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. . . El jefe realista Torre, unido con la sección de Mora y la de Torres Cano, emprendió su marcha hacia Zitácuaro, y en la mañana del 22 de mayo de 1811 su infantería, a las órdenes de Mora, avanzó contra las posiciones de los Independientes defendidas por los jefes López y Oviedo, que sostuvieron la primera carga con firmeza, y cuando vieron vacilar la fuerza de Mora la atacaron a su vez con tanta resolución que la derrotaron en pocos momentos y siguieron su alcance tan de cerca que llegaron a mezclarse vendedores y vencidos. Mora Y Piñeira, que iban al frente de la columna, perecieron, y los pocos fugitivos que escaparon a la matanza se pusieron al abrigo de una batería que Torre mandaba en persona y que se había quedado algo distante del campo de batalla.
En vano procuró este dar una segunda carga: la tropa rendida de fatiga y atemorizada por la tenaz resistencia que acababa de encontrar, solo pensó en la retirada, que se emprendió con gran desorden por el cañón ó puerto de San Miguel, cuya entrada se halló cubierta con grandes montones de piedra. Detenidos ante este obstáculo y seguidos por los Independientes al mando de Lopez y Oviedo, rindiéronse los realistas que iban a la vanguardia entregando sus armas y cañones. Torre, entretanto, que si era cruel con los vencidos no mostraba gran aliento en el campo de batalla, guiado por el cura Arévalo de Tlalpujahua y seguido de trescientos hombres, huía por estrechas veredas y lograba llegar hasta cerca de la hacienda de Laureles; obligado a retroceder desde allí para no caer en manos de los indios, fue hecho prisionero por el mismo López, y las gentes de este, poseídas de furor al ver al fin entre sus manos al que les había hecho sufrir tamaños males, se echaron sobre el y lo hicieron pedazos en pocos momentos. Su tropa en número de setecientos hombres, fue hecha prisionera, salvándose algunos que llevaron la noticia del desastre.
Supo López Rayón en Tusantla la victoria alcanzada por don Benedicto Lopez y, considerando las ventajas que pudiera ofrecerle Zitácuaro salió a principios de junio con dirección a este lugar; el valiente López se puso desde luego a sus órdenes, y seguros ambos de que muy pronto serían atacados, adoptaron con empeño todas las medidas que exigía una vigoroza defensa. Hállase situada Zitácuaro en una ladera y en algunas lomas bajas, circuída casi al alcance del cañón de elevados cerros, sin mas entradas que por tres profundas abras conocidas con los nombres de San Mateo, Tuxpan y los Laureles; y las veredas que conducen a Angangueo y Malacatepec, apenas transitables para gente de a pie.
De esta situación particular supo sacar partido Rayón para fortificarse. A las defensas naturales de Zitácuaro añadió el jefe Independiente las del arte, abriendo una zanja de cinco varas de ancho alrededor de la población, en un perímetro que no se bajaba de una legua, la que se inundaba según convenía por medio de una gran presa de una hacienda situada por el rumbo de tierra caliente, y también se anegaba y se hacía impracticable mucha parte del terrano adyacente. Construyó detrás de esta zanja un parapeto con doble estacada de tres varas de ancho, y en los parajes accesibles de la línea colocó baterías, aumentando diariamente el número de sus cañones con la fundición que estableció. Los caminos que conducían al pueblo los obstruyó con zanjas y batidas de árboles, e hizo retirar o destruir los forrajes y víveres en todas direcciones.
La derrota y muerte del malvado Torre sorprendieron desagradablemente al virey, no acostumbrado a semejantes reveses, pues este era el mas completo que había sufrido el gobierno español ´por fuerzas casi iguales a las suyas. Mientras disponía el cuerpo de ejército que debiera marchar hacia Zitácuaro, ordenó que el teniente coronel Castro y el mayor Alonso se situasen en Tultenango. Pero las divisiones unidas de Castro y Alonso, suficientes para contener algún tanto el progreso de la revolución por el rumbo de Zitácuaro, no bastaban a atacar esta importante población, por lo que Venegas ordenó a Emparán, subordinado de Calleja, que emprendiese el asedio uniéndose con la sección del teniente coronel Castro.
