Re: nomás la puntita.....
Mientras nuestros próceres, del @EdoMex (@pridehoy = #PRI de $iempre = @EPN) se desplazan por el cielo,
http://~~~~~~~.com/bofuypf como nuestro mejor alcalde del mundo, @M_Ebrard…
Nosotros, los humildes nacos, si de esos que somos tan obsoletos que "nos desplazamos a embotellamientos de varias horas, en nuestros autos viejos, porque la ciudad es un atasco vial, o en el peor de los casos, no tenemos ni para un vochito viejo… ni para su mantenimiento…
Mientras nuestros próceres, del @EdoMex (@pridehoy = #PRI de $iempre = @EPN) se desplazan por el cielo,
http://~~~~~~~.com/bofuypf como nuestro mejor alcalde del mundo, @M_Ebrard…
Nosotros, los humildes nacos, si de esos que somos tan obsoletos que "nos desplazamos a embotellamientos de varias horas, en nuestros autos viejos, porque la ciudad es un atasco vial, o en el peor de los casos, no tenemos ni para un vochito viejo… ni para su mantenimiento…
Publicado por @reforma.com
DISCULPE LAS MOLESTIAS... / Metrofull
[B]Julio Trujillo[/B]
(3 septiembre 2012).- Me disponía a tomar el Metrobús. Llevaba un paraguas en una mano y un libro en la otra. En una de las bolsas externas del saco, el celular. Muy poco más: plumas, cartera, papelitos. No era hora pico, así que había un 50 por ciento de posibilidades de que, entre la estación en la que estaba y mi destino, consiguiera sentarme.
Llegó, medio lleno: lo dejé pasar -como suelo hacer cuando no tengo prisa, hasta que pase el esperado Metrobús medio vacío. Asomé la cabeza para venir si venía otro cerca: casi la pierdo. Usted sabe lo pegados que pasan esos bólidos de las estaciones: un centímetro, dos. Después del susto, comprobé que ése también iba medio lleno, pero me subí (tampoco era para tanto). Conseguí pescarme de un tubo e incluso adoptar una posición que me permitiera leer de pie (práctica que puede alcanzar altos niveles de sofisticación y contorsionismo en esos ámbitos). Pero el gusto me duró poco: en la siguiente estación bajó una persona y subieron seis. Esta es una ratio básica que siempre hago para contabilizar el flujo de gente del vagón. El aumento de cinco cristianos no era buena señal.
Ya sin poder leer, me dediqué a mantener un espacio básico de oxigenación, movimiento y dignidad, pero una vez más el gusto me duró poco: la ratio de la siguiente estación fue otra vez de menos uno más seis. [b]Mi paraguas, que es de los grandes, era en esa situación un arma peligrosísima que ya no sabía dónde poner; un señor acomodó su codo en mi riñón; un joven delgado desapareció entre las panzas de dos gordos; la nariz de una vieja quedó perfectamente incorporada en el sobaco de un electricista... Todo era promiscuidad, sudor, supervivencia. Pero no hay que quejarse, a veces toca así y mejor nos aguantamos. Además, yo, siendo alto, tengo la ventaja de acceder a una capa superior de aire menos viciado.
Pero la historia sólo empeoró. En cada estación subía más gente de la que bajaba, al grado de que, en ese espacio cúbico, juro que no cabía ya ni un poodle. Pues me equivocaba: en la siguiente estación un chavo sonriente decidió intentar incorporarse al vagón, para lo cual tuvo que empujar con fuerza a la compacta masa humana que no lo quería, por puro sentido común, dejar entrar. Pero el chavo sonrió más, empujó y empujó y de repente, como si se hiciera de hule, plup, entró: una especie mutante, supongo, que ha desarrollado habilidades sorprendentes obligado por la necesidad.
Parecía más transporte púbico que público: tocaderas, aplastamientos, fajes, arrimones y presiones. Puro erotismo del fino. Y sofocos y hacinamiento. Y el celular dónde quedó, y la cartera, y ya no sé dónde está mi pierna izquierda. Eso no es vida.
