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Bravísimo Kabrakan!!!! Pero vas a seguir contándonos más verdad?
Dónde andaba yo que no había leido esta maravilla de información e ilustración histórica que nos das!? Mea culpísima...
Y yo que pensaba decirle a Carl, hazme un campito para yo también escuchar lo que nos cuenta Kabrakan.
Ojala que sigas con estas pláticas , ya sabes cuanto admiro tu estilo y eso hace que sea mayor la satisfacción de saber...
Desde los primeros días de 1803 gobernaba el virey don José de Iturrigaray la vasta y opulenta Nueva España cuyo gobierno y administración modelados por su protector en España don Manuel de Godoy, le atrajeron numerosos enemigos y no corto círculo de partidarios, según que favorecía las miras de unos u ofendía el orgullo o los intereses de los otros. Servidor fidelísimo de Godoy y entregado, lo mismo que los miembros de su familia, al acrecentamiento de su fortuna, el virey, especialmente en el cumplimiento de la ley de consolidación de capitales destinados a capellanías y obras pías, había herido sentimientos e intereses que condensaban sobre su cabeza recia tormenta, pronta a estallar en tiempo oportuno. En cambio, su aire marcial, su actividad, su energía y su constancia en llevar a cabo importantes obras materiales de utilidad pública, le hacían simpático a los ojos de los americanos y le aseguraban el respeto y cariño de los soldados.
El ejército de la Colonia, considerablemente aumentado desde que en 1806 se temió que los ingleses quisieran desembarcar en las costas de la Nueva España, era atendido por el virey con especial cuidado. Previendo una invasión del enemigo por las playas del Golfo, formó un cantón de tropas en Jalapa, otro de menos importancia en la fortaleza de San Carlos de Perote, y mandó situar destacamentos en los puntos intermedios. El cantón de Jalapa a principios de 1808, se componía de más de quince mil hombres, tanto de tropas veteranas como de milicias; jamás se había visto en la Nueva España tan gran número de tropas concentradas en un solo punto como las brillantes y disciplinadas que ahí se reunieron. De esta reunión surgió naturalmente un espíritu militar que antes era desconocido en los soldados de la colonia; aquella gran masa de hombres armados, entre los que se hallaban muchos hijos del país, tuvo por vez primera la conciencia y el sentimiento de su fuerza; vino luego la comunicación de unos cuerpos con otros; la emulación, tan propia de los que al ejército de las armas se dedican, hizo sentir su influencia en ellos, excitándolos una noble rivalidad; formáronse amistades; suscitáronse también celos entre los oficiales españoles y los americanos, y se despertaron en algunos de estos últimos vehementes aspiraciones de independencia y emancipación completa del dominio español.
En el mes de enero de 1808 se dirigió el activo Iturrigaray al cantón de Jalapa con el objeto de presenciar las maniobras de las tropas. Estas, divididas en veinte batallones de infantería, veinticuatro escuadrones de dragones y un tren de treinta y cuatro piezas de artillería, evolucionaron ante el virey en las llanuras del Encero. Nuevo motivo fue este brillante alarde de fuerza para afirmar en muchos concentradas aspiraciones de independencia, y llegó a decirse que era materia de conversación entre los mismos jefes de los cuerpos efectuarla y sostenerla valiéndose parta ello de aquel ejército imponente.
Pero los ruidosos sucesos que acaecían al mismo tiempo en España, las riñas y desavenencias escandalosas en que andaba envuelta la familia real de España, y cuyas noticias iban a sorprender en breve a la colonia, estaban destinados a producir grandes y trascendentes turbaciones. El 8 de junio de 1808 se recibieron en México las noticias de los tumultos de Aranjuez de 18 y 19 de marzo, traídas a Veracruz por la barca Atrevida. Era aquel día domingo de Pascua de Espíritu Santo, y celebrábase por tal motivo la acostumbrada feria en San Agustín de las Cuevas (Tlalpam), población distante tres leguas de la capital. Allí se hallaba el virey con su familia, y en medio de las fiestas le fueron entregadas las gacetas de Madrid en que se refería todo lo ocurrido. La desazón que tales noticias causaron en el ánimo del funcionario no pasó desapercibida para los que en ese momento le rodeaban.
Fácilmente se concibe, sin embargo, el disgusto del virey Iturrigaray al recibir las noticias; había desaparecido su protector Godoy, y era natural que se considerara comprendido en su desgracia y su caída. Había caído también el monarca y España estaba invadida por los franceses; Iturrigaray vaciló para solemnizar la exaltación del nuevo monarca Fernando, pero cediendo a las muestras de descontento que empezaban a dar los numerosos enemigos de Godoy, que eran casi todos los españoles residentes en México, mandó celebrar la exaltación del nuevo rey de España y de las Indias, pendiente tan solo de las comunicaciones oficiales que de un día para otro se esperaba recibir; pero en su lugar, llegaron a México el 14 de julio de 1808 las gacetas de Madrid con las humillantes renuncias de todos los miembros de la familia real, cediendo la corona a Napoleón, heredero de la revolución francesa y los principios que por espacio de veinte años fueron anatematizados por los sostenedores de la dominación española. Los españoles lamentaban la situación angustiosa de su patria y temían las consecuencias que tal estado de cosas pudiera suscitar. Los americanos, viendo dislocada la maquinaria del gobierno de su metrópoli y al virey presa de intensa agitación comprendieron que se aproximaba la hora de intentar la independencia y que debían apercibirse a la consecución de sus justísimos propósitos.
El virey pasó ese mismo día (14 de julio de 1808) las gacetas en que aparecían las renuncias de la familia real, al Acuerdo, junta compuesta por los Oidores y alcaldes del crimen, el cual le invitó a asistir a la sesión del día siguiente, atenta la notoria gravedad del asunto……..
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Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....
En la reunión del día siguiente (15 de julio de 1808), se acordó publicar la noticia de la renuncia de la familia real española, mantenerse a la expectativa y conservar la colonia en estado de defensa; los miembros del Acuerdo temían aventurarse, Iturrigaray tampoco se atrevía a seguir una línea fija, hombre de escasa inteligencia, ambicioso, apegado a las copiosas ganancias que su alto empleo le producían, no hallaba una línea de conducta en consonancia con la situación, ni los encontrados intereses a que estaba ligado le dejaban libre para alguna acción decisiva. Decidióse a contemporizar con todas las opiniones, seguro de poder manejarlas cuando afectaran a sus intereses.
Entre tanto agitábanse los ánimos en el Ayutamiento de México; corporación que tenía apariencia de autoridad popular y pretensiones de representar a la nueva España por ser la municipalidad de la ciudad capital; eran tales ideas la consecuencia del principio de soberanía popular y la falta de autoridades legítimas en la madre patria; para los partidarios de la independencia fue un excelente pretexto para ocultar sus verdaderas intenciones y colocar en las discusiones el recurso de recurrir al pueblo como fuente del poder y de la autoridad en caso extremo, aunque velando sus miras con una ordorosa defensa de las causas de la monarquía. Los licenciados Azcárate y Primo de Verdad, regidor el primero y síndico el segundo de la corporación municipal, eran en el seno de esta activos y valiosos agentes del partido que aspiraba a la independencia, pero que carecía aún de organización y de unidad y de una idea clara de lo que se pretendía hacer. Azcárate gozaba de grande amistad con el virey Iturrigaray y su familia y se encargó de persuadirlo de lo necesario que era conservar el reino de Fernando VII, creando al efecto un gobierno supremo provisional, a cuya cabeza debía colocarse el mismísimo virey.
No costó gran trabajo al regidor Azcárate convencer al indeciso virey. El medio que se le proponía, aparte de halagar su mucha vanidad, ofrecíale su permanencia en el virreinato con nuevos títulos, ya que los antiguos sobre que su autoridad había descansado, corrían riesgo inminente de perecer así como el poder conservar e incrementar su riqueza. Azcárate secundado eficazmente por el síndico don Francisco Primo de Verdad, hizo adoptar al ayuntamiento la representación que tenía de antemano preparada. La municipalidad de la capital, compuesta de cinco regidores perpetuos, que nombraban cada año dos alcaldes y cada dos seis regidores, incluso al síndico, se convirtió, pues, en el centro de los trabajos a favor del establecimiento de un gobierno supremo que, aunque con carácter de provisional e invocando el nombre de Fernando VII, acostumbrara al pueblo a gobernarse por si mismo y lo familiarizase con al idea de vivir separado de España. Los quince regidores perpetuos eran casi todos americanos, antiguos mayorazgos que heredaran estos empleos de sus padres, quienes los habían comprado para dar mas esplendor a sus familias.
