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Simplemente...de todo, un poco...

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  • Re: Simplemente...de todo, un poco...

    Los conspiradores de Valladolid contaban para realizar su proyecto con los capitanes de las compañía de esa provincia Mier y Muñíz; con los piquetes que mandaba Michelena y Quevedo y con los indios de los pueblos inmediatos, cuyos gobernadores mantenían comunicación con García Obeso. Resolviéndose en aquellas juntas que este último ejerciese la autoridad militar y política, y que Michelena, al frente de los dos regimientos provinciales, invadiría la vecina población de Guanajuato, propagando en ella el movimiento revolucionario y ofreciendo a los Indios la exención del pago de tributo, por cuyo medio se prometían los conjurados allegar en breve tiempo un crecido número de partidarios. La revolución debía estallar en Valladolid el 21 de diciembre de 1909, empezando por sorprender al asesor don José Alonso de Terán, que ejercía en aquellos momentos las funciones de intendente, y al comandante de las armas Lejarza.

    El intendente Alonso de Terán, ya fuera por las causas que ha consignado Michelena en su relato, ya por alguna denuncia que le hiciese alguno de los mismos conjurados, mandó reducir a prisión en la mañana del 21 de diciembre, al padre Santa María, quien fue conducido al convento de El Carmen. Los demás conspiradores al saber este suceso, se reunieron para acordar algunas medidas, siendo las principales procurar establecer comunicaciones con el preso o intentar liberarle, avisar de lo ocurrido a los gobernadores de los pueblos Indios, y reunir todos los destacamentos de que creían disponer.

    Quién dio aviso de la conspiración fue el cura del Sagrario de Valladolid don Francisco de la Concha, y que a este se lo comunicó en conciencia el cura de Celaya, quien los sabía por don Luis Correa, uno de los asistentes a las juntas de Michelena. Correa se presentó a Terán y delató a todos sus correligionarios, de los cuales unos fueron llamados a la casa de Lejarza y reducidos a prisión; y otros aprehendidos en sus habitaciones respectivas. El licenciado Soto Saldaña, que en los primeros momentos intentó, sin éxito ninguno, un levantamiento popular, y otros dos conspiradores, pudieron librarse de la prisión, apelando a la fuga y ocultándose enseguida. Tal fue la conspiración de Valladolid, que si bien no tuvo resultados inmediatos preparó la que debía estallar en el curso del siguiente año, y aleccionó a varios de los que en esta última tuvieron activo y muy importante participio.

    En el estado crítico en que se hallaban colocados el arzobispo virey y el partido español, la conjuración de Valladolid que a nadie podía engañar con su pretexto aparente de congregar una junta que gobernase a nombre de Fernando VII, fue motivo para que aquellos volvieran a chocar rudamente. Convenía a los españoles aumentar la importancia de la conjuración; en cambio, el virey, no apareció alarmado ni consideró de gran magnitud el abortado complot de Valladolid y en una proclama que dio el 22 de enero de 1810 exhortó a la unión entre criollos y españoles, decía: “ Yo lo publico y lo declaro con suma complacencia: en el tiempo de mi gobierno en este virreinato, ni en la capital, ni en Valladolid, ni en Querétaro, ni en otro pueblo en que ha habido algunos leves acontecimientos y rumores de desavenencias privadas, he encontrado el carácter de malignidad que los poco instruidos han querido darle, pues ellos no han nacido de otro origen, que de la mala inteligencia de algunas opiniones relativas al éxito de los sucesos en España o de falsas imposturas, en que se ha desahogado el resentimiento personal, y en esta inteligencia he procedido y procederé en semejantes particulares acontecimientos, en cuanto basta a acrisolar la conducta de los inocentes y a corregir las equivocaciones y ligerezas de los otros, y pues vuestro virey está tranquilo, vivid vosotros también seguros.”

    De esta suerte el gobernante supremo de la colonia, reducía las recientes conspiraciones a proporciones exiguas, desmentía las exageraciones del partido español, y sin quererlo, de seguro, alentaba a todos los conspiradores. No obstante, adoptó medidas de defensa con la intención de prevenir que sus tropas apoyasen en un momento dado las causas de la Independencia. El gobierno mandó que se reunieran algunos cuerpos de la milicia y que se arreglasen en batallones las compañías sueltas creadas en los tiempos de Iturrigaray; se hicieron compra de armas en los Estados Unidos y dio ocho mil pesos para proveer de moldes y otros útiles a una fundición de cañones.

    A justificar estos aprestos bélicos llegaron a México en los últimos días del mes de enero de 1810 las mas desastrosas noticias de la armas españolas: las derrotas sufridas por las armas españolas en el segundo semestre de 1909; la terrible derrota del ejército anglo-español que obligó a los españoles a huir y refugiarse en la Sierra Morena, y el ejército inglés, al mando del héroe futuro de Waterloo, no paró en su marcha retrógrada sino hasta la frontera de Portugal. El arzobispo Lizana, en vista de estas siniestras noticias, continuó con ardor la tarea de apercibir armas, pertrechos y recursos, pues siempre temió el gobierno que alguna escuadra francesa intentara atacar la Nueva España.

    No obstante la excesiva vigilancia de las autoridades, algún agente secreto de Napoleón logró introducir a la sazón en la colonia una proclama del rey José, fechada en Madrid el 2 de octubre de 1809, en la cual exhortaba a los habitantes de la Nueva España a reconocerle como monarca legítimo, y que fue motivo para que el virey arzobispo publicara a su vez otra proclama refutando al monarca intruso, y mando quemar públicamente y por mano del verdugo la proclama del rey José el 26 de abril de 1810.

    En España logrose formar, en medio de guerras y derrotas un Consejo Supremo de Regencia, el 29 de enero de 1810. Publicado en México el decreto que estableció el Consejo de Regencia, efectuose el 7 de mayo el juramento de obediencia y fidelidad al nuevo gobierno supremo de España. El mismo 7 de mayo fue también publicado en México el decreto de la Regencia mandando que en los virreinatos y capitanías generales de América se eligieran diputados a las Cortes extraordinarias del reino; cada capital de provincia debía elegir un diputado y que las elecciones serían hechas por los ayuntamientos. La promulgación de este decreto fue el último acto gubernativo del virey Lizana, pues que por el mismo correo , recibió un oficio del marqués de la Hornazas, ministro de la Regencia, en que se le participaba que, en atención a su avanzada edad y a sus enfermedades, se le relevaba del cargo de virey de Nueva España, debiendo la real Audiencia, entretanto llegase el virey que había de nombrase, ejercer todas las funciones y facultades anexas a tan alta autoridad.

    La Audiencia, pues, entró a gobernar la Nueva España el 8 de mayo de 1810……

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    • Re: Simplemente...de todo, un poco...


      Kabrakan


      Hace 200 años . . . . .
      ….. Pasaba el poder de manos de un prelado inepto, respetable por sus virtudes privadas, pero incapaz de gobernar la Nueva España, a una corporación de togados, orgullosos y apasionados, celosos unos de otros, y acostumbrados a la lentitud en los procedimientos, cuando iban a ser mas que nunca necesarias la unidad de acción, la actividad y la prudencia. Catani, el regente se ese alto cuerpo, no era escaso de inteligencia e instrucción, pero se hallaba agobiado por el peso de los años y sometido a las mismas poderosas influencias que hicieron del arzobispo Lizama dócil instrumento de pasiones y rivalidades. Aguirre y Viana, miembros prominentes de la audiencia aparecían como émulos del regente, alrededor de uno y otro agrupábanse los demás oidores.

      Instalada la Audiencia, procedió al día siguiente, 9 de mayo de 1810 a organizar su gobierno; ya constituido el gobierno, dirigió toda su actividad a continuar reuniendo donativos para compra de armamento, y remisiones a España. Asombra verdaderamente la abundancia de dinero en aquella época, pues no obstante las enormes sumas que hacía ya dos años habíanse enviado a la península, pudo allegar en pocos días mas de doscientos mil pesos destinados a la adquisición de armas en Inglaterra; una suma mayor para mandar zapatos a los ejércitos que en España defendían la independencia; un préstamo de quinientos cincuenta mil pesos que llevó a España el navío Ingles Baluarte, y por último, el importe de un cargamento de azufre y plomo para municiones. A su debido tiempo en la Nueva España fueron elegidos los diputados que debían representarla en las cortes del reino; de aquí surgieron diez y siete individuos, todos ellos, excepto uno, nacidos en suelo Mexicano, que representaban a las siguientes provincias: México (capital), Guadalajara, Valladolid, Veracruz, San Luís Potosí, Puebla, Yucatán, Guanajuato, Querétaro, Zacatecas, Tabasco, Nuevo León, Oaxaca, Tlaxcala, Sonora, Durango y Coahuila; por esta última iba el insigne Miguel Ramos Arizpe.

      Pero ni la participación que acababa de darse a la colonia en las cortes de España, ni la proclama de la Audiencia en donde se prometía que se iba a elevar a la categoría de hombres libres, convencieron a los partidarios de la independencia, que anhelaban romper las cadenas que ataban a su país. Lejos, pues, de desmayar en su empresa continuaron preparando en la sombra y el misterio sus patrióticos trabajos.

      Y como si la Naturaleza anunciara con el trastorno de sus leyes el que muy pronto estallaría en el ámbito de la vasta Nueva España, armando a sus habitantes unos contra otros, sembrando ruinas y desolación en su fertilísimo suelo y sacudiendo en todas direcciones la tea de la discordia, un desencadenado huracán que sopló durante la noche del 19 de agosto de 1810, azotó con espantosa furia las costas de ambos mares, arrancando de su asiento a la mayor parte de las casas de Acapulco, y levantando a tal extremo las olas en el Golfo Mexicano que en Veracruz se llegó a temer que el caserío viniese a tierra e hiciese morir bajo sus escombros a los consternados habitantes, quienes presenciaban impotentes la destrucción de casi todos los buques anclados a la sazón en la encrespada bahía.

      La regencia de Cádiz, que a poco de confiar el gobierno de la Nueva España a la Audiencia de México, hubo de deplorar lo desacertado de su resolución, ocupóse diligentemente en hallar al hombre a propósito para puesto tan difícil e importante. Creyó encontrarlo en don Francisco Javier de Venegas, y este fue el nuevo virey que a bordo de la fragata Atocha, llegó el 25 de agosto de 1810 a las aguas de Veracruz, apenas calmadas del tempestuoso huracán que las había revuelto pocos días antes. Era el nuevo y elevado funcionario caballero profesor de la orden de Calatrava y teniente general de los ejércitos españoles. Durante la lucha contra la invasión francesa, época en que obtuvo rápidos ascensos, Venegas fue constantemente desgraciado: fue vencido en Uclés y luego al frente del ejército de Castilla la Nueva; sufrió una completa derrota en los campos de Almonacid. Retirado del ejército se le dio el gobierno de Cádiz y ejercía este empleo cuando fue agraciado con el muy importante de virey de la Nueva España.

      Su traje militar, sencillo y severo en comparación de los lujosos que vestían otros virreyes, llamó la atención de sus gobernados, así como su peinado y barba, y su aire ceñudo y despegado, hallando en todo esto inspiración la musa popular para zaherir al nuevo gobernante. Marchó lentamente desde el puerto hasta la capital con la intención de instruirse, lo mas posible, de la situación de la colonia, antes de recibir el mando. En Perote se le informó por primera vez de los rumores que corrían respecto a una sublevación que estaba a punto de estallar en el interior de la colonia. Llegó a la villa de Guadalupe el 13 de septiembre, y ese mismo día le entregó la Audiencia el mando supremo, haciendo al día siguiente su entrada en la capital con la solemnidad hasta entonces usada.

      Entre los pasquines que se fijaron en las puertas del palacio de México en los primeros días del gobierno de Venegas, decía uno:
      “Tu cara no es de excelencia
      Ni tu traje de virey;
      Dios ponga tiento en tus manos,
      No destruyas nuestra ley".

      La contestación que mandó fijar Venegas en el mismo sitio, decía así:

      Mi cara no es de excelencia
      Ni mi traje de virey;
      Pero represento al rey
      Y obtengo su real potencia;
      Esta sencilla advertencia
      Os hago por lo que importe:
      La Ley ha de ser mi norte
      Que dirija mis acciones:
      ¡Cuidado con las traiciones
      Que se han hecho en esta corte!
      Tatiana
      Forista Opalo
      Last edited by Tatiana; 04-febrero-2015, 18:25.

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      • Re: Simplemente...de todo, un poco...


        kabrakan
        : Hace 200 años . . . .
        .
        Querétaro, ciudad situada a sesenta leguas escasas de la de México y comprendida en la intendencia de Guanajuato, aunque gobernada por un magistrado especial, tenía por Corregidor a don Miguel Domínguez, hombre distinguido por su saber, integridad y virtudes, quien ejercía aquel importante empleo desde la época del virey Marquina. Su rectitud y probidad en el corregimiento le atrajeron, sin embargo, la aversión de aquellos cuyos abusos reprimía con mano enérgica, contándose entre ellos a los amos de los obrajes de pan, que siempre hallaban al digno funcionario dispuesto á impartir poderosa protección á los infelices trabajadores que en esos establecimientos eran tratados a manera de esclavos.

