Conozco una persona que dice que "no hay enano sano", mentalmente hablando, por supuesto. La verdad es que no todos los enanos son enanos mentales, y que mejor ejemplo que Napoleón. También es verdad que hay de chaparros a chaparros. Por ejemplo el Feli-Pillo es enanito mental y físicamente, se podría decir que es como Elektra, nomás que ellos venden en abonos chiquitos, y el de las manos sucias piensa en chiquitito.
Pensar chiquito.
Denise Dresser
Nada de pensar en grande. Nada de apostarle al "cambio" como bandera de lucha. Nada de promesas que no se pudieran cumplir. Nada de reformas verdaderamente ambiciosas con la capacidad de transformar al país. Desde el inicio de su presidencia, Felipe Calderón ha optado por el pragmatismo minimalista. Ha promovido la idea de lo posible por encima de lo deseable. Ha preferido pasos modestos pero seguros, en vez de saltos ambiciosos pero arriesgados. Y durante su primer año esa estrategia de "pensar chiquito" resultó funcional gracias a la aprobación de reformas que tanto presume. Pero hoy ya comienzan a ser cada vez más visibles los costos de esa ruta, así como sus límites. El presidente de los pasos pequeños descubre que como no inauguró un nuevo camino para México, corre el riesgo de quedar atrapado por el PRI en un callejón sin salida.
Sin duda Felipe Calderón vio el sexenio de Vicente Fox y juró no reproducirlo. Él no sería el presidente de la parálisis. Él no sería otro administrador de la inercia. Él sabría cómo negociar con el PRI y llegar a acuerdos que su predecesor siempre buscó pero no logró concretar. Él no tendría un gabinete donde cada uno de sus miembros hacía lo que se le daba la gana. A lo largo del primer año, el presidente que llegó hizo todo lo posible para demostrar cuán diferente era del que se había ido. Y de allí que gran parte de su energía se centrara en sacar acuerdos, obtener reformas, privilegiar la negociación eficaz por encima de la transformación quizás deseable pero inasible. El pragmatismo pequeño se volvió el sello de su administración.
Calderón no buscaría ser el presidente del cambio sino el presidente del empleo. No intentaría remodelar la casa sino "vivir mejor" en ella. No promovería reformas integrales que solucionaran los problemas de fondo, sino reformas parciales que le compraran tiempo y le permitieran acumular capital político. Pensó y piensa que en realidad no tenía otra opción. Como lo ha dicho desde el inicio de su gobierno y lo ha reiterado a lo largo de la última semana, el PAN no tiene mayoría. La realidad del gobierno dividido entonces lo obliga a negociar y pactar, ceder y retroceder, hacer concesiones y vivir con sus efectos aunque fueran contraproducentes. Y como pocas veces puede negociar con el PRD, toca una y otra vez en la puerta del PRI. Así comienza la dinámica que distingue a la presidencia de Felipe Calderón y explica por qué ahora se encuentra en una posición difícil. Porque el PRI pacta pero obtiene cada vez más cosas que quiere a cambio. Porque el PRI se suma a las iniciativas del presidente pero también las condiciona. Porque el PRI aprueba reformas, pero por el tipo de intereses que protege, también las diluye.
Paradójicamente, el presidente que tanto quiso distanciarse de su predecesor emula la estrategia que inauguró. Sólo que Calderón es más eficaz. Vicente nunca pudo llegar a acuerdos con el PRI y ahora Felipe lo hace. Vicente nunca pudo obtener el apoyo de un Congreso dividido y ahora Felipe lo celebra. Vicente nunca pudo vanagloriarse de reformas electorales, fiscales, judiciales y ahora Felipe puede aplaudir su aprobación. El problema es que a un costo muy alto. Quizás el presidente no tiene más alternativa que el pragmatismo que lo propulsa a los brazos del PRI. Quizás ante las constricciones que produce un gobierno dividido, no le queda más remedio. Pero al ir de la mano con los representantes del pasado, no puede romper con él. Al conseguir el consenso a toda costa, sacrifica la ambición moral que alguna vez lo caracterizó. Al aliarse con los artífices de las peores prácticas, no puede denunciarlas. Al obligar a su partido a cerrar filas con los priistas, contribuye a limpiarles la cara. Al pactar con el viejo PRI -Beltrones, Gamboa y tantos más- ayuda a restaurarlo.
