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Taller del Alquimista...

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  • Re: Taller del Alquimista...

    Originalmente publicado por El Alquimista Ver post
    Hola Klar.

    Pus no entendí. No entendí si fue un desaire o un halago, pero bienvenido como sea. Eso de mejores escritores pareciera sonar en ambos sentidos. Aunque ya que me catalogues como escritor pa mi es como ganarme un Príncipe de Asturias.

    A lo que me refería es a que si se siente feo que te clavas cinco o seis horas ideando algo y te echas otras tres en ponerlo en palabras y después ves que pasan meses sin siquiera un comentario. Básicamente no escribo para eso cuando escribo pero creeme que en ocasiones resulta necesario.

    En particular en tu cuento es un hecho que si en el proceso hubiera yo visto mas interés tuyo o de alguien, lo hubiera terminado hace meses.

    Como sea, gusto verte por acá. Ojalá vengas mas seguido.

    Hola Alqui!!
    Meto mi cucharota...
    El cuento de Klar lo empecé a leer y me gustó mucho y por éso no lo segui.
    Me explico.
    Quise que lo hubieses escrito todo para no quedarme en el suspenso porque lo haces bastante espaciado.

    Pero mira, respecto al cuento de enero del Taxista "El que se lleva se aguanta" Fuimos varios los que te opinamos al respecto y tú nada!Nos tienes en ayuno.
    Y estam os en febrero, asi que esta vez no es por falta de quorum.

    Ya nos debes dos el final del Cuento de Klar y la continuación del cuento de enero.

    Este es un afectuoso reclamo -conminatorio, ójala de resultado.

    Saludos.

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    • Re: Taller del Alquimista...

      "El anillo de beto llevaba inscripto un signo del alma"

      Descanse en paz, Capitán.

      http://www.clarin.com/espectaculos/m...642535965.html

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      • Re: Taller del Alquimista...

        Originalmente publicado por cubo Ver post
        "El anillo de beto llevaba inscripto un signo del alma"

        Descanse en paz, Capitán.

        http://www.clarin.com/espectaculos/m...642535965.html
        Eso... descanse en paz el Flaco!!!!
        NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES

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        • Re: Taller del Alquimista...

          Klar... Si andas por ahí, disculpa cualquier malentendido. Me he tardado mucho con tu cuento. La verdad es que no me imaginé que fuera tan largo. Esperaba terminarlo pronto, pero agarró por su lado y luego cuando algo agarra por su lado está la incapacidad para darle continuidad si no regresa solito. La cosa es que obviamente ya sabía el principio y el final, pero los enmedios son los que se arrancaron solitos. Hoy, 13 de febrero y 14 de febrero, voy a terminarlo. Voy a estar aquí desde este momento hasta que lo termine.... No desprecié tu atención. Sólo esperaba otra reacción. Pero en fin. Si sirve de algo. Una disculpa.

          Voy a ir pegando lo que vaya escribiendo y si alguien quiere acompañarme, pues aquí voy a estar... desde ahorita hasta que acabe. Tal vez me desconecte por cuestión propia del foro, pero aunque no aparezca conectado aquí ando.
          NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES

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          • Re: Taller del Alquimista...

            Cuento de Klar.... Final final.... (parte 1)

            Ya recuperada un poco la calma, se paró. Corrió al espejo y se miró profundamente todavía jadeante. Se vio a si mismo, flaco, fuerte, rasgos angulados, alguna cana por aquí y por acá. Una mirada profunda. La última vez que se había observado realmente con detenimiento en un espejo, había sido un día que se estaba acicalando para salir con su maravillosa Azuka particular. En aquella ocasión, hacía años ya, la visión era otra totalmente distinta. Hombros caídos que no podían soportar siquiera el peso de una chamarra. Sus interminables anteojos y una cara de imbécil que no cabía en el espejo. Su sonrisa nerviosa, el cuidado peinado que lo hacía ver todavía más imbécil y unas manos largas, chorreadas y frágiles. Ahora la imagen que le regresaba el espejo entre la casi penumbra del baño, era la de un correoso y curtido humano que acusaba el paso de las ansiedades en un brillo intermitente y rabioso en los ojos. Sus ojos parecían hogueras. Hogueras en frenesí que irradiaban toneladas de sentimientos contradictorios, pero el más: Coraje.

            Se observó ávidamente en el espejo. Con detenimiento, con sorna, con espanto, con determinación. Quería desentrañar de su propia imagen todo lo que le estaba aconteciendo. Se sentía sólo, se sentía frustrado, incomprendido. En el cotidiano se trataba de reconfortar a si mismo extrapolando su vida con la de otros “menos” afortunados. Se decía a si mismo que tenía una hermosa esposa, un suegro ahora infaustamente famoso y poderoso, que era el orgullo de su sacrificadísima madre, padre amoroso de tres hijos (que lo trataban como hermano –menos el mas pequeño-), que conducía un auto en tanto tantos y tantos andaban a pie y que era el Director de Proyectos de una empresa respetada.

            Ahora todos esos pretextos y ungüentos para el alma servían de nada. Se veía a sí mismo con malintencionado escrúpulo. Se sabía un total fracasado. Un nerd idiota embaucado en las estratagemas de su madre. Un niño consentido que había pasado de la humillación de ser un niño mimado a la humillación de ser un esposo sometido. Un bastardo de padre que había encontrado un tirano como sustituto. Se entendía a si mismo como una pieza en un juego que él no había diseñado, en el que había sido incluido a fuerza de circunstancias y del que no sabía ni los límites del tablero ni las reglas ni las consecuencias de cada jugada. Era un peón de sacrificio, atrapado en una celada del destino. Un idiota, como siempre. Un títere sin voluntad alguna padeciendo su cárcel día a día, día a día, día a día. Un día tras del otro y tras del otro, soportando insultos, manipulaciones, tentaciones, frustraciones, vejaciones y traiciones perpetuas de las personas que se suponía lo debían amar.

            Se miró nuevamente y se dio asco. No se parecía a sí mismo. Ni siquiera sabía a quién o qué debía parecer. Antaño estaba a gusto con su facha de idiota. Sus jeans sin nalgas, sus sudaderas de Penn State y sus tenis Convers lo hacían feliz. Por lo menos lo hacían sentir cómodo. Ahora nada. Ahora ese traje barato que lo aprisionaba, esa corbata que lo ahogaba. Ese infortunio. Esa frustración acrecentada minuto a minuto. Se echó otro ojo y se maldijo. Lloró reprimidamente, con rabia, con ahogo, con tristeza de si mismo. Con angustia. Esos eran los demonios de su infierno particular. Lo sabía, lo supo siempre y siempre lo ahogó. Lo ahogó ante las miradas todopoderosas del suegro, lo ahogó ante los lamentos suplicantes de su abdegadísima madre trepadora, lo ahogó ante los arrebatos de cólera de su esposa trofeo y lo ahogó siempre ante la presencia tierna de sus hijos (que, pensaba él, no tenían la culpa).

