Re: Taller del Alquimista...
Cuento de Klar 9.0 entrega y antepenúltima.....
Se sentaron a la mesa. De inmediato de la nada apareció una pequeña corte a instalar servicios para la cena. Sin preguntar sirvieron espumoso chocolate a los recién llegados y desaparecieron como habían aparecido.
La mamá de Adriana que también se llamaba Adriana, trató de comenzar una plática. Por lo regular, a la niña no le costaba nada de trabajo iniciar pláticas con su padre, pero cuando estaba presente Carlos, las cosas cambiaban. Comúnmente, Adrianita, como es natural, abrazaba al papá, le decía todo tipo de cosas informales y empezaban jugueteos de papá-hija, pero cuando Carlos estaba en la escena, al General le costaba mucho trabajo representar esos papeles por no parecer débil ante el novillo de la chamaca. Hoy en particular la plática avanzaba particularmente difícil, como una carreta de ruedas de madera tratando de avanzar a cuestas por un camino empedrado.
Trataron de platicar de la escuela, trataron de platicar del trabajo del papá, trataron de platicar de un sinnúmero de inconsecuencias, siempre dándole vueltas al asunto principal. Y el asunto principal era que Adrianita estaba encinta del imbécil que tenía al lado. Carlos no podía levantar la mirada ni controlar sus nerviosas manos. Clavó sus miopes ojos en la espuma que hacía el chocolate y se asió de la taza como náufrago que se pesca a un tronco de madera. Hasta que en un momento como relámpago, Adrianita fingió tono festivo y se aventuró a decir casi como si no tuviera importancia que Carlos y ella se iban a casar.
El General era tipo de experiencia que sabía escuchar perfectamente a las personas en todo lo que decían y la intención con la que lo decían. La plática casi juguetona, se llenó de silencio de iglesia a medio día. El rostro del General se petrificó en rictus de mármol y sus afiladas facciones se volvieron más afiladas. Adriana madre, que conocía de sobra a su marido, fingió haberse roto una uña e intentó una fallida huída. –Adiana, siéntate- dijo el General masticando las palabras como si fuera un perro masticando un hueso. Ella no hizo ningún movimiento más, pero tampoco se incorporó del todo a la escena. Estaba lista a correr en cualquier momento, pero trató de suavizar la situación, bromeando. –Si, claro que quieres mucho a Carlos, pero ¿no están muy chiquitos para pensar en casarse? Lo que trató de ser una salida graciosa, fue el preámbulo de todo el gran desmadre.
Atajando a su madre, Adrianita, les dijo a sus papás que no. Que querían casarse lo antes posible y que la razón era que estaba embarazada. Esto último lo dijo casi en un tono triunfal, sabiendo que su padre recibía con entusiasmo su propio entusiasmo.
Aquellas palabras entraron por la oreja izquierda del General, como la onda expansiva de una granada detonada a corta distancia, penetraron por el oído medio y siguieron su camino por el nervio auditivo hasta explotar en el centro de su cerebro, provocando que el General se parara de inmediato de la mesa. Adquirió una postura vertical de inmediato. Sus músculos se contrajeron en conjunto y sintió un latigazo de electricidad que le recorrió la columna vertebral de ida y de regreso, provocando sensasiones desastrosas en la nuca, en la garganta, en la boca del estómago para finalmente alojarse en la espalda baja a la altura de las lumbares, en la forma de una contracción involuntaria que lo hizo tambalearse. Por primera vez en años, el General se había tambaleado. Por primera vez se había descontrolado su controlado mundo y por primera vez sentía que su poder no alcanzaba ni para sostenerlo en pie. Sintió que le faltó el aire y las fuerzas y la sensatez y la cordura.
-¿Qué te pasa papá?- dijo Adrianita, coreada por los demás. Adriana lo tomó de un brazo y el imbécil de Carlos, pensando que el viejo sufría de alguna enfermedad súbita, lo creyó débil e instintivamente se levantó diligentemente, caminó un par de pasos para acortar la distancia e hizo por detener al general. No terminaba de dar el paso cuando un sólido puño se estrelló contra su abdomen y con movimientos mecánicos de soldado bien entrenado, antes de que terminara de asentar el primer golpe, ya su cerebro le había ordenado disparar un codazo a la cara, una sujeción por el cuello y un rodillazo al plexo solar, ante la cercanía de su inesperado “enemigo”.
Carlos voló un par de metros y cayó al piso con los lentes destrozados, un par de costillas rotas, la mandíbula, un pómulo y la nariz fracturada y una sensación nueva para él: el dolor. El cuento de hadas se había estrellado contra el puño, el codo y la rodilla de un General. Su nariz sangraba copiosamente. Ambas Adrianas jamás habían visto la destreza de su padre en el combate cuerpo a cuerpo, pero igualmente espantadas y decididas trataron de detenerlo instintivamente. Fuera de si, el General, al sentirse aprisionado por dos pares de manos volvió a actuar mecánicamente, se zafó de sus mujeres sin ya reconocerlas y tiró certeros golpes a ambas. En dos segundos había tres personas sangrantes tiradas en el piso.
