Anuncio

Collapse
No announcement yet.

El Espacio de la Luna Azul

Collapse
X
 
  • Filter
  • Hora
  • Show
Clear All
new posts

  • Re: El Espacio de la Luna Azul

    Amo la lectura, los libros son el compañero soñado para curar la soledad

    Comment


    • Re: El Espacio de la Luna Azul

      Amo la lectura, los libros son el compañero soñado para curar la soledad

      Comment


      • Re: El Espacio de la Luna Azul

        Comment


        • Re: El Espacio de la Luna Azul

          Amo la lectura, los libros son el compañero soñado para curar la soledad

          Comment


          • Re: El Espacio de la Luna Azul

            Amo la lectura, los libros son el compañero soñado para curar la soledad

            Comment


            • Re: El Espacio de la Luna Azul

              Amo la lectura, los libros son el compañero soñado para curar la soledad

              Comment


              • Re: El Espacio de la Luna Azul

                Comment


                • Re: El Espacio de la Luna Azul

                  Comment


                  • Re: El Espacio de la Luna Azul

                    Amo la lectura, los libros son el compañero soñado para curar la soledad

                    Comment


                    • Re: El Espacio de la Luna Azul

                      Amo la lectura, los libros son el compañero soñado para curar la soledad

                      Comment


                      • Re: El Espacio de la Luna Azul

                        Amo la lectura, los libros son el compañero soñado para curar la soledad

                        Comment


                        • Re: El Espacio de la Luna Azul

                          Comment


                          • Re: El Espacio de la Luna Azul

                            El primer rayo de luna
                            (La luna en el lago)
                            Por: Andrea May




                            Las olas golpeaban con suavidad las rocas cubriéndolas de espuma. La muchacha se mantenía lejos de las salpicaduras ya que no quería que, por un descuido, alguien pudiera descubrir su secreto. Era extremadamente cuidadosa cuando se sentaba allí, a mirar su mundo desde fuera. Su vida era un contrasentido: siempre queriendo huir pero sin poder alejarse, formando parte de un mundo mágico y deseando ser sólo ella, sus dos mitades luchando por ser una, queriendo anularse la una a la otra. Envidiaba a las chicas que veía cada día tumbarse en la arena y dorar al sol su piel. Deseaba escapar con ellas cuando por las noches las oía reír entre la música de los bares del paseo marítimo. Soñaba con que un día apareciera un hombre que fuera capaz de acariciarla y amarla como a ellas.

                            Había luna llena aquella noche y el mar se llenaba de reflejos argentos que blanqueaban las olas haciéndolas brillar como si miles de diamantes flotaran sobre el agua negra. Le fascinaba aquel espectáculo. Podía verlo incluso cuando cerraba los ojos y se dejaba acunar por la música lejana que llegaba del otro lado de la playa para mezclarse con el rumor de las olas a sus pies. En noches así su mente volaba para visitar todos aquellos lugares tan lejanos que sólo los conocía por las historias que le habían contado sobre ellos.

                            - Hola. ¿Puedo sentarme a tu lado? – la voz ronca y varonil sonó a escasos pasos de ella sobresaltándola.
                            - Claro- contestó con una sonrisa tímida- después de todo la playa es de todos.
                            - Perdona, no quería asustarte- dijo el muchacho mirándola con preocupación mientras tomaba asiento junto a ella- Me llamo Marcos, ¿y tú?
                            - Luna.
                            - ¡Qué bonito nombre! Casi tan bonito como tú.

                            Ella sonrió de nuevo y se quedaron en silencio viendo como rompían las olas. Luna pensó en su nombre. Sí, era bonito. Y único. Como también ella era única a los ojos de su padre. Era un nombre raro en su familia. Nunca antes nadie entre los suyos se había llamado así. Pero su padre le había dicho que cuando nació un rayo de ese astro plateó su piel y la marcó con su magia. Durante años el mar la acunó en sus brazos hasta que descubrió que fuera de su protectora calidez existía un mundo distinto, nuevo, esperando para que lo descubriera. Así, cada noche de luna llena había salido a explorarlo, a buscar nuevas sensaciones, nuevos olores, nuevos colores. A menudo se había sentado en las rocas del rompeolas sólo para sentir la brisa sobre su piel. Era feliz allí fuera igual que lo era cuando estaba dentro.

