(EN ESTA ESQUINA MANUEL ESPINO)
Carta de Manuel Espino a la opinión pública
El calderonismo contra Manuel Espino
En muy reiteradas ocasiones me han preguntado por qué existe un distanciamiento político entre Felipe Calderón Hinojosa y yo. Ése que comenzó con una percepción alimentada con versiones falsas desde las filas del autonombrado “calderonismo” y que ha derivado en un hostigamiento a mi persona que raya en la persecución al más puro estilo del viejo PRI. Reflejo de una intolerancia al disenso que es legítimo y que él interpreta como agravio.
La respuesta más simple es que, reconociendo la autoridad de quienes han sido mis dirigentes, nunca he estado dispuesto a alinearme sin chistar a un liderazgo. El de Felipe Calderón siempre lo he respetado y reconocido, pero no le concedo atribución alguna para decidir sobre mi vocación política y mi participación en el Partido Acción Nacional: La que decidí con libertad, convicción y espíritu de servicio a México desde
1978.
En forma sucinta y repasando los episodios más relevantes, expongo en seguida lo que a mi juicio ha sido la historia del desencuentro con Felipe Calderón y quienes se autonombran “calderonistas”:
Desde 1996, cuando Felipe Calderón era presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del Partido Acción Nacional (PAN) comencé a tener trato frecuente con él y esporádicas diferencias, nunca de fondo, siempre de forma, derivadas de su muy conocida actitud que tiende a imponer su voluntad, haciendo difícil el diálogo y el acuerdo. Me había solicitado ayudarle en la dirección del partido en Sonora, tarea que combiné con mi desempeño como diputado federal por Chihuahua.
Más adelante, esa relación personal de cercanía en el trabajo partidista, también con altibajos, se repitió cuando coincidimos en la Cámara de Diputados durante la LVIII Legislatura federal. Él fue nombrado coordinador de la bancada por el presidente del PAN, Luis Felipe Bravo Mena, al tiempo que, con esa autoridad, me distinguió como subcoordinador político.
Siendo diputado, a Felipe le molestó que yo aceptara el nombramiento de Secretario General del PAN que él había procurado para Germán Martínez Cázares. Desde mi nueva responsabilidad institucional ofrecí resistencia a la permanente intentona que Felipe Calderón y su equipo hacían para imponer su voluntad, que solían unificar en reuniones previas de cabildeo, al Comité Ejecutivo Nacional (CEN). Así solían influir en decisiones propias del partido que debían asumirse como consecuencia de la deliberación con visión de país y no de la inducción con visión de grupo.
Tras la respuesta negativa de Carlos Medina Plascencia, Francisco Barrio, Alberto
Cárdenas y Ana Tere Aranda, a quienes insistí en buscar la presidencia del PAN en
2005, acepté la propuesta que venían haciéndome diversos dirigentes del partido de buscar tan alta responsabilidad. Una vez registrado, Felipe Calderón intentó por diversos medios persuadirme para que declinara a favor de Carlos Medina, a quien logró convencer de salir de la contienda por la candidatura presidencial para ser el presidente nacional del partido. Mantenerme en mi decisión de competir provocó que emprendiera
una campaña e integrara una “cargada” en mi contra para facilitar el triunfo del
exgobernador de Guanajuato.
Al ganar yo la presidencia del partido, los calderonistas pretendieron desacreditarme afirmando que hubo irregularidades en el proceso. Usaron a Don Luis H. Álvarez para hacer la denuncia ante los medios de comunicación. Su argumento fue que manipulé la elección del Consejo Nacional que me eligió. Públicamente ofrecí renunciar al cargo que me fue conferido en elección democrática si se comprobaba una sola irregularidad. No pasó nada. Vino una nueva campaña mediática de descrédito para posicionarme como un dirigente parcial en la contienda interna para elegir candidato presidencial. Inventaron la falaz versión, convertida en estrategia, de que yo apoyaba a Santiago Creel, de quien también decían que era el candidato del presidente Vicente Fox.
Cuando Felipe Calderón ganó la candidatura presidencial pretendió convencerme de que él tenía que llevar la conducción del partido en ciertas áreas clave para la contienda constitucional. Pidió nombrar al Secretario General, al Secretario Electoral, al Secretario de Fortalecimiento Interno y al Tesorero del Comité Ejecutivo Nacional. No lo permití y pese al respaldo permanente que se dio a su campaña, sin el cual no hubiese ganado la Presidencia de la República, vino la recurrente cantaleta de que yo no apoyaba al candidato presidencial.
