Re: Simplemente...de todo, un poco...
Una parte de aquel numeroso e indisciplinado ejército se acercó a Querétaro, donde Flon había llegado ya con sus fuerzas que de México salieron a sus órdenes. Este jefe destacó contra los independientes una sección de seiscientos hombres compuesta de infantería de Celaya, dragones de Sierra Gorda y una compañía de voluntarios formada por los españoles que de aquella ciudad habían huido a Querétaro, poniendo esta pequeña fuerza al mando del sargento mayor don Bernardo Tello, quien encontró a los contrarios en número de tres mil situados convenientemente en el puerto de Carroza. A la vista de un enemigo tan superior en fuerza numérica la tropa realista se dispersó, no quedando a Tello mas que ciento ochenta soldados; volvieron, sin embargo, los dispersos, y empeñada la acción quedaron desalojados los insurgentes de sus posiciones, debido a las descargas de la artillería que hicieron algunos destrozos en sus filas. Este encuentro que no tuvo resultados importantes, fue celebrado en Querétaro con grandes demostraciones de júbilo.
Colocado en Guanajuato entre la brigada de Calleja residente en San Luis y las tropas que a las órdenes del conde de la Cadena don Manuel Flon acababan de entrar a Querétaro, Hidalgo tenía que elegir uno de estos dos planes: caer con todas sus fuerzas sobre Calleja, y después de destruirlo echarse sobre Flon y vencerle, o marchar sobre Valladolid escapando así de la posición en que lo tenían colocado las tropas realistas de San Luis y de Querétaro. La calidad de su ejército, compuesto en su inmensa mayoría de fuerzas indisciplinadas, con poco y casi inservible armamento, no le permitía adoptar el primero de esos medios. Optó, en consecuencia, por la marcha hacia Valladolid, desde cuyo punto podía amenazar a la misma capital del Virreinato. Valladolid, ciudad rica e importante, brindaba a la causa de la independencia cuantiosos recursos; mal defendida, su adquisición no podía obligar a Hidalgo a emprender un asedio normal, y situada fuera de la línea amenazada por Flon y Calleja ofrecía a los independientes seguridad y tiempo para combinar sus planes ulteriores.
El grueso del ejército con Hidalgo a la cabeza avanzó por el Valle de Santiago, Salvatierra, Acámbaro, Zinapécuaro e Indaparapeo, uniéndose en este último lugar con Aldama, que al frente de una división se había desviado por el rumbo de Celaya con el objeto de reclutar mas gente en esa poblada comarca del Bajío. Con el ejército marchaban ´prisioneros treinta y ocho españoles.
Hubo en Valladolid intentos de resistir al ejército independiente, fuerte en aquellos momentos de sesenta mil hombres con cuatro cañones, dos de madera y dos de bronce. El clero de la ciudad, instigado por el inquieto y ambicioso Abad y Queipo, se puso a la cabeza de los belicosos urgiendo a la autoridad civil a que adoptase violentas y eficaces medidas de defensa y nombrando cuatro canónigos que le asistiesen con sus luces, pues el coronel García Conde, que debía tomar el mando de las armas, el intendente Merino y el coronel conde de Casa Real, que salieron de México con dirección a Valladolid, habían sido aprehendidos en Acámbaro por una partida de independientes al mando del torero Luna.
Sin jefe superior militar que tomase las providencias necesarias, Abad y Queipo se arrogó amplias facultades mandando bajar de una de las torres de la catedral el esquilón mayor para convertirlo en pieza de artillería y equipando un cuerpo que puso a las órdenes del canónigo don Agustín Ledos. Con esta fuerza, unida al regimiento provincial, creía el Obispo resistir al numeroso ejército comandado por Hidalgo. Pero la rápida marcha de Hidalgo, la actitud amenazadora del pueblo que ya mostraba abiertamente sus simpatías por la causa de la independencia, decidieron por fin al presuntuoso obispo electo a prescindir de su primera intención. Apenas se supo en Valladolid la entrada de los independientes en Acámbaro, suspendiéronse los aprestos de guerra, y el obispo Abad y Queipo, siete prelados, el intendente interino don Juan Alonso de Terán y otras muchas personas, en su mayor parte españoles allí avecindados, salieron de la ciudad con dirección a México.
