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Simplemente...de todo, un poco...

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  • Re: Simplemente...de todo, un poco...

    Una parte de aquel numeroso e indisciplinado ejército se acercó a Querétaro, donde Flon había llegado ya con sus fuerzas que de México salieron a sus órdenes. Este jefe destacó contra los independientes una sección de seiscientos hombres compuesta de infantería de Celaya, dragones de Sierra Gorda y una compañía de voluntarios formada por los españoles que de aquella ciudad habían huido a Querétaro, poniendo esta pequeña fuerza al mando del sargento mayor don Bernardo Tello, quien encontró a los contrarios en número de tres mil situados convenientemente en el puerto de Carroza. A la vista de un enemigo tan superior en fuerza numérica la tropa realista se dispersó, no quedando a Tello mas que ciento ochenta soldados; volvieron, sin embargo, los dispersos, y empeñada la acción quedaron desalojados los insurgentes de sus posiciones, debido a las descargas de la artillería que hicieron algunos destrozos en sus filas. Este encuentro que no tuvo resultados importantes, fue celebrado en Querétaro con grandes demostraciones de júbilo.

    Colocado en Guanajuato entre la brigada de Calleja residente en San Luis y las tropas que a las órdenes del conde de la Cadena don Manuel Flon acababan de entrar a Querétaro, Hidalgo tenía que elegir uno de estos dos planes: caer con todas sus fuerzas sobre Calleja, y después de destruirlo echarse sobre Flon y vencerle, o marchar sobre Valladolid escapando así de la posición en que lo tenían colocado las tropas realistas de San Luis y de Querétaro. La calidad de su ejército, compuesto en su inmensa mayoría de fuerzas indisciplinadas, con poco y casi inservible armamento, no le permitía adoptar el primero de esos medios. Optó, en consecuencia, por la marcha hacia Valladolid, desde cuyo punto podía amenazar a la misma capital del Virreinato. Valladolid, ciudad rica e importante, brindaba a la causa de la independencia cuantiosos recursos; mal defendida, su adquisición no podía obligar a Hidalgo a emprender un asedio normal, y situada fuera de la línea amenazada por Flon y Calleja ofrecía a los independientes seguridad y tiempo para combinar sus planes ulteriores.

    El grueso del ejército con Hidalgo a la cabeza avanzó por el Valle de Santiago, Salvatierra, Acámbaro, Zinapécuaro e Indaparapeo, uniéndose en este último lugar con Aldama, que al frente de una división se había desviado por el rumbo de Celaya con el objeto de reclutar mas gente en esa poblada comarca del Bajío. Con el ejército marchaban ´prisioneros treinta y ocho españoles.
    Hubo en Valladolid intentos de resistir al ejército independiente, fuerte en aquellos momentos de sesenta mil hombres con cuatro cañones, dos de madera y dos de bronce. El clero de la ciudad, instigado por el inquieto y ambicioso Abad y Queipo, se puso a la cabeza de los belicosos urgiendo a la autoridad civil a que adoptase violentas y eficaces medidas de defensa y nombrando cuatro canónigos que le asistiesen con sus luces, pues el coronel García Conde, que debía tomar el mando de las armas, el intendente Merino y el coronel conde de Casa Real, que salieron de México con dirección a Valladolid, habían sido aprehendidos en Acámbaro por una partida de independientes al mando del torero Luna.

    Sin jefe superior militar que tomase las providencias necesarias, Abad y Queipo se arrogó amplias facultades mandando bajar de una de las torres de la catedral el esquilón mayor para convertirlo en pieza de artillería y equipando un cuerpo que puso a las órdenes del canónigo don Agustín Ledos. Con esta fuerza, unida al regimiento provincial, creía el Obispo resistir al numeroso ejército comandado por Hidalgo. Pero la rápida marcha de Hidalgo, la actitud amenazadora del pueblo que ya mostraba abiertamente sus simpatías por la causa de la independencia, decidieron por fin al presuntuoso obispo electo a prescindir de su primera intención. Apenas se supo en Valladolid la entrada de los independientes en Acámbaro, suspendiéronse los aprestos de guerra, y el obispo Abad y Queipo, siete prelados, el intendente interino don Juan Alonso de Terán y otras muchas personas, en su mayor parte españoles allí avecindados, salieron de la ciudad con dirección a México.

    El obispo y los canónigos hubieron de llagar felizmente a su destino, pero el intendente Terán, así como otros muchos de los fugitivos, fueron detenidos en Huetamo y enviados algunos días después a Valladolid; Don Agustín de Iturbide también abandonó la ciudad con setenta hombres de su regimiento; Hidalgo le hizo proponer el empleo de teniente general, si quería unirse al él, Iturbide lo rehusó y continuó su marcha a México a presentarse al Virey.

    Salió al encuentro de Hidalgo, hasta Indaparapeo, distante siete leguas de Valladolid, una comisión compuesta del canónigo Betancourt, del capitán don José María Arancivía y del regidor Isidro Huarte para ofrecerla la sumisión de Valladolid. El 15 de octubre de 1810 entraron los primeros pelotones al mando del coronel Rosales, al día siguiente el joven y valiente Jimenez y su fuerte división, y el 17 a las once de la mañana Hidalgo y los otros jefes superiores con el resto del ejército al son de un repique general y en medio de las entusiastas aclamaciones de la multitud. Al pasar por la catedral se apeó del caballo el jefe de la revolución para entrar a dar gracias, y hallando las puertas cerradas se irritó sobremanera y dio orden para que se abriesen luego, lo cual se efectuó sin conocimiento ni intervención de los capitulares. Al día siguiente se celebró una misa solemne de acción de gracias, pero a ella no asistió Hidalgo sino Allende.

    El día 18 de octubre, poco después de terminada la misa de acción de gracias, las masa se echaron sobre las casas de algunos españoles, hasta el número de catorce, destruyendo todo lo que hallaron a mano y que no podían llevar consigo. Al tener noticia de este desorden, Allende montó a caballo y se dirigió a reprimir tan lamentables atentados; en medio de la confusión y sin orden de algún jefe, un artillero llamado Ramírez disparó uno de los cañones sobre la multitud de saqueadores, matando he hiriendo a catorce de ellos, con lo cual se sosegó el saqueo, pero no sin que Allende hubiese apurado un vaso de aguardiente a la vista de la multitud y que se hizo servir en una de las tiendas amenazadas, para demostrar que no contenía veneno, pues ese fue el pretexto de que algunos se valieron para excitar al pueblo y a los indios a que robaran las tiendas y casas de los españoles.

    Dos días permaneció Hidalgo con su ejército en Valladolid allegando hombres, armas y dinero. El regimiento provincial, compuesto de dos batallones, el de dragones de Pátzcuaro y ocho compañías levantadas últimamente en la ciudad, bien armadas y cuyo mando se había conferido al canónigo Ledos, quien a la sazón huía a México, se incorporaron a los defensores de la independencia. De las arcas de la catedral tomó el jefe de la revolución cuatrocientos mil pesos pertenecientes a la Iglesia, y el resto hasta setecientos mil, de fondos de particulares que allí estaban depositados.

    Hidalgo nombró intendente a don José María de Ansorena, quien inauguró su gobierno publicando un bando contra los saqueadores, y por el que abolía la esclavitud en Michoacán y el pago de tributos y otras gabelas que pesaban sobre las clases desvalidas. Salió de Valladolid el 19 de octubre de 1810.

    En Indaparapeo se le presentó un clérigo pidiéndole servir en el ejército con calidad de capellán. Dijole que él amaba también a su patria y que estaba pronto a dar su sangre por ella; que desde algunos meses atrás se preparaba a la lucha fortificando su curato de Carácuaro. La voz de aquel hombre se animaba gradualmente, y al concluir su corta y ardiente relación su acento era tempestuosos y terrible. Los principales jefes del ejército, escucháronle con silencioso respeto. Hidalgo que había reconocido en su interlocutor a un antiguo discípulo, pidió recado de escribir, y después de trazar algunas líneas entrgó un papel a aquel hombre, diciéndole. . . . . . .

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    • Re: Simplemente...de todo, un poco...

      .............“Seréis mejor General que capellán; ahí tenéis vuestro nombramiento.” - Este papel contenía lo siguiente: “Por el presente, comisiono en toda forma a mi lugarteniente el Br. Don José María Morelos, cura de Carácuaro, para que en las costas del sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado.- Miguel Hidalgo y Costilla.” Las instrucciones verbales se referían a la organización del gobierno en los lugares que se ocuparan en lo sucesivo, a la aprehensión de los españoles y secuestro de sus bienes para mantener la tropa y al ataque a la plaza de Acapulco. Morelos no pidió armas, hombres ni dinero, y solo admitió el nombramiento que Hidalgo acababa de poner en sus manos. En seguida se separaron aquellos dos ilustres defensores de la independencia para no volver a verse mas.

      El ejército llegó a Acámbaro; ahí se pasó revista general dividiéndose este en regimientos de mil hombres; luego reunidos en junta todos los oficiales, fue nombrado Hidalgo Generalísimo, Allende capitán general, Aldama, Balleza, Jiménez y Arias (el mismo que denunció la conspiración de Querétaro) fueron promovidos a tenientes generales, y a don Ignacio Martínez, Abasolo, Ocón y don José Antonio Martínez se les dio el grado de mariscal de campo, festejándose el acto con un Te-Deum, repiques y salvas de artillería. Los nuevamente ascendidos se pusieron sus nuevos uniformes y divisas, siendo el de Hidalgo una casaca azul con collarín, vueltas y solapas de dolor rojo con bordados de oro y plata, tahalí negro también bordado, y en el pecho una placa de oro con la Virgen de Guadalupe.

      Después de estas disposiciones, continuaron los Independientes su marcha por Maravatío, Tepetongo, la Jordana e Ixtlahuaca. A su paso por los pueblos, haciendas y rancherías se engrosaban sus filas y recibíase a Hidalgo en medio de entusiastas aclamaciones y al alegre son de las campanas. Su entrada en Toluca no fue acompañada de ningún desorden; la plebe intentó saquear la casa de un español cuando ya el ejército estaba en camino a Lerma, pero contenida por el padre Balleza, se redujo a insultar a García Conde.

      Alarmado Venegas por las noticias que recibió de los movimientos de Hidalgo con dirección a Toluca, hizo salir para esta ciudad al regimiento de infantería de Tres Villas, dos batallones mandados por el mayor don José Mendívil, algunos centenares de dragones de España y otros piquetes de menor importancia, poniendo toda la división, fuerte de dos mil hombres perfectamente armados y equipados, a las órdenes del teniente coronel don Torcuato Trujillo. En esa división marchaba también don Agustín de Iturbide. La ciudad capital quedó guarnecida con el regimiento urbano de comercio, y el de patriotas distinguidos de Fernando VII.

      El día 27 de octubre de 1810, Trujillo salió de Toluca con el propósito de hacer un reconocimiento por la anchurosa y árida cañada de Ixtlahuaca; pero a las siete de la noche se encontró con los fugitivos de un fuerte destacamento que situado por su orden en el puente de Don Bernabé, sobre el rio Lerma, y equidistante de Toluca e Ixtlahuaca, había sido dispersado por los Independientes. Convencido de la aproximación del numeroso ejército de Hidalgo y no considerándose seguro en Toluca, contramarchó violentamente, evacuó esta ciudad y se retiró a Lerma, tomando posición en la orilla del rio que lleva este nombre, disponiendo que se abriese una cortadura en la calzada que va de Toluca y que se levantase una fuerte t.r.i.n.ch.e.r.a para sostener con escaso número de tropas el puente que colocado a la entrada de la población da paso sobre el rio. En esta actitud permanecieron los realistas durante todo el día 28, esperando ser atacados de un momento a otro por la calzada de Toluca, pero al siguiente, 29, Trujillo, advertido por el cura Viana, de Lerma, de que los Insurgentes pudieran dirigirse por el puente de Atengo, situado al sur de esta ciudad, para cortarle la retirada, empezó a concebir serios temores por la seguridad de su nueva posición.