Señoras y señores, el Metrobús, ese gran invento de algunas megalópolis, esa panacea que ha recibido justos elogios y aplausos, está muriendo de éxito. Y no es mi imaginación. La directora del Centro de Transporte Sustentable, Adriana Lobo, declaró que a siete años de que comenzó operaciones, la línea 1 del Metrobús está saturada. La falta de corredores viales paralelos a Insurgentes, los problemas operativos en la línea 3 del Metro, la conexión con el suburbano y el abandono del uso del automóvil han provocado la migración de más de 200 mil pasajeros diarios a este servicio. Así es: en siete años la demanda ha crecido 122%.
Soy una de las 490 mil personas que utiliza ese servicio todos los días.
¡Urge hacer algo, Miguel Ángel!
eltrujis@gmail.com
Twitter: @amadonegro
DISCULPE LAS MOLESTIAS... / Metrofull
[B]Julio Trujillo[/B]
(3 septiembre 2012).- Me disponía a tomar el Metrobús. Llevaba un paraguas en una mano y un libro en la otra. En una de las bolsas externas del saco, el celular. Muy poco más: plumas, cartera, papelitos. No era hora pico, así que había un 50 por ciento de posibilidades de que, entre la estación en la que estaba y mi destino, consiguiera sentarme.
Llegó, medio lleno: lo dejé pasar -como suelo hacer cuando no tengo prisa, hasta que pase el esperado Metrobús medio vacío. Asomé la cabeza para venir si venía otro cerca: casi la pierdo. Usted sabe lo pegados que pasan esos bólidos de las estaciones: un centímetro, dos. Después del susto, comprobé que ése también iba medio lleno, pero me subí (tampoco era para tanto). Conseguí pescarme de un tubo e incluso adoptar una posición que me permitiera leer de pie (práctica que puede alcanzar altos niveles de sofisticación y contorsionismo en esos ámbitos). Pero el gusto me duró poco: en la siguiente estación bajó una persona y subieron seis. Esta es una ratio básica que siempre hago para contabilizar el flujo de gente del vagón. El aumento de cinco cristianos no era buena señal.
Ya sin poder leer, me dediqué a mantener un espacio básico de oxigenación, movimiento y dignidad, pero una vez más el gusto me duró poco: la ratio de la siguiente estación fue otra vez de menos uno más seis. [b]Mi paraguas, que es de los grandes, era en esa situación un arma peligrosísima que ya no sabía dónde poner; un señor acomodó su codo en mi riñón; un joven delgado desapareció entre las panzas de dos gordos; la nariz de una vieja quedó perfectamente incorporada en el sobaco de un electricista... Todo era promiscuidad, sudor, supervivencia. Pero no hay que quejarse, a veces toca así y mejor nos aguantamos. Además, yo, siendo alto, tengo la ventaja de acceder a una capa superior de aire menos viciado.
Pero la historia sólo empeoró. En cada estación subía más gente de la que bajaba, al grado de que, en ese espacio cúbico, juro que no cabía ya ni un poodle. Pues me equivocaba: en la siguiente estación un chavo sonriente decidió intentar incorporarse al vagón, para lo cual tuvo que empujar con fuerza a la compacta masa humana que no lo quería, por puro sentido común, dejar entrar. Pero el chavo sonrió más, empujó y empujó y de repente, como si se hiciera de hule, plup, entró: una especie mutante, supongo, que ha desarrollado habilidades sorprendentes obligado por la necesidad.
Parecía más transporte púbico que público: tocaderas, aplastamientos, fajes, arrimones y presiones. Puro erotismo del fino. Y sofocos y hacinamiento. Y el celular dónde quedó, y la cartera, y ya no sé dónde está mi pierna izquierda. Eso no es vida.
Señoras y señores, el Metrobús, ese gran invento de algunas megalópolis, esa panacea que ha recibido justos elogios y aplausos, está muriendo de éxito. Y no es mi imaginación. La directora del Centro de Transporte Sustentable, Adriana Lobo, declaró que a siete años de que comenzó operaciones, la línea 1 del Metrobús está saturada. La falta de corredores viales paralelos a Insurgentes, los problemas operativos en la línea 3 del Metro, la conexión con el suburbano y el abandono del uso del automóvil han provocado la migración de más de 200 mil pasajeros diarios a este servicio. Así es: en siete años la demanda ha crecido 122%.
Soy una de las 490 mil personas que utiliza ese servicio todos los días.
¡Urge hacer algo, Miguel Ángel!
eltrujis@gmail.com
Twitter: @amadonegro
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