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La pelirroja de calendario habÃa engordado, tres embarazos con sus respectivos amamantamientos, habÃan pasado factura. HabÃa engordado y desengordado tres veces por eso y otras tres veces más, como cualquier mujer afecta a la buena comida y con la vanidad como herencia de su cirujeada madre. Ella no habÃa llegado al cuchillo aún, pero habÃa probado toda clase de anfetaminas y dietas de la manzana, proteÃnas o la luna. Y como es en todas estas cosas, parecÃa que siempre iba perdiendo la batalla. En ocasiones, cuando por casualidad se acostaban desnudos a la luz de dÃa, a Carlos le gustaba recargar su cabeza en la esquina que hace la rodilla y ahà como almohada, veÃa la televisión o jugaba sus jueguitos mientras ella dormÃa. En ocasiones, volteaba para verla dormir y desde esa rodilla, veÃa hacia su cara, hacia su cabeza y su visión chocaba con un paisaje que le parecÃa desolador.
Ese hecho marcó por mucho la relación que tendrÃa con JeremÃas y con sus demás hijos. La ropa la compraban “ellos”, las fiestas las planeaba, diseñaban y pagaban “ellos” en los lugares que a “ellos” les viniera en gana; las visitas al doctor las programaban “ellos”, asà como la elección del mismo; los juguetes los escogÃan “ellos” y en caso de que a Carlos se le ocurriera darle algo a sus hijos, Adriana inmediatamente intervenÃa con juicios de si sobre ese juguete serÃa apto y conveniente para la edad del chamaco. Y sin lugar a dudas, la figura paterna que identificaba los niños, era al General. Asà pues, el amor natural que un padre debe sentir por sus hijos, fue minado desde el principio en el caso de Carlos.
Muchas veces le entraba una especie de desesperación por quererlos, abrazarlos, mimarlos. Por sentirlos entre sus brazos, por arrullarlos, por olerlos, por cambiarlos, por mancharse de su orÃn, por darles de comer en la boca, por arrullarlos hasta dormir, pero esos esporádicos arranques de paternidad eran sometidos arrogantemente por la madre en el mejor de los casos y habitualmente por la suegra, el suegro o algún enfermero que siempre tenÃa algún reproche en la forma de cargar a algún chamaco; en la forma de darles la mamila; en la forma de vestirlos, de acercarles la cara, de besarlos, de mirarlos. Toooodo, era un maldito reproche… Todo!!!!!
Mención aparte merecen las feroces sombras que lo acechaban, al parecer con bastante mal humor y mucha hambre. El Jedi Juan, habÃa interpretado que los engendros eran las malas situaciones que se propiciaban con las personas con la que tenÃa alrededor. Esto es, que esas figuras no representaban a nadie en particular sino a los malos ratos que habÃa pasado en compañÃa de personas que no le eran gratas pero con las que tenÃa que convivir forzosamente.
Al ver la expresión de Carlos, regresó a este mundo para explicarle que se trataba de una Planta Maestra. Le explicó que la gente la conocÃa como "La Salvis" y que cuando no la encontraba y la tenÃa que ir a comprar con la hierbera, la tenÃa que pedir como "Salvia Adivinorum". Un regalo de los dioses para conjurar a los propios demonios.... En ese momento se juntaron todos los ingredientes del pastel. Ahora sólo era cuestión de tiempo y si algo es seguro en esta vida, es que todos los plazos llegan y el de Carlos estaba por llegar...
NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES
Iren si no encabrona o por lo menos desmotiva... Ya se que dejo mucho tiempo tirado aquà el changarro, pero no siempre es a la mala. Se me ocurrió preguntarles cómo le ponemos al cuentito antes de rematarlo, asà como para que el ejercicio fuera un poco más completo. Al fin y al cabo, se supone que es un taller, pero asà nomás mi gran amigo Cubo y mi queridÃsima incondicional Bug se me aparecieron a decirme algo. Manque sea la Klar a ver como va el cuento o alguien más... Es mucho pedir, pero tampoco hay que ser...
Atte
El chilletas.
NADA DE LO HUMANO ME ES AJENO, SOLO ME HAGO MEDIO PENDEJO EN VECES PA DESPISTAR A LOS OJETES
Aunque por el más chiquito, sentÃa cierta afinidad y amor que no podÃa mesurar. SentÃa una ternura extática que de vez en cuando lo hacÃa sonreÃr a solas como un loco. El pequeño, lo hacÃa en ocasiones pensar que si eran sus hijos y le rescataba para si mismo, algo del amor paternal que debÃa haber tenido siempre. Extrañamente, súbitamente recordó al pequeño y sintió un poco de vergüenza por lo que estaba haciendo.
Aunque por el más chiquito, sentÃa cierta afinidad y amor que no podÃa mesurar. SentÃa una ternura extática que de vez en cuando lo hacÃa sonreÃr a solas como un loco. El pequeño, lo hacÃa en ocasiones pensar que si eran sus hijos y le rescataba para si mismo, algo del amor paternal que debÃa haber tenido siempre. Extrañamente, súbitamente recordó al pequeño y sintió un poco de vergüenza por lo que estaba haciendo.
La bruma naranja de la experiencia del protagonista -en su fase amorfa- me recordó a la de los tanques ingrávidos de los navegantes de la CofradÃa de "Dune".
Creo que la estructura del conflicto que vive el personaje se asemeja a la de la profecÃas, con un horizonte próximo -typo: la pesadilla del bosque- y uno remoto -antitypo: la transformación del mismo espacio-.
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