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Cuento de Klar... Entrega 19... Comienza el final.
Nuestra mente tiene formas extrañas de engatusarnos para seguir en la cotidianidad, pero sin lugar a dudas, muy adentro se alojan monstruos que sin saberlo alimentamos todos los días con mierda. Carlos si bien no se veía pleno, era un frustrado totalmente funcional. Habituado a su vida estúpida y vacía. Lleno de rabia contenida que según él, había sabido canalizar a lo largo de los años, ya sea a través de sus jueguitos, sus historietas y durante muchos años, con el sexo que le prodigaba sin asegunes la pelirroja. Pero eso del sexo, que durante años, permaneció intacto para los forzados esposos, se fue decantando en las tinieblas del quehacer cotidiano y los enojos permanentes.
La pelirroja de calendario había engordado, tres embarazos con sus respectivos amamantamientos, habían pasado factura. Había engordado y desengordado tres veces por eso y otras tres veces más, como cualquier mujer afecta a la buena comida y con la vanidad como herencia de su cirujeada madre. Ella no había llegado al cuchillo aún, pero había probado toda clase de anfetaminas y dietas de la manzana, proteínas o la luna. Y como es en todas estas cosas, parecía que siempre iba perdiendo la batalla. En ocasiones, cuando por casualidad se acostaban desnudos a la luz de día, a Carlos le gustaba recargar su cabeza en la esquina que hace la rodilla y ahí como almohada, veía la televisión o jugaba sus jueguitos mientras ella dormía. En ocasiones, volteaba para verla dormir y desde esa rodilla, veía hacia su cara, hacia su cabeza y su visión chocaba con un paisaje que le parecía desolador.
Pensaba primero para sus comprensivos adentros, que aquélla figura había sido la cómplice de sus placeres durante años, que esas carnes, que sin ser viejas, ya no estaban en donde su memoria las recordaba de inicio, habían ido transformándose por producto del amor. Del amor a él, prestándose a albergar a sus hijos; del amor a sus hijos, prestando esos senos, ahora deformes, a su alimentación; del amor a su vida de familia. Y complacido con la idea, la quería ver hermosa. Después, parecía que ella intuía que la miraba profundamente y le dirigía sus siempre maravillosos ojos de mar. En ese momento, él encontraba una razón a toda su existencia y se sentía complacido consigo mismo, pero invariablemente la magia era rota por la estúpida pelirroja. Con precisión matemática, en el momento de que Carlos deambulaba por su mentalmente obligado paraíso, ella abría la boca y con risa sarcástica le decía algo como,-¿Qué me ves imbécil?, pareces estúpido con la boca abierta… jajaja… mejor ponte a jugar tus jueguitos de pendejo.
Y también con precisión matemática, la imagen que forzadamente había formado en ese momento Carlos de su generosa amante y entregada madre de sus hijos, se desmoronaba con un terrón de azucar en café caliente y cambiaba su visión auna menos generosa. Desde donde él veía, desde la rodilla, veía un paisaje bochornoso. La piel blanca blanca que traslucía grotescamente amasijos de venas y arterias dando aspecto de carreteras mal trazadas y lagunas moradas de estética ausente. Por encima de la coloración, había montes asimétricos que parecían retazos artificialmente colocados en el interior de los muslos, en la cintura ya inexistente y en el abdomen. Si bien ella no era gorda gorda, lo había sido y esa imagen de flaca sebosa era peor que la de gorda gorda o flaca flaca. Esa grasa en el abdomen parecía amacarse en su piel flácida y sin ejercicio, dando la apariencia de que por dentro de la piel albergaba a un ser inerte de contextura rugosa. Las estrías por todos lados le daban la apariencia de un páramo cuarteado en el que había llovido por instantes para después dar paso a una larga sequía. Mäs arriba sus senos, como vejigas medio llenas y medio vacías. Por la fuerza de la gravedad uno, así, acostados de lado como estaban, parecía chorrear por su tórax y desaparecer desparramado debajo de su brazo izquierdo. El otro, igualmente se escurría abatido con el pezón apuntando hacia el suelo. Dos bolsas de estiércol. –pensaba él. ¿Dónde está mi Azuka? Y entonces de la visión tierna, pasaba al asco total. Aquélla mujer ya no le provocaba nada y sus encuentros se habían hecho tediosos, rutinarios, esporádicos, mecánicos y tan efímeros como un comercial de televisión.
Es sabido que cuando ya no funcionan los resortes de la cama para amortiguar el peso de las relaciones, algo está en verdad mal. También es sabido que por alguna razón, el sexo es la última válvula de escape que tiene la psiquis para equilibrar las emociones que no sabe cómo manejar. Es el bastión más profundo, más íntimo con el que contamos las personas para desahogar las negaciones, ya sea en pareja o en solitario. Pero también es sabido que en ocasiones esa válvula ya no alcanza. Y en el caso de Carlos, esa válvula estaba cada vez más lejos de prodigarle equilibrio emocional, autorespeto y autoestima.
