había desplegado su incansable actividad aumentando sus obras de defensa, pues fortificó la hacienda de Buenavista y formó un reducto avanzado en el punto del Platanar para defender la derecha del rio, frente al campamento de Llano. Nuevas expediciones enviadas por el esclarecido patriota a las haciendas y pueblos inmediatos, antes de que se cerrase la línea del sitio, pudieron traerle algunas provisiones de boca, e impulsó la fabricación de municiones de guerra hasta donde lo permitieron los escasos elementos del pueblo.

                            Desde el 1º. hasta el 9 de marzo de 1812, ni un solo dia cesó Galeana de hostilizar a los realistas por el rumbo de Zacatepec, escaramuzas aisladas al principio, pronto se hacía general el combate, y tornaban las avanzadas a la plaza después de causar considerables daños a las tropas de Llano. El 10 de marzo, concluidos los terraplenes de las baterías realistas, rompióse el fuego contra los sitiados. Tronaron los cañones y morteros de Llano en las lomas de Zacatepec, y a su ejemplo, toda la línea comenzó a lanzar granadas, metralla y bombas sobre Cuautla. Esforzábanse los artilleros por arrojar bombas a la casa ocupada por Morelos, siendo de notarse la circunstancia de que ninguno de estos proyectiles cayó, durante el sitio, en el lugar que deseaban los realistas.

                            Este horrible fuego no llegó a interrumpirse, ni de dia ni de noche, durante todo el asedio. Caian las bombas sobre Cuautla y destruían con pavoroso estrépito las casas del pueblo, cuya construcción no oponía gran resistencia; al principio el terror se apoderó de los habitantes, que abandonaban sus moradas y corrían a las iglesias buscando en ellas refugio; luego, fuéronse acostumbrando a aquella incesante y mortífera lluvia de proyectiles; cuando percibían una bomba en el aire se echaban a tierra y esperaban la explosión; pasada esta recogían los fragmentos de hierro y los llevaban ufanos a la maestranza establecida por Morelos.

                            “Cuento hoy, decía Calleja al virey el 13 de marzo a las seis de la mañana, cuatro días de fuego que sufre el enemigo, como pudiera una guarnición de las tropas mas bizarras, sin dar ningún indicio de abandonar la defensa. Todos los días amanecen reparadas las pequeñas brechas que es capaz de abrir mi artillería de batalla: la escasez de agua la han suplido con pozos; la de víveres con maíz que tienen en abundancia; y todas las privaciones, con un fanatismo difícil de comprender y que haría necesariamente costoso un segundo asalto, que sólo debe emprenderse en una oportunidad que no peerderé si se presenta.”

                            Y algunos días después proponía el mismo alto funcionario:
                            “. . . que se hiciese venir artillería gruesa de Perote, y todo cuanto pudiese necesitarse sin perder instante, prefiriendo aquella a todas las demás atenciones, a las que se podía después ocurrir; y si el virey no estuviese conforme en estas ideas, pedíale que previniese terminantemente lo que se debía ejecutar, en circunstancias que, por cualquier parte que se mirasen, ofrecían muchas dificultades para el acierto.”

                            Aunque Cautla tenía cierta abundancia de víveres de primera necesidad para sostener un sitio dilatado, Morelos creyó conveniente allegar mayor cantidad de provisiones, y al efecto dio orden al cura Tapia y al capitán Larios, que habían quedado fuera de la plaza, y a don Miguel Bravo, que volvía del sitio de Yanhuitlán, para que reuniesen todos los víveres que fuese posible, y viniesen sobre Cuautla a fin de introducirlos en ella. Bravo se apercibió a cumplir lo que se le prevenía, y agrupando bajo sus órdenes ochocientos hombres y cuatro cañones, se fortificó en el rancho de Mayotepec. Calleja supo la reunión del enemigo, presumió con fundamento el objeto, y queriendo prevenir un ataque a su línea que podía ser secundado por los sitiados, dispuso que el batallón de Lovera y cuatrocientos caballos saliesen a destruir las fuerzas de Bravo. Al amanecer del 16 de marzo de 1812 llegó la división realista al rancho de Mayotepec y encontró a los Independientes situados en una altura, los cuales, sometidos por dos puntos, tuvieron que abandonar sus posiciones retirándose, en buen orden hasta el Mal Pais, lugar situado a cuatro leguas de Ozumba.

