Re: Simplemente...de todo, un poco...
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. . . . Un padre Alva, residente en México, le escribió en aquellos días a Morelos, dándole aviso de que dos hombres habían salido de la misma capital con el propósito de envenenarle y que debían presentarse en calidad de armeros, ofreciéndole como tales sus servicios. Llegaron en breve dos hombres, cuyas señas coincidían con la filiación enviada por el padre Alva; ordenó el caudillo que se les aprehendiese y que fueran conducidos al presidio que tenía establecido en Zacatula; algún tiempo después llamoles a su lado, los colmó de favores y distinciones, y aquellos dos hombres trocaron sus siniestras miras en una gratitud sin límites y en una constante fidelidad.
Pocos días mas tarde recibió Morelos una nota reservada de López Rayón en la que este le participaba que la junta de Zitácuaro tenía noticia de que entre las personas de la particular confianza del ilustre patriota había una, cuyo nombre ignoraba el autor del aviso, que estaba comprometida a entregarlo al virey; y como indicase en la carta que el que tal propósito alentaba era un hombre muy grueso, Morelos contestó a López Rayón: “Aquí no hay mas barrigón que yo, no obstante que mis enfermedades me han desbastado.”
Tabares, el mismo que traicionó al jefe español Paris en su campamento de Tres Palos, y un norte-americano llamado David Faro, tránsfuga de la fortaleza de Acapulco, descontentos de Morelos, que no accedió a concederles los grados militares que ellos pretendían, concertaron a mediados de agosto de 1811 una tenebrosa conjuración que principiaría con el asesinato de todos los jefes Independientes, incluso su bravo general. Parece que Galeana tuvo aviso de la siniestra trama que urdían en Chilpancingo Tabares y Faro, y lo puso todo en conocimiento de Morelos. Este comprendió desde luego el peligro y poniéndose a la cabeza de dos compañías salió precipitadamente de Chilapa con dirección a Chilpancingo. Ya no se hallaban allí los conspiradores: sabiendo que todo lo había descubierto Morelos, se dirigieron a la Costa y pusiéronse de acuerdo con un oficial llamado Mayo, subalterno del coronel Avila en el Veladero, quien, sorprendiendo a su jefe, tomó el mando de las tropas que cubrían esta importante posición.
La sola presencia de Morelos bastó para atajar una cotrarrevolución que amenazaba asumir colosales proporciones; repuso a Avila en el mando del Veladero, infundió confianza y mayor disciplina en las tropas de la Costa, y engañando a los dos cabecillas con la promesa del mando de una expedición a Oaxaca los llevó consigo a Chilapa, donde don Leonardo Bravo los hizo degollar, al mismo tiempo que el coronel Avila ordenaba el fusilamiento del traidor Mayo.
Alentados varios de los partidarios de la Independencia en la capital del virreinato con los brillantes triunfos de Morelos en el Sur, así como con la desastrosa retirada de Emparán después de su infructuoso ataque sobre Zitácuaro, y ensoberbecidos con los reiterados asaltos a los realistas de Valladolid y las audaces correrías de Albino García en el Bajío, trataron de acelerar el triunfo de la revolución apoderándose del mismo virey Venegas. Ya desde abril de 1811 algo habían intentado en ese sentido, y la autoridad hubo de ordenar la prisión de varios individuos.
Las derrotas de los realistas en el primer semestre de 1811, hicieron cobrar mayor aliento a los conjurados, y al aproximarse el mes de agosto su plan estaba concertado y a punto de ponerse en ejecución. Consistía aquel en sorprender la pequeña escolta que acompañaba al virey en el paseo que todas las tardes salía, a orillas del canal de La Viga, y apoderarse de este alto personaje y conducirle a Zitácuaro, a fin de que López Rayón le hiciese firmar las órdenes convenientes para disponer del reino a su arbitrio. Una campana de La Merced echada al vuelo, y la detonación de algunos cohetes debían servir de aviso a los demás conjurados de que la prisión de Venegas acababa de efectuarse. Estos levantarían en el acto al pueblo apellidando la Independencia, y luego aprehenderían a los miembros de la Audiencia, a las principales autoridades y otras personas distinguidas, haciéndose dueños de las armas depositadas en los cuarteles y ocupando violentamente el viejo palacio virreinal.
