Re: Una burla más para los habitantes de la Ciudad de México
La región más incoherente
Rafael Cardona | Opinión
Los días posteriores a la Navidad, en contra de lo ocurrido en años cercanos cuando los cielos se limpiaban por la disminución de actividades industriales y la menor circulación de automóviles, sufrimos la peor consecuencia de las inversiones térmicas de fechas recientes con su concomitante de partículas en suspensión
La ciudad de México, todos lo sabemos, se asienta en un valle, una cuenca lacustre cuya belleza fue inigualable y cuyo destino impío ha sido terrible. Las lagunas unidas entre sí de Texcoco, Zumpango, Xochimilco, Chalco, Xaltocan y demás formaban apenas hace siglos un sistema equilibrado donde se alojaban centenares de especies animales y una flora de incontable variedad.
Sus bosques y la cadena montañosa circundante (más de 60 volcanes, algunos con cinco kilómetros de altura) oxigenaban la ligera atmósfera de manera excepcional, a lo cual contribuía la elevación del altiplano. Más de dos mil metros sobre el nivel del mar.
Pero todo eso ha sido depredado de manera terrible e irreversible. Inicialmente por la desecación de los cuerpos de agua y más tarde por la deforestación, la pérdida de zonas agrícolas, la invasión de las utópicas reservas territoriales y ecológicas y un enorme, anárquico y caótico asentamiento humano sin control ni plan ni equilibrio cuyas constantes de corrupción determinan hasta la fecha el criterio de autorización de obras públicas y privadas.
La degradación hídrica ya no tiene remedio. Los ríos se convirtieron en canales insalubres, vertederos de mierda. Sus barrancas se llenaron de casuchas y en otros momentos de edificios piloteados en equilibrios insólitos para una zona sísmica.
Pero como en el desequilibrio ecológico no hay lesión a una parte del sistema cuyo efecto no repercuta en otra, del desastre lacustre y fluvial se pasó a otros de similar gravedad: los bosques se perdieron la vocación natural de la tierra labrantía en la zona periférica de la vieja laguna; los métodos sustentables como las chinampas y otras formas racionales de cultivo se vinieron abajo y la depredación se estableció como norma de vida.
La consigna fue arrasar y terminar con todo. Eso generó una industrialización enana y contaminante.
Por eso los días posteriores a la Navidad, en contra de lo ocurrido en años cercanos cuando los cielos se limpiaban por la disminución de actividades industriales y la menor circulación de automóviles, sufrimos la peor consecuencia de las inversiones térmicas de fechas recientes con su concomitante de partículas en suspensión.
Y en cuanto a las emisiones, el gobierno de la ciudad siempre ha tenido ante ellas, en especial las generadas por los automóviles, un criterio ambiguo: calcomanías con diferentes restricciones en lugar de una suspensión alternativa de motores encendidos.
Y como no es una medida técnica sino una forma paralela y disimulada de elevar los impuestos a través de la costosa y bianual verificación vehicular no exenta de corruptelas, los días feriados se suspende como si de acuerdo con las festividades los motores dejaran de contaminar.
Pero la autoridad ambiental, en especial la decorativa Comisión Ambiental Metropolitana cuya función esencial consiste en respaldar con datos de conveniencia la gestión del jefe, ha ofrecido para éste evidencia de nuestro cotidiano desastre en la calidad del aire, una peregrina explicación: las compras navideñas (mayormente realizadas antes del 24; no esa misma noche) y la excesiva circulación, aunadas al auge pirotécnico de la fiesta decembrina, alzaron los índices de contaminación (forma elegante de llamarle a la nata de mugre sobre nuestras cabezas) hasta 129 puntos Imeca en lo relativo a las partículas menores de 10 diez micras; o sea las de más nociva acumulación vía respiratoria en el cuerpo humano.
Carlos Reyna, secretario técnico de la Comisión Ambiental Metropolitana nos ha dado una receta infalible: no respirar.