      Destacó entonces algunas tropas para defender aquel punto, y previno al subdelegado de Santiago Tianguistengo, pueblo cercano al puente, que cortase este a fin de impedir el paso del enemigo. Pero las ordenes de Trujillo no se ejecutaron con puntualidad: su destacamento fue arrollado, y una fuerte división del ejercito Independiente se desbordó impetuosa por el fuerte de Atengo con el intento de seguir avanzando por el camino que de Santiago Tianguistengo conduce a Cuajimalpa y de envolver por la espalda a los realistas.
      Hidalgo, en efecto, había ocupado a Toluca el 28 de octubre y concertado con Allende el plan de ataque que principió a realizarse el día 29. En tanto que el segundo ocupaba el puente de Atengo, arrollaba al destacamento de realistas y avanzaba por el camino de Santiago, al sur de Lerma, gruesas bandas del ejército Independiente llamaban la atención de Trujillo atacando el puente de aquella ciudad defendido por el mayor Mendivil.

      Sabedor el jefe de la división realista del paso de Allende por el puente de Atengo, comprendió inmediatamente el peligro en que se hallaba, y acto continuo dispuso retirarse al Monte de Las Cruces, a fin de ocupar antes que los Independientes las posiciones que le aseguraban su retirada a la capital. Para sostener su marcha retrógrada dejó en el puente de Lerma a un batallón de Tres Villas y algunos Dragones de España, y el, violentamente salió a las cinco de la tarde e hizo alto cuatro horas después en el Monte de Las Cruces, tomando posición en una pequeña eminencia de no muy amplia superficie, donde el camino real hace una curva, y a corta distancia de un caserío.

      Las avanzadas del fuerte cuerpo del ejército mandado por Allende llegaban al Monte de Las Cruces media hora después que los realistas, y sostuvieron un largo rato un vivo fuego de fusilería.

      Los dos ejércitos pasaron el resto de la noche del 29 de octubre de 1810 ocupando el ancho bosque, al lado el uno del otro, y en espera del nuevo día para venir a las manos.........

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      • Re: Simplemente...de todo, un poco...

        A las ocho de la mañana del 30 de octubre de 1810 avanzó una columna de Independientes por el camino real trabando recio combate con la vanguardia de caballería realista, la que logró rechazar a sus contrarios haciéndoles varios muertos, heridos y prisioneros. En estos momentos Trujillo recibió un oportuno refuerzo enviado por Venegas, consistente en dos cañones de a cuatro dirigidos por el teniente de navío Ustariz, cincuenta voluntarios mandados por el capitán don Antonio Bringas y trescientos treinta mulatos y criados de las haciendas de don Gabriel Yermo y de don José María Manzano, armados con lanzas. Eran las once de la mañana cuando una fuerte columna de ataque se movió en medio de imponente gritería con dirección al centro del ejército realista. Formábanla cinco compañías del regimiento de Celaya, todo el regimiento provincial de Valladolid y el batallón de Guanajuato, que servía cuatro cañones que iban a la cabeza de la columna; la retaguardia y los flancos iban cubiertos por los regimientos de caballería de Pátzcuaro, Reina y Príncipe y por un gran número de infantes y soldados de caballería, mal armados y en verdadera confusión. Todas estas tropas se pusieron a las órdenes inmediatas del intrépido Abasolo, que dio en esta jornada pruebas del mas intrépido valor.

        La columna acometió con brío la fuerte posición de los realistas y se sostuvo bizarramente ante el continuo fuego de los cañones dirigidos por Ustariz y los nutridos disparos de la disciplinada infantería de Tres Villas. Las masas de indios mal armados que cubrían los flancos de la columna de ataque fueron blanco de la artillería realista que barría filas enteras, sin que los demás flaquearan ni dieran muestras de retirarse fuera del alcance de las mortíferas descargas; antes bien, enardecidos por aquella matanza se lanzaron varias veces contra las posiciones enemigas resueltos a tomar la artillería, descendiendo otras tantas mermados por el certero fuego de los realistas.

        Allende, que dirigía la batalla por parte de los Independientes, y a quien mataron uno de los caballos que montó durante aquella acción memorable, hubo de comprender que no era fácil forzar el paso, y comunicando con rapidez sus órdenes dispuso ocupar las alturas cubiertas por el bosque que dominaban la meseta en que se habían hecho firmes los realistas, con el propósito también de cortarles la retirada por el camino de México. En cumplimiento de esta acertada disposición el bravo Jiménez, al frente de tres mil hombres y llevando uno de los cañones, desfiló violentamente por caminos de vereda, y al llegar a una de las alturas rompió vivísimo fuego sobre la izquierda de las posiciones de Trujillo, logrando desmontar a poco una de las piezas de la artillería española y demostrando a aquél de esta manera la torpe elección que había hecho al situarse en la dominada meseta.

        Este ataque inesperado y brusco desconcertó por lo pronto al jefe realista, pero reponiéndose rápidamente cambió el orden de defensa: para hacer frente a la gruesa columna que había dado principio al combate y que luego se desplegó en línea de batalla, situó a la izquierda al capitán Bringas con los voluntarios, los lanceros de Yermo y varias compañías de Tres Villas; a la derecha al teniente don Agustín de Iturbide con otras compañías, y en el centro, cubriendo el camino, a varios piquetes con una pieza de artillería al mando del mayor Mendivil, quien, herido desde el principio de la acción, continuaba, sin embargo, sereno y firme en el campo de batalla. Las pocas tropas que le quedaban libres fueron destinadas a hacer frente a la división de Jiménez, que ganaba terreno a cada momento y por entre la espesura del bosque avanzaba sobre la retaguardia de los realistas. No tardaron ambas fuerzas en encontrarse, y entonces se trabó entre los altos pinos una lucha sangrienta y obstinada, peleándose con igual ardor por ambas partes.

        La acción se había hecho general y el espacio ocupado por los realistas se iba reduciendo sensiblemente al empuje del círculo de fuego que los rodeaba. El capitán Bringas estab herido mortalmente; Mendivil recibió otras heridas que le obligaron a abandonar su puesto; varios oficiales y centenares de realistas cubrían la meseta revolcándose en su sangre, y los soldados, cuyo desaliento era visible, empezaron a desmayar hasta el grado de obligar a Trujillo a que oyese las proposiciones de avenimiento que sin cesar le dirigían los Independientes en medio del estruendo del combate. Se prestó por fin a ellos, pero para cometer la mas torpe de las vilezas, pues fingiendo oír a los que se presentaron como parlamentarios, dejó que se acercasen, y antes de que terminaran de hablar mandó hacer fuego a quema ropa, cayendo muertos muchos de entre ellos. Esta infame felonía, que había de ser condenada a poco en la misma España y de la que hizo mérito el jefe realista en su parte al virey, encendió terrible furor en los Independientes que redoblaron sus esfuerzos para dar término al combate.

        Caía ya la tarde; los realistas en gran número yacían por tierra muertos o heridos; el parque se había agotado por los que todavía peleaban; el único cañón que les quedaba y con el que Mendivil defendía con tanto valor el camino real, acababa de caer en poder de los independientes, que lo disparaban contra ellos: entonces Trujillo, reuniendo los restos de sus tropas, emprendió violenta retirada hacia México abriéndose paso con el arrojo de la desesperación por entre las masas de combatientes que le cercaban. Tenazmente perseguido por la caballería, su retirada se convirtió al llegar a la venta de Cuajimalpa en presurosa fuga; allí le abandonaron casi todos los que sacó del campo de batalla, y cuando pernoctó en Santa Fe llevaba en su seguimiento cincuenta soldados y algunos oficiales, entre los que se encontraba don Agustín de Iturbide. Con este triste séquito llegó el día 31 de octubre a Chapultepec, desde donde envió el inexacto parte de su derrota.

        Las huestes vencedoras hicieron retemblar el Monte de las Cruces con sus cantos de victoria; numerosas y rojizas luminarias alumbraban el sitio de la lucha, guiando a los que sepultaban los cadáveres y recogían los numerosos despojos de los vencidos realistas. Calculábase que estos perdieron dos mil hombres y los Independientes un número algo mayor.
        Si se considera la indisciplina del ejército Independiente; si se tiene en cuenta que entre aquellas numerosas masas apenas había mil hombres medianamente armados; si se recuerda que la división realista poseía todos los elementos de guerra de que sus contrarios carecían y que fue totalmente destruida, y se tiene presente el valor heroico de los indios, arrojándose a pecho descubierto contra los cañones y las filas de las tropas del rey, este combate será de justa y eterna fama en México y su nombre timbre de legítima gloria para los descendientes de los que en este tormentoso día pelearon por la independencia de la patria.

        Grande fue la consternación para los partidarios del dominio de los españoles desde que se supo en México que Hidalgo a la cabeza de un numeroso ejército había entrado en Toluca; la ansiedad fue en aumento durante dos días, y el pavor que de aquellos se apoderó cuando la noticia de la completa derrota de Torcuato Trujillo se difundió por la vasta capital de la Nueva España fue inmenso y el terror profundo. . . . .

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        • Re: Simplemente...de todo, un poco...

          La ciudad entera se conmovió con la nueva de que el ejército de la Independencia, vencedor en Las Cruces, acampaba a una jornada de distancia. La gente acomodada ocultaba sus tesoros y alhajas, recordando lo que un mes antes había ocurrido en Guanajuato, o los llevaba a al Inquisición y a los conventos de frailes y de monjas; las familias de los españoles mudaban de habitación con el objeto de escapar a las denuncias del pueblo o de sus enemigos, en tanto que en las iglesias y monasterios se hacían rogativas por el exterminio de los herejes.

          En virey situó a la tropa de que podía disponer en las calzadas de Bucareli y La Piedad y alguna artillería en Chapultepec, reforzó la línea militar establecida en las calzadas del Poniente, confió el interior de la ciudad al regimiento de comercio, escuadrón urbano, patriotas distinguidos de Fernando VII, y a una fuerza formada de quinientos sirvientes armados de don Gabriel Yermo y el hermano de este y no seguro Venegas con los tres mil hombres a que ascendían todas estas tropas, envió orden a Calleja para que apresurara su marcha de Querétaro a la capital; dispuso que inmediatamente se trasladara a esta el regimiento de Toluca, que se hallaba en Puebla, e hizo salir violentamente para Veracruz al capitán de navío Porlier con las misión de reunir las tripulaciones de los buques que allí estuviesen y de conducirlas a México. Empero, el camino de la capital estaba abierto a los Independientes, y el terror y el desasosiego eran intensos en los habitantes de México; cualquier polvareda que se percibiera por el rumbo del poniente causaba inmensa alarma.

          En la tarde del 31 de octubre de 1810 un coche seguido de una pequeña escolta que traía bandera de parlamento bajó por el camino de de Cuajimalpa conduciendo al teniente general don José Mariano Jiménez y al mariscal Abasolo, portadores de un pliego cuyo contenido no se dio a conocer al público. Los parlamentarios fueron detenidos por el oficial que mandaba la guardia de Chapultepec, y el pliego que traían se envió al virey, quien nada contestó, ordenando tan solo que se hiciese volver a Jiménez y Abasolo, y aun se dijo entonces que previno hacer fuego sobre ellos si no se marchaban inmediatamente.

          En aquellas críticas circunstancias acudió Venegas a exaltar el fanatismo religioso del pueblo bajo y de las otras clases sociales. Era vieja costumbre que en las grandes calamidades públicas se trasladara con gran pompa a la Virgen de los Remedios desde su santuario a la capital, y en cumplimiento de lo dispuesto por el virey la imagen fue llevada procesionalmente la misma tarde del 31 de octubre a la catedral metropolitana, y el virey la declaró Generala de las tropas realistas. El virey quiso también trasladar a México la imagen de Guadalupe, pero no se verificó por la resistencia del cabildo de la Colegiata.

          Hidalgo, con la van guardia en Cuajimalpa y el grueso de su ejército acampado sobre el campo der batalla, permanecieron inactivos el 31 de octubre y 1º. de noviembre de 1810; el 2 de noviembre súpose en México que Calleja y Flon reunidos avanzaban a marchas forzadas al socorro de la capital, y poco después llegó la noticia de que el numeroso ejército Independiente, levantado su campo, retrocedía lentamente hacia Toluca. Los vencedores en el Monte de las Cruces, después de contemplar el esplendoroso valle desde las cimas del sudoeste y de vislumbrar en lontananza el dilatado caserío y las enhiestas torres de la capital, emprendía su retirada por el mismo camino que había seguido en su movimiento de avance. Dudose en México de la exactitud de la noticia, pues era difícil concebir que un ejército victorioso y fuerte de ochenta mil hombres abandonase voluntariamente la cómoda conquista que parecía estar al alcance de sus manos, siendo esta nada menos que la primera ciudad de la Nueva España, asiento del gobierno virreinal, centro de la industria y la riqueza, emporio del comercio de la colonia y fuente de recursos y elementos de todo género.