Con gran pompa salieron de las Casas de cabildo los miembros del ayuntamiento la tarde del 19 de julio de 1808 y se dirigieron al palacio virreinal; después de poner en manos del virey la representación que tenían acordada, en la que expresaban los regidores el doloroso asombro con que los habitantes de la Nueva España y en particular de la ciudad, habían visto las renuncias de la familia real, fundaban la nulidad e insubsistencia de este diversas clases que lo componían, sobre todo en los tribunales superiores y en las corporaciones que llevaban la voz pública, debiendo el país regirse por las leyes establecidas.
Como consecuencia de este principio afirmaban los regidores que la Ciudad de México, con su calidad de cabeza y metrópoli de la Nueva España, mantendría los derechos de la casa de Borbón, pedían que el virey continuase ejerciendo sin entregar el mando a ninguna nación, ni aún a la misma España mientras esta no se hallase libre de la invasión francesa, ni ejercer este encargo en virtud de nuevo nombramiento que le diese el rey intruso. Y debiendo obligarse bajo juramento, en presencia del real Acuerdo, del ayuntamiento y de los tribunales a gobernar conforme a las leyes y a defender la integridad del territorio y los derechos del reino de Nueva España; juramento que también debían prestar las autoridades eclesiásticas, civiles y militares.
Hábil fue el proceder del Ayuntamiento, pues que por una parte había logrado hacer caer en el lazo al virey, lisonjeando su vanidad y halagando sus más ardientes aspiraciones, y por otra correspondía a la casi unánime decisión del fuerte partido español de no reconocer la dinastía que Napoleón acababa de implantar en España. Iturrigaray pasó desde luego la representación del Ayuntamiento al voto consultivo del Acuerdo. ……….
Me emociona e impulsa a seguir los comentarios como los tuyos, he aquí mas historia no tan oficial, escrita por los actores de la misma y/o simples testigos:
……… La deliberación se efectuó el 20 de julio de 1808; los Oidores manifestaron claramente el disgusto que les causaba la duda de la corporación municipal sobre la subsistencia legal de las autoridades todas, su indicación para revalidarlas popularmente, y mas que todo, el derecho que se arrogaba de representar a todo el reino y declarar los deseos de sus habitantes. El Alcalde de Corte, don Jacobo Villaurrutia, fundador del Diario de México, renovó la pro posición del fiscal Robledo, esto es, que se llamase al infante don Pedro de Portugal, a la sazón en Brasil, para que con calidad de regente gobernase. La resolución del Acuerdo a la consulta del virey fue, pues, extrañar que la corporación municipal se arrogase la representación de todo el reino, reprobar la formación de un gobierno provisional, proponer al virey que diese las gracias al Ayuntamiento por el ardiente patriotismo y recomendarle que previniese a las corporaciones no tomar en lo sucesivo la voz por las demás autoridades del reino. El Acuerdo compuesto casi todo de españoles, se alzó desde ese momento en defensa de los intereses de la dominación española; no se les ocultó, ni a ellos ni a sus colegas, el alcance de la represión del Ayuntamiento; midieron el peligro que amenazaba a la dominación española y resolvieron combatir sin tregua ni descanso las aspiraciones, informes aun, pero ya vigorosas, del partido americano, que tal fue el nombre que se le dio desde ese entonces.
Los europeos comenzaron a sospechar que la representación del ayuntamiento ocultaba miras de independencia, y al ver que le virey, lejos de castigar a sus autores, la había admitido y enviado a consulta al real Acuerdo, le comprendieron en sus desconfianzas. Más y más crecían estos recelos por la actitud de los americanos, quienes apoyaban ardientemente las pretensiones del ayuntamiento y condenaban la resistencia del Acuerdo. Los primeros comunicaban a las provincias copias de las consultas de este cuerpo, y los últimos circulaban profusamente las de la representación de los regidores de México, extendiendo así la agitación de la capital a los demás lugares de la Nueva España.
La sociedad toda se hallaba hondamente conmovida, primero por las alarmantes noticias que en espacio de pocos días habían recibido de España, y luego por las que de la capital se comunicaban, formábanse grupos en las ciudades y en los pueblos, celebrábanse reuniones populares en las que nada se resolvía, pero que eran entonces una novedad; corrían los mas absurdos rumores; aparecían pasquines en las esquinas y el las casas de los alcaldes, expresando los diversos deseos de los partidos políticos y religiosos, pidiendo ya la independencia, ya a Iturrigaray por soberano, y algunos proclamando a Fernando VII, y en las juntas populares unos pronosticaban la ruina del virreinato y otros creían próxima la de la religión. Todos sentían esa conmoción misteriosa y profunda que precede a las grandes perturbaciones tanto en el orden moral como en las leyes del mundo físico; todos se movían impulsados por esa fuerza extraña y presentían el advenimiento de indefectibles y ruidosos acontecimiento.
Las corporaciones municipales de Veracruz y de Querétaro ofrecían entre tanto al virey enviar sus representantes a la junta que se convocase y manifestaban su voto de adhesión y fidelidad a los monarcas legítimos; La de Jalapa, desde el 20 de julio, adoptó importantes resoluciones que contribuyeron a aumentar los recelos que ya inspiraba la conducta incierta de Iturrigaray en los mismos españoles; en la sesión que celebró ese ayuntamiento aquel día, su procurador general, don Diego Leño, propietario de la hacienda donde había residido Iturrigaray a principios del año, propuso, y la corporación aprobó, el nombramiento de una comisión que manifestara al virey los sentimientos de que estaban animados los capitulares, “en armonía con los del pueblo y del ejército acantonado, y cuyos sentimientos era de fidelidad a la persona de Iturrigaray. Pero la exposición de que eran portadores, publicada en la Gaceta Oficial algunos días mas tarde, acrecentó la sospecha de los españoles y dio origen al rumor, que desde entonces tomo creces, de que Iturrigaray ambicionaba ceñirse la corona de Nueva España.
En medio de esta agitación intensa, súpose en México el 28 de julio de 1808, por noticias que trajo a Veracruz la barca Esperanza, la insurrección de España contra Napoleón. En vano se hubiera buscado en tales día orden y concierto en las operaciones y porte de los habitantes de la ciudad: masas inmensas en que fraternizaban las primeras con las ínfimas clases, se movían en todas direcciones gritando “¡viva Fernando VII”!, y “¡Muera Napoleón”!. Las campanas sonaban a discreción de la multitud, se quemaban cohetes, bombas y cámaras; se disparaba la artillería, todos se metían en las casas ajenas y se obligaba al virey a salir a los paseos y parajes públicos acompañado solamente de la multitud; a Fernando VII todos lo traían en el pecho o en el sombrero y se hallaba en todas las puertas y balcones. Por el contrario, con ciertos simulacros que se llamaban de Bonaparte o de Godoy, se cometieron las mas indecentes y soeces tropelías: aquí los quemaban, allá los azotaban: en una palabra hacen con estos maniquíes cuanto puede inspirar la barbarie y brutalidad de una plebe desenfrenada. También fue obra de estos días la creación de los “voluntarios de Fernando VII”, en que afiliaron los dependientes de casa españolas de comercio, que después fueron los principales instrumentos de la deposición y arresto del virey Iturrigaray.
Las noticias de la insurrección española modificaron sensiblemente la situación política y la actitud respectiva de los partidos políticos; los americanos (también llamados mexicanos), vieron trastornado en parte su plan, y los españoles, en cambio, tomaron aliento……………
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Esta anarquía sirvió, sin embargo, a las miras de los mexicanos, desconcertados por lo pronto, y en ella fundaban los partidarios encubiertos de la independencia su pretensión de reunir a todas las autoridades del reino de Nueva España. Un nuevo escrito dirigido por el Ayuntamiento al virey fue enviado, ungiéndole a convocar una junta de notables que acordase la formación de un gobierno provisional que, a imitación de los de España, aunque por medios mas legales, ejerciese la soberanía en nombre de Fernando, y en idénticas razones apoyaba el Ayuntamiento dos sucesivas representaciones que elevó al virey los días 3 y 5 de agosto de 1808.
