Re: Simplemente...de todo, un poco...
Los conspiradores de Valladolid contaban para realizar su proyecto con los capitanes de las compañía de esa provincia Mier y Muñíz; con los piquetes que mandaba Michelena y Quevedo y con los indios de los pueblos inmediatos, cuyos gobernadores mantenían comunicación con García Obeso. Resolviéndose en aquellas juntas que este último ejerciese la autoridad militar y política, y que Michelena, al frente de los dos regimientos provinciales, invadiría la vecina población de Guanajuato, propagando en ella el movimiento revolucionario y ofreciendo a los Indios la exención del pago de tributo, por cuyo medio se prometían los conjurados allegar en breve tiempo un crecido número de partidarios. La revolución debía estallar en Valladolid el 21 de diciembre de 1909, empezando por sorprender al asesor don José Alonso de Terán, que ejercía en aquellos momentos las funciones de intendente, y al comandante de las armas Lejarza.
El intendente Alonso de Terán, ya fuera por las causas que ha consignado Michelena en su relato, ya por alguna denuncia que le hiciese alguno de los mismos conjurados, mandó reducir a prisión en la mañana del 21 de diciembre, al padre Santa María, quien fue conducido al convento de El Carmen. Los demás conspiradores al saber este suceso, se reunieron para acordar algunas medidas, siendo las principales procurar establecer comunicaciones con el preso o intentar liberarle, avisar de lo ocurrido a los gobernadores de los pueblos Indios, y reunir todos los destacamentos de que creían disponer.
Quién dio aviso de la conspiración fue el cura del Sagrario de Valladolid don Francisco de la Concha, y que a este se lo comunicó en conciencia el cura de Celaya, quien los sabía por don Luis Correa, uno de los asistentes a las juntas de Michelena. Correa se presentó a Terán y delató a todos sus correligionarios, de los cuales unos fueron llamados a la casa de Lejarza y reducidos a prisión; y otros aprehendidos en sus habitaciones respectivas. El licenciado Soto Saldaña, que en los primeros momentos intentó, sin éxito ninguno, un levantamiento popular, y otros dos conspiradores, pudieron librarse de la prisión, apelando a la fuga y ocultándose enseguida. Tal fue la conspiración de Valladolid, que si bien no tuvo resultados inmediatos preparó la que debía estallar en el curso del siguiente año, y aleccionó a varios de los que en esta última tuvieron activo y muy importante participio.
En el estado crítico en que se hallaban colocados el arzobispo virey y el partido español, la conjuración de Valladolid que a nadie podía engañar con su pretexto aparente de congregar una junta que gobernase a nombre de Fernando VII, fue motivo para que aquellos volvieran a chocar rudamente. Convenía a los españoles aumentar la importancia de la conjuración; en cambio, el virey, no apareció alarmado ni consideró de gran magnitud el abortado complot de Valladolid y en una proclama que dio el 22 de enero de 1810 exhortó a la unión entre criollos y españoles, decía: “ Yo lo publico y lo declaro con suma complacencia: en el tiempo de mi gobierno en este virreinato, ni en la capital, ni en Valladolid, ni en Querétaro, ni en otro pueblo en que ha habido algunos leves acontecimientos y rumores de desavenencias privadas, he encontrado el carácter de malignidad que los poco instruidos han querido darle, pues ellos no han nacido de otro origen, que de la mala inteligencia de algunas opiniones relativas al éxito de los sucesos en España o de falsas imposturas, en que se ha desahogado el resentimiento personal, y en esta inteligencia he procedido y procederé en semejantes particulares acontecimientos, en cuanto basta a acrisolar la conducta de los inocentes y a corregir las equivocaciones y ligerezas de los otros, y pues vuestro virey está tranquilo, vivid vosotros también seguros.”
De esta suerte el gobernante supremo de la colonia, reducía las recientes conspiraciones a proporciones exiguas, desmentía las exageraciones del partido español, y sin quererlo, de seguro, alentaba a todos los conspiradores. No obstante, adoptó medidas de defensa con la intención de prevenir que sus tropas apoyasen en un momento dado las causas de la Independencia. El gobierno mandó que se reunieran algunos cuerpos de la milicia y que se arreglasen en batallones las compañías sueltas creadas en los tiempos de Iturrigaray; se hicieron compra de armas en los Estados Unidos y dio ocho mil pesos para proveer de moldes y otros útiles a una fundición de cañones.