        La esposa del Corregidor, doña María Josefa Ortiz de Domínguez, dignísima matrona que había de unir su nombre á la proclamación de la Independencia Mexicana, aparece como en numen de la patria en las reuniones que con pretexto de tratar asuntos puramente literarios se efectuaban en aquella ciudad, unas veces en la casa del presbítero don José María Sánchez, y otras en las del abogado Parra. Su alma ardiente y tierna confundía en un mismo sentimiento á la familia y á la patria, y el entusiasmo que la dominaba comunicábase fácilmente a sus contertulios. La ilustre dama nunca sintió entibiarse ni su decisión ni su fe; hundida mas tarde y por largos años en inmundos calabozos, supo afrontar con entereza el infortunio, sin que flaqueara su animo esforzado, y sin que se menguara nunca en ella la esperanza de ver á un México independiente y libre. Su familia se arruinó, sus hijos quedaron reducidos a la miseria, y aunque mas tarde una ley de amnistía le devolvió la libertad, ni a una ni a otros les volvió la fortuna.

        Aparte de los ya nombrados, asistían a las reuniones los abogados Altamirano y Lazo, don Francisco Araujo, don Antonio Téllez, don Ignacio Gutiérrez, don Epigmenio y don Emeterio González, el regidor Villaseñor Cervantes, el capitán don Joaquín Arias, del regimiento de Celaya, el teniente don Francisco Lanzagorta, del regimiento de Sierra Gorda; el de igual graduación Baca, del de San Miguel; algunos otros oficiales y paisanos. Los capitanes don Ignacio Allende, don Mariano Abasolo, y don Juan Aldama, del regimiento de Dragones de la Reina, residente en San Miguel el Grande, y a quienes hemos visto ya en relación con los conspiradores de Valladolid, iban secretamente a Querétaro y concurrían también las juntas. Es al capitán don Ignacio Allende a quien sus correligionarios consideraban como el hombre mas á propósito para ejecutar la revolución tramada, como decía el alcalde ordinario de Querétaro, don Juan Ochoa en la denuncia que dirigió al virey, entregando la información en primera instancia al Oidor don Guillermo Aguirre con fecha 10 de septiembre de 1810.

        Empero, el mismo denunciante, en la denuncia dirigida al virey con fecha 11 de septiembre de 1810, informaba que Hidalgo, cura del pueblo de Dolores, era el autor y director de la revolución proyectada, y que se la había asegurado que, este último tenía conmovidas a la mayor parte de ese pueblo y de la villa de San Felipe; que también eran sospechosos el Corregidor de Querétaro y el licenciado Laso de la Vega de Guadalajara, avecindado aquí desde hace seis meses.

        Hemos llegado a un punto que ha dividido con frecuencia a los que de este periodo de nuestra historia se han ocupado. Hay quienes atribuyen todo el mérito de haber iniciado la proclama de la Independencia al ilustre Allende, y otros sostienen que a Hidalgo corresponde exclusivamente la gloria de prepararla y dirigirla. Antes de entrar en materia, daremos a conocer a estos preclaros caudillos de la Independencia de México.

        Dispersos en la extensa llanura de Plan de Pénjamo (Estado de Guanajuato) hacia la ribera oriental del rio Turbio, y no muy distantes de Cuitzeo, álzanse varios blancos caseríos, entre los cuales se distingue el del Rancho de San Vicente. Entre las tierra de labor de este y circundando un espeso mezquital, á cuya sombra se guarecen hoy los pastores de las cercanías, se levanta un montecillo de escombro conocido en toda la comarca con el nombre de Rancho Viejo, porque allí, en efecto, se alzaba el de San Vicente antes de 1790, año en que las crecientes del Turbio lo destruyeron obligando a sus moradores al sitio que hoy ocupa. En ese lugar, cubierto de ruinas, y a donde se ha erigido a fines del siglo XIX un sencillo monumento, vio la luz primera el Padre de la Independencia Mexicana. En este sitio, el recinto del rancho viejo de San Vicente, cuna verdadera de don Miguel Hidalgo, está levantado gracias al civismo de los Penjamenses, un monumento que a la vista tenemos: columna toscana que ilustra estos campos como un presente de gloria, y cuyo pedestal lleva la inscripción siguiente:

        MIGUEL HIDAGO
        Nació aquí
        El 8 de mayo de 1753

        Su padre don Cristóbal Hidalgo y Costilla, natural de Tejupilco, era administrador de la hacienda de San Diego Corralejo, a la que pertenecía el rancho viejo de San Vicente que ocupaba como arrendatario don Antonio Gallaga con dos hijas suyas y una sobrina huérfana llamada Ana María Gallaga; con esta última se casó don Cristóbal Hidalgo y el primer fruto de esta unión, fue el héroe de la Independencia, que conforme a los usos de aquel tiempo, vio la luz en casa de la familia materna. Fue bautizado el 16 de mayo del mismo año en la capilla de Cuitzeo de los Naranjos. La desahogada posición de don Cristóbal Hidalgo hizo que pudiera dar una educación literaria a sus hijos, enviándolos a Valladolid cuando llegaron a la edad de la adolescencia.

        Don Miguel, el primogénito, entró en el colegio de San Nicolás, fundado por le ilustre obispo don Vasco de Quiroga en 1540, y que según el jesuita Alegre, en su “Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España”, es el mas antiguo de América. Rápidos y brillantes fueron los adelantamientos que hizo el joven escolar, a quien sus condiscípulos llamaban “El Zorro” por su perspicacia, distinguiéndose en los cursos de teología y filosofía y llegando por último a ser nombrado Rector y catedrático del afamado establecimiento. Dedicose al estudio del francés, leyó muchas obras prohibidas, varió los textos que seguían los alumnos de San Nicolás; en sus conversaciones particulares hacía ya el análisis frío y escéptico de las contradicciones de la historia eclesiástica, y veía con poco escrúpulo las prevenciones de la disciplina eclesiástica.

        La pérdida de los archivos del colegio de San Nicolás, ocurrida en la época en que los invasores franceses lo convirtieron en cuartel, impide precisar la fecha en que Hidalgo cesó de ejercer las funciones de Rector. Sábese, si, que el año de 1779 pasó a México, donde recibió la orden sacerdotal y el grado de bachiller en teología. “Según se dice”, el cabildo eclesiástico de Valladolid le franqueó mas adelante cuatro mil pesos para los gastos y propinas del grado de doctor, pero que los perdió al juego en Maravatío, al hacer el viaje a México. Después de haber recibido las órdenes, sirvió varios curatos, y entre ellos el de Colima; luego pasó a ocupar el de la congragación de Dolores y villa de San Felipe, que la muerte de uno de sus hermanos menores, don Joaquín, había dejado vacante.

        A principios del siglo XIX, y cuando ya hubo llegado a la edad madura, vemos a Hidalgo dedicado en su cuarto de Dolores dedicado a la agricultura y a la industria; extendió el cultivo de la uva y propagó la cría del gusano de seda. En 1845 se conservaba aun en Dolores, en un sitio llamado “Las Moreras de Hidalgo”, ochenta y cuatro árboles plantados por su propia mano para el cultivo del opulento gusano; fundó una fábrica de loza, otra de ladrillo, talleres de artes diversas, construyó varias pilas destinadas al curtimiento de pieles, propagó la cría de las abejas y alentaba a sus feligreses para que estudiaran música y socorríales de su peculio particular en sus necesidades.

        “Ese anciano de mediana estatura, de ojos azules, de frente despejada y de cabellos blancos, que vestido sencillamente de negro, con un modesto sombrero redondo y un rústico bastón, recorría los campos y se confundía con los labradores, compartiendo sus faenas y consolando sus pesares, era el mismo que en la noche en el estrado, expresaba sus sentimientos con una elocuencia ardiente y apasionada y revolucionaba las conciencias con avanzadas e innovadoras teorías. Labrador de día, pensador en el crepúsculo, hombre de sociedad en la noche.

        ¿Qué mucho de la Inquisición se fijara en el?. Las expresiones que a menudo vertía sin recato, el análisis que acostumbraba hacer de los hombres y cosas, el despego con que veía el servicio de la Iglesia, sus costumbres, y el estado en que había puesto su curato, que mas parecía una comuna en pequeño que una congregación de indios, es decir, los siervos en aquella época, despertaron la suspicacia Inquisitorial y en el año de 1800, promovieron contra el una causa secreta que, sobreseída a poco, fue mandada continuar en 1810 cuando el reo figuraba ya como Generalísimo de los Ejércitos Americanos.
        Fueron las principales causas de esta acusación contra Hidalgo, el examen imparcial que hacía de las Escrituras y de la disciplina eclesiástica, sus deseos de un cambio de gobierno, negaba la virginidad de la madre de Jesús, combatía el voto de castidad de los sacerdotes, negaba la existencia del infierno, manifestaba sin embozo poco respeto hacia los Apóstoles y santa Teresa; algún testigo aseguraba que tanto el mismo Hidalgo como el presbítero don Martín García, deseaban la libertad francesa en esta América, otro testigo lo acusaba de discutir si era mejor el gobierno republicano que el monárquico; otros, que decía muy alto que los soberanos eran unos déspotas tiranos.

        El capitán Don Ignacio Allende . . . . .

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        • Re: Simplemente...de todo, un poco...

          El capitán Don Ignacio Allende . . . . .

          kabrakan

          Hace 200 años . . . . .

          El Capitán don Ignacio José de Allende nació en San Miguel el Grande (intendencia de Guanajuato) el 21 de enero de 1779. Fueron sus padres don Domingo Narciso de Allende, español acomodado, y doña María Unzuga, que pertenecía a una de las principales familias de aquella villa. Habiendo muerto don Domingo, quedó confiada su familia a un español llamado Berrio. Bastante joven aun, (1802) don Ignacio contrajo matrimonio con una señorita de San Miguel, doña Luz de las Fuentes, quien murió poco tiempo después. Parece que en la época de su casamiento había avanzado en la carrera militar, y cuando comenzó la revolución por la Independencia, era ya capitán del regimiento provincial Dragones de la Reina; capitán del mismo regimiento era don Juan Aldama, nativo también de la villa de San Miguel; uníale con Allende una estrecha amistad y le secundaba fielmente en todos sus proyectos y empresas. El otro capitán del mismo regimiento, don José Mariano Abasolo, era el mas joven de los tres, y la influencia que sobre él ejercía su compañero Allende, lo hizo entrar en la conspiración. Abasolo era dueño de ricas haciendas, y su caudal se había acrecentado con el de su esposa doña María Manuela Rojas Taboada. Cuando Aldama fue hecho prisionero, manifestó que sólo doce días antes de la proclamación de la Independencia, lo enteró Allende de lo que se tramaba; Aldama al ser prisionero, pretendió en su causa no haber tenido conocimiento de la conspiración hasta después de hecha la revolución.

          La similitud que se nota en los levantamientos a favor de la Independencia, efectuados en puntos muy distantes entre si, apenas lanzado el grito de Dolores, la existencia perfectamente comprobada, de agentes enviados por Hidalgo en distintas direcciones y por último, el testimonio de uno de los compañeros del ilustre párroco, Fray Gregorio de la Concepción, de la orden del Carmen, y que ha dejado escrita una curiosa relación de los principales sucesos de la Independencia, nos obligan a afirmar que á Hidalgo toca la gloria de haber iniciado la proclamación de la Independencia, de haber meditado en ella mas que ninguno de sus nobles compañeros en la lucha y el sacrificio, y de ser el centro directivo que dio vida u animación a los deseos y aspiraciones de segregar a México de España.

          Fray Gregorio de la Concepción relata: ….. Este mismo día23 de julio del año 8, llegué al pueblo de Dolores (de paso para San Luis Potosí) y llegando a dicho pueblo fui al curato, y preguntándole al mismo señor cura si estaba ahí el señor cura, me dijo que él era, y sin bajar del coche le entregué una carta de Allende, y como pensaba que yo era gachupín me recibió de mala data, pero luego que la leyó, me hizo bajar del coche con cariño y hizo que los cocheros metiesen mi equipaje a su recámara, y me metió a su sala, y después de haberme dado un trago de vino, me llevó a ver todas las curiosidades que tenía en ella, y en el cuarto donde tenía sus animales de seda, me dijo por menor todas sus combinaciones que tenía hechas con solo cinco señores; yo en el instante convine en todo, y me aseguró que yo era el sexto; y como a las dos horas poco más que yo había llegado, entraron a decir al señor cura que allí estaban los señores Allende, Aldama, Arias y Abasolo, y mandó decir dicho señor cura que entraran; luego que nos vimos, nos abrazamos y nos fuimos debajo de un árbol, y allí nos presentó el señor Hidalgo “El plan que tenía hecho”, y todos convenimos en el, y aunque el señor Allende le hizo algunas reflejas, y yo lo mismo, no en cuanto a lo sustancial, pero quedamos unánimes y decididos a padecer la misma muerte, con tal de libertar de los opresores a nuestra patria.

          Desde 1808, pues, el cura Hidalgo mantenía relaciones con Allende, Aldama, Abasolo y otros; celebraban frecuentes reuniones en las que se trataba nada menos que de proclamar la Independencia de México; el primero sometía a sus correligionarios planes políticos que estos discutían y aprobaban, hacía construir lanzas en Dolores durante los primeros meses de 1810, y enviaba emisarios a diversas partes del país con la misión de propagar el principio revolucionario. Aun cuando Allende fue el promovedor de las juntas secretas de San Miguel, primero, y después de las de Querétaro, reconocía en Hidalgo al jefe que debía dirigirlos.