El obispo y los canónigos hubieron de llagar felizmente a su destino, pero el intendente Terán, así como otros muchos de los fugitivos, fueron detenidos en Huetamo y enviados algunos días después a Valladolid; Don Agustín de Iturbide también abandonó la ciudad con setenta hombres de su regimiento; Hidalgo le hizo proponer el empleo de teniente general, si quería unirse al él, Iturbide lo rehusó y continuó su marcha a México a presentarse al Virey.
Salió al encuentro de Hidalgo, hasta Indaparapeo, distante siete leguas de Valladolid, una comisión compuesta del canónigo Betancourt, del capitán don José María Arancivía y del regidor Isidro Huarte para ofrecerla la sumisión de Valladolid. El 15 de octubre de 1810 entraron los primeros pelotones al mando del coronel Rosales, al día siguiente el joven y valiente Jimenez y su fuerte división, y el 17 a las once de la mañana Hidalgo y los otros jefes superiores con el resto del ejército al son de un repique general y en medio de las entusiastas aclamaciones de la multitud. Al pasar por la catedral se apeó del caballo el jefe de la revolución para entrar a dar gracias, y hallando las puertas cerradas se irritó sobremanera y dio orden para que se abriesen luego, lo cual se efectuó sin conocimiento ni intervención de los capitulares. Al día siguiente se celebró una misa solemne de acción de gracias, pero a ella no asistió Hidalgo sino Allende.
El día 18 de octubre, poco después de terminada la misa de acción de gracias, las masa se echaron sobre las casas de algunos españoles, hasta el número de catorce, destruyendo todo lo que hallaron a mano y que no podían llevar consigo. Al tener noticia de este desorden, Allende montó a caballo y se dirigió a reprimir tan lamentables atentados; en medio de la confusión y sin orden de algún jefe, un artillero llamado Ramírez disparó uno de los cañones sobre la multitud de saqueadores, matando he hiriendo a catorce de ellos, con lo cual se sosegó el saqueo, pero no sin que Allende hubiese apurado un vaso de aguardiente a la vista de la multitud y que se hizo servir en una de las tiendas amenazadas, para demostrar que no contenía veneno, pues ese fue el pretexto de que algunos se valieron para excitar al pueblo y a los indios a que robaran las tiendas y casas de los españoles.
Dos días permaneció Hidalgo con su ejército en Valladolid allegando hombres, armas y dinero. El regimiento provincial, compuesto de dos batallones, el de dragones de Pátzcuaro y ocho compañías levantadas últimamente en la ciudad, bien armadas y cuyo mando se había conferido al canónigo Ledos, quien a la sazón huía a México, se incorporaron a los defensores de la independencia. De las arcas de la catedral tomó el jefe de la revolución cuatrocientos mil pesos pertenecientes a la Iglesia, y el resto hasta setecientos mil, de fondos de particulares que allí estaban depositados.
Hidalgo nombró intendente a don José María de Ansorena, quien inauguró su gobierno publicando un bando contra los saqueadores, y por el que abolía la esclavitud en Michoacán y el pago de tributos y otras gabelas que pesaban sobre las clases desvalidas. Salió de Valladolid el 19 de octubre de 1810.
En Indaparapeo se le presentó un clérigo pidiéndole servir en el ejército con calidad de capellán. Dijole que él amaba también a su patria y que estaba pronto a dar su sangre por ella; que desde algunos meses atrás se preparaba a la lucha fortificando su curato de Carácuaro. La voz de aquel hombre se animaba gradualmente, y al concluir su corta y ardiente relación su acento era tempestuosos y terrible. Los principales jefes del ejército, escucháronle con silencioso respeto. Hidalgo que había reconocido en su interlocutor a un antiguo discípulo, pidió recado de escribir, y después de trazar algunas líneas entrgó un papel a aquel hombre, diciéndole. . . . . . .