Durante algún tiempo, Carlos se refugió en sus hijos. Pero en realidad era un sentimiento reflejo de la felicidad que éstos le prodigaban a todos en ambas familias. Cuando nació el primero, Jeremías, Carlos estaba pasmado. Amén de todos los problemas que había significado su llegada y de la circunstancia de que todo el mundo veía la cosa como “normal”, Carlos en su interior imaginaba toda la situación como una cosa del chamuco. Un animal creciendo en el interior de su antigua compañera de clases. Algo que hacía deformar paulatinamente la anatomía y el ánimo de su domadora. Con frecuencia, la visión de su esposa desnuda le provocaba una especie de contracción en el estómago que no terminaba nunca en vómito por causas milagrosas. No entendía bien y ese era un hecho, el porqué a todo mundo le causaba tanto entusiasmo la deformidad de la pelirroja y un nuevo ser a punto de incorporarse al mundo. No le veía el chiste ni el milagro ni la emoción positiva. Además él era un ajeno. Tal vez un factor en la ecuación, pero lejos de sentirse integrado en el proceso. En realidad lo hicieron a un lado y si se referían a él como “el padre”, parecía que lo hacían como si se refirieran a un violador furtivo que cometió una fechoría y se había quedado en la escena del crimen.
Cuando nació Jeremías, fue todo un acontecimiento. De hecho, el padre de Adriana insistió en que, no obstante contar con recursos de sobra para atenderse en la mejor clínica suiza, el alumbramiento se debería llevar a cabo en instalaciones médicas militares y como era de esperarse, Carlos, su madre y algunos de sus familiares cercanos, se tuvieron que conformar con esperar hasta dos días después de que hubiera nacido el bebé, para poder ver tanto al niño como a la novel madre, porque los pases de entrada al cuarto de la Princesa los administraba el General celosamente. Así que, como perros a la vera de un puesto de carnitas, tuvieron que esperar a que alguien se acordara y apiadara de ellos.
Ese hecho marcó por mucho la relación que tendría con Jeremías y con sus demás hijos. La ropa la compraban “ellos”, las fiestas las planeaba, diseñaban y pagaban “ellos” en los lugares que a “ellos” les viniera en gana; las visitas al doctor las programaban “ellos”, así como la elección del mismo; los juguetes los escogían “ellos” y en caso de que a Carlos se le ocurriera darle algo a sus hijos, Adriana inmediatamente intervenía con juicios de si sobre ese juguete sería apto y conveniente para la edad del chamaco. Y sin lugar a dudas, la figura paterna que identificaba los niños, era al General. Así pues, el amor natural que un padre debe sentir por sus hijos, fue minado desde el principio en el caso de Carlos.
Muchas veces le entraba una especie de desesperación por quererlos, abrazarlos, mimarlos. Por sentirlos entre sus brazos, por arrullarlos, por olerlos, por cambiarlos, por mancharse de su orín, por darles de comer en la boca, por arrullarlos hasta dormir, pero esos esporádicos arranques de paternidad eran sometidos arrogantemente por la madre en el mejor de los casos y habitualmente por la suegra, el suegro o algún enfermero que siempre tenía algún reproche en la forma de cargar a algún chamaco; en la forma de darles la mamila; en la forma de vestirlos, de acercarles la cara, de besarlos, de mirarlos. Toooodo, era un maldito reproche… Todo!!!!!
Así pues, los niños crecieron con la petulancia de la madre, con la soberbia de la suegra, con la irreverencia por él del suegro y en paquete, Carlos era tratado como un mozo por sus propios hijos. Así que tras intentarlo, más o menos, en algunas ocasiones, terminó por abdicar. Los veía a final de cuentas como unos cabrones, mamones, estorbosos, olorosos, gritones, rezongones y pedinches, escandalosos y llenos de cereal en el cerebro. Con pretensiones y diversiones de niños ricos, ricos, ricos. Algo muy alejado de lo que él, por fin se daba cuenta, jamás habría pretendido ser. Es decir, no lo llevaba en la sangre pues. El era “normal”, quería ser “normal” y se había metido en ese problemota nomás por andar de caliente. Así se veía a si mismo. Él sólo quería revolcarse con la materialización de su historieta favorita y terminó siendo el esclavo de toda una banda de bien locos. Así, que sus hijos, se puede decir que definitivamente nunca fueron su motivación para nada. En realidad eran un maldito estorbo, más grilletes y más cadenas que lo sujetaban férreamente a una circunstancia hostil que lo torturaba segundo a segundo.