Y Calderón obtiene lo que quiere pero da más de lo que recibe. Entrega más de lo que le otorgan de vuelta. Empieza a perder más de lo que gana. Al igual que Vicente Fox, coloca el centro de gravedad de su gestión en el Congreso y en la capacidad para sacar reformas allí. Concentra tanta atención en la dinámica del Legislativo que se le olvida actuar como representante del Poder Ejecutivo. Pasa tanto tiempo en la negociación con el PRI que se le olvida tratarlo como adversario. Necesita tanto al PRI que acepta todos sus términos y para mal. Su gobierno demuestra un pragmatismo quizás necesario pero no lo suficientemente sagaz. Una y otra vez, Manlio Fabio Beltrones le gana la partida al presidente y a sus negociadores. Una y otra vez, el interlocutor designado por el gobierno panista aprovecha oportunidades para desacreditarlo. Una y otra vez los priistas consiguen lo que quieren de Felipe Calderón, a quien están logrando someter.
Tanto el presidente como su partido no parecen entenderlo: el PRI viene de regreso y en una posición mucho más sólida. Antes los priistas estaban divididos; hoy marchan unidos. Antes se peleaban entre sí; hoy pelean para volver a Los Pinos. Antes no tenían otra opción que Roberto Madrazo; hoy acicalan a un joven dinosaurio para que no lo parezca. Antes no podían argumentar que la alternancia ha fracasado; hoy se preparan para hacerlo. Antes no podían usar el argumento de la eficacia en su favor; hoy los traspiés del gobierno panista les permite enarbolarlo. Encuesta tras encuesta los priistas se posicionan para ganar posiciones en el Congreso y eventualmente recuperar la presidencia. Ocho años de gobierno panista les han ayudado. Ocho años de pragmatismo contraproducente los han solapado. Ocho años de cambios tan pequeños llevan a que el PRI se haya vuelto -de nuevo- tan grande.
Por eso, al gobierno de Felipe Calderón le hace falta lo que los estrategas políticos estadunidenses llaman un game-changer. Algo que cambie el juego en su favor. Algo que alerte al presidente sobre las consecuencias de negociar con los priistas de la forma como lo ha hecho. Algo que indique la capacidad de arrinconar a Beltrones/Gamboa y no sólo reaccionar ante ellos. Algo que cambie las percepciones de debilidad que crecen en torno a su gestión. Algo similar a lo que ha hecho John McCain al escoger a Sarah Palin como su compañera de fórmula. Algo que debe ir mucho más allá de anunciar el Día del Secretario y diseminar spots y conceder entrevistas a los medios y reiterar que México va por el camino correcto. Porque el camino que Felipe Calderón ha pavimentado es el que le pemitiría al PRI regresar a Los Pinos. La apuesta presidencial al pragmatismo de pasos pequeños ahora está empujando al país hacia atrás. l
Pensar chiquito.
Denise Dresser
Nada de pensar en grande. Nada de apostarle al "cambio" como bandera de lucha. Nada de promesas que no se pudieran cumplir. Nada de reformas verdaderamente ambiciosas con la capacidad de transformar al país. Desde el inicio de su presidencia, Felipe Calderón ha optado por el pragmatismo minimalista. Ha promovido la idea de lo posible por encima de lo deseable. Ha preferido pasos modestos pero seguros, en vez de saltos ambiciosos pero arriesgados. Y durante su primer año esa estrategia de "pensar chiquito" resultó funcional gracias a la aprobación de reformas que tanto presume. Pero hoy ya comienzan a ser cada vez más visibles los costos de esa ruta, así como sus límites. El presidente de los pasos pequeños descubre que como no inauguró un nuevo camino para México, corre el riesgo de quedar atrapado por el PRI en un callejón sin salida.
Sin duda Felipe Calderón vio el sexenio de Vicente Fox y juró no reproducirlo. Él no sería el presidente de la parálisis. Él no sería otro administrador de la inercia. Él sabría cómo negociar con el PRI y llegar a acuerdos que su predecesor siempre buscó pero no logró concretar. Él no tendría un gabinete donde cada uno de sus miembros hacía lo que se le daba la gana. A lo largo del primer año, el presidente que llegó hizo todo lo posible para demostrar cuán diferente era del que se había ido. Y de allí que gran parte de su energía se centrara en sacar acuerdos, obtener reformas, privilegiar la negociación eficaz por encima de la transformación quizás deseable pero inasible. El pragmatismo pequeño se volvió el sello de su administración.
