Re: ¿Ser de Izquierda?
CARTA A EPIGMENIO IBARRA
Twitter: @ferbelaunzaran
"Estimado Epigmenio:
Como te había adelantado, no resistí comentar tu provocador –en el mejor sentido del término- artículo, “El suicidio de la izquierda”, que publicaste en tres partes en el periódico Milenio (26 de noviembre, 3 y 10 de diciembre). Texto con agudo filo crítico con el que tengo tanto coincidencias como discrepancias.
Aciertas al describir en parte la crisis por la que atraviesa la izquierda electoral mexicana, pero te pierdes al tratar de explicar sus razones o, al menos, eludes la discusión más importante en el terreno estratégico. Tus cuestionamientos morales, a pesar de las pronunciadas hipérboles y figuras retóricas elocuentes que utilizas y que dejan poco espacio para los necesarios matices, dan en el clavo. La famosa frase de Lord Acton, “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, por desgracia, también se verifica en la izquierda.
Es innegable que el tránsito de muchos cuadros de la izquierda a las elites dirigentes de importantes localidades y del país ha favorecido en su seno tendencias a favor del status quo, relegando el compromiso por el cambio. Sin embargo, caes en un reduccionismo moral que te lleva a condenar antes de entender, a descalificar sin detenerte en las razones, con independencia de que las compartas o no. Tus juicios preceden al análisis cuando debiera ser al revés. Me explico.
Oportunistas que anteponen su interés personal a los del proyecto que dicen representar hay en todos los partidos, en todos los ámbitos y, sí, también en las distintas partes de la izquierda electoral que hoy están notoriamente divididas y hasta enfrentadas. Pero al generalizar esa situación y de un plumazo inmoralizar a todos los que sostienen una de las posiciones no sólo acusas sin fundamento sino que le das la vuelta al punto fundamental, estratégico, que explica en buena medida la situación crítica por la que atraviesa la izquierda en México. En ese sentido, lamento que hayas empobrecido un muy buen artículo, al tomar, en ciertos pasajes, el camino fácil, falaz y porco riguroso del maniqueísmo, reproduciendo el anatema perverso promovido por el caudillo: “quien no está conmigo está con el enemigo”, es decir, es un “traidor” o un “vendido”.
Te cito: “Si los hoy ‘aliancistas’ se quedaron todavía un tiempo a su lado (de Andrés Manuel López Obrador) fue mientras creyeron que había alguna posibilidad de revertir el resultado. Luego, ya en sus curules, se apresuraron a tender la mano al vencedor y buscar su tajada del pastel”. Esta acusación –que, por cierto, me recuerda a las que hacía la ultra del CGH en la “Asamblea General” para todo aquel que planteaba en el movimiento estudiantil la necesidad de dialogar y negociar con las autoridades- es infame y cierra de entrada la posibilidad de cualquier acuerdo con los “malos” que se atrevieron a pensar distinto del gran líder –¡tremenda herejía!- , pues, como tú de seguro sabes por tu experiencia en El Salvador, a los traidores se les combate y, si se puede, se les aniquila; no se negocia ni se pacta con ellos. Además, con descalificaciones fáciles y baratas se esconde, tras el humo de la pira moral, el debate esencial sobre las definiciones estratégicas.
Si compartimos, Epigmenio, una sencilla convicción democrática, en el sentido de que no hay caminos únicos e incuestionables, de que puede haber distintas alternativas y que ninguna de ellas tiene el monopolio de la legitimidad moral, entonces podemos establecer los términos de la controversia como debieron ser planteados y no como sucedió: “buenos” contra “malos”, “leales” contra “traidores”, la luz contra la obscuridad. Es verdad que en tu texto hablas de las alianzas, pero esa ya fue una discusión postrera, la cual sólo pueden explicarse por los escenarios y las consecuencias generadas por una muy mal resuelta disyuntiva original que requiere ser considerada para cualquier análisis serio de lo que hoy vivimos. Permíteme hacer una breve reseña para contextualizar.
Hace cuatro años, la izquierda acarició la Presidencia de la República en una contienda electoral, ciertamente sucia y enrarecida, que polarizó al país en izquierda y derecha, dejando al partido del viejo régimen relegado, desdibujado y en crisis. Hoy las cosas son muy diferentes. Los partidos y personajes que disputaron en cerrada competencia la primera magistratura del país están desgastados mientras que el PRI, sin hacer más que aprovechar a su favor la confrontación post electoral y los errores de los entonces punteros, se ha fortalecido al grado de que su principal precandidato y favorito de la tele aventaja en las encuestas por más de 2 a 1 a su más cercano perseguidor.