            En esa mirada se rolló los huesos más que sus fantasmas de pesadilla. Se destripó a si mismo y se volvió a destripar. Ya no había lugar a autoengatusamientos. Pero y ¿que hacer?. ¿A dónde ir? ¿Cómo escapar? El mundo se cerraba ante sus ojos, ante sus pensamientos. La presión de las exigencias que le había permitido a todo el mundo lo habían pasmado. En su interno, estaba sinceramente cierto de que no había escapatoria alguna, más que aguantar vara y aguantar vara y aguantar vara por los siglos de los siglos. Hasta que el destino lo decidiera. Hasta que su madre muriera y ya no pudiera decepcionarla muerta, hasta que la pelirroja se hartara de él y lo corriera de la casa o algo por el estilo. Pero nada de eso pasaba. Nada de eso pasaba nunca. Parecía que la pelirroja estaba muy conforme con su estúpido particular. Parecía que gozaba torturándolo y recordándole la clase de estúpido que era. ¿Por qué diablos no sólo lo mandaba al demonio y ya? , ¿Por qué estar con un perdedor de tal calaña? El no se podía contestar eso y parecía que nadie podía.

            Hubiera podido ser bien fácil. Sólo tendría que haberle dicho a la pelirroja que se quería divorciar y todo se hubiera arreglado tan fácil. Su madre presumía maravillosamente de su hijo encumbrado, pero nada más. En su idiotez de juventud pensaba que la riqueza y el poder se transmiten por ósmosis. En aquellos años, pensaba que al relacionarse con un poderoso, Su estatus y economía se transferirían por alguna mágica razón a ella misma y a su familia. Con el tiempo se había dado cuenta de su error. Si, había compartido escenario en dos o tres ocasiones con el General y su séquito. Pero siempre era malvista. Los comentarios siempre fueron acres y malintencionados. Los medios siempre la trataron con menosprecio. Nada que envidiar, por el contrario. El General nunca le compartió fama o fortuna, pero cuando lo acusaron de narco el descrédito se lo convidó bastante bien. Por otro lado, la riqueza de los políticos y poderosos se comparte con los pares y a excepción del trabajo que le consiguió el General a su yerno a guevo y un par de costosos regalos de navidad, ella seguía siendo la burócrata de siempre, con sueldo mediocre y puesto mediocre, con aguinaldos mediocres y coche mediocre. Conoció en carne propia que no iba a acceder a la casta privilegiada sólo porque su hijo se hubiera embarcado con la hija de un poderoso.

            Lo pendejo se quita a veces con un par de buenas zarandeadas que da la vida. Pero lo madre no. La mamá de Carlos ya se había curado de la embriaguez de compartir pasarela con la curia cupular, pero veía a su hijo. Lo sentía, tal como estaba, haaaarto, frustrado, enojado, indignado, terrible de ánimo siempre. Siempre corriendo. Veía con enfado mudo cómo se dirigía su esposa a él. El irrespeto de sus nietos a su hijo. Aunque no lo decía, todas las noches rezaba porque su hijo se separara de aquella harpía plastificada.

            Por su parte, el General hubiera sido muy feliz. Ya tenía muchos problemas con los que tenía. Cargar con el estúpido en lugar de tener un verdadero eje de soporte en su casa era una verdadera tragedia. Si, claro que se había encariñado con el muchacho, pero porque él era así. Era una de sus “cualidades” de político. Era protector, paternalista, buen amigo –le decían-. Pero ese era su modo. Le tenía un poco de lástima y un poco de culpa por casi haberlo matado, aunque en ocasiones le reprochaba que por su culpa noqueó a su esposa, a sus guardaespaldas y a su hija. Muchas veces había platicado con su hija de que lo dejara. Que no era hombre para ella. Que todavía podía rehacer su vida. Que él la mantendría como en realidad lo seguía haciendo. A lo que la pelirroja siempre decía que no. Así que por el General también hubiera estado bastante bien que se hubieran divorciado.

            Por su parte la pelirroja, lo humillaba y denostaba para que se fuera. Es claro que no lo amaba. Es claro que había sido su juguete algún tiempo y es claro que su “relación” se vio andamiada algunos años por “los niños”. Pero día a día lo veía más insignificante. ¿Por qué no se divorciaba ella de él? Por orgullo. Como habíamos dicho desde el principio, la Pelirroja era caprichuda y orgullosa hasta la pared de enfrente. Nunca iba a decir que se equivocó. Jamás iba a aceptar que echó a perder su vida por una calentura. La maldita pelirroja procuraba hartar al Carlitos para que se fuera. Lo trataba y lo trataba y lo trataba pero el cabrón parecía ser invulnerable a la mierda. Ideaba todo tipo de insultos, los cuales eran absorbidos por Carlos como si fueran los buenos días. Y ya exasperada, le decía más y más y más. Pero el pusilánime no reaccionaba. En verdad ella quería que se fuera. Que se saliera para nunca volver. Que un día le dijera que estaba hasta la madre de sus reproches y le pidiera el divorcio, pero él no lo hacía.

            Los niños no necesitaban su figura paterna. No lo aborrecían, pero le llamaban por su nombre y desde pequeños lo veían a la par de sus choferes y guardaespaldas. Uno o dos escalones por debajo del General, quién en realidad era su “papá”. Así que por ellos tampoco hubiera habido problema en que il Castrato no hubiera vuelto a poner pie en la casa.
            NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES

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            • Re: Taller del Alquimista...

              Cuento de Klar Final final (parte 2)


              Volvió a dormir a ratos. Trataba de no quedarse dormido para no verse asaltado por los sueños de espanto y así esperó a que amaneciera. Apenas empezaron a cantar los primeros gallos, se paró de la cama y se metió a bañar. La boca le sabía amarga, los ojos se abrían con dificultad atascados por unos lagrimales que destilaban un líquido pastoso en lugar de agüita refrescante y lubricante. El cansancio era abrumador, pero tanta adrenalina en el cuerpo lo hacía accionar en estado autómata. Se pegó dos veces en el dedo chiquito con la pata de la cama, una vez en el esquinero de la misma y se salió dos veces del baño sin enjuagarse el pelo. Tan distraído estaba. Salió apresuradamente sin cruzar palabra con nadie y olvidó prepararse su habitualmente precario desayuno de pan tostado con mantequilla y un café medio tibio. Arrancó el auto y salió destapado a buscar a Juan.

              Llegando a donde éste, se dio cuenta que era demasiado temprano, casi de madrugada. Pero de todos modos Juan estaba ahí, arrancando hierbarajos de la entrada de su casa. Ese Juan, el que había sobrevivido a la deriva en altamar durante días, ese Juan que sabía distinguir si había un gato o gata o perro o perra o rata o víbora en la periferia sólo oliendo el ambiente, estaba ahí. A ese que no le sorprendía nada, se sorprendió de ver llegar en ese estado al muchacho. Le preguntó que qué le pasaba y Carlos le refirió todo lo que había acontecido la noche anterior. Le dijo que se tranquilizara, que pasara a su casa a tomar un cafecito mientras platicaban.