En octubre de 2006, mientras yo hacía campaña en América Latina para presidir la ODCA, supe que algunos miembros del equipo del presidente electo Felipe Calderón hacían llamadas y visitas a personalidades de la democracia cristiana en América para descalificarme como posible dirigente de esta internacional. Semanas antes Juan Camilo Mouriño, y el mismo Calderón, me habían ofrecido la Embajada de España a cambio de renunciar a la presidencia de Acción Nacional. Mi negativa les había provocado malestar y habían decidido bloquear mi postulación como candidato.
Dos semanas antes de mi elección, dirigentes partidistas de varios países me informaron que el panista Rolando García, a quien había yo despedido como colaborador del CEN por traicionar mi confianza y por sus constantes intrigas que dañaban el prestigio de diversas personas, andaba haciendo una campaña de difamación en mi contra. Me hicieron saber que ese pobre papel de intrigante, a nombre del equipo de Felipe Calderón, lo había tenido Rolando cuando estaba yo en campaña para ganar la presidencia del PAN en 2005.
Cuando pregunté a Rolando las razones de su comportamiento, aceptó los hechos, pero dijo hacerlo a título personal. Siendo colaborador del equipo de Felipe Calderón, le exigí a Juan Camilo Mouriño —a la sazón coordinador del equipo de transición— una rectificación. Acordamos que para no afectar a quien en breve asumiría la Presidencia de la República se haría un deslinde público de las acciones del intrigante, así como un desmentido de cuanto había dicho en mi contra a los partidos de ODCA. Así se hizo, y aunque cumplí mi parte del acuerdo, no se puso fin a los intentos calderonistas por bloquearme.
Ya como presidente de la organización continental, invité al Presidente Calderón a que diésemos un mensaje de unidad al PAN y a la ODCA. Acordamos hacerlo en ocasión de inaugurar la primera sede de ésta última en México en fecha que él mismo fijó previa revisión de su agenda. El día previo al evento, desde la Secretaría Particular del
Presidente de México se llamó a Vicente Fox, también invitado a cortar el listón, para pedirle que no asistiera porque el Presidente consideraba que era demasiado pronto para coincidir ambos en un evento público.
Para sorpresa de embajadores, invitados de organismos nacionales e internacionales, así como del Comité Directivo de ODCA, el Presidente Calderón no llegó a la apertura de la casa de los democristianos. Acudió a disculparlo su Secretario Particular, César Nava. Rumores alentados desde Los Pinos hicieron que la inasistencia del nuevo mandatario de México fuera interpretada, y reflejada en medios de comunicación, como consecuencia de su animadversión hacia el primer panista que asumía la presidencia de una internacional a la que pertenece su partido y de la que él mismo fue vicepresidente.
Así se inauguró la indiferencia del gobierno de Calderón hacia la organización que abrió sus puertas al PAN cuando él fue su dirigente. Actitud que más tarde sería trasladada al partido con la designación de Germán Martínez como presidente del CEN y que evolucionaría a una falta de colaboración y hasta a la comisión de agravios que por animadversión del grupo calderonista hacia mí trasladaron a la ODCA.
En reiteradas ocasiones tuve la iniciativa de sugerir al Presidente Calderón —como le consta a César Nava— a Germán Martínez en su calidad de presidente del CEN y a Juan Camilo Mouriño en su papel de Secretario de Gobernación ocupado de la vida interna del PAN, que para lograr una buena coordinación entre ODCA y el gobierno de México y para no desaprovechar la posibilidad de colaboración de aquélla en temas internacionales de interés nacional, yo estaba dispuesto a renunciar a la presidencia de esta organización democristiana y facilitar el relevo a favor de alguien con quien el Presidente Calderón pudiese comunicarse en confianza y acordar acciones compartidas.
Nunca hubo respuesta y sin mediar explicación alguna, el calderonismo comenzó a hacer sentir su rechazo a cuanto tuviese que ver con mi tarea pública. Así desde el partido como desde el gobierno. De esta etapa de distanciamiento, y sólo a modo de ejemplo, destacan hechos como los siguientes:
· A la reunión de Consejo de ODCA en Miami, Florida, acudió Juan Bosco como representante del PAN; tras registrarse, sólo tuvo encuentros personales de cabildeo con líderes de otros partidos para alimentar actitud adversa a esta dirigencia y nunca se presentó a la sesión para la que fue convocado.
· Veto permanente en el partido y en el gobierno para que quienes colaboraron en el CEN que presidí ocuparan cargos públicos y de partido, así como candidaturas a cargos de elección popular. Se comenzó con el despido de más de cien empleados del CEN que laboraban ahí desde antes de mi llegada a la presidencia del partido.
