Re: Las mejores frases ateas
A ver bola de papanatas que se la pasan citando a Einstein a rebuznos. Ahí les va un fragmento de Mis Creencias que es una compilación de reflexiones varias de Albert Einstein. Lo hallé en www.elaleph.com
Habla sobre su deseo de una integración entre ciencia y religión (como Sagan pensaba que tenían mucho en común, cosa con la que estoy de acuerdo pero creo que ambos se equivocan al analizar ramplonamente -a diferencia de Dawkins- que entre ciencia y religión sí hay diferencias que son insuperables e irreconciliables). También habla sobre Dios.
No resultaría difícil concordar en cuanto a lo que entendemos por
ciencia. Ciencia es la tarea, secular ya, de agrupar, mediante el pensamiento
sistemático, los fenómenos perceptibles de este mundo dentro
de una asociación lo más amplia posible. De manera esquemática es
intentar una reconstrucción posterior de la existencia a través del proceso
de conceptualización. Pero si me pregunto qué es la religión no
logro encontrar una respuesta adecuada. Y hasta después de hallar la
que consiga satisfacerme en ese momento concreto, sigo convencido
de que nunca podré, de ningún modo, unificar, aunque sea en parte, los
pensamientos de todos los que han brindado una consideración seria a
esta cuestión.
Así, pues, en lugar de plantear qué es la religión, preferiría elucidar
lo que caracteriza las aspiraciones de una persona que a mí me
parece religiosa: esta persona es la religiosamente ilustrada, la que se
ha liberado, en la medida máxima de su capacidad, de las trabas de los
deseos egoístas y se entrega a pensamientos, sentimientos y aspiraciones
a los que se adhiere por el valor suprapersonal que poseen. Creo
que lo importante es la fuerza de este contenido suprapersonal y la
profundidad de la convicción relacionada con su irresistible significado,
independientemente de toda tentativa de unir ese contenido con un
ser divino, ya que de otro modo no se podría concluir a Buda y a Spinoza
entre las personalidades religiosas. Por consiguiente, una persona
religiosa es devota en tanto no tiene duda alguna de la significación y
elevación de aquellos objetos y fines suprasensibles que no requieren
un fundamento racional ni son susceptibles de él. Existen de la misma
manera inevitable y natural con que se da el individuo. La religión es
así el viejo intento humano de alcanzar clara y completa conciencia de
esos objetivos y valores y fortalecer y ampliar de continuo su efecto. Si
se concibe la religión y la ciencia según lo dicho, resulta imposible un
conflicto entre ellas. Pues la ciencia sólo puede afirmar lo que es, mas
no lo que debiera ser, y fuera de su ámbito son necesarios juicios de
valor de todo tipo. La religión, por lo demás, enfoca sólo valoraciones
de pensamientos y acciones humanos: no puede hablar, esto es claro,
de datos y relaciones entre datos. De acuerdo con esta interpretación,
los conocidos conflictos entre religión y ciencia del pasado, deben
atribuirse, sin duda, a una concepción errónea de la situación que se ha
descrito.
Nace, por ejemplo, un conflicto cuando una comunidad religiosa
insiste en la veracidad absoluta de todas las afirmaciones contenidas en
la Biblia. Esto significa la intromisión, de la religión en la esfera de la
ciencia; aquí tenemos, pues, que situar la lucha de la Iglesia contra las
doctrinas de Galileo y Darwin. Además, algunos representantes de la
ciencia han pretendido llegar a juicios esenciales sobre valores y fines
con la base del método científico, y se han enfrentado con la religión.
Todos esos conflictos han originado errores fatales.
Empero, aunque los dominios de la religión y de la ciencia se hallan
en sí mismos muy diferenciados, existen entre ambos relaciones y
dependencias mutuas. Si bien la religión puede ser la que determine el
objetivo, sabe, en efecto, a través de la ciencia, en el sentido más amplio,
qué medios contribuirán al logro de los objetivos diseñados. Mas
la ciencia sólo pueden crearla quienes de manera profunda están imbuidos
de un deseo ferviente de alcanzar la verdad y de comprender las
cosas. Y este sentimiento surge, por supuesto, de la esfera de la religión.
Asimismo pertenece a ella la fe en la posibilidad de que las normas
válidas para el mundo de la existencia sean racionales, es decir,
comprensibles mediante la razón. No puede imaginar que exista un
solo científico sin esta arraigada fe. La situación puede expresarse con
una imagen. La ciencia sin religión es coja; la religión sin ciencia ciega.
