Re: Hace 200 años . . . . .
Querétaro, ciudad situada a sesenta leguas escasas de la de México y comprendida en la intendencia de Guanajuato, aunque gobernada por un magistrado especial, tenía por Corregidor a don Miguel Domínguez, hombre distinguido por su saber, integridad y virtudes, quien ejercía aquel importante empleo desde la época del virey Marquina. Su rectitud y probidad en el corregimiento le atrajeron, sin embargo, la aversión de aquellos cuyos abusos reprimía con mano enérgica, contándose entre ellos a los amos de los obrajes de pan, que siempre hallaban al digno funcionario dispuesto á impartir poderosa protección á los infelices trabajadores que en esos establecimientos eran tratados a manera de esclavos.
La esposa del Corregidor, doña María Josefa Ortiz de Domínguez, dignísima matrona que había de unir su nombre á la proclamación de la Independencia Mexicana, aparece como en numen de la patria en las reuniones que con pretexto de tratar asuntos puramente literarios se efectuaban en aquella ciudad, unas veces en la casa del presbítero don José María Sánchez, y otras en las del abogado Parra. Su alma ardiente y tierna confundía en un mismo sentimiento á la familia y á la patria, y el entusiasmo que la dominaba comunicábase fácilmente a sus contertulios. La ilustre dama nunca sintió entibiarse ni su decisión ni su fe; hundida mas tarde y por largos años en inmundos calabozos, supo afrontar con entereza el infortunio, sin que flaqueara su animo esforzado, y sin que se menguara nunca en ella la esperanza de ver á un México independiente y libre. Su familia se arruinó, sus hijos quedaron reducidos a la miseria, y aunque mas tarde una ley de amnistía le devolvió la libertad, ni a una ni a otros les volvió la fortuna.
Aparte de los ya nombrados, asistían a las reuniones los abogados Altamirano y Lazo, don Francisco Araujo, don Antonio Téllez, don Ignacio Gutiérrez, don Epigmenio y don Emeterio González, el regidor Villaseñor Cervantes, el capitán don Joaquín Arias, del regimiento de Celaya, el teniente don Francisco Lanzagorta, del regimiento de Sierra Gorda; el de igual graduación Baca, del de San Miguel; algunos otros oficiales y paisanos. Los capitanes don Ignacio Allende, don Mariano Abasolo, y don Juan Aldama, del regimiento de Dragones de la Reina, residente en San Miguel el Grande, y a quienes hemos visto ya en relación con los conspiradores de Valladolid, iban secretamente a Querétaro y concurrían también las juntas. Es al capitán don Ignacio Allende a quien sus correligionarios consideraban como el hombre mas á propósito para ejecutar la revolución tramada, como decía el alcalde ordinario de Querétaro, don Juan Ochoa en la denuncia que dirigió al virey, entregando la información en primera instancia al Oidor don Guillermo Aguirre con fecha 10 de septiembre de 1810.
Empero, el mismo denunciante, en la denuncia dirigida al virey con fecha 11 de septiembre de 1810, informaba que Hidalgo, cura del pueblo de Dolores, era el autor y director de la revolución proyectada, y que se la había asegurado que, este último tenía conmovidas a la mayor parte de ese pueblo y de la villa de San Felipe; que también eran sospechosos el Corregidor de Querétaro y el licenciado Laso de la Vega de Guadalajara, avecindado aquí desde hace seis meses.
Hemos llegado a un punto que ha dividido con frecuencia a los que de este periodo de nuestra historia se han ocupado. Hay quienes atribuyen todo el mérito de haber iniciado la proclama de la Independencia al ilustre Allende, y otros sostienen que a Hidalgo corresponde exclusivamente la gloria de prepararla y dirigirla. Antes de entrar en materia, daremos a conocer a estos preclaros caudillos de la Independencia de México.
