Re: Hace 200 años . . . . .
Marchó entonces sin obstáculo la división realista hasta Toluca; allí se le incorporaron algunas tropas, y sin perder tiempo salió para Tenango acampando el 2 de junio de 1812 en la hacienda de San Agustín, a la vista del cerro de aquel lugar, que ya ocupaban los Independientes con numerosa artillería y gran número de gente. López Rayón situado en la falda de aquella casi inaccesible eminencia que mira la sur, ordenó al cura don José Manuel Correa, que cubriese el punto llamado El Veladero, y dispuso que las partidas de caballería montada de Epitacio Sanchez y Atilano García acamparan entre su campo y el del enemigo para evitar una sorpresa; pero esta última órden no fue cumplida, y estos jefes fueron a dormir a otro pueblo inmediato.El jefe realista que espiaba la ocasión de sorprender a los independientes, no tardó en saber tal circunstancia, y al amanecer del 6 de junio dividió su fuerza en tres secciones, la una destinada a embestir al pueblo, la otra a simular un ataque al cerro por su frente, y la tercera a ocupar un estrecho sendero que conducía a la cumbre de la montaña por la espalda y sabía no estaba defendido.
Percibieron los Independientes la llegada del enemigo cuando oyeron el marcial toque de cornetas de Lovera y recibieron las nutridas descargas a menos de medio tiro de fusil. El valiente cura Correa se sostuvo firme algún rato con la batería que se le había confiado, pero el resto de aquel pequeño ejército se dispersó completamente dejando en poder de los realistas sus puntos fortificados, con toda su artillería y gran cantidad de municiones. López Rayón, seguido de muchos, huyó por un profundo barranco, y se detuvo al pie del Xinantecatl, o volcán de Toluca, donde reunió a sus dispersos; allí le llevaron el cadáver de uno de sus oficiales mas queridos, el comandante Camacho, quien algunos días antes había sido el terror de los soldados de Porlier.
Aprovechó Castillo y Bustamante su fácil victoria enviando a Tenancingo y Tecualoya a su segundo el teniente coronel Calafat, que sometió sin esfuerzo a estas dos poblaciones, en tanto que el jefe de la división regresaba a Toluca; púsose de nuevo en marcha el 16 de junio, y cinco días después entraba en el mineral de Sultepec; desierta halló la población el coronel realista, pues los miembros de La Junta, la corta guarnición Independiente y los principales vecinos se habían puesto a salvo al saber que se dirigía contra ellos el sanguinario Castillo y Bustamante. Pudo este apoderarse de algunos cañones y útiles de la maestranza; erigió un tribunal militar que sentenció a muerte a muchos individuos aprehendidos en las cercanías y restableció la administración política y econoómica, y dividió sus tropas en varias secciones con el fin de que operasen simultáneamente por distintos rumbos.
López Rayón, después del descalabro que sufrió en Tenango, marchó rápidamente a Tiripitio, donde había sitado a sus colegas de La Junta Suprema, Liceaga y Berdusco; acudieron estos a su llamamiento, y de común acuerdo levantaron un acta solemne en la que se consignó que las exigencias de la guerra determinaban la separación de los miembros del gobierno, pero que cada uno de ellos se dedicaría a continuar sosteniendo la lucha en los puntos y provincias que al efecto se señalaron, y fueron, Pátzcuaro y la provincia de Valladolid a Berdusco; la de Guanajuato a Liceaga; la de México a López Rayón, y la zona del sur a Morelos, quien fue desde entonces considerado cuarto miembro de la Junta Suprema. Rayón volvió a Sultepec, y antes de que entrasen en ella los realistas y sacando de este punto todos los elementos que allí se habían aglomerado, los condujo a Tlalpujahua, donde situó su cuartel general.
Antes de salir Liceaga de Sultepec, ordenó que treinta y cinco prisioneros que allí se hallaban, de los cuales eran españoles treinta y tres, fuesen llevados al presidio de Zacatula bajo la custodia del comandante Vargas. Al llegar al pueblo de Pantoja, distante tres leguas de Sultepec, los prisioneros intentaron desarmar a sus guardianes los unos, y fugarse los otros, por lo que el comandante mandó hacerles fuego resultando muertos treinta y escapando con vida los cinco restantes, entre ellos el conde de Casa Alta, que llegó al lado de Rayón sin que fuese molestado en lo sucesivo.