Esto ha dicho (R. 26 de diciembre) el experto en aire sucio:
“Las altas concentraciones de partículas suspendidas menores a 10 micras (PM10) y el tiempo de exposición son factores determinantes para provocar daños a la salud, advirtió César Reyna, secretario técnico de la Comisión Ambiental Metropolitana.
“La época decembrina, por las condiciones meteorológicas y la intensa movilidad motorizada, así como la quema desmedida de cohetes provoca serias afectaciones a la salud de la población.
“Lo que debemos evitar es que la población quede expuesta a respirar durante horas la contaminación por partículas suspendidas, ya que puede contraer enfermedades crónicas y hasta cáncer”.
Como no queda muy claro cómo se hace para evitar “que la población quede expuesta a respirar durante horas la contaminación” (quizá con un modelo marceliano del “Aqua-lung”), le podríamos preguntar al señor Reyna si en su contrato de honorarios hay una prima por desfachatez. Evitar que la población quede expuesta a respirar, hágame el “refabrón cavor”.
Y como si no fuera suficiente, Reyna le tira la pelota al secretario de Seguridad Pública, pues si se tratara de evitar la quema de llantas o el estallido de cohetes, le correspondería a la policía evitarlo. Y si lo hubo en tan desmesurada proporción, según él, sería a causa de la tolerancia policiaca. Ojalá y no se encuentre a Manuel Mondragón en un pasillo.
Pero valga una última consideración. Nunca en la historia de esta ciudad se ha quemado tanta pólvora como en la fantochada del gobierno federal dizque para festejar el Bicentenario de la Independencia: ocho mil kilogramos de explosivos.
Pues ni siquiera esa noche hubo una contaminación como la del fin de diciembre. Quizá por todo esto quienes le otorgaron el premio (patito) al alcalde del año, lo hicieron en parte como reconocimiento a las aportaciones de Marcelo Ebrard en el mejoramiento del ambiente. ¡Ajá!
La región más incoherente
Rafael Cardona | Opinión
Los días posteriores a la Navidad, en contra de lo ocurrido en años cercanos cuando los cielos se limpiaban por la disminución de actividades industriales y la menor circulación de automóviles, sufrimos la peor consecuencia de las inversiones térmicas de fechas recientes con su concomitante de partículas en suspensión
La ciudad de México, todos lo sabemos, se asienta en un valle, una cuenca lacustre cuya belleza fue inigualable y cuyo destino impío ha sido terrible. Las lagunas unidas entre sí de Texcoco, Zumpango, Xochimilco, Chalco, Xaltocan y demás formaban apenas hace siglos un sistema equilibrado donde se alojaban centenares de especies animales y una flora de incontable variedad.
Sus bosques y la cadena montañosa circundante (más de 60 volcanes, algunos con cinco kilómetros de altura) oxigenaban la ligera atmósfera de manera excepcional, a lo cual contribuía la elevación del altiplano. Más de dos mil metros sobre el nivel del mar.
Pero todo eso ha sido depredado de manera terrible e irreversible. Inicialmente por la desecación de los cuerpos de agua y más tarde por la deforestación, la pérdida de zonas agrícolas, la invasión de las utópicas reservas territoriales y ecológicas y un enorme, anárquico y caótico asentamiento humano sin control ni plan ni equilibrio cuyas constantes de corrupción determinan hasta la fecha el criterio de autorización de obras públicas y privadas.
La degradación hídrica ya no tiene remedio. Los ríos se convirtieron en canales insalubres, vertederos de mierda. Sus barrancas se llenaron de casuchas y en otros momentos de edificios piloteados en equilibrios insólitos para una zona sísmica.
Pero como en el desequilibrio ecológico no hay lesión a una parte del sistema cuyo efecto no repercuta en otra, del desastre lacustre y fluvial se pasó a otros de similar gravedad: los bosques se perdieron la vocación natural de la tierra labrantía en la zona periférica de la vieja laguna; los métodos sustentables como las chinampas y otras formas racionales de cultivo se vinieron abajo y la depredación se estableció como norma de vida.