Dispersos en la extensa llanura de Plan de Pénjamo (Estado de Guanajuato) hacia la ribera oriental del rio Turbio, y no muy distantes de Cuitzeo, álzanse varios blancos caseríos, entre los cuales se distingue el del Rancho de San Vicente. Entre las tierra de labor de este y circundando un espeso mezquital, á cuya sombra se guarecen hoy los pastores de las cercanías, se levanta un montecillo de escombro conocido en toda la comarca con el nombre de Rancho Viejo, porque allí, en efecto, se alzaba el de San Vicente antes de 1790, año en que las crecientes del Turbio lo destruyeron obligando a sus moradores al sitio que hoy ocupa. En ese lugar, cubierto de ruinas, y a donde se ha erigido a fines del siglo XIX un sencillo monumento, vio la luz primera el Padre de la Independencia Mexicana. En este sitio, el recinto del rancho viejo de San Vicente, cuna verdadera de don Miguel Hidalgo, está levantado gracias al civismo de los Penjamenses, un monumento que a la vista tenemos: columna toscana que ilustra estos campos como un presente de gloria, y cuyo pedestal lleva la inscripción siguiente:
Su padre don Cristóbal Hidalgo y Costilla, natural de Tejupilco, era administrador de la hacienda de San Diego Corralejo, a la que pertenecía el rancho viejo de San Vicente que ocupaba como arrendatario don Antonio Gallaga con dos hijas suyas y una sobrina huérfana llamada Ana María Gallaga; con esta última se casó don Cristóbal Hidalgo y el primer fruto de esta unión, fue el héroe de la Independencia, que conforme a los usos de aquel tiempo, vio la luz en casa de la familia materna. Fue bautizado el 16 de mayo del mismo año en la capilla de Cuitzeo de los Naranjos. La desahogada posición de don Cristóbal Hidalgo hizo que pudiera dar una educación literaria a sus hijos, enviándolos a Valladolid cuando llegaron a la edad de la adolescencia.
Don Miguel, el primogénito, entró en el colegio de San Nicolás, fundado por le ilustre obispo don Vasco de Quiroga en 1540, y que según el jesuita Alegre, en su “Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España”, es el mas antiguo de América. Rápidos y brillantes fueron los adelantamientos que hizo el joven escolar, a quien sus condiscípulos llamaban “El Zorro” por su perspicacia, distinguiéndose en los cursos de teología y filosofía y llegando por último a ser nombrado Rector y catedrático del afamado establecimiento. Dedicose al estudio del francés, leyó muchas obras prohibidas, varió los textos que seguían los alumnos de San Nicolás; en sus conversaciones particulares hacía ya el análisis frío y escéptico de las contradicciones de la historia eclesiástica, y veía con poco escrúpulo las prevenciones de la disciplina eclesiástica.
La pérdida de los archivos del colegio de San Nicolás, ocurrida en la época en que los invasores franceses lo convirtieron en cuartel, impide precisar la fecha en que Hidalgo cesó de ejercer las funciones de Rector. Sábese, si, que el año de 1779 pasó a México, donde recibió la orden sacerdotal y el grado de bachiller en teología. “Según se dice”, el cabildo eclesiástico de Valladolid le franqueó mas adelante cuatro mil pesos para los gastos y propinas del grado de doctor, pero que los perdió al juego en Maravatío, al hacer el viaje a México. Después de haber recibido las órdenes, sirvió varios curatos, y entre ellos el de Colima; luego pasó a ocupar el de la congragación de Dolores y villa de San Felipe, que la muerte de uno de sus hermanos menores, don Joaquín, había dejado vacante.
A principios del siglo XIX, y cuando ya hubo llegado a la edad madura, vemos a Hidalgo dedicado en su cuarto de Dolores dedicado a la agricultura y a la industria; extendió el cultivo de la uva y propagó la cría del gusano de seda. En 1845 se conservaba aun en Dolores, en un sitio llamado “Las Moreras de Hidalgo”, ochenta y cuatro árboles plantados por su propia mano para el cultivo del opulento gusano; fundó una fábrica de loza, otra de ladrillo, talleres de artes diversas, construyó varias pilas destinadas al curtimiento de pieles, propagó la cría de las abejas y alentaba a sus feligreses para que estudiaran música y socorríales de su peculio particular en sus necesidades.