Pero la suspicacia de los españoles, muy natural en aquellas excepcionales circunstancias, avivada día tras día por la vacilante conducta de Iturrigaray, por su complacencia con los regidores de México y por sus ideas, con ninguna circunspección emitida en tertulias y reuniones, acabó por ver en el elevado funcionario un traidor a su patria y a su rey, un mandatario infiel, pronto a alzarse con el reino y a ceñir su frente con la corona de Nueva España.
La última representación del Ayuntamiento, fechada el 5 de agosto, decidió al virey a reunir la junta de las autoridades de la capital que en ella se pedía, consultó al Acuerdo y los oidores Aguirre y Bataller que eran los de mayor energía y más decisión para contrariar los intentos de los partidarios de la independencia, contestaron al virey que convenía suspender la reunión de la junta mientras no se les atribuyese de los cuerpos y personas que habían de ocurrir a ella, con que representación y voto y para que fines. A su vez Iturrigaray insistió de una manera resuelta en la convocación de la junta, la cual citó para el 9 de agosto, indicando al Acuerdo que allí podrían manifestar los miembros de de alto cuerpo todo lo que les pareciese. Todavía aprovecharon los oidores esta comunicación del virey para manifestarle una vez mas su inconformidad con lo que iba a efectuarse, ofreciendo sin embargo asistir, pero protestando no ser responsables de los males que pudiesen resultar y declarando que su autoridad dimanaba del soberano de España; insinuando por último la necesidad de respetar y obedecer la autoridad de la junta de Sevilla, o de cualquier otra que representase legítimamente al soberano.
Ruidosa y asaz desordenada fue la junta que se reunió el 9 de agosto de 1808; con excepción de los miembros de la Audiencia, los demás asistentes ignoraban las materias que iban a discutirse. Expuso brevemente el virey que el objeto de la junta era atender a la defensa del reino, en atención al estado crítico de España; después el regente de la Audiencia, don Pedro Catani, hizo notar que faltaba en el expediente la minuta de la comunicación en que el virey había manifestado a aquel alto cuerpo los puntos o materias que debían tratarse, y esta observación enojó grandemente al virey, quien excitó al síndico Verdad para que hablase. Así lo hizo este distinguido personaje, y dijo que las representaciones reiteradas del Ayuntamiento de la capital se fundaban en que había desaparecido el gobierno de la metrópoli, el pueblo, fuente y origen de la soberanía debía de reasumirla para depositarla en un gobierno provisional, mezclando luego este principio, derivado de la revolución y que alarmó a la gran mayoría del auditorio, con la vieja e intrincada legislación española, apoyó la idea de erigir un gobierno provisional en la ley Patria. Este gobierno provisional –añadía Verdad- proveerá a la subsistencia del virreinato y a su defensa contra extrañas agresiones, tanto más temibles cuanto más delicado y congojoso es el estado de la cosa pública.
El principio de soberanía popular que acababa de invocar el licenciado Verdad, principio avanzado que hasta ese momento jamás se había oído en la colonia, sobresaltó a muchos de los circunstantes y sobre todo a los oidores, que aparecían, desde hacía algunos días al frente de la causa de la metrópoli, y todos se apresuraron a impugnarlo. Fue el primer inquisidor decano don Bernardo de Prado y Obejero, quien sin exponer razón alguna se limitó a decir con arrogancia que la proposición de la soberanía popular era doctrina herética, y con tal calidad estaba proscrita y anatematizada por la Iglesia. A continuación el oidor Aguirre y Viana, encarándose con el síndico Verdad, preguntóle cual era el pueblo en que había recaído la soberanía, y habiéndole contestado este, ya desconcertado por el brusco ataque del inquisidor, que la autoridades constituidas, siguió demostrando que éstas no eran el pueblo, en el sentido que le daba el síndico del Ayuntamiento. Los tres fiscales de la Audiencia atacaron a su vez las pretensiones del Ayuntamiento: “ Las circunstancias, dijeron, en que se hallan muchas provincias de España, son muy diferentes alas que existen en América, a la Nueva España sepárala del invasor el anchuroso océano, posee un ejército disciplinado, fiel, respetable, listo para defender el territorio; las cajas del tesoro están henchidas de dinero para hacer frente a los gastos y necesidades que puedan ofrecerse. ¿A que hacer alteraciones peligrosas en el orden de cosas establecido?; si la colonia se arrogase el derecho de nombrar gobernadores y autoridades, usurparía la soberanía”.
Hubieron de lastimar al virey las discusiones y palbaras que allí se manifestaron, por lo que acabó diciendo: “ … estos señores, añadió designando a los miembros de la Audiencia y a los miembros del Acuerdo, andaban cariacontecidos, y para tratar de estos asuntos, se juramentaron de no decir nada, y solo después que han visto mejorar las cosas es cuando están valientes.”
Así terminó la junta, se agriaron los ánimos, se clasificaron los partidos que antes de mucho tiempo debían hacerse una guerra desastrosa y encarnizada, y echáronse los cimientos de la independencia de la colonia. Los Mexicanos se declararon desde entonces contra sus antiguos señores y entrevieron un estado social mas ventajoso a sus intereses independentistas. El Ayuntamiento de México patrocinó estas ideas, y sus miembros, con muy pocas excepciones, abrazaron la causa con decisión, especialmente el síndico Verdad y el regidor Azcárate, que aparecían ostensiblemente como jefes de este partido.
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En la Gaceta de México se publicaron los resultados de la junta del 9 de agosto y fue enviada a todas las provincias; en ella las palabras postreras del virey eran: “ La serie futura de los sucesos que presenten los heroicos esfuerzos de la nación española, la suerte de ellos, o los intentos y maquinaciones del enemigo, exigirán sin duda otras tantas providencias y deliberaciones que se meditarán y ejecutarán con la mayor circunspección y dignidad, tocando a la mía VICE-REGIA instruirnos por ahora de los presentes, pues amo a un pueblo fiel y leal, a quien siempre he juzgado digno y acreedor, como lo ha visto, de comunicarle todas las notivias que por su calidad no merezcan reserva.”
En medio de estos sobresaltos y desconfianzas del partido europeo se celebró en la capital de la Nueva España, el 13 de agosto de 1808 la proclama y jura de Fernando VII. Las funciones fueron de una extraordinaria magnificencia; los vecinos se esmeraron en el adorno e iluminación de sus casas; el alférez real en turno del Ayuntamiento don Manuel Gamboa hizo la proclamación, y el virey tiró al pueblo monedas con la efigie del nuevo soberano y en la tarde del 2º. día capitaneó una lujosa cabalgata de apuestos jóvenes recorriendo las calles y paseos.
No terminaron con felicidad los festejos de la proclama y jura, pues en la noche del día 15, último de aquellas fiestas, hubo una acalorada pendencia entre algunos españoles dependientes del comercio y varios paisanos; la riña ocurrió en la calle de don Juan Manuel y desde los balcones de la casa No. 11 de la misma calle, dispararon dos tiros que hirieron mortalmente a dos hombres del pueblo. “Esta fue la primera sangre –dice Alamán- que se derramó en la lucha que se empeñaba, y en la que después corrió tan copiosamente.”
Mientras tanto en las ciudades del interior del reino, los intendentes Riaño y Flon, de Guanajuato el primero, y el segundo de puebla, al recibir el acta de la truculenta junta del 9 de agosto se negaron a publicarla y así lo manifestaron al virey, diciéndole que la opinión de esas provincias era la de que se estableciera estrecha relación con las juntas de España. El Ayuntamiento de Querétaro, compuesto en su mayor parte por europeos, eusó tomar partido exponiendo largamente los peligros que podía acarrear las determinación del virey. Y por último la audiencia de Guadalajara protestó contra la junta del 9 de agosto, la declaró nula y manifestó al virey en términos enérgicos las consecuencias que pudieran producir medidas y excitaciones de ese género. El partido europeo, como se ve, no solo en la capital sino también en las provincias, se aprestaba decidido a contrariar los proyectos de Iturrigaray, atribuyendo a este miras y tendencias mas avanzadas de las que abrigaba su limitada inteligencia y su carácter vacilante.
