Miles de viejitos cubanos han tenido que volver -al final de sus vidas– a una
jornada laboral, esta vez marcada por la ilegalidad y el riesgo. Manos que se
estremecen por el Parkinson muestran golosinas azucaradas en las paradas
de los ómnibus y rostros arrugadísimos nos miran mientras dicen que tiene
cuchillas de afeitar a sólo cinco pesos. Sus pensiones son extremadamente
bajas y el merecido descanso que proyectaron tener se les ha convertido en
días agitados escondiéndose de la policía. El sistema que ayudaron a
edificar no puede proveerlos hoy de una vejez digna, no logra evitarles la miseria.
http://www.desdecuba.com/generaciony/?p=4519
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