“Ese anciano de mediana estatura, de ojos azules, de frente despejada y de cabellos blancos, que vestido sencillamente de negro, con un modesto sombrero redondo y un rústico bastón, recorría los campos y se confundía con los labradores, compartiendo sus faenas y consolando sus pesares, era el mismo que en la noche en el estrado, expresaba sus sentimientos con una elocuencia ardiente y apasionada y revolucionaba las conciencias con avanzadas e innovadoras teorías. Labrador de día, pensador en el crepúsculo, hombre de sociedad en la noche.
¿Qué mucho de la Inquisición se fijara en el?. Las expresiones que a menudo vertía sin recato, el análisis que acostumbraba hacer de los hombres y cosas, el despego con que veía el servicio de la Iglesia, sus costumbres, y el estado en que había puesto su curato, que mas parecía una comuna en pequeño que una congregación de indios, es decir, los siervos en aquella época, despertaron la suspicacia Inquisitorial y en el año de 1800, promovieron contra el una causa secreta que, sobreseída a poco, fue mandada continuar en 1810 cuando el reo figuraba ya como Generalísimo de los Ejércitos Americanos.
Fueron las principales causas de esta acusación contra Hidalgo, el examen imparcial que hacía de las Escrituras y de la disciplina eclesiástica, sus deseos de un cambio de gobierno, negaba la virginidad de la madre de Jesús, combatía el voto de castidad de los sacerdotes, negaba la existencia del infierno, manifestaba sin embozo poco respeto hacia los Apóstoles y santa Teresa; algún testigo aseguraba que tanto el mismo Hidalgo como el presbítero don Martín García, deseaban la libertad francesa en esta América, otro testigo lo acusaba de discutir si era mejor el gobierno republicano que el monárquico; otros, que decía muy alto que los soberanos eran unos déspotas tiranos.
El capitán Don Ignacio Allende . . . . .
Querétaro, ciudad situada a sesenta leguas escasas de la de México y comprendida en la intendencia de Guanajuato, aunque gobernada por un magistrado especial, tenía por Corregidor a don Miguel Domínguez, hombre distinguido por su saber, integridad y virtudes, quien ejercía aquel importante empleo desde la época del virey Marquina. Su rectitud y probidad en el corregimiento le atrajeron, sin embargo, la aversión de aquellos cuyos abusos reprimía con mano enérgica, contándose entre ellos a los amos de los obrajes de pan, que siempre hallaban al digno funcionario dispuesto á impartir poderosa protección á los infelices trabajadores que en esos establecimientos eran tratados a manera de esclavos.
La esposa del Corregidor, doña María Josefa Ortiz de Domínguez, dignísima matrona que había de unir su nombre á la proclamación de la Independencia Mexicana, aparece como en numen de la patria en las reuniones que con pretexto de tratar asuntos puramente literarios se efectuaban en aquella ciudad, unas veces en la casa del presbítero don José María Sánchez, y otras en las del abogado Parra. Su alma ardiente y tierna confundía en un mismo sentimiento á la familia y á la patria, y el entusiasmo que la dominaba comunicábase fácilmente a sus contertulios. La ilustre dama nunca sintió entibiarse ni su decisión ni su fe; hundida mas tarde y por largos años en inmundos calabozos, supo afrontar con entereza el infortunio, sin que flaqueara su animo esforzado, y sin que se menguara nunca en ella la esperanza de ver á un México independiente y libre. Su familia se arruinó, sus hijos quedaron reducidos a la miseria, y aunque mas tarde una ley de amnistía le devolvió la libertad, ni a una ni a otros les volvió la fortuna.