La Inquisición en su edicto del 27 de agosto, reforzó la actitud del poderoso partido español acaudillado por la Audiencia, pues declaraba herético y condenado por la Iglesia el principio de soberanía popular, invocado en las representaciones del Ayuntamiento y que en el seno de la junta había defendido el síndico Primo de Verdad. Los europeos hacían acopio de armas y municiones; aparecían diariamente pasquines en los que se insultaban ambos partidos; reinaba en la capital la desconfianza y el sobresalto; y cada vez se mostraban mas osados los partidarios de la Independencia.
Dos comisionados de la Junta de Sevilla, el capitán de fragata don Juan de Jabat y el coronel don Manuel de Jáuregui, hermano de la esposa del virey, llegaron a la sazón a México con la misión de que se jurase a Fernando VII, que se reconociese aquella junta, y que se le remitiesen prontamente auxilio pecuniario. Estos enviados, a su llegada a Veracruz, detuvieron la goleta que, pronta a zarpar, había ordenado en virey que se despachara a España con la noticia de la proclamación del nuevo soberano. Esta ocurrencia dio ocasión a la junta del 31 de agosto de 1808; abierta la sesión, el virey expuso los motivos de la venida de los comisionados; estas se reducían a revalidar a todos en sus empleos y a mandar que se les remitieses los caudales que hubiese disponibles aceptando a dicha junta como legal. El partido europeo ó español, propuso por conducto del oidor Aguirre y Viana que se obedeciese a la junta de Sevilla como soberana en los ramos de hacienda y guerra, remitiéndose a España todos los caudales disponibles. En vano el marqués de San Juan de Raya manifestó cuerdamente que la soberanía era por su naturaleza indivisible; en vano se recordó la resolución adoptada en la junta anterior de no reconocer junta alguna como suprema que no estuviese autorizada por Fernando VII y que la de Sevilla no podía presentar pruebas de esa autorización; don Jacobo Villaurrutia después de demostrar lo infundado de las pretensiones de la junta de Sevilla, propuso que el virey convocara a una asamblea de diputados de Nueva España, con el fin de que instalase un gobierno. La proposición de Villaurrutia fue acogida con ardor por casi todos los miembros del Ayuntamiento, pero la mayoría de la junta adoptó el voto del oidor Aguirre.
Este triunfo del partido europeo turbó grandemente al virey y debió advertirle cuan a menos había llegado su autoridad entre los miembros de la Audiencia y de los demás ardientes corifeos del poder español. Otra vez fue convocada la junta el 1º. De septiembre y en ella dio cuenta el virey de los pliegos que acababa de recibir, esta vez de la Junta de Asturias establecida en Oviedo, la cual también pretendía ser reconocida con calidad de soberana. Arrogante y altivo presentose en la asamblea el virey ……….
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…….. y dio cuenta de los pliegos que acababa de recibir de la junta de Asturias, la cual también pretendía ser reconocida como soberana: “ Todo en España es juntas, y a ninguna debe obedecerse”. Tan innegable verdad hubo de ser reconocida por los fiscales que una horas antes sostuvieron con ardor el reconocimiento de la junta de Sevilla. El virey puso termino a toda discusión, y ordenando imperiosamente que cada uno escribiera el voto que hubiese emitido en esta y la anterior junta y acabó pronunciando amenazadoras palabras: “ Yo soy, señores, gobernador y capitán general del reino; cada una de vuestras señorías guarde su puesto, y no se extrañe si con alguno o algunos tomo providencias.” A parir de este momento los miembros del derrotado partido español, comenzaron trazar planes que dieran como resultado la caída estrepitosa del virey y uniose a ellos Javat .
Iturrigaray , entretanto, escribía a las juntas de Sevilla y de Oviedo, y después de pintar con bastante exactitud es estado político de la colonia les informaba que la resolución de las autoridades de México era suspender el reconocimiento e las juntas de Sevilla y Oviedo hasta que convenidas entre si y con el resto de los reinos y provincias de la península, principalmente con la de Castilla, a que por ley constitucional y fundamental está inseparablemente adicta esta colonia, podamos decidirnos sin riesgo de fomentar la desunión o llámese cisma que parece ha principiado en la antigua España. A este inconveniente gravísimo se agrega también el que ya ha empezado a experimentar una división de partidos, en que por diversos medios se proclama sorda pero peligrosamente la independencia y el gobierno republicano, tomado por ejemplo el vecino de los Anglo-americanos; hay también el enorme obstáculo de que habiéndose suscitado aquí desde el principio el uso de la soberanía del pueblo en calidad de actor conservador de S. M. entretanto se restituye a sus dominios.
El tribunal de la Inquisición quiso afirmar una vez mas la censura que ya había hecho el 27 de agosto del principio de la soberanía popular y reprodujo la prohibición de todos y cualquiera libros y papeles, y de cualquier doctrina que influyera o cooperase de cualquier modo a la independencia , ya sea renovando le herejía manifiesta de la soberanía del pueblo, ya sea adoptando parte de sus sistema. Así fue como la Inquisición, para apoyar el partido de la dominación española en México, no tuvo reparo en condenar como herejía manifiesta el mismo principio que se invocaba en aquellos momentos por los españoles mismos en su lucha heroica contra las invencibles huestes napoleónicas.
Resuelto el virey a reunir una junta general que representase a toda la Nueva España, para lo cual había expedido la convocatoria el 1º. de septiembre no acertaba a fijar la forma en que habían de elegirse los miembros que la compusieran, y decidióse al fin por consultar al Acuerdo. Pero el Acuerdo, sin tocar este punto contestó el 6 de septiembre oponiéndose a la convocatoria y reunión. Iturrigaray había previsto la oposición de los oidores, y con el objeto de tentar el grado de fuerza y prestigio que tenía su autoridad sobre ellos, les dirigió un oficio escrito de su puño y letra en el que les preguntaba si podría y sería conveniente que se retirase del mando. El Acuerdo se apresuró a contestarle que podía entregar el mando supremo al mariscal de campo don Pedro Garibay, que era el jefe de mayor graduación y antigüedad. Tal respuesta dio a conocer a Iturrigaray la verdadera disposición de los oidores y el deseo que alentaban, porque se separara de su elevado puesto, y en consecuencia se acabó por decidir por el partido que encabezaban los regidores del Ayuntamiento de México.
Preciso es resumir las pretensiones de los diversos partidos que a la sazón se agitaban con tan inusitado ardimiento.
- El Ayuntamiento de México, en cuyo seno germinaban los primeros planes de emancipación; apoyado por el virey para reafirmarse en su puesto, en donde el corregidor de Querétaro don Miguel Domínguez, disputaba al Ayuntamiento de México el derecho con que aquella corporación pretendía hacerse representante de Nueva España y pretendía que el Congreso se formase de los tres brazos, nobleza, clero y estado llano.
- El partido español. Fuerte por la riqueza y posición, penetrando los designios de los mexicanos y la tendencia del virey a favorecerlos, teniendo a su cabeza a los miembros de la Audiencia y las demás autoridades constituidas, españolas casi todas.
La fuerza de los españoles contrarrestó hasta entonces los proyectos de los que ya consideraba como enemigos; y cuando vio que el poder de estos aumentaba y que a la par de este crecía también su audacia, entró en el proyecto de deshacerse del virey y remover por este medio el principal y poderoso apoyo que por entonces contaba en naciente partido mexicano. Nuevos incidentes vinieron a precipitar la explosión de pasiones: El empleo de mariscal de campo conferido al comandante don García Dávila, que estaba a la cabeza de las tropas acantonadas en Xalapa; el de administrador de aduanas de México a don José María Lazo y la concesión de una fuerte suma al consulado de Veracruz para continuar la construcción del camino carretero entre aquel puerto y la capital, fueron motivos suficientes para que los enemigos del virey propalasen en su contra los cargos mas graves, pues de allí se servían para citar como ejemplares del poder absoluto que empezaba a ejercer el odiado funcionario y la idea de que trataba de gobernar sin dependencia de la corte de España; que el virey tenía ya apercibidas las teas para quemar el venerable santuario de la Virgen de Guadalupe
Más de acrecentó la alarma del partido español al saberse que el virey había ordenado a su íntimo amigo, el coronel don Ignacio Obregón, que se trasladase con su regimiento de dragones desde Aguascalientes a México, y que le cuerpo de infantería de Celaya lo separaba del acantonamiento en Xalapa para concentrarlo también en la ciudad capital. Entonces comprendió el partido español que era preciso adelantarse a la llegada de esas tropas, asestando el golpe que de antemano ya tenía preparado, y quitando de enmedio al que consideraban como el principal apoyo de los que intentaban proclamar la independencia de la colonia. Aguirre y el comisionado de la junta de Sevilla Jabat, estaban persuadidos y decididos, al igual que los ricos comerciantes de la ciudad, pero faltaba el hombre que condujese el movimiento con la energía y valor indispensables. Este hombre no tardó en ser hallado y fue don Gabriel J. de Yermo, vizcaíno acaudalado, de edad madura, propietario de extensos y valioso ingenios en el Valle de Cuernavaca, y que era tenido en grande estima entre sus compatriotas y los comerciantes de la capital por si vida laboriosa, su espíritu de empresa, y su notable acción de dar libertad a algunos centenares de esclavos que tenía en sus haciendas para celebrar dignamente el nacimiento de su hijo mayor.