                            Desde este punto, Bravo y sus compañeros podían interceptar los convoyes que de México se enviaban a Calleja; y en efecto, el 18 de marzo atacaron briosamente uno que conducía el teniente don José Martín de Andrade, y que este logró salvar gracias al denuedo de los sirvientes del famoso Yermo que formaban parte de la escolta. Preciso fue que Calleja organizase una gruesa sección, cuyo mando dio al capitán don José Gabriel de Armijo, previniéndole que sin tregua ni descanso destruyese al grupo de Independientes que tan seriamente podían interrumpir su comunicación con la capital. Salió Armijo del campamento de Calleja en los últimos días de marzo; arrostró con valor el ataque que dirigieron en su contra los Independientes, y llegó a Chalco con su convoy ileso, donde dejó enfermos y heridos en los hospitales. A su vuelta cayó impetuosamente sobre las posiciones de Bravo en Mal Pais, el 28 de marzo de 1812, y tras una recia acometida, logro desalojarle, matándole cerca de 100 hombres y tomando armas, prisioneros y pertrechos.

                            Al mismo tiempo que este descalabro arrebataba a los sitiados la esperanza de ser socorridos por don Miguel Bravo, dispuso Calleja cortar el agua de Juchitengo que abastecía a la población. El batallón de Lovera, protegido por las tinieblas de la noche, dio cumplimiento a esta orden, terraplenando en un gran trecho la sanja que servía de lecho al agua y dando otra dirección a su corriente. Morelos comprendió el inmenso daño que acababa que de hacérsele, y mandó a Galeana que levantase un fortín en el punto de la toma de agua. Construyose el fuerte bajo los fuegos del enemigo, y día tras día fue campo de heriocas acciones ese reducto, levantado al oriente de la plazuela de San Diego. Los realistas combatían incesantemente a fin de arrebatar a sus contrarios la toma del agua, pero nunca lograron su intento.

                            En las primeras noches del mes de abril, Morelos, Galeana y don José María Aguayo atacaron denodadamente el fortín de el Calvario, punto importantísimo para los sitiadores, y que situado en el extremo norte del pueblo, era no solo el puesto mas avanzado que ocupaban, sino también el eslabón, por decirlo así, que unía por aquel lado las líneas de Calleja a las del brigadier Llano. Al mismo tiempo los demás jefes Independientes llamaban la atención haciendo fuego sobre toda la línea que los circundaba. Aguayo con sus bravos costeños cargó con vigor al reducto arrojando granadas de mano sobre sus defensores, y luego, lanzándose a la bayoneta, lograron el y los suyos entrar en el interior del fortín, defendido desesperadamente por el comandante de granaderos don Agustín de la Viña. Allí murió, entre muchos, y con llanto de todo aquel ejército realista, el capitán graduado don Gil Riaño, hijo del desventurado intendente de Guanajuato, y ya la artillería había caído en poder de los asaltantes, cuando grandes masas de tropa enviadas a toda prisa por Llano y Calleja los rodearon por todos lados, obligándolos a retirarse al interior de la plaza, sin trofeos, pero cubiertos de gloria.


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                            • Re: Hace 200 años . . . . .

                              El hambre, era siniestra y eterna compañera de la guerra, ya se hacía sentir con intensidad dentro de Cuautla; pesábale a Morelos la dura situación de sus soldados y de los habitantes del pueblo, y mas de una vez sometió a sus oficiales la intención que le animaba de salir personalmente al frente de alguna fuerza para traer a la plaza los anhelados víveres. Pero opusiéronse aquellos y en su lugar pidió salir el coronel Matamoros, y este, acompañado del cononel Perdiz y de cien dragones, arrolló en la noche del 21 de abril de 1812 las líneas enemigas por el rumbo de Santa Inés, y se dirigió a ponerse de acuerdo con don Miguel Bravo, que se hallaba no lejos del pueblo de Ocuituco. En esta salida fue muerto el coronel Perdiz y muchos otros de los que acompañaban a Matamoros. El cadáver del primero, desnudo y atado sobre una mula que los sitiadores hicieron entrar en el pueblo, fue el aviso que tuvieron los sitiados de la muerte de este distinguido patriota. Aumentaba el hambre cada día; las provisiones del ejército se habían agotado y los comestibles de las tiendas del pueblo se terminaron a mediados de abril. El aguardiente y la miel, que no escaseaban, eran el único alimento de aquellos sufridos patriotas; los animales inmundos, ranas, lagartijas, ratones e iguanas, eran pasto delicioso y cuando ya no tuvieron ni este extremo recurso, comieron cueros remojados.

