Recién terminé la trilogía de Philip Pullman. Los antecedentes que yo traía fueron los de varios recientes lectores de la trilogía: el hype de la película La Brújula Dorada y las declaraciones suicidas de asociaciones cristianas en contra de la película y los libros. Las llamo suicidas porque cada vez que creyentes despistados alegan que un libro o película atenta contra su fe, lo único que consiguen es que uno adquiera interés por leer o ir a ver de qué se trata exactamente.
Hay varios defectos que le encuentro a la trilogía de Pullman. Le sobran personajes, sobredescribe lugares y escenarios cuya imagen no es tan crucial para el desarrollo de la historia y deja muy ambiguos otros en donde ocurre lo más estrujante de la acción. Pero todos esos defectos los compensa con creces con la narración y el desarrollo de los protagonistas.
La historia se trata de matar a la Autoridad y a su Regente y que la humanidad sea libre y responsable. Los villanos son el Regente (un ángel que recibió el Reino de los Cielos de La Autoridad -que ya está gaga-) y la Iglesia que no tolera que la gente sea librepensadora y que no esté sometida a sus reglas y prohibiciones.
Los protagonistas de la historia son Lyra y Will. Dos niños provenientes de mundos paralelos (Will viene de una versión de la Tierra que se supone que es la nuestra) que asumen su rol fuera de toda intervención de los adultos en la guerra de todas las Tierras contra el Reino de los Cielos, consiguiendo entre los dos lo que nadie había conseguido en toda la historia de la humanidad: matar al destino.
A lo largo de esta épica uno se encuentra que Pullman recurre a explicar buena parte de lo que ocurre en la trilogía por la acción de Las Sombras, Materia Obscura, Polvo o partículas cuánticas que tienen la propiedad de ser concientes. No obstante la magufería rampante en el mundo real de hoy en día que hace lo mismo; acudir a la mecánica cuántica y torcerla para darle validez a sus disparates (vean la homeopatía y al dr Emoto por ejemplo), Pullman consigue pisar más o menos firmemente por ese terreno resbaladizo apoyado con buenos elementos de ficción y una narrativa clara.
También uno va a hallar lo que opina Pullman sobre la religión institucionalizada. Por ejemplo uno de sus personajes, la dra Malone, hace la siguiente reflexión cuando explica a Will y a Lyra porqué dejó de ser monja: "el cristianismo es un error muy poderoso y convincente". Adicionalmente Pullman narra atrocidades cometidas por la iglesia a lo largo de la trilogía como mutilar niños y asesinar en nombre de La Autoridad.
Pero quien lea esta reseña no debe quedarse con la idea de que el valor de la trilogía trata sobre echarle caca a la iglesia. Eso nomás es circunstancial (además en la vida real la iglesia ya se echa a sí misma caca todo el tiempo). El ateísmo/agnosticismo intrinseco de la novela no es su principal valor. Es el siguiente: uno debe responsabilizarse de lo que hace. Y para eso no necesitas que haya un señor en el cielo que te diga qué hacer. Sólo necesitas usar tu cerebro. Y si el proceso te da miedo nomás tienes de dos sopas: a) enfrentar tu miedo y resolverlo o b) enterrar como avestruz tu cabeza en una biblia y esperar a que las cosas se resuelvan solas.
Lean la trilogía: es muy buena.
pd. En el blog de Fernando Toledo Razón Atea hay una entrevista a Phil Pullman. Me traigo para acá una de las respuestas que dió en dónde le preguntaban sobre la espiritualidad en sus libros con la que no podría yo estar más de acuerdo (el énfasis es mío).
Hay varios defectos que le encuentro a la trilogía de Pullman. Le sobran personajes, sobredescribe lugares y escenarios cuya imagen no es tan crucial para el desarrollo de la historia y deja muy ambiguos otros en donde ocurre lo más estrujante de la acción. Pero todos esos defectos los compensa con creces con la narración y el desarrollo de los protagonistas.
La historia se trata de matar a la Autoridad y a su Regente y que la humanidad sea libre y responsable. Los villanos son el Regente (un ángel que recibió el Reino de los Cielos de La Autoridad -que ya está gaga-) y la Iglesia que no tolera que la gente sea librepensadora y que no esté sometida a sus reglas y prohibiciones.
Los protagonistas de la historia son Lyra y Will. Dos niños provenientes de mundos paralelos (Will viene de una versión de la Tierra que se supone que es la nuestra) que asumen su rol fuera de toda intervención de los adultos en la guerra de todas las Tierras contra el Reino de los Cielos, consiguiendo entre los dos lo que nadie había conseguido en toda la historia de la humanidad: matar al destino.
A lo largo de esta épica uno se encuentra que Pullman recurre a explicar buena parte de lo que ocurre en la trilogía por la acción de Las Sombras, Materia Obscura, Polvo o partículas cuánticas que tienen la propiedad de ser concientes. No obstante la magufería rampante en el mundo real de hoy en día que hace lo mismo; acudir a la mecánica cuántica y torcerla para darle validez a sus disparates (vean la homeopatía y al dr Emoto por ejemplo), Pullman consigue pisar más o menos firmemente por ese terreno resbaladizo apoyado con buenos elementos de ficción y una narrativa clara.
