El mesias tropical dixit:
El mundo de AMLO era México.
2-Y el mundo de su mundo era Tabasco.
Nacido el 13 de noviembre de 1953 en el pequeño pueblo de Tepetitán, en el seno de una esforzada familia de clase media dedicada a diversos ramos del comercio, nieto de campesinos veracruzanos y tabasqueños, y de un inmigrante santanderino que había llegado a “hacer las Américas”, López Obrador vivió una niñez tropical, libre y feliz.
Sus biografías oficiosas contendrían datos interesantes sobre su carácter temprano. “Fue un niño muy vivaracho –recordaba su padre– pero tenía una enfermedad: no se le podía decir nada ni regañarlo, porque se trababa.”
Según parece, le decían “piedra”, porque pegaba duro: “Se peleaba con alguien, le ganaba, y salía con esa sonrisita burlona de ‘te gané’.”
Era malo para las matemáticas y muy bueno para el beisbol, aunque “cuando perdía su equipo, terminaba enfurecido”.
Tepetitán tenía unas cuantas calles, pero los López Obrador vivían a sus anchas: “No teníamos barreras –recuerda uno de sus hermanos–, teníamos el pueblo entero, era nuestro.”
Si la familia salía, era para viajar en automóvil a las playas de Veracruz y Tampico.
En los años sesenta se mudaron a Villahermosa, capital del estado; en los setenta, Andrés Manuel estudió ciencias políticas en la UNAM y se hospedó en la Casa del Estudiante Tabasqueño.
A partir de 1977, hasta 1996, pasaría la mayor parte del tiempo en su patria chica.
El desayuno tabasqueño (pescado frito, plátano con arroz), el prehistórico pejelagarto disecado sobre un estante, el manoteo enfático y hasta la pronunciación del personaje (que, como es común en aquella zona del Golfo de México, convierte las “eses” en “jotas”), todo conspiraba para llevar la plática a Tabasco: cuna de la cultura madre de Mesoamérica, la olmeca; puerta de la Conquista (allí desembarcó Cortés y conoció a “la Malinche”).
3-La historia de Tabasco lo apasionaba tanto o más que la historia de México.
Con evidente gusto me refirió su buena impresión de los dos grandes jefes del siglo XX en Tabasco (Tomás Garrido Canabal y Carlos Madrazo).
Y con mayor placer aún recordó su amistad con el poeta Carlos Pellicer (“el tabasqueño más grande del siglo XX”) y reconoció la obra de Andrés Iduarte (“nuestro mejor escritor”).
Yo recordaba que Tabasco –caso no único pero sí excepcional entre los 32 estados de México– no había dado un solo presidente a México y quise plantearle la cuestión, pero López Obrador abrió sin querer una posible pista: “a los tabasqueños se nos dificulta mucho acostumbrarnos al Altiplano –me dijo–, es otra cultura; también a mí me ha costado trabajo adaptarme.”
Para explicarse mejor, me leyó en voz alta un párrafo extraído de uno de los libros que escribió sobre su estado:
'En Tabasco la naturaleza tiene un papel relevante en el ejercicio del poder público. En consonancia con nuestro medio, los tabasqueños no sabemos disimular. Aquí todo aflora y se sale de cauce. En esta porción del territorio nacional, la más tropical de México, los ríos se desbordan, el cielo es proclive a la tempestad, los verdes se amotinan y el calor de la primavera o la ardiente canícula enciende las pasiones y brota con facilidad la ruda franqueza.'
“De aquí parte –dijo–mi teoría sobre el ‘poder tropical’: el tabasqueño debe controlar sus pasiones.”
Me había dado una clave biográfica que yo tardaría en descifrar.
4-Lejos de Cárdenas
Era difícil que un hombre sin mundo entendiera el mundo y el lugar de su país en el mundo.
Era difícil que un hombre encerrado en su mundo viera la necesidad de reformarlo en un sentido a la vez realista y moderno.
En el concepto de López Obrador, todo lo que México requería para su futuro estaba en su pasado.
“La cosa es simple –me dijo meses más tarde, en una segunda y última conversación formal: hay que ser como Lázaro Cárdenas en lo social y como Benito Juárez en lo político.”
...Lázaro Cárdenas fue un presidente popular pero no populista.
De temple suave, pacífico y moderado, tan silencioso y ajeno a la retórica que lo apodaban “La esfinge”, en los años treinta repartió dieciocho millones de hectáreas entre un millón de campesinos.
Cárdenas fue un constructor interesado en los detalles prácticos, quiso que los campesinos llegaran a ser autónomos y prósperos mediante la organización ejidal colectiva o a través de la pequeña propiedad, ambas apoyadas por la banca oficial.
López Obrador se manifestaba cada vez más como un gobernante popular y populista.