                            - ¿Quieres?- el chico rompió el silencio mientras le ofrecía una botella.
                            - Claro- contestó ella aparentando una seguridad que no sentía en absoluto. Bebió un trago como le había visto hacerlo a él y un chorro de fuego líquido bajó por su garganta haciéndola toser. Marcos se echó a reír mientras recuperaba la botella de manos de ella.
                            - Perdona. A lo mejor es muy fuerte para ti.
                            - No, no – contestó Luna intentando aún recuperar el aliento y la voz – La verdad es que está bueno. Es sólo que no estoy acostumbrada.


                            Aquella noche surgió algo más que una amistad, aunque ninguno de los dos lo supo entonces. Charlaron durante horas y el sol los sorprendió. A Luna le costó conseguir que Marcos se marchara. Tuvo que fingir que vivía en una de las casas cercanas a la playa cuando él insistió en acompañarla, y se mantuvo escondida en el portal hasta que tuvo la certeza de que él se había ido. Después salió a la calle y se dirigió de nuevo al rompeolas. Buscó un rincón escondido y se lanzó al agua. El conocido escalofrío le recorrió la espalda y sintió como su cuerpo cambiaba. Segundos después nadaba bajo las olas, jugando con los peces, dirigiéndose deprisa a su casa, a su verdadera casa, entre los arrecifes de coral.


                            Tardó dos días en volver al rompeolas. Tenía miedo de encontrarse con Marcos aunque le asustaba aún más no verle. Sin embargo a la tercera noche él estaba sentado en el mismo lugar que habían compartido juntos y ella sintió que su corazón se aceleraba mientras salía del agua en un lugar apartado y esperaba a que su piel se secara. Se acercó a él fingiendo que paseaba y vio como una sonrisa iluminaba la cara del muchacho cuando la descubrió trepando por las rocas. Volvieron a hacer suya la noche, entre confidencias cada vez más íntimas. Al amanecer Luna no tuvo que fingir para escapar, ya que Marcos se había dejado vencer por el sueño. Ella le susurró al oído un “lo siento” muy bajito y regresó al mar.


                            A partir de ahí se vieron cada noche. Poco a poco Luna consiguió quedarse sola en las rocas y Marcos aceptó el acuerdo. Nunca la siguió, nunca espió su huida, nunca traicionó su libertad y su confianza. Y las conversaciones se fueron convirtiendo en amistad, y la amistad en amor, y el amor les fue llenando el corazón.

                            Una noche Marcos llegó triste. Luna le miró sin comprender pero esperó pacientemente hasta que él estuvo dispuesto a hablar.

                            - Acaba el verano, Luna, y debo volver a casa. Me duele separarme de ti, pero no puedo evitarlo
                            - Marcos – dijo la muchacha disimulando el llanto en su voz- te echaré de menos, pero esperaré. El año que viene me encontrarás de muevo en esta playa, si es que aún quieres verme.
                            - ¿Querer verte? Ni siquiera sé como voy a poder sobrevivir sin tenerte cerca.

                            Se abrazaron sintiendo que sus corazones se partían de dolor. Permanecieron en silencio hasta que las estrellas empezaron a palidecer.

                            - Casi es hora de irme. Ojala no tuviera que despedirme de ti. Ojala pudieras venirte conmigo.

                            Luna levantó la cabeza ofreciéndole sus labios. Se fundieron en un beso largo y desesperado e hicieron el amor mientras empezaba a amanecer.

                            - Iré contigo – dijo Luna con voz decidida – Creo que no podré esperar a que vuelvas. Me he acostumbrado tanto a ti que nada me importa si no estás.

                            La esperanza les unió en un nuevo beso. Luna no pensó en su familia ni en su casa. Marcos sólo deseó estar ya con ella de vuelta en su pequeño pueblo. No volverían a separarse nunca.