Eso, también optó Carlos, por dejarlo a un lado, por reprimirlo, por aventarlo en ese abismo de su subconsciente. A final de cuentas, no sabía bien dónde ubicarse. Era el nieto adoptivo del General igual que sus propios hijos o era el hijo adoptivo del General o era la mascota de la hija del General. Como quiera que fuese, era un imbécil ante si mismo. Poquete, repudiable. Un pequeñísimo estúpido incapaz de generar sus propias expectativas. Y aunque trataba de engañarse a si mismo, no lo podía hacer durante mucho tiempo. Aunque en sus jueguitos era el Comandante Jesuph que podía destruir sin mucho esfuerzo ciudades con un botón y en sus sueños de adolescente caminaba de la mano de héroes que vuelan, al quedar todo en silencio, se sabía un pobre títere de media decena de personas. ¿Qué le costaba? ¿Qué le costaba asumir su realidad y plegarse al juego de la curia de la pelirroja?, ¿Qué tan difícil era abdicar a si mismo e insertarse con gusto a la familia como el faldero que en realidad era?, ¿Qué los perros se cuestionan a la hora de mover la cola o de recibir las sobras de la mesa?, ¿Qué no son felices los pericos enjaulados cuando reciben sus semillas de girasol y les compran una hermosa hembra que comparta la jaula?
...
NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES
Pero noooo, el pendejo tan pendejo seguía con sus pretensiones de superhéroe. Regateando su dignidad, limosneando respeto. A los falderos se les respeta como falderos y eso fue lo que Carlos no entendió. En su corazón quería revancha. Cada día que pasaba, sumaba en los pasivos, sin pensarlo realmente, cada agravio, cada reproche, cada imposición, cada sometimiento. Según él, conscientemente los aceptaba y soportaba, pero subconscientemente los archivaba en el cajón de la venganza. Venganza, revancha.
En la ocasión en que detuvieron al General, aunque se sentía un poco espantado y exteriormente compungido, en el interior, reía a carcajadas. Jugaba con la imagen de un General torturado por sus antiguos amigos. Soñaba despierto que asistía a una sesión en donde madreaban al General con saña medieval y lo conducían desnudo a una celda de un metro por un metro en la que el suegro se revolcaba en su propio vómito, excremento, orines y sangre. Los días en que se llevaron a la Suegra y a su esposa a declarar durante dos días. Se emocionaba deambulando por la casa solitaria y desordenada. Se imaginaba que la policía y el ejército ahora eran sus aliados involuntarios y habían regresado por su cuenta todas y cada una de las humillaciones que le habían propinado al pendejazo. El único inconveniente era el de cuidar a los chamacos mamones y después, que el par de perras regresaron con ganas de desquitarse con el primer tarado que se les atravesara y por supuesto que él fue el primer tarado que se atravesó, así que su mundo ideal duró muy poco. Pues así las cosas… Ahora que la presión se veía incrementada por las situaciones propias y las que se sumaron con el involucramiento del General con el narco, el buen Carlos había encontrado un nuevo refugio, uno más material que sus jueguitos de video pero igualmente irreal… Juan el Jedi…
Lo veía en cuanto podía, lo visitaba, le hablaba, lo invitaba a comer, lo invitaba a su casa, iba a su casa y en fin. Se había obsesionado con su Jedi. Y el viejo enigmático se sentía joven de nuevo con un amigo tan entusiasta y más por compartir lo que él era que por una pretensión de enseñar, le fue infundiendo su visión de la vida y lo agradaba con pláticas interminables de viajes, de costumbres extrañas y de mar. Al viejo le gustaba prender una fogata que tonaba durante horas con un fuego casi inexistente, apenas visible de color azul pálido envuelto en cenizas, que persistía por horas. Y le gustaban los aromas que de este fuego salían y los crepitares y los ambientes que propiciaba tal fuego para la plática profunda y la interiorización. Cuando estaban ahí, parecía que hablaban más para si mismos que para el otro. Cuando estaban ahí, fijaban la vista por horas en las brazas mustias de fuego ligero y permanecían en una especie de estado hipnótico por horas.
Recurrentemente abordaban el tema del sueño de Carlos. Ese sueño de sombras dentadas, de la bóveda arbórea carente oxígeno, de las bodegas abandonadas en la margen de su subconsciente. Y Juan que estimaba al chamaco, prestó su arte para remediar su tristeza. Recordó sus tiempos de mikosukee y se aprestó a intervenir. Según su ciencia, el sueño de Carlos quería decir que en la vida real, se sentía aprisionado. Que había quedado atrapado en los modelos sociales. Que la bóveda arbórea representaba el esqueleto que había construido su madre de necesidades económicas. Que el árbol era el recuerdo de su padre que existía como una roca insensible, lejos de lo que debe ser un árbol, pero que permanecía ahí como testigo indiferente de todo lo que le acontecía. Que la muralla llorona e inexpugnable representaba su ineficiencia para trazarse metas y cumplirlas. La imposibilidad de trascender según sus propias expectativas. Que las hiedras espinosas representaban sus sentimientos hacia si mismo y su propio sistema de creencias que le marcaban una frontera inexpugnable para actuar de una manera distinta a la que se había conducido hasta este momento en su vida. El riachuelo representaba sus pequeñas alegrías en la vida. Un rio casi muerto, lleno de el estiércol que destilaba su propia autoestima. Y las bodegas representaban a su madre. Esa madre que lo había engatusado desde niño con ideas de grandeza que lo habían conducido a vivir arrodillado, suplicando reconocimiento a cambio de status y dinero, que a final de cuentas no era suyo. Dinero que para él representaba más un maldición que las bondades que le había prometido su madre noche tras noches, durante interminables años. El sueño que su madre le planteó se había convertido en una pesadilla de ultratumba. Que la falta de oxígeno representaba tristezas, muchas tristezas. O mejor dicho, falta de felicidad. Triunfalmente había llegado a la conclusión que el oxígeno era la felicidad y mientras más tiempo permaneciera en esa bóveda petrificada, esa felicidad natural con la que había nacido, se iría agotando día con día, hasta que sucumbiera, literal y metafóricamente.