De temple rudo, combativo y apasionado, orador incendiario, su vía para emular a Cárdenas consistió en ofrecer un abanico de provisiones gratuitas, entre ellas el reparto de vales intercambiables por alimentos, equivalentes a setecientos pesos mensuales, a todas las personas mayores de setenta años. Estos programas, sobre todo el de apoyo a los “adultos mayores” (del cual no existe padrón), le granjeaban una gran simpatía pero no atacaban de fondo los problemas.
“Andrés y su equipo no conocían la complejidad de la problemática social de la ciudad”, me dijo Clara Jusidman, su amiga de muchos años y su jefa en los años ochenta, en el Instituto Federal del Consumidor.
En el gobierno perredista de Cuauhtémoc Cárdenas (1997-1999), Jusidman y su equipo habían establecido las bases de una amplia y laboriosa red de “facilitadores” que procuraba atender diversas necesidades relacionadas con la ruptura del tejido social en el DF.
“Todo eso se desmanteló –lamentaba Jusidman–, se privilegiaron medidas sociales de relativa simplicidad pero con efectos masivos, como fue la entrega de ayudas económicas a los adultos mayores, a las madres solteras y a las familias con personas discapacitadas; o el montaje de dieciséis escuelas preparatorias y de una universidad sin requisitos de ingreso y con muy poco tiempo de planeación.”
Claramente, el criterio que las sustentaba era más político e ideológico que práctico y técnico.
Lo mismo ocurrió en otros ámbitos.
A un costo que nunca se aclaró, en tiempos de López Obrador se construyeron los segundos pisos del Anillo Periférico, pero se relegaron necesidades mucho más urgentes que la fluidez vial para los automovilistas: el transporte público, el abasto de agua, la inseguridad, el empleo.
Entre 2000 y 2004, el crecimiento del PIB en el DF fue inferior al crecimiento promedio acumulado en el resto de las entidades. Y el empleo formal entre 2000 y 2005 creció menos que en el resto del país.
La gestión de Lázaro Cárdenas coincidió con el ascenso del nazismo europeo. Se enmarcó en una época en que, para amplios sectores intelectuales y políticos de Occidente, el socialismo soviético constituía una alternativa al capitalismo occidental.
Por eso, en tiempos de Cárdenas la educación oficial en México era “socialista”.
Con todo, Cárdenas no atizó el odio de clases ni era proclive a las ideologías que lo propugnaban.
De hecho, tras la expropiación petrolera, Cárdenas fue el precursor de la industrialización en México y para ello fundó el Instituto Politécnico Nacional.
En sus dichos y sus hechos, López Obrador ha seguido pautas muy distintas.
A partir de las ruidosas querellas legales en las que se vio involucrado en 2004 y 2005, el jefe de gobierno recurrió a una retórica de polarización social que Cárdenas no habría avalado.
Su vocabulario político se impregnó del conflicto entre las clases.
Sus enemigos eran los enemigos del pueblo: “los de arriba”, los ricos, los “camajanes”, los “machucones”, los “finolis”, los “exquisitos”, los “picudos”.
La palabra “dinero” era necesariamente sinónimo de abuso, de inmoralidad, de ausencia de decoro, de impureza.
“Vamos a establecer –profetizó– una nueva convivencia social, más humana, más igualitaria, tenemos que frenar [...] a esa corriente según la cual el dinero siempre triunfa sobre la moral y la dignidad de nuestro pueblo.”
Su argumento central era el tema del Fobaproa, operación de rescate bancario que evitó el colapso del sistema financiero (y la consiguiente pérdida para los cuentahabientes) pero que, sin lugar a dudas, tuvo irregularidades y abusos en verdad flagrantes.
Si bien el peso de la operación sobre las finanzas públicas era y es muy oneroso, López Obrador lo utilizaba para concentrar el odio en la figura de los empresarios.
Con López Obrador, la teoría de la conspiración se volvió política de Estado: toda crítica era parte de un “complot” para desbancarlo.
El 27 de junio de 2004, cerca de setecientas mil personas de diversas clases sociales, alarmadas por la ola de secuestros y asaltos en la ciudad, marcharon a lo largo del Paseo de la Reforma.
Horas más tarde, en vez de considerar la pertinencia objetiva de los reclamos, López Obrador se lanzó al palenque y declaró: “Sigo pensando que metieron la mano [...] para manipular este asunto, y señalo tres cosas: una, la politiquería de ‘las derechas’; dos, el oportunismo del gobierno federal [...] las declaraciones del ciudadano presidente [...] Y también el amarillismo en algunos medios de comunicación” Para remachar, agregó que seguramente los propios secuestradores habían desfilado ese día.
Para él, la delincuencia es una función de la desigualdad y la pobreza.
.Pero es natural: el mundo no es interesante para López Obrador.