          ¿Cuál era el plan acordado acerca del gobierno que debería establecerse cuando se hubiese hecho la Independencia?

          El planteamiento de los conspiradores de San Miguel encabezados por Allende consistía en aprehender a los españoles a una hora dada en toda la extensión del país, respetándose en lo posible sus personas e intereses, y que luego, reunidos en México los jefes principales, se discutiría y determinaría la forma de gobierno mas conveniente, y se daría libertad a los españoles, los que podrían permanecer en el país con sus familias y bienes, o trasladarse a la península si tal fuese su voluntad; pero en este último casos sus bienes entrarían al erario público para cubrir los gastos de la guerra; y que si el éxito era adverso, se impetraría auxilio de los Estados Unidos de América.

          Don Lorenzo Zavala, yucateco de ingrata memoria para México y autor de un “Ensayo Histórico”, henchido de inexactitudes, afirma que: “El cura Hidalgo obraba sin plan, sin sistema, y sin objeto determinado….” El doctor Mora asienta que desde febrero de 1810 un doctor Iturriaga, capitular de la iglesia de Valladolid y que había tenido participio en la conjuración descubierta en esta ciudad a fines de 1809, se puso de acuerdo con Hidalgo y Allende y extendió un plan que consistía en encargar el gobierno a una junta compuesta de los representantes de las provincias que lo ejercerían a nombre de Fernando VII, quedando enteramente disueltas las relaciones de sumisión y obediencia para con España, en ese momento bajo el dominio de Napoleón. Alamán consigna en su Historia que cuando fue preso Epigmenio González, entre los papeles que se encontraron en su casa, uno de ellos fue el plan general o sistema que se había de plantear, poniendo un emperador y varios reyes feudatarios. Lo anterior indica que si nada se había resuelto, había sido cosa tratada en las juntas.

          Por último, como ya hemos visto, fray Gregorio de la Concepción en los apuntes que escribió, afirma como testigo presencial, que el 23 de julio de 1808, Hidalgo mostró a sus correligionarios “el plan que tenía hecho”, el cual fue unánimemente adoptado. Este plan, sin embargo, se ha perdido para la historia; nos quedan en cambio algunos documentos que nos indican cuáles pudieron ser los principios de gobierno que hubiesen planteado los héroes de la primera época de la Independencia si la victoria hubiera coronado sus nobles esfuerzos. En el manifiesto del señor Hidalgo, publicado en Valladolid por el intendente Ansorena el 15 de diciembre de 1810, se lee lo siguiente:

          “ Establezcamos un congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino, que teniendo por objeto principal mantener nuestra Santa Religión, dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo: ellos entonces gobernarán con la dulzura de sus padres, nos tratarán como a sus hermanos, desterrarán la pobreza, moderando la devastación del reino y la extracción de su dinero, fomentarán las artes, se avivará la industria, haremos uso libre de las riquísimas producciones de nuestros feraces países, y a la vuelta de pocos años disfrutarán sus habitantes de todas las delicias que el Soberano Autor de la Naturaleza ha derramado sobre este vasto continente.” Podemos suponer con fundamento en todo lo ya plasmado, que Hidalgo se hubiera inclinado a adoptar un gobierno democrático, a imitación de los Estados Unidos de América, o a ejemplo de la Francia revolucionaria, cuyo movimiento político había seguido con mirada atenta, y como contraste de aquel orden de cosas que se propuso aniquilar.
          Sigamos ahora con el hilo de los sucesos . . .

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          • Re: Simplemente...de todo, un poco...

            kabrakan


            Hace 200 años . . . . .

            En los primeros días de septiembre de 1810, el cura Hidalgo estuvo en Querétaro en conferencias con sus correligionarios, con quienes convino proclamar la Independencia el 1º. de octubre siguiente, y de vuelta á Dolores envió a llamar al tambor mayor del regimiento provincial de Guanajuato, Ignacio Garrido, y á los sargentos del mismo cuerpo, Fernando Rosas y N. Domínguez, quienes, enterados del plan que se tramaba, ofrecieron desde luego su adhesión personal e inducir a todos los miembros de su regimiento á que siguiesen su ejemplo.

            De los conjurados de Querétaro hemos dicho ya que desde mediados de agosto se había dirigido a la Audiencia gobernadora alguno de los mismos afiliados expresando detalles y extensas noticias de la revolución que estaba a punto de estallar. Con fecha 9 de septiembre de 1810, una nueva denuncia, anónima, delataba desde San Miguel las idas y venidas de los capitanes Allende y Aldama á Dolores y á Querétaro, y ciertas palabras escapadas al primero que revelaban la proximidad de un levantamiento contra los españoles. A partir de ese momento las denuncias se multiplicaron y la conjura queda completamente descubierta; el día 11 de septiembre es informado el virey Venegas, que estaba ya en camino a México; mientras tanto el alcalde de Querétaro permanece inactivo por el estupor que debió producirle el conocimiento exacto de la conjuración, y la difícil situación en que le colocaba la complicidad de la autoridad superior, es decir, del corregidor Domínguez, quien en un comunicado del alcalde, escrito por Juan Fernando Domínguez quedo expuesto así:

            “ El corregidor de esta ciudad, es comprendido, según se me ha instruido, y que tiene hechas proclamas seductivas, y no lo dudo porque su mujer se ha expresado y expresa con la mayor locuacidad contra la nación española y contra algunos dignos Ministros que no anhelan otra cosa que todos tengan la debida obediencia y á conseguir la felicidad y tranquilidad pública; pero el torrente de esa señora ha conducido a los depravados fines que he anunciado y no tiene empacho á concurrir en junta que forman los malévolos.”

            Otra denuncia hecha el día 13 de septiembre ante el cura y juez eclesiástico, doctor don Rafael Gil de León, vino a precipitar los acontecimientos. Gil de León fue informado de una conspiración que debía estallar dentro de pocas horas, siendo su primer acto el degüello de todos los españoles; que las armas de los conjurados estaban depositadas en las casa de Epigmenio González y de u tal Sámano; que el corregidor Domínguez tenía participio activísimo en la trama, y que de todo se había avisado ya al coronel comandante de la brigada, don Ignacio García Rebollo. El doctor Gil de León, acérrimo enemigo de la Independencia, estaba ligado con el corregidor Domínguez por lazos de estrecha amistad; acudió presuroso y afligido a la casa de este instruyéndole de la denuncia que acababa de hacérsele, con la gravísima situación de que la primera autoridad civil de Querétaro favorecía secretamente a los conspiradores.

            Decidióse el corregidor don Miguel Domínguez á aprender á Epigmenio González y a catear su casa pues en la última denuncia se indicaba estar ahí el acopio de armas y pertrechos; quizás se prometía el corregidor acallar con esta medida las denuncias y dar tiempo a salvarse á la gran mayoría de los conjurados, cuando lo mas cuerdo hubiera sido prevenir a González, por trasmano, que huyese. Pero antes de proceder a esta aprehensión anunció a su esposa, doña María Josefa Ortiz, el partido que había adoptado en vista de las circunstancias, y temeroso del nuevo compromiso en que pudiera colocarle el impetuoso carácter de aquella ilustre y esforzada dama, al salir de casa cerró la puerta del zaguán, llevándose consigo la llave. Acto continuo fue en busca del escribano don Juan Fernando Domínguez, relacionado con el partido europeo, y de quien deseaba saber lo que se hubiese trascendido. Eran las once de la noche cuando llegó á hablarle, y después de referirse a la denuncia pidióle consejo sobre la resolución que fuera conveniente adoptar. Pero el escribano Domínguez, que había redactado tres días antes la denuncia al nuevo virey Venegas, que con su propia mano había escrito el párrafo en que se acusaba de complicidad al corregidor, fingió no creer nada para inspirar confianza al magistrado; pero insistió el corregidor y el escribano propúsole desde luego el cateo de la casa de Epigmenio González, y esto era lo que el corregidor tenía resuelto.

            Dirigióse, pues, el corregidor, a la casa de González acompañado del escribano Domínguez y de veinte soldados que le dio el comandante de la brigada, mientras que este, a la cabeza de otros veinte, marchó a catear la casa de Sámano. Al llegar a la casa de González ordenó que se llamara fuertemente a la puerta, procurando así a aquel, la oportunidad de evadirse por las casas vecinas; pero el malicioso escribano observó que antes de llamar era conveniente que se situase parte de la tropa en las azoteas vecinas, y luego entró a la casa seguido de su tropa. Como a primera vista nada alarmante se ofrecía, disponíase ya el corregidor a dar por terminado el cateo, pero su acompañante insistió en que se recorrieran escrupulosamente toda la habitación descubriéndose en dos de sus piezas gran cantidad de cartuchos, municiones y cabos para lanzas. Preciso fue entonces al corregidor prender a Epigmenio González, al hermano de este, y a los demás habitantes de la casa, que quedó guardada por los soldados.

            Mientras el corregidor estaba ejecutando la prisión de Epigmenio, su esposa, persuadida del riesgo que la conspiración corría de frustrarse, si no se tomaban prontas y eficaces medidas, trató de dar inmediatamente aviso á Allende del punto a que habían venido las cosas. La recámara de su habitación caía sobre la vivienda del alcaide de la cárcel, la que, como en casi todas las capitales de provincia, estaba en los bajos de la casa de gobierno. Llamábase el alcaide Ignacio Pérez, y era uno de los mas activos agentes de la conjuración. La seña convenida entre el y la corregidora, para comunicarse en cualquier caso imprevisto, era la de tres golpes con el pie sobre el techo del cuarto del alcaide: diéronse esta crítica circunstancia, y como el corregidor había dejado cerrada la puerta del zaguán, a través de esta impuso la corregidora á Pérez de las ocurrencias de aquella noche, y le previno buscase persona de confianza que fuese con toda diligencia a instruir a Allende de todo.

            El empeñoso Pérez no quiso confiar a otro encargo tan delicado; el mismo se puso en camino, y no habiendo encontrado a Allende en San Miguel, adonde llegó al amanecer del día 15 de septiembre, buscó a Aldama, a quien dio cuenta del objeto de su venida. Este oportuno aviso, como pronto veremos, dio por resultado la proclamación de la Independencia.

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            • Re: Simplemente...de todo, un poco...

              Entretanto que el patriota emisario de la señora Ortiz de Domínguez marchaba presuroso con dirección a San Miguel el Grande en cumplimiento de su comisión, el corregidor, en la mañana del día 14 de septiembre de 1810, tomaba las primeras declaraciones a los hermanos González y a los demás individuos que en la casa de estos fueron aprehendidos la noche anterior. Lejos de mostrarse activo en esta tarea, suspendió las declaraciones para continuar recibiéndolas en la tarde de ese mismo día; La lentitud de los procedimientos del Corregidor era calculada y se enderezaba a preparar la salvación, primero, de los presos, y luego, de los demás conspiradores diseminados en la misma ciudad de Querétaro, en San Miguel el Grande y en Dolores. Pero ya se ejercía sobre el severa vigilancia, ya su conducta revelaba suficientemente la complicidad que le unía a los conjurados.

              La Corregidora, por su parte, llena de denuedo en aquellas difíciles circunstancias, mandó a avisar al capitán Arias de todo lo que ocurría, pues ignoraba la denuncia que este mismo individuo había hecho de la conspiración; Arias contestó destempladamente que harto expuesto se hallaba ya por haberse fiado de personas que no lo merecían, y que respecto al partido que el debiera adoptar, ya había resuelto hacer lo que creía mas conveniente, y acto seguido fue a denunciar al Alcalde Ochoa el recado de la Corregidora acababa de recibir. Cesó entonces la vacilación del Alcalde Ochoa, y puesto de acuerdo con Arias, dispuso la aprehensión de este mismo, que cuidó de poner en los bolsillos de su casaca una carta de Hidalgo a Allende y una de este a Arias. La comedia convenida entre el Alcalde Ochoa y el capitán Arias fue hábilmente representada: aprehendiendo a este último a las 9 de la noche del día 15 de septiembre.

              En la carta de Hidalgo decía este que el plan se había de proclamar, lo mas tarde, el 1º. De octubre de 1810, y Allende persuadía en la suya a Arias que no tuviese cuidado porque algunos se hubieran arrepentido, pues contando con sus amigos de Querétaro y poniéndose al frente de los suyos, estaba seguro de hacerse dueño de la ciudad. Interrogóse a Arias, contestó a lo primero, que las cartas se las había entregado don Antonio Téllez, y después de una fingida vacilación, declaró que eran el Corregidor, la esposa de este y todos los demás individuos que concurrían a las juntas revolucionarias.

              A las dos de la mañana del día 16 de septiembre estaban reducidos a prisión el Corregidor don Miguel Domínguez, su esposa y los demás conjurados, residentes en Querétaro. El primero fue llevado al convento de La Cruz, la segunda al de Santa Clara y los otros presos a los del Carmen y San Francisco.