                            Marcos la llevó a su casa, una pequeña y acogedora construcción de piedra a la orilla de un lago. Se sintió inmediatamente cómoda allí, como si hubiera llegado a casa, a su verdadero hogar. Aunque Marcos trabajaba volvía a ella cada tarde. Luna dedicaba las mañanas que estaba sola en casa para aprender todo lo que se suponía que una muchacha de su edad ya debía saber: aprendió a hacer las camas, a fregar los cacharros, a mantener la casa limpia y a cocinar para Marcos. Los primeros intentos fueron un poco patéticos pero por suerte su novio, le gustaba aquella palabra, no había sido testigo de sus múltiples errores. Aprendió a cuidar del huerto que había en la parte de atrás de la casita de Marcos y pasaba mucho tiempo paseando por el bosque cercano o nadando en el lago. La primera vez que había bajado al lago había esperado hasta estar segura de que él no volvería y la sorprendería. Al principio el temor le había paralizado. Había esperado de pie en el embarcadero hasta que su corazón empezó a latir a un ritmo normal. Creía saber lo que ocurriría o, más bien, lo que no ocurriría pero debía comprobarlo antes de que Marcos pensara en invitarla a darse un baño con él y su cuerpo traicionara su secreto. Respiró hondo y se lanzó de cabeza al agua. Todo sucedió según esperaba: el agua dulce la recibió con una inesperada calidez y acarició su piel. No hubo transformación y durante un par de horas estuvo nadando. Cuando el muchacho volvió la encontró sentada en el porche con un café entre las manos y una sonrisa nueva en los labios.

                            - Vaya – le dijo mientras se inclinaba para besarla- parece que hoy a sido un buen día.
                            - Sí, un día estupendo.
                            - ¿Ya has decidido lo que quieres hacer por las mañanas? No me gusta dejarte aquí sola. Ahora que te has acostumbrado a tu nuevo espacio tal vez quieras volver a estudiar o a trabajar. No me perdonaría que tu nueva vida te resultara aburrida.
                            - No me aburro, Marcos. La verdad es que me gusta cuidar de tu casa y de ti- Luna alargó la mano y acarició la mejilla del chico- No quiero volver a estudiar, pero si crees que es necesario buscaré un trabajo para ayudarte con los gastos.
                            - Sabes que no es necesario, Luna. La casa era de mis padres y ya está pagada. Además aquí no necesitamos tanto, así que con lo que gano cubrimos de sobra todos los gastos. No tienes que trabajar si no quieres.
                            - Entonces déjame que cuide de ti y de tu casa – dijo ella sintiéndose aliviada pues cualquier opción que implicara salir de la cabaña la obligaría a inventar un pasado que no tenía o a conseguir una documentación que jamás había necesitado en el mar. Se puso de pie - Entremos. ¿Tienes hambre?
                            - Siempre tengo hambre de ti- dijo él con una sonrisa mientras la tomaba de la mano y la besaba con suavidad.
                            LunaAzul disfrazada
                            La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz

                            Comment


                            • Re: El Espacio de la Luna Azul

                              Aún era mediodía. El sol de finales de septiembre brillaba alto en un cielo sin nubes. A pesar de todo la temperatura resultaba agradable. Luna estaba sentada en el embarcadero. El sol de muchos veranos había blanqueado la madera que tenía un color parecido al de su piel, que a pesar de las horas pasadas al sol nunca terminaba de broncearse. Llevaba una camisa blanca de Marcos sobre su cuerpo desnudo y balanceaba los pies a unos centímetros del agua. La barca que antes siempre estaba atada en aquel muelle había desaparecido un año antes. Por eso estaba ella allí, sentada, dejando que las horas pasaran. El agua en calma del lago tenía la apariencia de un cristal líquido. Los ojos de la muchacha tenían el mismo color, aunque en su caso el agua se había ido vertiendo en forma de lágrimas. El dolor aquella tarde la había convertido en estatua de sal. Los recuerdos volvieron a llenar su mente. Recuerdos acumulados durante los cinco años que había durado la felicidad al lado de su gran amor. Recuerdos de Marcos sonriendo desde la barca la primera vez que la llevó a navegar, de sus paseos a la luz de la luna cogidos de la mano, de todas las veces que habían hecho el amor, de noches sin dormir y días llenos de besos. Pero de la mano de los recuerdos felices también llegó el recuerdo que la había llevado hasta allí. El recuerdo del día en que su vida se rompió en pedazos.