                              La iglesia de San Diego, convertida en hospital, no tardó en llenarse de enfermos; cada día sucumbían al furor de la peste treinta o mas individuos; no había tiempo ni espacio para enterrar a los muertos; y en medio de estas escenas de horror y de muerte, Morelos acudió al recurso de improvisar fiestas sencillas en los puntos mas expuestos a los fuegos del enemigo. Quería el gran patriota ofrecer a sus soldados algún solaz entre la detonación que les rodeaba, y levantar así el ánimo de los defensores de Cuautla para que no llegase a flaquear; muchas tardes, al alcance de las balas realistas y acompañado de los principales jefes, tomaba parte en los bailes y jamaicas de sus bravos soldados. Daban al viento las músicas sus alegres acordes. Los disparos de los cañones realistas no eran bastantes a terminar las fiestas, y cada uno de ellos era recibido con aclamaciones y vivas a los Independientes. Alguna vez fue tan nutrido el fuego de los sitiadores y estuvo en tanto peligro la vida de Morelos, que sus soldados le obligaron, casi a la fuerza, a guarecerse detrás de las t.r.in.c.he.r.a.s del reducto.

                              Al respecto Calleja escribía al virey el 24 de abril de 1812:

                              “ Si la constancia y actividad de los defensores de Cuautla, fuese con moralidad y dirigida a una causa justa, merecería algún dia un lugar distinguido en la historia. Estrechados por nuestras tropas y afligidos por la necesidad, manifiestan alegría en todos los sucesos: entierran sus cadáveres al son de repiques en celebridad de su muerte gloriosa, y festejan con algaraza, bailes y borracheras el regreso de sus frecuentes salidas, cualquiera que haya sido el éxito, imponiendo pena de la vida al que hable de desgracia o de rendición. Este clérigo es un segundo Mahoma que promete la resurrección temporal y después el paraíso con el goce de todas las pasiones a sus felices Musulmanes.”

                              Si dura y casi extrema era en la segunda quincena de abril la situación de los sitiados, en no menos crítica situación se hallaban los sitiadores; érale mortífera el clima de la Tierra Caliente, sus hospitales estaban henchidos de enfermos, y el general realista veía acercarse con pavor la estación de lluvias, pues bien sabía que en ese caso no le quedaba mas remedio que levantar el sitio y emprender la retirada. El virey Venegas urgíale a Calleja a terminar el sitio disponiendo un asalto general, pero a estas constantes exitativas contestaba Calleja:

                              “El 19 de febrero asalté por cuatro puntos a Cuautla, que no estaba ni de mucho fortificada como en el día; mi tropa, acostumbrada a la victoria, no dudaba obtenerla. Tomé todas las disposiciones que creí convenientes, pero nada bastó, y tres veces fueron rechazadas y vueltos a la carga, y en la última fue necesario que yo mismo condejese a los granaderos acobardados….. “

                              Por su parte Venegas contestaba a Calleja:

                              “ Son muy exactas las reflexiones de V. S. sobre la constancia de Morelos y sus mahométicas máximas…. Los Insurgentes hacen por todas partes el último esfuerzo: nos han tomado a Pachuca; Olazabal ha sido atacado con su convoy en Nopalucan; Tepeaca ha sido ocupada por los rebeldes, y están atacando a Toluca y Atilxco. Sin embargo, Cuautla es el punto principal y el centro de donde ha de proceder el desembarazo de los restantes. . . .”