Resuelto el golpe, tomáronse todas las disposiciones que el caso demandaba. El día señalado para asaltar el palacio y apoderarse de la persona del virey, fue el 14 de septiembre de 1808, pues se sabía que el 17 debía entrar el la capital el primer batallón del regimiento de Celaya. Avisos misteriosos recibió Iturrigaray en esos días, pero no les dio entero crédito y solo adoptó algunas medidas ineficaces de seguridad. El plan de la conspiración consistía en ganar a los oficiales de seguridad de la guardia de palacio; una vez dueños de la entrada, se prometían reducir fácilmente a un destacamento de artilleros y un piquete de caballería, alojados en el interior del vasto edificio, y luego apoderarse del virey y de los miembros de su familia.......
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Aplazóse, sin embargo, al asalto al palacio para la noche del 15 de septiembre, pues el capitán don Juan Gallo, jefe de la guardia que cubrió la puerta el día 14 rehusó dar entrada a los conspiradores, aunque prometió guardar secreto bajo la fe de caballero. Más accesible fue el que le sucedió, don Santiago García, quien dio oídos a los conjurados y al teniente don Rafael Ondraeta, por quien se dejó persuadir de que en aquellos momentos debía posponer su fidelidad al virey. Yermo dedicó la mayor parte del día 15 a los preparativos del asalto y señaló para ello una hora avanzada de la noche en que los habitantes de la capital se hallasen sepultados en el sueño, y designó por punto de reunión los portales de Mercaderes y de las Flores, sitios próximos al palacio virreinal.
A la hora fijada, once y media de la noche, trescientos dependientes del comercio, poco más o menos, y que fueron llegando a los portales por distintas direcciones, formaron numerosos grupos y esperaron en silencio al jefe que debía encabezarlos. Yermo no se hizo aguardar mucho tiempo, y después de dejar encomendada su familia al eclesiástico don José Saturnino Diez de Sollano, salió de su casa habitación, situada en la esquina de las calles de Cordobanes y Santo Domingo y se reunió con los demás conspiradores a las 12 de la noche. El grupo entero se dirigió entonces a la puerta principal del palacio; ya iba a entrar, pues los centinelas, en cumplimiento de las órdenes que habían recibido de su jefe, no opusieron resistencia, cuando varios tiros disparados de la cárcel de corte situada entonces en el extremo norte de la fachada del edificio, detuvieron por un momento a los asaltantes. Era que la guardia de ese departamento del palacio, y de la que no se habían cuidado estos, hacía fuego sobre aquel grupo numeroso y sombrío que se apiñaba sobre la puerta principal.
Ningún mal hicieron esos disparos, y uno de los conspiradores marchó rápidamente sobre el centinela de la guardia de la cárcel, llamado Miguel Garrido, y descargando sobre él sus armas, le dejó muerto en el sitio. Libres ya de este peligro, y abierta la puerta principal, los conjurados se precipitaron como un torrente ocupando patios y escaleras y dominando fácilmente a los piquetes de caballería y artillería. Yermo se situó en la sala llamada de Alabarderos, y desde allí daba sus órdenes; un grupo numeroso conducido por don José Antonio Salaberría teniente del escuadrón urbano de México, y por un relojero llamado Roblejo Lozano, se dirigió al cuarto del virey, quien se levantó de su lecho sobresaltado y preguntando quien era el jefe de aquel movimiento; no hizo resistencia alguna y entregó las llaves que guardaban sus papeles al conjurado Lozano. Acto continuo, se le llevó en un coche con dos de sus hijos al edificio de la Inquisición, encerrándolos en la habitación del inquisidor Prado y Ovejero, en tanto que la vireina y dos de sus hijos, los mas pequeños eran conducidos al convento de San Bernardo, no sin sufrir la primera algunos insultos por parte de sus aprehensores.
Y así se consumó el primer golpe de estado de la época moderna en el continente Americano.
Apenas el virey y su familia estuvieron en poder de los conjurados, Aguirre y Bataller procuraron reunir en la sala del Acuerdo a los demás oidores, al arzobispo de México y a otras autoridades respetables, quienes declararon a Iturrigaray separado del mando, y convinieron en virtud de una real orden expedida en octubre de 1806, entregar el mando supremo con carácter de virey, al mariscal de campo don Pedro Garibay, un anciano septuagenario que había hecho su carrera militar en la colonia, de escasa inteligencia y medroso carácter. De tal forma se organizó todo, que al amanecer del día 16 de septiembre de 1808, los habitantes de la capital supieron con asombro que algunas horas antes, una revolución había derribado a Iturrigaray y elevado al decrépito don Pedro Garibay. Pero mayor fue el asombro cuando leyeron la proclama de la Audiencia: “Habitantes e México de todas las clases y condiciones …… "El pueblo se ha apoderado de la persona del Exmo. sr. virey : ha pedido imperiosamente su separación por razones de utilidad y conveniencia general …….."
El nuevo gobierno de la Nueva España, salido del motín mas escandaloso que hubiera presenciado hasta entonces la capital de la colonia, dio principio a sus funciones ejerciendo actos de extraordinario rigor contra los que venían figurando al frente del partido que alentaba el propósito de romper las cadenas de Nueva España. Los voluntarios de Fernando VII se hicieron dueños del palacio y sacaron a la plaza los cañones que hallaron dentro de aquel vastísimo palacio; con arrogante ademán custodiaban las puertas y hacían retirar con imperiosos modos a los curiosos que a ellas se agrupaban. En la misma noche del asalto al palacio, también fueron aprehendidos los licenciados Cristo, Verdad, el fraile mercenario Talamantes y algunos otros personajes que habían sostenido con más empeño la creación de un gobierno provisional.
El padre Talamantes era natural del Perú, y hacía algún tiempo se encontraba en la Nueva España con el objeto de viajar a la metrópoli por disturbios en su provincia. Durante su permanencia en México trabó estrecha amistad con los hombres mas distinguidos del naciente partido de la Independencia. Era Talamantes de vasta instrucción y de carácter valiente y generosos arranques. Iturrigaray lo comisionó para fijar los límites e la provincia de Texas y para establecer un plan para la defensa del reino. Puesto en contacto con los propugnadores de la creación de un gobierno propio, escribió algunos apuntes sobre el modo de convocar el congreso eneral del reino, y objetos de que esta había de tratar. De estos escritos hizo circular copias con profusión entre los Ayuntamientos del reino, contribuyendo así de forma poderosa a difundir ideas y principios que preparaban los ánimos a desear un cambio radical en el modo de ser político y social en la colonia; debido a la difusión y propagación de ideas e ideales libertarios, fue preso primeramente en la cárcel secreta de la Inquisición y conducido luego a las playas mortíferas del Golfo; murió en el mes de abril de 1809, en la mayor miseria y triste desamparo, en la fortaleza de San Juan de Ulúa.