El mundo de AMLO era México.
2-Y el mundo de su mundo era Tabasco.
Nacido el 13 de noviembre de 1953 en el pequeño pueblo de Tepetitán, en el seno de una esforzada familia de clase media dedicada a diversos ramos del comercio, nieto de campesinos veracruzanos y tabasqueños, y de un inmigrante santanderino que había llegado a “hacer las Américas”, López Obrador vivió una niñez tropical, libre y feliz.
Sus biografías oficiosas contendrían datos interesantes sobre su carácter temprano. “Fue un niño muy vivaracho –recordaba su padre– pero tenía una enfermedad: no se le podía decir nada ni regañarlo, porque se trababa.”
Según parece, le decían “piedra”, porque pegaba duro: “Se peleaba con alguien, le ganaba, y salía con esa sonrisita burlona de ‘te gané’.”
Era malo para las matemáticas y muy bueno para el beisbol, aunque “cuando perdía su equipo, terminaba enfurecido”.
Tepetitán tenía unas cuantas calles, pero los López Obrador vivían a sus anchas: “No teníamos barreras –recuerda uno de sus hermanos–, teníamos el pueblo entero, era nuestro.”
Si la familia salía, era para viajar en automóvil a las playas de Veracruz y Tampico.
En los años sesenta se mudaron a Villahermosa, capital del estado; en los setenta, Andrés Manuel estudió ciencias políticas en la UNAM y se hospedó en la Casa del Estudiante Tabasqueño.
A partir de 1977, hasta 1996, pasaría la mayor parte del tiempo en su patria chica.
El desayuno tabasqueño (pescado frito, plátano con arroz), el prehistórico pejelagarto disecado sobre un estante, el manoteo enfático y hasta la pronunciación del personaje (que, como es común en aquella zona del Golfo de México, convierte las “eses” en “jotas”), todo conspiraba para llevar la plática a Tabasco: cuna de la cultura madre de Mesoamérica, la olmeca; puerta de la Conquista (allí desembarcó Cortés y conoció a “la Malinche”).
3-La historia de Tabasco lo apasionaba tanto o más que la historia de México.
Con evidente gusto me refirió su buena impresión de los dos grandes jefes del siglo XX en Tabasco (Tomás Garrido Canabal y Carlos Madrazo).
Y con mayor placer aún recordó su amistad con el poeta Carlos Pellicer (“el tabasqueño más grande del siglo XX”) y reconoció la obra de Andrés Iduarte (“nuestro mejor escritor”).
Yo recordaba que Tabasco –caso no único pero sí excepcional entre los 32 estados de México– no había dado un solo presidente a México y quise plantearle la cuestión, pero López Obrador abrió sin querer una posible pista: “a los tabasqueños se nos dificulta mucho acostumbrarnos al Altiplano –me dijo–, es otra cultura; también a mí me ha costado trabajo adaptarme.”
Para explicarse mejor, me leyó en voz alta un párrafo extraído de uno de los libros que escribió sobre su estado:
'En Tabasco la naturaleza tiene un papel relevante en el ejercicio del poder público. En consonancia con nuestro medio, los tabasqueños no sabemos disimular. Aquí todo aflora y se sale de cauce. En esta porción del territorio nacional, la más tropical de México, los ríos se desbordan, el cielo es proclive a la tempestad, los verdes se amotinan y el calor de la primavera o la ardiente canícula enciende las pasiones y brota con facilidad la ruda franqueza.'
“De aquí parte –dijo–mi teoría sobre el ‘poder tropical’: el tabasqueño debe controlar sus pasiones.”
Me había dado una clave biográfica que yo tardaría en descifrar.
4-Lejos de Cárdenas
Era difícil que un hombre sin mundo entendiera el mundo y el lugar de su país en el mundo.
Era difícil que un hombre encerrado en su mundo viera la necesidad de reformarlo en un sentido a la vez realista y moderno.
En el concepto de López Obrador, todo lo que México requería para su futuro estaba en su pasado.
“La cosa es simple –me dijo meses más tarde, en una segunda y última conversación formal: hay que ser como Lázaro Cárdenas en lo social y como Benito Juárez en lo político.”
...Lázaro Cárdenas fue un presidente popular pero no populista.
De temple suave, pacífico y moderado, tan silencioso y ajeno a la retórica que lo apodaban “La esfinge”, en los años treinta repartió dieciocho millones de hectáreas entre un millón de campesinos.
Cárdenas fue un constructor interesado en los detalles prácticos, quiso que los campesinos llegaran a ser autónomos y prósperos mediante la organización ejidal colectiva o a través de la pequeña propiedad, ambas apoyadas por la banca oficial.
López Obrador se manifestaba cada vez más como un gobernante popular y populista.