              Descubierta la conjuración y presos en Querétaro muchos de sus afiliados, veamos ahora lo que sucedía en Guanajuato y Dolores……

              El 13 de septiembre de 1810, es decir, el mismo día en que la denuncia hecha en Querétaro al cura don Rafael Gil de León precipitaba los acontecimientos que hemos referido, en Guanajuato, el tambor mayor Ignacio Garrido, aconsejado por un don Mariano Tercero con quien consultó, daba cuenta de su reciente entrevista con Hidalgo al capitán de su batallón don Francisco Bustamante, quien la refirió al mayor don Diego Berzabal, el cual dio parte de todo ello al intendente don Juan Antonio Riaño. Garrido confirmó ante este funcionario su denuncia y además, entregó setenta pesos que el cura había puesto en sus manos para seducir a los soldados del regimiento provincial de Guanajuato. Después de terminadas estas primeras diligencias, en la mañana del día 15 de septiembre, Riaño dio la orden de reducir a prisión a los capitanes don Ignacio Allende y don Juan Aldama, y comisionó al español don Francisco Iriarte, antiguo administrador de la mina de Rayas y dueño de una finca llamada San Juan de los Llanos, a inmediaciones de Dolores, para que observara al cura Hidalgo, aprehendiéndole en caso necesario.

              Hay quienes afirman que el mismo día 13 de septiembre , el cura de Dolores tuvo vagas noticias de que Allende estaba delatado, por lo que envióle a llamar con premura; saliendo Allende inmediatamente y llegó a la casa de Hidalgo el día 14 a las nueve de la noche. También hay quienes afirman que Allende, enterado por un aviso que recibió de Guanajuato, de la orden enviada por Riaño, salió al camino e interceptó esa orden. También hay testigos que vivían aun en 1869 que afirman que la mañana del 15 de septiembre de 1810, el capitán Allende se encontraba en San Miguel el Grande, mandando la tropa que hacía una salva en la función que solemnizaba la octava de Nuestra Señora de Loreto.

              En la realidad, ni Hidalgo ni Allende tenían conocimiento de lo que había ocurrido en Querétaro, ni de la delación de Garrido ante el intendente Riaño; ignoraban, en consecuencia, que tanto de esa ciudad como de la de Guanajuato habían salido ya las órdenes para su aprehensión, pero esos vagos rumores que preceden a los grandes acontecimientos y que diríase que son llevados en alas del viento, llegaron a oídos de Hidalgo, determinándole, como hemos visto, a llamar a su compañero. Pero entretanto, el emisario de la Corregidora había devorado la distancia que separa a Querétaro de San Miguel, adonde entraba apresurado y polvoriento a los primeros albores del día 15 de septiembre de 1810.

              Echóse a buscar el diligente Pérez al capitán Allende, pero informado de que había salido de la población el día anterior, corrió al alojamiento de Aldama y le dio cuenta de lo que había ocurrido en Querétaro la noche del 13, y de las recomendaciones que por su conducto hacía la Corregidora a los conspiradores. Oír al emisario, preparar violentamente su partida y salir a galope, acompañado de Pérez, por el camino que a Dolores conduce, fue asunto de poco tiempo para Aldama. Eran las dos de la mañana del día 16 de septiembre cuando llegó al curato de Dolores, e inmediatamente impuso a sus dos amigos de los graves sucesos de Querétaro y del eminente riesgo en que todos ellos se encontraban.

              Antes de la llegada de Aldama, en las primeras horas de la noche del 15, Hidalgo, siguiendo su costumbre, y quizás este vez con la intención de saber algo de lo que en tanto grado le interesaba, fue a al casa del subdelegado de Dolores don Nicolás Fernández del Rincón, adonde pasó largo rato en unión de los vecinos mas notables del pueblo. Jugó su acostumbrada partida de malilla con doña Teresa Cumplido, esposa del subdelegado, y con doña Encarnación Correa, que lo era del colector de diezmos de aquella jurisdicción, don Ignacio Diez Cortina, recientemente llagado a Dolores , y que vivía en la misma casa del subdelegado; a las diez interrumpió su juego porque recibió aviso de que una persona deseaba hablarle a solas en el zaguán de la casa; volvió a poco rato y siguió jugando hasta las once, hora en que casi siempre se retiraba, y al hacerlo pidió al colector Cortina que le prestase doscientos pesos, los que le fueron entregados por la señora de este en la pieza en que se guardaba el dinero del diezmo.

              Hacía ya algunas horas que Hidalgo y Allende reposaban en dos distintos cuartos de la casa cural, cuando llegó Aldama………

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              • Re: Simplemente...de todo, un poco...

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                Aldama, como acabamos de decir, llegó a las dos de la mañana del día 16 de septiembre de 1810. Entró desde luego en el cuarto en que estaba Allende y después de referirle brevemente el objeto de su intempestiva venida, pasaron ambos al aposento de Hidalgo, a quien informaron de los funestos sucesos de Querétaro. El cura de Dolores, que abarcó en un momento toda la extensión del peligro, se levantó violentamente del lecho y en tanto que Aldama tomaba el chocolate que le mandó servir, encarándose con Allende le preguntó que era lo que en su concepto debía hacer, a lo que el interpelado contestó que sería conveniente citar a Abasolo y a los demás individuos que se habían comprometido solemnemente a combatir por la causa de la Independencia; que se les diese conocimiento de lo que pasaba; que se eligiesen de entre ellos tantas personas cuantas eran las ciudades y villas con que se estaba en relación, y que cada comisionado, marchando desde luego por caminos excusados al lugar de su destino respectivo, se pusiera de acurdo con el jefe de la junta establecida en él y se diera a todo trance la voz de Independencia.

                Pero Hidalgo opinó porque el movimiento debía de ser mas rápido, pues que cuando los comisionados que Allende proponía llegaran a las poblaciones en que se habían preparado trabajos revolucionarios, las personas comprometidas estarían ya sobrecogidas de temor por las prisiones de Querétaro y faltas de valor para afrontar los peligros de la revolución, sin contar con la mayor vigilancia que desplegaría el gobierno. Allende no pudo menos que rendirse a la fuerza de tales razones, y así lo manifestó diciendo en voz fuerte y un tanto alterada:

                “Pues bien, señor cura, echémosles el lazo, seguros de que ningún poder humano podrá quitárseles.”

                Si, exclamó Hidalgo con entero acento:
                “Lo he pensado bien, y veo que estamos perdidos y que no queda mas recurso que ir a coger gachupines.”

                Entonces Aldama le dijo: “ Señor, ¿que va usted a hacer?, por amor de Dios, vea usted lo que hace”. Resuelto ya Hidalgo no respondió a la tímida insinuación de Aldama. En estos momentos entró el cochero del cura diciendo que Herrera, un individuo a quien aquel había mandado llamar, se excusaba de asistir pretextando enfermedad. Airado entonces Hidalgo ordenó a dos de los hombres armados que allí estaban que fueran por el, conduciéndole de grado o por fuerza, cuyo mandato fue obedecido en el acto y a poco aparecieron los ejecutores de el con Herrera.

                Levantáronse todos precedidos de Hidalgo, de Allende y de Aldama, salieron del curato protegidos por las últimas sombras de la noche, y se dirigieron desde luego a la cárcel para dar libertad a los presos y engrosar con ellos el pequeñísimo grupo de insurrectos, haciendo que el alcaide mismo, después de alguna resistencia, abriese las puertas de la prisión. Armados los presos con las lanzas que repartió Hidalgo entre ellos, la fuerza reunida en aquellos momentos ascendió a ochenta hombres que acabaron de armarse con las espadas del regimiento de la Reina depositadas en el cuartel de Dolores y cuya puerta franqueó el sargento Martínez, quien también reunió algunos soldados del mismo cuerpo.

                Allende y Aldama se dirigieron a la casa del subdelegado Rincón y le aprendieron, lo mismo que al colector de diezmos Cortina. A continuación, los insurrectos todos se ocuparon de aprehender a los españoles avecindados en el pueblo, lo que hicieron sin estrépito, y sin hallar resistencia en ninguno de ellos; solamente el español Larrinua recibió una herida grave al ser apresado, herida que le infringió un tal Exija en venganza de que por causa o queja del primero había estado poco antes en la cárcel.

                Eran las cinco de la mañana del memorable 16 de septiembre de 1810, cuando Hidalgo, a la cabeza del ya considerable grupo de insurrectos, desembocó en el atrio de la Iglesia.

                El sol teñía vigorosamente la región oriental y sus primeros reflejos doraban las enhiestas cimas de la torres de Dolores, repicaban alegremente las campanas de la parroquia llamando a la misa del domingo, recurso que tuvo presente Hidalgo para convocar a sus feligreses, y una muchedumbre que del pueblo mismo y de las rancherías inmediatas había acudido por ese motivo, ocupaba gran parte del atrio. El cura arengó entonces a la multitud diciendo que el movimiento que acababa de estallar tenía por objeto derribar al mal gobierno, quitando el poder a los españoles que trataban de entregar el reino a los franceses; que con la ayuda de todos los mexicanos la opresión vendría por tierra; que en lo de adelante no pagarían ningún tributo, y que a todo el que se alistase en sus filas llevando consigo armas y caballo pagaría él un peso diario, y la mitad al que se presentara a pie. Muchos de los que allí estaban se apresuraron a confundirse con los insurrectos, y de aquella compacta muchedumbre salieron robustos los gritos de: ¡Viva la independencia!, ¡Viva la América!, ¡Muera el gobierno que fueron el preludio de los que mil y mil veces atronarían los campos de batalla durante once años de pavorosa contienda

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                • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                  Había decidido terminar este relato histórico con los acontecimientos del 16 de septiembre de 1810, pero ya me arrepentí pues al menos para mi está muy interesante, detallado y diferente de los relatos comunes de la guerra de Independencia, así es que con la venia de quienes han seguido estos históricos escritos, redactados por personas contemporaneas de la guerra de Independencia y parientes de algunos actores principales, y arriesgo de hartar a las foristas y foristos , continúo:

                  La aurora del 16 de septiembre alumbró a un pueblo que se alzaba a conquistar su independencia, guiado por un grupo de hombres esforzados que hicieron pacto solemne con la muerte. Ni plan político, ni ardientes proclamas, ni tesoros derramados con largueza, ni reuniones públicas en que la voz de elocuentes tribunos hubiera apercibido a las masas al combate precedieron al memorable levantamiento de Dolores. Lejos de eso, los caudillos de la insurrección, que con harta pobreza de elementos, aunque también con sobrada riqueza de nobles esperanzas, habían urdido entre las sombras sus tareas, veíanse descubiertos de improviso por la vil delación; miraban encarcelados a sus mas entusiastas auxiliares; hallábanse desprovistos de esos recursos materiales que en movimientos políticos de tanta magnitud como el que tenían proyectado entran por mucho para el afianzamiento del éxito; sentían suspendida sobre sus cabezas inexorable sentencia de muerte, y tanto más segura cuanto mayor fuera el tiempo que dedicasen á la inacción o al aturdimiento, y obligados a precipitar la revolución que para el 1º. de octubre tenían acordada, ó á ocultarse espantados ante el inmenso peligro que les amenazaba, prefirieron lo primero y afrontaron cara a cara la tormenta, y aceptaron todos las consecuencias de su osada, de su heroica resolución.

                  Los quince individuos que salieron de la casa cural en las primera horas de la mañana del 16 de septiembre de 1810, se había convertido a poco en seiscientos, que armados de fusiles, lanzas, espadas, instrumentos de labranza, palos y piedras, unos á caballo, otros á pie, rodeaban a los caudillos que se atrevían á predicar la rebelión contra el orden de cosas establecido. Hase dicho repetidas veces por los enemigos de la Independencia Mexicana, que las numerosas adhesiones que desde los primeros momentos rodearon a los caudillos de Dolores, se debieron a la sumisión de los feligreses á la autoridad respetable y venerada de un sacerdote, pero en esa multitud de ignorantes campesinos, de humildes artesanos, de proletarios, dominaba también el poderoso sentimiento de sumisión hacia la autoridad establecida, y por grande que fuese en ellos el influjo de su pastor, desde el punto en que este los incitaba a la rebelión, debieron comprender los peligros á que quedaban expuestos.

                  Hidalgo y Allende resolvieron salir inmediatamente para San Miguel, población de grandes recursos, en la que residían varios partidarios entusiastas de la Independencia, y donde el segundo ansiaba acudir para arrastrar tras sí al Regimiento de Dragones de la Reina, del que eran capitanes él y Aldama. A las once de la mañana salió de Dolores la tropa de los Independientes, fuerte de seiscientos hombres, llevando a su cabeza al Cura Hidalgo y en el centro a los españoles aprehendidos en las primeras horas de ese día. Poco tardaron en llagar a la hacienda de la “Erre”, dónde los principales jefes del movimiento, á quienes acababa de unirse Abasolo, fueron obsequiados ampliamente por Don Luis de Malo, propietario de la misma finca; después del necesario descanso, continuó la marcha del pequeño ejército con dirección a Atotonilco.

                  Pero a medida que avanzaba sus filas se engrosaban con innumerables voluntarios. Los gritos incesantes de ¡Viva la Independencia!, ¡Viva la América!, ¡Mueran los gachupines!, arrojados por la tropa que salió de Dolores, atronaban los montes y valles y sorprendían a los trabajadores de los campos vecinos, que suspendían sus tareas para ver pasar a aquella multitud desordenada y ruidosa. Cuadrillas enteras de peones de uno y otro lado del camino corrían a unirse a la columna. De las haciendas y ranchos salían hombres a caballo que se incorporaban también, formándose así rápidamente una fuerza de caballería armada con machetes, lanzas y espadas, pues muy pocos llevaban carabinas y pistolas. Las gentes de a pie, por un instinto de disciplina, se juntaban en grupos que precedían los capitanes de cuadrillas y ataban en carrizos pañuelos de diversos colores que desplegados al viento servían de enseña á cada una de aquellas pequeñas secciones. Esta era la infantería de aquel improvisado ejército, cuyas armas consistían en palos, flechas, hondas, lanzas, y los instrumentos de labranza. Muchos llevaban consigo a mujeres e hijos.