... continuará ...
Cuento de Klar 9.0 entrega y antepenúltima.....
Se sentaron a la mesa. De inmediato de la nada apareció una pequeña corte a instalar servicios para la cena. Sin preguntar sirvieron espumoso chocolate a los recién llegados y desaparecieron como habían aparecido.
La mamá de Adriana que también se llamaba Adriana, trató de comenzar una plática. Por lo regular, a la niña no le costaba nada de trabajo iniciar pláticas con su padre, pero cuando estaba presente Carlos, las cosas cambiaban. Comúnmente, Adrianita, como es natural, abrazaba al papá, le decía todo tipo de cosas informales y empezaban jugueteos de papá-hija, pero cuando Carlos estaba en la escena, al General le costaba mucho trabajo representar esos papeles por no parecer débil ante el novillo de la chamaca. Hoy en particular la plática avanzaba particularmente difícil, como una carreta de ruedas de madera tratando de avanzar a cuestas por un camino empedrado.
Trataron de platicar de la escuela, trataron de platicar del trabajo del papá, trataron de platicar de un sinnúmero de inconsecuencias, siempre dándole vueltas al asunto principal. Y el asunto principal era que Adrianita estaba encinta del imbécil que tenía al lado. Carlos no podía levantar la mirada ni controlar sus nerviosas manos. Clavó sus miopes ojos en la espuma que hacía el chocolate y se asió de la taza como náufrago que se pesca a un tronco de madera. Hasta que en un momento como relámpago, Adrianita fingió tono festivo y se aventuró a decir casi como si no tuviera importancia que Carlos y ella se iban a casar.
El General era tipo de experiencia que sabía escuchar perfectamente a las personas en todo lo que decían y la intención con la que lo decían. La plática casi juguetona, se llenó de silencio de iglesia a medio día. El rostro del General se petrificó en rictus de mármol y sus afiladas facciones se volvieron más afiladas. Adriana madre, que conocía de sobra a su marido, fingió haberse roto una uña e intentó una fallida huída. –Adiana, siéntate- dijo el General masticando las palabras como si fuera un perro masticando un hueso. Ella no hizo ningún movimiento más, pero tampoco se incorporó del todo a la escena. Estaba lista a correr en cualquier momento, pero trató de suavizar la situación, bromeando. –Si, claro que quieres mucho a Carlos, pero ¿no están muy chiquitos para pensar en casarse? Lo que trató de ser una salida graciosa, fue el preámbulo de todo el gran desmadre.
Atajando a su madre, Adrianita, les dijo a sus papás que no. Que querían casarse lo antes posible y que la razón era que estaba embarazada. Esto último lo dijo casi en un tono triunfal, sabiendo que su padre recibía con entusiasmo su propio entusiasmo.
Aquellas palabras entraron por la oreja izquierda del General, como la onda expansiva de una granada detonada a corta distancia, penetraron por el oído medio y siguieron su camino por el nervio auditivo hasta explotar en el centro de su cerebro, provocando que el General se parara de inmediato de la mesa. Adquirió una postura vertical de inmediato. Sus músculos se contrajeron en conjunto y sintió un latigazo de electricidad que le recorrió la columna vertebral de ida y de regreso, provocando sensasiones desastrosas en la nuca, en la garganta, en la boca del estómago para finalmente alojarse en la espalda baja a la altura de las lumbares, en la forma de una contracción involuntaria que lo hizo tambalearse. Por primera vez en años, el General se había tambaleado. Por primera vez se había descontrolado su controlado mundo y por primera vez sentía que su poder no alcanzaba ni para sostenerlo en pie. Sintió que le faltó el aire y las fuerzas y la sensatez y la cordura.
-¿Qué te pasa papá?- dijo Adrianita, coreada por los demás. Adriana lo tomó de un brazo y el imbécil de Carlos, pensando que el viejo sufría de alguna enfermedad súbita, lo creyó débil e instintivamente se levantó diligentemente, caminó un par de pasos para acortar la distancia e hizo por detener al general. No terminaba de dar el paso cuando un sólido puño se estrelló contra su abdomen y con movimientos mecánicos de soldado bien entrenado, antes de que terminara de asentar el primer golpe, ya su cerebro le había ordenado disparar un codazo a la cara, una sujeción por el cuello y un rodillazo al plexo solar, ante la cercanía de su inesperado “enemigo”.
Carlos voló un par de metros y cayó al piso con los lentes destrozados, un par de costillas rotas, la mandíbula, un pómulo y la nariz fracturada y una sensación nueva para él: el dolor. El cuento de hadas se había estrellado contra el puño, el codo y la rodilla de un General. Su nariz sangraba copiosamente. Ambas Adrianas jamás habían visto la destreza de su padre en el combate cuerpo a cuerpo, pero igualmente espantadas y decididas trataron de detenerlo instintivamente. Fuera de si, el General, al sentirse aprisionado por dos pares de manos volvió a actuar mecánicamente, se zafó de sus mujeres sin ya reconocerlas y tiró certeros golpes a ambas. En dos segundos había tres personas sangrantes tiradas en el piso.
... continuará ...
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