Carta de Manuel Espino a la opinión pública
El calderonismo contra Manuel Espino
En muy reiteradas ocasiones me han preguntado por qué existe un distanciamiento político entre Felipe Calderón Hinojosa y yo. Ése que comenzó con una percepción alimentada con versiones falsas desde las filas del autonombrado “calderonismo” y que ha derivado en un hostigamiento a mi persona que raya en la persecución al más puro estilo del viejo PRI. Reflejo de una intolerancia al disenso que es legítimo y que él interpreta como agravio.
La respuesta más simple es que, reconociendo la autoridad de quienes han sido mis dirigentes, nunca he estado dispuesto a alinearme sin chistar a un liderazgo. El de Felipe Calderón siempre lo he respetado y reconocido, pero no le concedo atribución alguna para decidir sobre mi vocación política y mi participación en el Partido Acción Nacional: La que decidí con libertad, convicción y espíritu de servicio a México desde
1978.
En forma sucinta y repasando los episodios más relevantes, expongo en seguida lo que a mi juicio ha sido la historia del desencuentro con Felipe Calderón y quienes se autonombran “calderonistas”:
Desde 1996, cuando Felipe Calderón era presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del Partido Acción Nacional (PAN) comencé a tener trato frecuente con él y esporádicas diferencias, nunca de fondo, siempre de forma, derivadas de su muy conocida actitud que tiende a imponer su voluntad, haciendo difícil el diálogo y el acuerdo. Me había solicitado ayudarle en la dirección del partido en Sonora, tarea que combiné con mi desempeño como diputado federal por Chihuahua.
Más adelante, esa relación personal de cercanía en el trabajo partidista, también con altibajos, se repitió cuando coincidimos en la Cámara de Diputados durante la LVIII Legislatura federal. Él fue nombrado coordinador de la bancada por el presidente del PAN, Luis Felipe Bravo Mena, al tiempo que, con esa autoridad, me distinguió como subcoordinador político.
Siendo diputado, a Felipe le molestó que yo aceptara el nombramiento de Secretario General del PAN que él había procurado para Germán Martínez Cázares. Desde mi nueva responsabilidad institucional ofrecí resistencia a la permanente intentona que Felipe Calderón y su equipo hacían para imponer su voluntad, que solían unificar en reuniones previas de cabildeo, al Comité Ejecutivo Nacional (CEN). Así solían influir en decisiones propias del partido que debían asumirse como consecuencia de la deliberación con visión de país y no de la inducción con visión de grupo.
Tras la respuesta negativa de Carlos Medina Plascencia, Francisco Barrio, Alberto
Cárdenas y Ana Tere Aranda, a quienes insistí en buscar la presidencia del PAN en
2005, acepté la propuesta que venían haciéndome diversos dirigentes del partido de buscar tan alta responsabilidad. Una vez registrado, Felipe Calderón intentó por diversos medios persuadirme para que declinara a favor de Carlos Medina, a quien logró convencer de salir de la contienda por la candidatura presidencial para ser el presidente nacional del partido. Mantenerme en mi decisión de competir provocó que emprendiera
una campaña e integrara una “cargada” en mi contra para facilitar el triunfo del
exgobernador de Guanajuato.
Al ganar yo la presidencia del partido, los calderonistas pretendieron desacreditarme afirmando que hubo irregularidades en el proceso. Usaron a Don Luis H. Álvarez para hacer la denuncia ante los medios de comunicación. Su argumento fue que manipulé la elección del Consejo Nacional que me eligió. Públicamente ofrecí renunciar al cargo que me fue conferido en elección democrática si se comprobaba una sola irregularidad. No pasó nada. Vino una nueva campaña mediática de descrédito para posicionarme como un dirigente parcial en la contienda interna para elegir candidato presidencial. Inventaron la falaz versión, convertida en estrategia, de que yo apoyaba a Santiago Creel, de quien también decían que era el candidato del presidente Vicente Fox.
Cuando Felipe Calderón ganó la candidatura presidencial pretendió convencerme de que él tenía que llevar la conducción del partido en ciertas áreas clave para la contienda constitucional. Pidió nombrar al Secretario General, al Secretario Electoral, al Secretario de Fortalecimiento Interno y al Tesorero del Comité Ejecutivo Nacional. No lo permití y pese al respaldo permanente que se dio a su campaña, sin el cual no hubiese ganado la Presidencia de la República, vino la recurrente cantaleta de que yo no apoyaba al candidato presidencial.