                  En medio de nubes de polvo y ensordeciendo los contornos con sus gritos y sus vivas, llegó en las últimas horas de la tarde , el ejército Independentista, al santuario de Atotonilco.............

                  Faltaba hasta allí una bandera al naciente ejército. Hidalgo había meditado seguramente sobre esto, pues antes de salir de Atotonilco tomó de la sacristía del santuario un cuadro de la Virgen de Guadalupe y haciendo que un soldado la llevase pendiente de un asta, al frente de la tropa, excitó grande entusiasmo en todos los que le seguían, y desde entonces unieron a sus gritos de guerra el de ¡Viva la Virgen de Guadalupe!. Esta invocación fue una feliz idea del caudillo de la Independencia, pues esa imagen, que la habilidad de los primeros sacerdotes y gobernantes de la colonia había dado por aparecida en las colinas del Tepeyac, representaba en cierto modo la nacionalidad Mexicana. Era la Virgen Indígena, era un enviado de Dios a los descendientes de los vencidos, y que no recordaba ninguna escena de sangre y de martirio como los dioses importados de ultramar. El cuadro de la Virgen de Guadalupe tomado del Santuario de Atotonilco, fue desde entonces el lábaro del ejército independiente.

                  Entre tanto en la inmediata Villa de San Miguel el Grande cundía la zozobra entre los muchos españoles en ella avecindados y también en gran parte de sus pobladores. Por un momento los españoles de San Miguel, en número de cuarenta, pensaron en defenderse a mano armada, pero consultando sobre el particular con el coronel don Nicolás Loreto de la Canal, que mandaba el regimiento de la Reina, éste les manifestó con rudeza militar que no podía contar con sus soldados, sometidos como estaban a la influencia de Allende, y que lo único que estaba a su alcance era interponer con Allende a su favor toda su amistad, y no su autoridad. Esto no obstante, los españoles se reunieron en las Casas Consistoriales decididos a sufrir juntos la misma suerte.

                  Era ya de noche cuando los cinco mil hombres que componían el ejército entraron en San Miguel en medio de las entusiastas aclamaciones de los vecinos de la villa. Allende hizo conducir a los españoles aprehendidos en Dolores al colegio de San Francisco de Sales, como edificio a propósito para resguardarlos de todo atentado de la excitada muchedumbre, y acto continuo se dirigió a la Casas Consistoriales con el objeto de aprehender a los que allí se habían congregado. En la puerta del edificio halló al cura don Francisco Uraga, al presbítero Elguera y a otros eclesiásticos que le suplicaron, en el concepto de ser indispensable la aprehensión, que ésta se efectuara en el mejor orden posible, sin que fuera preciso el derramamiento de sangre. Así lo prometió el caudillo, y forzando la entrada del edificio y obligando a los que estaban en la sala de cabildos a que abriesen la puerta, les dijo lo siguiente:

                  “Ni yo ni mis compañeros en la empresa tratamos de vengar agravio alguno personal, sino de sustraernos de la dominación extranjera, para lo que es absolutamente necesario aprehender a ustedes sin que nadie sea capaz de hacerme variar de esta firme resolución; pero al mismo tiempo les aseguro que mientras yo viva no sufrirán otra molestia que la del mero arresto; pues en cuanto a sus personas, familias e intereses, yo me encargo de su seguridad y conservación.”

                  Después de lo cual los españoles entregaron las armas que tenían en sus manos y se dieron prisioneros, siendo llevados al colegio de San Francisco de Sales, donde estaban ya los de Dolores, quedando unos y otros a las órdenes y bajo la vigilancia del capitán Aldama.

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                  • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                    Apenas terminada la traslación de los españoles de la casa del cabildo al colegio, un hombre de los que habían entrado en la casa de don Francisco Landeta con el propósito de saquearla, apareció en uno de los balcones gritando: ¡Viva la América y mueran los gachupines!, y al decir esto arrojaba monedas de plata a la multitud agrupada en la parte exterior. El historiador Alamán afirma que era el mismo cura de Dolores: “Hidalgo desde el balcón de la casa de Landeta tiraba al pueblo talegas de pesos gritando: ”¡Cojan , hijos, que todo esto es suyo”. Pero esta cargo que con su mala fe y su inquina característica hace al jefe de la revolución el oráculo del partido conservador, queda desvanecido por Liceaga, quien asienta terminantemente que en esos momentos, cuando el individuo que apareció en los balcones de Landeta arrojaba el dinero a la muchedumbre, el cura de Dolores y Allende, de vuelta al colegio de San Francisco de Sales, presenciaron desde la calle aquel desorden, y que el segundo arremetió espada en mano a los que entraban y salían ocupados en robar dicha casa.

                    La plebe de San miguel, mezclada con los soldados del improvisado ejército independiente, intentó asaltar las demás casas de comercio de los españoles, y aun en algunas dio principio el saqueo, pero oportunamente acudieron los jefes a impedirlo, y solo se permitió la extracción de hierro y acero existente en las tiendas, como artículos indispensables para la recomposición y construcción de armas. La noche fue tormentosa para los moradores de San Miguel.

                    Por haber evitado Allende el saqueo, su suscitó una discusión entre el y Hidalgo, sobre si era necesario o no disimular o castigar menos severamente el robo en aquellas circunstancias; esta discusión dio lugar a que Hidalgo propusiera que se fijasen la representación y facultades que cada uno debía tener, y finalmente, al otro día, con motivo de haber interceptado un pliego dirigido por Riaño a Bellogín, Allende dijo a Hidalgo: “Señor cura, este oficio decide el punto que poco ha se ha ventilado. Riaño le previene al subdelegado que con la velocidad del rayo nos aprenda a Aldama y a mí, y si es posible haga otro tanto con usted, porque su talento, carácter y nombradía harán a la revolución mas vigorosa y formidable, y como este concepto es igual al que yo he manifestado últimamente, no puedo menos que resolverme a que usted sea el que lleve la voz y mando en la empresa ofreciendo y comprometiéndome, sin embargo, a que mi espada será la primera en el combate.” Hidalgo fue desde ese día el corifeo de la revolución.

                    Durante la noche del 16 de septiembre de 1810 y antes de que esta terminara, el regimiento de Dragones de la Reina, a cuya cabeza se pusieron los capitanes don Juan Cruces y don José de los Llanos, se adhirió al movimiento de Dolores. En vano arengó a los soldados el sargento mayor Camúnez animándolos a combatir contra los independientes.

                    Al día siguiente, los caudillos de la revolución convocaron a los vecinos notables de la villa con el triple objeto de nombrara autoridades, acordar cuantas medidas fueran conducentes al aseguramiento del orden y la tranquilidad pública y auxiliar y fomentar la revolución. Libres los principales jefes de los cuidados de la administración local, convirtieron toda su actividad a organizar, del mejor modo posible, al numeroso e indisciplinado ejército que ya tenían bajo sus órdenes. El Regimiento de la Reina, como fuerza regular y disciplinada, fue el núcleo de la nueva organización. Pero no se ocultaba a los caudillos de la Independencia que el éxito de su empresa estribaba en la rapidez de sus movimientos; así es que terminados los precisos preparativos salieron de San Miguel el 19 de septiembre, no sin haberse apoderado antes de una gran cantidad de pólvora que iba de México para las minas de Guanajuato. Rodeando la sierra de Guanajuato con dirección aparente hacia Querétaro. . . . . .

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                    • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                      . . . . pero en llegando a Chamacuero cambiaron bruscamente de rumbo enderezándolo a Celaya y pernoctaron en la hacienda de Santa Rita. Durante este nuevo trayecto se les fueron agregando voluntarios de tal manera que la mañana del día 20 de septiembre de 1810, al llegar ante Celaya, el ejército insurgente constaba de veinte mil hombres.

                      Hidalgo intimó rendición a la ciudad en los siguientes términos:

                      “Nos hemos acercado a esta ciudad con el objeto de asegurar las personas de todos los españoles europeos. Si se entregan a discreción serán tratadas sus personas con humanidad; pero si por el contrario, se hiciese resistencia por su parte y se mandare dar fuego contra nosotros, se tratarán con todo el rigor que corresponde a su resistencia: esperamos pronto la respuesta para proceder. Dios guarde a ustedes muchos años. Campo de Batalla, septiembre 19 de 1810 – Miguel Hidalgo – Ignacio Allende.
                      P.D. – En el momento en que se mande dar fuego contra nuestra gente, serán degollados setenta y ocho europeos que traemos a nuestra disposición. – Hidalgo – Allende - Señores del ayuntamiento de Celaya.”

                      Pero el subdelegado don José Duro y el jefe militar don Manuel Fernández Solano no estaban apercibidos a la defensa, y en consecuencia salieron violentamente para Querétaro, seguidos de pocos soldados y de todos los españoles residentes en aquella población.

                      El día 21 de septiembre Hidalgo hizo su entrada solemne en Celaya, adonde se incorporaron a su ejército dos compañías del regimiento provincial. El cura de Dolores iba a la cabeza de sus tropas, rodeado de Allende, Aldama, Abasolo y los jefes de mas graduación precediéndole el cuadro de la Virgen de Guadalupe tomado en el santuario de Atotonilco; seguíanle la música del Regimiento de la Reina escoltada por cien dragones del mismo cuerpo al mando de un oficial que alzaba un estandarte con el retrato de Fernando VII, y en seguida marchaba la masa compacta de la infantería y caballería. En este orden desfilaba el ejército cuando un disparo, quizá casualmente, fue la señal para el saqueo: las masas insubordinadas de que estaba formada la gran mayoría de aquel improvisado ejército, unidas a las clases bajas del pueblo de Celaya, se desparramaron por las calles, forzándose las puertas de la tiendas y apoderándose de los efectos almacenados en ellas.

                      Aldama indignado por lo que estaba pasando en Celaya, manifestó su disgusto al cura de Dolores, quien le contestó que él no sabía otro modo de hacerse de partidarios, y que si Aldama lo tenía, se lo propusiera. Aceptando como cierta la contestación que según el historiador Alamán, ella no expresa mas que la fatal exigencia de la guerra, de una guerra eminentemente insurreccional del pueblo contra la autoridad, de la muchedumbre contra el gobierno, de los que carecían de toda suerte de elementos contra los que todo lo poseían en abundancia.

                      En tanto las masas del improvisado ejército cedían ante los esfuerzos de sus jefes para contener el saqueo, la tropa disciplinada de los regimientos se ocupaba en trasladar a la tesorería de los Insurgentes las considerables sumas de dinero que los españoles, antes de retirarse a Querétaro, habían depositado en los sepulcros del Convento del Carmen, adonde también se hallaba guardada con anterioridad una cantidad no despreciable que las autoridades realistas recogieron pocos días antes del pueblo de Chamacuero.

                      Restablecida en lo posible la tranquilidad pública en Celaya, Hidalgo, al día siguiente, 22, nombró subdelegado de aquella localidad al abogado don Carlos Camargo; hizo que se reunieran los regidores que habían quedad en la población para que proveyesen a cubrir las vacantes del cuerpo municipal, y convocó a junta a los principales jefes del ejército con el objeto de fijar la posición militar de cada uno de ellos. La junta de militares, reunida en las orillas de la ciudad y en presencia del cuerpo del ejército, nombró a Hidalgo Capitan General, a Allende Teniente General y confirió otros empleos de menos categoría a los demás jefes. Engrosado mas y mas el ejército, y engreídos sus jefes con la buena suerte que hasta entonces les había acompañado, salieron unos y otros de Celaya el 23 de septiembre con el intento de atacar Guanajuato. Detuviéronse algún tiempo en Salamanca e Irapuato, a donde nombraron nuevos funcionarios municipales y agregaron a sus filas las compañías sueltas del regimiento del Príncipe, que guarnecía ambas poblaciones.

                      El 28 de septiembre llegaban a la hacienda de Burras, distante seis leguas de Guanajuato, desde cuyo punto intimó Hidalgo la rendición de la plaza.

                      Antes de avanzar en nuestro relato, veamos lo que habían hecho las autoridades realistas de Guanajuato al saber la proclamación de Independencia y cuales eran sus elementos de defensa. . . .


                      ….. Don Francisco Iriarte, comisionado por el intendente para observar los movimientos de Hidalgo, llegó a las inmediaciones de Dolores en la mañana misma del 16 de septiembre de 1810, y enterado de lo que en ese pueblo acababa de suceder volvió a su hacienda de San Juan de los Llanos, desde donde escribió a Riaño la noticia del pronunciamiento, manifestándole sus temores. Este aviso llegó a manos del intendente a las once de la mañana del día 18, cuando salía de las honras fúnebres del español don Martín de la Riva, celebradas en la iglesia parroquial.