          Aun hoy, tras los muchos años que nos separan de aquella época, no se a logrado establecer las verdaderas causas que obligaron a los jefes de la revolución, vencedora hasta entonces, a retirarse rumbo al interior desdeñando alcanzar el fruto de sus precedentes victorias. Preciso es atender al único documento oficial que nos ha dejado el Padre de la Independencia relativo a su marcha hacia el interior y a los hechos mismos que debieron influir en la resolución por él adoptada:

          “El vivo fuego que por largo tiempo mantuvimos en el choque de las Cruces debilitó nuestras municiones, en términos que convidándonos la entrada a México las circunstancias en que se hallaba, por ese motivo no resolvimos su ataque y si retroceder para habilitar nuestra artillería. De regreso encontramos al ejército de Calleja y Flon, con quienes no pudimos entrar el combate por lo desproveído de la artillería; solo se entretuvo un fuego lento y a mucha distancia, entretanto se daba lugar a que se retirara la gente sin experimentar quebranto, como lo verificó.

          Esta retirada, necesaria por las circunstancias, tengo noticia, se ha interpretado por una total derrota, cosa que tal vez pueda desalentar a los pusilánimes, por lo que he tenido a bien exponer a ud. esto, para que imponga a los habitantes de esa ciudad, en que de la retirada mencionada no resultó mas gravamen que la pérdida de algunos cañones y unos seis u ocho mil hombres que se ha regulado perecieron o se perdieron; pero que esta no nos debe ser sensible , así porque en el día está reunida nuestra tropa, como porque tengo montados y en toda disposición cuarenta y tantos cañones reforzados de a 12, 16 y de otros calibres y en diversos puntos, por lo que concluidos los mas que se están vaciando y proveídos de abundante bala y metralla no dilataré en acercarme a esa ciudad de México, con fuerzas mas respetables y temibles a nuestros enemigos.

          Me dirá Ud. en contestación como se hallaban esos ánimos, que noticias corren con alguna probabilidad, que se dice de México, Tlaxcala, etc., y últimamente cuanto ocurra.

          Es regular que se hayan reunido los bienes de los europeos, y el que hayan vendido algunos; el dinero existe de estos, de rentas, y de lo mas que pueda realizarse de acuerdo con el corregidor, me lo remitirá para la conclusión de mis disposiciones.- Dios guarde a Ud. mucho años. Cuartel General de Celaya, Noviembre 13 de 1810.- Miguel Hidalgo. Generalísimo de América.- Al margen. La letra del presente es propia mía, y la firma la misma que usaba el benemérito Hidalgo, de quien era Secretario. México, octubre 5 de 1827.- Ignacio Rayón.”

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          • Re: Simplemente...de todo, un poco...

            Volvamos la vista hacia San Luis Potosí donde hemos dejado a Calleja aprestándose activamente para combatir la revolución iniciada en Dolores. Mandaba este jefe la décima brigada en los momentos de ser proclamada la Independencia. Era natural de Medina del Campo (Castilla la Vieja) y vino a México en 1789 acompañando al virey conde de Revillagigedo con el empleo de capitán del regimiento de infantería de Saboya; fue el virey Garibay quién le concedió el empleo de brigadier y el mando de la décima brigada establecida en San Luis Potosí. Calleja, rígido y severo en todo lo concerniente a la disciplina militar, y de instintos sanguinarios y rapaces, era, sin embargo, querido de sus soldados que se enorgullecían de obedecer a un jefe de pericia y valor reconocidos.

            Supo de la proclamación de la independencia por un mozo de la Hacienda de Santa Bárbara, y en el acto se trasladó a San Luis llegando a las diez de la noche del 17 septiembre de 1810; convocó a las autoridades, propietarios y prelados de los conventos, a quienes participó la noticia del levantamiento de Hidalgo, pidiéndoles recursos y auxilios, que le fueron dados con gran entusiasmo. El prior del convento Del Carmen prometió doscientos mil pesos, diez mil caballos y setecientos hombres montados y sostenidos por la Hacienda del Pozo, que era propiedad de aquel convento; los ricos propietarios de San Luis se apresuraron, por su parte, a presentar gente de sus fincas de campo, y a servir algunos de ellos mismos como jefes, distinguiéndose entre todos ellos don Juan Moncada, conde de San Mateo Valparaiso, y marqués del Jaral.

            Calleja ordenó que se pusiesen sobre las armas los dos regimientos de Dragones provinciales de San Luis y San Carlos, organizó un batallón ligero, que fue conocido con el nombre de Los Tamarindos por haberlos uniformado con gamuza, poniendo a su frente a Juan Nepomuceno Oviedo, y expidió mandato a los pueblos y haciendas de su distrito militar pidiéndoles hombres y caballos. En pocos días logró reunir un número considerable de soldados; dispuso se fundieran cañones, levanto varias compañías de milicia urbana que debían custodiar la ciudad, y tomó de las cajas de intendencia cuatrocientos mil pesos que unidos a la suma aportada por el Convento del Carmen y las fuertes sumas que le franquearon los ricos mineros de Zacatecas, Apezechea, Iriarte y Pemartín, le permitieron hacer con gran amplitud todos los preparativos de guerra. Fruto de las actividades de Calleja y de los abundantes fondos de que pudo disponer, conformó un ejército destinado a combatir con éxito a los Independientes y a devolver a los defensores de la dominación española la tranquilidad perdida. Al empezar el mes de octubre, Calleja salió con sus tropas a situarse en la Hacienda de Pila, poco distante de San Luis; allí hizo levantar un dosel bajo el cual colocó el retrato de Fernando VII y exigió de nuevo a las tropas el juramento de fidelidad.

            Al saber Venegas que en Querétaro se había descubierto la conspiración, previno a Calleja que sin demora pasase a aquella ciudad llevando consigo una escolta, y que luego le siguiesen los regimientos de San Luis y San Carlos. Pero los sucesos se precipitaron, y cuando llegó esa orden a su destino ya la revolución había estallado e Hidalgo marchaba con sus huestes sobre Guanajuato, por lo que Calleja contestó a virey que no le era posible apartarse de San Luis, en donde había descubierto unas conjuraciones tramadas por varios oficiales; decíale sin embargo, que al llegar el conde de La cadena a Querétaro, marcharía a reunirse con él; Riaño desde el 23 de septiembre le instaba para que marchase a su socorro, pero Calleja no se movió de su campamento en la Hacienda de Pila. Temeroso de las invasiones de los Independientes en los territorio de San Luis y proponiéndose que quedase segura esta ciudad, dejó en ella a las órdenes del comandante don Toribio Cortina setecientos hombres, tres compañías de milicia urbana y una de caballería, mandó cubrir el puerto de San Bartolo con dos escuadrones de caballería provincial y cuatrocientos lanceros . Después de adoptar estas providencias, de reducir a prisión en el Convento del Carmen a noventa y seis individuos que le eran sospechosos, y de establecer una junta de seguridad, con aprobación del virey, para castigar hasta con la pena de muerte, salió del campamento de Pila el 24 de octubre al frente de tres mil caballos, setecientos infantes y cuatro cañones, siguiendo el rumbo de Dolores, lugar en que debía unirse a las tropas de Flon.

            Fon salió en efecto, de Querétaro el 22 de del mismo mes, con el objeto de realizar la unión de las dos divisiones. Antes de abandonar la ciudad dirigió a sus habitantes la siguiente presuntuosa proclama en que se revela el carácter de este hombre cruel y sanguinario:

            “El Conde de la Cadena, Comandante en jefe de la primera división del ejército se S. M. el Señor don Fernando VII (Q.D.G.) destinado por el Exemo. Señor Virey para aniquilar a la gavilla de ladrones que han reunido los dos monstruos americanos cura de Dolores y Allende.
            -A los ciudadanos de Querétaro.-
            Queretanos:
            Vuestro proceder durante la resistencia de mi ejército en esta ciudad, vuestra sumisión a las legítimas autoridades, y vuestro empeño y eficacia en defender la ciudad y la biena causa, me han llenado de satisfacción y exigen que os corresponda noticiándoos que salgo mañana a convertir en polvo esa despreciable cuadrilla de malvados. Es mi obligación, y la cumpliré, el instruir al supremo gobierno de vuestra fidelidad; pero algunos genios suspicaces quieren atribuir vuestra docilidad a las fuerzas que tengo en esta; no pienso yo de esa manera, y en prueba de ello, dejo la ciudad confiada a vosotros y a la guarnición valiente que os queda. Vosotros habéis de ser también los defensores; pero si contra mi modo de pensar sucediese lo contrario, volveré como un rayo sobre ella, quitaré a sus individuos y haré correr arroyos de sangre por las calles.
            - El conde de la Cadena. Querétaro 21 de octubre de 1810.-“

            A su paso por San Miguel el Grande dispuso que sus soldados saqueasen las casas de Allende, de Aldama, y del coronel de La Canal, y los mismos reprobables excesos cometieron en la casa de Hidalgo las tropas de Flon y de Calleja reunidas en Dolores el 28 de octubre de 1810, dos días antes del sangriento combate del Cerro de Las Cruces. Calleja tomó el mando de las dos secciones y al frente de ellas atravesó la provincia de Guanajuato, y entró en Querétaro el 1º. de noviembre. Dos días antes la ciudad había sido atacada por el jefe independiente don Miguel Sánchez, que se retiró el 30 de octubre con pérdidas considerables.

            A su llegada a Querétaro recibió Calleja las comunicaciones del virey en que le participaba el estado crítico a que se veía reducida la capital y le prevenía que avanzara violentamente a su socorro, por lo cual salió el 3 de noviembre llegando a las inmediaciones de Arroyo-Zarco la mañana del día 6, adonde sus avanzadas se encontraron con las de Hidalgo, y habiendo hecho a estas algunos prisioneros, supo por ellos que el ejército independiente se hallaba en uno de los pueblos cercanos, y que este ignoraba la aproximación de los realistas.

            Hidalgo, al retirarse del Monte de las Cruces, tenía el propósito de ocupar Querétaro antes de que avanzasen Flon y Calleja, a quienes suponía en Dolores o en el campamento de Pila. Volviendo con su ejército disminuido hasta cuarenta mil hombres por la gran deserción que había sufrido después de la batalla de las Cruces, repasó por Toluca e Ixtlahuaca, desde donde tomó la dirección a Querétaro y el 6 de noviembre de 1810 llagaba al pueblo de San Jerónimo Aculco. Si grande fue la sorpresa de Calleja al saber cuán próximo estaba el enemigo a quien debía combatir en el Valle de México, no fue menor la de los Independientes al tener a la vista las tropas realistas que consideraban muy distantes.

            Calleja dispuso inmediatamente que mil doscientos caballos, a las órdenes del coronel don Miguel de Emparán, salieses a reconocer los campos y pueblos de las inmediaciones para adquirir noticias ciertas respecto de la situación, número y calidad de las fuerzas contrarias. Cuando esta descubierta regresó al campo, su jefe informó que Hidalgo, a la cabeza de cuarenta mil hombres, desarmados en su mayor parte, se hallaba en el pueblo de Aculco y sus cercanías. Con estos datos Calleja se aproximó situando su campo a dos leguas del enemigo, donde pasó la noche ocupado en dictar sus disposiciones para atacarle al día siguiente.

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            • Re: Simplemente...de todo, un poco...

              Por su parte, Hidalgo, sabedor de que sería atacado, adoptó la resolución de resistir situándose en una loma casi rectangular que domina el pueblo de San Jerónimo Aculco y toda la campiña que a este rodea, ceñida por los lados de oriente y norte por un arroyo y barranco de difícil paso: de los otros dos lados, situados al poniente y sur, el menor, que apenas tendrá cuatrocientas varas, toca a un cerro alto y aislado que da principio a la serranía cubierta de espesos bosques; y el mayor, cuatro veces mas prolongado, es el principio de una falda muy suave de la misma sierra que a distancia de media legua comienza a ser escabrosa e intrincada. Sobre esa loma amaneció formada el 7 de noviembre de 1810 la batalla de los Independientes desplegándose en dos líneas paralelas, y entre ellas un confuso apiñamiento de gente formando una figura oblonga, colocándose la artillería, compuesta de ocho piezas, en los bordes de la misma loma. Una tercera línea de batalla, que fue desapareciendo al aproximarse los realistas, ligaba con el pueblo la posición que acabamos de describir.