              Ahí Juan escuchó con detenimiento y después de agotar el relato, le preguntó con parsimonia que qué pensaba él que quería decir todo ese embrollo. Carlos le dijo lo que todos sabían. Que lo abandonó su papá y que su mamá lo utilizó, que su mujer lo odiaba, que sus hijos no lo respetaban y que el General lo presionaba demasiado. Que a eso se remitía toda su vida y que su sueño era el reflejo de toda esa situación aberrante. A esto Juan le preguntó su interpretación de su vida y su relación con el sueño. Carlos le dijo todo ese infierno onírico coincidía plenamente con lo que sentía en la vida real. Una especie de encarcelamiento del que no podía salir y que todo lo que habitaba en ambos mundos de alguna manera lo lastimaba, lo asfixiaba y no lo dejaba vivir.

              Juan después de escucharlo atentamente, con su un gesto de padre candoroso, le dio una palmada en la espalda, lo apuró a beber el café y le dijo: Mira mijo, no puedes cambiar tu historia, pero puedes reiterpretar tus recuerdos. Debes de valorar tu vida. Tu destino te trajo hasta aquí. Tu mundo se acomodó de acuerdo a tus propias necesidades. Debiste pasar todo esto para tener una conciencia clara de ti mismo y las personas a tu alrededor. Si no eres feliz, tienes sólo dos alternativas. La primera es ser feliz aceptando todo esto que tienes construido. Aprender a amar tu calvario y saber que lo vives satisfactoriamente en conciencia en busca de un bien superior. Saber que Dios te mandó a este tiempo, a este lugar y con estas personas a interpretar un papel. Si así lo asumes, te darás cuenta que el lugar que ocupas en el mundo es el correcto y con esa convicción lo vivirás día a día sin más frustraciones ni preocupaciones. La segunda opción que tienes, es agarrarte tus guevitos y salir de ahí dándole gracias a todos por prestar su vida a lograr tu aprendizaje. Tienes que partir sin enojos. Agradeciendo a todos, todo lo que dices que te hicieron.

              Carlos lo miró con decepción. Por primera vez desde que conoció a Juan, pensó que era un completo imbécil. Que estaba muy lejos de entenderlo. Él hubiera querido que Juan le dijera: Si, Carlos, tienes razón. Todos ellos son unos ojetes que te menosprecian. Dios te ha hecho un chivo expiatorio de todas sus perversidades. Vamos a desafiarlo. Vamos a darles una lección a todos lo que te han hecho mierda, amigo.

              En esos momentos, Juan le dio una nueva palmada en el hombro y le dijo que ya se tenía que ir. Así nomás. Carlos había pasado la peor noche de su vida y este cabrón solamente le daba una palmada y le decía que se tenía que ir. Que él debía amar a todos de todo y abrazar la vida con amor y más amor. Pero que tamaño de cretino insensible.

              Ese día Carlos pensó en no volver a ver a ese hijo de la chingada charlatán. Él tomaría el destino en sus manos y enfrentaría a su modo toda esa mierda. Definitivamente ya no fue a trabajar. Fue al mercado y preguntó en donde estaban los hierberos. Ahí pidió salvia y ayahuasca como para amenizar el Carnaval de Rio de Janeiro y se fue. Llegó en la tarde a su oficina y le dijo a su jefe que el General encarcelado le había hablado por teléfono y le había encargado algunas cuestiones que requerían de su tiempo por algunos días, así que faltaría a trabajar. Se dirigió a casa del General y le dijo a su esposa que iría a uno de los “Cursos de Supervivencia”, por lo que se quedara en la casa del General y que regresaría en unos dos o tres días. Se le notaba apurado, ansioso. De hecho Adrianita jamás le había visto esa actitud jamás. De hecho la sorprendió tanto que no pudo articular ningún insulto. Reconoció en su voz y en su mirada cuando su papá estaba cocinando algo duro. Sintió una especie de respeto que nunca había sentido por él.

              Salió de ahí corriendo a su casa, dispuesto a remediar su horrible situación, de la manera que fuese. Entraría a ese infierno ensoñado a destruirlo o a sucumbir en él. Estaba decidido. Primero arreglaría eso y después lo demás. No estaba dispuesto a volver a tener una sola vez más ese sueño infame en el que era devorado por sombras dentadas y abismos filosos.

              Entró a la casa, se avitualló de lo que consideraba necesario. Tomó varias botellas de agua, comida deshidratada para reconstituir, se vistió con uniforme militar, cerró la casa lo mejor que pudo y se dirigió a un pequeño cuartito al fondo de la casita en donde se guardaban los tiliches. El pequeño cuarto no lo era tanto. Cabían varias bicicletas, un auto viejo del general, una pequeña parrilla eléctrica, un catre y un baúl en donde se guardaban todo tipo de armas y municiones. Como buen militar, el General tenía en varias casas y lugares armas suficientes para alguna contingencia no clasificada.

              Ya instalado, Carlos recurrió a unos apuntes de internet que instruían en el uso de la salvia y de la ayahuasca. Él las identificaba como “Plantas Maestras” que podían hacer al usuario entrar en un “estado de conciencia superior”. Algo así como conectarse en directo con la divinidad para resolver en vivo y en directo cualquier problema divino o mundano. Prendió la parrillita eléctrica y se dispuso a hacer los preparados alucinógenos con bastante prisa.
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              • Re: Taller del Alquimista...

                Cuento de Klar (Final Final Parte 3)

                Como iba a durar varios días ahí según él, puso una cacerola bastante grande con mucha agua y echó las hierbas para que liberaran sus tóxicos.

                Nadie le dijo a Carlos lo que debía de ingerir para su peso. Nadie le dijo que no se pueden mezclar ambas plantas y nadie le dijo que en esos “viajes” siempre debe de haber un “guía” que establezca las rutas de entrada y de salida en las incursiones al subconsciente.

                Medio recostado en el catre, Carlos abrió su laptop y puso algo de música que esperara lo relajara. Escogió algo de jazz ácido y cantos celtas. Y entonces, tomó un sorbo de su infusión alucinógena. Los músculos del estómago se contrajeron violentamente una o dos veces. El trago era en verdad amargo. Algo así como haber deshecho media centena de aspirinas en una taza de agua caliente. Aguantó el espasmo pues ya lo esperaba y se obligó a tragar. Prevenido por la primera experiencia en ese sentido, entre los víveres que se había procurado, había una botella grande de miel de abeja. No se preocupó por verter su contenido en la olla. Simplemente la empinó en su garganta y empujó un gran trago de miel para contrarrestar el asquerosamente amargo jugo de Plantas Maestras. Eso le quitó un poco el asco, pero definitivamente su determinación era mucho mayor al asco. Esa determinación impulsada por el miedo. Un miedo profundo que lo corroía noche tras noche. No más….. nunca más. Con esa idea empujó un trago más y otro más. En la base de la nuca empezó a sentir un profundo dolor que se confundía con cansancio. Los ojos le empezaron a arder como si se hubiera untado chile y la saliva se convirtió en una masa pastosa que se integró a su lengua. O ¿su lenga se había integrado a esa masa pastosa? Empezó por pensar que su lengua había sido disuelta en esa mezcla pegajosa y que si escupía ese gel que habitaba en su boca, consecuencialmente iba a escupir su lengua, por lo que evitaría a toda costa vomitar. Otro pensamiento que le vino a la mente fue que la gelatina esa en la que se había convertido su saliva, ahora formaba parte de su lengua, así que sería como la lengua de un camaleón y que podría proyectarla a varios metros de su propio cuerpo para después volverla a recoger. En eso andaba cuando sintió un espasmo abdominal más poderoso y luego uno más y luego uno más. Hasta que ya no pudo y vomitó. Vomitó fuerte. Vomitó explosivamente. Vomitó dando grandes tosidos y expulsando grandes cantidades de líquido. A su parecer mucho más de lo que había tomado.