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                      • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                        El toque de generala, que inmediatamente mandó tocar Riaño, sobresaltó a la opulenta Guanajuato, acostumbrada durante los doscientos años de su existencia a no escuchar mas ruido que el alegre y pacífico de sus incontables mineros. Al asombro sucedió la zozobra, tanto mas grande cuanto era mas ignorado el peligro que anunciaba el toque de la generala. Siniestros rumores difundidos por el vulgo corrían de boca en boca y se aumentaban hasta lo absurdo, sembrando la consternación en los habitantes que corrían despavoridos en todas direcciones; cerrábanse con estrépito las casas y los comercios, y armábanse a toda prisa los vecinos. Preciso fue que el intendente informase de lo ocurrido a los principales moradores, para que la verdad de los hechos, propagándose rápidamente en la ciudad, infundiera alguna calma en los ánimos sobresaltados, y entonces pudo notarse que en gran parte del pueblo se empezó a manifestar ardiente simpatía por la causa proclamada en Dolores.

                        Don Juan Antonio Riaño era un militar valiente y un magistrado activo; apenas recibió el aviso de Iriarte, comprendió en toda su extensión el peligro que amenazaba a la capital de la intendencia, y desde el primer momento se decidió a afrontar la tempestad. Convocó a junta para tarde del mismo día 18 al ayuntamiento, prelados y vecinos notables, a quienes dio cuenta de las noticias, en virtud de las cuales no dudaba de que Guanajuato sería atacado dentro de pocas horas. Algunos militares, entre ellos el mayor Berzábal, que pocos días después había de morir heroicamente, propusieron que con el batallón provincial y los vecinos armados se marchara contra Hidalgo, pero esta indicación no fue admitida.

                        Decidida en la junta la defensa de Guanajuato, Riaño mandó levantar b.a.r.r.i.c.a.d.a.s en las calles principales; situáronse destacamentos avanzados en los caminos de Santa Rosa y Villalpando, que a través de la sierra van a dar a Dolores y San Miguel el Grande. Ordenose a los escuadrones del regimiento del Príncipe, diseminados en los pueblos inmediatos, que se reconcentraran en la ciudad, y se enviaron correos al virrey, a don Félix Calleja, jefe de las tropas realistas en San Luis, y al presidente de la audiencia en Guadalajara, dándoles cuenta de la situación y pidiéndoles prontos y eficaces auxilios.

                        Grande alarma se extendió en Guanajuato la noche del 19 con motivo del aviso que dio el destacamento avanzado en el Marfil de que los Insurgentes se acercaban por la cañada del mismo nombre; acudió Riaño con toda su gente para contrarrestar al enemigo, y después de algún tiempo de angustiosa expectativa, se aclaró que los vigías de habían engañado. Días mas tarde Riaño hubo de convencerse de que la gran mayoría del pueblo Guanajuatense, deseaba con ardor la aproximación del los independientes; sentía que si no estrechaba el perímetro de sus fortificaciones corría el riesgo de hallarse de repente cogido entre dos fuegos; en la noche del día 24 de septiembre hizo que se trasladaran con el mayor sigilo a la Alhóndiga de Granaditas la tropa y el paisanaje armado, todos los caudales reales y municipales, que ascendían a seiscientos veinte mil pesos, todos los archivos de la intendencia y del ayuntamiento, enorme cantidad de municiones de guerra y provisiones de boca en grande abundancia. Amaneció el día 25 de septiembre de 1810 y con el la consternación de todos los españoles y de los criollos mas acomodados, que a poco empezaron a reunir sus caudales y efectos, y con ellos se recogieron y encerraron en la Alhóndiga.

                        El mayor Berzábal, hombre de conocimientos y práctica militar, desaprobó la resolución, y juzgando imposible sostenerse en la Alhóndiga escribió por aquellos días a su mujer anunciando lo que iba a suceder, considerándose como destinado a morir. No obstante el brigadier don Miguel Constanzó, director de ingenieros, calificó, por el contario, de juiciosa la resolución del intendente. Pues la populosa ciudad de Guanajuato, sin tiempo para fortificarla y aprisionarla convenientemente, era indefendible , y le pareció lo menos malo concentrar en la Alhóndiga las pocas fuerzas de que podía disponer para la defensa de la ciudad. Pero muchos de los que no podían trasladarse a Granaditas, y que temían las consecuencias del desamparo en que el resto de la ciudad quedaba, exigieron al intendente que volviese a ocupar con sus tropas el primitivo perímetro fortificado. Citóles Riaño en el edificio mismo de la Alhóndiga la tarde del 25, y después de oír al alférez real don Fernando Pérez Mañón y al regidor Septien, contestó con tono de invariable resolución que por ningún motivo saldrían de aquel edificio.

                        Contestando Calleja dese San Luis a una nueva exhortación de Riaño para que le auxiliase prontamente, le recomendaba que se sostuviera a todo trance, ofreciéndole, con fecha 24 de septiembre, que en toda la próxima semana se hallaría al frente de sus tropas en Guanajuato. El intendente, no obstante, adoptó todas las medidas necesarias para poner el edificio de Granaditas en completo estado de defensa. Construyéronse tres t.r.i.n.c.h.e.r.a.s. para cortar otras tantas avenidas principales, una al pié de la cuesta de Granaditas, entre el convento de Belén y la hacienda de Dolores; otra cerraba las bocacalles de los Pocitos y subida de los Mandamientos; y la última cortaba la cuesta del rio de la Cata. Se tapió con adobes la puerta oriente, quedando solo la entrada por la puerta principal que mira al norte. Los defensores armados de la Alhóndiga de Granaditas, ascendían apenas a seiscientos hombres.

                        Tales eran los elementos de defensa de Riaño. Por eso cuando en la mañana del 28 de septiembre vio coronadas las alturas que rodean a Guanajuato por las numerosas huestes de Hidalgo y hubo recibido la intimación del Jefe de la Independencia, despachaba a toda prisa un correo al brigadier Calleja con el siguiente oficio:

                        "Voy a pelear porque voy a ser atacado en este instante. Resistiré cuanto pueda porque soy honrado; vuele V. S. a mi socorro, a mi socorro . . . . Dios, etc., etc. Guanajuato 28 de septiembre de 1810 a las once de la mañana. – Juan Antonio Riaño. – Señor Brigadier Don Félix María Calleja”.
                        Tatiana
                        Forista Opalo
                        Last edited by Tatiana; 04-febrero-2015, 22:49.

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                        • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                          En la Alhóndiga de Granaditas entraba con los ojos vendados a las 9 de la mañana del 28 de septiembre de 1810 el coronel don Ignacio Camargo, (pues don Mariano Abasolo que lo acompañaba, se detuvo en la t.r.i.n.c.h.e.r.a de Belén) y entregaba al intendente Riaño el siguiente documento:

                          “Cuartel General en la hacienda de Burras, 28 de septiembre de 1810.- El numeroso ejército que comando, me eligió por Capitán General y Protector de la Nación en los campos de Celaya. La misma ciudad á presencia de cincuenta mil hombres ratificó esta elección que han hecho todos los lugares por donde he pasado: lo que dará a conocer a V. S. que estoy legítimamente autorizado por mi Nación para los proyectos benéficos que me han parecido necesarios a su favor. Estos son igualmente útiles y favorables a los Americanos y a los Europeos, que han hecho ánimo de residir en este Reino, y se reducen a proclamar la independencia y libertad de la Nación; por consiguiente yo no veo a los Europeos como enemigos, sino solamente como a un obstáculo que embaraza el buen éxito de nuestra empresa. V. S. se servirá manifestar estas ideas a los Europeos, que se han reunido en esa Alhóndiga, para que resuelvan si se declaran por enemigos ó convienen en quedar en calidad de prisioneros recibiendo un trato humano y benigno, como lo están experimentando los que traemos en nuestra compañía, hasta que se consiga la inusada libertad é Independencia, en cuyo caso entrarán en la clase de ciudadanos, quedando con derecho a que se les restituyan los bienes de que por ahora, para las exigencias de la Nación, nos serviremos. Si, por el contrario, no accedieren a esta solicitud, aplicaré todas las fuerzas y ardides para destruirlos, sin que les quede esperanza de cuartel. Dios guarde a V. S. muchos años, como desea su atento servidor.- Miguel Hidalgo y Costilla, capitán general de América.”

                          “Señor don Juan Antonio Riaño.- Cuartel de Burras, setiembre 28 de 1810.- Muy señor mío: la estimación que siempre he manifestado a ud.es sincera, y la creo debida a las grandes cualidades que le adornan. La diferencia en el modo de pensar no la debe disminuir. Ud. seguirá lo que le parezca mas justo y prudente, sin que esto acaree perjuicios a su familia. Nos batiremos como enemigos si así se determinase, pero desde luego le ofrezco a la Señora Intendenta un asilo y protección decidida en cualquier lugar que elija para su residencia, en atención a las enfermedades que padece. Esta oferta no nace del temor, sino de una sensibilidad de que no puedo desprenderme. Dios guarde a Ud. muchos años, como desea su atento servidor Q.S.M.B.- Miguel Hidalgo y Costilla.- En la hacienda de Burras, a 28 de setiembre de 1810

                          El intendente Riaño contestó desde luego al parlamentario Camargo que necesitaba consultar con sus compañeros de armas para resolver; Abasolo volvióse a encontrar a Hidalgo que avanzaba entre tanto con el grueso de su ejército por la cañada de Marfil, y Camargo, siempre con los ojos vendados, fue llevado a uno de los aposentos de la Alhóndiga en espera de la respuesta que debía conducir. Formados sobre la azotea del amplio edificio los españoles armados y los soldados del batallón provincial, el intendente Riaño leyó en voz alta y serena a los primeros la intimación que acababa de recibir, preguntándoles al terminar cuál era su resolución. Hubo un momento de silencio, fácilmente explicable en aquellos hombres que al contestar iban a decidir de su vida, de su libertad y de sus intereses mas caros. Rompiólo don Bernardo del Castillo, capitán de la compañía formada por los españoles, expresando con indignado acento que antes que someterse cobardemente a perder su libertad y bienes estaban dispuestos a luchar hasta vencer o morir, palabras viriles que todos los demás aplaudieron y repitieron con gran entusiasmo. . . . Luego, volviéndose Riaño a los soldados del provincial, les preguntó: -Y mis hijos del batallón ¿podré dudar si están resueltos a cumplir con su deber?-. Y los soldados, a la voz del valiente Berzábal, respondieron con la aclamación unánime de: ¡viva el Rey!

                          Seguro de la decisión de su escaza tropa, el intendente quiso explotar el sentir del ayuntamiento, quienes resolvieron que no contando con gentes ni armas, y que siendo Riaño el único que tenía en sus manos todos esos elementos y la autoridad competente para hacerse de otros, él era quien debía obrar como le pareciese mas conveniente. Entonces el intendente entregó a Camargo la siguiente contestación a la intimación y a la carta del capitán general Hidalgo:

                          “Señor cura del pueblo de Dolores, Don Miguel Hidalgo.- No reconozco otra autoridad ni me consta que haya establecido, ni otro Capitán general en el reino de Nueva España, que el Exemo. Sr. Don Francisco Javier Venegas, Virey de ella, ni más legítimas reformas que aquellas que acuerde la nación entera en las Cortes generales que van a verificarse. Mi deber es pelear como soldado, cuyo noble sentimiento anima a cuantos me rodean.- Guanajuato, 28 de setiembre de 1810.- Juan Antonio Riaño.-“ “Muy señor mío: no es compatible el ejercicio de las armas con la sensibilidad: ésta exige de mi corazón la debida gratitud a las expresiones de Ud. en beneficio de mi familia, cuya suerte no me perturba en la presente ocasión.- Dios guarde a Ud. muchos años.- Guanajuato, 28 de setiembre de 1810.- Riaño.”

                          Resuelto ya el combate, el intendente situó una parte del batallón provincial y algunos españoles armados en la azotea de Granaditas; las t.r.i.n.c.h.e.r.a.s avanzadas de la cuesta de Mendizábal, de la calle de los Pocito y del puente sobre el río de la Cata fueron cubiertas por destacamentos del batallón; la hacienda de beneficio de Dolores, unida a la Alhóndiga, quedó guarnecida por el resto de los voluntarios; la caballería del regimiento del Príncipe se colocó en la bajada del río de la Cata; en la entrada principal de Granaditas fue situada una fuerte guardia, y en el patio del edificio se estacionó la reserva.

                          El parlamentario Camargo encontró a Hidalgo al frente del grueso del ejército avanzando rápidamente por la cañada de Marfil, dióle cuenta de su comisión y en el acto dispuso aquel el ataque contra Granaditas.

                          Era la una de la tarde cuando inmensa masa de infantería y caballería formadas por veinticinco mil hombres se desbordaron como impetuoso torrente por la cuesta de la presa de Pozuelos y atravesaron luego la ciudad. A su paso, el pueblo de Guanajuato saqueó la dulcería de Zenteno, abrió las puertas de la cárcel, y los presos, en número de cuatrocientos, salieron en espantoso tumulto yendo a reunirse con las tropas independientes. Ya inmensa muchedumbre formada del pueblo y de los mineros, especialmente los de La Valenciana, excitados por su administrador don Casimiro Chovell, partidario entusiasta de la Independencia, coronaba las alturas decidida a tomar parte en el combate.

                          Hidalgo, Allende y los demás jefes superiores iban designando los lugares que sus tropas debían ocupar; los regimientos de la Reina y de Celaya se colocaron en el cerro del Cuarto y en las casa vecinas a la Alhóndiga; gran parte de la infantería, armada de hondas, flechas y pocos fusiles, cubrió el cerro del Venado; una gruesa columna de caballería e infantería se situó en la calle de Belén. El resto del ejército unido al pueblo de Guanajuato, reforzó los puntos todo; y el ataque comenzó por el lado de la cuesta de Mendizábal. . . .

