Re: No a la represión...
No más por no dejar... me pasaron esto, no sé si sea cierto, lo que es un hecho es que en este país, quienes tienes que rendir cuentas no lo hacen.... TODOS... autoridades, sindicatos y tristemente a veces hasta los propios afectados. Con que uno no cumpla, ya nos jodimos todos, en forma directa o indirecta.
Moraleja... siempre hay que tener opciones en la vida y no estar de dejado a que "otro" nos resuelva nuestro futuro.
Que lo disfruten...
No más por no dejar... me pasaron esto, no sé si sea cierto, lo que es un hecho es que en este país, quienes tienes que rendir cuentas no lo hacen.... TODOS... autoridades, sindicatos y tristemente a veces hasta los propios afectados. Con que uno no cumpla, ya nos jodimos todos, en forma directa o indirecta.
Moraleja... siempre hay que tener opciones en la vida y no estar de dejado a que "otro" nos resuelva nuestro futuro.
Que lo disfruten...
Escribo esto el 31 de agosto de 2016, a varios días de que hayan hecho el correspondiente depósito de la quincena para los demás profesionales de la educación. Y con los demás me refiero a los que tienen base, a los que tuvieron la fortuna de ingresar en el sistema educativo en fechas anteriores a agosto de 2014, aquellos que no son, como yo, unos hijos de la reforma.
Para comprender el panorama, hemos de regresar dos años atrás. El sector educativo sufrió lo que fue tachado por muchos como reforma laboral, pero que para fines legales conocemos como reforma educativa. Yo, como cientos de maestros, fui el conejillo de indias de esta nueva política. Presenté un examen de oposición para poder ingresar al sistema, lo aprobé e hice mis maletas para marcharme a aquél rincón del estado que demandara la presencia de un docente.
Durante un año trabajé frente a grupo, tuve tutoría y conocí los parámetros de la evaluación docente. Durante un año, porque eso era lo que indicaba mi contrato. A pesar de que los sindicatos nos dijeron hasta el cansancio que después de seis meses y un día tendríamos la base, pasaron seis meses y un día, seis meses y dos días, siete meses, el año y los documentos de la base no los vimos jamás.
Al término de ese primer año presenté la llamada evaluación diagnóstica, un examen para verificar cómo iba el desarrollo de mis habilidades. Y nuevamente, el premio por haber demostrado mi potencial fue un nuevo contrato por un año.
Ese nuevo año, además de retomar la tutoría, incluía la maravillosa aventura de la permanencia, (entendida en el argot de la reforma educativa como cuatro años). Además de los trámites administrativos fue necesario dedicar tiempo a la elaboración del portafolio de evidencias, la planeación argumentada y a revisar la bibliografía indicada para el examen de conocimientos. Todos procesos novedosos que iban a ser realizados en línea. Siendo métodos nuevos, la información fue escasa. Retomé, junto con otros compañeros, las guías técnicas y académicas del ciclo 2015-2016, porque las autoridades correspondientes tuvieron la bondad de dar a conocer las vigentes a escasos días de que las fechas en que los portales se cerraban.
A diferencia de los maestros que no eran hijos de la reforma, nuestra evaluación de la permanencia iba a constar de dos niveles y no de cuatro. Todo se redujo a dos opciones: Aprobaste o no.
A pesar de todo, los hijos de la reforma realizamos el portafolio de evidencias de enseñanza. Pagamos pasajes y viajamos horas desde los lugares más recónditos del estado de Veracruz para presentar el examen de conocimientos. Estuvimos ocho horas allí, sin contratiempos y después de eso hubo unos breves días mientras los capacitados evaluadores definirían si éramos lo suficientemente buenos para alcanzar la permanencia de cuatro años o si era hora de engrandecer los porcentajes de desempleo en nuestro estado.
El estrés le impidió a muchos de los hijos de la reforma dormir el día en que se publicarían los resultados que, como era de esperarse, estuvieron fuera del tiempo establecido. Porque nosotros, los evaluados, no podemos retrasarnos un solo minuto en el cumplimiento de las etapas de la evaluación, pero los responsables de darnos los resultados pueden hacer lo que quieran con las fechas. Consultamos con ilusión los resultados solo para llevarnos la grata sorpresa de que el examen había sido anulado por dificultades técnicas en los reactivos. ¿Dificultades técnicas? Nos preguntamos aquellos que viajamos nueve horas solo para ir a sentarnos otras ocho horas a hacer clic y teclear. ¿Hemos pagado mil pesos y viajado, hemos perdido un día en el examen y un mes revisando bibliografía para que al final se anule por “dificultades técnicas”? La planeación argumentada se hizo el mismo día en la misma computadora, con una diferencia de media hora en la que salimos a ingerir alimentos. La planeación fue evaluada y el examen fue anulado. Hay alguien dentro de este proceso que no está haciendo su trabajo.