                Tardó un poco en reponerse, pero seguía determinado. Volvió a tomar un sorbo. A esas alturas ya no sentía la boca y su lengua seguía “desaparecida”. Tal vez su lengua ya había cruzado el umbral hacia el mundo de los espíritus como en avanzada. Pensó que tal vez su lengua ya había llegado a su mundo imaginario y andaría arrastrándose por ahí como un gusano. Se aterrorizó al pensar que su lengua sería devorada antes de que todo lo demás de su cuerpo alcanzara a su lengua y viviría para siempre sin una. Eso lo obligó a sorber más rápido. Se quemó la boca pero no se dio cuenta. El brebaje estaba muy caliente y el ya estaba drogado. Vomitó otras cuatro o cinco veces sin ya darse cuenta, sólo mecánica y obsesivamente, cada que vomitaba, volvía a meterse como podía una buena cantidad de combustible para cohetes a la luna, hasta que cayó.

                Cayó como en una espiral, como flotando. Como si fuera una hoja desprendida en otoño de la rama más alta del árbol más alto. Flotaba, bajando en círculos, en espirales, a veces subía un poco, a veces bajaba un poco más y luego otra vez, hasta que cayó al suelo gris de aquél páramo que era su universo tortuoso. Pero en lugar de caer como de costumbre cerca del árbol pétreo, cayó exactamente en las pequeñas edificaciones que simulaban bodegas desvencijadas. Pensándolo bien una de esas edificaciones oníricas era exactamente igual al cuartito del que provenía en la realidad.

                Ya instalado en su mundo psicodélico se asomó por la ventana del cuartucho y vio que era de día. Un día gris y brumoso, con el cielo chaparro y los confines no muy distantes. La sensación de que el oxígeno se acababa siempre estaba presente y eso era lo que le preocupaba más. Trataba de respirar despacio y luego más despacio. Inhalaba pausadamente y sostenía el oxígeno lo más que podía y después exhalaba despacio, muy despacio. Y así otra vez y otra vez. Trataba también de controlar su ritmo cardiaco que sentía en ocasiones que se aceleraba con ansiedad como un tambor de guerra. Pensaba que si su corazón bombeaba más sangre, requeriría más oxígeno y así consumiría el poco aire que había en ese lugar. Se tranquilizó un poco y se empezó a sentir un poco cómodo en la situación. Estaba decidido a acabar con aquel sueño para siempre desde adentro. En su imagen residual de si mismo estaba vestido con un traje atuendo tipo militar de asalto. Tomó un enorme cuchillo y lo ciñó a la cintura, después una lámpara y se dispuso a salir del cuartucho. Salió, caminó algunos pasos y sintió como sus pies se hundían en el suelo hasta sus rodillas. Se alarmó y regresó con grandes trabajos al “cuartel”. De ahí trató la misma operación en dirección distinta pero con el mismo resultado. Para donde quiera que pretendía caminar, terminaba hundido hasta las rodillas.

                Así, regresó de nueva cuenta a la casucha y empezó a percibir con angustia que caía la noche. De noche era cuando se aparecían las sombras que lo mordisqueaban. Pero esa noche pasó y no pasó nada. Aguardó interminables horas a que aparecieran, pero no, no aparecieron. En la distancia pensaba oír ruidos, también pasos en el techo pero por más que alargaba la vista y dirigía su lámpara al abismo, no veía nada. Se moría de miedo. Así amaneció y cayó la segunda noche. Volvió a amanecer y a caer la tercera noche. Fue en el amanecer del cuarto día cuando definitivamente escuchó unos pasos firmes y serios. Tal vez algunas palabras a las que no le pudo encontrar significado pero que aparentemente decían su nombre. A esas alturas, con los nervios de punta, había extraído del baúl una pistola que había enfundado al cinturón y un rifle de asalto que se colgó al pecho. Esta vez pelearía hasta el final con los espectros o moriría en la empresa.

                Apenas asomó un ojo disimuladamente por la ventana y vio cinco sombras que avanzaban amenazadoras hacia el cuartucho. Desenfundó la pistola, le extrajo el cargador y se cercioró que estuviera abastecido hasta el tope. Era una poderosa Glock 18C automática con 17 balas en el cargador. También tenía a la mano cargadores de 33 balas pero eran demasiado largos, por lo que optó por abastecer el arma con el cargador de 17. En el pecho le colgaba un rifle de asalto M4. También había puesto cerca de la cama una mortífera escopeta de asalto AA-12 y se aseguró de tener a la mano cuanto cargador encontró en el baúl del General.
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                • Re: Taller del Alquimista...

                  Cuento de Klar... Final Final Parte 4

                  Se agachó para no ser visto por las sombras, pero sabía que era inútil. Invariablemente siempre acababan encontrándolo y devorándolo vivo. Pero en todo este sueño, algo había cambiado. Habían pasado tres días y no había habido ningún ataque. Los días se sucedían a las noches y en ninguna ocasión anterior había pasado más de 15 minutos en ese infierno. También el hecho de que se hundía en el suelo hasta las rodillas y que por primera vez aparecían las sobras de día y no de noche. No obstante que era de día las sombras eran sombras. Unas siluetas perfectamente antropomorfas sin caras visibles. Solo bultos oscuros que se movían con ansioso caminar.

                  Tal vez esta vez no lo verían, así que se tiró al piso y con una mano en el gatillo del rifle y la otra en el cuchillo. Oía como las sombras chillaban su nombre afuera del cuartucho y por las construcciones aledañas al cuartucho. Oyó y sintió movimiento hasta que de improviso entró una de las sombras al cuarto. En total el había identificado 5. Dos grandes, una mediana y dos pequeñas. La que se presentaba ante él era la más pequeña que al verlo inmediatamente se arrojó sobre con algo que identificó como un aullido feroz.

