Re: Taller del Alquimista...
SOBEL
Dicen, que el mal no tiene nombre, pero se equivocan.
El mal se llama Isobel. Si se preguntan como lo sé, les diré que no me resultó fácil descubrirlo. Al principio, Isobel era una niña como cualquier otra,
Tan solo se diferenciaba de la mayoría, en que ella fue abandonada. A Isobel la dejaron en la puerta de una iglesia al poco de nacer. No era deseada por su madre, eso está claro, y allí fue donde unas beatas, la encontraron a eso de las siete de la mañana, cuando iban a rezar más por costumbre, que por otra cosa.
Cuando, al escuchar unos balbuceos, levantaron la mantita que cubría aquel bulto mañanero, se encontraron con ella. Se dice que la niña no lloró y que, a diferencia de los recién nacidos “normales”, tenía los ojos abiertos, muy, muy abiertos. Para no alargarme en demasía con la explicación, concluiré diciendo que el sacerdote, después de confirmar el hallazgo con sus propios ojos, hizo una llamada a los servicios sociales que se hicieron cargo, de forma inmediata, de la situación. Isobel tenía ya nueve años cuando fuimos a un centro de acogida, antes llamados orfanatos, para elegir a la que sería nuestra última hija.
Cuando nació Eli, la pequeña, que en esos momentos contaba ya once años, mi mujer, Mym, sufrió una grave infección generaliza, de origen desconocido, que hizo peligrar seriamente su vida.
Como resultado de ello, perdió la capacidad de tener hijos.
Bueno, en nuestro caso, hijas, pues a Eli debíamos sumar a Lau (ya no aceptaba que la llamasen Laurita), que a sus quince años, se estaba convirtiendo en una mujercita preciosa y sobre todo, y lo más importante, muy inteligente y cabal.
El caso es que allí estábamos mi mujer, nuestras hijas y yo, aquel caluroso miércoles catorce de Agosto, de hace justo un año, esperando para escoger a la niña que, desde ese día, pasaría a ser parte de nosotros.
Personalmente hubiese preferido un niño, aunque solo fuese por cambiar un poco y darle más variedad a la cosa, pero las tres se pusieron en mi contra y el resultado fue otro componente femenino, en el elenco familiar.
Es muy triste, descorazonador diría yo, el ver a esas niñas expuestas allí como si fueran…a la espera de unos padres que las salven de tanto desamor; de la soledad.
Como tampoco tengo intención de extenderme mucho en lo que ocurrió ese día, solo diré que a mí me gustó una niña de aspecto triste y algo retraída, que se encontraba un poco apartada de las demás. Otra vez mis preferencias fueron desoídas por el resto de la familia. Isobel, de forma desvergonzada, abandonando la fila y dirigiéndose, todo descaro, a Mym, la abrazó diciéndole, “voy a ser tu hija, ¿verdad?” Acto seguido, fijando esos grandes ojos negros que la adornan en Eli, le dijo muy bajito, “¿quieres que sea tu hermana?” Antes de que mi hija, pudiese articular palabra alguna, Lau, que siempre ha tenido un concepto muy claro de las cosas, contestó por el resto de nosotros. “Creo que esta niña encajará a la perfección en nuestra tribu (así nos llamaba “familiarmente”). Tiene un ‘no sé qué’, que me gusta mucho.
¡Nos la quedamos!… ¿verdad mamá?” No hacía falta que le preguntase. Mym ya había decidido. Unas horas más tarde, después de comer en un burger, Isobel, tomaba posesión de su nueva casa. Al principio todo fue bien, quizás demasiado. La “nueva” como la llamaba Eli, fue instalada en una pequeña y confortable habitación, muy luminosa, en el desván de nuestro hogar. A ella le gustó nada más verla y con una radiante sonrisa, nos confirmó, lo que ya intuíamos; estaba encantada con nosotros.
Pasados los primero meses, Isobel empezó, al principio de forma muy sutil, a tener un comportamiento digamos, algo fuera de lo normal. Cogía rabietas por las cosas más nimias, se volvió hiperactiva, escapándose de casa a la menor ocasión, para deambular sin rumbo por el barrio. Cuantas veces nuestros vecinos, nos habían alertado de su presencia varias calles más allá, pisando distraída las flores de sus jardines o mirando fijamente a sus ventanas. En un principio no le dimos mayor importancia, cosas de la edad y de sus circunstancias pasadas, pero ninguna de nuestras dos hijas hicieron nada parecido, cuando contaban nueve años.