Una parte de aquel numeroso e indisciplinado ejército se acercó a Querétaro, donde Flon había llegado ya con sus fuerzas que de México salieron a sus órdenes. Este jefe destacó contra los independientes una sección de seiscientos hombres compuesta de infantería de Celaya, dragones de Sierra Gorda y una compañía de voluntarios formada por los españoles que de aquella ciudad habían huido a Querétaro, poniendo esta pequeña fuerza al mando del sargento mayor don Bernardo Tello, quien encontró a los contrarios en número de tres mil situados convenientemente en el puerto de Carroza. A la vista de un enemigo tan superior en fuerza numérica la tropa realista se dispersó, no quedando a Tello mas que ciento ochenta soldados; volvieron, sin embargo, los dispersos, y empeñada la acción quedaron desalojados los insurgentes de sus posiciones, debido a las descargas de la artillería que hicieron algunos destrozos en sus filas. Este encuentro que no tuvo resultados importantes, fue celebrado en Querétaro con grandes demostraciones de júbilo.
Colocado en Guanajuato entre la brigada de Calleja residente en San Luis y las tropas que a las órdenes del conde de la Cadena don Manuel Flon acababan de entrar a Querétaro, Hidalgo tenía que elegir uno de estos dos planes: caer con todas sus fuerzas sobre Calleja, y después de destruirlo echarse sobre Flon y vencerle, o marchar sobre Valladolid escapando así de la posición en que lo tenían colocado las tropas realistas de San Luis y de Querétaro. La calidad de su ejército, compuesto en su inmensa mayoría de fuerzas indisciplinadas, con poco y casi inservible armamento, no le permitía adoptar el primero de esos medios. Optó, en consecuencia, por la marcha hacia Valladolid, desde cuyo punto podía amenazar a la misma capital del Virreinato. Valladolid, ciudad rica e importante, brindaba a la causa de la independencia cuantiosos recursos; mal defendida, su adquisición no podía obligar a Hidalgo a emprender un asedio normal, y situada fuera de la línea amenazada por Flon y Calleja ofrecía a los independientes seguridad y tiempo para combinar sus planes ulteriores.
El grueso del ejército con Hidalgo a la cabeza avanzó por el Valle de Santiago, Salvatierra, Acámbaro, Zinapécuaro e Indaparapeo, uniéndose en este último lugar con Aldama, que al frente de una división se había desviado por el rumbo de Celaya con el objeto de reclutar mas gente en esa poblada comarca del Bajío. Con el ejército marchaban ´prisioneros treinta y ocho españoles.
Hubo en Valladolid intentos de resistir al ejército independiente, fuerte en aquellos momentos de sesenta mil hombres con cuatro cañones, dos de madera y dos de bronce. El clero de la ciudad, instigado por el inquieto y ambicioso Abad y Queipo, se puso a la cabeza de los belicosos urgiendo a la autoridad civil a que adoptase violentas y eficaces medidas de defensa y nombrando cuatro canónigos que le asistiesen con sus luces, pues el coronel García Conde, que debía tomar el mando de las armas, el intendente Merino y el coronel conde de Casa Real, que salieron de México con dirección a Valladolid, habían sido aprehendidos en Acámbaro por una partida de independientes al mando del torero Luna.
Sin jefe superior militar que tomase las providencias necesarias, Abad y Queipo se arrogó amplias facultades mandando bajar de una de las torres de la catedral el esquilón mayor para convertirlo en pieza de artillería y equipando un cuerpo que puso a las órdenes del canónigo don Agustín Ledos. Con esta fuerza, unida al regimiento provincial, creía el Obispo resistir al numeroso ejército comandado por Hidalgo. Pero la rápida marcha de Hidalgo, la actitud amenazadora del pueblo que ya mostraba abiertamente sus simpatías por la causa de la independencia, decidieron por fin al presuntuoso obispo electo a prescindir de su primera intención. Apenas se supo en Valladolid la entrada de los independientes en Acámbaro, suspendiéronse los aprestos de guerra, y el obispo Abad y Queipo, siete prelados, el intendente interino don Juan Alonso de Terán y otras muchas personas, en su mayor parte españoles allí avecindados, salieron de la ciudad con dirección a México.