A justificar estos aprestos bélicos llegaron a México en los últimos días del mes de enero de 1810 las mas desastrosas noticias de la armas españolas: las derrotas sufridas por las armas españolas en el segundo semestre de 1909; la terrible derrota del ejército anglo-español que obligó a los españoles a huir y refugiarse en la Sierra Morena, y el ejército inglés, al mando del héroe futuro de Waterloo, no paró en su marcha retrógrada sino hasta la frontera de Portugal. El arzobispo Lizana, en vista de estas siniestras noticias, continuó con ardor la tarea de apercibir armas, pertrechos y recursos, pues siempre temió el gobierno que alguna escuadra francesa intentara atacar la Nueva España.
No obstante la excesiva vigilancia de las autoridades, algún agente secreto de Napoleón logró introducir a la sazón en la colonia una proclama del rey José, fechada en Madrid el 2 de octubre de 1809, en la cual exhortaba a los habitantes de la Nueva España a reconocerle como monarca legítimo, y que fue motivo para que el virey arzobispo publicara a su vez otra proclama refutando al monarca intruso, y mando quemar públicamente y por mano del verdugo la proclama del rey José el 26 de abril de 1810.
En España logrose formar, en medio de guerras y derrotas un Consejo Supremo de Regencia, el 29 de enero de 1810. Publicado en México el decreto que estableció el Consejo de Regencia, efectuose el 7 de mayo el juramento de obediencia y fidelidad al nuevo gobierno supremo de España. El mismo 7 de mayo fue también publicado en México el decreto de la Regencia mandando que en los virreinatos y capitanías generales de América se eligieran diputados a las Cortes extraordinarias del reino; cada capital de provincia debía elegir un diputado y que las elecciones serían hechas por los ayuntamientos. La promulgación de este decreto fue el último acto gubernativo del virey Lizana, pues que por el mismo correo , recibió un oficio del marqués de la Hornazas, ministro de la Regencia, en que se le participaba que, en atención a su avanzada edad y a sus enfermedades, se le relevaba del cargo de virey de Nueva España, debiendo la real Audiencia, entretanto llegase el virey que había de nombrase, ejercer todas las funciones y facultades anexas a tan alta autoridad.
La Audiencia, pues, entró a gobernar la Nueva España el 8 de mayo de 1810……
Los conspiradores de Valladolid contaban para realizar su proyecto con los capitanes de las compañía de esa provincia Mier y Muñíz; con los piquetes que mandaba Michelena y Quevedo y con los indios de los pueblos inmediatos, cuyos gobernadores mantenían comunicación con García Obeso. Resolviéndose en aquellas juntas que este último ejerciese la autoridad militar y política, y que Michelena, al frente de los dos regimientos provinciales, invadiría la vecina población de Guanajuato, propagando en ella el movimiento revolucionario y ofreciendo a los Indios la exención del pago de tributo, por cuyo medio se prometían los conjurados allegar en breve tiempo un crecido número de partidarios. La revolución debía estallar en Valladolid el 21 de diciembre de 1909, empezando por sorprender al asesor don José Alonso de Terán, que ejercía en aquellos momentos las funciones de intendente, y al comandante de las armas Lejarza.
El intendente Alonso de Terán, ya fuera por las causas que ha consignado Michelena en su relato, ya por alguna denuncia que le hiciese alguno de los mismos conjurados, mandó reducir a prisión en la mañana del 21 de diciembre, al padre Santa María, quien fue conducido al convento de El Carmen. Los demás conspiradores al saber este suceso, se reunieron para acordar algunas medidas, siendo las principales procurar establecer comunicaciones con el preso o intentar liberarle, avisar de lo ocurrido a los gobernadores de los pueblos Indios, y reunir todos los destacamentos de que creían disponer.
Quién dio aviso de la conspiración fue el cura del Sagrario de Valladolid don Francisco de la Concha, y que a este se lo comunicó en conciencia el cura de Celaya, quien los sabía por don Luis Correa, uno de los asistentes a las juntas de Michelena. Correa se presentó a Terán y delató a todos sus correligionarios, de los cuales unos fueron llamados a la casa de Lejarza y reducidos a prisión; y otros aprehendidos en sus habitaciones respectivas. El licenciado Soto Saldaña, que en los primeros momentos intentó, sin éxito ninguno, un levantamiento popular, y otros dos conspiradores, pudieron librarse de la prisión, apelando a la fuga y ocultándose enseguida. Tal fue la conspiración de Valladolid, que si bien no tuvo resultados inmediatos preparó la que debía estallar en el curso del siguiente año, y aleccionó a varios de los que en esta última tuvieron activo y muy importante participio.