¿Cómo se llegó a esta situación? ¿Por qué la izquierda no es la que mejor ha aprovechado el deficiente gobierno de Felipe Calderón, la crisis económica y el desbordamiento incontrolable de la violencia, a pesar de ser el principal y más evidente opositor de la actual administración? ¿Cómo fue que se dilapidó el gran capital político y la enorme fuerza mostrada en 2006, al grado de que Andrés Manuel y los partidos que lo apoyaron son los que mayor rechazo concitan hoy en el país? Las debidas respuestas son, sin duda, multifactoriales, pero centrémonos en lo que concierne al pensar, decir y hacer de la izquierda electoral tras el traumático desenlace de las elecciones presidenciales del 2006.
La primera definición estratégica que se tomó ya dibujaba los derroteros que vendrían. El controvertido plantón de Reforma –tal y como se puede apreciar claramente en la evolución de las encuestas- marca el punto de quiebre en el que se acentúan dos tendencias complementarias: la pérdida de respaldo y el aumento del rechazo. Lejos de conseguir su justo objetivo, el recuento total de votos –que, por cierto, en algo que me parece inexplicable no fue solicitado al TEPJF- sólo sirvió para estigmatizar al movimiento y confirmar en importantes sectores los temores esparcidos por la guerra sucia. Fue un gran autogol. Pero lo más grave no fue la falla sino la ausencia de autocrítica, pues en lugar de rectificar se profundizó la línea política de confrontación absoluta y ajuste de cuentas con los que “haiga sido como haiga sido” se hicieron de la conducción del país, lo cual tuvo como resultado el constante aislamiento del movimiento obradorista –y de los partidos con los que se le asocia- que se olvidó de lo primordial, las necesidades de la gente, posponiendo su propuesta de cambio hasta aquel mítico momento en que recuperara lo que consideraba se le había arrebatado a la mala: la Presidencia de la República..." (continua)
CARTA A EPIGMENIO IBARRA
Twitter: @ferbelaunzaran
"Estimado Epigmenio:
Como te había adelantado, no resistí comentar tu provocador –en el mejor sentido del término- artículo, “El suicidio de la izquierda”, que publicaste en tres partes en el periódico Milenio (26 de noviembre, 3 y 10 de diciembre). Texto con agudo filo crítico con el que tengo tanto coincidencias como discrepancias.
Aciertas al describir en parte la crisis por la que atraviesa la izquierda electoral mexicana, pero te pierdes al tratar de explicar sus razones o, al menos, eludes la discusión más importante en el terreno estratégico. Tus cuestionamientos morales, a pesar de las pronunciadas hipérboles y figuras retóricas elocuentes que utilizas y que dejan poco espacio para los necesarios matices, dan en el clavo. La famosa frase de Lord Acton, “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, por desgracia, también se verifica en la izquierda.
Es innegable que el tránsito de muchos cuadros de la izquierda a las elites dirigentes de importantes localidades y del país ha favorecido en su seno tendencias a favor del status quo, relegando el compromiso por el cambio. Sin embargo, caes en un reduccionismo moral que te lleva a condenar antes de entender, a descalificar sin detenerte en las razones, con independencia de que las compartas o no. Tus juicios preceden al análisis cuando debiera ser al revés. Me explico.
Oportunistas que anteponen su interés personal a los del proyecto que dicen representar hay en todos los partidos, en todos los ámbitos y, sí, también en las distintas partes de la izquierda electoral que hoy están notoriamente divididas y hasta enfrentadas. Pero al generalizar esa situación y de un plumazo inmoralizar a todos los que sostienen una de las posiciones no sólo acusas sin fundamento sino que le das la vuelta al punto fundamental, estratégico, que explica en buena medida la situación crítica por la que atraviesa la izquierda en México. En ese sentido, lamento que hayas empobrecido un muy buen artículo, al tomar, en ciertos pasajes, el camino fácil, falaz y porco riguroso del maniqueísmo, reproduciendo el anatema perverso promovido por el caudillo: “quien no está conmigo está con el enemigo”, es decir, es un “traidor” o un “vendido”.