El caso es que hablamos con ella “Isobel, no puedes ausentarte sin pedir permiso. Todavía eres demasiado pequeña y no es seguro para ti, que salgas sola. Hay muchas cosas que todavía no sabes y podría pasarte algo malo. ¿Comprendes cariño?” Isobel nos miraba con el rostro hierático; sin pestañear. De sus labios apretados no salió palabra alguna Se diría que le molestaba que le llamásemos la atención; que no entendía, por qué no podía hacer lo que le viniese en gana.
Dejó de salir, pero nos lo hizo pagar muy caro. A partir de ese momento, consiguió que la convivencia en nuestra casa, fuese de todo punto imposible. No solo no obedecía a Mym, cuando esta le pedía que hiciese cualquier cosa, si no que la miraba de forma desafiante…retadora.
Dejó de limpiar su habitación tirándolo todo por el suelo y chillando y pataleando si, mi esposa o yo, le recriminábamos su actitud. Entraba en el cuarto de sus hermanas, cuando estas no estaban y sustraía pequeños objetos, que dejaba en la habitación de la otra para enfrentarlas (algo que consiguió en más de una ocasión), o, ¡simplemente!, las tiraba al cubo de la basura.
Su vocabulario pasó de ser el de una niña normal, a otro más bien barriobajero, vulgar… soez. Del colegio acabaron expulsándola, por su extremado mal comportamiento, pues incluso llegó a agredir a niñas más pequeñas que ella. También la acusaron de otras cosas, pero prefiero no mencionarlas aquí. Son demasiado terribles y, además, no fueron probadas. Pero todo puede empeorar y eso fue lo que ocurrió, cuando Isobel empezó a levantarse por las noches. Podía oír sus pasos a eso de las dos o las tres de la mañana, deambulando de aquí para allá. Solía pararse delante de la puerta de las habitaciones de sus hermanas. Más de una vez me levanté y pude verla observándolas, como esperando el momento apropiado para hacer…no sabría decir qué.
También trajinaba en la cocina, y podía escucharse el ruido que hacía abriendo y cerrando la puerta del horno, escudriñando en los cajones de la cubertería, o en la nevera, cogiendo lo que más le apeteciera.
Un día desapareció Pepa, nuestra gata.
Recuerdo que la buscamos por toda la casa, por el jardín y que, después, ampliamos la búsqueda a todo el vecindario. Pusimos carteles con su foto, en cualquier sitio que nos permitiesen hacerlo, pero no obtuvimos ningún resultado. Que disgusto se llevaron nuestras hijas. Eli, estaba desconsolada.
SOBEL
Dicen, que el mal no tiene nombre, pero se equivocan.
El mal se llama Isobel. Si se preguntan como lo sé, les diré que no me resultó fácil descubrirlo. Al principio, Isobel era una niña como cualquier otra,
Tan solo se diferenciaba de la mayoría, en que ella fue abandonada. A Isobel la dejaron en la puerta de una iglesia al poco de nacer. No era deseada por su madre, eso está claro, y allí fue donde unas beatas, la encontraron a eso de las siete de la mañana, cuando iban a rezar más por costumbre, que por otra cosa.
Cuando, al escuchar unos balbuceos, levantaron la mantita que cubría aquel bulto mañanero, se encontraron con ella. Se dice que la niña no lloró y que, a diferencia de los recién nacidos “normales”, tenía los ojos abiertos, muy, muy abiertos. Para no alargarme en demasía con la explicación, concluiré diciendo que el sacerdote, después de confirmar el hallazgo con sus propios ojos, hizo una llamada a los servicios sociales que se hicieron cargo, de forma inmediata, de la situación. Isobel tenía ya nueve años cuando fuimos a un centro de acogida, antes llamados orfanatos, para elegir a la que sería nuestra última hija.
Cuando nació Eli, la pequeña, que en esos momentos contaba ya once años, mi mujer, Mym, sufrió una grave infección generaliza, de origen desconocido, que hizo peligrar seriamente su vida.
Como resultado de ello, perdió la capacidad de tener hijos.
Bueno, en nuestro caso, hijas, pues a Eli debíamos sumar a Lau (ya no aceptaba que la llamasen Laurita), que a sus quince años, se estaba convirtiendo en una mujercita preciosa y sobre todo, y lo más importante, muy inteligente y cabal.
El caso es que allí estábamos mi mujer, nuestras hijas y yo, aquel caluroso miércoles catorce de Agosto, de hace justo un año, esperando para escoger a la niña que, desde ese día, pasaría a ser parte de nosotros.
Personalmente hubiese preferido un niño, aunque solo fuese por cambiar un poco y darle más variedad a la cosa, pero las tres se pusieron en mi contra y el resultado fue otro componente femenino, en el elenco familiar.
Es muy triste, descorazonador diría yo, el ver a esas niñas expuestas allí como si fueran…a la espera de unos padres que las salven de tanto desamor; de la soledad.
