Re: ¿Cuando el ser humano adquirió conciencia de que debÃa adorar a un solo Dios?
Por definición, todo Faraón es hijo de Ra, el principio solar, y Akenatón no reniega de esta afiliación, pero le añade algo inédito: el rey es también hijo de Atón, nacido del ser mismo de Atón, que le concede la soberanÃa sobre todos los paÃses: “Eres tu quien creas el mundo, -dice el rey a su Dios-, todos te ven reinar en el cielo, nadie te conoce, excepto yo, que soy tu carne, que soy tu hijoâ€. Atón renueva la creación cada mañana, la naturaleza que se duerme y desaparece con el sol poniente es remplazada por otra naturaleza que se le parece y que, sin embargo, es diferente; Atón empieza por recrearse a si mismo y luego recrea también al rey, su imagen fiel sobre la tierra. “Tu das nacimiento al rey por la mañana –canta un himno Amarniano- al mismo tiempo que tu manifestación; le construyes como tu imagen, al mismo tiempo que el disco, el rey de Rectitud nacido del Eterno.
Investido de una realeza por el principio divino, según el esquema tradicional, Akenatón es el rey en la tierra, Atón el rey en el cielo; son a la vez el mismo y el otro, el mas allá de lo real; Igual que el cielo durará con lo que contiene –dice un texto de la tumba de Ay hablando del rey-, tu padre, Atón, aparecerá cada dÃa en el cielo para protegerte, porque Él te ha creado. En la pared de la misma tumba (columnas 1 a 5), una oración indica que los rayos de Atón inundan a su hijo, el rey; las manos del sol divino tienden millones de fiestas de regeneración al hijo que ha nacido de Él. Atón ha captado el deseo del corazón del rey, le crea y la ama dotándole de la eternidad. . . . Atón crea cada dÃa al Faraón como su forma, le construye a su imagen y semejanza, ya que el rey aplica la regla de Maat y vive de ella.
Es preciso subrayar esta idea de “Construcción†por la luz. En todas las épocas, se ha concebido al Faraón como una obra de arte, construido como un templo, modelado en el torno de un alfarero, ideado como una obra maestra por la cofradÃa de las divinidades; su cuerpo es un templo de los Dioses.
La grandeza divina de Akenatón queda confirmada por la célebre escena de la tumba real de Tell-al-Amarna, en que contempla la adoración del sol por la mañana; el Faraón acompañado por la reina, se presenta como un hombre de gran estatura, frente a la naturaleza que se despierta y a sus funcionarios que le veneran. No pertenece ya al mundo de los humanos y evoca aquà al “hombre grandeâ€, el “hombre cósmico†que engloba a su pueblo.
En un bajorrelieve conservado en Cambridge, se ve a Akenatón seguido por un dignatario que ostenta el tÃtulo de “Profetaâ€. Esto significa que Akenatón fue divinizado y se le rendÃa culto, como harÃa mas tarde Ramses II; marcar la distancia entre el Akenatón terrestre y el principio real celeste, que, durante su reinado, se encarnaba en su persona; como hijo de la eternidad procedente del sol, naciendo de nuevo cada mañana con el sol, Akenatón, en su aspecto divino, podÃa convertirse en un objeto de veneración de orden ritual, sin ninguna relación con lo que hoy denominamos culto a la personalidad; no se honra de ese modo al individuo Akenatón, sino al Faraón en su esencia divina.
Pocas esposas de un Faraón han gozado de tanta veneración como Nefertiti; por los lugares donde pasaba causaba una verdadera expectación; habÃa gentes que esperaban dÃas enteros para encontrarse en primera fila y no perderse ni un solo detalle de su imagen; y es que se le consideraba una diosa, acaso mas por su hermosura, la elegancia de sus ropas y la gracias de sus gestos.
Hoy sabemos que Akenatón y Nefertiti formaban un binomio perfecto, igual que si la soberanÃa se ejerciera en Egipto de una forma bicéfala. Las estatuas y pinturas localizadas lo demuestran: el matrimonio se coloca en un mismo plano, sin hacer distinciones, y hay casos en los que la reina parece ocupar un lugar privilegiado. Para los seguidores de Atón, Nefertiti encerraba en su persona a todas las diosas desaparecidas, representaba la resurrección; como si en ella se fundieran de una manera muy especial Isis y Neftis. También se se veÃa en ella a Hator, la divinidad solar. No obstante, eran figuraciones dentro de una creencia monoteÃsta en la que solo existÃa un Dios y este era masculino.