Mención aparte merecen las feroces sombras que lo acechaban, al parecer con bastante mal humor y mucha hambre. El Jedi Juan, había interpretado que los engendros eran las malas situaciones que se propiciaban con las personas con la que tenía alrededor. Esto es, que esas figuras no representaban a nadie en particular sino a los malos ratos que había pasado en compañía de personas que no le eran gratas pero con las que tenía que convivir forzosamente.
Así que, ya desentrañado el misterio, le dijo alegremente a Carlos que procederían a resolver el problema. Primero en el mundo de los sueños y luego en el mundo de la realidad. Según Juan, comenzaría a entrar a su prisión onírica con él como guía, en una especie de hipnosis o sueño guiado. Ahí él, le iría diciendo cómo actuar ante los elementos y situaciones que ahí se presentaban, así cómo ayudándolo a controlar las emociones que experimentaba ante tales elementos. Y para acabarla de chingar, estimó que podían hacer uso de un aliado poderoso en todo el proceso. De un pequeño morralito sacó unas hojas muy verdes que metió a su boca y masticó con pesadas y lentas oscilaciones de vaca, luego metió otro pequeño puñado sin sacar el que ya tenía en la boca pero tampoco lo tragó. Así repitió la acción con la parsimonia mecánica que da cualquier hábito, bueno o malo. Se veía curtido en eso de la masticada de hierbas, pues. Sus cachetes se iban inflando y de la comisura de sus labios empezaban a escurrir gotitas casi imperceptibles de ese líquido verdoso compuesto por la savia de las hojas y su propia saliva. En tanto hacía esto, tomó una hoja de mayor tamaño y grosor, y la sumergió en el pocillo de peltre que utilizaba para beber agua. Tras unos momentos haciendo ambas cosas, escupió en su propia mano una masa de regular consistencia y empezó a amasar como hacen las tortilleras. De su boca casi sin moverse empezó a salir una tonadilla entre canto y rezo, en un idioma que solamente Juan sabía y su respiración se hizo lenta. Por algunos minutos repitió la operación, dando vueltas y vueltas a la masilla, jugando con esa pelotita verdosa y canturreando a murmullos esa tonadilla pegajosa y repetitiva. Cuando finalmente estuvo satisfecho con el resultado de su amasamiento, sacó la hoja grande del pocillo e hizo un taquito muy apretadito. Después lo amarró con lo que parecían unas delgadísimas raíces y el atadito ese lo sumergió en el pocillo. Escogió dos teas no muy grandes ni muy chicas y las apartó del centro de la fogata con el cuchillito que desenfundaba mágicamente de su cinturón y entre las dos piedritas incandecentes puso el bote de peltre para que se calentara con la mezcla en su interior.
Al ver la expresión de Carlos, regresó a este mundo para explicarle que se trataba de una Planta Maestra. Le explicó que la gente la conocía como "La Salvis" y que cuando no la encontraba y la tenía que ir a comprar con la hierbera, la tenía que pedir como "Salvia Adivinorum". Un regalo de los dioses para conjurar a los propios demonios.... En ese momento se juntaron todos los ingredientes del pastel. Ahora sólo era cuestión de tiempo y si algo es seguro en esta vida, es que todos los plazos llegan y el de Carlos estaba por llegar...
NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES
Jajajaja genial Alqui, fijate que esta última entrega me recordó algo que leí en It, de Stephen King; para entender qué hace el payaso entran en una tienda india y con el humo de hierbas quemadas entran en trance... no recuerdo bien hace un montón de años que lo leí, pero al leerte me llevó a esa parte.
Dejame decirte que asi como me leo de sabroso a King, te leo a ti y de verdad es un placer.
Un abrazote mi estimado.
Te extrañaría aunque no nos hubiéramos conocido...