Calleja salió de Zacatecas el 16 de mayo de 1811 y se situó en Aguascalientes, desde donde propuso al virey, en 8 de junio, un plan de armamento general del reino. Este plan adoptado por Venegas, se llevó a ejecución, y el vino a ser la organización militar que tuvo en adelante la colonia. En el oficio que dirigió su autor a este alto funcionario vaticinaba con gran perspicacia el peligro en que este mismo plan podía poner al gobierno virreinal: “El proyecto, decía Calleja, llevado a efecto extingue la revolución, pero no carece de inconvenientes, y el principal consiste en armar el reino; ordenándole de modo que si se convierte contra nosotros en algún tiempo, puede darnos mucho cuidado.” La causa realista contó así a miles de defensores armados; puede decirse que a partir de 1811 la Nueva España estuvo armada y apta para volver la espada contra quienes se la habían puesto en las manos.
La realización del proyecto de Calleja exigió que las tropas en campaña se distribuyesen de una manera mas conveniente. A fin de resguardar Zacatecas de cualquier intentona, propuso aquel entendido jefe que los cañones de Colotlán, Tlaltenango y Juchipila, por donde esa ciudad podía ser invadida, debían ser cubiertos por las tropas de Provincias Internas al mando de los tenientes coroneles López y Ochoa. Para ocupar la entrada de esos cañones por la parte de Nueva Galicia, púsose de acuerdo con el brigadier Cruz, con el objeto de que ambas divsiones los franqueasen con frecuencia, debiendo hacerse lo mismo por el rumbo de La Piedad y de Zamora, confinante entre Nueva Galicia y Michoacán. En fin, las tropas debían estacionarse de Lagos a Querétaro en las provincias de Guanajuato; cuberta la espalda por el ejército de reserva de Nueva Galicia, dándose la mano con la división de Gracía Conde, situada en San Luis, que estaba en contacto con las tropas de Arredondo en Nuevo Santander, al paso que el camino de Querétaro a México estaría cubierto por las fuerzas destinadas por el virey a su resguardo.
La órden de Vanegas dada a Emparán para reducir Zitácuaro, modificó sensiblemente la distribución de fuerzas propuesta por Calleja y contrarió en grado zumo a este experto militar, que vió reducidas sus tropas a mil quinientos hombres escasos. Emparán, convencido de las dificultades que presentaba la empresa que se le encomendó, no quería afrontarla sin tomar de antemano todas las precauciones y medidas que le asegurasen el éxito completo. Situado en Maravatío ocuposé en reponer el montaje de su artillería, en acopiar víveres y en adquirir, por medio de espias, todas las noticias que necesitaba para instruirse del verdadero estado de defensa de Zitácuaro. Impacientaba a Venegas esta demora del prudente Emparán y manifestó su disgusto en oficio que con fecha 17 de junio de 1811 dirigía al brigadier Calleja:
“ Acompaño a V. S., decíale, los oficios de once y trece que acabo de recibir en estos momentos del coronel Emparán. Ellos, como los anteriores, comprueban hasta no poder mas, que este jefe con diligencias inconducentes de repetición de espias, pinturas fantásticas y acomodadas a al inacción, no piensa en verificar la operación que se le tiene encargada; y aun podemos temer, que si obligado de nuevas y terminantes prevenciones que yo le haga, emprende su verificación, que sea de un modo débil que produzca perniciosas resultas. Es, pues, indispensable que V. S. venga a hacerse cargo de la expedición de Zitácuaro…..”
Calleja, previendo quizás un lazo en la insinuación del virey para que tomase el mando de la expedición contra Zitácuaro, y cuidadoso de no marchitar sus laureles en una empresa de éxito dificil, representole los inconvenientes que resultarían de que abandonase a Guanajuato, para cuya ciudad estaba a punto de dirigirse, y a donde llegó, en efecto el 20 de junio de 1811, y terminaba indicando que se confiase la expedición al teniente coronel don Torcuato Trujillo.
Hubo de entender al fin el pundonoroso Emparán las desconfianzas de Venegas, y guidado por su honor militar precipitó sus preparativos saliendo de Maravatío . . . . .
Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....