Reuníanse los conspiradores en la casa de don Antonio Rodríguez Dongo, situada en el callejón de la Polilla, y eran, aparte de este, los frailes Agustinos Juan Nepomuceno Castro, Vicente Negreiros y Manuel Rosendi; los cabos del regimiento del Comercio Ignacio Cataño y José María Ayala; Félix Pineda, Mariano Hernandez, José María Gonzalez y Rafael mendoza, malhechor prófugo de la cárcel, y el abogado Antonio Ferrer, que ejercía un empleo en el juzgado de bienes de difuntos. Los conspiradores señalaron el 3 de agosto para la realización de sus planes. Pero desde las once de la noche del 2 tuvo el virey aviso de todo lo que se preparaba en su daño por denuncia que le hizo uno de los conjurados llamado Cristobal Morante, que había asistido a la última junta por estos celebrada. En la mañana del mismo dia 3 de agosto el abogado Ferrer se presentó al empleado de la secretaría de cámara del virreinato don Manuel Terán, diciéndole que se había adoptado el plan que el mismo acordara, y le recomendó que esa misma tarde se presentase a caballo y armado en el pseo de La Viga, donde se hallaría el también.
Apenas partió Ferrer, el empleado Terán puso en conocimiento del presidente de la Junta de Seguridad todo lo que acababa de oir, y este funcionario, prevenido desde la noche anterior por el aviso que le había dado el virey, procedió a la prisión de todos los conjurados que fue posible encontrar, pues algunos de entre ellos lograron fugarse. Venagas anunció a los habitantes de la capital el descubrimiento de la conspiración, y explicó con ese motivo las medidas de precaución adoptadas.
Grande fue la actividad desplegada por el gobierno virreinal en la formación de causas contra los aprehendidos, unos fueron sentenciados muerte otros a presidio y a penas menores, asistiendo a presenciar las ejecuciones, que efectuáronse en la plazuela de Mixcalco la mañana del 29 de agosto. Quedaban aun los frayles Agustinos, quienes, sentenciados el 19 de setiembre por el tribunal eclesiástico a la degradación e impedimento de todo ejercicio de orden, fueron entregados al brazo secular; pero no creyendo Venagas conveniente dar en México el espectáculo de la ejecución de un sacerdote, envió a los tres acusados a la Habana, reclusos en el convento de su orden en esa capital, habiendo fallecido el padre Castro en la fortaleza de Ulua antes del embarque.
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. . . . Un padre Alva, residente en México, le escribió en aquellos días a Morelos, dándole aviso de que dos hombres habían salido de la misma capital con el propósito de envenenarle y que debían presentarse en calidad de armeros, ofreciéndole como tales sus servicios. Llegaron en breve dos hombres, cuyas señas coincidían con la filiación enviada por el padre Alva; ordenó el caudillo que se les aprehendiese y que fueran conducidos al presidio que tenía establecido en Zacatula; algún tiempo después llamoles a su lado, los colmó de favores y distinciones, y aquellos dos hombres trocaron sus siniestras miras en una gratitud sin límites y en una constante fidelidad.
Pocos días mas tarde recibió Morelos una nota reservada de López Rayón en la que este le participaba que la junta de Zitácuaro tenía noticia de que entre las personas de la particular confianza del ilustre patriota había una, cuyo nombre ignoraba el autor del aviso, que estaba comprometida a entregarlo al virey; y como indicase en la carta que el que tal propósito alentaba era un hombre muy grueso, Morelos contestó a López Rayón: “Aquí no hay mas barrigón que yo, no obstante que mis enfermedades me han desbastado.”
Tabares, el mismo que traicionó al jefe español Paris en su campamento de Tres Palos, y un norte-americano llamado David Faro, tránsfuga de la fortaleza de Acapulco, descontentos de Morelos, que no accedió a concederles los grados militares que ellos pretendían, concertaron a mediados de agosto de 1811 una tenebrosa conjuración que principiaría con el asesinato de todos los jefes Independientes, incluso su bravo general. Parece que Galeana tuvo aviso de la siniestra trama que urdían en Chilpancingo Tabares y Faro, y lo puso todo en conocimiento de Morelos. Este comprendió desde luego el peligro y poniéndose a la cabeza de dos compañías salió precipitadamente de Chilapa con dirección a Chilpancingo. Ya no se hallaban allí los conspiradores: sabiendo que todo lo había descubierto Morelos, se dirigieron a la Costa y pusiéronse de acuerdo con un oficial llamado Mayo, subalterno del coronel Avila en el Veladero, quien, sorprendiendo a su jefe, tomó el mando de las tropas que cubrían esta importante posición.
