La familia Morlett Espinosa no festejará este año la Navidad. Javier, Adriana y su hijo Javier acordaron permanecer en la Ciudad de México, alquilar unas películas y cenar como cualquier otro día. El objetivo es estar ocupados y tratar de no pensar.
Porque ésta será la primera vez en 21 años que estará ausente Adriana Eugenia, la primogénita. Estudiante de tercer semestre de Arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México, con promedio de 9.7. Adriana fue privada de su libertad el pasado 6 de septiembre al salir de la Biblioteca Central de la UNAM.
Desde entonces, toda la familia Morlett, cuyas raíces se encuentran en el puerto de Acapulco, Guerrero, no ha encontrado paz ni justicia. A partir de ese lunes, sus padres han tenido que sortear la insensibilidad de diversas autoridades universitarias y judiciales, cuya ineficiencia han contrarrestado con sus propios recursos, contactos e incluso servicios de inteligencia, para poder dar con el paradero de su hija.
Esta historia no es sólo de la familia Morlett. También la han vivido miles de personas en este país, cada vez con mayor frecuencia en los últimos 10 años, y cuya máxima exponente por el caso de su hijo secuestrado, Isabel Miranda de Wallace, recibió el pasado miércoles 15 de diciembre el Premio Nacional de Derechos Humanos 2010.
Como doña Isabel, Javier Morlett ha tenido que hacer su propia investigación. Y ha hecho de todo: desde contar con la asesoría de expertos en criminalística hasta acudir con brujos. A eso lo ha orillado la desesperación.
Porque qué puede hacer un padre, se lamenta don Javier, cuando la autoridad responsable de investigar la desaparición sólo atina a decir: “No tenemos nada. Lo único que queda es esperar a que algo suceda”.
Hija de familia
Adriana Eugenia Morlett Espinosa es hija de una familia muy unida. Una joven amiguera, sin novio, dedicada a sus estudios. Hasta el día de su desaparición, compartía con su hermano Javier un departamento en la colonia Copilco, a unos 30 pasos de Ciudad Universitaria.
Llegó a estudiar a la Ciudad de México en agosto de 2009. Su perfil en Facebook la describe como fan del rock, aunque también de la música clásica. Sus películas favoritas son la trilogía de El Padrino, La Princesita y The Cove. Sus series favoritas: Desperates Housewives y The Big Bang Theory. Le gusta esquiar, ir al gimnasio y bailar. Está contra el maltrato a los animales. En esta red social tiene 919 amigos.
Ese lunes 6 de septiembre acudió a las 19:00 horas a la Biblioteca Central de la UNAM. Pidió en préstamo el libro Arquitectura, teoría y diseño de contexto, de Enrique Yáñez, con el número de folio 819419.
Tenía previsto regresar inmediatamente a su departamento, donde había quedado de verse a las 20:30 horas con unos amigos para ver unas películas. En ese intervalo, recibió tres llamadas a su celular de Mauro Alberto Rodríguez Romero, estudiante de quinto semestre de Psicología, también en la UNAM.
De acuerdo al testimonio de Mauro Alberto, ambos se vieron afuera de la biblioteca a las 19:30 horas. Caminaron por “las islas” (la explanada frente a la biblioteca), pasaron frente al departamento de Adriana, se subieron al metro Copilco, se bajaron en Universidad y tomaron una combi rumbo al departamento de él, ubicado en la colonia Santo Domingo. Ahí, Mauro Alberto le mostró un sofá que presuntamente Adriana quería comprar para su departamento, cosa que duró aproximadamente dos minutos. Salieron del departamento y en la esquina de avenida Aztecas y Nezahualpilli, Adriana abordó un taxi y se fue, a las 20:30 horas. Eso es lo último que se sabe de ella.
Mauro Alberto declaró posteriormente a la Fiscalía Antisecuestros (FAS) que -contrario a su costumbre y al código de seguridad que sigue cualquier estudiante, como él mismo admitió- no se fijó qué tipo de auto era el taxi, que no tomó el número de placas ni se fijó en el chofer.