              Calleja formó su ejército en cinco columnas de ataque: las tres del centro a las órdenes de los coroneles Jalón e Iberri y del teniente coronel Castillo y Bustamante; la de la derecha al mando del coronel Emparán, y la de la izquierda conducida por el coronel Espinoza; cada columna llevaba dos piezas de artillería. Marchaba a la vanguardia un cuerpo de tropas ligeras a las órdenes del coronel don Juan Nepomuceno Oviedo, y a retaguardia un escuadrón; seguía luego la reserva, formada en dos líneas, mandadas respectivamente por el teniente coronel Tovar y el capitán Meneso. En este orden avanzó el ejército realista siendo recibido por el fuego nutrido de la artillería e los Independientes que causaba, sin embargo, poco daño por lo alto de la puntería.

              Rompieron sus fuegos los cañones realistas causando gran confusión en las apretadas masas de los Independientes que cubrían la meseta de la loma, y en seguida las tres columnas del centro emprendieron la subida de la posición con el intento de tomarla a la bayoneta. Estos movimientos, ejecutados con precisión y serenidad, y el fuego certero de la artillería realista, produjeron extraordinario desaliento en las tropas de Hidalgo que empezaron a descender apresuradamente por el lado opuesto de la colina, y perseguidas luego por la caballería se dispersaron en distintas direcciones dejando en poder del vencedor toda la artillería, entre las que se hallaban las perdidas por Trujillo en el Monte de las Cruces, algunos cajones de pólvora, tres de municiones, cuarenta cartuchos de bala y metralla, cincuenta balas de hierro, diez racimos de metralla, algunos centenares de fusiles, dos banderas del regimiento de Celaya, una del de Valladolid y cuatro peculiares de los Independientes. Formaron parte del botín de guerra un carro de víveres, mil trescientas reses, mil seiscientos carneros, doscientos caballos y mulas y seis coches de los generales Insurgentes con equipajes y papeles.

              El número de prisioneros fue de seiscientos, entre ellos veintiséis soldados de los cuerpos provinciales que habían abrazado la causa de la Independencia, quienes fueron quintados, y los que sacaron la suerte fatal, pasados por las armas, siendo los demás condenados a diez años de prisión. Calleja tuvo la osadía de asentar en su parte oficial dirigido al virey que la pérdida de los Independientes en el combate ascendió a diez mil hombres entre muertos, heridos y prisioneros, y que la de los realistas consistió en un dragón de San Luis, muerto, y un granadero de Toluca, llamado Mariano Islas, herido. No duró mucho la impostura del jefe realista, pues habiendo comisionado el mismo al justicia de Aculco, don Manuel Perfecto Chávez, para que inspeccionase el campo de batalla, recibió de esta autoridad el siguiente parte fechado el 15 de noviembre de 1810:

              “….. El número de muertos que hubo en la batalla de este campo de Aculco, inclusive delos de Arroyo Zarco, son ochenta y cinco y nada mas; los heridos fueron cincuenta y tres, de estos han muerto diez, entre ellos no parece el comandante de artillería que pos V. S. se me encarga, y solo uno de los heridos dice que dicho comandante artillero se pasó al regimiento de V. S.
              Remito al Sr. Teniente Coronel cuatro fusiles, cuatro pedreros y una bandera, todo lo cual se halló en el monte por la gente que a mis expensas determiné saliese a registrarlo.”
              La noticia de este combate fue, sin embargo, festejada en México con grandísima pompa, pues dióse en afirmar que el había puesto término a la revolución iniciada en Dolores. El virey recibió felicitaciones de la Audiencia, del Real Tribunal de Cuentas, y de otras muchas corporaciones civiles y eclesiásticas, y aprovechando la próxima salida de una fragata, que del puerto de Acapulco debía dirigirse a Guayaquil, envió al virey del Perú los partes de las acciones de Querétaro, Monte de las Cruces y Aculco.

              El combate de Aculco, no obstante la pérdida de tantos y tan considerables elemento de guerra y de la dispersión que causó a los Independientes, no tuvo la importancia que quiso atribuirle el gobierno virreinal. La vasta Nueva Galicia, Zacatecas, San Luis y las provincias internas del oriente estaban incendiadas por el fuego de la revolución; Morelos en el sur empezaba a revelarse como el jefe más audaz y temible que hubo de contrastar la dominación española; Guanajuato y Valladolid, iban a proporcionar recursos importantes a los dos principales caudillos de la revolución; en la importante intendencia de México numerosas guerrillas al mando de Villagrán, González Rojas, Colín, Mercado, Vargas, del Río y otros, hostilizaban constantemente a los realistas, embarazándolos en sus marchas, sorprendiendo destacamentos y partidas sueltas, ya cortando las comunicaciones entre las ciudades y los diferentes cuerpos, ya sosteniendo reñidos choques o refriegas, o acciones serias y formales, según las partidas eran mas o menos gruesas y numerosas; ya apareciéndose de día o de noche como fantasmas donde y cuando el enemigo menos podía esperarlos.

              Después del combate de Aculco, Hidalgo y Allende, separados en la confusión de la retirada, se dirigieron, el primero a Valladolid con el propósito de levantar nuevas fuerzas, y el segundo a Guanajuato para ponerla en estado de defensa y resistir allí el ejército realista que de seguro haría toda clase de esfuerzos para recuperar ciudad tan importante. Seguido de los tenientes generales Jiménez y Aldama, de los mariscales de campo Abasolo, Arias y Ocón, del abogado Aldama, de otros muchos jefes y oficiales y de tres mil hombres de caballo con ocho cañones de a cuatro, hizo Allende su entrada en Guanajuato en las primeras horas de la noche del 13 de noviembre de 1810 y con actividad incansable ocupose desde el día siguiente de su llegada, de los preparativos de defensa. Dispuso acopiar provisiones para el evento de sostener un sitio dilatado; envió correos extraordinarios a varios jefes, y salía todas las mañanas acompañado de sus ayudantes a reconocer y elegir los puntos mas ventajosos para la defensa. Tarea asaz ardua y difícil era la de convertir aquel terreno quebrado, aquella vasta hondonada de Guanajuato en inexpugnable ciudadela. No solamente era indefendible la ciudad por su posición misma, sino que faltábale al ilustre caudillo el tiempo indispensable para desarrollar el plan que tenía meditado, y carecía de elementos precisos para darle completo remate. Mandó que se hiciesen barrenos en los cerros que dominan la cañada de Marfil; estos barrenos, llenos de pólvora, debían hacer explosión en los momentos en que el ejército realista estuviese bien encajonado en la cañada. Don Rafael Dávalos, director de la fundición de cañones, logró alistar veintidós cañones que fueron colocados en las dos lomas a la izquierda del camino, en el paraje llamado Rancho Seco; uno de estos cañones, notable por sus grandes dimensiones, fue bautizado con el nombre de “Defensor de América.”

              El día 19 de noviembre de 1810, Allende escribió a Hidalgo la siguiente carta que manifiesta la difícil situación en que se hallaba y en la que se revela el desacuerdo que existía entre los dos principales caudillos desde los días que siguieron inmediatamente a la batalla del Monte de las Cruces. . .. .

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              • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                El escrito que Allende envió a Hidalgo, textualmente dice:

                “Querido amigo y compañero mío: Recibí la apreciable de Vd. del 15 del corriente y en su vista digo, que nada sería mas perjudicial a la nación y al logro de nuestra empresa que el que Vd. se retirase con sus tropas a Guadalajara, porque sería tratar de la seguridad propia y no de la común felicidad, y así lo había de creer y censurar todo el mundo. El ejército de operaciones al mando de Calleja y Flon entra por nuestros pueblos conquistados como por su casa, y lo peor es que los seduce con promesas lisonjeras, de suerte que hasta con repique lo recibieron en Celaya, y tienen razón, porque se les ha dejado indefensos. Todo esto va induciendo a los pueblos a un desaliento universal, que dentro de breve puede convertirse en odio de nosotros y de nuestro gobierno, y tal vez a estimularlos a una vileza, de maquinar por conseguir su seguridad propia.

                No debemos pues, desentendernos de la defensa de estas plazas tan importantes, ni de la destrucción de dicho ejército, que por todas partes esparce, con harto dolor mío, la idea de que somos cobardes, y hasta los mismos indios lo han censurado. De otro modo, abandonada esta preciosa ciudad, la mas interesante del reino, o si somos derrotados en ¿y que será de Guadalajara misma, para donde se dirigirá el enemigo cada vez mas triunfante y glorioso por sus reconquistas? Me parece infalible la total pérdida de lo conquistado y de toda la empresa, con el agregado de la de nuestras propias vidas y seguridad, pues ni en la mas infeliz ranchería la hallaríamos, viéndonos cobardes y fugitivos, sino que ellos mismos serían nuestros verdugos.

                El mismo Huidobro, y en su ejército pedían, en vista de que Guadalajara nos esperaba en paz, que pasase yo en persona, para mayor solemnidad y mejor arreglo de las cosas; pero como no trataba yo de asegurarme, sino de la defensa de esta ciudad de tanto mérito por su entusiasmo, por los muchos intereses que tenemos en ella, por la casa de moneda que tanto importa y por tantos mil títulos, no quise hacerlo, sino permanecer aquí y prevenirle a Vd., como le he hecho, y a las divisiones de Iriarte y Huidobro, se acerquen con cuanta fuerza puedan, para atacar al enemigo por todas partes, destruirlo y abrirnos paso a Querétaro y México, o cuando menos conseguir la seguridad de lo conquistado, y hacer fuertes en sus fronteras, para cortar a México víveres y comunicaciones. El licenciado Avendaño acompañó a Huidobro a Guadalajara para el arreglo del gobierno y lo demás, y también hice lo acompañase Balleza, a las órdenes de Huidobro, previniendo a este, en presencia del mismo Balleza, que no se le obedeciese por ser tan manifiesta su debilidad, y que solo pensaba en la seguridad personal.

                No fue necesario que llegasen a Guadalajara, ni para su toma, ni para el arreglo del gobierno en todas partes, porque el famoso capitán Torres y los mismos patriotas buenos y vecinos de Guadalajara, lo han puesto todo en el mejor orden que se puede desear, según los partes que recibí ayer, y así cualquiera otra cosa, lejos de fomentar el orden, lo destruirá e introducirá el desorden que tantos estragos nos ha ocasionado. En esta virtud, en justicia, y por amor propio, no puede ni debe Vd. ni nosotros pensar en otra cosa que en esta preciosa ciudad que debe ser capital del mundo, y así sin pérdida de momentos ponerse en marcha, con cuantas tropas y cañones haya juntado, para volver a ocupar el Valle de Santiago y los pueblos ocupados por el enemigo hasta esta frontera y atacarlo con valor por la retaguardia, dándonos aviso oportuno de su situación para hacer nuestra salida, y que cercado por todas partes, quede destruido y aniquilado y nosotros con un completo triunfo. – Ignacio Allende, Capitán general de América.-

                P. D. Es llegado el tiempo de hablar con la libertad que pide nuestro comprometimiento. Yo no soy capaz de apartarme del fin de nuestra conquista: mas si empezamos a tratar de las seguridades personales, tomaré el separado partido que me convenga, lo que será imposible practique, siempre que Vd. se preste con rigor a nuestra empresa, y Vd. y no otro debe ser el que comande esas tropas. Guadalajara, aun cuando le faltase algún arreglo, después se remediará, y Guanajuato acaso sería imposible volverlo a hacer nuestro adicto.- (Rúbrica de Allende)”

                Al día siguiente 20 de noviembre de 1810, volvió a escribir a Hidalgo, impulsado quizás por la noticia que le dieron de que este último trataba de dirigirse a San Blas con el propósito de huir a algún pueblo extraño. Esta segunda carta es dura y anuncia el lamentable rompimiento que estalló algún tiempo después entre los dos ilustres caudillos de la libertad Mexicana:

                “ Mi apreciable compañero, Vd. se ha desentendido de todo nuestro comprometimiento, y lo que es mas, que trata Vd. de declararme cándido, incluyendo en ello el mas negro desprecio hacia mi amistad. Desde Salvatierra contesté a Vd. diciendo que mi parecer era el de que fuese Vd. a Valladolid y yo a Guanajuato para que levantando tropas y cañones, pudiésemos auxiliarnos mutuamente, según se presentase el enemigo: puse a Vd. tres oficios con distintos mozos, pidiendo que en vista de dirigirse a esta el ejército de Calleja, fuese Vd. poniendo en camino a la tropa y artillería que tuviese, que a Iriarte le comunicaba lo mismo, para que a tres fuegos desbaratásemos la única espina que nos molesta; ¿Qué resultó de todo esto? que tomase Vd. el partido de desentenderse de mis oficios y solo tratase de su seguridad personal dejando tantas familias comprometidas, ahora que podíamos hacerlas felices; no hallo como hay un corazón humano en quien quepa tanto egoísmo, mas lo veo en Vd. y veo que pasa a otro extremo: ya leo su corazón y hallo la resolución de hacerse en Guadalajara de un caudal, y a pretexto de tomar el puerto de San Blas, hacerse de un barco y dejarnos sumergidos en el desorden causado por Vd. Y ¿Qué motivos le ha dado Allende para no merecer estas confianzas?.