Sazón es esta oportuna, antes que pasemos a referir los sucesos militares que ocurrían en otras partes del virreinato, de consignar la negociación que en los primeros meses de 1812 abrió el doctor Cos con el virey, llevando por objeto hacer menos sangrienta la guerra que desvastaba la Nueva España. Autorizado por la Junta Suprema y a su nombre, dirigió a Venegas desde Sultepec, y fechado 16 de marzo de 1812, un manifiesto a los españoles y dos planes, uno de paz, en el que constaban las condiciones bajo las cuales debería establecerse, y otro de guerra, conteniendo las reglas que habían de observarse si el primero no era admitido.
En el primero de estos consignábase que la soberanía de la nación era la fuente del poder público; que la autoridad sería ejercida por un Congreso Nacional, independiente de España y que representase a Fernando VII afirmando sus derechos; que los españoles quedarían en calidad de ciudadanos con el goce de sus vidas y haciendas, y los que fuesen empleados con el de sus honores, fueros y parte de sus sueldos. El plan de guerra proponía que se observase el derecho de gentes y de guerra, como se usa en otras naciones civilizadas, y comprendía justas y humanitarias pretensiones para atenuar los horrores de aquella lucha sangrienta y sin cuartel, en que se hollaban los mas sagrados principios y todos los fueros de la civilización. En medio de aquel desbordamiento de barbarie y del olvido de todo sentimiento generoso, cuando las represalias se erigieron en sistema, y cuando cada jefe realista recibía la orden de exterminio a los Independientes sin distinción de clase, sexo, ni edad, es digno de consignarse que de entre estos surgió el llamamiento a los principios de la civilización y de la humanidad, y que le virey Venegas, sin contestar el oficio de Cos, mandó en 7 de abril de 1812 que fueran quemados por manos del verdugo el manifiesto y los planes de la Junta Suprema.
Pues bien, al mismo tiempo que el doctor Cos, en nombre de la Junta Suprema, conjuraba al virey y al partido de la dominación a adoptar reglas que se conformasen con la humanidad y el derecho de gentes, este aprisionaba en México a varios individuos, sospechados de mantener relaciones con los miembros de la Junta Suprema. Derrotado en el Monte de la Cruces el jefe insurrecto Lailson, francés de origen y que había sido maestro de equitación en la capital, fue hallada entres sus bagajes la correspondencia entre el general López Rayón y los Guadalupes de México, asociación secreta de los partidarios de la Independencia, cuyos miembros fueron reducidos a prisión; en otros sitios nuevos defensores de la Independencia aparecián. . . .
Marchó entonces sin obstáculo la división realista hasta Toluca; allí se le incorporaron algunas tropas, y sin perder tiempo salió para Tenango acampando el 2 de junio de 1812 en la hacienda de San Agustín, a la vista del cerro de aquel lugar, que ya ocupaban los Independientes con numerosa artillería y gran número de gente. López Rayón situado en la falda de aquella casi inaccesible eminencia que mira la sur, ordenó al cura don José Manuel Correa, que cubriese el punto llamado El Veladero, y dispuso que las partidas de caballería montada de Epitacio Sanchez y Atilano García acamparan entre su campo y el del enemigo para evitar una sorpresa; pero esta última órden no fue cumplida, y estos jefes fueron a dormir a otro pueblo inmediato.El jefe realista que espiaba la ocasión de sorprender a los independientes, no tardó en saber tal circunstancia, y al amanecer del 6 de junio dividió su fuerza en tres secciones, la una destinada a embestir al pueblo, la otra a simular un ataque al cerro por su frente, y la tercera a ocupar un estrecho sendero que conducía a la cumbre de la montaña por la espalda y sabía no estaba defendido.
Percibieron los Independientes la llegada del enemigo cuando oyeron el marcial toque de cornetas de Lovera y recibieron las nutridas descargas a menos de medio tiro de fusil. El valiente cura Correa se sostuvo firme algún rato con la batería que se le había confiado, pero el resto de aquel pequeño ejército se dispersó completamente dejando en poder de los realistas sus puntos fortificados, con toda su artillería y gran cantidad de municiones. López Rayón, seguido de muchos, huyó por un profundo barranco, y se detuvo al pie del Xinantecatl, o volcán de Toluca, donde reunió a sus dispersos; allí le llevaron el cadáver de uno de sus oficiales mas queridos, el comandante Camacho, quien algunos días antes había sido el terror de los soldados de Porlier.