“Se fue con el novio”
Acostumbrada a estar en contacto permanente con su hija, la mamá de Adriana recibió un último mensaje de ella a las 18:30 horas, antes de salir de la Terminal de Autobuses del Sur en la corrida a Chilpancingo, después de haber estado el fin de semana con sus hijos. Al llegar a su destino, a las 22:30 horas, Javier le informó que Adriana no había regresado a la casa.
La familia de Adriana llamó reiteradamente a su celular y a su Nextel, que daban tono pero no contestaban. Los padres decidieron viajar a la ciudad de México, a donde llegaron el martes 7 de septiembre a las 2 de la mañana. A partir de ese momento, inició su vía crucis.
Asesorados por el director general de Asuntos Jurídicos de la UNAM, Alejandro Fernández, a quien acudieron por haber sido la biblioteca el último lugar donde ubicaban a Adriana, los Morlett se presentaron en el Centro de Apoyo de Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA) y posteriormente en la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, en sus oficinas de la Fiscalía Desconcentrada de Coyoacán. Los Morlett fueron acompañados por un abogado asignado por la universidad, Alfredo Estévez.
En ambas dependencias se negaban a recibir la denuncia de los Morlett hasta que no pasaran las 72 horas reglamentarias para considerar a una persona desaparecida.
Además, no había “seguridad” de que se tratara de un secuestro, porque “nadie había solicitado un rescate”. Ante la insistencia del papá, que nunca aceptó el argumento de que su hija “se había ido con el novio” y que pronto regresaría, como “todo mundo”, finalmente consintieron en iniciar el papeleo del trámite. Pero nada más.
Ante la inacción de las autoridades judiciales, los Morlett recurrieron al abogado general de la UNAM, Luis Raúl González Pérez, conocido de la familia, quien les consiguió una cita con el procurador general de Justicia del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, cinco días después de la desaparición de Adriana. Los recibió una asistente, a quien los padres sólo identifican como la señorita Ángeles y cuya ayuda resultó determinante para que el caso se turnara a la FAS.
Sólo entonces los Morlett perciben cierto interés de la autoridad por hacer su trabajo, muchas horas después de las primeras 48 que los especialistas consideran cruciales para investigar un crimen.
Porque ésta será la primera vez en 21 años que estará ausente Adriana Eugenia, la primogénita. Estudiante de tercer semestre de Arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México, con promedio de 9.7. Adriana fue privada de su libertad el pasado 6 de septiembre al salir de la Biblioteca Central de la UNAM.
Desde entonces, toda la familia Morlett, cuyas raíces se encuentran en el puerto de Acapulco, Guerrero, no ha encontrado paz ni justicia. A partir de ese lunes, sus padres han tenido que sortear la insensibilidad de diversas autoridades universitarias y judiciales, cuya ineficiencia han contrarrestado con sus propios recursos, contactos e incluso servicios de inteligencia, para poder dar con el paradero de su hija.
Esta historia no es sólo de la familia Morlett. También la han vivido miles de personas en este país, cada vez con mayor frecuencia en los últimos 10 años, y cuya máxima exponente por el caso de su hijo secuestrado, Isabel Miranda de Wallace, recibió el pasado miércoles 15 de diciembre el Premio Nacional de Derechos Humanos 2010.
Como doña Isabel, Javier Morlett ha tenido que hacer su propia investigación. Y ha hecho de todo: desde contar con la asesoría de expertos en criminalística hasta acudir con brujos. A eso lo ha orillado la desesperación.
Porque qué puede hacer un padre, se lamenta don Javier, cuando la autoridad responsable de investigar la desaparición sólo atina a decir: “No tenemos nada. Lo único que queda es esperar a que algo suceda”.
Hija de familia
Adriana Eugenia Morlett Espinosa es hija de una familia muy unida. Una joven amiguera, sin novio, dedicada a sus estudios. Hasta el día de su desaparición, compartía con su hermano Javier un departamento en la colonia Copilco, a unos 30 pasos de Ciudad Universitaria.