                              Mientras tanto, la última esperanza de los sitiados manteníase por estos: La llegada de Matamoros, que había roto con bravura la línea de circunvalación, pero Calleja que había interceptado los correos entre Matamoros y Morelos, poniendo sobre las armas a todas sus tropas, al amanecer del dia 27 de abril, rechazaron los desesperados asaltos de Matamoros, y acabaron por perseguir a los Indpendientes, que se retiraron en desorden hasta sus posiciones de Tlayacac.

                              El 1º. de mayo de 1812 se cumplieron setenta y dos días de asedio, marcándose cada uno de ellos con alguna hazaña famosa. Frustrado el plan que se propuso realizar Matamoros, agotadas por completo las provisiones y los pertrechos, llevado hasta el linde de lo humano el sufrimiento de los sitiados y rechazado con altivo desdén el indulto que ofrecía el virey, hubo Morelos de resolverse a romper el sitio, prefiriendo una muerte gloriosa en el campo de batalla, a caer exhaustos el y los suyos en manos de sus enemigos. Al espirar la tarde de ese día, reunió a sus principales tenientes y arregló con ellos la salida de las tropas, que debía efectuarse por el rumbo del noreste, entre el fortín del Calvario y el puebecillo de Amelcingo. La órden de salida dice así:

                              “Que las lumbradas de los baluartes estén gruesas. Que tras de la avanzada vayan zapadores con herramienta. Sigue la vanguardia de caballería. Luego media infantería. Luego el cargamento de artillería. Luego la otra madia infantería. Luego la retaguardia de caballería. Que se den velas dobles y se vendan los sobrantes de jabón. Que repartido el prest se de un peso a cada enfermo y la mitad del sobrante se traiga. Que se junten cuarenta mulas, y si no hay que se reduzcan los cañones. Que se repartan los cartuchos a cinco paquetes: dos tiros y clavo. “

                              Dieron las dos de la mañana del dia 2 de mayo; la luna comenzó a disipar las tinieblas como para servir de guía a esa pequeña legión de héroes. Circuló entre las filas la voz de marcha, y púsose en movimiento la columna. Iba a la vanguardia Galeana con la mejor infantería; seguían luego doscientos cincuenta lanceros; detrás de estos dos piezas pequeñas de artillería; marchaban luego los que conducían a los heridos; Morelos con don Leonardo y don Victor Bravo se colocó en seguida al frente del resto de la infantería; y formaba la retaguardia una pequeña fuerza de caballería a las órdenes del capitán Anzures; marchaban también muchos de los habitantes del pueblo, de todo sexo y edad, que huían temiendo la ferocidad de los sitiadores.

                              En ese órden salió de Cuautla la columna siguiendo la caja del rio y procurando hacer el menos ruido posible. Reinaba profunda calma en las líneas sitiadoras; y sin ser inquietados traspasaron los Independientes la de circunvalación, dejando a su izquierda el formidable reducto de el Calvario. Continuaron su marcha en silencio y con las armas preparadas. De repente hallaron en su camino un zanjón que les impedía el paso; echaron sobre el algunas vigas de las que para el caso llevaban, y atravesaron por aquel puente imporvisado. En estos momentos un centinela enemigo dio el ¡quién vive! y, aunque Galeana lo mató de un pistoletazo la alarma cundió rápidamente en toda la línea sitiadora, y la columna se vió envuelta por algunos batallones realistas al llegar a la hacienda de Guadalupita. Parapetáronse los Independientes detrás de las cercas de piedra y se defendieron bravamente a los gritos mil veces repetidos de ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Viva la América!, Pero después de una hora de combate, rodeábales casi todo el ejército sitiador.

                              Morelos, los Bravo, Galeana, Anzures y Ayala peleaban en primera fila y animaban con su voz y con su ejemplo a sus soldados. En lo mas reñido del combate cayó el caballo de Morelos arrastrando al general en su caída; levantáronlo los suyos cuando a punto estaba de quedar prisionero, y arrojándose con increíble empuje sobre los realistas, lograron romper el cerco de fuego que los envolvía y prosiguieron su retirada, en gran desorden ya, y perseguidos vigorosamente por la caballería de Calleja. Fue la persecución activa y sangrienta; la tropa regular de los Independientes pudo marchar con algún órden hacia las faldas del Popocatepetl, y pasando luego a Izucar, donde se unió con la que estaba a las órdenes de don Miguel Bravo.