                  Esta vez estaba decidido. No lo volverían a morder, acabaría con estos engendros del demonio antes de que lo lastimaran. Ante la cercanía del espectro y ante lo intempestivo del ataque, no tuvo tiempo de acomodar ninguna de las armas para disparar. Tomó a la pequeña sombra de la cabeza y le dio un fuerte empujón, lo que la hizo retroceder. Después desenfundó con rabia el cuchillo y lo hundió en lo que sería la espalda de la sombra. Un aullido ensordecedor retumbó en el cuartucho. De inmediato oyó a las demás sombras acercarse al lugar dando aullidos y gritos escalofriantes. Ahora si, desenfundó la pistola y disparó a quemarropa a una grande que iba entrando. Le acertó tres tiros. Dos al cuerpo y uno a la cabeza. La sombra cayó abatida y dejo de chillar inmediatamente. Tras la segunda aparición llegó la tercera de tamaño mediano, que igualmente fue recibida con tres tiros a la cabeza. Ya dueño de la situación, Carlos se asomó por la ventana y vio a una cuarta sombra de tamaño pequeño acercarse corriendo al cuarto. No la dejaría entrar, acomodó rápidamente el fusil y descargó una contundente ráfaga por la ventana. Vidrios saltaron por todos lados y del otro lado de la pared la cuarta sombra se desplomaba inerte. No cabe duda que el entrenamiento había rendido frutos. Se había convertido en un tirador excelente. Vio después con regocijo que l a quinta sombra corría para desaparecer en la bruma. Accionó el fusil, pero no hizo blanco, así que trato de perseguirla. Nuevamente se enterró en el suelo hasta las rodillas.

                  Regresó al cuarto. Encontró a las sombras tiradas y sabía que de algún modo volverían en cualquier momento a la vida, así que hizo algunos disparos más sobre de ellas. Después se sentó en la cama y respiró profundamente. Esperaba despertar en cualquier momento. Ya había logrado su cometido. Ya no había que temer. Pero no despertó, el tiempo pasaba muy despacio y la situación no cambiaba. Se sintió incómodo con las sombras ahí tiradas aunque agradecía que esta vez no lo estaban mordiendo. Así que se le ocurrió una idea definitiva. Cortaría a las sombras como ellas hacían con él. Las destazaría, las desollaría sin piedad ni clemencia. Tal vez era lo que necesitaba para poder despertar al fin de esa pesadilla recurrente.

                  Tomó el cuchillo y con paciencia infinita empezó por la más grande. Empezó por ésta porque pensó que si volvían a la vida en cualquier momento, la más amenazadora sería la más grande. Así que con saña inaudita empezó a cortar los brazos de la sombra. Tarea que le resultó difícil, pero que consiguió eventualmente. Encajó el cuchillo acá y allá a placer y en un arranque de locura pero que el pensó en estricto principio de revancha y reciprocidad, mordió a la sombra. El sabor le pareció agradable, así que mordió y volvió a morder. En sus alucinaciones imaginó que al devorar a la sombra recuperaba lo que algún día ésta le había quitado, así que mordió y mordió y tragó y tragó con avidez.

                  Después en orden de tamaño, siguió con la mediana, luego con la pequeña y al final con la más pequeña. Al hundir el cuchillo en la más pequeña, ésta se movió. Parecía que no la había matado como se debe. Así que apuró el cuchillo lo más profundo que pudo y por un instante pensó en que la sombra se desvanecía a la altura de la cabeza para dar paso a la visión del más pequeño de sus hijos. Pensó en su alucinación que la pequeña abominación le decía: - Papito, ¿por qué nos lastimas? Carlos sacudió la cabeza y gritó: -Cállate maldita. No me puedes engañar. Hoy se mueren y jamás me volveré a servirles de comida malditas alimañas. La sombra adquirió de nueva cuenta su forma de sombra ante el beneplácito de Carlos, quién asestó una veintena de cuchilladas a la maldita sombra embustera. En eso estaba, cuando oyó un gran estrépito en las cercanías.

                  Se asomó por la ventana y vio a una decena de sombras acercándose al cuartucho. Algunas daban grandes voces y se aproximaban corriendo al lugar. Esto es lo que estaba esperando- pensó. Y se aprestó a luchar. Tomó el rifle y empezó a disparar por la ventana. Hizo blanco en un par de sombras más, que cayeron al suelo dando algunos gemidos. Las demás sombras retrocedieron a la bruma para después aparecer nuevamente. Así, a~~~~~~~~~do comenzó su lucha final contra sus demonios personales…

                  El General gozaba de buena atención en el Reclusorio. En ese momento, sentado en un mullido sillón, hojeando el periódico, escuchó como le gritaba un custodio desde afuera de la celda: -General, tiene visita urgente. Cuando vio el General al Cabo Resendiz, supo que algo no estaba bien. En los militares no es común expresar tanta alarma en el rostro. El Cabo Resendiz parecía que acababa de ver a la Llorona en persona. Los labios secos, su tez morena de genética y de sol se mostraba definitivamente pálida. Sus ojos no encontraban acomodo y tanto sus piernas y manos temblaban incontrolablemente como si un frio polar lo vistiera de pies a cabeza.

                  El General que sabía conocer a la gente y aunque no hubiera sabido conocerla, supo que algo estaba muy mal. –Informe cabo. Gritó el General.

                  Con la novedad mi General que… que… que… Su hija mi General. –Dos lágrimas rodaron por la mejilla del Cabo Resendiz- Sus nietos mi General. Fueron rescatados sin vida a las 12 del día en su casa de la periferia. Su hija fue desmembrada y mutilada, al igual que dos de sus nietos. Cuatro policías fueron muertos en el lugar, al igual que tres efectivos compañeros. Hay 12 heridos, entre ellos, su esposa. Los cuerpos rescatados presentan mutilaciones, el asesino, los cortó y les comió algunas partes. Mi General. El General no creía lo que oía. Sólo alcanzó a preguntar: -¿Quién fue?

                  Su yerno General…. Su yerno.
                  NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES

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                  • Re: Taller del Alquimista...

                    Originalmente publicado por El Alquimista Ver post
                    Klar... Si andas por ahí, disculpa cualquier malentendido. Me he tardado mucho con tu cuento. La verdad es que no me imaginé que fuera tan largo. Esperaba terminarlo pronto, pero agarró por su lado y luego cuando algo agarra por su lado está la incapacidad para darle continuidad si no regresa solito. La cosa es que obviamente ya sabía el principio y el final, pero los enmedios son los que se arrancaron solitos. Hoy, 13 de febrero y 14 de febrero, voy a terminarlo. Voy a estar aquí desde este momento hasta que lo termine.... No desprecié tu atención. Sólo esperaba otra reacción. Pero en fin. Si sirve de algo. Una disculpa.

                    Voy a ir pegando lo que vaya escribiendo y si alguien quiere acompañarme, pues aquí voy a estar... desde ahorita hasta que acabe. Tal vez me desconecte por cuestión propia del foro, pero aunque no aparezca conectado aquí ando.
                    Shhh! sigo leyendo...
                    A través del tiempo y espacio,apareces cuando ha sido necesario,no importa la exactitud,ni las palabras innecesarias,sólo importa el hecho de ser y estar ahí...frente a frenteKlar

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                    • Re: Taller del Alquimista...

                      30 hojas, Verdana 10.
                      A través del tiempo y espacio,apareces cuando ha sido necesario,no importa la exactitud,ni las palabras innecesarias,sólo importa el hecho de ser y estar ahí...frente a frenteKlar

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                      • Re: Taller del Alquimista...