El obispo y los canónigos hubieron de llagar felizmente a su destino, pero el intendente Terán, así como otros muchos de los fugitivos, fueron detenidos en Huetamo y enviados algunos días después a Valladolid; Don Agustín de Iturbide también abandonó la ciudad con setenta hombres de su regimiento; Hidalgo le hizo proponer el empleo de teniente general, si quería unirse al él, Iturbide lo rehusó y continuó su marcha a México a presentarse al Virey.
Salió al encuentro de Hidalgo, hasta Indaparapeo, distante siete leguas de Valladolid, una comisión compuesta del canónigo Betancourt, del capitán don José María Arancivía y del regidor Isidro Huarte para ofrecerla la sumisión de Valladolid. El 15 de octubre de 1810 entraron los primeros pelotones al mando del coronel Rosales, al día siguiente el joven y valiente Jimenez y su fuerte división, y el 17 a las once de la mañana Hidalgo y los otros jefes superiores con el resto del ejército al son de un repique general y en medio de las entusiastas aclamaciones de la multitud. Al pasar por la catedral se apeó del caballo el jefe de la revolución para entrar a dar gracias, y hallando las puertas cerradas se irritó sobremanera y dio orden para que se abriesen luego, lo cual se efectuó sin conocimiento ni intervención de los capitulares. Al día siguiente se celebró una misa solemne de acción de gracias, pero a ella no asistió Hidalgo sino Allende.
El día 18 de octubre, poco después de terminada la misa de acción de gracias, las masa se echaron sobre las casas de algunos españoles, hasta el número de catorce, destruyendo todo lo que hallaron a mano y que no podían llevar consigo. Al tener noticia de este desorden, Allende montó a caballo y se dirigió a reprimir tan lamentables atentados; en medio de la confusión y sin orden de algún jefe, un artillero llamado Ramírez disparó uno de los cañones sobre la multitud de saqueadores, matando he hiriendo a catorce de ellos, con lo cual se sosegó el saqueo, pero no sin que Allende hubiese apurado un vaso de aguardiente a la vista de la multitud y que se hizo servir en una de las tiendas amenazadas, para demostrar que no contenía veneno, pues ese fue el pretexto de que algunos se valieron para excitar al pueblo y a los indios a que robaran las tiendas y casas de los españoles.
Dos días permaneció Hidalgo con su ejército en Valladolid allegando hombres, armas y dinero. El regimiento provincial, compuesto de dos batallones, el de dragones de Pátzcuaro y ocho compañías levantadas últimamente en la ciudad, bien armadas y cuyo mando se había conferido al canónigo Ledos, quien a la sazón huía a México, se incorporaron a los defensores de la independencia. De las arcas de la catedral tomó el jefe de la revolución cuatrocientos mil pesos pertenecientes a la Iglesia, y el resto hasta setecientos mil, de fondos de particulares que allí estaban depositados.
Hidalgo nombró intendente a don José María de Ansorena, quien inauguró su gobierno publicando un bando contra los saqueadores, y por el que abolía la esclavitud en Michoacán y el pago de tributos y otras gabelas que pesaban sobre las clases desvalidas. Salió de Valladolid el 19 de octubre de 1810.
En Indaparapeo se le presentó un clérigo pidiéndole servir en el ejército con calidad de capellán. Dijole que él amaba también a su patria y que estaba pronto a dar su sangre por ella; que desde algunos meses atrás se preparaba a la lucha fortificando su curato de Carácuaro. La voz de aquel hombre se animaba gradualmente, y al concluir su corta y ardiente relación su acento era tempestuosos y terrible. Los principales jefes del ejército, escucháronle con silencioso respeto. Hidalgo que había reconocido en su interlocutor a un antiguo discípulo, pidió recado de escribir, y después de trazar algunas líneas entrgó un papel a aquel hombre, diciéndole. . . . . . .
Comment