Aun cuando he dicho antes que no puede existir por cierto verdadero
conflicto entre la religión y la ciencia, debo matizar, pues, tal
afirmación, de nuevo, en un punto esencial, en lo que respecta al contenido
real de las relaciones históricas. Esta diferenciación se refiere al
concepto de Dios. Durante la etapa primitiva de la evolución espiritual
del género humano, la fantasía de los hombres creó dioses a su propia
imagen que con su voluntad parecían determinar el mundo de los fenómenos,
o que hasta cierto punto influían en él. El hombre intentaba
atraerse la voluntad de estos dioses en su favor a través de la magia y la
oración. La idea de Dios dé las religiones que se enseña hoy es una
sublimación de ese antiguo concepto de los dioses. Su carácter antropomórfico
lo muestra, por ejemplo, la circunstancia de que los hombres
apelen al ser divino con oraciones y súplicas para obtener sus
deseos.
No se negará, sin duda, que la idea de que exista un dios personal
omnipotente, justo y misericordioso proporciona al hombre solaz,
ayuda y guía, y además, en virtud de su sencillez, resulta accesible
hasta para las inteligencias menos desarrolladas. Por otra parte, sin
embargo, esta idea incluye una falla básica, que el hombre ha percibido
de manera dolorosa desde el fondo de la historia. Vale decir, si este ser
es omnipotente, todo acontecimiento, incluidas las acciones humanas,
los pensamientos humanos y los sentimientos y aspiraciones humanos
resultan también obra suya. ¿Cómo pensar que los hombres sean responsables
de sus actos y de su conducta ante tal ser todopoderoso? AI
adjudicar premios y castigos, estaría en cierto modo juzgándose a sí
mismo. ¿Cómo conciliar esta premisa con la bondad y rectitud que se
le concede?
La fuente principal del rozamiento entre la religión y la ciencia se
halla, por consiguiente, en este concepto de un dios personal. El objetivo
de la ciencia es establecer normas generales que determinen la conexión
recíproca de objetos y hechos en el espacio y en el tiempo.
Estas normas o leyes de la naturaleza, exigen una validez general absoluta
. . . no probada. Se trata en esencia de un programa, y la fe en la
posibilidad de su cumplimiento sólo se funda, en principio, en éxitos
parciales. Pero es difícil que alguien negara esos éxitos parciales y los
atribuyera a la ilusión humana. El hecho de que al basarse en tales
leyes sea posible predecir el curso temporal de los fenómenos era
ciertos dominios con gran precisión y certeza, está muy arraigado en la
conciencia del hombre moderno, aunque haya captado una parte mínima
de las citadas leyes. Es suficiente que piense que los movimientos
de los planetas dentro del sistema solar pueden calcularse previamente
con gran exactitud a partir de un número limitado de leyes simples. De
igual modo, si bien en forma menos precisa, es posible calcular por
adelantado el funcionamiento de un motor eléctrico, un sistema de
transmisión o un aparato de radio, aun cuando se trate de inventos
recientes.
Por supuesto, si el número de factores que intervienen en un
complejo fenoménico es demasiado grande, en la mayoría de los casos
nos falla el método científico. Basta pensar en la meteorología, y que
advirtamos que la predicción del tiempo, hasta por un período de algunos
días, resulta imposible: Nadie duda, por cierto, que se trata de una
conexión causal cuyos componentes necesarios conocemos en su mayoría.
Los fenómenos de este campo no permiten una predicción exacta
debido a la variedad de los factores implicados, no a una falencia de las
leyes de la naturaleza.
No hemos penetrado tanto en las regularidades que se derivan del
reino de las cosas vivas, pero sí lo suficiente, empero, para advertir al
menos la norma de necesidad fijada. Pensemos al respecto en el orden
sistemático de la herencia, y en el efecto de los tóxicos, el alcohol, por
ejemplo, en la conducta de los seres humanos. Lo que falta en este
ámbito es captar las conexiones de generalidad profunda, mas no un
conocimiento del orden de sí mismo.
Cuanto más consciente es un hombre de la regularidad ordenada
de todos los acontecimientos, más sólida es su convicción de que no
queda espacio al margen de esta regularidad ordenada por caudal de
naturaleza distinta. Para él no existirá la norma de lo humano ni la
norma de lo divino como causa independiente de los acontecimientos
naturales. No cabe duda de que la ciencia no refutará nunca, en el sentido
estricto, la doctrina de un Dios personal que interviene en los
hechos naturales, donde esta doctrina siempre puede refugiarse en
aquellos dominios en los que aún no ha logrado afianzarse el conocimiento
científico.
(1939 y
1941).
Otra cosa que me da risa de esta discusión (si es que se le puede llamar así porque a los que les escoce este tema no han mostrado grandes dotes para el discurso) es que crean el disparate de que poniendo de su lado a alguien de la talla de Einstein ya demostraron que diosito bimbo existe.