Calderón no buscaría ser el presidente del cambio sino el presidente del empleo. No intentaría remodelar la casa sino "vivir mejor" en ella. No promovería reformas integrales que solucionaran los problemas de fondo, sino reformas parciales que le compraran tiempo y le permitieran acumular capital político. Pensó y piensa que en realidad no tenía otra opción. Como lo ha dicho desde el inicio de su gobierno y lo ha reiterado a lo largo de la última semana, el PAN no tiene mayoría. La realidad del gobierno dividido entonces lo obliga a negociar y pactar, ceder y retroceder, hacer concesiones y vivir con sus efectos aunque fueran contraproducentes. Y como pocas veces puede negociar con el PRD, toca una y otra vez en la puerta del PRI. Así comienza la dinámica que distingue a la presidencia de Felipe Calderón y explica por qué ahora se encuentra en una posición difícil. Porque el PRI pacta pero obtiene cada vez más cosas que quiere a cambio. Porque el PRI se suma a las iniciativas del presidente pero también las condiciona. Porque el PRI aprueba reformas, pero por el tipo de intereses que protege, también las diluye.
Paradójicamente, el presidente que tanto quiso distanciarse de su predecesor emula la estrategia que inauguró. Sólo que Calderón es más eficaz. Vicente nunca pudo llegar a acuerdos con el PRI y ahora Felipe lo hace. Vicente nunca pudo obtener el apoyo de un Congreso dividido y ahora Felipe lo celebra. Vicente nunca pudo vanagloriarse de reformas electorales, fiscales, judiciales y ahora Felipe puede aplaudir su aprobación. El problema es que a un costo muy alto. Quizás el presidente no tiene más alternativa que el pragmatismo que lo propulsa a los brazos del PRI. Quizás ante las constricciones que produce un gobierno dividido, no le queda más remedio. Pero al ir de la mano con los representantes del pasado, no puede romper con él. Al conseguir el consenso a toda costa, sacrifica la ambición moral que alguna vez lo caracterizó. Al aliarse con los artífices de las peores prácticas, no puede denunciarlas. Al obligar a su partido a cerrar filas con los priistas, contribuye a limpiarles la cara. Al pactar con el viejo PRI -Beltrones, Gamboa y tantos más- ayuda a restaurarlo.
Y Calderón obtiene lo que quiere pero da más de lo que recibe. Entrega más de lo que le otorgan de vuelta. Empieza a perder más de lo que gana. Al igual que Vicente Fox, coloca el centro de gravedad de su gestión en el Congreso y en la capacidad para sacar reformas allí. Concentra tanta atención en la dinámica del Legislativo que se le olvida actuar como representante del Poder Ejecutivo. Pasa tanto tiempo en la negociación con el PRI que se le olvida tratarlo como adversario. Necesita tanto al PRI que acepta todos sus términos y para mal. Su gobierno demuestra un pragmatismo quizás necesario pero no lo suficientemente sagaz. Una y otra vez, Manlio Fabio Beltrones le gana la partida al presidente y a sus negociadores. Una y otra vez, el interlocutor designado por el gobierno panista aprovecha oportunidades para desacreditarlo. Una y otra vez los priistas consiguen lo que quieren de Felipe Calderón, a quien están logrando someter.
Tanto el presidente como su partido no parecen entenderlo: el PRI viene de regreso y en una posición mucho más sólida. Antes los priistas estaban divididos; hoy marchan unidos. Antes se peleaban entre sí; hoy pelean para volver a Los Pinos. Antes no tenían otra opción que Roberto Madrazo; hoy acicalan a un joven dinosaurio para que no lo parezca. Antes no podían argumentar que la alternancia ha fracasado; hoy se preparan para hacerlo. Antes no podían usar el argumento de la eficacia en su favor; hoy los traspiés del gobierno panista les permite enarbolarlo. Encuesta tras encuesta los priistas se posicionan para ganar posiciones en el Congreso y eventualmente recuperar la presidencia. Ocho años de gobierno panista les han ayudado. Ocho años de pragmatismo contraproducente los han solapado. Ocho años de cambios tan pequeños llevan a que el PRI se haya vuelto -de nuevo- tan grande.
Por eso, al gobierno de Felipe Calderón le hace falta lo que los estrategas políticos estadunidenses llaman un game-changer. Algo que cambie el juego en su favor. Algo que alerte al presidente sobre las consecuencias de negociar con los priistas de la forma como lo ha hecho. Algo que indique la capacidad de arrinconar a Beltrones/Gamboa y no sólo reaccionar ante ellos. Algo que cambie las percepciones de debilidad que crecen en torno a su gestión. Algo similar a lo que ha hecho John McCain al escoger a Sarah Palin como su compañera de fórmula. Algo que debe ir mucho más allá de anunciar el Día del Secretario y diseminar spots y conceder entrevistas a los medios y reiterar que México va por el camino correcto. Porque el camino que Felipe Calderón ha pavimentado es el que le pemitiría al PRI regresar a Los Pinos. La apuesta presidencial al pragmatismo de pasos pequeños ahora está empujando al país hacia atrás. l
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