                        Ya lo acabé Alqui-
                        Pucha!!

                        Tenía razón Juan Jacobo...

                        Felicitaciones.

                        Y si me gustó.
                        Luego te comento.

                        Soy super ignorante en cuanto a calificar con elementos propios de la crítica.
                        Pero sí me gustó.
                        Qué final...


                        P.D.
                        "El que pide poco es un loco"

                        Y ahora...el del taxista?...

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                        • Re: Taller del Alquimista...

                          EL QUE SE LLEVA SE AGUANTA y 450 caballos siempre serán 450 caballos. (Segunda Entrega)

                          Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
                          en el santo asilo.
                          Sus bastas orejas los salmos oían
                          y los claros ojos se le humedecían.
                          Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
                          cuando a la cocina iba con los legos.
                          Y cuando Francisco su oración hacía,
                          el lobo las pobres sandalias lamía.
                          Salía a la calle,
                          iba por el monte, descendía al valle,
                          entraba a las casas y le daban algo
                          de comer. Mirábanle como a un manso galgo.


                          A últimas fechas en el gimnasio llegó un tipo alto, moreno, de barba cerrada y pelo casi a rape. Parecía entre rapero y sargento de la US Army. De hecho le decían “El Sargento”. Daba clínicas de una cosa que se llama Krav Maga. Un arte marcial de “todo vale” que decía, practicaban las fuerzas armadas israelíes. Y yo creo que si era bastante efectiva, porque durante las clínicas lesionó sin querer a un par de buenos amigos boxeadores. Yo también entraba y me gustaba mucho relajarme con eso. No era tan exigente como el box en lo físico ni tan mojigato como el Tae Kwon Do, porque había contacto real. Contacto duro.

                          No quería nada, no ansiaba nada, no esperaba nada de nadie. No quería componer el mundo, no quería poder ni dinero ni fama. La viví y no me gustaba. Está bien paladear los néctares de la liviandad, pero el precio es muy alto. Me quemé el hocico y no me volvería a quemar. Sólo quería una cerveza fría en mi sillón ante una enorme Televisión. ¿Mediocre? Tal vez. Pero feliz. Feliz con mi hijo gordo y mi esposa naca. Feliz con mis problemas de gente común, con mis deudas de tres ceros y no de nueve. Sin pretensiones, sin emociones fuertes. Viviendo día a día y luego otro día, hasta que me muriera, pero nooooo. Dios se encarga de joderle a uno en el ego.


                          Todas las chambas tienen lo suyo y la mía no era la excepción. El aeropuerto de una de las ciudades más grandes y conflictivas del mundo no es poca cosa, aunque así lo parezca. Uno va, se sienta a esperar su turno y no sabe quién será el próximo pasajero ni hasta donde será la entrega. Puede ser tan banal o absurdo como de la imaginación. Amén de las dejadas habituales a colonias aledañas al aeropuerto, en varias ocasiones he llevado personas locales o extranjeras desde el propio aeropuerto hasta Acapulco, Valle de Bravo, Pachuca, Toluca, Puebla, Taxco, etc… entre esos, a pueblos cinrcunvecinos de los que no se ni su nombre y jamás lo sabré. ¿Por qué no se van en avión o en autobús? No se, pero yo no pregunto. Nomás asiento con la cabeza y empiezo a conducir. Los destinos no son lo único sorprendente. Literalmente en el asiento de atrás se te puede subir cualquiera. Todos esperamos siempre una rubia frondosa simpática que le pida a uno calmar las calenturas mal atendidas. Y aunque parezca cliché, las hay. Pero claro que no es así la cosa aunque llegue a pasar. Los taxistas somos una herramienta muy recurrida por el destino. Sólo falta que uno de vuelta en la calle equivocada para que el pasajero jamás llegue a su destino a tiempo con todas las consecuencias que ello pueda conllevar. Y cosa extraña. Nunca nadie nos reclama el que se haya perdido la junta millonaria o no se haya llegado al lecho de muerte del ser querido. Que el hombre de negocios haya dejado su computadora o cartera en el coche. Si es que lo devolvemos voluntariamente somos héroes, pero sólo es necesario decir que no había nada o que después subimos pasaje para que se asuma la pérdida por culpa propia.

                          Como sea, yo nunca me robé nada. Como les digo, no me importan los problemas gratis. Como estoy, estoy bien y no necesito nada más. En mis acarreos, he llevado artistas famosos y no famosos, políticos poderosos y no tan poderosos todavía, narcos, delincuentuchos, familias y todo lo demás. Uno aprende a conocerlos. Uno sabe cuando alguien trae prisa por llegar o cuando hay de esas personas que no quieren llegar y no quieren y no quieren aunque tengan. Tal vez rehuyendo el encuentro con un familiar distanciado que se tiene que visitar por razones ajenas a la voluntad. Tal vez el encuentro con alguna expareja, de esas que acaban con la cuenta en el banco y el hígado. No se, miles de razones. Tan los hay unos como los hay otros, que quieren que uno se pase todos los altos y se meta uno en sentido contrario nomás para llegar a tomar un café y leer el periódico.

                          Por otra parte, con los años se sabe uno muchas cosas del aeropuerto que es mejor no saber o hacerse pendejo. Al aeropuerto de la Ciudad de México, llegan drogas, divisas no declaradas, armas, indocumentados asiáticos e indocumentados latinoamericanos. Muchos compañeros se meten a andar de burros de cualquiera de todas estas cosas. ¿Cuándo han visto que un policía detenga a un taxi del aeropuerto? Nunca. Así que un taxista del aeropuerto puede traer la cajuela llena de cuernos de chivo y municiones o drogas o maletas llenas de dólares pero nunca nadie sospecha nada. Así con los indocumentados. Basta que cualquier chino o koreano muerto de hambre se suba a un taxi del aeropuerto, para pasar en automático como un decente turista o inversionista… Yo tampoco me meto en eso. La promesa de la cárcel en México puede disuadir a cualquiera de lo que sea, con todo y la impunidad que existe. Pero cuando te agarran, ya te chingaste y si te llegan a soltar, sólo será después de haberte sacado cuanto tengas y hayas tenido que pedir prestado, tal vez violado, seguramente madreado y muy desprestigiado. El miedo no anda en burro. Y después de los días angustiosamente interminables en los que casi piso el bote, jamás me iba a exponer a mi mismo a una cosa como esa. Así que yo no le entraba a las chingaderas, pero tampoco hacía pancho así que yo los dejaba chambear y ellos a mi. Conocí homosexuales de closet, pero que mientras iban en el asiento trasero se les ocurría todo tipo de asquerosidades; también drogadictos de todo. Sabía identificar la mirada y tono de voz de un mariguano, de un perico (los que consumen cocaína), de un pasto (patillas) o de un heroinómano. Todos son distintos y con la práctica uno va aprendiendo cómo se mueven. Dónde esconden sus drogas y cómo las consumen. Ese es de los aprendizajes que parece que no sirven para nada, pero créanme, todo sirve en este mundo.