En el estado crítico en que se hallaban colocados el arzobispo virey y el partido español, la conjuración de Valladolid que a nadie podía engañar con su pretexto aparente de congregar una junta que gobernase a nombre de Fernando VII, fue motivo para que aquellos volvieran a chocar rudamente. Convenía a los españoles aumentar la importancia de la conjuración; en cambio, el virey, no apareció alarmado ni consideró de gran magnitud el abortado complot de Valladolid y en una proclama que dio el 22 de enero de 1810 exhortó a la unión entre criollos y españoles, decía: “ Yo lo publico y lo declaro con suma complacencia: en el tiempo de mi gobierno en este virreinato, ni en la capital, ni en Valladolid, ni en Querétaro, ni en otro pueblo en que ha habido algunos leves acontecimientos y rumores de desavenencias privadas, he encontrado el carácter de malignidad que los poco instruidos han querido darle, pues ellos no han nacido de otro origen, que de la mala inteligencia de algunas opiniones relativas al éxito de los sucesos en España o de falsas imposturas, en que se ha desahogado el resentimiento personal, y en esta inteligencia he procedido y procederé en semejantes particulares acontecimientos, en cuanto basta a acrisolar la conducta de los inocentes y a corregir las equivocaciones y ligerezas de los otros, y pues vuestro virey está tranquilo, vivid vosotros también seguros.”
De esta suerte el gobernante supremo de la colonia, reducía las recientes conspiraciones a proporciones exiguas, desmentía las exageraciones del partido español, y sin quererlo, de seguro, alentaba a todos los conspiradores. No obstante, adoptó medidas de defensa con la intención de prevenir que sus tropas apoyasen en un momento dado las causas de la Independencia. El gobierno mandó que se reunieran algunos cuerpos de la milicia y que se arreglasen en batallones las compañías sueltas creadas en los tiempos de Iturrigaray; se hicieron compra de armas en los Estados Unidos y dio ocho mil pesos para proveer de moldes y otros útiles a una fundición de cañones.
A justificar estos aprestos bélicos llegaron a México en los últimos días del mes de enero de 1810 las mas desastrosas noticias de la armas españolas: las derrotas sufridas por las armas españolas en el segundo semestre de 1909; la terrible derrota del ejército anglo-español que obligó a los españoles a huir y refugiarse en la Sierra Morena, y el ejército inglés, al mando del héroe futuro de Waterloo, no paró en su marcha retrógrada sino hasta la frontera de Portugal. El arzobispo Lizana, en vista de estas siniestras noticias, continuó con ardor la tarea de apercibir armas, pertrechos y recursos, pues siempre temió el gobierno que alguna escuadra francesa intentara atacar la Nueva España.
No obstante la excesiva vigilancia de las autoridades, algún agente secreto de Napoleón logró introducir a la sazón en la colonia una proclama del rey José, fechada en Madrid el 2 de octubre de 1809, en la cual exhortaba a los habitantes de la Nueva España a reconocerle como monarca legítimo, y que fue motivo para que el virey arzobispo publicara a su vez otra proclama refutando al monarca intruso, y mando quemar públicamente y por mano del verdugo la proclama del rey José el 26 de abril de 1810.
En España logrose formar, en medio de guerras y derrotas un Consejo Supremo de Regencia, el 29 de enero de 1810. Publicado en México el decreto que estableció el Consejo de Regencia, efectuose el 7 de mayo el juramento de obediencia y fidelidad al nuevo gobierno supremo de España. El mismo 7 de mayo fue también publicado en México el decreto de la Regencia mandando que en los virreinatos y capitanías generales de América se eligieran diputados a las Cortes extraordinarias del reino; cada capital de provincia debía elegir un diputado y que las elecciones serían hechas por los ayuntamientos. La promulgación de este decreto fue el último acto gubernativo del virey Lizana, pues que por el mismo correo , recibió un oficio del marqués de la Hornazas, ministro de la Regencia, en que se le participaba que, en atención a su avanzada edad y a sus enfermedades, se le relevaba del cargo de virey de Nueva España, debiendo la real Audiencia, entretanto llegase el virey que había de nombrase, ejercer todas las funciones y facultades anexas a tan alta autoridad.
La Audiencia, pues, entró a gobernar la Nueva España el 8 de mayo de 1810……
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