                No puede menos que agriarme demasiado, cuando me dice Vd. que el dar órdenes en Guadalajara lo violenta; ¿de cuando acá Vd. así? Tenga presente lo que en todos los países conquistados me ha respondido Vd. cuando yo decía:*es necesario un día mas para dar algún orden, etc.*

                Que Vd. no tuviese noticias (como me dice) del enemigo ni de Querétaro, es una quimera, cuando de Acámbaro, de Salvatierra y Valle de Santiago desde la semana pasada me están dando partes, y lo que es mas, con los dos primeros oficios que mandé a V. acompañé dos cartas y ellas llegaron a Valladolid y se me contestaron; pero a Vd. no llegan mis letras, según que se desentiende en su carta.

                Espero que a la mayor brevedad me ponga en marcha las tropas y cañones, o la declaración verdadera de su corazón, en inteligencia de que si es como sospecho, el que Vd. trata solo de su seguridad y burlarse hasta de mi , jura a Vd., por quien soy que me separaré de todo, mas no de la justa venganza personal.

                Por el contrario, vuelvo a jurar, que si Vd. procede conforme a nuestros deberes, seré inseparable y siempre consecuente amigo de Vd.- Ignacio Allende.””

                Hidalgo, sin embargo, marchó a Guadalajara, y en cambio el brigadier Calleja abandonó Querétaro el día 15 de noviembre de 1810, y después de reducir a Celaya, Salamanca e Irapuato, se presentó al frente de su brillante ejército en el rancho de Molineros, situado a cuatro leguas de Guanajuato. . . .

                Pd.: Las dos impresionantes y desvastadoras cartas que envió Allende a Hidalgo se hallan originales en el Archivo General de la Nación, tomo CXVI del ramo de historia. Don Anastasio Zerecero, en sus Memorias asienta que estas cartas son apócrifas; Hammeken y Mexía en su Biografía de Allende, opinan en contrario.

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                • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                  . . . . . El ronco son de la campana mayor de la parroquia y el toque de la generala anunciaron a los habitantes de la ciudad en las postreras horas de la tarde del 23 de noviembre de 1810 la aproximación de los realistas, quienes a las 8 de la mañana del siguiente día comenzaron a atacar las mas avanzadas posiciones que distaban una legua de la ciudad. La de Rancho Seco a la izquierda del camino que seguía Calleja, defendida por cuatro cañones y que era la primera hacia ese lado, rompió vivísimo fuego sobre los realistas cuando estos se hallaban al alcance de las piezas, en tanto que la de Jalapita, la primera de la derecha, cruzaba sus disparos cañoneando vigorosamente el camino de Silao ocupado por una fuerza a las órdenes de Emparán, y la vereda por donde apareció el grueso del ejército real.

                  El ejército realista avanzó con brío sobre las artilladas posiciones de los Independientes. La columna mandada por Calleja, después de apoderarse de los reductos de Rancho Seco, tomó por el camino de real de minas de Santa Ana, y en su tránsito por las desigualdades y asperezas del terreno fue arrollando las posiciones fortificadas y valientemente defendidas de la Higuerilla, del Pánuco y La Leona; en tanto que Flon, siguiendo por el camino de La Yerba Buena, aunque herido de un golpe contuso desde el principio de la acción, allanaba los cerros fortificados del Marfil, dominaba las posiciones inferiores del Tumulto, en las que fue mas empeñada la lucha, y llegaba al caer la tarde a la altura de las Carreras y Cerro de San Miguel, que dominan a la ciudad de Guanajuato por el sur. A la misma hora remataba Calleja en Valenciana su atrevida travesía. La acción podía considerarse concluida después de un combate que duró mas de ocho horas.

                  Allende y los demás jefes, excepto Jiménez, que siguió luchando hasta el término de la acción, abandonaron la ciudad a las dos de la tarde por el camino que va a la Sierra de Santa Rosa. Solo en el ya famoso cerro del Cuarto, un grupo de independientes hizo fuego durante las últimas horas de la tarde contra las posiciones que acababa de ocupar el Conde de la Cadena, sirviéndose del Defensor de América, grueso cañón allí colocado. A las tres de la mañana del día 25 de noviembre volvió a tronar la gigantesca pieza y le respondieron los cañones de Flon. Lució el nuevo día, y el Defensor de América, siguió disparando como si animado estuviese de verdadera rabia, hasta que la división de Calleja, bajando por el camino de Valenciana, hizo blanco de sus tiros a aquel grupo: solo entonces, cuando todos los artilleros rodaron muertos alrededor del gigantesco cañón, pudo considerarse completo el vencimiento de los Independientes.

                  El día anterior, después de haberse retirado Allende y los jefes que le acompañaron, y cuando no podía dudarse ya del triunfo de los realistas, un negro platero llamado Lino, natural del pueblo de Dolores, concibió el mas horrible de los proyectos: recorrió las calles y las plazas diciendo a la alborotada muchedumbre que al día siguiente entraría Calleja y que mandaría pasar a cuchillo a todos los habitantes de Guanajuato, ayudándole de seguro todos los españoles que estaban presos en Granaditas; que para liberarse de esos enemigos preciso era matarlos antes de la llegada de los realistas victoriosos. Dióle oídos la enfurecida plebe, y un grupo numeroso le siguió a la Alhóndiga, donde se hallaban presos doscientos cuarenta y siete españoles. Precipitóse el pueblo sobre la puerta atropellando la guardia, de la que algunos soldados se pasaron a los paisanos; dejó mal herido al don Mariano Liceaga, que defendía sable en mano la entrada; no se rindió a los ruegos de don Pedro Otero, del sargento Tovar y del cura Gutiérrez y otros eclesiásticos que al tener noticia del infame proyecto habían corrido a evitarlo, y dueño al fin de la puerta se esparció por el fatídico edificio en busca de las víctimas. Ciegos de furia arrojáronse los de la plebe sobre los presos, comenzando una horrible carnicería, cebándose en la sangre de aquellos infelices, empapando en ella sus brazos, salpicando sus rostros. . . .

                  De estancia en estancia fueron los sicarios del negro Lino buscando y matando a los prisioneros que en ellas se encerraban. Los cadáveres eran despojados de sus ropas; el robo siguió al asesinato, y cuando hubieron terminado su horrible tarea veíase salir de Granaditas a los grupos de asesinos con los puñales y lanzas tintos en sangre y llevando sobre sus espaldas las ropas y los colchones de las víctimas. Los que se salvaron, encerrados en alguna de las bodegas cuyas puertas en vano trataron de derribar los asesinos, sufrieron una cruel agonía, y cuando vino la noche salieron a refugiarse, unos al convento de Belén y otros a diversas casas particulares. Los presos que se hallaban en el oratorio de San Felipe Neri, antiguo colegio de Jesuitas, pasaron la noche ocultos en la bóveda de la Iglesia que servía de sepulcro.

                  Resístese la pluma a describir estas espantosas escenas y este desenfreno de maldad humana. Pero nos falta que referir nuevos horrores y mas atroces atentados.

                  Supo Calleja esa misma noche en su campamento de Valenciana la infame matanza de Granaditas, y cuando en la mañana del día 25 descendió al frente de su división por el camino que de aquella mina conduce a Guanajuato, diríase que un tigre carnicero bajaba de las montañas a saciarse en la sangre de los que cayesen entre sus garras. . . .

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                  • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                    . . . . Calleja mandó tocar a degüello y así hizo su entrada en la ciudad de Guanajuato que ya no hacía resistencia, dando muerte sus tropas a todos los individuos que hallaron hasta el barrio de San Roque, donde mandó suspender esta orden atroz, pero ya habían perecido algunas gentes inermes que ningún participio tuvieron ni en la defensa de los reductos ni en los execrables asesinatos de la Alhóndiga de Granaditas. Al mismo tiempo Flon , que descendía del cerro de San Miguel, daba igual orden, pero como las calles estaban enteramente solas, dice Alamán, y las casas cerradas, no tuvo efecto alguno, y habiendo llegado a la plaza se le presentó el padre dieguino fray José María de Jesús Belaunzarán, religioso respetado en la ciudad, que echándose a sus pies y presentando la imagen de Cristo, , obtuvo que mandase suspender aquella bárbara disposición.

                    Calleja publicó un terrible bando en el que decía a los habitantes de Guanajuato que las matanzas de Granaditas pedían la mas tremenda y ejemplar venganza; en dicho bando se ordenaba que bajo la pena de muerte a los contraventores, se entregaran a las autoridades toda clase de armas y municiones, que se delatase a todos los que habían favorecido o fomentado la revolución, que con la misma pesa serían castigadas las conversaciones sediciosas; que cualquier reunión que excediese de tres personas sería dispersada a balazos, que todo el que saliese a la calle en la noche sin permiso escrito de la autoridad sería penado con una fuerte multa o doscientos azotes, y por último, que presentasen a la autoridad los tejos de oro y plata comprados por menos de su legítimo valor.

                    Desde el momento mismo de entrar en Guanajuato el jefe de los realistas habían comenzado los fusilamientos: al pasar por la Alhóndiga ordenó al capitán de Dragones de Puebla, don Francisco Guizarnótegui, que entrase ha hacer un reconocimiento, y como este le presentó siete hombres que halló en el interior del edificio se supuso que habían tenido parte en los asesinatos de la tarde anterior, y mandó en el momento matarlos. Hasta aquí, sin embargo, lamentable y doloroso, como era el caso, no era nuevo tratándose de un hombre como Calleja; lo nuevo, lo horrible y lo que hace estremecer es lo que vino después. Henchida la espantable Alhóndiga de presos que allí fueron llevados desde que los realistas ocuparon Guanajuato, instalose en ella Flon y desde las primeras horas del día 26 de noviembre de 1810, una unidad hacía salir a uno o dos presos a la vez de la estancia en que estaban encerrados, les dirigía en la puerta o en el corredor alguna pregunta, y sin mas formalidad, los llevaba a un aposento al parecer desocupado. Allí un sacerdote los confesaba, y en el acto eran conducidos al pasadizo que remataba en la puerta de la Alhóndiga, tapiada con adobes. Cuatro soldados se destacaban de la fila, formada en el centro del patio, y fusilaban al sentenciado.

                    Flon, el conde de la Cadena, anciano de aspecto sórdido, de torva y recelosa mirada y de boca contraída por la ira y la venganza, se paseaba entre tanto por los corredores inexorable y terrible, vigilando aquella lenta hecatombe y recreándose, al parecer, con el estallido de las acompasadas descargas. A poco tiempo de esta carnicería, quedó el pasadizo inundado de sangre, regados de sesos y sembrado de pedazos de cráneos de las víctimas, hasta el extremo de ser preciso desembarazar aquel sitio de los cruentos escombros, sin cuya diligencia no podía ya pisarse el pavimento. Para llevar a cabo esta operación se trajeron de la calle algunos hombres, y con sus mismas manos echaron las entrañas y los restos ensangrentados de los muertos en grandes bateas hasta limpiar el lugar de aquellos estorbos para seguir la matanza.