Por definición, todo Faraón es hijo de Ra, el principio solar, y Akenatón no reniega de esta afiliación, pero le añade algo inédito: el rey es también hijo de Atón, nacido del ser mismo de Atón, que le concede la soberanÃa sobre todos los paÃses: “Eres tu quien creas el mundo, -dice el rey a su Dios-, todos te ven reinar en el cielo, nadie te conoce, excepto yo, que soy tu carne, que soy tu hijoâ€. Atón renueva la creación cada mañana, la naturaleza que se duerme y desaparece con el sol poniente es remplazada por otra naturaleza que se le parece y que, sin embargo, es diferente; Atón empieza por recrearse a si mismo y luego recrea también al rey, su imagen fiel sobre la tierra. “Tu das nacimiento al rey por la mañana –canta un himno Amarniano- al mismo tiempo que tu manifestación; le construyes como tu imagen, al mismo tiempo que el disco, el rey de Rectitud nacido del Eterno.
Investido de una realeza por el principio divino, según el esquema tradicional, Akenatón es el rey en la tierra, Atón el rey en el cielo; son a la vez el mismo y el otro, el mas allá de lo real; Igual que el cielo durará con lo que contiene –dice un texto de la tumba de Ay hablando del rey-, tu padre, Atón, aparecerá cada dÃa en el cielo para protegerte, porque Él te ha creado. En la pared de la misma tumba (columnas 1 a 5), una oración indica que los rayos de Atón inundan a su hijo, el rey; las manos del sol divino tienden millones de fiestas de regeneración al hijo que ha nacido de Él. Atón ha captado el deseo del corazón del rey, le crea y la ama dotándole de la eternidad. . . . Atón crea cada dÃa al Faraón como su forma, le construye a su imagen y semejanza, ya que el rey aplica la regla de Maat y vive de ella.
Es preciso subrayar esta idea de “Construcción†por la luz. En todas las épocas, se ha concebido al Faraón como una obra de arte, construido como un templo, modelado en el torno de un alfarero, ideado como una obra maestra por la cofradÃa de las divinidades; su cuerpo es un templo de los Dioses.
La grandeza divina de Akenatón queda confirmada por la célebre escena de la tumba real de Tell-al-Amarna, en que contempla la adoración del sol por la mañana; el Faraón acompañado por la reina, se presenta como un hombre de gran estatura, frente a la naturaleza que se despierta y a sus funcionarios que le veneran. No pertenece ya al mundo de los humanos y evoca aquà al “hombre grandeâ€, el “hombre cósmico†que engloba a su pueblo.
En un bajorrelieve conservado en Cambridge, se ve a Akenatón seguido por un dignatario que ostenta el tÃtulo de “Profetaâ€. Esto significa que Akenatón fue divinizado y se le rendÃa culto, como harÃa mas tarde Ramses II; marcar la distancia entre el Akenatón terrestre y el principio real celeste, que, durante su reinado, se encarnaba en su persona; como hijo de la eternidad procedente del sol, naciendo de nuevo cada mañana con el sol, Akenatón, en su aspecto divino, podÃa convertirse en un objeto de veneración de orden ritual, sin ninguna relación con lo que hoy denominamos culto a la personalidad; no se honra de ese modo al individuo Akenatón, sino al Faraón en su esencia divina.
Pocas esposas de un Faraón han gozado de tanta veneración como Nefertiti; por los lugares donde pasaba causaba una verdadera expectación; habÃa gentes que esperaban dÃas enteros para encontrarse en primera fila y no perderse ni un solo detalle de su imagen; y es que se le consideraba una diosa, acaso mas por su hermosura, la elegancia de sus ropas y la gracias de sus gestos.
Hoy sabemos que Akenatón y Nefertiti formaban un binomio perfecto, igual que si la soberanÃa se ejerciera en Egipto de una forma bicéfala. Las estatuas y pinturas localizadas lo demuestran: el matrimonio se coloca en un mismo plano, sin hacer distinciones, y hay casos en los que la reina parece ocupar un lugar privilegiado. Para los seguidores de Atón, Nefertiti encerraba en su persona a todas las diosas desaparecidas, representaba la resurrección; como si en ella se fundieran de una manera muy especial Isis y Neftis. También se se veÃa en ella a Hator, la divinidad solar. No obstante, eran figuraciones dentro de una creencia monoteÃsta en la que solo existÃa un Dios y este era masculino.
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