Como tampoco tengo intención de extenderme mucho en lo que ocurrió ese día, solo diré que a mí me gustó una niña de aspecto triste y algo retraída, que se encontraba un poco apartada de las demás. Otra vez mis preferencias fueron desoídas por el resto de la familia. Isobel, de forma desvergonzada, abandonando la fila y dirigiéndose, todo descaro, a Mym, la abrazó diciéndole, “voy a ser tu hija, ¿verdad?” Acto seguido, fijando esos grandes ojos negros que la adornan en Eli, le dijo muy bajito, “¿quieres que sea tu hermana?” Antes de que mi hija, pudiese articular palabra alguna, Lau, que siempre ha tenido un concepto muy claro de las cosas, contestó por el resto de nosotros. “Creo que esta niña encajará a la perfección en nuestra tribu (así nos llamaba “familiarmente”). Tiene un ‘no sé qué’, que me gusta mucho.
¡Nos la quedamos!… ¿verdad mamá?” No hacía falta que le preguntase. Mym ya había decidido. Unas horas más tarde, después de comer en un burger, Isobel, tomaba posesión de su nueva casa. Al principio todo fue bien, quizás demasiado. La “nueva” como la llamaba Eli, fue instalada en una pequeña y confortable habitación, muy luminosa, en el desván de nuestro hogar. A ella le gustó nada más verla y con una radiante sonrisa, nos confirmó, lo que ya intuíamos; estaba encantada con nosotros.
Pasados los primero meses, Isobel empezó, al principio de forma muy sutil, a tener un comportamiento digamos, algo fuera de lo normal. Cogía rabietas por las cosas más nimias, se volvió hiperactiva, escapándose de casa a la menor ocasión, para deambular sin rumbo por el barrio. Cuantas veces nuestros vecinos, nos habían alertado de su presencia varias calles más allá, pisando distraída las flores de sus jardines o mirando fijamente a sus ventanas. En un principio no le dimos mayor importancia, cosas de la edad y de sus circunstancias pasadas, pero ninguna de nuestras dos hijas hicieron nada parecido, cuando contaban nueve años.
El caso es que hablamos con ella “Isobel, no puedes ausentarte sin pedir permiso. Todavía eres demasiado pequeña y no es seguro para ti, que salgas sola. Hay muchas cosas que todavía no sabes y podría pasarte algo malo. ¿Comprendes cariño?” Isobel nos miraba con el rostro hierático; sin pestañear. De sus labios apretados no salió palabra alguna Se diría que le molestaba que le llamásemos la atención; que no entendía, por qué no podía hacer lo que le viniese en gana.
Dejó de salir, pero nos lo hizo pagar muy caro. A partir de ese momento, consiguió que la convivencia en nuestra casa, fuese de todo punto imposible. No solo no obedecía a Mym, cuando esta le pedía que hiciese cualquier cosa, si no que la miraba de forma desafiante…retadora.
Dejó de limpiar su habitación tirándolo todo por el suelo y chillando y pataleando si, mi esposa o yo, le recriminábamos su actitud. Entraba en el cuarto de sus hermanas, cuando estas no estaban y sustraía pequeños objetos, que dejaba en la habitación de la otra para enfrentarlas (algo que consiguió en más de una ocasión), o, ¡simplemente!, las tiraba al cubo de la basura.
Su vocabulario pasó de ser el de una niña normal, a otro más bien barriobajero, vulgar… soez. Del colegio acabaron expulsándola, por su extremado mal comportamiento, pues incluso llegó a agredir a niñas más pequeñas que ella. También la acusaron de otras cosas, pero prefiero no mencionarlas aquí. Son demasiado terribles y, además, no fueron probadas. Pero todo puede empeorar y eso fue lo que ocurrió, cuando Isobel empezó a levantarse por las noches. Podía oír sus pasos a eso de las dos o las tres de la mañana, deambulando de aquí para allá. Solía pararse delante de la puerta de las habitaciones de sus hermanas. Más de una vez me levanté y pude verla observándolas, como esperando el momento apropiado para hacer…no sabría decir qué.
También trajinaba en la cocina, y podía escucharse el ruido que hacía abriendo y cerrando la puerta del horno, escudriñando en los cajones de la cubertería, o en la nevera, cogiendo lo que más le apeteciera.
Un día desapareció Pepa, nuestra gata.
Recuerdo que la buscamos por toda la casa, por el jardín y que, después, ampliamos la búsqueda a todo el vecindario. Pusimos carteles con su foto, en cualquier sitio que nos permitiesen hacerlo, pero no obtuvimos ningún resultado. Que disgusto se llevaron nuestras hijas. Eli, estaba desconsolada.
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