Einstein era un genio... en física y hasta ahí se equivocaba (acuérdense por ejemplo de sus discusiones con Georges Lemaitre sobre un universo no creado, inmutable y eterno. Si un buen día se levantó hablando sobre Dios no quiere decir que haya demostrado que exista. Pffff.
A ver bola de papanatas que se la pasan citando a Einstein a rebuznos. Ahí les va un fragmento de Mis Creencias que es una compilación de reflexiones varias de Albert Einstein. Lo hallé en www.elaleph.com
Habla sobre su deseo de una integración entre ciencia y religión (como Sagan pensaba que tenían mucho en común, cosa con la que estoy de acuerdo pero creo que ambos se equivocan al analizar ramplonamente -a diferencia de Dawkins- que entre ciencia y religión sí hay diferencias que son insuperables e irreconciliables). También habla sobre Dios.
No resultaría difícil concordar en cuanto a lo que entendemos por
ciencia. Ciencia es la tarea, secular ya, de agrupar, mediante el pensamiento
sistemático, los fenómenos perceptibles de este mundo dentro
de una asociación lo más amplia posible. De manera esquemática es
intentar una reconstrucción posterior de la existencia a través del proceso
de conceptualización. Pero si me pregunto qué es la religión no
logro encontrar una respuesta adecuada. Y hasta después de hallar la
que consiga satisfacerme en ese momento concreto, sigo convencido
de que nunca podré, de ningún modo, unificar, aunque sea en parte, los
pensamientos de todos los que han brindado una consideración seria a
esta cuestión.
Así, pues, en lugar de plantear qué es la religión, preferiría elucidar
lo que caracteriza las aspiraciones de una persona que a mí me
parece religiosa: esta persona es la religiosamente ilustrada, la que se
ha liberado, en la medida máxima de su capacidad, de las trabas de los
deseos egoístas y se entrega a pensamientos, sentimientos y aspiraciones
a los que se adhiere por el valor suprapersonal que poseen. Creo
que lo importante es la fuerza de este contenido suprapersonal y la
profundidad de la convicción relacionada con su irresistible significado,
independientemente de toda tentativa de unir ese contenido con un
ser divino, ya que de otro modo no se podría concluir a Buda y a Spinoza
entre las personalidades religiosas. Por consiguiente, una persona
religiosa es devota en tanto no tiene duda alguna de la significación y
elevación de aquellos objetos y fines suprasensibles que no requieren
un fundamento racional ni son susceptibles de él. Existen de la misma
manera inevitable y natural con que se da el individuo. La religión es
así el viejo intento humano de alcanzar clara y completa conciencia de
esos objetivos y valores y fortalecer y ampliar de continuo su efecto. Si
se concibe la religión y la ciencia según lo dicho, resulta imposible un
conflicto entre ellas. Pues la ciencia sólo puede afirmar lo que es, mas
no lo que debiera ser, y fuera de su ámbito son necesarios juicios de
valor de todo tipo. La religión, por lo demás, enfoca sólo valoraciones
de pensamientos y acciones humanos: no puede hablar, esto es claro,
de datos y relaciones entre datos. De acuerdo con esta interpretación,
los conocidos conflictos entre religión y ciencia del pasado, deben
atribuirse, sin duda, a una concepción errónea de la situación que se ha
descrito.
Nace, por ejemplo, un conflicto cuando una comunidad religiosa
insiste en la veracidad absoluta de todas las afirmaciones contenidas en
la Biblia. Esto significa la intromisión, de la religión en la esfera de la
ciencia; aquí tenemos, pues, que situar la lucha de la Iglesia contra las
doctrinas de Galileo y Darwin. Además, algunos representantes de la
ciencia han pretendido llegar a juicios esenciales sobre valores y fines
con la base del método científico, y se han enfrentado con la religión.
Todos esos conflictos han originado errores fatales.
Empero, aunque los dominios de la religión y de la ciencia se hallan
en sí mismos muy diferenciados, existen entre ambos relaciones y
dependencias mutuas. Si bien la religión puede ser la que determine el
objetivo, sabe, en efecto, a través de la ciencia, en el sentido más amplio,
qué medios contribuirán al logro de los objetivos diseñados. Mas
la ciencia sólo pueden crearla quienes de manera profunda están imbuidos
de un deseo ferviente de alcanzar la verdad y de comprender las
cosas. Y este sentimiento surge, por supuesto, de la esfera de la religión.
Asimismo pertenece a ella la fe en la posibilidad de que las normas
válidas para el mundo de la existencia sean racionales, es decir,
comprensibles mediante la razón. No puede imaginar que exista un
solo científico sin esta arraigada fe. La situación puede expresarse con
una imagen. La ciencia sin religión es coja; la religión sin ciencia ciega.
