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—¡Perdido! ¿Pero cómo? ¿Lo habría tomado alguien?
Alarma, conjeturas, misterio. ¿Qué hacer?
Bueno, al día siguiente, Adrián llevó el pizarrón al comedor: lo conservó sobre las piernas cubierto con una servilleta. Sentía un impulso irresistible de hacer cambios y travesuras. En el centro de la mesa, un manchón verde y fresco era el platón de la ensalada, rica ensalada de berros, que no le gustaba a Adrián.
Y escribió en el pizarrón para transformarla en algo más sabroso:


La familia gritó, tembló la mesa, ya iba a hundirse. Adrián cambió lo escrito:


A la hora del besuqueo, la tía Pompilia fue enterada de lo ocurrido. Pensativa, miró en torno. Sentenció:
—Esas son travesuras de niño. El pizarrón encantado lo tiene Adrián.
—Hay que quitárselo inmediatamente —dijo tío Austero.
—Pero con gran cautela. Imagínate si de Austero te convierte en mesero o en mitotero

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