Llegó a estudiar a la Ciudad de México en agosto de 2009. Su perfil en Facebook la describe como fan del rock, aunque también de la música clásica. Sus películas favoritas son la trilogía de El Padrino, La Princesita y The Cove. Sus series favoritas: Desperates Housewives y The Big Bang Theory. Le gusta esquiar, ir al gimnasio y bailar. Está contra el maltrato a los animales. En esta red social tiene 919 amigos.
Ese lunes 6 de septiembre acudió a las 19:00 horas a la Biblioteca Central de la UNAM. Pidió en préstamo el libro Arquitectura, teoría y diseño de contexto, de Enrique Yáñez, con el número de folio 819419.
Tenía previsto regresar inmediatamente a su departamento, donde había quedado de verse a las 20:30 horas con unos amigos para ver unas películas. En ese intervalo, recibió tres llamadas a su celular de Mauro Alberto Rodríguez Romero, estudiante de quinto semestre de Psicología, también en la UNAM.
De acuerdo al testimonio de Mauro Alberto, ambos se vieron afuera de la biblioteca a las 19:30 horas. Caminaron por “las islas” (la explanada frente a la biblioteca), pasaron frente al departamento de Adriana, se subieron al metro Copilco, se bajaron en Universidad y tomaron una combi rumbo al departamento de él, ubicado en la colonia Santo Domingo. Ahí, Mauro Alberto le mostró un sofá que presuntamente Adriana quería comprar para su departamento, cosa que duró aproximadamente dos minutos. Salieron del departamento y en la esquina de avenida Aztecas y Nezahualpilli, Adriana abordó un taxi y se fue, a las 20:30 horas. Eso es lo último que se sabe de ella.
Mauro Alberto declaró posteriormente a la Fiscalía Antisecuestros (FAS) que -contrario a su costumbre y al código de seguridad que sigue cualquier estudiante, como él mismo admitió- no se fijó qué tipo de auto era el taxi, que no tomó el número de placas ni se fijó en el chofer.
“Se fue con el novio”
Acostumbrada a estar en contacto permanente con su hija, la mamá de Adriana recibió un último mensaje de ella a las 18:30 horas, antes de salir de la Terminal de Autobuses del Sur en la corrida a Chilpancingo, después de haber estado el fin de semana con sus hijos. Al llegar a su destino, a las 22:30 horas, Javier le informó que Adriana no había regresado a la casa.
La familia de Adriana llamó reiteradamente a su celular y a su Nextel, que daban tono pero no contestaban. Los padres decidieron viajar a la ciudad de México, a donde llegaron el martes 7 de septiembre a las 2 de la mañana. A partir de ese momento, inició su vía crucis.
Asesorados por el director general de Asuntos Jurídicos de la UNAM, Alejandro Fernández, a quien acudieron por haber sido la biblioteca el último lugar donde ubicaban a Adriana, los Morlett se presentaron en el Centro de Apoyo de Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA) y posteriormente en la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, en sus oficinas de la Fiscalía Desconcentrada de Coyoacán. Los Morlett fueron acompañados por un abogado asignado por la universidad, Alfredo Estévez.
En ambas dependencias se negaban a recibir la denuncia de los Morlett hasta que no pasaran las 72 horas reglamentarias para considerar a una persona desaparecida.
Además, no había “seguridad” de que se tratara de un secuestro, porque “nadie había solicitado un rescate”. Ante la insistencia del papá, que nunca aceptó el argumento de que su hija “se había ido con el novio” y que pronto regresaría, como “todo mundo”, finalmente consintieron en iniciar el papeleo del trámite. Pero nada más.
Ante la inacción de las autoridades judiciales, los Morlett recurrieron al abogado general de la UNAM, Luis Raúl González Pérez, conocido de la familia, quien les consiguió una cita con el procurador general de Justicia del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, cinco días después de la desaparición de Adriana. Los recibió una asistente, a quien los padres sólo identifican como la señorita Ángeles y cuya ayuda resultó determinante para que el caso se turnara a la FAS.
Sólo entonces los Morlett perciben cierto interés de la autoridad por hacer su trabajo, muchas horas después de las primeras 48 que los especialistas consideran cruciales para investigar un crimen.
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