En octubre de 2006, mientras yo hacía campaña en América Latina para presidir la ODCA, supe que algunos miembros del equipo del presidente electo Felipe Calderón hacían llamadas y visitas a personalidades de la democracia cristiana en América para descalificarme como posible dirigente de esta internacional. Semanas antes Juan Camilo Mouriño, y el mismo Calderón, me habían ofrecido la Embajada de España a cambio de renunciar a la presidencia de Acción Nacional. Mi negativa les había provocado malestar y habían decidido bloquear mi postulación como candidato.
Dos semanas antes de mi elección, dirigentes partidistas de varios países me informaron que el panista Rolando García, a quien había yo despedido como colaborador del CEN por traicionar mi confianza y por sus constantes intrigas que dañaban el prestigio de diversas personas, andaba haciendo una campaña de difamación en mi contra. Me hicieron saber que ese pobre papel de intrigante, a nombre del equipo de Felipe Calderón, lo había tenido Rolando cuando estaba yo en campaña para ganar la presidencia del PAN en 2005.
Cuando pregunté a Rolando las razones de su comportamiento, aceptó los hechos, pero dijo hacerlo a título personal. Siendo colaborador del equipo de Felipe Calderón, le exigí a Juan Camilo Mouriño —a la sazón coordinador del equipo de transición— una rectificación. Acordamos que para no afectar a quien en breve asumiría la Presidencia de la República se haría un deslinde público de las acciones del intrigante, así como un desmentido de cuanto había dicho en mi contra a los partidos de ODCA. Así se hizo, y aunque cumplí mi parte del acuerdo, no se puso fin a los intentos calderonistas por bloquearme.
Ya como presidente de la organización continental, invité al Presidente Calderón a que diésemos un mensaje de unidad al PAN y a la ODCA. Acordamos hacerlo en ocasión de inaugurar la primera sede de ésta última en México en fecha que él mismo fijó previa revisión de su agenda. El día previo al evento, desde la Secretaría Particular del
Presidente de México se llamó a Vicente Fox, también invitado a cortar el listón, para pedirle que no asistiera porque el Presidente consideraba que era demasiado pronto para coincidir ambos en un evento público.
Para sorpresa de embajadores, invitados de organismos nacionales e internacionales, así como del Comité Directivo de ODCA, el Presidente Calderón no llegó a la apertura de la casa de los democristianos. Acudió a disculparlo su Secretario Particular, César Nava. Rumores alentados desde Los Pinos hicieron que la inasistencia del nuevo mandatario de México fuera interpretada, y reflejada en medios de comunicación, como consecuencia de su animadversión hacia el primer panista que asumía la presidencia de una internacional a la que pertenece su partido y de la que él mismo fue vicepresidente.
Así se inauguró la indiferencia del gobierno de Calderón hacia la organización que abrió sus puertas al PAN cuando él fue su dirigente. Actitud que más tarde sería trasladada al partido con la designación de Germán Martínez como presidente del CEN y que evolucionaría a una falta de colaboración y hasta a la comisión de agravios que por animadversión del grupo calderonista hacia mí trasladaron a la ODCA.
En reiteradas ocasiones tuve la iniciativa de sugerir al Presidente Calderón —como le consta a César Nava— a Germán Martínez en su calidad de presidente del CEN y a Juan Camilo Mouriño en su papel de Secretario de Gobernación ocupado de la vida interna del PAN, que para lograr una buena coordinación entre ODCA y el gobierno de México y para no desaprovechar la posibilidad de colaboración de aquélla en temas internacionales de interés nacional, yo estaba dispuesto a renunciar a la presidencia de esta organización democristiana y facilitar el relevo a favor de alguien con quien el Presidente Calderón pudiese comunicarse en confianza y acordar acciones compartidas.
Nunca hubo respuesta y sin mediar explicación alguna, el calderonismo comenzó a hacer sentir su rechazo a cuanto tuviese que ver con mi tarea pública. Así desde el partido como desde el gobierno. De esta etapa de distanciamiento, y sólo a modo de ejemplo, destacan hechos como los siguientes:
· A la reunión de Consejo de ODCA en Miami, Florida, acudió Juan Bosco como representante del PAN; tras registrarse, sólo tuvo encuentros personales de cabildeo con líderes de otros partidos para alimentar actitud adversa a esta dirigencia y nunca se presentó a la sesión para la que fue convocado.
· Veto permanente en el partido y en el gobierno para que quienes colaboraron en el CEN que presidí ocuparan cargos públicos y de partido, así como candidaturas a cargos de elección popular. Se comenzó con el despido de más de cien empleados del CEN que laboraban ahí desde antes de mi llegada a la presidencia del partido.
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