De temple rudo, combativo y apasionado, orador incendiario, su vía para emular a Cárdenas consistió en ofrecer un abanico de provisiones gratuitas, entre ellas el reparto de vales intercambiables por alimentos, equivalentes a setecientos pesos mensuales, a todas las personas mayores de setenta años. Estos programas, sobre todo el de apoyo a los “adultos mayores” (del cual no existe padrón), le granjeaban una gran simpatía pero no atacaban de fondo los problemas.
“Andrés y su equipo no conocían la complejidad de la problemática social de la ciudad”, me dijo Clara Jusidman, su amiga de muchos años y su jefa en los años ochenta, en el Instituto Federal del Consumidor.
En el gobierno perredista de Cuauhtémoc Cárdenas (1997-1999), Jusidman y su equipo habían establecido las bases de una amplia y laboriosa red de “facilitadores” que procuraba atender diversas necesidades relacionadas con la ruptura del tejido social en el DF.
“Todo eso se desmanteló –lamentaba Jusidman–, se privilegiaron medidas sociales de relativa simplicidad pero con efectos masivos, como fue la entrega de ayudas económicas a los adultos mayores, a las madres solteras y a las familias con personas discapacitadas; o el montaje de dieciséis escuelas preparatorias y de una universidad sin requisitos de ingreso y con muy poco tiempo de planeación.”
Claramente, el criterio que las sustentaba era más político e ideológico que práctico y técnico.
Lo mismo ocurrió en otros ámbitos.
A un costo que nunca se aclaró, en tiempos de López Obrador se construyeron los segundos pisos del Anillo Periférico, pero se relegaron necesidades mucho más urgentes que la fluidez vial para los automovilistas: el transporte público, el abasto de agua, la inseguridad, el empleo.
Entre 2000 y 2004, el crecimiento del PIB en el DF fue inferior al crecimiento promedio acumulado en el resto de las entidades. Y el empleo formal entre 2000 y 2005 creció menos que en el resto del país.
La gestión de Lázaro Cárdenas coincidió con el ascenso del nazismo europeo. Se enmarcó en una época en que, para amplios sectores intelectuales y políticos de Occidente, el socialismo soviético constituía una alternativa al capitalismo occidental.
Por eso, en tiempos de Cárdenas la educación oficial en México era “socialista”.
Con todo, Cárdenas no atizó el odio de clases ni era proclive a las ideologías que lo propugnaban.
De hecho, tras la expropiación petrolera, Cárdenas fue el precursor de la industrialización en México y para ello fundó el Instituto Politécnico Nacional.
En sus dichos y sus hechos, López Obrador ha seguido pautas muy distintas.
A partir de las ruidosas querellas legales en las que se vio involucrado en 2004 y 2005, el jefe de gobierno recurrió a una retórica de polarización social que Cárdenas no habría avalado.
Su vocabulario político se impregnó del conflicto entre las clases.
Sus enemigos eran los enemigos del pueblo: “los de arriba”, los ricos, los “camajanes”, los “machucones”, los “finolis”, los “exquisitos”, los “picudos”.
La palabra “dinero” era necesariamente sinónimo de abuso, de inmoralidad, de ausencia de decoro, de impureza.
“Vamos a establecer –profetizó– una nueva convivencia social, más humana, más igualitaria, tenemos que frenar [...] a esa corriente según la cual el dinero siempre triunfa sobre la moral y la dignidad de nuestro pueblo.”
Su argumento central era el tema del Fobaproa, operación de rescate bancario que evitó el colapso del sistema financiero (y la consiguiente pérdida para los cuentahabientes) pero que, sin lugar a dudas, tuvo irregularidades y abusos en verdad flagrantes.
Si bien el peso de la operación sobre las finanzas públicas era y es muy oneroso, López Obrador lo utilizaba para concentrar el odio en la figura de los empresarios.
Con López Obrador, la teoría de la conspiración se volvió política de Estado: toda crítica era parte de un “complot” para desbancarlo.
El 27 de junio de 2004, cerca de setecientas mil personas de diversas clases sociales, alarmadas por la ola de secuestros y asaltos en la ciudad, marcharon a lo largo del Paseo de la Reforma.
Horas más tarde, en vez de considerar la pertinencia objetiva de los reclamos, López Obrador se lanzó al palenque y declaró: “Sigo pensando que metieron la mano [...] para manipular este asunto, y señalo tres cosas: una, la politiquería de ‘las derechas’; dos, el oportunismo del gobierno federal [...] las declaraciones del ciudadano presidente [...] Y también el amarillismo en algunos medios de comunicación” Para remachar, agregó que seguramente los propios secuestradores habían desfilado ese día.
Para él, la delincuencia es una función de la desigualdad y la pobreza.
.Pero es natural: el mundo no es interesante para López Obrador.
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