La celosa esposa de un hombre de negocios, que suele viajar frecuentemente al exterior con su joven y bella secretaria, contrata, devorada ya por las sospechas, a un carísimo detective privado para que los siga de cerca.
«Apenas sepa algo, comuníquemelo a mi e-mail», le dice la mujer al detective.
A los dos días, su esposo vuelve a viajar con la secretaria, y el detective sale detrás de ellos.
Pasan 24 horas, y la esposa recibe un e-mail del detective con una sola palabra: «NEGOCIO».
La mujer se enfurece.
«¿Para esto contraté un detective? ¡Ya sé que viajaron por negocios!», piensa.
Al día siguiente, y al otro, otros dos e-mails con esa única palabra: «NEGOCIO».
Cada vez más enojada, la esposa espera el regreso del detective, y cuando lo tiene enfrente le grita:
«¿Usted piensa que yo le pagué esa cantidad de dinero para que me diga lo que yo ya sabía?».
Calma, el detective le explica:
«Señora, un e-mail es un método poco seguro.
Cualquiera puede acceder a él. Por esa razón, yo le mandé mensajes en clave. Lo único que debía hacer usted era leer la palabra… al revés».
«Apenas sepa algo, comuníquemelo a mi e-mail», le dice la mujer al detective.
A los dos días, su esposo vuelve a viajar con la secretaria, y el detective sale detrás de ellos.
Pasan 24 horas, y la esposa recibe un e-mail del detective con una sola palabra: «NEGOCIO».
La mujer se enfurece.
«¿Para esto contraté un detective? ¡Ya sé que viajaron por negocios!», piensa.
Al día siguiente, y al otro, otros dos e-mails con esa única palabra: «NEGOCIO».
Cada vez más enojada, la esposa espera el regreso del detective, y cuando lo tiene enfrente le grita:
«¿Usted piensa que yo le pagué esa cantidad de dinero para que me diga lo que yo ya sabía?».
Calma, el detective le explica:
«Señora, un e-mail es un método poco seguro.
Cualquiera puede acceder a él. Por esa razón, yo le mandé mensajes en clave. Lo único que debía hacer usted era leer la palabra… al revés».
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