                    Calleja mandó levantar horcas en la plazuela de Granaditas, San Roque, San Fernando, San Diego, San Juan, el Ropero, Mexiamora, el Baratillo y la Compañía, además de la que, permanentemente y conforme a la costumbre de aquellos tiempos, se alzaba en la plaza principal. En esta última fueron ahorcados treinta y dos individuos del pueblo al caer la tarde del 27 de noviembre de 1810: “Fue una noche muy obscura y la ciudad toda se hallaba en el mas pavoroso silencio, y como la plaza está en lo mas profundo del estrecho valle en que halla situada, rodeada como el anfiteatro de la población, desde ella se descubría el fúnebre resplandor de las teas de ocote que alumbraban la terrible escena, se oían las exhortaciones de los eclesiásticos que auxiliaban a las víctimas, y los lamentos de éstos implorando misericordia.”

                    Calleja destruyó la casa de moneda que Hidalgo había mandado establecer, enviando a México las excelentes máquinas que en ella sirvieron, y una considerable cantidad de barras de plata; también mandó como trofeo el gran cañón, llamado por los independientes el Defensor de América, que estuvo expuesto por varios días al público en el patio mayor del palacio virreinal; dispuso la formación de un cuerpo de milicias urbanas, y después de ordenar la ejecución de dos infelices, salió de Guanajuato con todo su cuerpo del ejército el día 10 de diciembre de 1810. Se detuvo en Silao algunos días, y allí publicó el 12 de diciembre un terrible bando en el que declaró: “ Que el pueblo en donde se cometan asesinatos de soldados de los ejércitos del Rey, de justicia o empleado, de vecino honrado, criollo o europeo, se sortearán cuatro de sus habitantes sin distinción de personas por cada uno de los asesinatos, y sin otra formalidad serán pasados inmediatamente por las armas aquellos a quienes toque la suerte.”

                    Calleja llegó a la ciudad de León el 15 de diciembre donde se instaló. Pero dejemos a Calleja aquí, retrocedamos un poco y sigamos ahora al Generalísimo Hidalgo, quien después del combate de Aculco y seguido de muy pocos, entró en Valladolid el 10 de noviembre de 1810 decidido a levantar un nuevo ejército . . . .
                    __________________

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                    • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                      . . . . En pocos días logró alistar varios cuerpos de caballería y de infantería, distinguiéndose un regimiento de esta última arma levantado por el coronel don Juan de Foncerrada y Soravilla y que constaba de siete compañías armadas; activó la construcción de cañones, y procuró disciplinar las tropas de caballería, que compuestas por gente del campo, se mostraban reacias a la organización militar.

                      El 14 de noviembre de 1810 recibió Hidalgo la noticia de la ocupación de Guadalajara por el jefe independiente don José Antonio Torres, y nueva tan importante para la causa de la patria fue solemnizada en Valladolid; al mismo tiempo ocupóse el Generalísimo en escribir un manifiesto, que mandó leer en todas las iglesias, en el que refutó el edicto lanzado contra él por el tribunal de la Inquisición, pero la declaración mas importante de las contenidas en el manifiesto es, sin duda, la que se refiere al sistema de gobierno que se proponía adoptar.

                      Hemos visto que las reiteradas instancias de Allende para que acudiera en su auxilio no hicieron prescindir a Hidalgo de su resolución de trasladarse a Guadalajara, en cuya ciudad consideraba necesaria su presencia con el fin de terminar las diferencias que se habías suscitado entre los jefes independientes de Nueva Galicia. Antes de partir de Valladolid y cediendo torpemente a la exigencias de las masas que le rodeaban, ordenó la matanza de los españoles que tenía presos; cuarenta de estos infelices fueron llevados la noche del 13 de noviembre al cerro de Las Bateas por don Manuel Muñiz, antiguo capitán del regimiento de Valladolid, y allí pasados a cuchillo. Otros cuarenta, sacados de su prisión por el padre don Luciano Navarrete, de lúgubre y odiosa memoria, tuvieron igual fin algunas noches después en las faldas del cerro de Molcajete.

                      Hidalgo al frente de siete mil caballos y trescientos infantes salió rumbo a Guadalajara el 17 de noviembre de 1810; en Zamora fue recibido con grandes demostraciones de júbilo por los vecinos y autoridades, quienes le entregaron siete mil pesos para los gastos de guerra; el 26 del mismo mes hizo su entrada solemne en Guadalajara. En Nueve Galicia, vasta porción de Nueva España, gobernaba hacía cinco años el brigadier don Roque Abarca, con el triple carácter de comandante general, intendente de Guadalajara y presidente de la Real Audiencia allí establecida. Hombre de edad avanzada y carácter débil, no era el mas apropiado para enfrentar una situación difícil como la creada por la proclamación de la Independencia. Amigo de Iturrigaray, cuya caída violenta y estrepitosa desaprobó, lo indispuso con los ricos comerciantes y demás miembros del partido español, quienes trataron de deponerlo del mando, lo que no llegó a efectuarse por no haber podido convenir el modo de sorprenderle. En tan difícil situación, Abarca solicitó permiso para regresar a España, pero antes de que se resolviera a cerca de su petición, vino el grito de Independencia y se vio obligado a permanecer en u puesto tan agitado y azaroso. Procedió con actividad a organizar sus tropas, pero sus enemigos lograron imponerle una junta con el nombre de Auxiliar de Gobierno, Seguridad y Defensa de la Provincia, formada por letrados y eclesiásticos, que le despojó de sus legítimas facultades, anuló su autoridad y repartió su ejercicio entre muchos.

                      Así las cosas, apareció en tierras de Jalisco proclamando la Independencia don José Antonio Torres, honrado campesino de San Pedro Piedragorda (intendencia de Guanajuato), hombre de pocas luces, pero valiente, activo, astuto y patriota. Habíase presentado a Hidalgo en los últimos días de setiembre, y cumpliendo con diligente patriotismo las órdenes que de este recibiera, muy pocos días después levantó en armas a los pueblos de Colima y las comarcas de Zayula y Zacoalco; siguieron su ejemplo Gómez Portugal, Godínez, Alatorre y Huidobro, encendiendo la revolución en los distritos de Nueva Galicia confinantes con las intendencias de Guanajuato y Valladolid, de modo que a mediados de octubre de 1810 la segunda ciudad del Virreinato, ceñida de enemigos por el oriente y el sur, se sentía en situación apuradísima.

                      En presencia del peligro, ineludible ya, Abarca armó doce mil hombres, comprendiéndose en este número el batallón de infantería de Guadalajara, el regimiento de dragones de Aguascalientes, los indios de la frontera de Colotlán y dos compañías de voluntarios, compuestas por jóvenes del comercio y de seminaristas de aquella capital. Pero las tropas apenas movilizadas, desertaban de sus banderas pasándose a los Independientes. El Obispo Ruiz de Cabañas mostró decidido empeño en resistir; con los individuos del clero secular y regular formó un batallón que se llamó de la Cruzada; convocábalos diariamente al son de la campana mayor de la catedral, y reunidos, marchaban por las calles a caballo y sable en mano, precedidos de un estandarte blanco con una cruz roja y seguidos de numerosa turba que gritaba: ¡Viva la fe católica!

                      Decidióse al fin, la desorganizada Junta a enviar dos secciones contra los Independientes; una de quinientos hombres hacia el rumbo del oriente al mando del oidor don Juan José Recacho, y otra con igual fuerza contra los insurrectos del sur a las órdenes del teniente don Tomás Ignacio Villaseñor. La pequeña sección confiada a la petulante suficiencia de Recacho, salió en los últimos días del mes de octubre y avanzó sin tropiezo hasta La Barca, cuya población, abandonada previamente por los Insurgentes mandados por Godínez y Huidobro, ocupó en 2 de noviembre. Al día siguiente fue atacada vigorosamente y logró rechazar a sus contrarios, pero asaltada de nuevo el 4 de noviembre de 1810, hubo de retirarse a Guadalajara con grandes pérdidas de muertos y de heridos.

                      Mas desastrosa fue la derrota la división mandada por Villaseñor formada de las compañías de voluntarios de Guadalajara y de los milicianos de Colima, la tropa realista avanzó hasta los ranchos de Santa Catarina, y el 4 de noviembre se hallaban frente a los Independientes mandados por Torres en persona. Estos en número de tres mil hombres, armados en su mayor parte de piedra, avanzaron velozmente en forma de semicírculo sobre los realistas, que los recibieron con un vivo cañoneo; a cada descarga, la extensa línea de los asaltantes por orden del jefe, echaba pecho a tierra y luego seguía corriendo hacia el enemigo. Maniobra tan osada alcanzó un éxito completo: los soldados de Torres llegaron así hasta los cañones y se apoderaron de ellos; la caballería realista huyó despavorida, los jóvenes voluntarios, pertenecientes a las familias mas distinguidas de Guadalajara, quedaron tendidos en el campo a los terribles golpes de las piedras, y después de una hora de lucha, los Independientes celebraron una victoria completa.

                      Torres viendo aumentado su ejército hasta veinte mil hombres, avanzó sobre la capital de la intendencia el 10 de noviembre. Salió a recibirle una comisión compuesta por don Ignacio Cañedo y don Rafael Villaseñor, a quienes prometió respetar las propiedades y personas de los vecinos, y al día siguiente hizo su entrada al frente de sus tropas.

                      En el occidente de esta extrema provincia triunfaban también las armas de los Independientes. . . . .

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                      • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                        El parte en que informó Torres este importante acontecimiento, revela la rusticidad del valiente vencedor de Zacoalco:

                        “ A las nueve de la mañana de este día he hecho mi entrada en esta Capital de Guadalajara de paz, pues la N. C. desde el día siete del corriente me la propuso por medio de tres sujetos principales que mandó a parlamentarla conmigo al Pueblo de Santa Ana. Los Europeos que tenían en movimiento esta gran Ciudad se han profugado y llevando muchos caudales así suyos como ajenos tocante a Reales Rentas; pero ya he dado comisión para que los sigan, y creo no escaparán.

                        Estoy arreglando este Gobierno como mejor hallo por conveniente hasta que V. E. me mande sus órdenes, o si le es asequible pase a tomar posesión de la Corte de este Reino sujeta ya a su gobierno.

                        Pongo a V. E. igualmente en su noticia que el día citado se habrá tomado a la Villa de Colima por un hijo mío D. José Antonio Torres en compañía del capitán D. Rafael Arteaga según se me ha asegurado, aunque nada se de oficio. Por si no hubiere llegado a manos de V.E. mi Oficio en que le comunico haber ganado una Batalla a Guadalajara en el pueblo de Zacoalco en donde murieron doscientos sesenta y seis, y entre ellos cien Europeos, y los demás Criollos a quienes forzadamente sacaron a lidiar lo participo a V. E. para su inteligencia, y gobierno, desde cuyo día se me indicó se rendiría, esta Ciudad sin tropiezo como se ha verificado. En esta cárcel hay cerca de quinientos Reos los mas de demasiada gravedad a quienes no he dado libertad hasta la Resolución del Exmo. Sr. que espero conteste a la consulta que le tengo hecha, pues este Ayuntamiento me ha presentado, y hecho ver sus justos temores si se le da a todos la referida libertad.

                        Todo esto tengo la satisfacción de ponerlo a las órdenes, y disposiciones de V. E.

                        Dios guarde a V. E. muchos años. Guadalajara y noviembre 11 de 1810.- Joseph Antonio Torres.- Sr. Exmo. D. Ignacio Allende, Teniente General de los Ejércitos Americanos.”

                        Don José María Mercado, hombre universalmente estimado por sus luces y virtudes, era cura de Ahualulco al estallar la revolución. Ardiendo en entusiasmo por la causa de la patria, se había declarado a su favor, en unión del subdelegado Zea, desde los primeros día de noviembre. Dirigióse luego a Torres pidiéndole autorización para emprender la campaña de Tepic y San Blas, la que fue inmediatamente concedida.

                        Sin pérdida de tiempo marchó Mercado a su destino, y el día 20 de noviembre de 1810 entraba en Tepic sin disparar un solo tiro, apoderándose de seis piezas de artillería e incorporando a su pequeña fuerza de los veteranos que allí se hallaban. Después de permanecer siete días en ese lugar , empleados en propagar la revolución en aquella montañosa comarca y en aumentar sus tropas hasta dos mil hombres, casi desarmados, dirigióse sobre San Blas resuelto a apoderarse de él. El día 28 hallábase frente a la plaza e intimaba rendición al comandante don José Lavayen, oficial de la marina española, ofreciéndole bajo su palabra de honor que los españoles y todos los habitantes, si voluntariamente se rendían, serían tratados con toda consideración y salvarían sus vidas y parte de sus intereses, y acaso la totalidad de ellos; pero de no salir en término de madia hora comisionados a tratar de capitulación se vería obligado a llevarlo todo a sangre y fuego sin que le fuera posible, en ese caso, contener el ímpetu de sus soldados.