No menos lúgubre fue la muerte del Licenciado Verdad. Llevado a las prisiones del Arzobispado se le halló muerto a los pocos días, el 4 de octubre, dentro del encierro en que se le había metido. La opinión no dejó de atribuir al veneno esta muerte rápida y misteriosa, sin que los mas ardientes defensores de la dominación española hayan podido hasta hoy día, desvanecer satisfactoriamente los cargos que de este crimen inútil se han dirigido a los hombres del gobierno de esa época. El licenciado don José Antonio Cristo y Azcárate , que en unión de Verdad tanto se habían distinguido en los trabajos del Ayuntamiento de México, fueron presos y llevados al convento de Betlemitas, adonde permanecieron hasta los últimos días de 1811 en que fueron puestos en libertad.
Curioso resulta el siguiente hechos: el depuesto Virey Iturrigaray fue remitido hacia Veracruz para ser embarcado junto con su familia, con rumbo a España, por lo que dejó nombrado apoderado al marqués de San Juan de Rayas, cargo rehusado por muchos, temerosos del partido triunfante, pues que antes de la salida de Iruttigaray se había comisionado al oidor Bataller para instruirle proceso, y prevínose, en aviso publicado en la Gaceta, que todos aquellos que tuviesen bienes del exvirey, los presentasen al gobierno por haberlo mandado así el real Acuerdo, presidido por el nuevo supremo mandatario y a petición del pueblo.
Así las cosas, el nuevo Virey fue reconocido sin contradicción por todas las autoridades de la Nueva España; el poderoso elemento militar no vaciló en adherirse al nuevo orden de cosas, ofreciéndole desde luego su apoyo. El coronel don Félix María Calleja, fue de los primeros en unirse al gobierno del virey Garibay, en fin, todos aquellos militares que habían recibido grandes distinciones de Iturrigaray, no vacilaron en unirse y apoyar al nuevo gobierno, contándose entre ellos el subteniente del regimiento provincial de Valladolid don Agustín de Iturbide.
Los miembros del partido triunfante, los Voluntarios de Fernando VII, cometió tales excesos en la embriaguez del triunfo, a tal grado, que uno de los primeros actos de Garibay fue llamar a México algunos cuerpos de los acantonamientos para contener a los voluntarios y acabó por disolverlos. En cambio, los que componían el partido que hemos llamado Mexicano, se dispersaron en los primeros momentos del desastre, metiéndose cada uno en su casa; pero a poco volvieron a anudar sus relaciones, y entonces la irritación por los ultrajes recibidos produjo su efecto natural: comenzaron a germinar en los vencidos el sentimiento de furor y venganza de que estaban ajenos unos mese atrás. Ya no se trató de una revolución ordenada ni de desear la independencia solo por los bienes que derivan de esta noble y buena conquista de los pueblos; pensóse en generalizar los sentimientos de odio y amargura y de convertirlos en una pasión popular que borrase hasta los vestigios de esa veneración habitual que los hombres tributan voluntariamente a los que mucho tiempo los dominan y oprimen……….
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Corre ya el año de 1809. A los hijos del suelo Mexicano se les procuró inspirar el deseo de arrancar a los españoles el poder que entre sus manos de hallaba. Nada se omitió para inflamar contra ellos el odio popular; sin prensa y sin tribuna, sin reuniones permitidas por la ley acudióse al anonimato, y los pasquines que se fijaban todas las noches en las esquinas y aparecían al día siguiente a los ojos del público, destilaban la hiel rencorosa de los vencidos y su aversión a los dominadores. Las gentes del pueblo eran emisarios misteriosos y activos que vendían en posadas y mercados libelos manuscritos contra el nuevo gobierno de los españoles; llegó a tanto este desbordamiento de enconadas pasiones, que el nuevo gobierno multiplicó para contenerlo, bandos rigurosos y providencias severísimas, ofreciéndose grandes recompensas a los que denunciaran a los autores de los pasquines y libelos.
Los desastres sufrido por las tropas españolas a fines de 1808 y principios de 1809 fueron anunciados a la colonia en una proclama del virey fechada el 20 de abril de 1809 terminando por excitar el patriotismo español para acudir en auxilio de la madre patria. Pero el virey amenazaba también en ese documento a los “ malvados que esparcían anónimos y papeles incendiarios, y que en la obscuridad y envueltos en las tinieblas trabajaban en seducir a los súbditos leales, siendo agentes indirectos del tirano.” Estos a quienes aludía la proclama de Garibay no eran otros que los partidarios de la Independencia, cuyo número había aumentado sobremanera; aplaudían los triunfos de los franceses, no por simpatía a la causa de Napoleón, sino porque juzgaban favorable a sus planes y aspiraciones todo lo que debilitase a la metrópoli.
Cumpliendo con sus amenazas fulminadas en su proclama de 20 de abril, el virey estableció en junio una Junta Consultiva formada de 3 oidores, que entendiese de todas las causas de “infidencia”. Numerosos arrestos y destierros a España se efectuaron apenas instalado este tribunal especial. Entre las víctimas de esta época se debe mencionar al fraile Franciscano Sugastí, don José Luis Alconedo, platero , a quién se le imputó que labraba la corona que había de ceñir en la frente Iturrigaray, el escribano Peimbert, Acuña y Castillejos, y muchos mas, convencidos de ser ellos los autores de papeles o maquinaciones sediciosas.
A pesar de la docilidad y sumisión de Garibay a las influencias del partido español, los miembros de esta poderosa agrupación no tardaron mucho en conocer la incapacidad del hombre que habían elevado al virreinato. Escribieron carta tras carta a la Junta Central pidiendo que esta nombrase un hombre enérgico y resuelto y de dotes proporcionadas a lo difícil de las circunstancias. La orden de sustitución llegó en julio de 1809, y el 19 del mismo mes le dio cumplimiento Garibay, entregando el mando a Francisco Javier de Lizana y Beaumont, hombre virtuoso y honrado, de apacible carácter y sentimientos generosos; sacerdote que se había distinguido en España en el ejercicio de varios obispados. Impelido por sus íntimos consejeros Alfaro y Bodega y testigo de los excesos cometidos por el partido español durante el gobierno del inepto Garibay, se alejó de ese partido y de los oidores. No es de extrañar , a pesar de la política conciliadora de que siempre dio muestras el azobispo-virey, la zozobra en que se hallaban los hombres del gobierno temiendo alzamientos y asonadas que llevasen al terreno de los hechos el ardimiento de las opiniones políticas.
Una orden de autoridad militar fechada el 3 de noviembre de 1809 prevenía aumentar la guardia del vivac con diez hombres, patrullar los portales de la Plaza Mayor, aprehender a todo individuo que llevase armas consigo, reconocer a todas las personas que transitasen las calles después de las once de la noche, disolver los grupos que formases 6 o mas individuos y que las guardias del Arzobispo y de la Casa de Moneda no abrieran las puertas principales de sus puestos respectivos aun cuando oyesen durante la noche tiros de fusil o de cañón.
Las desavenencias entre el arzobispo virey y los miembros del partido español, entretanto, lejos de calmarse, se ahondaban mas y mas. El virey sospechaba que aquellos tramaban una conjuración para hacer de él lo que con tanta osadía como fortuna hicieron de Iturrigaray. Los miembros del partido español determinaron enviar una comisión a la península en la cual informaban todo lo ocurrido firmado por casi todos los que asaltaron el Palacio en la causa de Iturrigaray. No obstante la prudencia con que se decidió y dispuso el viaje del comisionado don Martín Berezaluce, llegó a oídos del virey, y persuadido de que la verdadera misión del comisionado era la de trabajar para que se le quitase del gobierno, ordenó que se le prendiese y se le despojara de los papeles que se le hallase, también fue preso el escribano Ponce, en cuyo oficio se extendió el poder.
Entra tanto que la desunión se envenenaba más y más entre los decididos sostenedores de la dominación española y el representante de la regia autoridad, el partido contrario tramaba una conspiración en Valladolid, capital de la provincia de Michoacán…….
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…… Con motivo de la disolución del acantonamiento en Jalapa, habían vuelto a Valladolid dos regimientos provinciales, uno de infantería y otro de caballería, formados en el mismo Michoacán. Era capitán del primero don José María Obeso, y este y algunos de sus compañeros, oficiales de ambos regimientos hablaban con frecuencia de los asuntos políticos, materia preferente en las conversaciones desde hacía un año. Llegó a la sazón a Valladolid en septiembre de 1809, el teniente del regimiento de la Corona don José Mariano Michelena, natural de aquella ciudad, y que llevaba la misión de enganchar gente para el cuerpo á que pertenecía; y no tardó en unirse estrechamente con sus compañeros García Obeso y los otros oficiales amigos de este; pero más impetuoso y resuelto que ellos formó un plan de conspiración, tomando en ella participio, además de los nombrados ya, el licenciado don Manuel Ruiz de Chávez, cura de Huango; fray Vicente de Santa María, religioso franciscano; el comandante don Mariano Quevedo, el licenciado don José Nicolás Michelena, hermano del militar del mismo nombre, y el licenciado Soto Saldaña.