Aparte de los ya nombrados, asistían a las reuniones los abogados Altamirano y Lazo, don Francisco Araujo, don Antonio Téllez, don Ignacio Gutiérrez, don Epigmenio y don Emeterio González, el regidor Villaseñor Cervantes, el capitán don Joaquín Arias, del regimiento de Celaya, el teniente don Francisco Lanzagorta, del regimiento de Sierra Gorda; el de igual graduación Baca, del de San Miguel; algunos otros oficiales y paisanos. Los capitanes don Ignacio Allende, don Mariano Abasolo, y don Juan Aldama, del regimiento de Dragones de la Reina, residente en San Miguel el Grande, y a quienes hemos visto ya en relación con los conspiradores de Valladolid, iban secretamente a Querétaro y concurrían también las juntas. Es al capitán don Ignacio Allende a quien sus correligionarios consideraban como el hombre mas á propósito para ejecutar la revolución tramada, como decía el alcalde ordinario de Querétaro, don Juan Ochoa en la denuncia que dirigió al virey, entregando la información en primera instancia al Oidor don Guillermo Aguirre con fecha 10 de septiembre de 1810.
Empero, el mismo denunciante, en la denuncia dirigida al virey con fecha 11 de septiembre de 1810, informaba que Hidalgo, cura del pueblo de Dolores, era el autor y director de la revolución proyectada, y que se la había asegurado que, este último tenía conmovidas a la mayor parte de ese pueblo y de la villa de San Felipe; que también eran sospechosos el Corregidor de Querétaro y el licenciado Laso de la Vega de Guadalajara, avecindado aquí desde hace seis meses.
Hemos llegado a un punto que ha dividido con frecuencia a los que de este periodo de nuestra historia se han ocupado. Hay quienes atribuyen todo el mérito de haber iniciado la proclama de la Independencia al ilustre Allende, y otros sostienen que a Hidalgo corresponde exclusivamente la gloria de prepararla y dirigirla. Antes de entrar en materia, daremos a conocer a estos preclaros caudillos de la Independencia de México.
Dispersos en la extensa llanura de Plan de Pénjamo (Estado de Guanajuato) hacia la ribera oriental del rio Turbio, y no muy distantes de Cuitzeo, álzanse varios blancos caseríos, entre los cuales se distingue el del Rancho de San Vicente. Entre las tierra de labor de este y circundando un espeso mezquital, á cuya sombra se guarecen hoy los pastores de las cercanías, se levanta un montecillo de escombro conocido en toda la comarca con el nombre de Rancho Viejo, porque allí, en efecto, se alzaba el de San Vicente antes de 1790, año en que las crecientes del Turbio lo destruyeron obligando a sus moradores al sitio que hoy ocupa. En ese lugar, cubierto de ruinas, y a donde se ha erigido a fines del siglo XIX un sencillo monumento, vio la luz primera el Padre de la Independencia Mexicana. En este sitio, el recinto del rancho viejo de San Vicente, cuna verdadera de don Miguel Hidalgo, está levantado gracias al civismo de los Penjamenses, un monumento que a la vista tenemos: columna toscana que ilustra estos campos como un presente de gloria, y cuyo pedestal lleva la inscripción siguiente:
MIGUEL HIDAGO
Nació aquí
El 8 de mayo de 1753
Nació aquí
El 8 de mayo de 1753
Su padre don Cristóbal Hidalgo y Costilla, natural de Tejupilco, era administrador de la hacienda de San Diego Corralejo, a la que pertenecía el rancho viejo de San Vicente que ocupaba como arrendatario don Antonio Gallaga con dos hijas suyas y una sobrina huérfana llamada Ana María Gallaga; con esta última se casó don Cristóbal Hidalgo y el primer fruto de esta unión, fue el héroe de la Independencia, que conforme a los usos de aquel tiempo, vio la luz en casa de la familia materna. Fue bautizado el 16 de mayo del mismo año en la capilla de Cuitzeo de los Naranjos. La desahogada posición de don Cristóbal Hidalgo hizo que pudiera dar una educación literaria a sus hijos, enviándolos a Valladolid cuando llegaron a la edad de la adolescencia.
