
Ustedes saben cómo comienza siempre los cuentos de hadas érase una vez y entonces aparece usualmente una enorme gigante o una malvada bruja o una princesa hermosa, y siguen cuanto relatando como, después de muchos y extraordinarias aventuras y con el auxilio de buenas hadas, era recompensada la virtud y derrotado el vicio el bien prevalecía y el mal era al fin y al cabo castigado. También es este un cuento de hechos de hadas y empezará con Érase una vez. Pero diferente a los viejos cuentos familiares, el tiempo es ahora y los medios que emplean las hadas para llevar a cabo sus fines son los más modernos conocimientos del hombre, que sin duda ellas le han conducido a descubrir y enseñar a usar.

Así que, era una vez una reina de hadas que decidió hacer un viaje desde la tierra de las hadas, que como todos ustedes saben está muy lejos, a ver cómo estaba la gente de la tierra y averiguar cuánto o cuán poco sabían de ella. Y la primera cosa que descubrió fue que su nombre, el cual era ciencia, estaba en todo idioma y en todo dialecto hablado y escrito por el mundo entero, y era amado por todos como siendo él de la mejor de las hadas buenas.
Esto naturalmente le agradó. Así que comenzó sus viajes con la alegría que ella siempre lleva. Ahora, los viajes de Adriano se realizan del mismo modo que en la antigüedad, como tampoco se llevan a cabo en esa forma los nuestros. Hace mucho tiempo el hombre era llevado a recorrer su fatigoso camino, sobre los lomos elefantes o camellos, como todavía hacen en alguno de los países atrasados, según las ilustraciones de este libro lo demuestran. Entonces surgió el caballo, es el fiel compañero del hombre en el trabajo, y por el adiestrado para la velocidad y resistencia, enseñándolo a llevar la silla, o los arreos, o a tirar de un vehículo, sobre ruedas o correderas; después vino el pequeño bote de vapor, de río, que venció a viva fuerza, a la canoa primitiva de los indios, y a la ligera locomotora y su tren de carros, moviéndose al principio tan lentamente que un hombre a caballo caminaba delante para limpiarle de obstáculos el camino. Días eran entonces consumidos en viajar una distancia ahora cubierta en horas por pesados y atronadores expresos, por palacios flotantes del océano y por líneas de vapores de río.
Todo este crecimiento, todo este progreso en la velocidad y la transportación, no era nada sin embargo comparado con lo que iba a venir. El tren, no importa cuán menos fuera, el vapor, a pesar de su puntiaguda proa y sus poderosas máquinas pueden verse siempre por ojos humanos. Hasta los rayos de la rueda del más rápido automóvil en movimiento, son visibles aunque solamente como una sombra que impetuoso pasa por nuestro lado. Pero el hombre en su maravillosa carrera en pos de lo desconocido, iba a someter a su control algo que se mueve tan rápidamente que ni siquiera la Cámara, la cual puede fotografiar un proyectil cuando deja la boca de un cañón con una velocidad de 400 m/s, no puede ver. El famoso inventor de la telegrafía eléctrica, el del teléfono y el de la telegrafía sin hilos trajeron una nueva norma de velocidades, así al país de las hadas, como al nuestro.
Pensamientos, palabras, hasta el tono de la voz en el que fueron emitidas puede ahora viajar de continente a continente, al paso del relámpago, sin ser vistas ni oídas, excepto para el oído para el cual son enviadas. Ariel, el espíritu de la tempestad de Shakespeare, podía poner un cíngulo alrededor de la tierra en 40 minutos; el hombre puede hacerlo en dos.
Así que cuando la reina ciencia decidió visitar la América Latina, mostró su preferencia por la radio y haciendo uso de nuestro máximo descubrimiento, viajó en suaves ondas de éter y llegó en un abrir y cerrar de ojos, al lugar deseado.
