Nuestro personaje vio la luz primera en la mayor de las pobrezas. La ignorancia y la vulgaridad reinaban en aquel miserable hogar donde todos los miembros de la familia eran de una extraordinaria fealdad. Un pequeño ser, de frágil y extraña figura crecía sin ninguna esperanza de llegar a ser alguien en el mundo. Su cuerpecillo daba la impresión de no estar bien balanceado y esto hacía que el pobre chiquillo cayera constante y estrepitosamente al suelo. Y cómo iba a tener estabilidad si la cabeza era muy voluminosa, en contraste con la extrema delgadez del tórax y las extremidades. Únicamente el vientre resultaba equiparable al tamaño de la cabeza, pues daba la impresión de ser un gran globo inflado, a punto de reventar.
Era el mayor de los siete hermanitos, que también eran feos, pero no tanto como el primogénito de aquel matrimonio, que había heredado con creces, los principales rasgos fisonómicos de sus padres.
La vida transcurría para esta familia con una monotonía desgarradora y cruel ante el desprecio y el odio de la comunidad, que también era humilde, pero, que no obstante, contaba con alguna educación y conocimientos rudimentarios en algunas materias y oficios.
Al paso del tiempo, el niño feo se convirtió en un joven aún más feo. Su vida siempre fue desgraciada. Los demás niños, y después los jóvenes, a quienes temeroso se acercaba, lo golpeaban con saña y se burlaban de él. Nunca logró ser aceptado por comunidad alguna.
Siendo ya un hombre hecho y derecho, mejor dicho, mal hecho y contrahecho, nuestro personaje se encontró con un individuo casi tan vulgar e ignorante como él, pero de buen corazón, llamado Carlos Galván. Este sujeto trató de trasmitirle sus rudimentarios conocimientos; pero al poco tiempo se dio cuenta que tal propósito resultaba irrealizable. El cerebro de la pobre bestia no daba para tal empresa. Optó por domarlo como se hace en los rodeos y en los jaripeos. Con la ayuda de unos amigos, entre ellos un cabezón con nariz casi inexistente, como de calavera, llamado Manolín Vega, ató de las flacas piernas a nuestro héroe. Después, el Manolín lo montó, al tiempo que Galván le desamarraba las patas.
Estallaron los bramidos, el animal, o sea nuestro héroe, reparaba rabiosamente tratando de deshacerse del otro animal, es decir del Manolín, al que traía encaramado sobre el lomo. A cada pinchazo propinado por el Manolín en la panza de nuestro personaje, manaba sangre en abundancia, una sangre fétida, putrefacta y de color verdoso. La sangre pesada de la vulgaridad y la indecencia.
En eso, ¡madres!, el pobre del Manolín salió surcando los aires y fue a estrellarse de puro hocico contra la base de un poste de hierro, de esos que sostienen las lámparas del alumbrado público. Ahí fue donde el Manolín perdió no sólo los dientes, sino también las narices, por eso lo confunden con Carmen Campuzano.
Ese desgraciado incidente provocó un nuevo aislamiento de nuestro personaje. Ya no contó siquiera con la amistad de sujetos tan ignorantes y vulgares como el Gaytán y el Manolín. Volvió a las tinieblas y a la soledad. Su vida, a causa de su fealdad y de esa vulgaridad que lo afea aún más, siguió transcurriendo de tragedia en tragedia hasta que encontró el aliciente del amor.
Por ese ser amado acometió hazañas tan increíbles como hallar un lugar en la sociedad a pesar de su grosero aspecto. Pudo conseguir un empleo en la Ruta 127, primero como gritón en la Base, y más adelante como esplendoroso piloto de un destartalado microbús. Ahora sí, la vida le sonreía. Pensó en casarse y tener muchos hijos. Los demás pilotos de la Ruta le consiguieron un jacal de láminas de cartón cerca del Bordo de Xochiaca, hicieron la coperacha para el casorio, y la suntuosa boda se llevó a cabo en pleno basurero con toda la pompa que se acostumbra en estos casos.
Pero tal parece que nuestro personaje está encadenado a la desgracia. Ese mismo día, el de la boda, sería el último día feliz del héroe. Ya entrada la noche, el alcohol había cumplido su cometido entre los guapachosos miembros de aquella sociedad tan distinguida: todos estaban completamente ebrios.
Llegó el momento en que al ritmo de “la víbora de la mar”, los chafiretes chocaron alevosamente contra las sillas en que estaban trepados los novios, y..., ¡tómala, barbón!, sobrevino el accidente. La flamante pareja quedó arrumbada, con las patas pa’rriba, sobre montones de basura y además…, ¡el novio perdió la máscara!
Había olvidado decir a ustedes que, para enamorar a la novia, nuestro personaje se había mandado hacer, con un fabricante de piñatas de cartón, una máscara del Verdugo. Ese golpe de audacia fue el que le abrió el corazón de su amada. Se hizo popular en sociedad gracias al varonil atractivo de ese personaje al que admiraba como a su propio padre (toco madera).
Después de semejante madrazo, nuestro héroe fue maldecido por la novia y arrojado a la calle con todo y sus asquerosas pertenencias. A ella la desposó, esa misma noche, otro de los pilotos de la Ruta.