                        Esta arrogancia impuso a Lavayen e intimidó de tal manera al obispo Ruiz de Cabañas, a los oidores Recacho y Alva y a los españoles que de Guadalajara habían emigrado, que mientras el primero enviaba al campo del cura Mercado al alférez de fragata don Agustín Bocalán con el carácter e instrucciones de parlamentario, los demás se trasladaron amedrentados a bordo de los bergantines San Calos y el Activo haciendo inmediatamente la vela para el puerto de Acapulco. Mercado y Bocalán ajustaron un convenio y después de algunas modificaciones, fue aprobado por el comandante de la plaza, y el 1° de diciembre de 1810, entró en ella Mercado con el carácter de Comandante General de las del Poniente, cuyo nombramiento acababa de recibir del jefe de la Revolución.

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                        • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                          La noticia de la revolución proclamada en Dolores llegó a la capital de la intendencia de Zacatecas el 21 de septiembre de 1810. El intendente don Francisco Rendón, distinguido y celoso magistrado, dictó todas las disposiciones que juzgó oportunas para atender la seguridad del territorio a su mando. Convocó a los españoles para que patrullasen la ciudad; abrió una suscrición dedicando su producto a la fabricación de lanzas; ordenó a todos los subdelegados en el territorio de su mando que se apercibiesen a la defensa y que enviasen a la capital la gente y armas que pudieran, y pidió a los propietarios y administradores de las haciendas mil hombres armados y montados, cuyo sueldo sería de cuenta del tesoro real. Púsose en comunicación con los intendentes de Guadalajara, Durango y San Luis Potosí para obrar combinadamente y que en caso preciso le auxiliasen, y pidió tropas al gobernador de Colotlán, comarca situada al sudoeste de Zacatecas y enclavada en la provincia de Nueva Galicia.

                          El gobernador de Colotlán cumplió los deseos de Rendón, le envió a poco dos compañías que fueron destinadas a cubrir Aguascalientes; los subdelegados, en cambio, no obedecieron las reiteradas órdenes y exhortaciones del intendente. Ocupado en estos aprestos y temiendo que de un momento a otro los levantiscos mineros zacatecanos cometiesen los mismo desórdenes que los de Guanajuato, Rendón recibió aviso de Calleja, el 6 de octubre de 1810, de que los independientes que habían ocupado esta última ciudad, se dirigían a Zacatecas, e igual noticia le fue comunicada por las autoridades de León, de Lagos y de Aguascalientes. Grande e inminente era el peligro; los medios de afrontarlo insuficientes; la agitación en las turbulentas masas de mineros amenazadora, y el sobresalto de los españoles y las clases acomodadas intenso.

                          El intendente de Zacatecas convocó a junta al ayuntamiento, diputaciones de minería y comercio, administradores de rentas, clérigos, prelados de las regiones y vecinos notables, a quienes informó de detalladamente de la situación pidiéndoles asistencia y consejo. Unánime fue el dictamen de la junta declarando indefendible la ciudad de Zacatecas, tanto por su situación entre altos y dominantes cerros, como por la falta de tropas para resistir con éxito. A consecuencia de este parecer, casi todos los españoles salieron esa misma noche, llevando consigo lo que pudieron de sus caudales y efectos mas valiosos, dirigiéndose el mayor número a San Luis. Huyeron también los miembros del ayuntamiento, los empleados y los individuos que formaban las diputaciones del comercio y minería.

                          No fue bastante a contener el pánico la llegada, en ese mismo día, del conde de Santiago de la Laguna a la cabeza de doscientos de sus sirvientes armados y montados, ni las seguridades que este rico propietario dio al intendente de que su influencia sobre el pueblo bajo de la ciudad le mantendría quieto y tranquilo. El gobernador de Colotlán salió también la noche del día 6 rumbo a Guadalajara. Ya desde las primeras horas del día 7 el pueblo, agitado y sombrío, parecía dispuesto a cometer deplorables excesos; grupos numerosos se agolpaban en las tiendas de lo españoles impidiendo que sacasen los efectos; comisiones de mineros exigían el pago de sus salarios, amenazando en caso contrario, con el saqueo; y la plebe pedía a gritos la cabeza de Apezechea, rico propietario de la mina de la Quebradita. Sin tropas ni recursos, desconocida su autoridad, amagado por una invasión tanto mas temible cuanto mas ignorado era el número y calidad de los enemigos, el intendente de Zacatecas, salió huyendo la mañana del 8 de octubre con dirección a Guadalajara.

                          La presencia del conde de Santiago de la Laguna evitó a Zacatecas los horrores de saqueo, y sabiendo algunos días después que el jefe de los Independientes don Rafael Iriarte se aproximaba a la ciudad al frente de una fuerza respetable, reunió a los vecinos mas notables para que acordasen lo que estimaran conveniente. La junta resolvió que el doctor don José María Cos, cura del Burgo de San Cosme, marchara al encuentro de Iriarte con la misión de inquirir a este:

                          “Si la guerra que hacían los independientes salvaba los derechos de la religión, rey y patria, y si en el caso de ceñirse su objeto a la expulsión de los españoles, admitía excepciones y cuales eran estas, con el fin de que las explicaciones de que sobre estos puntos se diesen, sirviera de gobierno a las provincias para unirse todas en un mismo sistema de paz o de guerra, según la naturaleza de las pretensiones que se manifestasen.”

                          Esta disposición fue comunicada al brigadier Calleja, quien receloso y desconfiado la hizo llegar al virrey Venegas, quien señaló el proyecto como medio peligroso de desunión para los sostenedores de la autoridad real. Que las explicaciones dadas por Iriarte hubieran parecido a este satisfactorias o no, no queda claro en los documentos generados al respecto; en comunicación escrita con el confuso estilo de la época, dice el doctor Cos que sale con dirección al cuartel general de los Independientes; pero lo cierto fue que tomó el camino de la capital del virreinato y que a su paso por Querétaro fue aprehendido por el comandante de aquella ciudad Gracia Rebollo, quien lo encerró en el convento de San Francisco, de donde salió algunos meses después para ejercer muy grande influencia en la marcha de la revolución.

                          Iriarte avanzó con sus tropas hacia Zacatecas, en cuya ciudad entró sin oposición, pues el conde de Santiago de la Laguna se retiró a Guadalajara, en los primeros días del mes de noviembre.

                          Fray Gregorio de la Concepción (Gregorio Melero y Piña), natural de Toluca y religioso de la orden del Carmen, residía en San Luis desde el año de 1808 y mantenía activa correspondencia con Hidalgo. Entusiasta partidario de la Independencia, ardía en deseos de propagar en aquella ciudad la revolución. . . .

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                          • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                            Hombre de gran valor, Fray Gregorio de la Concepción, no tardó en abrir su pecho a Lanzagorta, a Herrera y a los demás presos que se hallaban en su mismo convento, ofreciéndoles que dentro de pocos días les libertaría del cautiverio que sufrían. Y en efecto, preparaba con el mayor afán el movimiento a favor de la Independencia. Púsose de acuerdo con otro lego de San Juan de Dios llamado Villerías y con don Joaquín Sevilla y Olmedo, oficial de lanceros de San Carlos, prometiéndole cada uno el auxilio de 25 hombres armados; hizo acopio de municiones, y logró hacer entrar en sus miras a los oficiales y soldados que custodiaban a los presos.

                            Llegó la noche del 10 de noviembre de 1810, y según lo convenido con Sevilla y Villerías, acercáronse estos a las diez a la portería del convento del Carmen seguidos de sus cincuenta hombres, y llamaron con la campana destinada a hacer seña de confesión durante la noche, pidiéndola para el español don Juan Pablo de la Serna, persona muy conocida en San Luis. Engañado el prior, ordenó que uno de los frailes marchase a la casa que se indicaba, pero al momento de salir este fue hecho prisionero por Fray Gregorio de la Concepción ayudado de varios soldados de la guardia, y despojándole de la llave dio paso a los hombres de Sevilla y Villerías, que, unidos a los de la misma guardia, pusieron en libertad a todos los presos y arrestaron a los veinte frailes del Carmen, que todos eran españoles.

                            Fray Gregorio, después de emplear en esto el tiempo estrictamente necesario, salió del convento acompañado del teniente Lanzagorta, dejando al lego Herrera al frente de los soldados y de los presos que acababa de liberar; dirigióse a la guardia de prevención, y después de hablar con el oficial que la mandaba, este le ofreció secundar el movimiento a favor de la Independencia. Volvió con gran prisa al convento, y los doscientos hombres de que podía disponer, incluso los noventa y seis presos, los repartió del modo siguiente: cien a sus inmediatas órdenes a las del lego Herrera, destinados a ocupar la prevención; cincuenta a las órdenes de Villerías, para apoderarse de la cárcel; y el resto, bajo el mando de Sevilla, con la misión de tomar el cuartel de la compañía. Todo se ejecutó con rapidez y sin derramamiento de sangre, y a las tres de la mañana quince cañonazos que mandó disparar Fray Gregorio de la Concepción con algunas de las once piezas de artillería que se hallaban en la prevención anunciaron a los habitantes de San Luis el fácil triunfo que acababan de alcanzar los osados conspiradores. Ese mismo día 11 de noviembre de 1810, escribió a Hidalgo y Allende informándoles de los acontecimientos y las disposiciones que había dictado para organizar el gobierno

                            Dos días después Iriarte, que ya era dueño de Zacatecas, avisó que se hallaba al frente de su división en la hacienda de Muleros en marcha para Guanajuato con el propósito de auxiliar a Allende, y preguntaba a los jefes de la revolución en San Luis si podría entrar en esta ciudad. No gozaba Iriarte de buena fama ni era mejor la de sus indisciplinadas tropas, por lo que Fray Gregorio de la Concepción le contestó que estando ya ganada la ciudad parecía excusado que se presentase en ella exponiendo a sus moradores a las tropelías que pudieran cometer los indios que le seguían; pero yendo, como decía, en Auxilio de Allende, próximo a ser atacado por Calleja, podía entrar y sería bien recibido.

                            Iriarte hizo su entrada en San Luis el 14 de noviembre de 1810 seguido de el gran número de indios y de turbas desordenadas que demostraban suficientemente por su aspecto de lo que eran capaces; por lo que temiendo Fray Gregorio de la Concepción alguna traición de su jefe y no queriendo ser responsable de los desórdenes que fundadamente preveía, salió esa misma noche de la ciudad con setecientos hombres y cuatro cañones, marchando primeramente a la hacienda del Pozo, propiedad del convento del Carmen, donde se proveyó de dinero y caballos, y dirigiose al norte de San Luis donde se uniría al teniente general don José Mariano Jiménez.

                            No eran vanos los temores del patriota fraile carmelita, pues las chusmas de Iriarte no tardaron en entregarse al saqueo que con gran esfuerzo hizo cesar el lego Herrera. A continuación y para corresponder a las demostraciones de júbilo que había recibido al entrar en San Luis, Iriarte dio un baile al que invitó a Herrara, Villerías y Sevilla, y los mandó aprehender, al mismo tiempo que otros de los suyos se hacían dueños de la ciudad que hubo de deplorar nuevos ataques. Villerías logró escapar, y Herrara y Sevilla fueron a poco puestos en libertad, diciéndoles Iriarte que la causa de aquel procedimiento había sido evitar que fueran víctimas de las tropas que le seguían y que habían pedido licencia para saquear.

                            Después de haber permanecido algunos días en San Luis, Iriarte salió con su división en auxilio de Allende, quien le llamaba con urgencia para resistir el ataque de Calleja. Guanajuato sucumbió al fin, y su ilustre defensor salió de esa ciudad el día 24 de noviembre de 1810; halló dos días después al perezoso Iriarte en San Felipe. Ambos se dirigieron entonces a Aguascalientes, separándose Iriarte antes de llegar a esta población, y Allende se ocupó de disciplinar a los soldados que tenía a sus órdenes adiestrándolos en el manejo de la artillería.

                            Allende marchó en seguida a Zacatecas, pero fuese porque Iriarte no le inspiraba confianza o porque creyese mas útil su presencia en Guadalajara, se dirigió violentamente a esa capital, y habiendo llegado el día 12 de diciembre de 1810, fue recibido por Hidalgo con extraordinaria magnificencia, no obstante las enojosas cartas escritas un mes antes por el fogoso capitán general.