Emparán salió de Maravatío al frente de la división que allí se había reunido y cuya fuerza ascendía a 2,000 hombres de las tres armas. Al cabo de dos días de penosa marcha (21 de junio de 1811) y abriendo una compañía de gastadores, el camino que en varias partes había sido obstruido por el enemigo con corpulentos pinos derribados, logró la tropa realista salir de la cañada de San Mateo y tomar posición a la vista de Zitácuaro, en la loma de los Manzanillos. Apenas avistada la división de Emparán comenzó a sufrir descalabros: dos compañías destacadas de ella para proveerse de víveres y forrajes fueron acometidas por las fuerzas de López Rayón en el pueblo de San Mateo, y tan completamente destrozadas que no se salvó ni un solo hombre, perdiendo además, los equipos, las armas y una bandera. Dispuso Emaprán que se tomasen unas alturas, pero después de repetidos ataques se retiraron en dispersión sus batallones y escuadrones.
Amaneció el 22 de junio, y con la luz del nuevo día comenzó el combate con mas vigor y ardimiento: formados los realistas en dos líneas, ocupaba el centro de la primera un batallón de Nueva España al mando del teniente coronel Castro, la derecha un batallón de la columna de Granaderos a las órdenes de don Joaquín Castillo y Bustamante, y a la izquierda el coronel Iberri al frente de los primeros de la Corona. Los escuadrones de dragones de México y San Luis madados por don Gabriel Armijo apoyaban ambas alas, y la artillería se repartió en toda la longitud de esta primer línea de batalla. La segunda se componía de cien infantes de Celaya con dos piezas de artillería a las órdenes del comandante Alonso, una compañía de tiradores de Rio Verde y el escuadrón de dragones de San Carlos; el parque y los bagajes fueron colocados entre las dos líneas.
Apareció así formada la división realista por el punto de La Presa. Rayón, por su parte, determinó esperar el asalto fuera de la villa, y comenzó a poner en práctica un plan de señales acordado anticipadamente. No era sus tropas en número y calidad superiores a las de Emparán, pero aventajaba a este en artillería, contando entre sus cañones con tres muy buenos quitados a Torre que se distinguían con los nombres de Pelícano, el León, y el Fuego; y sobre todo, tenía a sus espaldas fuertes parapetos desde los que podía hacer una porfiada resistencia. Momentos después de haberse empeñado la acción, uno de los jefes independientes, don José María Oviedo, equivocando el plan de señales, avanzó antes de tiempo con la caballería, y cayó impetuosamente sobre el centro de la primer línea realista, que lo recibió a pie y firme y lo desbarató en momentos. Rayón se replegó entonces a la villa, siguiéndole los realistas, a quienes infundió grandísimo brio la ventaja que acababan de alcanzar. Hizose general la batalla en toda la línea, peleóse todo el dia con bravura de una y otra parte, pero llegó la noche sin que hubiese logrado Emparán trasponer el profundo foso que circundaba a Zitácuaro, cayendo muertos algunos centenares de sus soldados y combatiendo los demás con el agua hasta la rodilla en terrenos que anegaron los independientes.
Desalentados y maltrechos se retiraron los realistas, ya entrada la noche, a la loma de los Manzanillos, donde la lluvia que caía a torrentes aumentó sus sufrimientos después de veinticuatro horas de rudísima fatiga. Rayón se valió esa noche de una estratagema que completó la derrota y dispersión de los realistas: reunió todos los asnos que había en el lugar, mandó que a cada uno se le pusiese un farol con una vela encendida, y en esta disposición hizo que los arrojasen en tropel sobre los soldados en Emparán que, abatidos e ignorando lo que aquello era, se dispersaron aterrorizados ante este singular ataque.
Al día siguiente Emparán, con la corta fuerza que pudo reunir, emprendió la retirada. Esta fue desastrosa: inundada de enemigos la comarca, intransitables los caminos por las continuas y copiosas lluvias, escasos los víveres y los forrajes, teniendo los realistas que combatir a cada paso, rendidos de fatiga, y careciendo de los mas necesario para ellos y para sus caballos, llegaron a Toluca en el estado mas deplorable. El mismo Emparán, agravada la herida que meses antes recibió en el puente de Calderón, estuvo a punto de muerte en el convento del Carmén donde se alojó. Tamaño desastre, en el que Venegas tenía gran culpabilidad por haber precipitado el ataque, acrecentó, sin embargo, su prevención contra Emparán, y apenas supo que este había llegado a Toluca con los restos de su vencida división, envió a esta ciudad al brigadier conde de Alcaraz con el encargo de no solo pasar revista a la tropa, sino de averiguar si era o no cierta la enfermedad de Emparán, y de instruir expediente informativo sobre su conducta; y aun después de terminada la información, que dejaba a este último libre de toda responsabilidad, insistía el virey en sus prevenciones. Apenas curada su herida, Emparán, perseguido por tan injusta aversión, solicitó volver a España, como lo efectuó a poco, y allí murió retirado del servicio de las armas.
Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....
Antes de continuar refiriendo las disposiciones y actos de López Rayón después de su brillante triunfo sobre la división de Emparán, debemos decir lo mas importante que había ocurrido desde febrero hasta junio de 1811 en el resto del territorio michoacano y en la extensa Nueva Galicia.
La derrota de Calderón arrojó a tierras michoacanas a varios jefes Independientes de alguna importancia, entre los que descollaba don Manuel Muñiz, que estableció su cuartel en Tacámbaro, pero desalojado el 14 de febrero por el comandante realista don Felipe Robledo, se vió obligado a refugiarse en tierra caliente, donde se rehizo para entrar de nuevo en campaña. Un mes mas tarde, el 13 de marzo de 1811, otro comandante realista, don Juan Sánchez, jefe del batallón de Cuauhtitlán, desbarataba una gruesa partida de Insurgentes en las inmediaciones de Puruándiro. Pero ni este ni Robledo podían alcanzar la completa pacificación de aquel fragoso suelo, que era el abrigo de numerosos jefes derrotados en otras provincias.
Mirando don Torcuato Trujillo, que era el comandante miltar de Valladolid, cuan infructuoso era el medio de perseguir unas partidas que desbaratadas en un punto se formaban en otro, quiso probar el de la intimidación, y al efecto dirigió en 3 de mayo una proclama a los habitantes de la provincia invitando al indulto a los que no soltaban las armas de la mano, y ofreciendo premios y recompensas a los que denunciasen a los pertinaces; pero amenazaba a estos con terribles penas y prevenía que serían quemados los pueblos, confiscadas las propiedades y extinguidas las “repúblicas” de indios donde quiera que hallsen abrigo los Independientes, teniéndose por prueba suficiente el delito de infidencia para la aplicación de estas penas el hecho de encontrar las casas cerradas, sin legítima causa, a la entrada de las tropas reales en alguna población.
No obstante estas terribles disposiciones, a fines de mayo de 1811, amagaban a la ciudad misma de Valladolid las guerrillas del padre Navarrete, Muñiz, Torres, Huidobro, Carrasco, Salto y Ramos, sin contar otras muchas al mando de jefes de menor importancia. Reunidas varias de estas partidas a la órdenes de Torres rechazaron bravamente el 27 de aquel mes al comandante realista Robledo, quien salió a batirlas por el camino que conduce a Pátzcuaro, donde se hallaban apostadas. Dos días después se presentaron a la vista de Valldolid cubriendo las alturas que dominan la ciudad y situando en ellas veinticinco piezas de artillería, con las que rompieron vivísimo fuego desde las primeras horas del día 30. Eran ya dueños los Independientes de una de las entradas, cuando se presentó una división realista al mando de don Antonio Linares, destacada a toda prisa de Guanajuato, la que cargó denodadamente sobre los asaltantes quitándoles dos piezas de artillería y arrojándolos en desorden a las lomas de Santa María. En esta acción quedó herido en un brazo el valiente Torres, quien se vió obligado a retirarse dos días después de la acción.
Linares y el conde de San Pedro del Alamo salieron entonces de Valladolid con orden de sorprender algunas de las partidas que pululaban en los alrededores. Avanzó el primero hasta Cuitzeo, donde en la madrugada del 6 de junio de 1811 desbarató completamente una guerrilla, y el segundo llegó a Huandacareo sin encontrar enemigos que combatir; pero ávido de trofeos en su primer campaña aprehendió e hizo ahorcar sin demora al teniente de justicia de aquel lugar, acusado de haber concurrido a las principales acciones desde que estalló la revolución de Independencia.