Te cito: “Si los hoy ‘aliancistas’ se quedaron todavía un tiempo a su lado (de Andrés Manuel López Obrador) fue mientras creyeron que había alguna posibilidad de revertir el resultado. Luego, ya en sus curules, se apresuraron a tender la mano al vencedor y buscar su tajada del pastel”. Esta acusación –que, por cierto, me recuerda a las que hacía la ultra del CGH en la “Asamblea General” para todo aquel que planteaba en el movimiento estudiantil la necesidad de dialogar y negociar con las autoridades- es infame y cierra de entrada la posibilidad de cualquier acuerdo con los “malos” que se atrevieron a pensar distinto del gran líder –¡tremenda herejía!- , pues, como tú de seguro sabes por tu experiencia en El Salvador, a los traidores se les combate y, si se puede, se les aniquila; no se negocia ni se pacta con ellos. Además, con descalificaciones fáciles y baratas se esconde, tras el humo de la pira moral, el debate esencial sobre las definiciones estratégicas.
Si compartimos, Epigmenio, una sencilla convicción democrática, en el sentido de que no hay caminos únicos e incuestionables, de que puede haber distintas alternativas y que ninguna de ellas tiene el monopolio de la legitimidad moral, entonces podemos establecer los términos de la controversia como debieron ser planteados y no como sucedió: “buenos” contra “malos”, “leales” contra “traidores”, la luz contra la obscuridad. Es verdad que en tu texto hablas de las alianzas, pero esa ya fue una discusión postrera, la cual sólo pueden explicarse por los escenarios y las consecuencias generadas por una muy mal resuelta disyuntiva original que requiere ser considerada para cualquier análisis serio de lo que hoy vivimos. Permíteme hacer una breve reseña para contextualizar.
Hace cuatro años, la izquierda acarició la Presidencia de la República en una contienda electoral, ciertamente sucia y enrarecida, que polarizó al país en izquierda y derecha, dejando al partido del viejo régimen relegado, desdibujado y en crisis. Hoy las cosas son muy diferentes. Los partidos y personajes que disputaron en cerrada competencia la primera magistratura del país están desgastados mientras que el PRI, sin hacer más que aprovechar a su favor la confrontación post electoral y los errores de los entonces punteros, se ha fortalecido al grado de que su principal precandidato y favorito de la tele aventaja en las encuestas por más de 2 a 1 a su más cercano perseguidor.
¿Cómo se llegó a esta situación? ¿Por qué la izquierda no es la que mejor ha aprovechado el deficiente gobierno de Felipe Calderón, la crisis económica y el desbordamiento incontrolable de la violencia, a pesar de ser el principal y más evidente opositor de la actual administración? ¿Cómo fue que se dilapidó el gran capital político y la enorme fuerza mostrada en 2006, al grado de que Andrés Manuel y los partidos que lo apoyaron son los que mayor rechazo concitan hoy en el país? Las debidas respuestas son, sin duda, multifactoriales, pero centrémonos en lo que concierne al pensar, decir y hacer de la izquierda electoral tras el traumático desenlace de las elecciones presidenciales del 2006.
La primera definición estratégica que se tomó ya dibujaba los derroteros que vendrían. El controvertido plantón de Reforma –tal y como se puede apreciar claramente en la evolución de las encuestas- marca el punto de quiebre en el que se acentúan dos tendencias complementarias: la pérdida de respaldo y el aumento del rechazo. Lejos de conseguir su justo objetivo, el recuento total de votos –que, por cierto, en algo que me parece inexplicable no fue solicitado al TEPJF- sólo sirvió para estigmatizar al movimiento y confirmar en importantes sectores los temores esparcidos por la guerra sucia. Fue un gran autogol. Pero lo más grave no fue la falla sino la ausencia de autocrítica, pues en lugar de rectificar se profundizó la línea política de confrontación absoluta y ajuste de cuentas con los que “haiga sido como haiga sido” se hicieron de la conducción del país, lo cual tuvo como resultado el constante aislamiento del movimiento obradorista –y de los partidos con los que se le asocia- que se olvidó de lo primordial, las necesidades de la gente, posponiendo su propuesta de cambio hasta aquel mítico momento en que recuperara lo que consideraba se le había arrebatado a la mala: la Presidencia de la República..." (continua)
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