También uno va a hallar lo que opina Pullman sobre la religión institucionalizada. Por ejemplo uno de sus personajes, la dra Malone, hace la siguiente reflexión cuando explica a Will y a Lyra porqué dejó de ser monja: "el cristianismo es un error muy poderoso y convincente". Adicionalmente Pullman narra atrocidades cometidas por la iglesia a lo largo de la trilogía como mutilar niños y asesinar en nombre de La Autoridad.
Pero quien lea esta reseña no debe quedarse con la idea de que el valor de la trilogía trata sobre echarle caca a la iglesia. Eso nomás es circunstancial (además en la vida real la iglesia ya se echa a sí misma caca todo el tiempo). El ateísmo/agnosticismo intrinseco de la novela no es su principal valor. Es el siguiente: uno debe responsabilizarse de lo que hace. Y para eso no necesitas que haya un señor en el cielo que te diga qué hacer. Sólo necesitas usar tu cerebro. Y si el proceso te da miedo nomás tienes de dos sopas: a) enfrentar tu miedo y resolverlo o b) enterrar como avestruz tu cabeza en una biblia y esperar a que las cosas se resuelvan solas.
Lean la trilogía: es muy buena.
pd. En el blog de Fernando Toledo Razón Atea hay una entrevista a Phil Pullman. Me traigo para acá una de las respuestas que dió en dónde le preguntaban sobre la espiritualidad en sus libros con la que no podría yo estar más de acuerdo (el énfasis es mío).
En cuanto al «espíritu», lo «espiritual», la «espiritualidad», son palabras que no uso nunca, porque no veo que se correspondan con nada real: carecen de significado. Yo nunca me pondría a hablar de la vida espiritual de una persona, ni a hacer referencia a la profunda espiritualidad de alguien ni nada de eso, porque no tiene sentido para mí. Cuando otras personas hablan de espiritualidad, eso a mí realmente no me dice nada, salvo un sentido de vaga exaltación combinado, por un lado, con auténtica bondad y modestia, y por el otro lado con fariseísmo y orgullo. Eso es lo que ponen de manifiesto. Eso es lo que parece que ofrecen cuando interactúan con el mundo. Y en mi opinión es más sencillo, más claro y más veraz hablar sencillamente de bondad y modestia, o de fariseísmo y orgullo, sin entrar en las otras cuestiones. Es decir, me parece que las cualidades buenas que implica la palabra «espiritualidad» quedan cubiertas, y de modo más veraz, con otras palabras positivas, y no necesitamos para nada lo «espiritual».
Pero de hecho, mi reacción frente a la palabra «espiritual» es incluso un poco más fuerte; siento incluso una ligera repulsa. Pienso en esos retratos de santos y mártires por pintores del barroco y la contrarreforma: hombres horribles, de aspecto mugriento, con dientes podridos, que llevan túnicas oscuras y alzan la vista con una expresión de fervor fanático, o bien jóvenes hermosas vestidas con prendas suntuosas, con los labios entreabiertos, que alzan la vista con una expresión de fervor fanático, o mártires a quienes se arranca la carne de sus huesos mientras alzan la vista con una expresión de fervor fanático – mirando a la Virgen María, o a una visión de la Cruz, o a alguna otra cosa que flota en el aire por encima de ellos. Y sabes que lo que ellos ven, en realidad no está allí; si tú estuvieras delante de ellos, no verías a la Virgen sentada en una pequeña nube dos metros por encima del suelo; sólo verías los dientes podridos o las prendas suntuosas o la carne desgarrada y la expresión de fervor fanático. Ven cosas. De hecho, sufren un engaño.
De forma que la palabra «espiritual», para mí, tiene connotaciones que son totalmente negativas. Me da la impresión de que siempre que alguien usa la palabra, es señal de que o bien se está engañando a sí mismo, o que está engañando a los demás. Cuando la oigo o la veo impresa, mi reacción es de inmediato escepticismo.
Pero de hecho, mi reacción frente a la palabra «espiritual» es incluso un poco más fuerte; siento incluso una ligera repulsa. Pienso en esos retratos de santos y mártires por pintores del barroco y la contrarreforma: hombres horribles, de aspecto mugriento, con dientes podridos, que llevan túnicas oscuras y alzan la vista con una expresión de fervor fanático, o bien jóvenes hermosas vestidas con prendas suntuosas, con los labios entreabiertos, que alzan la vista con una expresión de fervor fanático, o mártires a quienes se arranca la carne de sus huesos mientras alzan la vista con una expresión de fervor fanático – mirando a la Virgen María, o a una visión de la Cruz, o a alguna otra cosa que flota en el aire por encima de ellos. Y sabes que lo que ellos ven, en realidad no está allí; si tú estuvieras delante de ellos, no verías a la Virgen sentada en una pequeña nube dos metros por encima del suelo; sólo verías los dientes podridos o las prendas suntuosas o la carne desgarrada y la expresión de fervor fanático. Ven cosas. De hecho, sufren un engaño.
De forma que la palabra «espiritual», para mí, tiene connotaciones que son totalmente negativas. Me da la impresión de que siempre que alguien usa la palabra, es señal de que o bien se está engañando a sí mismo, o que está engañando a los demás. Cuando la oigo o la veo impresa, mi reacción es de inmediato escepticismo.
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