Nuestro pobre campeón, arrastrando la cobija, llegó a los foros a labrarse un mejor porvenir, a lamer patas, a buscar un rincón dónde echarse para no pasar frío; tiene deseos de cambiar, la prueba está en que implora que los demás foristas lo volteen a ver, que le hagan caso, que lo pelen. Sin embargo, sus modos vulgares, acedos y antipáticos; su rechoncha cara verde, y su repugnante personalidad…, ¿se lo permitirán?
El Trek tiene el rebuznido.
Era el mayor de los siete hermanitos, que también eran feos, pero no tanto como el primogénito de aquel matrimonio, que había heredado con creces, los principales rasgos fisonómicos de sus padres.
La vida transcurría para esta familia con una monotonía desgarradora y cruel ante el desprecio y el odio de la comunidad, que también era humilde, pero, que no obstante, contaba con alguna educación y conocimientos rudimentarios en algunas materias y oficios.
Al paso del tiempo, el niño feo se convirtió en un joven aún más feo. Su vida siempre fue desgraciada. Los demás niños, y después los jóvenes, a quienes temeroso se acercaba, lo golpeaban con saña y se burlaban de él. Nunca logró ser aceptado por comunidad alguna.
Siendo ya un hombre hecho y derecho, mejor dicho, mal hecho y contrahecho, nuestro personaje se encontró con un individuo casi tan vulgar e ignorante como él, pero de buen corazón, llamado Carlos Galván. Este sujeto trató de trasmitirle sus rudimentarios conocimientos; pero al poco tiempo se dio cuenta que tal propósito resultaba irrealizable. El cerebro de la pobre bestia no daba para tal empresa. Optó por domarlo como se hace en los rodeos y en los jaripeos. Con la ayuda de unos amigos, entre ellos un cabezón con nariz casi inexistente, como de calavera, llamado Manolín Vega, ató de las flacas piernas a nuestro héroe. Después, el Manolín lo montó, al tiempo que Galván le desamarraba las patas.
Estallaron los bramidos, el animal, o sea nuestro héroe, reparaba rabiosamente tratando de deshacerse del otro animal, es decir del Manolín, al que traía encaramado sobre el lomo. A cada pinchazo propinado por el Manolín en la panza de nuestro personaje, manaba sangre en abundancia, una sangre fétida, putrefacta y de color verdoso. La sangre pesada de la vulgaridad y la indecencia.
En eso, ¡madres!, el pobre del Manolín salió surcando los aires y fue a estrellarse de puro hocico contra la base de un poste de hierro, de esos que sostienen las lámparas del alumbrado público. Ahí fue donde el Manolín perdió no sólo los dientes, sino también las narices, por eso lo confunden con Carmen Campuzano.
Ese desgraciado incidente provocó un nuevo aislamiento de nuestro personaje. Ya no contó siquiera con la amistad de sujetos tan ignorantes y vulgares como el Gaytán y el Manolín. Volvió a las tinieblas y a la soledad. Su vida, a causa de su fealdad y de esa vulgaridad que lo afea aún más, siguió transcurriendo de tragedia en tragedia hasta que encontró el aliciente del amor.
Por ese ser amado acometió hazañas tan increíbles como hallar un lugar en la sociedad a pesar de su grosero aspecto. Pudo conseguir un empleo en la Ruta 127, primero como gritón en la Base, y más adelante como esplendoroso piloto de un destartalado microbús. Ahora sí, la vida le sonreía. Pensó en casarse y tener muchos hijos. Los demás pilotos de la Ruta le consiguieron un jacal de láminas de cartón cerca del Bordo de Xochiaca, hicieron la coperacha para el casorio, y la suntuosa boda se llevó a cabo en pleno basurero con toda la pompa que se acostumbra en estos casos.
Pero tal parece que nuestro personaje está encadenado a la desgracia. Ese mismo día, el de la boda, sería el último día feliz del héroe. Ya entrada la noche, el alcohol había cumplido su cometido entre los guapachosos miembros de aquella sociedad tan distinguida: todos estaban completamente ebrios.
Llegó el momento en que al ritmo de “la víbora de la mar”, los chafiretes chocaron alevosamente contra las sillas en que estaban trepados los novios, y..., ¡tómala, barbón!, sobrevino el accidente. La flamante pareja quedó arrumbada, con las patas pa’rriba, sobre montones de basura y además…, ¡el novio perdió la máscara!
Había olvidado decir a ustedes que, para enamorar a la novia, nuestro personaje se había mandado hacer, con un fabricante de piñatas de cartón, una máscara del Verdugo. Ese golpe de audacia fue el que le abrió el corazón de su amada. Se hizo popular en sociedad gracias al varonil atractivo de ese personaje al que admiraba como a su propio padre (toco madera).
Después de semejante madrazo, nuestro héroe fue maldecido por la novia y arrojado a la calle con todo y sus asquerosas pertenencias. A ella la desposó, esa misma noche, otro de los pilotos de la Ruta.
Nuestro pobre campeón, arrastrando la cobija, llegó a los foros a labrarse un mejor porvenir, a lamer patas, a buscar un rincón dónde echarse para no pasar frío; tiene deseos de cambiar, la prueba está en que implora que los demás foristas lo volteen a ver, que le hagan caso, que lo pelen. Sin embargo, sus modos vulgares, acedos y antipáticos; su rechoncha cara verde, y su repugnante personalidad…, ¿se lo permitirán?
El Trek tiene el rebuznido.
Comment