
Estaban unos viejitos
celebrando a su manera,
con una gran emoción,
y todos lanzaban gritos
diciendo que cuando mueran
harían una donación
del órgano que quisieran.
Uno los ojos daría,
otro el hígado, también,
y así todos ofrecían,
sus órganos para bien.
Don Jaime ochenta tenía
y por nada se entretiene
diciéndoles que él daría
al morir todo su pene.
Muchos vivas le brindaron,
hurras y aplausos a mares,
y todos luego gritaron:
¡Qué se pare! ¡Qué se pare!
Don Jaime que estaba oyendo,
se sintió como en un trono,
y a todos les dijo riendo:
“Si se para no lo dono”.