¿Cuáles fueron los trabajos que emprendieron y el fin que se proponían alcanzar estos conspiradores? El mismo Michelena, alma de la conjuración, los ha consignado en un relato que escribió algunos años después:
“Estas personas, las que arriba se han citado, y yo nos fijamos en la conveniencia de excitar a nuestros relacionados, que eran de confianza, para que nos reuniéramos y acordáramos lo conveniente á nuestro objeto y seguridad, y que se les propusiera uniformar la opinión en estos dos puntos: 1º. Que sucumbiendo España, podríamos nosotros resistir conservando este país para Fernando VII; que si por este motivo quisiesen perseguirnos, debíamos sostenernos, y que para acordar los medios mandasen sus comisionados.
En consecuencia , mandamos a diversos puntos al licenciado don José María Izazaga, á don Francisco Chávez, á don Rafael Solchaga, y á mi dependiente don Lorenzo Carrillo. Yo fui a Pátzcuaro y luego a Querétaro para hablar con Allende, mi antiguo amigo, al que cité para aquel punto; como resultado de estas diligencias vinieron don Luis Correa, comisionado por Zitácuaro, y don José María Abarca, capitán de las milicias de Uruapan, por Pátzcuaro, y aunque Abasolo fue comisionado por San Miguel, no vino, pero escribió que él y Allende estaban corrientes de todo, que vendría después uno de ellos y que estaban ya seguros del buen éxito en su territorio…
Continuábamos nuestras reuniones y trabajos hasta mediados de diciembre, en que vinieron nuestros comisionados Correa y Abarca con más circunspección de la que podía esperarse de nuestra inexperiencia, pero no tanta que los españoles no se apercibieran de ello. “”Un criollo, que aunque nos trataba continuamente entonces, con justicia nos era sospechoso, y después sirvió decisivamente á la Independencia, nos hizo gran daño”” (este criollo fue don Agustín de Iturbide, teniente entonces del regimiento provincial de Valladolid, quien recibió del virey una carta particular dándole las gracias por la parte activa que tomó en la represión de los conjurados de Valladolid); y el padre Santa María, que era muy exaltado, picándolo los europeos se explicó fuertemente sobre la Independencia; de todo lo cual, por las sospechas que había contra nosotros y por lo que decía nuestro citado “paisano”, se dio parte al gobierno, el que mandó reducir á prisión á Santa María y que se formasen averiguaciones contra nosotros.
Nuestra conducta durante la causa fue muy buena, de modo que solo se pudo probar que excitamos la opinión y que queríamos poner los medios para que sucumbiendo España, este país no siguiese la misma suerte; lo cual, manejado por mi primo el doctor Labarrieta y otros amigos hábiles, le dio un aspecto tal, que, aunque bien se apercibían los resultados, no podía en aquellas circunstancias llamársenos criminales, por lo cual el arzobispo virey Lizana mandó en enero de 1810 cortar la causa, disponiendo que García Obeso pasase a San Luis, mi hermano a México y yo a Jalapa. Los demás compañeros quedaron en libertad y continuaron en sus trabajos, ya con mayor experiencia, hasta que fueron denunciados en Querétaro, donde estuvo a punto de ser víctima el benemérito corregidor don Miguel Domínguez, y habiéndose tenido la noticia en San Miguel, Hidalgo, Allende y sus compañeros se pusieron en defensa y comenzaron la guerra con el regimiento de que era capitán el segundo, y como todo estaba muy preparado, se reunió desde luego cuanto tocaron.
De nuestra relaciones de entonces, casi todos murieron en la empresa; solo vimos la Independencia don Antonio Cumplido, don Antonio Castro, don José María Izazaga, don José María Abarca, don Lorenzo Castillo, y yo y no se si alguno otro mas. Han muerto después Abarca y castillo.”
Hasta aquí el escrito y visión de el teniente José Mariano Michelena cabeza y alma de la Conspiración de Valladolid en 1809.
Los conspiradores de Valladolid contaban para realizar su proyecto con los capitanes de las compañía de esa provincia Mier y Muñíz; con los piquetes que mandaba Michelena y Quevedo y con los indios de los pueblos inmediatos, cuyos gobernadores mantenían comunicación con García Obeso. Resolviéndose en aquellas juntas que este último ejerciese la autoridad militar y política, y que Michelena, al frente de los dos regimientos provinciales, invadiría la vecina población de Guanajuato, propagando en ella el movimiento revolucionario y ofreciendo a los Indios la exención del pago de tributo, por cuyo medio se prometían los conjurados allegar en breve tiempo un crecido número de partidarios. La revolución debía estallar en Valladolid el 21 de diciembre de 1909, empezando por sorprender al asesor don José Alonso de Terán, que ejercía en aquellos momentos las funciones de intendente, y al comandante de las armas Lejarza.
El intendente Alonso de Terán, ya fuera por las causas que ha consignado Michelena en su relato, ya por alguna denuncia que le hiciese alguno de los mismos conjurados, mandó reducir a prisión en la mañana del 21 de diciembre, al padre Santa María, quien fue conducido al convento de El Carmen. Los demás conspiradores al saber este suceso, se reunieron para acordar algunas medidas, siendo las principales procurar establecer comunicaciones con el preso o intentar liberarle, avisar de lo ocurrido a los gobernadores de los pueblos Indios, y reunir todos los destacamentos de que creían disponer.
Quién dio aviso de la conspiración fue el cura del Sagrario de Valladolid don Francisco de la Concha, y que a este se lo comunicó en conciencia el cura de Celaya, quien los sabía por don Luis Correa, uno de los asistentes a las juntas de Michelena. Correa se presentó a Terán y delató a todos sus correligionarios, de los cuales unos fueron llamados a la casa de Lejarza y reducidos a prisión; y otros aprehendidos en sus habitaciones respectivas. El licenciado Soto Saldaña, que en los primeros momentos intentó, sin éxito ninguno, un levantamiento popular, y otros dos conspiradores, pudieron librarse de la prisión, apelando a la fuga y ocultándose enseguida. Tal fue la conspiración de Valladolid, que si bien no tuvo resultados inmediatos preparó la que debía estallar en el curso del siguiente año, y aleccionó a varios de los que en esta última tuvieron activo y muy importante participio.
En el estado crítico en que se hallaban colocados el arzobispo virey y el partido español, la conjuración de Valladolid que a nadie podía engañar con su pretexto aparente de congregar una junta que gobernase a nombre de Fernando VII, fue motivo para que aquellos volvieran a chocar rudamente. Convenía a los españoles aumentar la importancia de la conjuración; en cambio, el virey, no apareció alarmado ni consideró de gran magnitud el abortado complot de Valladolid y en una proclama que dio el 22 de enero de 1810 exhortó a la unión entre criollos y españoles, decía: “ Yo lo publico y lo declaro con suma complacencia: en el tiempo de mi gobierno en este virreinato, ni en la capital, ni en Valladolid, ni en Querétaro, ni en otro pueblo en que ha habido algunos leves acontecimientos y rumores de desavenencias privadas, he encontrado el carácter de malignidad que los poco instruidos han querido darle, pues ellos no han nacido de otro origen, que de la mala inteligencia de algunas opiniones relativas al éxito de los sucesos en España o de falsas imposturas, en que se ha desahogado el resentimiento personal, y en esta inteligencia he procedido y procederé en semejantes particulares acontecimientos, en cuanto basta a acrisolar la conducta de los inocentes y a corregir las equivocaciones y ligerezas de los otros, y pues vuestro virey está tranquilo, vivid vosotros también seguros.”