                          Tenía yo mis clientes habituales. Si bien hay que esperar el turno en el Aeropuerto, había personas que me llamaban y me pedían que los recogiera en tal o cual lugar. Y yo iba. A veces iba en el taxi rotulado del aeropuerto, pero a veces iba en mi coche y todo muy bien.

                          Como les decía, por el asiento de mi coche han pasado todo tipo de personas. Recuerdo en una ocasión que se subió al coche un Procurador General de la República. Yo lo reconocí pero no le dije nada. No llevaba escolta ni chofer ni coche. Cosa extraña, porque yo lo había visto en otras ocasiones llegar y su escolta era de por lo menos veinte personas entre la avanzada, un par de motociclistas vestidos de civiles, la camioneta en la que viajaba y dos camionetas más sin rótulos y una patrulla.

                          Cuando se subió lo reconocí, pero no dije nada. Puse algo de música a un volumen pequeño y le pregunté hacia dónde nos dirigíamos. Me dio el boleto del servicio y me dijo una dirección en la Colonia Roma. Lo llevé y antes de bajarse, me dio un billete de mil pesos y me dijo que lo esperara si era posible. Pues claro que era posible. No se desprecia una buena propina y darle servicio a uno de los hombres más poderosos del país. Los llevé a donde me dijo y lo esperé por lapso de dos o tres horas. Finalmente salió y me dijo que lo llevara sin demora a la Procuraduría. En el trayecto por primera vez me percaté que nos seguía discretamente un par de motocicletas con tripulantes armados hasta los dientes. Antes de bajarse le di mi tarjeta y le aseguré que no había servicio más discreto que el mío. Me agradeció y si. Después de algunas semanas se volvió un asiduo. Igual me llamaba en la madrugada que en sábados o domingos. Y yo iba sin ningún empacho. Sin preguntas, sin exigencias y sin complicaciones. Solamente lo saludaba, lo guiaba a donde fuera y ahí lo dejaba. Él me preguntaba cosas y yo se las respondía de manera corta, clara y concisa, como se que le gusta a los políticos de alto nivel. Sin agregar contextos ni expresiones ni opiniones. Información clara y pura de inmediato. Pero ese tampoco es el hueso del relato.
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                          • Re: Taller del Alquimista...

                            EL QUE SE LLEVA SE AGUANTA Y 450 CABALLOS SIEMPRE SERÁN 450 CABALLOS. (TERCERA ENTREGA)

                            Lo que pasó ese día, sería memorable. Eran los 15 años de una compañera de mi hijo gordo, miope y mediocre. Si alguien sabía la clase de hijo que tenía era yo. Y sinceramente no me interesaba hacerlo un superdeportista, un estudiante destacado o un artista de cine. Yo sé en carne propia y de sobra, que no importa quién seas a qué te dediques o cuáles sean tus aspiraciones. El destino es una real Rueda de la Fortuna y de nada sirve cara, dinero o conocimiento sin un mucho de suerte. Y en México, sin un mucho de suerte y un padrino chingón. Así que me valía madre. Yo quería que mi hijo fuera feliz… simplemente feliz. Que se sintiera cómodo y nada de exigencias pendejas que a la mera hora no sirven de nada. Con que fuera una persona decente y educada me bastaba. Y si, lo era. Era un rechoncho escuincle de buna caña. Obediente, respetuoso y cariñoso. ¿Qué más se le pide a un hijo?

                            Ël llevaba muchos años en esa escuela. Prácticamente desde preprimaria. Conocía yo pues a todos sus compañeros. Unos eran vecinos o medio vecinos. Unos eran medio pobres, otros medio ricos, pero y durante algunos años, ellos no repararon en eso. Eran simplemente amigos. Amigos que se conocían de toda la vida. Yo mismo los había llevado en muchas ocasiones a partidos de futbol, basquetbol, bolibol o hasta a sus campamentos. Los llevaba yo con gusto. Me gustaba hacerla de chofer de una pequeña manada de escuincles inocentes. Escuincles que decían que mi coche era bien bonito y bien grande. Ya fuera el taxi o cualquiera de los otros.

                            De la preherencia de mi padre, me había quedado con tres o cuatro coches. Un Buick Custom 69 convertible, un Lincoln Mark IV 64 y un Pontiac GTO 69 RAM Air V. Yo los cuido bastante bien. Soy un enamorado de las grandes máquinas americanas de ocho cilindros. Cada armadora norteamericana de coches, tuvo y todavía tienen esos grandes monstruos de gran caballaje. Y entre los años 60 y 70 del siglo pasado, se pueden encontrar las máquinas más poderosas producidas comercialmente para coches de calle. Cuando en Europa los Ferraris, los Aston Martins y los Lamborginis tenían máquinas de seis cilindros con 200 caballos de potencia, en América se construían enormes máquinas de ocho cilindros y 200, 300 y 400 caballos. Como para remolcar un tren. Los tenía como nuevos y los presto regularmente para comerciales, bodas, quince años y exhibiciones. Pero mi querido, es mi Pontiac GTO. Una portentosa bestia.

                            Pues con mis coches, yo llevaba a los niños a todos lados. Muchos los admiraban y me decían todo tipo de cosas padres. Yo pensaba que haciendo eso, mi hijo sería aceptado y respetado. A él no le gustaban los madrazos. Así que yo supuse que al servirles de chofer, lo querrían y lo respetarían o por lo menos no lo molestarían sabiendo que yo estaba muy cerca siempre. Pero parece que no fue así.

                            Pero pretendo enfocarme en esos 15 años tan horribles. Como debía ser, llevé a mi hijo gordo a comprarse un traje, una corbata, una camisa, unos calcetines y unos zapatos para tan distinguido evento. Mi naca esposa también urgió lo suyo, así que todos nos trasladamos al Centro para hacer las compras respectivas. Yo había sido servidor público, así que en aunque hacía años que no me ponía un traje completo, sabía que mi closet estaba lleno de varios trajes de todos colores y sabores. Así que no me preocupé.

                            Allá en el Centro, recorrimos medio centenar de tiendas entre de hombres y de mujeres, entre de ropa y zapatos; entre de accesorios y baratijas. Todo lo necesario para ir lo mejor presentados que se pudiera ir a la fiesta. A nosotros los hombres nos es difícil ponernos demasiado ridículos. A menos que nos pongamos calcetas blancas con zapatos negros, todo lo demás es más o menos lo mismo. Un traje oscuro, una camisa cualquiera, una corbata y unos zapatos. Como digo. A menos que de plano no, para verse uno mal está cabrón. En cambio las mujeres son sus peores enemigas al comprar ropa para fiesta. En México, la gran mayoría no distingue si es una fiesta de día o de noche, en jardín o en salón o si es de etiqueta o formal o casual. Invariablemente se ponen lo que se les da la gana con el peor gusto del que son capaces. Ni qué decir del pelo. Precisamente ese día se lo enchinan si lo tienen lacio, se lo alacian si lo tienen chino, se lo pintan de güero aunque sean prietas del color de una llanta y se hacen interminables chongos tipo cucurucho.