Hum vamos pensando en el título, no se me ocurre nada pero creo que la palabra quimera debe ir ahí. No sé cuando pienso en esta historia la primera imagen que se me viene a la mente es una quimera, si una quimera que promete un premio al final del camino pero que cuando llegas se sonríe y se esfuma, algo así...
Te extrañaría aunque no nos hubiéramos conocido...
Iren si no encabrona o por lo menos desmotiva... Ya se que dejo mucho tiempo tirado aquí el changarro, pero no siempre es a la mala. Se me ocurrió preguntarles cómo le ponemos al cuentito antes de rematarlo, así como para que el ejercicio fuera un poco más completo. Al fin y al cabo, se supone que es un taller, pero así nomás mi gran amigo Cubo y mi queridísima incondicional Bug se me aparecieron a decirme algo. Manque sea la Klar a ver como va el cuento o alguien más... Es mucho pedir, pero tampoco hay que ser...
Atte
El chilletas.
NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES
Carlos se introdujo el amasijo de hierbas debajo de la lengua como le indicara Juan. En principio no sintió sabor alguno. Su corazón palpitaba más por la emoción que por el efecto temprano del fármaco. Sabía que estaba trasgrediendo una frontera oculta que no era del todo legal en su fuero interno. Sentía una mezcla de emociones que no podía identificar. Por una parte, sentía confianza. Se estaba dejando guiar a un lugar desconocido por el que pensaba su Gran Maestro. Por otra parte sabía que estaba participando de alguna especie de actividad ilegal, aunque no lo era. La salvia adivinorum o sus componentes no estaban antes ni lo están ahora en los catálogos de sustancias prohibidas por la ley. De hecho parte de la mezcla que tenía en la boca, la había adquirido Juan en el mercado local con una hierbera y otra parte la había encontrado él mismo en el bosque. Así que Carlos estaba equivocado en más de un sentido, como siempre.
Otro sentimiento que lo acariciaba placenteramente, es que la actividad en la que estaba participando, estaba vedada al control de la neurasténica pelirroja. Era algo de él solito y para él solito. Se burlaba internamente de sus suegros y de su esposa, al pensar que él estaba ahí, sólo, haciendo lo que le gustaba hacer, aunque no supiera de lo que se trataba, lejos del poder del General, de la zángana de su suegra o de la insoportable madre de sus hijos. También se burlaba de su madre. Jejejejejejeje se carcajeaba en sus adentros. Pensaba con sincero contento que su madre, aquélla que “siempre se había sacrificado tanto, tratando de insertarlo en el mundo de los poderosos”, estaría aterrada viéndolo tirado en la tierra, mascando drogas acompañado de un paria que no tenía más hogar, tierra o pertenencia que lo que llevaba puesto y su pequeño cuchillito semejante a un juguete. De sus hijos ni se acordaba en guey.
Para Carlos, sus hijos, nunca lo fueron en realidad. Los veía más como hijos del General y así lo entendía la mayoría de la familia. El que decía qué, cómo y cuándo, respecto de la educación, el sostenimiento, el vestido, las actividades, la transportación y las vacaciones de los chamacos, invariablemente era el General, el cual, de la mano de su hijo, siempre disponían de cosas y situaciones para ellos, muy por encima de las posibilidades de Carlos. Esto es, no tenía ni voz ni voto y cuando se le ocurría cualquier cosa fuera de la agenda programada por el General o su esposa, regularmente no tenía el recurso libre o la aprobación de la esposa para ejecutarlo. Así que aunque muchas veces hizo unos entripados de campeonato mundial, terminó resignándose a verlos como una especie de hermanos, estorbosos, mañosos, malcriados e irrespetuosos que en regularmente lo llamaban por su nombre en lugar de Papá.
Aunque por el más chiquito, sentía cierta afinidad y amor que no podía mesurar. Sentía una ternura extática que de vez en cuando lo hacía sonreír a solas como un loco. El pequeño, lo hacía en ocasiones pensar que si eran sus hijos y le rescataba para si mismo, algo del amor paternal que debía haber tenido siempre. Extrañamente, súbitamente recordó al pequeño y sintió un poco de vergüenza por lo que estaba haciendo.
Antes de sentir la lengua dormida, se preocupó un poco tratando de pensar cuáles serían los efectos de la Salvia en su organismo, cuánto duraría el efecto, qué efectos le traería a su organismo, si le produciría alucinaciones o inconsciencia o algo de lo cual lamentarse de por vida. Juan lo tranquilizó con una especie de mirada de aprobación.
Carlos empezó a sentir los efectos de la droga. La Salvia no es como un macanazo en la nuca. Es más bien una pequeña ola que acaricia los pies con lengüetazos cadenciosos y sonidos arrulladores, para luego ir acariciando lenta y paulatinamente todo el cuerpo hasta quedar sumergido por completo en un mundo irreal. En lo físico, Carlos sintió su lengua adormecerse, como si ya no le perteneciese. Después punzadas y picores en las paredes internas de los cachetes y comezón en la garganta. Luego una especie de quemazón que bajaba por el esófago y contracciones profundas en el estómago que le hicieron dar grandes arcadas y para terminar vomitando profusamente un líquido marrón muy amargo. –Te estás limpiando, mi Chariie. le dijo Juan en tono cariñoso. Es normal. No te me espantes.
