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Robert Prevost Martinez no nacio en el Peru.
No hablaba como un peruano.
No conocia sus calles, ni sus costumbres, ni su historia.
Pero cuando llego, algo en su interior le dijo que esta tierra le cambiaria la vida.
Robert Prevost vino desde Chicago, joven, sencillo y con el corazon lleno de fe.
No traia lujos ni pretensiones.
Solo una maleta, una Biblia… y muchas ganas de servir.
Fue en Chiclayo, en el norte del Peru, donde empezo a escribir su verdadera historia.
Alli lo esperaban barrios humildes, rostros cansados, iglesias sencillas y una fe que resistia la pobreza y el olvido.
Y alli decidio quedarse.
Aprendio el idioma con amor.
Camino por calles polvorientas, celebro misas bajo techos de calamina, y compartio el pan con quienes no siempre tenian comida, pero si una sonrisa.
No fue un misionero distante ni un sacerdote extranjero. Fue, simplemente, el padre Robert.
Chiclayo no lo miro como forastero. Lo abrazo como a un hijo.
Y el respondio con entrega total.
Con el tiempo, fue nombrado obispo, y luego arzobispo.
Pero su alma seguia siendo la de un servidor.
Humilde. Cercano. Firme en su fe, pero siempre dispuesto a escuchar antes de hablar.
Hasta que, anios despues, el Papa Francisco lo llamo desde Roma.
Le confio una mision inmensa; ayudar a elegir a los obispos que guiaran a la Iglesia del mundo.
Y Robert, fiel a su vocacion de servicio, dijo una vez mas; si.
Hoy es cardenal. Camina por los pasillos del Vaticano. Pero su corazon sigue en Chiclayo.
En las misas al aire libre. En los ninios que le decian "padre".
En las cocinas donde compartio sopa y esperanza.
Y cuando le preguntan de donde es, responde sin dudar:
Soy peruano.
Porque uno no es de donde nace… sino de donde entrega el alma.
La historia de Robert Prevost es un testimonio silencioso de que no se necesita haber nacido en una tierra para pertenecerle.
El no conquisto un pais. Se dejo conquistar por su gente.
No vino a imponer, vino a escuchar.
Y eso fue lo que lo convirtio en uno de nosotros.
Porque la verdadera grandeza no esta en los cargos que uno alcanza, sino en el amor que deja al pasar.
Y Robert dejo algo mas profundo que palabras; dejo huellas.
Hoy, el Peru y America latina lo reconoce como suyo.
Porque quien ama de verdad una tierra… termina sembrandose en ella para siempre.
Los catolicos decentes estan felices; los demas, rechinando los dientes. Seguramente fue un golpe muy duro para esta gentuza: imaginen, otro ser humano decente toma el puesto...
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