Obtuvimos el resultado que fue deseado. Esperamos las indicaciones. Esperamos con emoción el dulce documento que aseguraba nuestra permanencia de cuatro años en el codiciado sistema educativo. Esa orden de presentación que debíamos entregar en nuestra correspondiente zona para continuar trabajando con normalidad. Ese papelucho que nos protegía si algún siniestro ocurría en nuestros planteles educativos, porque si algo nos han enseñado las autoridades, es que sin la correspondiente orden no debemos presentarnos en nuestras escuelas. Pero también nos han enseñado que debemos seguir las indicaciones, así que la indicación es que nos presentemos en nuestras escuelas, pero sin la protección de un contrato que garantiza los derechos laborales. Esperamos ese documento y hasta la fecha, lo seguimos esperando. Junto con nuestro correspondiente pago de la segunda quincena de agosto, la cual trabajamos con un nivel de incertidumbre indescriptible.
Es en este punto donde las versiones se empiezan a tergiversar. ¿Cuándo nos entregarán nuestras órdenes? Preguntamos por teléfono a la Secretaría de Educación, pero por respuesta solo obtenemos la descortesía de que nos cuelguen el teléfono. Compañeros en posibilidades de acudir personalmente han ido a la dependencia para obtener más incertidumbre. ¿Cuándo nos llegará el pago? Preguntamos contando las monedas que nos quedan en la bolsa del pantalón y pensando qué necesidad básica hemos de mitigar estas quincenas para subsistir.
Hemos seguido todas y cada una de las inconstantes reglas del juego que nuestras autoridades han maquilado. Hemos sido buenos maestros, aguardando pacientemente sin hacer ningún tipo de agitación social. Hemos callado sumisamente cada una de las irregularidades de este proceso: Información que estuvo fuera de tiempo, asignación arbitraria de tutores, anulación de exámenes, cursos de última hora “voluntariamente obligatorios.” Nosotros, los hijos de la reforma. Pero nuestras máximas autoridades creen que no es suficiente con haber vivido un proceso lleno de inconsistencias e irregularidades; nos torturan sin entregarnos lo que por ley nos corresponde: Un documento que avale nuestra permanencia en su sistema educativo y unos honorarios justos por la prestación del servicio.
¿No es la docencia la noble labor de formar a los ciudadanos responsables, a las nuevas generaciones, a los dueños del futuro? Esa labor merece condiciones óptimas de trabajo. ¿Nos merecemos estos atropellos, esta incertidumbre, esta injusticia? Esta evaluación ha venido a confirmar la palabra que define al sistema educativo del Estado de Veracruz. INJUSTICIA. Nosotros, los hijos de la reforma, solo demandamos lo que nos fue prometido.
Para comprender el panorama, hemos de regresar dos años atrás. El sector educativo sufrió lo que fue tachado por muchos como reforma laboral, pero que para fines legales conocemos como reforma educativa. Yo, como cientos de maestros, fui el conejillo de indias de esta nueva política. Presenté un examen de oposición para poder ingresar al sistema, lo aprobé e hice mis maletas para marcharme a aquél rincón del estado que demandara la presencia de un docente.
Durante un año trabajé frente a grupo, tuve tutoría y conocí los parámetros de la evaluación docente. Durante un año, porque eso era lo que indicaba mi contrato. A pesar de que los sindicatos nos dijeron hasta el cansancio que después de seis meses y un día tendríamos la base, pasaron seis meses y un día, seis meses y dos días, siete meses, el año y los documentos de la base no los vimos jamás.
Al término de ese primer año presenté la llamada evaluación diagnóstica, un examen para verificar cómo iba el desarrollo de mis habilidades. Y nuevamente, el premio por haber demostrado mi potencial fue un nuevo contrato por un año.
Ese nuevo año, además de retomar la tutoría, incluía la maravillosa aventura de la permanencia, (entendida en el argot de la reforma educativa como cuatro años). Además de los trámites administrativos fue necesario dedicar tiempo a la elaboración del portafolio de evidencias, la planeación argumentada y a revisar la bibliografía indicada para el examen de conocimientos. Todos procesos novedosos que iban a ser realizados en línea. Siendo métodos nuevos, la información fue escasa. Retomé, junto con otros compañeros, las guías técnicas y académicas del ciclo 2015-2016, porque las autoridades correspondientes tuvieron la bondad de dar a conocer las vigentes a escasos días de que las fechas en que los portales se cerraban.