Aun cuando he dicho antes que no puede existir por cierto verdadero
conflicto entre la religión y la ciencia, debo matizar, pues, tal
afirmación, de nuevo, en un punto esencial, en lo que respecta al contenido
real de las relaciones históricas. Esta diferenciación se refiere al
concepto de Dios. Durante la etapa primitiva de la evolución espiritual
del género humano, la fantasía de los hombres creó dioses a su propia
imagen que con su voluntad parecían determinar el mundo de los fenómenos,
o que hasta cierto punto influían en él. El hombre intentaba
atraerse la voluntad de estos dioses en su favor a través de la magia y la
oración. La idea de Dios dé las religiones que se enseña hoy es una
sublimación de ese antiguo concepto de los dioses. Su carácter antropomórfico
lo muestra, por ejemplo, la circunstancia de que los hombres
apelen al ser divino con oraciones y súplicas para obtener sus
deseos.
No se negará, sin duda, que la idea de que exista un dios personal
omnipotente, justo y misericordioso proporciona al hombre solaz,
ayuda y guía, y además, en virtud de su sencillez, resulta accesible
hasta para las inteligencias menos desarrolladas. Por otra parte, sin
embargo, esta idea incluye una falla básica, que el hombre ha percibido
de manera dolorosa desde el fondo de la historia. Vale decir, si este ser
es omnipotente, todo acontecimiento, incluidas las acciones humanas,
los pensamientos humanos y los sentimientos y aspiraciones humanos
resultan también obra suya. ¿Cómo pensar que los hombres sean responsables
de sus actos y de su conducta ante tal ser todopoderoso? AI
adjudicar premios y castigos, estaría en cierto modo juzgándose a sí
mismo. ¿Cómo conciliar esta premisa con la bondad y rectitud que se
le concede?
La fuente principal del rozamiento entre la religión y la ciencia se
halla, por consiguiente, en este concepto de un dios personal. El objetivo
de la ciencia es establecer normas generales que determinen la conexión
recíproca de objetos y hechos en el espacio y en el tiempo.
Estas normas o leyes de la naturaleza, exigen una validez general absoluta
. . . no probada. Se trata en esencia de un programa, y la fe en la
posibilidad de su cumplimiento sólo se funda, en principio, en éxitos
parciales. Pero es difícil que alguien negara esos éxitos parciales y los
atribuyera a la ilusión humana. El hecho de que al basarse en tales
leyes sea posible predecir el curso temporal de los fenómenos era
ciertos dominios con gran precisión y certeza, está muy arraigado en la
conciencia del hombre moderno, aunque haya captado una parte mínima
de las citadas leyes. Es suficiente que piense que los movimientos
de los planetas dentro del sistema solar pueden calcularse previamente
con gran exactitud a partir de un número limitado de leyes simples. De
igual modo, si bien en forma menos precisa, es posible calcular por
adelantado el funcionamiento de un motor eléctrico, un sistema de
transmisión o un aparato de radio, aun cuando se trate de inventos
recientes.
Por supuesto, si el número de factores que intervienen en un
complejo fenoménico es demasiado grande, en la mayoría de los casos
nos falla el método científico. Basta pensar en la meteorología, y que
advirtamos que la predicción del tiempo, hasta por un período de algunos
días, resulta imposible: Nadie duda, por cierto, que se trata de una
conexión causal cuyos componentes necesarios conocemos en su mayoría.
Los fenómenos de este campo no permiten una predicción exacta
debido a la variedad de los factores implicados, no a una falencia de las
leyes de la naturaleza.
No hemos penetrado tanto en las regularidades que se derivan del
reino de las cosas vivas, pero sí lo suficiente, empero, para advertir al
menos la norma de necesidad fijada. Pensemos al respecto en el orden
sistemático de la herencia, y en el efecto de los tóxicos, el alcohol, por
ejemplo, en la conducta de los seres humanos. Lo que falta en este
ámbito es captar las conexiones de generalidad profunda, mas no un
conocimiento del orden de sí mismo.
Cuanto más consciente es un hombre de la regularidad ordenada
de todos los acontecimientos, más sólida es su convicción de que no
queda espacio al margen de esta regularidad ordenada por caudal de
naturaleza distinta. Para él no existirá la norma de lo humano ni la
norma de lo divino como causa independiente de los acontecimientos
naturales. No cabe duda de que la ciencia no refutará nunca, en el sentido
estricto, la doctrina de un Dios personal que interviene en los
hechos naturales, donde esta doctrina siempre puede refugiarse en
aquellos dominios en los que aún no ha logrado afianzarse el conocimiento
científico.
(1939 y
1941).
Einstein era un genio... en física y hasta ahí se equivocaba (acuérdense por ejemplo de sus discusiones con Georges Lemaitre sobre un universo no creado, inmutable y eterno. Si un buen día se levantó hablando sobre Dios no quiere decir que haya demostrado que exista. Pffff.
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