Re: MEXICO. UN PAIS EXTREMADAMENTE RELIGIOSO... ¿Y no tanto?
Más discutible es la tesis del jacobinismo liberal, pero bueno......
Pero no todo es miel sobre hojuelas, de eso se debe estar seguro siempre. El siguiente aporte me lo encontré en una página web católica y dice verdades de a peso, de esas que bien vale la pena resaltar.
Es terrible que la fiesta más solemne de la cristiandad, la muerte y resurrección de Cristo, que conmemoramos durante la Semana Santa, se viva en México, país católico, bajo el signo de la contradicción: junto a la solemnidad y el recogimiento de los templos, la mayoría de los mexicanos que se profesan católicos viven en el desorden y la distracción. Hay que vivir en provincia para ver cómo la fiesta de la Pascua, ese misterio que pide un intenso silencio y una profunda meditación sobre el sacrificio del amor, se oscurece en medio de los gritos, los discos, los balnearios, el consumismo y el ruido. Cuando se mira esto con los ojos libres de las telarañas que nos impone la modernidad, uno se da cuenta de que gran parte del mal que vivimos –las masacres y la no solución del conflicto chiapaneco, la miseria, la explotación, la prostitución, el hambre, la violencia, los crímenes...– se debe más a la INCREDULIDAD de un pueblo que se ostenta como católico que a la estúpida política económica que nuestros gobernantes promueven. Es esta incredulidad, que por desgracia no es falta de fe sino pura y simple irracionalidad, la que tolera y afirma la estupidez de nuestros gobernantes. Ya lo decía san Gregorio Niceno: «Sólo los que, pesados y sin energías, cual moscas, permanecen prisioneros de los vínculos de este mundo y quedan cogidos como entre redes por (...) la multitud de deseos, llegan a convertirse en la presa que intenta capturarlos». Por desgracia no son sólo ellos los que quedan capturados, son también aquellos inocentes que, como Cristo, son llevados a la cima del sacrificio gracias a la plebe ignorante.
La distracción, que nace de la irracionalidad y la ignorancia, y que la mayoría de la gente cree que es un consuelo para sus desgracias, en realidad es, como lo afirmaba Pascal, «la mayor de nuestras miserias».
Esta ignorancia es la forma moderna del ateísmo. Procede menos de un formal, deliberado y estudiado rechazo de la verdad revelada que de una incapacidad de pensar. Incapaces ya de pensar por sí mismos, estos seres tampoco son capaces de creer o de no creer. Pueden sentirse afortunados cuando logran captar las proposiciones que han llegado a sus mentes a través de la radio o de la televisión. Conservan el nombre de católicos, pero su fe en Dios está muerta, pues nunca encuentran expresión en ningún acto verdaderamente católico. En lo que a ellos concierne, Dios y su voluntad podrían no existir. La vida que llevan, y que expresan vehementemente en la Semana Mayor es franca y abiertamente impía. A veces incluso comenten bajezas que los virtuosos y verdaderos incrédulos no osarían cometer, porque éstos, al menos, en su discusión con Dios han encontrado una fuente de estímulo. Mientras los verdaderos ateos dirigen su mente, su voluntad y todo su ser contra Dios y la religión, aquéllos no se dirigen a ningún sitio: el pensamiento de Dios y el problema de su existencia no tiene en sus mentes un valor inmediato y práctico. Ni siquiera se molestan en negarlo. La destrucción de su fe sobrenatural es tan fuerte que, ajenos al problema de Dios, pueden creer, sin embargo, como ocurrió con el salinismo y aún ocurre con el actual régimen, en las más fantásticas aseveraciones de la propaganda política, aun como hoy, proverbial. Pueden despreciar el profundo misterio de la Redención y, no obstante, aceptar la declaración dogmática de una «estrella» de la televisión, que no cursó ni siquiera la secundaria, sobre el matrimonio o la física astral.
Gran parte de los hombres y mujeres de nuestro país que se profesan católicos han perdido el derecho intelectual de su fe o de su incredulidad teológica y, por lo tanto, han extraviado el sentido de la dignidad humana. Muerto Dios en su conciencia, han terminado por asesinar también en ella al hombre. Frente a estos hechos amargos, uno se pregunta si hay esperanzas de que México no vaya hasta el límite de su envilecimiento.
* Se publica por convenio expreso con el autor.