Don Miguel, el primogénito, entró en el colegio de San Nicolás, fundado por le ilustre obispo don Vasco de Quiroga en 1540, y que según el jesuita Alegre, en su “Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España”, es el mas antiguo de América. Rápidos y brillantes fueron los adelantamientos que hizo el joven escolar, a quien sus condiscípulos llamaban “El Zorro” por su perspicacia, distinguiéndose en los cursos de teología y filosofía y llegando por último a ser nombrado Rector y catedrático del afamado establecimiento. Dedicose al estudio del francés, leyó muchas obras prohibidas, varió los textos que seguían los alumnos de San Nicolás; en sus conversaciones particulares hacía ya el análisis frío y escéptico de las contradicciones de la historia eclesiástica, y veía con poco escrúpulo las prevenciones de la disciplina eclesiástica.
La pérdida de los archivos del colegio de San Nicolás, ocurrida en la época en que los invasores franceses lo convirtieron en cuartel, impide precisar la fecha en que Hidalgo cesó de ejercer las funciones de Rector. Sábese, si, que el año de 1779 pasó a México, donde recibió la orden sacerdotal y el grado de bachiller en teología. “Según se dice”, el cabildo eclesiástico de Valladolid le franqueó mas adelante cuatro mil pesos para los gastos y propinas del grado de doctor, pero que los perdió al juego en Maravatío, al hacer el viaje a México. Después de haber recibido las órdenes, sirvió varios curatos, y entre ellos el de Colima; luego pasó a ocupar el de la congragación de Dolores y villa de San Felipe, que la muerte de uno de sus hermanos menores, don Joaquín, había dejado vacante.
A principios del siglo XIX, y cuando ya hubo llegado a la edad madura, vemos a Hidalgo dedicado en su cuarto de Dolores dedicado a la agricultura y a la industria; extendió el cultivo de la uva y propagó la cría del gusano de seda. En 1845 se conservaba aun en Dolores, en un sitio llamado “Las Moreras de Hidalgo”, ochenta y cuatro árboles plantados por su propia mano para el cultivo del opulento gusano; fundó una fábrica de loza, otra de ladrillo, talleres de artes diversas, construyó varias pilas destinadas al curtimiento de pieles, propagó la cría de las abejas y alentaba a sus feligreses para que estudiaran música y socorríales de su peculio particular en sus necesidades.
“Ese anciano de mediana estatura, de ojos azules, de frente despejada y de cabellos blancos, que vestido sencillamente de negro, con un modesto sombrero redondo y un rústico bastón, recorría los campos y se confundía con los labradores, compartiendo sus faenas y consolando sus pesares, era el mismo que en la noche en el estrado, expresaba sus sentimientos con una elocuencia ardiente y apasionada y revolucionaba las conciencias con avanzadas e innovadoras teorías. Labrador de día, pensador en el crepúsculo, hombre de sociedad en la noche.
¿Qué mucho de la Inquisición se fijara en el?. Las expresiones que a menudo vertía sin recato, el análisis que acostumbraba hacer de los hombres y cosas, el despego con que veía el servicio de la Iglesia, sus costumbres, y el estado en que había puesto su curato, que mas parecía una comuna en pequeño que una congregación de indios, es decir, los siervos en aquella época, despertaron la suspicacia Inquisitorial y en el año de 1800, promovieron contra el una causa secreta que, sobreseída a poco, fue mandada continuar en 1810 cuando el reo figuraba ya como Generalísimo de los Ejércitos Americanos.
Fueron las principales causas de esta acusación contra Hidalgo, el examen imparcial que hacía de las Escrituras y de la disciplina eclesiástica, sus deseos de un cambio de gobierno, negaba la virginidad de la madre de Jesús, combatía el voto de castidad de los sacerdotes, negaba la existencia del infierno, manifestaba sin embozo poco respeto hacia los Apóstoles y santa Teresa; algún testigo aseguraba que tanto el mismo Hidalgo como el presbítero don Martín García, deseaban la libertad francesa en esta América, otro testigo lo acusaba de discutir si era mejor el gobierno republicano que el monárquico; otros, que decía muy alto que los soberanos eran unos déspotas tiranos.
El capitán Don Ignacio Allende . . . . .
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