                            Mi gorda no era la excepción, así que escogió un vestido rojo con muchas “piedras” de plástico rojo por todos lados, un pronunciado escote en la espalda que dejaba ver todas sus lonjas dorsales, con una abierta en la pierna hasta casi la cadera, medias negras de encaje, escote igualmente pronunciado al frente y unos zapatos tipo Lady Gaga que daban miedo. No le pudo faltar un gran sombrero rojo con un moño negro que combinaba perfectamente bien con las medias.

                            El día de la fiesta se fue al salón desde temprano y le pagó una fortuna a las igualmente nacas estilistas para que le pusieran una monumentales uñas nacas de colores y “piedras”; le maquillaran la cara como a Cepillín y le construyeran un peinado con doce mil pasadores que parecía el nido de algún ave exótica de Africa Septentrional. ¿Qué decirle? –Quedaste guapísima- Mi amor.

                            Por su lado mi chamaco por más que trató no pudo verse peor. La falta de práctica y su cuerpo de ostión, hicieron la combinación perfecta para parecerse bastante bien al “Pingüino” de Batman. Los pantalones chincolos por más que cuando se los probamos pensábamos que le quedaban bien, una camisa dos tallas más grande que la que debía ponerse porque tanto el cuello como la panza no le cabían en una talla más chica, así que las mangas le sobresalían del saco unos diez centímetros, casi tapándole los dedos. ¿Qué decirle? –Estás hecho un galán- Mi chavo.

                            Desde un día antes escogí el coche que íbamos a llevar. Escogí el Pontiac GTO. Lo lavé esmeradamente, lo enceré y le puse brillo en llantas y tablero. Y ya previos minutos antes de irnos, abrí el closet para sacar el traje que mejor me pareciese y listo. Sabía de antemano que no tardaría más de 20 minutos en arreglarme, pero… mmmmmm… Creo que pasé por alto que hacía ya más de una década que no me ponía uno de mis trajes. Mi panza había crecido exponencialmente en esos años. Y aunque hacía ejercicio hacía tiempo, el Krav Maga ese que les digo y un poco de box. La verdad es que no se notaba mucho que digamos en mis proporciones. Así que saqué un traje y parecía que le muerto era más chico. Mucho más chico. El pantalón se me veía corto, de la cintura estaba a años luz de cerrarme y el saco parecía como si se lo hubiera robado a un torero. Las camisas tampoco me cerraban de la panza ni del cuello y cuando traté de ponerme unos mocasines sentí cómo hacían una especie de prensa contra mis uñas enterradas…. Auuuuch!!!!!

                            Una hora antes de la misa de 15 años, toda una maldita tragedia. ¿Ir por un traje a esas horas? Nooo. Además seguro me lo tendrían que ajustar del largo del pantalón y eso no lo iban a hacer. Además sería una fortuna. ¿Pedir uno prestado? ¿A quién? Además mi hijo y la fiera ya estaban caracterizados para el festejo, así que no era la vía idónea. ¿Qué hacer? Pues yo veía seguido que al aeropuerto llegaban personas con un look muy casual pero elegante. Jeans, zapatos cómodos informales, una playera de algodón blanco y un saco encima. ¡Agueeevo! Iría a los 15 años supercashual. Me puse como lo había pensado unos jeans, unos top siders que tenía yo desde hacía años y que usaba los domingos para ir por la barbacoa, una playera blanca y escogí uno de los sacos que mejor me quedara. ¿Y qué me dijeron cuando me vieron mi vieja y mi chamaco? –¿Qué te pasa? Te ves de la chingada.
                            El Alquimista
                            Perverso Amateur
                            Last edited by El Alquimista; 22-febrero-2012, 02:41.
                            NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES

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                            • Re: Taller del Alquimista...

                              Te estoy leyendo Alqui...
                              El que espera desespera.
                              Tus personajes son prototipos ah!
                              No quiero decir mas; es quitarle el seguimiento a tu novela corta o cuento largo?
                              Cómo sea ,haces unas presentaciones muy interesantes.
                              Saludos

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                              • Re: Taller del Alquimista...

                                Dorja.

                                Dorja había nacido inverosimil, mística. Llena de un halo que nadie podía ver y tampoco entender. Su forma de mirar hacía a las personas sentirse mejor, sentirse tranquilas. Su madre era una vegetariana espantada de la vida que fue más vegetariana en un principio por pobre que por vegetariana. Después, al crecer, encontró en algunas pseudofilosofías, justificación para serlo. El hecho es que en realidad los tacos al partor le caían pesados. su padre era un músico de ferias. Había ido al conservatorio, pero no había terminado y el único lugar en donde encontró trabajo fue un circo. Ahí, como en todos los circos, él le hacía de taquillero, tramoyero, vendedor de collares luminosos y cuando se requería, del músico del circo. su necedad en ser músico era grande. Pero menos grande que su talento, aunque no carecía de él. Jamás hubiera sido un virtuoso aunque sacaba con facilidad cualquier tonada y le hacía falta oir dos o tres veces cualquier canción para imitarla sin ningún problema.

                                Dorja. Así se les llaman a unos pedacitos de un metal "extraño" que usan algunos místicos para meditar. La mamá de Dorja, tenía vairos pares de ellas, por lo que cuando nació Dorja, su mamá no lo pensó mucho. Sentía que sonaba bonito. Y en eso de la meditada y de los instrumentos idóneos, parece que las dorjas sirven para sinconizarse con el universo. Así que la mamá asumió que al darle ese nombre, su hija se sincronizaría en automático con el universo.

                                En realidad así es. Si algo o alguien está sincronizado con el universo, son los crios de cualquier cosa. Los que salen bien, por lo menos. Todavía no expuestos a las olas de chingaderas contaminantes que tiene el mundo. Todavía les funcionan todos los órganos como debe de ser y están a años y años de empezar a fallar. Pero más allá de ese estado común de los bebés, Dorja en efecto era especial. Si la tuviéramos que equiparar con un instrumento musical sería un arpa. Pero no un arpa común y corriente. Las arpas normales tienen 46 cuerdas y 7 pedales, pero dorja nació como con 70 cuerdas y 10 pedales. Incluso el doctor que la recibió le dijo a su madre: Esta pequeñita es especial. Cuídela mucho. La madre así la veía. Casi como todas las madres ven a sus hijas, pero el padre, quién esperaba un chamaco hombre, fue miope al verla. El no pudo ver que su pequeña arpa era especial. Por el contrario, para él, ella era algo así como una armónica o un pandero y no la maravaillosa arpa que Dorja realmente era.

                                Sus ojos eran ámbar, casi transparentes, al igual que su cabello, como si toda ella estuviera hecha de avellanas, madera de abeto sin vetas, miel y chocolate blanco. Su risa era tersa sin salpicaduras y su aroma era afresado con toques de canela. De su cabeza perfecta nacían rizos dorados qué podían llegar a ser casi blancos hasta cafés bien oscuro. Y su manos. Unas manos absolutamente indescriptibles. Compactas pero no pequeñas, ni flacas ni gordas, pero muy expresivas incluso en la inmovilidad.

                                Coninuará....
                                NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES

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