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                          • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                            ……. Una fuerte columna de independientes avanzó contra la t.r.i.n.c.h.e.r.a. levantada al pie de la cuesta de Mendizábal defendida por el hijo del intendente Riaño; cuando la columna estuvo a tiro de fusil los defensores rompieron un fuego nutrido y certero que derribó a muchos de los asaltantes y hizo retroceder a los demás en desorden. Pero al mismo tiempo masas espesas de insurgentes se agolpaban por la t.r.i.n.c.h.e.r.a de la bocacalle de los Pocitos. L a gritería espantosa que hacia ese lado se alzaba dominaba el estruendo de la fusilería, hizo comprender al intendente la necesidad de reforzar aquel punto, y poniéndose a la cabeza de veinte hombres de la compañía de voluntarios salió a situarlos convenientemente en unión de su ayudante don José María Bustamante; el intendente volvió al edificio de Granaditas pero al pisar uno de los escalones de la puerta, una bala disparada desde el cerro del Cuatro por un sargento del regimiento de Celaya lo hirió en el ojo izquierdo, dejándole sin vida. El cadáver del valiente y pundonoroso Riaño fue llevado en brazos por sus soldados y depositado en el cuarto No. 2. La muerte del intendente produjo gran confusión entre los defensores de la Alhóndiga; sucitáronse inmediatamente acaloradas disputas a cerca de quien debería ejercer el mando.

                            Entretanto la infantería de los Independientes y la muchedumbre del pueblo y mineros que cubrían completamente el cerro del Cuatro, lanzaban con hondas y a mano una lluvia de piedras sobre los defensores de la Alhóndiga situados en la azotea. Una gran parte de los asaltantes bajaban y subían sin cesar proveyendo a los que quedaban de piedras lisas y duras que cubren el fondo del riachuelo de la Cata. Tanta y tan continua fue la lluvia de piedras que al concluir la acción notóse que la azotea estaba levantada una cuarta sobre su nivel ordinario, y los soldados que la defendían, heridos y maltrechos por los terribles proyectiles, hubieron de buscar abrigo en el interior del edificio. Al mismo tiempo los destacamentos que cubrían las tres t.r.i.n.c.h.e.r.a.s, agobiados por el número infinitamente superior de los asaltantes, las abandonaban en completo desorden y corrían a guarecerse dentro de la Alhóndiga; quedando aislados y reducidos a sus propios esfuerzos los españoles que defendían la casa de la hacienda de Dolores y la corta fuerza de caballería situada en la barranca de Cata.

                            Alzóse ensordecedora vocería de las compactas y obscuras masas de los asaltantes luego que vieron la retirada de los destacamentos que cubrían last.r.i.n.c.h.e.r.a.s exteriores, y como si también hubiese sido una señal de antemano convenida, se precipitaron de todas las alturas cual impetuoso alud ciñendo a Granaditas como un oleaje humano. Los sitiados hacían fuego desde las ventanas y troneras sobre aquella apiñada muchedumbre y no había tiro que dejase de ser aprovechado, mientras que el joven Riaño, acompañado de algunos y sediento de venganza por la muerte de su padre, arrojaba sobre la multitud los frascos de azogue convertidos anticipadamente en botes de metralla, y que al hacer explosión derribaban por tierra a muchos de los sitiadores. Estos, sin embargo, no cejaban ante el vivísimo fuego que vomitaba Granaditas; los que caían eran ahogados por las plantas de los que les reemplazaban; cerrándose inmediatamente los claros que abrían las descargas de fusilería o las explosiones de los frascos de azogue; aquella multitud que parecía un solo cuerpo animado de una sola voluntad, ebria de rabia y lanzando aullidos de muerte, se revolvía frenética en torno de la puerta principal que se sostenía firme a los golpes desesperados que le asestaban.

                            El desacuerdo de los sitiados por el mando a causa de la muerte de Riaño hacía que mientras el asesor Pérez Valdez enarbolaba en una de las ventanas una bandera blanca en señal de rendición, el joven Riaño seguía arrojando sus mortíferas metrallas. Entonces fue cuando Hidalgo, que montado a caballo y con una pistola en la mano había permanecido cerca del lugar de la acción, manifestó el deseo de que se consiguiesen barras para romper la puerta de la Alhóndiga, y que un operario de la mina de Mellado, joven de veinte años y de nombre Mariano, se ofreció a hacerlo sin ninguna clase de instrumento. Cubriéndose con una larga losa y deslizándose a lo largo de la pared llegó hasta la puerta, y después de untarla con aceite y brea le prendió fuego con un ocote, y las llamas devoraron en momentos aquel obstáculo que detuvo por algún tiempo las oleadas de la rabiosa muchedumbre.

                            Libre la entrada, los asaltantes se abalanzaron hacia el interior de Granaditas; los sitiados por su parte, al ver caer la puerta, corrieron al encuentro del enemigo, y en el patio de la Alhóndiga se trabó un combate a muerte en medio de alaridos feroces que repetían las quiebras y cañadas de Guanajuato: terrible fue la acometida, heroica la resistencia, recio y sangriento el choque; la lucha se empeñó cuerpo a cuerpo; el patio quedó en un momento cubierto de cadáveres, y como el torrente de combatientes que afluía del exterior parecía inagotable, bien pronto se derramaron por todo el basto edificio no sin sostener terribles luchas en cada corredor y en cada escalera. Rodeado de unos cuantos soldados, el mayor Berzábal seguía defendiéndose con heroico valor: cayeron a su lado heridos de muerte los abanderados del batallón, Marmolejo y González, y entonces Berzábal, tomando las banderas y estrechándolas contra su pecho, continuó combatiendo hasta que, acribillado de heridas, rodó sin vida, pero sin soltar las enseñas que había jurado defender.

                            Eran las cinco de la tarde. Con la muerte del mayor del batallón provincial cesó la resistencia y empezó la matanza y el saqueo. Ya en el exterior había cesado también la lucha con la muerte de los jefes Valenzuela y Castilla y de casi todos los soldados del regimiento de caballería del Príncipe que quedaron aislados en la bajada del rio de la Cata. Los españoles que guarnecían la casa de la Hacienda de Dolores, aislados también, habían sucumbido en su mayor parte después de la porfiada defensa, y los que salieron vivos del combate cayeron o se echaron a la noria, en la que perecieron ahogados. Esparcidos los asaltantes por las trojes y los corredores, ebrios de venganza por la muerte de dos mil quinientos de los suyos, enardecidos por el fuego incesante que habían afrontado por espacio de cuatro horas, dieron rienda suelta a su furor inmolando sin misericordia a los vencidos: en vano implorábanla estos del vencedor, pidiendo de rodillas la vida; ni a los sacerdotes allí refugiados protegieron su carácter y su investidura, ni a los niños cubrió su inocencia, ni a los soldados libraron sus heridas recientes; allí cayeron gravemente heridos don Gilberto Riaño y don José Manuel Bustamante, que murieron dos días después; allí sucumbieron también muchos de los mas ricos y principales españoles avecindados en Guanajuato.

                            Los pocos que escaparon con vida, despojados de sus vestidos y atados con fuerte ligaduras fueron llevados a la cárcel. Los cadáveres de los españoles fueron sepultados en el campo santo de Belén y los de los Independientes en grandes zanjas que se abrieron aquella misma tardeen el río de la Cata, al pie de la cuesta así llamada. Terminada la matanza, los vencedores, mezclados con el pueblo, saquearon la Alhóndiga, henchida de valores cuantiosos. El dinero y las barras de plata desaparecieron desde luego, aunque gran cantidad de estos últimos efectos fue quitada a los que los tomaron e ingresó en la tesorería del ejército.

                            Era siniestro y pavoroso el aspecto de Granaditas en la últimas horas de la tarde. Grandes charcos de sangre teñían el pavimento y las escaleras; incontables cadáveres tapizaban el suelo en el patio, en los corredores y en las trojes, los víveres, los archivos allí depositados, esparcidos y confundiéndose con los muertos, y una multitud desenfrenada que entraba y salía, pisoteando los cadáveres ensangrentados, apoderándose de lo que hallaba a su paso y disputándose a mano armada el sangriento botín. Vino la noche y el saque se extendió entonces por la opulenta ciudad, al rojizo resplandor de las teas caían derribadas a hachazos las puertas de las tiendas de los españoles, dando paso a la plebe que se arrojaba al interior apoderándose de los efectos de comercio, apurando los licores que hallaban, y los saqueadores completamente ebrios recorrían las calles lanzando gritos de muerte y amenazando derribar todas las puertas cerradas que encontraban a su paso. Durante aquella noche espantable treinta y cuatro casas y tiendas y varias minas y haciendas de beneficiar metales fueron saqueadas por completo.

                            Lució el día 29 y con el se renovó el saqueo aunque con menos furia:

                            “ La plaza y las calles estaban llenas de fragmentos de muebles, de restos de los efectos sacados de las tiendas, de licores derramados después de haber bebido el pueblo hasta la saciedad: este se abandonó a todo género de excesos, y los indios de Hidalgo presentaban las mas extrañas figuras, vistiéndose sobre su traje propio la ropa que habían sacado de las casas de los españoles, entra las que había uniformes de regidores, con cuyas casacas bordadas y sombreros armados se engalanaban aquellos, llevándolas con los pies descalzos y en completo estado de embriaguez.”

                            Hidalgo hizo cesar tal desorden publicando el día 30 un bando severo en el que conminaba con la pena de muerte a los saqueadores.

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                            • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                              Fiel a la conducta política que había seguido en Celaya, Hidalgo convocó al ayuntamiento para que arreglase el gobierno de la intendencia, pues rendía grande y respetuoso homenaje a las autoridades que representaban el poder popular; procedió al nombramiento de alcaldes ordinarios nombrando para estos cargos al abogado don José Manuel de Rivera y a don José María Hernández Chico; ofreció el empleo de intendente y el grado de teniente general al alférez real don Fernando Pérez Marañón, y habiéndose excusado este, hizo sucesivamente igual propuesta a los regidores don José María Septien y don Pedro de Otero, los que tampoco admitieron. Irritado el jefe de la revolución por estas repulsas, designó para ejercer tan alto empleo a don José Francisco Gómez, que había sido ayudante mayor del regimiento provincial de Valladolid, previendo que admitiera el empleo sin excusa ni pretexto.

                              Dedicose luego don Miguel Hidalgo con empeño a organizar su cuerpo de ejército: de los pocos soldados que quedaban del batallón provincial formó una fuerza de artilleros destinada al manejo del los cañones que trataba de fundir; incorporó a sus tropas a los tres escuadrones del regimiento del Príncipe; levantó dos nuevos regimientos de infantería.

                              La falsa noticia de que el brigadier Calleja al frente de numerosas tropas había avanzado hacia Valenciana, después de pasar a cuchillo a cuantos hallaba a su paso, infundió grandísimo temor en los habitantes de Guanajuato la noche del 2 de octubre, y obligó a Hidalgo a poner sobre las armas a su gente, disponiendo que se iluminase la ciudad para evitar la confusión que produjera la obscuridad en los movimientos de si indisciplinado ejército; pronto se convenció el caudillo de la inexactitud de la noticia y así lo avisó a la ciudad. La gran cantidad de barras de plata tomadas en Granaditas le indicaron a Hidalgo la necesidad de crear una casa de moneda, la que en el espacio de algunos días quedó establecida por completo en la hacienda de San Pedro, bajo la dirección de don José María Robles, y de un modo tan perfecto, que las máquinas de aquella casa, hechas por artesanos de Guanajuato, se llevaron mas tarde a México para perfeccionar las del Apartado o establecimiento de acuñación del Rey.

                              Adoptadas estas y otras medidas y atento a la necesidad de propagar rápidamente la revolución en las provincias vecinas antes de comprometer el éxito en un choque con el ejército realista, Hidalgo decidió marchar sobre Valladolid, ciudad rica que aumentaría sus recursos y donde tenía numerosos amigos adictos a la causa de la independencia; así es que, dictadas sus últimas órdenes, hizo salir el 8 de octubre de 1810 para la capital de la vecina intendencia una división de tres mil hombres al mando de don José Mariano Jiménez, y el mismo, al frente del grueso del ejército, marchó dos días mas tarde siguiendo la misma dirección.

                              Tiempo es ya de que volvamos los ojos hacia la capital de la Nueva España para ver cual fue la actitud de la autoridad superior de la colonia ante sucesos tan ruidosos como inesperados. El recién llegado Virey Venagas, tuvo noticias de la conspiración de Querétaro pero no le alarmaron ni le hicieron dictar por lo pronto ninguna disposición vigorosa, pero uno tras otro, y sin darle tregua ni reposo, llegaron a sus manos los avisos de proclamación de la Independencia en Dolores, del gran número de gentes que seguían al cura Hidalgo, de la entrada en San Miguel el Grande, de su marcha aparente hacia Querétaro y, por último, de su entrada en Celaya. Venegas no vaciló sino el tiempo estrictamente necesario para examinar el peligro, pero convencido de que este era gravísimo adoptó una marcha vigorosa, propia de su enérgico carácter y de la dificultad misma de la situación. Quiso ante todo hacer oír su voz en el ámbito del reino dirigiendo un llamado a todos los habitantes excitándolos a la concordia y la obediencia de la autoridad en una proclama de fecha 23 de setiembre de 1810, la que termina con una serie de amenazas en su última parte, por lo que cuatro días mas tarde publicó el Virey Venegas el siguiente bando solemne, antes de acontecer la toma de Guanajuato:

                              DON FRANCISCO VENGAS DE SAAVEDRA, Rodríguez de Arenza, Güemes Mora, Pacheco Daza y Maldonado, Caballero de la Orden de Calatrava, Teniente General de los Reales Ejércitos, Virey, Gobernador y Capitán General de este N. E., Presidente de su Real Audiencia, Superintendente General, Subdelegado de la Real Hacienda, Minas, Azogue y Ramo del Tabaco, Juez Conservador de éste, Presidente de su Real Junta y Subdelegado general de Correos en el mismo Reino.