                              Así acabó el famoso sitio de Cuautla. Pocos días bastaron a Calleja para recoger la artillería y pertrechos de guerra abandonados por los Independientes y el ejército del Centro, con Calleja a la cabeza, hizo su entrada en México el 16 de mayo de 1812. El virey con el pretexto de dividir las fuerzas en varias secciones y ante el fracaso de Calleja con Morelos, disolvió el ejército del Centro, que nunca consideró adicto a su persona.
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                              • Re: Hace 200 años . . . . .

                                Disuelto el ejército del Centro, so pretexto de que ya no había enemigos temibles que combatir, pero en verdad porque el virey Venegas veía en cada uno de los oficiales y soldados que lo formaban un ciego adepto de Calleja, y retirado este del mando activo de aquellos batallones y escuadrones que tantas veces le siguieron por el camino del triunfo, pudieron creer por un momento los mas entusiastas partidarios del dominio español que la revolución de Independencia tocaba a su término.

                                Cuan lejano se hallaba aun el fin de tan porfiada contienda lo indicaban las numerosas partidas que recorrían en son de guerra la vasta superficie del virreinato, y la exaltación de los ánimos que la noticia de la heroica defensa de Cuautla hizo llegar a su colmo. En efecto, la fama del héroe de aquel sitio se elevó entonces hasta las estrellas, y un entusiasmo general ocupaba los espiritus de los criollos. En México mismo, asiento del virey, se cantaban los elogios del campeón nacional, y su nombre era ya una señal de triunfo para los mexicanos. Pero antes de seguir a Morelos en su nueva serie de victorias, debemos condensar, con la posible brevedad, las ocurrencias militares que se efectuaban en diversos rumbos de Nueva España.

                                En la misma zona del Sur, que a fines de diciembre del año anterior (1811) hubiera considerádose sometida a las armas de los Independientes, se luchó con valor y constancia en los meses de marzo y abril de 1812. La dominación española tenía en esa vasta comarca ardientes sostenedores en todos los europeos, dueños de opulentas haciendas de caña; estos ejercían natural y poderosa influencia sobre parte considerable de los habitantes, quienes de grado o por fuerza secundaban la diligencia de sus amos y patrones para combatir la revolución, y de esta suerte, los jefes realistas hallaban siempre en esa zona elementos y auxilios de todo género para sostener una activa campaña. El teniente coronel Paris, que tuvo tan escasa fortuna en sus empresas contra Morelos al empezar el año de 1811, en su calidad de comandante de la quinta división de milicias del Sur sostenía la causa realista con actividad y energía. Recobró la plaza de Tlapa, favoreció la contrarrevolución llevada a cabo por los realistas de Chilapa, poniendo al frente de esta villa a los capitanes españoles Cerro y Añorve, y luego, sabedor de la salida de Morelos de Cuautla y creyendo que se dirigía a la costa, se situó con una fuerte sección en el pueblo de Ayutla, resuelto a cortarle el paso y a procurar su completo exterminio.

                                Quiso secundar Venegas este movimiento de reacción, y al efecto dirigió a los habitantes de los pueblos del Sur una proclama que se publicó en la capital el 11 de mayo de 1812. Pretendía demostrarles en ella que Morelos los arrastraba a una sima de perdición; pintábale con los colores mas odiosos, y recurriendo a la impostura afirmaba que el campeón de la Independencia había dejado perecer de hambre, dentro de Cuautla, a mas de ocho mil personas, y sacrificado tres mil en su salida, al tiempo que el indulto del rey hubiera salvado a todos. Decíales que imitasen el ejemplo de los habitantes de Chilapa, Chilpancingo, Taxco y otras poblaciones que acababan de auxiliar eficazmente a los jefes realistas Regules y Paris, y terminaba ofreciendo cuantiosa recompensa al que entregando a Morelos, “liberase al mundo de uno de los mayores monstruos que habían aparecido.”