De esta suerte el gobernante supremo de la colonia, reducía las recientes conspiraciones a proporciones exiguas, desmentía las exageraciones del partido español, y sin quererlo, de seguro, alentaba a todos los conspiradores. No obstante, adoptó medidas de defensa con la intención de prevenir que sus tropas apoyasen en un momento dado las causas de la Independencia. El gobierno mandó que se reunieran algunos cuerpos de la milicia y que se arreglasen en batallones las compañías sueltas creadas en los tiempos de Iturrigaray; se hicieron compra de armas en los Estados Unidos y dio ocho mil pesos para proveer de moldes y otros útiles a una fundición de cañones.
A justificar estos aprestos bélicos llegaron a México en los últimos días del mes de enero de 1810 las mas desastrosas noticias de la armas españolas: las derrotas sufridas por las armas españolas en el segundo semestre de 1909; la terrible derrota del ejército anglo-español que obligó a los españoles a huir y refugiarse en la Sierra Morena, y el ejército inglés, al mando del héroe futuro de Waterloo, no paró en su marcha retrógrada sino hasta la frontera de Portugal. El arzobispo Lizana, en vista de estas siniestras noticias, continuó con ardor la tarea de apercibir armas, pertrechos y recursos, pues siempre temió el gobierno que alguna escuadra francesa intentara atacar la Nueva España.
No obstante la excesiva vigilancia de las autoridades, algún agente secreto de Napoleón logró introducir a la sazón en la colonia una proclama del rey José, fechada en Madrid el 2 de octubre de 1809, en la cual exhortaba a los habitantes de la Nueva España a reconocerle como monarca legítimo, y que fue motivo para que el virey arzobispo publicara a su vez otra proclama refutando al monarca intruso, y mando quemar públicamente y por mano del verdugo la proclama del rey José el 26 de abril de 1810.
En España logrose formar, en medio de guerras y derrotas un Consejo Supremo de Regencia, el 29 de enero de 1810. Publicado en México el decreto que estableció el Consejo de Regencia, efectuose el 7 de mayo el juramento de obediencia y fidelidad al nuevo gobierno supremo de España. El mismo 7 de mayo fue también publicado en México el decreto de la Regencia mandando que en los virreinatos y capitanías generales de América se eligieran diputados a las Cortes extraordinarias del reino; cada capital de provincia debía elegir un diputado y que las elecciones serían hechas por los ayuntamientos. La promulgación de este decreto fue el último acto gubernativo del virey Lizana, pues que por el mismo correo , recibió un oficio del marqués de la Hornazas, ministro de la Regencia, en que se le participaba que, en atención a su avanzada edad y a sus enfermedades, se le relevaba del cargo de virey de Nueva España, debiendo la real Audiencia, entretanto llegase el virey que había de nombrase, ejercer todas las funciones y facultades anexas a tan alta autoridad.
La Audiencia, pues, entró a gobernar la Nueva España el 8 de mayo de 1810……
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….. Pasaba el poder de manos de un prelado inepto, respetable por sus virtudes privadas, pero incapaz de gobernar la Nueva España, a una corporación de togados, orgullosos y apasionados, celosos unos de otros, y acostumbrados a la lentitud en los procedimientos, cuando iban a ser mas que nunca necesarias la unidad de acción, la actividad y la prudencia. Catani, el regente se ese alto cuerpo, no era escaso de inteligencia e instrucción, pero se hallaba agobiado por el peso de los años y sometido a las mismas poderosas influencias que hicieron del arzobispo Lizama dócil instrumento de pasiones y rivalidades. Aguirre y Viana, miembros prominentes de la audiencia aparecían como émulos del regente, alrededor de uno y otro agrupábanse los demás oidores.
Instalada la Audiencia, procedió al día siguiente, 9 de mayo de 1810 a organizar su gobierno; ya constituido el gobierno, dirigió toda su actividad a continuar reuniendo donativos para compra de armamento, y remisiones a España. Asombra verdaderamente la abundancia de dinero en aquella época, pues no obstante las enormes sumas que hacía ya dos años habíanse enviado a la península, pudo allegar en pocos días mas de doscientos mil pesos destinados a la adquisición de armas en Inglaterra; una suma mayor para mandar zapatos a los ejércitos que en España defendían la independencia; un préstamo de quinientos cincuenta mil pesos que llevó a España el navío Ingles Baluarte, y por último, el importe de un cargamento de azufre y plomo para municiones. A su debido tiempo en la Nueva España fueron elegidos los diputados que debían representarla en las cortes del reino; de aquí surgieron diez y siete individuos, todos ellos, excepto uno, nacidos en suelo Mexicano, que representaban a las siguientes provincias: México (capital), Guadalajara, Valladolid, Veracruz, San Luís Potosí, Puebla, Yucatán, Guanajuato, Querétaro, Zacatecas, Tabasco, Nuevo León, Oaxaca, Tlaxcala, Sonora, Durango y Coahuila; por esta última iba el insigne Miguel Ramos Arizpe.
Pero ni la participación que acababa de darse a la colonia en las cortes de España, ni la proclama de la Audiencia en donde se prometía que se iba a elevar a la categoría de hombres libres, convencieron a los partidarios de la independencia, que anhelaban romper las cadenas que ataban a su país. Lejos, pues, de desmayar en su empresa continuaron preparando en la sombra y el misterio sus patrióticos trabajos.
Y como si la Naturaleza anunciara con el trastorno de sus leyes el que muy pronto estallaría en el ámbito de la vasta Nueva España, armando a sus habitantes unos contra otros, sembrando ruinas y desolación en su fertilísimo suelo y sacudiendo en todas direcciones la tea de la discordia, un desencadenado huracán que sopló durante la noche del 19 de agosto de 1810, azotó con espantosa furia las costas de ambos mares, arrancando de su asiento a la mayor parte de las casas de Acapulco, y levantando a tal extremo las olas en el Golfo Mexicano que en Veracruz se llegó a temer que el caserío viniese a tierra e hiciese morir bajo sus escombros a los consternados habitantes, quienes presenciaban impotentes la destrucción de casi todos los buques anclados a la sazón en la encrespada bahía.
La regencia de Cádiz, que a poco de confiar el gobierno de la Nueva España a la Audiencia de México, hubo de deplorar lo desacertado de su resolución, ocupóse diligentemente en hallar al hombre a propósito para puesto tan difícil e importante. Creyó encontrarlo en don Francisco Javier de Venegas, y este fue el nuevo virey que a bordo de la fragata Atocha, llegó el 25 de agosto de 1810 a las aguas de Veracruz, apenas calmadas del tempestuoso huracán que las había revuelto pocos días antes. Era el nuevo y elevado funcionario caballero profesor de la orden de Calatrava y teniente general de los ejércitos españoles. Durante la lucha contra la invasión francesa, época en que obtuvo rápidos ascensos, Venegas fue constantemente desgraciado: fue vencido en Uclés y luego al frente del ejército de Castilla la Nueva; sufrió una completa derrota en los campos de Almonacid. Retirado del ejército se le dio el gobierno de Cádiz y ejercía este empleo cuando fue agraciado con el muy importante de virey de la Nueva España.
Su traje militar, sencillo y severo en comparación de los lujosos que vestían otros virreyes, llamó la atención de sus gobernados, así como su peinado y barba, y su aire ceñudo y despegado, hallando en todo esto inspiración la musa popular para zaherir al nuevo gobernante. Marchó lentamente desde el puerto hasta la capital con la intención de instruirse, lo mas posible, de la situación de la colonia, antes de recibir el mando. En Perote se le informó por primera vez de los rumores que corrían respecto a una sublevación que estaba a punto de estallar en el interior de la colonia. Llegó a la villa de Guadalupe el 13 de septiembre, y ese mismo día le entregó la Audiencia el mando supremo, haciendo al día siguiente su entrada en la capital con la solemnidad hasta entonces usada.
Entre los pasquines que se fijaron en las puertas del palacio de México en los primeros días del gobierno de Venegas, decía uno:
“Tu cara no es de excelencia
Ni tu traje de virey;
Dios ponga tiento en tus manos,
No destruyas nuestra ley".
La contestación que mandó fijar Venegas en el mismo sitio, decía así:
Mi cara no es de excelencia
Ni mi traje de virey;
Pero represento al rey
Y obtengo su real potencia;
Esta sencilla advertencia
Os hago por lo que importe:
La Ley ha de ser mi norte
Que dirija mis acciones:
¡Cuidado con las traiciones
Que se han hecho en esta corte!
Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....
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