                              “Los inauditos y escandalosos atentados que han cometido y continúan cometiendo el cura de los Dolores Doctor Don Miguel Hidalgo y los capitanes del Regimiento de Dragones Provinciales de la Reina Don Ignacio Allende y Don Juan Aldama, que después de haber seducido a los incautos vecinos de dicho pueblo, los han llevado tumultuariamente y en forma de asonada, primero a la villa de San Miguel el Grande, y sucesivamente al pueblo de Chamacuero, a la ciudad de Celaya y al valle de Salamanca, haciendo en todos estos parajes la más infame ostentación de su inmoralidad y perversas costumbres; robando y saqueando las casas de los vecinos más honrados para saciar su vil codicia, y profanando con iguales insultos los claustros religiosos y los lugares mas sagrados: me han puesto en la necesidad de tomar prontas, eficaces y oportunas providencias para contenerlos y corregirlos, y de enviar tropas escogidas al cargo de jefes y oficiales de muy acreditado valor, pericia militar, fidelidad y patriotismo que sabrán arrollarlos y destruirlos con todos sus secuaces si se atreven a esperarlos y no toman antes el único recurso que les queda de una fuga precipitada para librarse del brazo terribles de la justicia, que habrá de descargar sobre ellos toda la severidad y rigor de las leyes como corresponde a la enormidad de sus delitos, no solo para imponerles el castigo que merecen como alborotadores de la tranquilidad pública, sino también para vindicar a los fidelísimos Americanos Españoles y naturales de este afortunado reino, cuya reputación, honor y lealtad inmaculada han intentado manchar osadamente queriendo aparentar una causa común contra sus amados hermanos los Europeos, y llegando hasta el sacrilegio medio de valerse de la sacrosanta imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona y Protectora de este reino, para deslumbrar a los incautos con esta apariencia religiosa, que no es otra cosa que la hipocresía mas impudente.

                              Y como puede suceder que arredrados de sus crímenes y espantados con la sola noticia de las tropas enviadas para perseguirlos se divaguen por otras poblaciones, haciendo iguales pillajes y atentando contra la vida de sus mismos paisanos, como lo hicieron en el citado pueblo, dando inhumana muerte a dos americanos y mutilando en San Miguel el Grande a otro, porque fieles a sus deberes no quisieron seguir su facción perversa; he tenido por oportuno que se comunique este aviso a todas las ciudades, villas, pueblos, reducciones, haciendas y rancherías de este reino para que todos se preparen contra la sorpresa de esos bandidos tumultuarios, y se dispongan a rechazarlos con la fuerza procurando su aprehensión en cualquier paraje donde pueda conseguirse: en el concepto de que a los que verificasen la de los tres principales cabecillas de la facción o les dieren muerte, que tan justamente merecen por sus horrorosos delitos, se les gratificará se les gratificará con la cantidad de diez mil pesos inmediatamente y se les atenderá con los demás premios y distinciones debidos a los restauradores del sosiego público, y en la inteligencia que se dará también igual premio y recompensa con el indulto de su complicidad a cualquiera que desgraciadamente los haya seguido en su partido faccionario, y loablemente arrepentido los entregue vivos o muertos. Y para que llegue a noticia de todos mando que, publicado por bando en esta capital, se circulen con toda prontitud y con los mismos fines los correspondientes ejemplares a los tribunales, magistrados, jefes y ministros a quienes toque su promulgación. Dado en el Real Palacio de México a 27 de setiembre de 1810.- Francisco Javier Venegas.- Por mando de su Excelencia, José Ignacio Negreiros y Soria.- Gaceta de México, número correspondiente al 28 de setiembre de 1810."


                              Urgíale a Venegas apresurar la salida de tropas para el interior, situando en Querétaro una fuerza respetable que al mismo tiempo cubriese esa importante ciudad y pudiera obrar oportunamente en combinación con la brigada de las tropas realistas situada en San Luis al mando del ya célebre don Félix Calleja del Rey. El 26 de setiembre salió para Querétaro toda la guarnición de la capital; nuevas tropas fueron llamadas a la capital: los regimientos provinciales de infantería de Puebla y las de Tres Villas, quedando en Orizaba el de Tlaxcala. Pero no bastando estas fuerzas, en sentir de Venegas, para asegurar la capital en presencia de una revolución que tan amenazadoramente se anunciaba, hizo venir a México la marinería de la fragata Atocha en que el mismo Virey había llegado.

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                              • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                                A medida que se extendía la noticia de la proclamación de la independencia diversos sentimientos se apoderaban de los ánimos; en unos, de inmenso regocijo al saber que un ideal por tan largo tiempo acariciado en silencio había comenzado a ser una realidad; en los otros, de temor, despecho y sobresalto al presenciar el súbito levantamiento de un pueblo y el despertar de una nación, cuya existencia libre consideraba incompatible con sus intereses, con su orgullo de raza y con la tradición de mando y predominio que a falta de otros títulos tenían por legítimo y casi sagrado.

                                Formóse, pues, desde el primer momento una estrecha alianza entre todos los intereses amenazados. Aparte del robusto elemento oficial y del partido que hemos llamado español, constituido desde la época de Iturrigaray, la independencia de México tuvo en su contra, desde el instante de su proclamación, a los ricos y a los grandes propietarios; a la aristocracia que se había formado en la colonia entre los descendientes de los conquistadores o por las dádivas y mercedes de los reyes en el transcurso de los siglos; a los empleados que habían vivido en medio de los abusos de una administración complicada y exenta hasta entonces de una eficaz inspección; al alto clero, finalmente, que recibió con el rayo en las manos y la maldición de los labios el anuncio de que la patria alentaba, de que la patria vivía y que se alzaba a reivindicar derechos olvidados y a conquistar libres y como tales mejores destinos.

                                No es maravilla que los ayuntamientos, las corporaciones literarias, los gremios, las agrupaciones todas en que se dividía aquella sociedad jerárquica y en las que dominaba el partido español, alzaran la voz desde que se propagó la noticia del levantamiento de Dolores, asegurando de su fidelidad inalterable a la dominación española. Protestas de adhesión, ofertas que nada valían por hiperbólicas, diatribas contra los caudillos de la independencia aparecían diariamente en la Gaceta de México, cuyas hojas, no bastando a contenerlas, se duplicaban con frecuencia por medio de números suplementarios. Los miembros de la corporación municipal de México dirigieron un manifiesto a los habitantes de la Nueva España afirmando su adhesión al monarca y ofreciendo el sacrificio de sus personas e intereses.

                                El ayuntamiento de Veracruz, al acusar recibo del bando que ponía precio a las cabezas de los tres principales jefes de la independencia, tributaba al virey calorosas gracias por ese bárbaro decreto y afirmaba que la ciudad y la provincia toda antes perecerían que separarse de los deberes que le imponían la naturaleza, la lealtad, la religión y el patriotismo. El de Querétaro se apresuraba a vindicar a aquella ciudad del horrendo cargo de haber sido la cuna del levantamiento. Los de Tepeaca y Huejotzingo agotaban los términos del servilismo. El vecindario de Real de Angangueo, las parcialidades de San Juan y Santiago de México, el gobernador y república de Chalco, el subdelegado de Xochimilco y las autoridades de Nopalucan protestaban la mas completa sumisión y se desataban el improperios contra los independientes. La corporación municipal de Oaxaca ofrecía al virey, un mes mas tarde, sus propios y rentas para sostener la guerra. Mas petulante el ayuntamiento de Tlaxcala, recordaba los servicios y acendrada lealtad de los antiguos habitantes de aquella comarca, y afirmaban que los mismos nobles sentimientos que animaron aquellos cuando se pusieron a las órdenes de Hernán Cortes y reconocieron al emperador Carlos V, alentaba a la sazón a sus descendientes. El rector de la Universidad de México se apresuraba a participar al virey que Hidalgo no había recibido en ella el grado de doctor. Al mismo tiempo el Colegio de Abogados borraba de la lista de sus miembros a don Ignacio Aldama.

                                Quiso Venegas que la revolución fuera combatida también por las demás corporaciones literarias y por los individuos notables por sus luces; y una lluvia de manifiestos, proclamas, exhortaciones y folletos cayó por la voluntad virreinal sobre los habitantes de la Nueva España, henchidos de denuestos contra los caudillos de la revolución y más airados aún contra el sentido común. El abogado Azcárate, uno de los que con tanto esfuerzo promovieron en las juntas de Iturrigaray la independencia y que languidecía en una prisión desde el 16 de septiembre de 1808, fue el autor de una alocución del Colegio de Abogados de México, que Alamán llama profética y en la que se aseguraba que con el triunfo de la independencia acabaría el orden, la virtud y la justicia; las ciudades quedarían convertidas en escombros; morirían las ciencias, las artes, la minería, la agricultura, la industria y el comercio; la tierra produciría espinas y el país se vería privado de la santa religión que profesaba, como lo fue en Asia, África y gran parte de Europa. Otros muchos hicieron crujir las prensas con sus remuneradas lucubraciones, distinguiéndose las que escritas por hombres de poca valía y escasa o ninguna instrucción, trataban en estilo vulgar y en el lenguaje usado por el pueblo bajo de los graves asuntos que ocupaban entonces la opinión pública, llegando a tal extremo el desenfreno de estos improvisados publicistas, que el mismo virey vióse forzado mas de una vez a prohibir la impresión de aquellas sus miserables producciones.

                                La Iglesia, como hemos dicho ya, se alzó irritada y tremenda contra la Independencia desde los primeros momentos. El primero que lanzó los rayos de la Iglesia sobre los defensores de la Independencia fue el obispo electo de Michoacán don Manuel Abad y Queipo, publicado en 24 de setiembre de 1810; el arzobispo Lizana dirigía a sus ovejas, el 18 de octubre, una pastoral combatiendo los principios de la revolución:

                                “ Hijos míos, no os dejéis engañar: el cura Hidalgo está procesado por hereje; no busca vuestra fortuna sino la suya; ahora os lisonjea con el atractivo halagüeño de que os dará tierra; no la dará, y os quitará la fe; os impondrá tributos y servicios personales, porque de otro modo no puede subsistir en la elevación a que aspira, y derramará vuestra sangre y la de vuestros hijos para conservarla y engrandecerla, como ha practicado Bonaparte . . . Huid del que os enseña doctrina que reprueba con las Santas Escrituras nuestra Santa Madre Iglesia, y que puesta en práctica, revolvería y acabaría el mundo, siendo vosotros una de la víctimas. ¡Viva la Religión, que no vive con los que enseñan y obran contra la doctrina de la Santa Madre Iglesia! Viva la Virgen de Guadalupe, que no vive con el que niega que sea virgen ni con los que revuelven y amotinan los países de esta Señora! ¡Viva Fernando VII, que no vive con la independencia de sus vasallos!”

                                Don Manuel Ignacio González del Campillo, obispo de Puebla, no tardó en imitar a Queipo y Lizana, pero mas decidido y brioso que estos, y convocó a junta solemne en el coro de su catedral a los miembros del cabildo, a los curas de la ciudad y a los de las poblaciones foráneas que se hallaban en ella a la sazón y a todos los ordenados in sacris, haciendo que prestasen juramento, cuya fórmula el mismo redactó, de obediencia al gobierno virreinal, de acatar a Fernando VII, de usar todos los medios oportunos para dirigir la opinión en el sentido de sumisión al rey, cuidando de averiguar si en los lugares de su residencia había algunas personas que fomentasen la sedición o tuviesen juntas, para dar cuenta al gobierno.

                                El obispo de Guadalajara, Ruiz de Cabañas, fulminó a su vez la excomunión contra los Independientes; el obispo de Oaxaca, don Antonio Bergosa, que superó a todos sus colegas en la acritud y crudeza del lenguaje y que mas tarde llegó a ocupar la silla arzobispal de México, se desató en denuestos indignos de su carácter religioso. En esta ardiente cruzada, la Inquisición tomó también activo participio, publicando un edicto con fecha 13 de octubre de 1810, en el que hacía cargos a Hidalgo de todas las acusaciones que en su contra se habían presentado al tribunal de la fe, y por las cuales se había comenzado causa contra él desde el año de 1800.

                                Entretanto, el hombre excomulgado por los obispos, emplazado por la Inquisición, odiado por todas las clases privilegiadas, sobre quien se descargaba la elocuencia de los oradores sagrados y el veneno de los asalariados folletistas, y cuya cabeza estaba puesta aprecio por el virey Venegas, avanzaba hacia Valladolid. . .

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