                                Entretanto Lopez Rayón, al frente de algunas tropas que pudo reunir a costa de inmensos esfuerzos y dejando en Sultepec a sus colegas de la Junta Suprema Liceaga y Verduzco, avanzó hasta las cercanías de Toluca obligando a Porlier y sus seiscientos soldados a encerrarse en esa ciudad. El jefe Independiente situó su cuartel general en la hacienda de la Huerta, y el 18 de abril de 1812 atacó con ímpetu las posiciones a.t.r.i.n.ch.e.r.a.das de Porlier reduciéndole, después de varias horas de combate, al cementerio e iglesia de San Francisco, lugar fuerte, casi inexpugnable, de antemano preparado a sostener vigorosa defensa, y que López Rayón no podía allanar careciendo de artillería de batir y del parque necesario para continuar la acción. Hubo de retirarse al fin, ya al morir el dia, aunque cuidando de prevenir una salida del enemigo que inquietase su movimiento retrógrado. No se engañó, porque en la noche una partida de caballería realista intentó sorprender su campamento, situado a la vista de Toluca; pero Rayón logró rechazar el asalto y al día siguiente marchó a Amatepec, punto situado entre Toluca y Lerma, habiendo incendiado a su paso la hacienda de la Garcesa, propiedad del español don Nicolás Gutierrez, que se distinguía entre los mas encarnizados enemigos de la revolución.

                                Algunos días después el oficial Camacho, que era uno de los mejores tenientes de López Rayón, salió de Amatepec y cayendo sobre un grueso destacamento enviado por Porlier en busca de víveres, logró derrotarle por completo, quitándole muchas armas y caballos y matando a cien realistas.

                                El movimiento de López Rayón hacia Toluca, y luego el bloqueo que estableció contra este punto, en los momentos mas críticos para los sitiados en Cuautla, fueron concertados por el distinguido presidente de la Junta para auxiliar en lo posible al general Morelos; comprendió que asediando a Toluca distraía la atención del gobierno virreinal e inutilizaba a las tropas de Porlier para que reforzasen el ejército del Centro. Cumplióse plenamente su propósito, pues su amago detuvo y confinó en Toluca a ese brigadier, a quien ya se había ordenado por Venagas que remontando a Taxco, descendiese a Cuernavaca y avanzara al plan de Cuautla, a fin de cooperar en la destrucción de Morelos.

                                El gobierno vireynal deseoso de aniquilar a López Rayón, formó de las mejores tropas del disuelto ejército del Centro una fuerte división de mil quinientos hombres con siete cañones que puso a las órdenes del coronel don Joaquín del Castillo y Bustamante. Salió este de México el 18 de mayo, y apenas lo supo Porlier avanzó hacia las posiciones de López Rayón, pero fue rechazado con pérdida y se vió obligado a retroceder a Toluca. El jefe Independiente, para afrontar el ataque que esperaba del lado contrario de parte de Castillo y Bustamante, se hizo fuerte en Lerma. López Rayón mandó hacer cortaduras y levantar parapetos en el camino de México, y tras ellos esperó al enemigo, que en la mañana del 19 de mayo de 1812, avanzó intrépidamente bajo el nutrido fuego de los Independientes. Los granaderos realistas, que marchaban a la vanguardia, echaron un puente sobre la primer cortadura y tomaron el parapeto que se alzaba detrás, pero nuevos fosos y t.r.i.n.ch.e.r.a.s se presentaban en seguida, y aunque acudieron los demás batallones en auxilio de la vanguardia, fueron todos rechazados con pérdidas sensibles, y Castillo ordenó la retirada a la hacienda de Jajalpa, desde donde pidió refuerzos al gobierno.

                                Salió violentamente de México el batallón de Lovera con cuatro cañones, y cuando Castillo y Bustamante, fuerte con este auxilio, se preparaba en la mañana del 23 de mayo a un nuevo ataque sobre Lerma, supo con sorpresa que los Independientes, abandonando desde la noche anterior sus imponentes fortificaciones, se retiraban rumbo a Tenango, población situada al sur de Toluca. . . .
                                Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
                                Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

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