Para ese momento, Carlos ya no oía a Juan, peleaba con su cuerpo y todas esas graves sensaciones que nunca había experimentado antes. Jadeaba, jalaba aire con desesperación. Cerraba los ojos y se los tallaba con el dorso de la mano, tratando de recuperar cordura, pero no. Su cuerpo había iniciado un proceso de intoxicación del que él no tenía control alguno. Se revolvió en el piso junto a la fogata como un animal herido y cayó de espaldas recargado contra una pequeña loma.
Un calor intenso lo rodeó. Sintió su cuerpo fluir en una especie de líquido anaranjado que era entre un gas y un líquido, el cual igual se podía respirar. Sintió como su cuerpo perdía sensaciones y sintió que todo él mismo, su alma o su energía vital o lo que sea, se desfundaba de su cuerpo y se iba conteniendo todo él en la parte de su cabeza. Sintió cómo su cabeza crecía y crecía como un inmenso globo y luego sintió que se desprendía de su cuerpo para flotar en ese plasma anaranjado como un globo movido a capricho del viento. Se espantó en principio al no verse a si mismo antropomorfo. Literalmente sin pies ni cabeza, no sabía qué o quién era o si era o no era. En un momento sintió una enorme y poderosa presencia que lo observaba a cierta distancia. Su poder lo sobrecogía. No sabía si era bueno o malo, pero intuía que de venirle en gana, podría destruirlo con sólo pensarlo. Se sintió pues, humilde y pensó presentarle sus respetos a esa presencia divina. En su alucín, pensó recibir la aprobación del ente y siguió con su narcotizado ejercicio.
En ese momento oyó a Juan dándole instrucciones. Eso le devolvió la forma y lo ubicó de nueva cuenta recargado contra la lomita. Juan le indicó que fuera directo al lugar en donde habitaban sus pesadillas. Que ingresara a al bosque que de siempre lo hacía gritar por la noches. En ese lugar sin lugar, le indicó que aterrizara. Que ahora estaba dotado con un nivel superior de conciencia y control sobre la situación. Que de quererlo podría materializar cosas ahí adentro. Le indicó que hiciera un fuego. Que con sólo tocar el árbol, éste reverdecería y daría jugosos y sabrosos frutos. Le dijo que imaginara el asqueroso caño como un hermoso riachuelo pleno de peces y aguas cristalinas. Le recomendó asomarse al abismo y disipar las nubes con su pensamiento para dar paso a una hermosa vista de un extenso valle. En su viaje, en contra del ambiente de paz y armonía que dominaba toda la experiencia, Carlos decidió lidiar contra las sombras tenebrosas introduciendo armas al lugar. Como si fuera un juego de video, disparaba en contra de ellas y ya siendo un experto tirador, a ninguna fallaba. Veía a aquellos entes descarnados explotar bajo el impacto de sus atinadísimas balas.
Juan instruyó a Carlos para que deambulara por su prisión de pesadilla y la modificara a placer. Lo que lograba sin muchos problemas. Después, dentro de su viaje de alucinación, se quedó dormido y despertó al otro día con una sed histórica. Juan había preparado te de asar sin azúcar, mismo que bebió Carlos ávidamente. Pero aparte de la sed, Carlos se sentía vigorizado. Lleno de recuerdos muy claros de su experiencia con la planta maestra. Se sentía fuerte, despierto, entusiasmado y platicó durante horas con Juan de sus experiencias.
Lo trágico, fue que días después, cuando ya instalado en su vida cotidiana volvió a tener la pesadilla de siempre, pero ahora con mayor claridad, con mayor desesperación y con dificultades superiores. Parecía que ahora ya sin la influencia de la Salvia, el lugar tomara venganza. El sitio parecía más pequeño y el aire casi inexistente. Las fronteras naturales de su sueño se intuían en la oscuridad, más cercanas. La bóveda se veía a escasos metros y el árbol parecía más pétreo que nunca. Las sombras tardaron en aparecer menos que de costumbre y ahora si, lo mordieron sin piedad. Mordidas que sentía le llegaban a los huesos. En la oscuridad sentía cómo las sombras enfurecidas morían y arrancaban pedazos de su piel y de sus músculos, royendo después sus propios huesos. Escuchaba como se desgarraban sus tejidos y ni siquiera sus desesperados gritos podían ahogar el sonido de bocas masticando y gargantas tragando con frenesí, furia y hambre. Esta vez despertó bañado en sudor, gritando espectacularmente y jadeando durante varios minutos. Después ya no se quiso dormir. Se sobaba las pantorrillas, como buscando que estuviera completo. Se apretaba el estómago con desesperación, cerciorándose de que estuvieran ahí sus tripas. Estaba desconsolado. Parecía que las visiones habían tomado revancha de haber perturbado sus dominios.
NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES
Carlos se introdujo el amasijo de hierbas debajo de la lengua como le indicara Juan. En principio no sintió sabor alguno. Su corazón palpitaba más por la emoción que por el efecto temprano del fármaco. Sabía que estaba trasgrediendo una frontera oculta que no era del todo legal en su fuero interno. Sentía una mezcla de emociones que no podía identificar. Por una parte, sentía confianza. Se estaba dejando guiar a un lugar desconocido por el que pensaba su Gran Maestro. Por otra parte sabía que estaba participando de alguna especie de actividad ilegal, aunque no lo era. La salvia adivinorum o sus componentes no estaban antes ni lo están ahora en los catálogos de sustancias prohibidas por la ley. De hecho parte de la mezcla que tenía en la boca, la había adquirido Juan en el mercado local con una hierbera y otra parte la había encontrado él mismo en el bosque. Así que Carlos estaba equivocado en más de un sentido, como siempre.
Otro sentimiento que lo acariciaba placenteramente, es que la actividad en la que estaba participando, estaba vedada al control de la neurasténica pelirroja. Era algo de él solito y para él solito. Se burlaba internamente de sus suegros y de su esposa, al pensar que él estaba ahí, sólo, haciendo lo que le gustaba hacer, aunque no supiera de lo que se trataba, lejos del poder del General, de la zángana de su suegra o de la insoportable madre de sus hijos. También se burlaba de su madre. Jejejejejejeje se carcajeaba en sus adentros. Pensaba con sincero contento que su madre, aquélla que “siempre se había sacrificado tanto, tratando de insertarlo en el mundo de los poderosos”, estaría aterrada viéndolo tirado en la tierra, mascando drogas acompañado de un paria que no tenía más hogar, tierra o pertenencia que lo que llevaba puesto y su pequeño cuchillito semejante a un juguete. De sus hijos ni se acordaba en guey.
Para Carlos, sus hijos, nunca lo fueron en realidad. Los veía más como hijos del General y así lo entendía la mayoría de la familia. El que decía qué, cómo y cuándo, respecto de la educación, el sostenimiento, el vestido, las actividades, la transportación y las vacaciones de los chamacos, invariablemente era el General, el cual, de la mano de su hijo, siempre disponían de cosas y situaciones para ellos, muy por encima de las posibilidades de Carlos. Esto es, no tenía ni voz ni voto y cuando se le ocurría cualquier cosa fuera de la agenda programada por el General o su esposa, regularmente no tenía el recurso libre o la aprobación de la esposa para ejecutarlo. Así que aunque muchas veces hizo unos entripados de campeonato mundial, terminó resignándose a verlos como una especie de hermanos, estorbosos, mañosos, malcriados e irrespetuosos que en regularmente lo llamaban por su nombre en lugar de Papá.
Aunque por el más chiquito, sentía cierta afinidad y amor que no podía mesurar. Sentía una ternura extática que de vez en cuando lo hacía sonreír a solas como un loco. El pequeño, lo hacía en ocasiones pensar que si eran sus hijos y le rescataba para si mismo, algo del amor paternal que debía haber tenido siempre. Extrañamente, súbitamente recordó al pequeño y sintió un poco de vergüenza por lo que estaba haciendo.
Antes de sentir la lengua dormida, se preocupó un poco tratando de pensar cuáles serían los efectos de la Salvia en su organismo, cuánto duraría el efecto, qué efectos le traería a su organismo, si le produciría alucinaciones o inconsciencia o algo de lo cual lamentarse de por vida. Juan lo tranquilizó con una especie de mirada de aprobación.
Carlos empezó a sentir los efectos de la droga. La Salvia no es como un macanazo en la nuca. Es más bien una pequeña ola que acaricia los pies con lengüetazos cadenciosos y sonidos arrulladores, para luego ir acariciando lenta y paulatinamente todo el cuerpo hasta quedar sumergido por completo en un mundo irreal. En lo físico, Carlos sintió su lengua adormecerse, como si ya no le perteneciese. Después punzadas y picores en las paredes internas de los cachetes y comezón en la garganta. Luego una especie de quemazón que bajaba por el esófago y contracciones profundas en el estómago que le hicieron dar grandes arcadas y para terminar vomitando profusamente un líquido marrón muy amargo. –Te estás limpiando, mi Chariie. le dijo Juan en tono cariñoso. Es normal. No te me espantes.
Para ese momento, Carlos ya no oía a Juan, peleaba con su cuerpo y todas esas graves sensaciones que nunca había experimentado antes. Jadeaba, jalaba aire con desesperación. Cerraba los ojos y se los tallaba con el dorso de la mano, tratando de recuperar cordura, pero no. Su cuerpo había iniciado un proceso de intoxicación del que él no tenía control alguno. Se revolvió en el piso junto a la fogata como un animal herido y cayó de espaldas recargado contra una pequeña loma.