                              Había pasado un año desde que Marcos no estaba con ella. Un año en el que los días se habían ido sucediendo, iguales los unos a los otros. Al principio había llorado hasta agotar las lágrimas, incapaz de levantarse de la cama que había compartido con Marcos. Luego había conseguido salir de la cabaña, aunque sólo se había atrevido a ir hasta el fondo del jardín. Finalmente había conseguido llegar hasta la orilla del lago y acercarse al embarcadero. Y ahora estaba allí, esperando a que el sol se pusiera. Porque aquella era la noche. Había pasado un año desde que Marcos se había ahogado y la esperaba en el fondo del lago y aquella noche, por fin, el primer rayo de luna, de la misma luna que marcó el inicio de su vida, iba a marcar también el final enseñándole el camino para reunirse con su amor.


                              El sol se puso al fin. Luna miró al cielo contemplando las nubes que escondían a su protectora homónima esperando que se abrieran. Y lo harían en el momento justo. Lo sabía, él se lo había dicho. Él, Marcos, su mitad y su complemento, que la esperaba para que pudieran estar juntos para siempre. Luna miró al lago con temor de perder ese primer rayo que le marcaría el camino. Por fin la luna brilló. Memorizó el lugar y se lanzó al agua. Empezó a nadar trabajosamente. Por una vez deseó volver a ser sirena y librarse de aquellas piernas que tanto la entorpecían pero entonces podría respirar debajo del agua y nunca llegaría a reencontrarse con Marcos. Llegó al punto marcado. Durante unos segundos permaneció en la superficie tranquilizándose. Él estaba allí abajo, podía sentirlo. Pronto volvería a abrazarle. Miró a su alrededor por última vez. Había renunciado a todo por aquello y ahora renunciaba a aquello por Marcos. Aunque en el fondo, Marcos siempre había sido la razón. Llenó sus pulmones de aire y se sumergió buscando su destino. Se hundió cada vez más hondo. Sus ojos veían con claridad incluso en la negrura que la rodeaba y eso era una suerte. Sintió que casi le faltaba el aire y temió no encontrarle, haberse equivocado de lugar, a pesar de que en su corazón sabía que sólo debía bajar un poco más.

                              Por fin le vio. Marcos apareció como una mancha blanca en la obscuridad. A pesar de llevar un año allí, su cuerpo se le apareció igual que la última vez que le había visto. Los pies del chico estaban trabados por unas algas que lo mantenían sujeto al fondo. Sin duda, aquello había sido lo que había acabado con su vida. Luna nadó más deprisa, acercándose a él. Trabajó con rapidez para atar sus pies con aquellas algas, para que la apresaran igual que le habían apresado a él. Cuando lo consiguió tocó a Marcos. Por un instante sintió que él abría los ojos y la miraba y que sonreía feliz de verla allí. Cogió los brazos del muchacho y los puso alrededor de su cintura. Luego rodeó el cuello del chico con los suyos y con el último aliento que le quedaba le besó en los labios.

                              La muerte es dulce si te encuentra abrazada y besando al amor de tu vida. Por un segundo Luna abrió los ojos y se miró en los de Marcos. Pudo verse como siempre la había visto él, hermosa y enamorada. Cerró los ojos y dejó que la negrura la invadiera. No sintió dolor y pensó que tal vez no era tan distinto dormirse. Su último pensamiento fue que para siempre estaría con él, que para siempre la luna se quedaría atrapada en aquel lago.
                              LunaAzul disfrazada
                              La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz

                              Comment


                              • Re: El Espacio de la Luna Azul

                                Me encantó Lunis!

                                Comment

                                Working...
                                X