La sola presencia de Morelos bastó para atajar una cotrarrevolución que amenazaba asumir colosales proporciones; repuso a Avila en el mando del Veladero, infundió confianza y mayor disciplina en las tropas de la Costa, y engañando a los dos cabecillas con la promesa del mando de una expedición a Oaxaca los llevó consigo a Chilapa, donde don Leonardo Bravo los hizo degollar, al mismo tiempo que el coronel Avila ordenaba el fusilamiento del traidor Mayo.
Alentados varios de los partidarios de la Independencia en la capital del virreinato con los brillantes triunfos de Morelos en el Sur, así como con la desastrosa retirada de Emparán después de su infructuoso ataque sobre Zitácuaro, y ensoberbecidos con los reiterados asaltos a los realistas de Valladolid y las audaces correrías de Albino García en el Bajío, trataron de acelerar el triunfo de la revolución apoderándose del mismo virey Venegas. Ya desde abril de 1811 algo habían intentado en ese sentido, y la autoridad hubo de ordenar la prisión de varios individuos.
Las derrotas de los realistas en el primer semestre de 1811, hicieron cobrar mayor aliento a los conjurados, y al aproximarse el mes de agosto su plan estaba concertado y a punto de ponerse en ejecución. Consistía aquel en sorprender la pequeña escolta que acompañaba al virey en el paseo que todas las tardes salía, a orillas del canal de La Viga, y apoderarse de este alto personaje y conducirle a Zitácuaro, a fin de que López Rayón le hiciese firmar las órdenes convenientes para disponer del reino a su arbitrio. Una campana de La Merced echada al vuelo, y la detonación de algunos cohetes debían servir de aviso a los demás conjurados de que la prisión de Venegas acababa de efectuarse. Estos levantarían en el acto al pueblo apellidando la Independencia, y luego aprehenderían a los miembros de la Audiencia, a las principales autoridades y otras personas distinguidas, haciéndose dueños de las armas depositadas en los cuarteles y ocupando violentamente el viejo palacio virreinal.
Reuníanse los conspiradores en la casa de don Antonio Rodríguez Dongo, situada en el callejón de la Polilla, y eran, aparte de este, los frailes Agustinos Juan Nepomuceno Castro, Vicente Negreiros y Manuel Rosendi; los cabos del regimiento del Comercio Ignacio Cataño y José María Ayala; Félix Pineda, Mariano Hernandez, José María Gonzalez y Rafael mendoza, malhechor prófugo de la cárcel, y el abogado Antonio Ferrer, que ejercía un empleo en el juzgado de bienes de difuntos. Los conspiradores señalaron el 3 de agosto para la realización de sus planes. Pero desde las once de la noche del 2 tuvo el virey aviso de todo lo que se preparaba en su daño por denuncia que le hizo uno de los conjurados llamado Cristobal Morante, que había asistido a la última junta por estos celebrada. En la mañana del mismo dia 3 de agosto el abogado Ferrer se presentó al empleado de la secretaría de cámara del virreinato don Manuel Terán, diciéndole que se había adoptado el plan que el mismo acordara, y le recomendó que esa misma tarde se presentase a caballo y armado en el pseo de La Viga, donde se hallaría el también.
Apenas partió Ferrer, el empleado Terán puso en conocimiento del presidente de la Junta de Seguridad todo lo que acababa de oir, y este funcionario, prevenido desde la noche anterior por el aviso que le había dado el virey, procedió a la prisión de todos los conjurados que fue posible encontrar, pues algunos de entre ellos lograron fugarse. Venagas anunció a los habitantes de la capital el descubrimiento de la conspiración, y explicó con ese motivo las medidas de precaución adoptadas.
Grande fue la actividad desplegada por el gobierno virreinal en la formación de causas contra los aprehendidos, unos fueron sentenciados muerte otros a presidio y a penas menores, asistiendo a presenciar las ejecuciones, que efectuáronse en la plazuela de Mixcalco la mañana del 29 de agosto. Quedaban aun los frayles Agustinos, quienes, sentenciados el 19 de setiembre por el tribunal eclesiástico a la degradación e impedimento de todo ejercicio de orden, fueron entregados al brazo secular; pero no creyendo Venagas conveniente dar en México el espectáculo de la ejecución de un sacerdote, envió a los tres acusados a la Habana, reclusos en el convento de su orden en esa capital, habiendo fallecido el padre Castro en la fortaleza de Ulua antes del embarque.
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