La trama de esta historia, no solo su más reciente capítulo, es increíble. Tan inverosímil como real. Ocurre en la ciudad más grande del mundo. Tiene como protagonistas a diez o doce personas cuyos cargos públicos —presidentes, jefes de gobierno, delegados, jefes policiacos, asambleístas, gendarmes—, se atan y entrelazan a lo largo de diez años por lo menos; es un insostenible conjunto de truculencias y desviación de responsabilidades hasta para la imaginación más encendida, es una muestra de cómo la corrupción se ha extendido como el moho, como la humedad a todos los rincones de la administración urbana, es un juego de cajas chinas o de muñecas rusas en cuyo interior hay otra y una más y luego la siguiente en una sucesión infinita al final de la cual solo queda la evanescencia de toda dignidad en el servicio público dominado por la prevaricación y la economía subterránea.
Se trata de un caso de brutalidad e incompetencia policiaca, sí, pero también de podredumbre burocrática, de permisos mal dados, de refrendos inconcebibles, de la proliferación de giros negros, de negras conciencias vestidas de blanco; de “narco menudeo” y venta de alcohol a menores, de perversión generalizada, de vejaciones a mujeres detenidas en una redada mortal y marcadas con tinta como en otros lugares y años se tatuaban los antebrazos o se ponían marcas de fuego en la frente.
Es una historia de traiciones y complicidades, de funcionarios cuyo papel es de juez y parte; cuyas atribuciones han sido mal asumidas y peor ejecutadas, es un relato contado mientras va sucediendo y en el cual se muestra la suciedad del gobierno, la forma como se han dispuesto los cargos y los puestos como pequeños espacios de poder en favor de un enorme coto político donde una hermandad de cómplices partidarios, tiene por consigna no perder el poder, repartirlo como si fuera una canal de res sin merma de ninguna gota; es un cuento de intimidaciones, de atropellos, de reparto de cuotas; es una historia en la ciudad destinada a la anarquía sin remedio; es una historia de hombres aptos para encubrir a otros hombres.
El viernes 20 a las dieciocho horas las cosas no parecían distintas de cualquier otra tarde, El News Divine, un “antro” (palabra imprecisa cuya connotación es exacta) ubicado en la populosa colonia Nueva Atzacoalco y escenario de recurrentes clausuras justificadas y reaperturas periódicas no tan justificables, iba a ser objeto de un “operativo” (otra palabra imprecisa de amplitud más imprecisa aún) para demostrarle a la esperanzada ciudadanía del DF, cuan profundo es el interés de sus gobernantes por proteger a los adolescentes de la malevolencia de quienes los envician y corrompen en sitios cuya existencia depende exclusivamente de la venia y complicidad de las mismas autoridades.
Más de 200 policías tomarían por asalto la cueva disfrazada de discoteca con sus diversas utilidades como salón de bailes, sitio masivo de reunión sin reglamentos ni protección alguna; rodearían las calles, cerrarían la circulación y en autobuses especiales sacarían a los chamacos “pachecos” y revoltosos, los llevarían a la “Procu” y llamarían a sus padres para posteriormente decirles sobre cómo deben proteger a sus hijos y cómo les deben restringir los permisos para acudir a esos lugares cuya existencia la autoridad tolera pero de cuando en cuando no permite, y una vez logrado el éxito, coronarían su labor del día con oportunas declaraciones de los “mandos” policiales quienes engolados y satisfechos de sí mismos dirían por todas las estaciones de radio lo profundo de sus convicciones y lo satisfactorio de cumplir con el deber. Consignarían a los dueños del local, quienes seguramente en espera de un reacomodo de fuerzas guardarían un silencio conveniente y ni siquiera por asomo dirán nunca, ni cuánto pagaron en la infinita cadena de coimas y sobornos mayores y menores, para sobrevivir a tres o cuatro delegados cuya tolerancia fue parte del capital de apertura de sus negocios cuyos detalles no por misteriosos dejan de ser conocidos.
Ni hablarían tampoco de cómo cerraban los ojos o miraban para otra parte cuando llegaban las “grapas” y las “tachas” y cuanto se rola por ese lugar tarde a tarde y noche a noche. Así es la vida, mi buen… pero póngase “amarillo”, “cáite cadáver…”
Era cosa fácil, pero como dicen algunos, el demonio está en los detalles y si bien no había mayores dificultades para realizar casi de manera rutinaria “el operativo”; entrar, pegar dos o tres gritos, avisar al dueño, poner sobre aviso a la “chamacada” y arrear con todos para luego saborear la gloria todo el fin de semana de mientras el sol arrugaba los papeles engomados con la victoriosa leyenda de CLAUSURADO. Ya habían mandado elementos de Iztacalco y Azcapotzalco. Y ahora es un reventadero policiaco pero sin consecuencias políticas pues hasta el Presidente de la República —por ley obligado a enterarse e intervenir—, escurre el bulto y prefiere los caminos del disimulo y la condena sesgada; el rábano por las hojas.
El grupo estaba listo pero desde la salida del agrupamiento nos dimos cuenta de la falta de transporte para llevar a los detenidos, pues de seguro íbamos a llevarnos a dos o trescientos muchachos de la tardeada, pero eso va a estar fácil, total, no la hacen de jamón y si se ponen severos pus dos tres; les das un lleguecito y a las chavas igual, nomás un toletazo (hasta dos, digo) y se ponen quietas.
Jefe, todo salió a toda madre. ¿Si?
Pero todo salió mal. No se sabe si hubo exceso de confianza o confianza en el exceso, pero la cueva, el antro, la caverna esa, el News Divine, se convirtió en una trampa estúpida por el cierre de las puertas, la ineptitud concentrada y la improvisación de todo cuanto se sabría más tarde.
Les dijo el dueño a los jóvenes de la tardeada, tenemos un “operativo”, vamos a desalojar el local, pero el viernes será gratis, por favor, vamos a desalojar el local… Y ya iban los muchachos muy sensatos por las de Villadiego cuando los cuadrumanos entraron y no sólo eso sino empujaron, patearon, gritaron, ofendieron, robaron y sacaron del repertorio todas sus malas artes y mañas atávicas y alguien tuvo la ocurrencia maleva de matar los ventiladores y sofocar el ambiente y por ahí aparecieron los gases y los gritos y el pánico se fue apoderando de todos como un cálido abrazo, y los chavos buscaban a su banda o a su novio o a su vieja o a su cuate o al primo, al hermano o a quien tuvieran en la cabeza y los del piso superior se encajaban en las costillas los barandales y los de abajo querían salir pero les habían cerrado el camino, y los del segundo piso se querían aventar y afuera alguien dijo, los camiones no han llegado, no los dejen salir y vinieron entonces el sofocamiento; la estampida, el tumulto, el empellón contra muros y puertas; la marea detenida contra los otros cuerpos, la asfixia, las piernas ajenas como barrotes, los brazos como aspas inútiles, los alaridos, los ayes y las mentadas y los policías tercos en presionar contra el portón como si fueran un ariete con botas y fue entonces cuando ocurrió cuanto debía suceder en esas condiciones de irracionalidad, en un local sin salidas de escape, con pésimas condiciones internas y externas; bloqueado, tapiado, taponado, atascado cuya licencia fue autorizada en una de sus muchas ediciones de manera evidentemente irregular según se vio por las condiciones de estrechez y peligrosidad ahora conocidas y probadas, por el entonces delegado y actual jefe de la policía. Parece broma.
(Continúa)
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