Un calor intenso lo rodeó. Sintió su cuerpo fluir en una especie de líquido anaranjado que era entre un gas y un líquido, el cual igual se podía respirar. Sintió como su cuerpo perdía sensaciones y sintió que todo él mismo, su alma o su energía vital o lo que sea, se desfundaba de su cuerpo y se iba conteniendo todo él en la parte de su cabeza. Sintió cómo su cabeza crecía y crecía como un inmenso globo y luego sintió que se desprendía de su cuerpo para flotar en ese plasma anaranjado como un globo movido a capricho del viento. Se espantó en principio al no verse a si mismo antropomorfo. Literalmente sin pies ni cabeza, no sabía qué o quién era o si era o no era. En un momento sintió una enorme y poderosa presencia que lo observaba a cierta distancia. Su poder lo sobrecogía. No sabía si era bueno o malo, pero intuía que de venirle en gana, podría destruirlo con sólo pensarlo. Se sintió pues, humilde y pensó presentarle sus respetos a esa presencia divina. En su alucín, pensó recibir la aprobación del ente y siguió con su narcotizado ejercicio.
En ese momento oyó a Juan dándole instrucciones. Eso le devolvió la forma y lo ubicó de nueva cuenta recargado contra la lomita. Juan le indicó que fuera directo al lugar en donde habitaban sus pesadillas. Que ingresara a al bosque que de siempre lo hacía gritar por la noches. En ese lugar sin lugar, le indicó que aterrizara. Que ahora estaba dotado con un nivel superior de conciencia y control sobre la situación. Que de quererlo podría materializar cosas ahí adentro. Le indicó que hiciera un fuego. Que con sólo tocar el árbol, éste reverdecería y daría jugosos y sabrosos frutos. Le dijo que imaginara el asqueroso caño como un hermoso riachuelo pleno de peces y aguas cristalinas. Le recomendó asomarse al abismo y disipar las nubes con su pensamiento para dar paso a una hermosa vista de un extenso valle. En su viaje, en contra del ambiente de paz y armonía que dominaba toda la experiencia, Carlos decidió lidiar contra las sombras tenebrosas introduciendo armas al lugar. Como si fuera un juego de video, disparaba en contra de ellas y ya siendo un experto tirador, a ninguna fallaba. Veía a aquellos entes descarnados explotar bajo el impacto de sus atinadísimas balas.
Juan instruyó a Carlos para que deambulara por su prisión de pesadilla y la modificara a placer. Lo que lograba sin muchos problemas. Después, dentro de su viaje de alucinación, se quedó dormido y despertó al otro día con una sed histórica. Juan había preparado te de asar sin azúcar, mismo que bebió Carlos ávidamente. Pero aparte de la sed, Carlos se sentía vigorizado. Lleno de recuerdos muy claros de su experiencia con la planta maestra. Se sentía fuerte, despierto, entusiasmado y platicó durante horas con Juan de sus experiencias.
Lo trágico, fue que días después, cuando ya instalado en su vida cotidiana volvió a tener la pesadilla de siempre, pero ahora con mayor claridad, con mayor desesperación y con dificultades superiores. Parecía que ahora ya sin la influencia de la Salvia, el lugar tomara venganza. El sitio parecía más pequeño y el aire casi inexistente. Las fronteras naturales de su sueño se intuían en la oscuridad, más cercanas. La bóveda se veía a escasos metros y el árbol parecía más pétreo que nunca. Las sombras tardaron en aparecer menos que de costumbre y ahora si, lo mordieron sin piedad. Mordidas que sentía le llegaban a los huesos. En la oscuridad sentía cómo las sombras enfurecidas morían y arrancaban pedazos de su piel y de sus músculos, royendo después sus propios huesos. Escuchaba como se desgarraban sus tejidos y ni siquiera sus desesperados gritos podían ahogar el sonido de bocas masticando y gargantas tragando con frenesí, furia y hambre. Esta vez despertó bañado en sudor, gritando espectacularmente y jadeando durante varios minutos. Después ya no se quiso dormir. Se sobaba las pantorrillas, como buscando que estuviera completo. Se apretaba el estómago con desesperación, cerciorándose de que estuvieran ahí sus tripas. Estaba desconsolado. Parecía que las visiones habían tomado revancha de haber perturbado sus dominios.
NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES
La bruma naranja de la experiencia del protagonista -en su fase amorfa- me recordó a la de los tanques ingrávidos de los navegantes de la Cofradía de "Dune".
Creo que la estructura del conflicto que vive el personaje se asemeja a la de la profecías, con un horizonte próximo -typo: la pesadilla del bosque- y uno remoto -antitypo: la transformación del mismo espacio-.
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