A diferencia de los maestros que no eran hijos de la reforma, nuestra evaluación de la permanencia iba a constar de dos niveles y no de cuatro. Todo se redujo a dos opciones: Aprobaste o no.
A pesar de todo, los hijos de la reforma realizamos el portafolio de evidencias de enseñanza. Pagamos pasajes y viajamos horas desde los lugares más recónditos del estado de Veracruz para presentar el examen de conocimientos. Estuvimos ocho horas allí, sin contratiempos y después de eso hubo unos breves días mientras los capacitados evaluadores definirían si éramos lo suficientemente buenos para alcanzar la permanencia de cuatro años o si era hora de engrandecer los porcentajes de desempleo en nuestro estado.
El estrés le impidió a muchos de los hijos de la reforma dormir el día en que se publicarían los resultados que, como era de esperarse, estuvieron fuera del tiempo establecido. Porque nosotros, los evaluados, no podemos retrasarnos un solo minuto en el cumplimiento de las etapas de la evaluación, pero los responsables de darnos los resultados pueden hacer lo que quieran con las fechas. Consultamos con ilusión los resultados solo para llevarnos la grata sorpresa de que el examen había sido anulado por dificultades técnicas en los reactivos. ¿Dificultades técnicas? Nos preguntamos aquellos que viajamos nueve horas solo para ir a sentarnos otras ocho horas a hacer clic y teclear. ¿Hemos pagado mil pesos y viajado, hemos perdido un día en el examen y un mes revisando bibliografía para que al final se anule por “dificultades técnicas”? La planeación argumentada se hizo el mismo día en la misma computadora, con una diferencia de media hora en la que salimos a ingerir alimentos. La planeación fue evaluada y el examen fue anulado. Hay alguien dentro de este proceso que no está haciendo su trabajo.
Obtuvimos el resultado que fue deseado. Esperamos las indicaciones. Esperamos con emoción el dulce documento que aseguraba nuestra permanencia de cuatro años en el codiciado sistema educativo. Esa orden de presentación que debíamos entregar en nuestra correspondiente zona para continuar trabajando con normalidad. Ese papelucho que nos protegía si algún siniestro ocurría en nuestros planteles educativos, porque si algo nos han enseñado las autoridades, es que sin la correspondiente orden no debemos presentarnos en nuestras escuelas. Pero también nos han enseñado que debemos seguir las indicaciones, así que la indicación es que nos presentemos en nuestras escuelas, pero sin la protección de un contrato que garantiza los derechos laborales. Esperamos ese documento y hasta la fecha, lo seguimos esperando. Junto con nuestro correspondiente pago de la segunda quincena de agosto, la cual trabajamos con un nivel de incertidumbre indescriptible.
Es en este punto donde las versiones se empiezan a tergiversar. ¿Cuándo nos entregarán nuestras órdenes? Preguntamos por teléfono a la Secretaría de Educación, pero por respuesta solo obtenemos la descortesía de que nos cuelguen el teléfono. Compañeros en posibilidades de acudir personalmente han ido a la dependencia para obtener más incertidumbre. ¿Cuándo nos llegará el pago? Preguntamos contando las monedas que nos quedan en la bolsa del pantalón y pensando qué necesidad básica hemos de mitigar estas quincenas para subsistir.
Hemos seguido todas y cada una de las inconstantes reglas del juego que nuestras autoridades han maquilado. Hemos sido buenos maestros, aguardando pacientemente sin hacer ningún tipo de agitación social. Hemos callado sumisamente cada una de las irregularidades de este proceso: Información que estuvo fuera de tiempo, asignación arbitraria de tutores, anulación de exámenes, cursos de última hora “voluntariamente obligatorios.” Nosotros, los hijos de la reforma. Pero nuestras máximas autoridades creen que no es suficiente con haber vivido un proceso lleno de inconsistencias e irregularidades; nos torturan sin entregarnos lo que por ley nos corresponde: Un documento que avale nuestra permanencia en su sistema educativo y unos honorarios justos por la prestación del servicio.
¿No es la docencia la noble labor de formar a los ciudadanos responsables, a las nuevas generaciones, a los dueños del futuro? Esa labor merece condiciones óptimas de trabajo. ¿Nos merecemos estos atropellos, esta incertidumbre, esta injusticia? Esta evaluación ha venido a confirmar la palabra que define al sistema educativo del Estado de Veracruz. INJUSTICIA. Nosotros, los hijos de la reforma, solo demandamos lo que nos fue prometido.
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