La consigna fue arrasar y terminar con todo. Eso generó una industrialización enana y contaminante.
Por eso los días posteriores a la Navidad, en contra de lo ocurrido en años cercanos cuando los cielos se limpiaban por la disminución de actividades industriales y la menor circulación de automóviles, sufrimos la peor consecuencia de las inversiones térmicas de fechas recientes con su concomitante de partículas en suspensión.
Y en cuanto a las emisiones, el gobierno de la ciudad siempre ha tenido ante ellas, en especial las generadas por los automóviles, un criterio ambiguo: calcomanías con diferentes restricciones en lugar de una suspensión alternativa de motores encendidos.
Y como no es una medida técnica sino una forma paralela y disimulada de elevar los impuestos a través de la costosa y bianual verificación vehicular no exenta de corruptelas, los días feriados se suspende como si de acuerdo con las festividades los motores dejaran de contaminar.
Pero la autoridad ambiental, en especial la decorativa Comisión Ambiental Metropolitana cuya función esencial consiste en respaldar con datos de conveniencia la gestión del jefe, ha ofrecido para éste evidencia de nuestro cotidiano desastre en la calidad del aire, una peregrina explicación: las compras navideñas (mayormente realizadas antes del 24; no esa misma noche) y la excesiva circulación, aunadas al auge pirotécnico de la fiesta decembrina, alzaron los índices de contaminación (forma elegante de llamarle a la nata de mugre sobre nuestras cabezas) hasta 129 puntos Imeca en lo relativo a las partículas menores de 10 diez micras; o sea las de más nociva acumulación vía respiratoria en el cuerpo humano.
Carlos Reyna, secretario técnico de la Comisión Ambiental Metropolitana nos ha dado una receta infalible: no respirar.
Esto ha dicho (R. 26 de diciembre) el experto en aire sucio:
“Las altas concentraciones de partículas suspendidas menores a 10 micras (PM10) y el tiempo de exposición son factores determinantes para provocar daños a la salud, advirtió César Reyna, secretario técnico de la Comisión Ambiental Metropolitana.
“La época decembrina, por las condiciones meteorológicas y la intensa movilidad motorizada, así como la quema desmedida de cohetes provoca serias afectaciones a la salud de la población.
“Lo que debemos evitar es que la población quede expuesta a respirar durante horas la contaminación por partículas suspendidas, ya que puede contraer enfermedades crónicas y hasta cáncer”.
Como no queda muy claro cómo se hace para evitar “que la población quede expuesta a respirar durante horas la contaminación” (quizá con un modelo marceliano del “Aqua-lung”), le podríamos preguntar al señor Reyna si en su contrato de honorarios hay una prima por desfachatez. Evitar que la población quede expuesta a respirar, hágame el “refabrón cavor”.
Y como si no fuera suficiente, Reyna le tira la pelota al secretario de Seguridad Pública, pues si se tratara de evitar la quema de llantas o el estallido de cohetes, le correspondería a la policía evitarlo. Y si lo hubo en tan desmesurada proporción, según él, sería a causa de la tolerancia policiaca. Ojalá y no se encuentre a Manuel Mondragón en un pasillo.
Pero valga una última consideración. Nunca en la historia de esta ciudad se ha quemado tanta pólvora como en la fantochada del gobierno federal dizque para festejar el Bicentenario de la Independencia: ocho mil kilogramos de explosivos.
Pues ni siquiera esa noche hubo una contaminación como la del fin de diciembre. Quizá por todo esto quienes le otorgaron el premio (patito) al alcalde del año, lo hicieron en parte como reconocimiento a las aportaciones de Marcelo Ebrard en el mejoramiento del ambiente. ¡Ajá!
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