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El Estado mexicano ya no es defendible. México hoy está ubicado en el mismo grupo de países en donde se encuentra Honduras, Vietnam, Macedonia y está peor calificado que Senegal, Ucrania y Armenia. La única manera de superar la situación en enfrentarla con acciones políticas y no con meros recursos retóricos de políticos ignorantes y patrioteros.
Que la expresión concreta del estado mexicano en estos momentos no sea la mejor no significa que la esencia del mismo -la Constitución y la República- sea indefendible.
Nunca deja de asombrar como las focas, prontas y felices, reciben con brazos abiertos cualquier basura que les avienten sus amos, los caciques de la oposicion.
Si bien desde la perspectiva ciudadana se puede asentir la conclusión de que el PAN y el PRD han sido clones chafas y engendros ideológicos del tricolor; la tesis de que el retorno del PRI con su "oficio político y eficiencia en el hacer público" implicará poner orden y hacer productivo el dineral gastado en los políticos deja mucho que desear.
Y es que para los ciudadanos de a pie el meollo de nuestro desastre nacional no es si el PAN, el PRI o el PRD gobiernan; el meollo es si atrás de los políticos desechables y los partidos deleznables que ostentan el poder durante tres o seis años hay un conjunto de instituciones con autoridad para establecer y hacer cumplir las leyes de manera imparcial y constante. Dicho de otro modo, el problema radical de México es si atrás de los políticos y sus partidos hay o no un Estado.
La respuesta, claramente, es no. México tiene un sistema de partidos hechos a imagen y semejanza del PRI. Pero la semejanza más importante de los "partidos de oposición" con el tricolor no es el carril o el discurso que manejen (difícil ser de otra "ideología" cuando el PRI las manejó a todas a conveniencia, y más difícil no ser demagógicos ante un pueblo sin educación, cortesía del SNTE). No, la semejanza más importante entre el PRI y sus engendros es caer en el gravísimo error de subordinar el Estado al partido y de ahí derivar la peregrina tesis de que basta con poner o quitar políticos para que nuestros problemas desaparezcan.
Nada más falso: un somero análisis de la realidad revela que ese amasiato Estado-partido, por el que muchos suspiran, permite a los políticos de todos colores seguir viviendo en una privilegiada impunidad, haciendo de las leyes e instituciones del país un soberano papalote (¡al diablo las instituciones!). Es el modelito dictatorial del gobierno priista lo que, con buenas intenciones, permite a un grupúsculo en el poder (PAN) ordenar al Poder Judicial cesar sus indagatorias y renunciar a su indeclinable deber de investigar la desaparición de un ciudadano por así convenir a sus intereses partidistas o familiares. Es la subordinación del Estado a las agendas partidistas lo que permite al Poder Legislativo congelar iniciativas de ley, como la de penar el pago a secuestradores, porque uno de los suyos está en ese trance.
Es ese obsceno legado del PRI -el absolutismo del "Estado soy yo"- lo que hace posible que funcionarios y gobernadores queden exentos de responsabilidad en casos como el de la Guardería ABC,pues aquí las leyes -decía Anacarsis el Escita- son como las telarañas: atrapan a los mosquitos pero dejan ir a los pájaros gordos.
Es la inexistente separación entre el partido y el Estado lo que hace posible quelos miembros o simpatizantes de algún partido o caudillo puedan secuestrar instalaciones de Pemex, destruir puertas del siglo XVIII y reírse de las víctimas inocentes de su negligencia sin miedo a las consecuencias.
En nuestro país la aplicación de la ley sigue siendo arbitraria, sigue dependiendo de la filiación partidista, lo que indica que el Estado -entendido como un conjunto de instituciones cuyas normas son independientes de la voluntad de quienes temporalmente ejercen el gobierno- sigue siendo el gran ausente.
Y eso convierte el regreso del PRI -al que algunos suponen debemos aplaudir por venir a rescatarnos de las rijosas huestes del PRD o las ineptas manos del PAN- en una pesadilla. Porque no hay que olvidar que el "orden priista" se logró sin la existencia de un Estado, o que el "oficio político" consistía en aplicar la ley cuando y en los casos que el PRI quería, y que "el eficiente quehacer público" es sinónimo de las mañosas estrategias que el PRI siempre ha dominado (matar y desaparecer opositores, hacerse de la vista gorda por la corrupción de sus incondicionales y maicear a los pilares de su estado nacionalista-revolucionario: SNTE, Pemex, CFE, LyFC, etcétera).
Sí, el PRI logró mucho, pero no se olvide que su método nunca fue el difícil diálogo con la ciudadanía, el respeto a la libertad de prensa o la negociación democrática con sus opositores; los logros del PRI todos se afincaron en la inexistencia del Estado como entidad independiente del partido; se lograron merced a la arbitraria dictadura de una camarilla que por 70 años censuró, manipuló, sobornó y robó a manos llenas. Entonces, la pregunta no es si en el país hay otro partido que no sea el PRI, la pregunta clave es cómo obligarlos a superar el rancio modelito priista de la dictadura de partido causante de la mayoría de los gravísimos problemas de fondo de esta nación.
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