                            Habíanse movido entre tanto nuevas tropas realista desde la capital del virreinato hacia el occidente, por cuyo rumbo se concentraba el alzamiento revolucionario. La retirada de Hidalgo, seguida del triunfo alcanzado en Aculco, permitió al virrey Venegas disponer la salida de otra sección de las fuerzas que, operando en el rumbo de Huichapam, asegurase la expedita comunicación entre el interior y el ejército de Calleja y la capital. Acababa de llegar de España el brigadier don José de la Cruz, quien, si no alcanzó en la península fama de esforzado, adquirió en la colonia triste y merecido renombre de feroz. A este jefe confió Venegas el mando de la división que llamó de reserva; diósele por segundo al teniente coronel Trujillo, el derrotado del Monte de las Cruces, cuya crueldad emulaba la de Cruz, y se le hizo salir de México al frente de esa sección el 16 de noviembre.

                            Sonaba entonces entre los mas temibles guerrilleros en tierras de Nopala y de Huichapan don Julián Villagrán, a quien hemos visto unido a Sánchez atacar a Querétaro, aunque sin éxito, el 30 de octubre. Seguido de su hijo, a quien daban el sobrenombre de Chito, de los Anayas y de algunos centenares de indios, descendientes de los antiguos y broncos Otomíes, Villagrán era el terror de los pueblos de aquella comarca. Tan pronto aparecía en la llanura como se ocultaba en la cercana sierra del Real del Doctor, y luego, en acecho del camino entre México y Querétaro, caía sobre los convoyes, y después de destrozar a sus guardianes huía con la presa a los ásperos riscos que le servían de impenetrable asilo.

                            Contra este importuno y temible enemigo dirigióse el brigadier Cruz, mandando ahorcar en su tránsito a tres individuos que le parecieron sospechosos y llegando a Nopala la noche del 20 de noviembre de 1810. . . .

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                            • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                              A su arribo a Nopala el brigadier Cruz fue recibido con muestras de alegría, pero el jefe realista, decidido a desplegar extremado rigor, que tan bien cuadraba con su ingénita crueldad, despreció esas manifestaciones y ordenó desde luego al cura don José Manuel de Correa que se presentara en México al virey, quien a su vez lo remitió al arzobispo Lizama que lo despojó de su curato. Correa no tardó en aparecer al frente de una guerrilla apellidando la independencia. Al día siguiente salió Cruz para Huichapan y esperaba alcanzar allí a Villagrán; pero este, instruido a tiempo de los movimientos del jefe realista, se retiró a la Sierra Real del Doctor, situándose en el cerro de Nastejé o de la Muñeca. La entrada de Cruz en Huichapan fue también el principio de sus crueles providencias: publicó un bando imponiendo penas severísimas a los individuos y a los pueblos en masa que de alguna manera auxiliasen la revolución; ´procedió a recoger todo cuanto pudiera ser empleado como arma ofensiva, sin exceptuar los instrumentos mas comunes de uso doméstico, tales como cuchillos de mesa, tijeras y herramientas de carpinteros y herreros, y dio órdenes a sus tenientes de pasar a cuchillo todo pueblo donde hubiese independientes o que les prestasen auxilio, reduciéndolo a cenizas.

                              Como los Anayas, compañeros de Villagrán, hubiesen dado muerte al doctor Vélez de la Campa, que iba a Querétaro de auditor de guerra de Calleja, y apoderándose algunos días antes de un convoy a la entrada del monte de Calpulalpan, mandó colgar a muchos individuos desde la hacienda de La Goleta hasta el pueblo de San Miguelito. Entre los cadáveres se encontraba el del gobernador de los indios de San Miguelito, que estaba suspendido de un árbol junto a la iglesia; y el del mayordomo de la hacienda de la Goleta, que quedó colgado de una viga en el sitio donde estaba la remuda de la diligencia. El pueblo y todo el caserío fue quemado. Villagrán se mantuvo en sus inaccesibles guaridas, y cuando los realistas se retiraron de aquel rumbo volvió a sus habituales correrías y a ser en terror de la comarca.

                              Cruz salió de aquel lugar el 14 de diciembre de 1810 con mil cuatrocientos hombres de infantería y caballería y dos cañones; en aquel mismo día se unieron a su división un batallón del regimiento provincial de Puebla, uno de marina compuesto por la tripulación de los buques surtos en Veracruz. Trujillo había vuelto a México para ponerse al frente de otra división que, marchando por Maravatio, debía obrar combinadamente con Cruz en el movimiento de este sobre Valladolid. Cruz entró a Querétaro donde se detuvo algunos días y el 20 de diciembre salió para Celaya. Tres días después llegó a Indaparapeo, distante seis leguas de Valladolid. La entrada de Cruz se efectuó en la mañana del 28 de diciembre en medio de la alegría de los realistas. El gobernador de la mitra, don Mariano Escandón, conde de Sierra Gorda, quien a la entrada de Hidalgo había levantado la excomunión lanzada contra este caudillo por el obispo electo Abad y Queipo, la renovó. Reorganizado el gobierno de Valladolid, Cruz nombró comandante militar de la ciudad al teniente coronel don Torcuato Trujillo, quien llegó al frente de algunas tropas el 2 de enero de 1811.

                              Antes de seguir a Hidalgo en Guadalajara y de dar cuenta del plan militar en cuya virtud habían de moverse sobre esa ciudad las divisiones combinadas de Calleja y Cruz, cúmplenos darla de lo que había ocurrido en el sur de la intendencia de México durante los últimos meses de 1810. Allí aparecía un nuevo campeón de la independencia. . . . .

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                              • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                                La atención del gobierno vireinal, fija sobre los principales caudillos de la Independencia, no había reparado lo bastante en el jefe que traía ya encendida la vasta y montuosa comarca que se extiende desde el Mexcala hasta la costa del Grande Océano. El cura de Carácuaro, sin exigir hombres, armas ni dinero, se había separado del caudillo de la Independencia resuelto a cumplir las órdenes que le había dado el cura Hidalgo. La ciudad de Valladolid, que hoy se llama Morelia en honor del héroe, fue la cuna de don José María Morelos y Pavón, quien nació el 30 de setiembre de 1765. Humilde de condición fue su padre Manuel Morelos, que ejerció el oficio de carpintero en Valladolid; su madre Juana Pavón, era hija de un maestro de escuela. La niñez de Morelos transcurrió en medio de la privaciones de la clase desvalida. Su juventud se consumió en un trabajo corporal y rudísimo para proveer a su subsistencia y a la de su madre. Muerto el padre de Morelos desvanecióse la ilusión que la pobre viuda había abrigado de dedicar a su hijo a la carrera eclesiástica y le confió al cuidado de su tío Felipe Morelos, que era dueño de una recua con la que trajinaba entre México y el puerto de Acapulco; hasta los 30 años de edad, recorrió el camino que liga estas dos ciudades dedicado a la arriería, sin que haya noticias de que en su niñez ni en su juventud hubiese adquirido instrucción ninguna; por eso es admirable la fuerza de voluntad que demostró abandonando su antiguo y humilde oficio para dedicarse al estudio en el colegio de San Nicolás de Valladolid, bajo la dirección del cura Hidalgo.

                                Era Morelos de mediana estatura, robusta complexión y color moreno. Sus ojos negros, limpios, rasgados y brillantes, tenía una mirada profunda e imponente, y unas cejas pobladas y unidas daban a su rostro la expresión de incontrastable energía, que acentuaba mas una barba vigorosamente redondeada. Su aspecto grave, y hasta sañudo, se modificaba, sin embargo, por una boca franca y risueña. A la hora del combate, según los que de cerca lo observaron, sus ojos relampagueaban siniestros y su voz adquiría tonante inflexión para animar a las tropas; en los demás lances de la vida mostraba grande impasibilidad y en su rostro sereno no revelaba los efectos de su ánimo; la prosperidad no le ensoberbecía, ni el infortunio quebrantaba su altiva y digna entereza.

                                Después de su entrevista con Hidalgo en el pueblo de Indaparapeo, volvió al pueblo de Carácuaro y armando allí veinticinco hombres con lanzas y escopetas marchó con ellos rumbo a Churumuco; atravesó el Mexcala en la hacienda de Las Balsas, y entró en el territorio que hoy pertenece al estado de Guerrero. En Coahuayutla se le unieron algunos hombres armados a las órdenes de don Rafael Valdovinos, y avanzando hasta las orillas del Gran Océano, engrosó en Zacatula su pequeña tropa con cincuenta soldados al mando del capitán de milicias de ese puerto, don Marcos Martínez. Animado Morelos con tal feliz principio, recorrió la costa en dirección al sudeste, y cayó rápidamente sobre Petatlán, donde se apoderó de algún armamento y se le unieron poco mas de doscientos hombres. Con estos refuerzos se dirigió a Tecpan, donde el capitán realista don Juan Antonio Fuentes, comandante de la tercera división de milicias del Sur, había fortificado el paso del río que baña las orillas de la población; pero sintiéndose débil para resistir al jefe de la Independencia huyó a Acapulco con la gente que tenía a sus órdenes, y que desertó en su mayor parte, volviendo a Tecpan, adonde engrosó las tropas de Morelos.

                                Entró en la importante villa que se acaba de nombrar el 7 de noviembre de 1810. Hasta entonces había aumentado considerablemente sus tropas y armamento sin disparar un solo tiro. Tecpan, lugar populoso de la costa, le proporcionó abundantes recursos; pero ninguno sin duda fue de mas valía que la incorporación a sus filas de don Hermenegildo Galeana. Al día siguiente salió de Tecpan el caudillo del Sur: en el Zanjón se le unieron don Juan y don Fermín Galeana, seguidos de setecientos hombres, en su mayor parte sin armas. Allí comenzó Morelos a tener artillería, siendo su primera pieza un cañón pequeño que recibió en nombre de Niño y que servía para hacer salvas en la hacienda de los Galeana, llamada San José.

                                El 9 de noviembre la división de Morelos fuerte de dos mil hombres armados con fusiles, lanzas, espadas, y flechas, después de tocar en Coyuca, avanzó hasta el Aguacatillo, donde llegó el 13 de noviembre de 1810, formándose en este lugar un campo a.t.r.i.n.c.h.e.r.a.d.o con tercios de algodón. Ese mismo día setecientos hombres que Morelos había destacado a las órdenes de Valdovinos para ocupar el Veladero, posición que domina a Acapulco, tuvieron que sostener un combate con cuatrocientos realistas enviados por el jefe de la plaza Carreño. Trabose la lucha al pie de la montaña, y después de un ligero tiroteo, huyeron los realistas dejando muchas armas tiradas y pasándose a los Independientes un número considerable de soldados. Morelos, entretanto, aseguraba sus posiciones, y además del campo a.t.r.i.n.c.h.e.r.a.d.o de Aguacatillo, fortificó los puntos de Las Cruces, el Marqués, la Cuesta y el Veladero.

                                Noticioso el virey de la aparición del nuevo enemigo, creyó que bastaría a contenerlo las tropas realistas de Acapulco; pero las nuevas que recibió de la rápida y feliz correría de Morelos a lo largo de la costa y del asedio que contra aquel puerto había establecido, le obligaron a dictar otras medidas, y en consecuencia, dispuso que la brigada de Oaxaca marchase a atacar a los Insurgentes del Sur; mil quinientos hombres a las órdenes del comandante de la quinta división de milicias don Francisco Paris. La suerte de las armas en el primer encuentro fue favorable a este jefe, pues el 1º. de diciembre logró dispersan en Arroyo-Moledor a una sección de las fuerzas de Morelos al mando de don Rafael Valdovinos; pero en cambio, uno de los capitanes de Morelos, don Miguel de Avila, al frente de setecientos hombres, rechazaba en Llano Grande una fuerza salida de Acapulco a las órdenes de don Juan Antonio Fuentes y del sub delegado de Tecpan, Rodríguez, que murió algunos días después, de la heridas que recibió en el combate.

                                Resuelto Paris a tomar las posiciones de Morelos, atacó vigorosamente el 8 de diciembre de 1810 las de San Marcos y Las Cruces: peleóse con furia durante todo el día, y solo la noche separó a los combatientes, sin que de parte alguna se alcanzase señalada ventaja. El jefe realista, cinco días mas tarde, renovó su ataque. . . .

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