Como todos los turistas, ella quedó asombrada de todo cuanto vio. Se maravilló de nuestras espléndidas ciudades, centros de ruidosa industria que atestiguan nuestro glorioso pasado, hermoso presente y brillante porvenir. Admirada quedó entre las reliquias de distinguidos imperios que fueron poblados por razas hace tiempo desaparecidas, y ante soberbios monumentos levantados audaces navegantes, descubridores del nuevo mundo, así como los héroes que lucharon por liberarlo.
Contemplo las hermosas mansiones, con todo el mismo lujo de la tierra de las hadas y extasió su mirada en la ciudad y en el campo, convenciéndose de que en ninguna otra parte del mundo, es la vida de familia más dichosamente comprendida. Y que niños! Chico a los inteligentes de ojos brillantes, llenos de la sana alegría juvenil, adecuados fundadores de las generaciones venideras.
Apenas encontró una casa sin su jovial habladuría y energías incansables, siempre pidiendo informaciones sobre los hechos de la vida, que presentan como nuevas y frescas emociones ante sus asombrados ojos.
Entonces la reina ciencia notó algo que le había sorprendido y entristeció, en todas esas casas felices, ella observó que las personas mayores, miembros de la familia, tenía sus revistas, periódicos y libros, divertidos o serios, entretenidos o informativos con que pasar una hora libre, o por los cuales resolver un importante y debatida cuestión, pero que no había tal previsión para los miembros jóvenes de la familia. Ahora, se dijo, los mayores saben todo lo que quiere. No sólo ellos los que son preguntas vivas de todo lo que nos rodea, son los niños que quieren saber, porque, quien, cuándo y dónde. Estas mismas palabras un peculiarmente aquellas de la niñez; y es tan raro que el padre o la madre, el hermano mayor y hasta la institutriz o la maestra de escuela tenga tiempo de contestar y explicar lo que el niño desea saber.
Así que decidió hacerles un libro de todas estas cosas, y poner en él un sinnúmero de ilustraciones, haciéndolo fácil de mirar y de seguir las explicaciones en su texto; y cuantos diversos que los niños aman, y juegos que jugar, afuera cuando el tiempo es bueno, adentro cuando llueve, y algo de plantas y animales, historia y arte, y todo eso, y más, en palabras sencillas y claras que el niño pueda comprender y gozar.
Ahora ni siquiera las hadas saben todo. Así es que la reina ciencia llamó a los hombres y mujeres sabios de todas partes de la tierra y de todos los idiomas, para que escribieran para su libro algo de lo que cada cual supiera más. Hizo que todos mandaran sus manuscritos y tipografía es al editor de un gran periódico, no solamente porque era un editor práctico, sino porque tenía hijos y sabía lo que quería y lo que les gustaba, y como les gustaba que se lo enseñasen. Y el editor tomó los cientos de capítulos del libro y los miles de párrafos de ilustraciones y los dividieron en grupos más o menos relacionados con el mismo asunto, de modo de no cansar los pequeños lectores u oyentes; cambió el asunto cada pocas páginas en todos los tonos, ahorrando así cualquier esfuerzo de tensión, tentando la mente del niño a otros campos de ciencia y entretenimiento. Cuando había una palabra difícil, la cambiaba por otro más fácil, o explicaba lo que quería decir. Y así hizo un todo, unificado en tantas partes diferentes, a la manera de un cocinero hace un pudín delicioso con cosas tan distintas como leche, huevos, manzanas, azúcar y especies.
La siguiente cosa que había de hacer, era poner dos o del libro en un solo idioma, el nuestro, porque los diferentes sabios escribieron cada artículo en su propia lengua; entonces las fotografías y las pinturas fueron grabadas; el tipo fue decidido; las fotografías colocadas; las páginas electrotipadas, los volúmenes impresos y encuadernados. La reina de las hadas estaba tan encantada con el éxito de todo este ejército de ayudantes en llevar a cabo su idea que llamó su libro el Tesoro de la Juventud...

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