Aprovechó Castillo y Bustamante su fácil victoria enviando a Tenancingo y Tecualoya a su segundo el teniente coronel Calafat, que sometió sin esfuerzo a estas dos poblaciones, en tanto que el jefe de la división regresaba a Toluca; púsose de nuevo en marcha el 16 de junio, y cinco días después entraba en el mineral de Sultepec; desierta halló la población el coronel realista, pues los miembros de La Junta, la corta guarnición Independiente y los principales vecinos se habían puesto a salvo al saber que se dirigía contra ellos el sanguinario Castillo y Bustamante. Pudo este apoderarse de algunos cañones y útiles de la maestranza; erigió un tribunal militar que sentenció a muerte a muchos individuos aprehendidos en las cercanías y restableció la administración política y econoómica, y dividió sus tropas en varias secciones con el fin de que operasen simultáneamente por distintos rumbos.
López Rayón, después del descalabro que sufrió en Tenango, marchó rápidamente a Tiripitio, donde había sitado a sus colegas de La Junta Suprema, Liceaga y Berdusco; acudieron estos a su llamamiento, y de común acuerdo levantaron un acta solemne en la que se consignó que las exigencias de la guerra determinaban la separación de los miembros del gobierno, pero que cada uno de ellos se dedicaría a continuar sosteniendo la lucha en los puntos y provincias que al efecto se señalaron, y fueron, Pátzcuaro y la provincia de Valladolid a Berdusco; la de Guanajuato a Liceaga; la de México a López Rayón, y la zona del sur a Morelos, quien fue desde entonces considerado cuarto miembro de la Junta Suprema. Rayón volvió a Sultepec, y antes de que entrasen en ella los realistas y sacando de este punto todos los elementos que allí se habían aglomerado, los condujo a Tlalpujahua, donde situó su cuartel general.
Antes de salir Liceaga de Sultepec, ordenó que treinta y cinco prisioneros que allí se hallaban, de los cuales eran españoles treinta y tres, fuesen llevados al presidio de Zacatula bajo la custodia del comandante Vargas. Al llegar al pueblo de Pantoja, distante tres leguas de Sultepec, los prisioneros intentaron desarmar a sus guardianes los unos, y fugarse los otros, por lo que el comandante mandó hacerles fuego resultando muertos treinta y escapando con vida los cinco restantes, entre ellos el conde de Casa Alta, que llegó al lado de Rayón sin que fuese molestado en lo sucesivo.
Sazón es esta oportuna, antes que pasemos a referir los sucesos militares que ocurrían en otras partes del virreinato, de consignar la negociación que en los primeros meses de 1812 abrió el doctor Cos con el virey, llevando por objeto hacer menos sangrienta la guerra que desvastaba la Nueva España. Autorizado por la Junta Suprema y a su nombre, dirigió a Venegas desde Sultepec, y fechado 16 de marzo de 1812, un manifiesto a los españoles y dos planes, uno de paz, en el que constaban las condiciones bajo las cuales debería establecerse, y otro de guerra, conteniendo las reglas que habían de observarse si el primero no era admitido.
En el primero de estos consignábase que la soberanía de la nación era la fuente del poder público; que la autoridad sería ejercida por un Congreso Nacional, independiente de España y que representase a Fernando VII afirmando sus derechos; que los españoles quedarían en calidad de ciudadanos con el goce de sus vidas y haciendas, y los que fuesen empleados con el de sus honores, fueros y parte de sus sueldos. El plan de guerra proponía que se observase el derecho de gentes y de guerra, como se usa en otras naciones civilizadas, y comprendía justas y humanitarias pretensiones para atenuar los horrores de aquella lucha sangrienta y sin cuartel, en que se hollaban los mas sagrados principios y todos los fueros de la civilización. En medio de aquel desbordamiento de barbarie y del olvido de todo sentimiento generoso, cuando las represalias se erigieron en sistema, y cuando cada jefe realista recibía la orden de exterminio a los Independientes sin distinción de clase, sexo, ni edad, es digno de consignarse que de entre estos surgió el llamamiento a los principios de la civilización y de la humanidad, y que le virey Venegas, sin contestar el oficio de Cos, mandó en 7 de abril de 1812 que fueran quemados por manos del verdugo el manifiesto y los planes de la Junta Suprema.
Pues bien, al mismo tiempo que el doctor Cos, en nombre de la Junta Suprema, conjuraba al virey y al partido de la dominación a adoptar reglas que se conformasen con la humanidad y el derecho de gentes, este aprisionaba en México a varios individuos, sospechados de mantener relaciones con los miembros de la Junta Suprema. Derrotado en el Monte de la Cruces el jefe insurrecto Lailson, francés de origen y que había sido maestro de equitación en la capital, fue hallada entres sus bagajes la correspondencia entre el general López Rayón y los Guadalupes de México, asociación secreta de los partidarios de la Independencia, cuyos miembros fueron reducidos a prisión; en otros sitios nuevos defensores de la Independencia aparecián. . . .
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