EL OBSERVADOR 222-7
Aquí la Fuente del artículo
Originalmente publicado por Marcos Barraza
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Pero no todo es miel sobre hojuelas, de eso se debe estar seguro siempre. El siguiente aporte me lo encontré en una página web católica y dice verdades de a peso, de esas que bien vale la pena resaltar.
A las puertas del templo
El ateísmo católico
Javier Sicilia
El ateísmo católico
Javier Sicilia
Es terrible que la fiesta más solemne de la cristiandad, la muerte y resurrección de Cristo, que conmemoramos durante la Semana Santa, se viva en México, país católico, bajo el signo de la contradicción: junto a la solemnidad y el recogimiento de los templos, la mayoría de los mexicanos que se profesan católicos viven en el desorden y la distracción. Hay que vivir en provincia para ver cómo la fiesta de la Pascua, ese misterio que pide un intenso silencio y una profunda meditación sobre el sacrificio del amor, se oscurece en medio de los gritos, los discos, los balnearios, el consumismo y el ruido. Cuando se mira esto con los ojos libres de las telarañas que nos impone la modernidad, uno se da cuenta de que gran parte del mal que vivimos –las masacres y la no solución del conflicto chiapaneco, la miseria, la explotación, la prostitución, el hambre, la violencia, los crímenes...– se debe más a la INCREDULIDAD de un pueblo que se ostenta como católico que a la estúpida política económica que nuestros gobernantes promueven. Es esta incredulidad, que por desgracia no es falta de fe sino pura y simple irracionalidad, la que tolera y afirma la estupidez de nuestros gobernantes. Ya lo decía san Gregorio Niceno: «Sólo los que, pesados y sin energías, cual moscas, permanecen prisioneros de los vínculos de este mundo y quedan cogidos como entre redes por (...) la multitud de deseos, llegan a convertirse en la presa que intenta capturarlos». Por desgracia no son sólo ellos los que quedan capturados, son también aquellos inocentes que, como Cristo, son llevados a la cima del sacrificio gracias a la plebe ignorante.
La distracción, que nace de la irracionalidad y la ignorancia, y que la mayoría de la gente cree que es un consuelo para sus desgracias, en realidad es, como lo afirmaba Pascal, «la mayor de nuestras miserias».
Esta ignorancia es la forma moderna del ateísmo. Procede menos de un formal, deliberado y estudiado rechazo de la verdad revelada que de una incapacidad de pensar. Incapaces ya de pensar por sí mismos, estos seres tampoco son capaces de creer o de no creer. Pueden sentirse afortunados cuando logran captar las proposiciones que han llegado a sus mentes a través de la radio o de la televisión. Conservan el nombre de católicos, pero su fe en Dios está muerta, pues nunca encuentran expresión en ningún acto verdaderamente católico. En lo que a ellos concierne, Dios y su voluntad podrían no existir. La vida que llevan, y que expresan vehementemente en la Semana Mayor es franca y abiertamente impía. A veces incluso comenten bajezas que los virtuosos y verdaderos incrédulos no osarían cometer, porque éstos, al menos, en su discusión con Dios han encontrado una fuente de estímulo. Mientras los verdaderos ateos dirigen su mente, su voluntad y todo su ser contra Dios y la religión, aquéllos no se dirigen a ningún sitio: el pensamiento de Dios y el problema de su existencia no tiene en sus mentes un valor inmediato y práctico. Ni siquiera se molestan en negarlo. La destrucción de su fe sobrenatural es tan fuerte que, ajenos al problema de Dios, pueden creer, sin embargo, como ocurrió con el salinismo y aún ocurre con el actual régimen, en las más fantásticas aseveraciones de la propaganda política, aun como hoy, proverbial. Pueden despreciar el profundo misterio de la Redención y, no obstante, aceptar la declaración dogmática de una «estrella» de la televisión, que no cursó ni siquiera la secundaria, sobre el matrimonio o la física astral.
Gran parte de los hombres y mujeres de nuestro país que se profesan católicos han perdido el derecho intelectual de su fe o de su incredulidad teológica y, por lo tanto, han extraviado el sentido de la dignidad humana. Muerto Dios en su conciencia, han terminado por asesinar también en ella al hombre. Frente a estos hechos amargos, uno se pregunta si hay esperanzas de que México no vaya hasta el límite de su envilecimiento.
* Se publica por convenio expreso con el autor.
EL OBSERVADOR 222-7
Aquí la Fuente del artículo
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