Retirados los principales jefes Independientes a Tacámbaro y mal herido don José Antonio Torres en el ataque del 30 de mayo, tomó el mando superior Muñiz, quien trabajó sin descanso en reorganizar su tropa, logrando reunir cuatro mil hombres y veintidós piezas de artillería. Estaban aquellos armados de hondas, lanzas y machetes, y para suplir la falta de fusiles mandó Muñiz que se fundieran algunos de bronce, excesivamente pesados, que se disparaban con mecha como los antiguos arcabuces, necesitando dos hombres para el manejo de cada uno. Así apercibido marchó de nuevo Muñiz hacia Valladolid, presentándose el 19 de julio en las lomas de Santa María y en las eminencias situadas al sur de la ciudad. Las diversas acciones de su mal armada división quedaron al mando de Villalongín, Salto, Cagiga, el padre Navarrete y don Juan Pablo Anaya.
Al día siguiente Muñiz dirigió a Trujillo su intimación concediéndole veinticuatro horas ed término para que entregara la plaza. El 21 de julio de 1811, después de circunvalar enteramente la ciudad, mandó romper el fuego de cañón, que hizo poco daño por lo alto de la puntería. Un soldado de Trujillo llamado Pelayo, escribió con este motivo una carta a Muñiz diciéndole que advirtiese que sus cañones estaban mal servidos, pues el estrago lo habían causado en las torres de la ciudad; denunciolo el que llevaba la carta, y Pelayo fue fusilado al instante en la plaza, cuyo cadáver quedó colgado de la picota y se le puso sobre la espalda dicha carta. En la mañana del 22 de julio una gruesa columna mandada por el mismo Muñiz se desprendió de las lomas de Santa María bajando hasta la hacienda del Rincón con el manifiesto propósito de atacar por el lado sur. Trujillo organizó inmediatamente una fuerza de caballería, y poniéndose a su frente cargó con bizarría sobre los Independientes, logrando rechazarlos hasta su línea primitiva y tomarles ocho piezas de artillería. En tanto que el comandante de la plaza desvanecía por esta lado el peligro, grande era el que amenazaba a las otras garitas de la ciudad atacadas con bravura; la de Santa Catalina, embestida por Anaya, fue desamparada por la tropa que la defendía, cayendo en poder del jefe de los Independientes los dos cañones que ahí estaban situados; la de Chicácuaro se hallaba también reciamente apretada; en el centro de la ciudad corrió derrepente el rumor de que todos los puntos habían sido tomados, y un pánico profundo se apoderó de los habitantes y de no pocos de los defensores que procuraban ocultarse.
Trujillo logró reunir algunos soldados y atacó con desesperación a los Independientes que se habían apoderado de la garita de Santa Catalina; cedieron estos, aunque retirándose en buen orden, sin ser molestados por sus contrarios. A este movimiento de la sección de Anaya siguió el de todas las demás tropas de Muñiz, dejando abandonadas las veintidós piezas de artillería que habían traido al asedio. Desenlace tan imprevisto llenó de asombro a los habitantes de Valladolid y de grata sorpresa a Trujillo, que veía tornarse su casi segura derrota en un triunfo inesperado y poco costoso.
Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
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Antes de continuar refiriendo las disposiciones y actos de López Rayón después de su brillante triunfo sobre la división de Emparán, debemos decir lo mas importante que había ocurrido desde febrero hasta junio de 1811 en el resto del territorio michoacano y en la extensa Nueva Galicia.
La derrota de Calderón arrojó a tierras michoacanas a varios jefes Independientes de alguna importancia, entre los que descollaba don Manuel Muñiz, que estableció su cuartel en Tacámbaro, pero desalojado el 14 de febrero por el comandante realista don Felipe Robledo, se vió obligado a refugiarse en tierra caliente, donde se rehizo para entrar de nuevo en campaña. Un mes mas tarde, el 13 de marzo de 1811, otro comandante realista, don Juan Sánchez, jefe del batallón de Cuauhtitlán, desbarataba una gruesa partida de Insurgentes en las inmediaciones de Puruándiro. Pero ni este ni Robledo podían alcanzar la completa pacificación de aquel fragoso suelo, que era el abrigo de numerosos jefes derrotados en otras provincias.
Mirando don Torcuato Trujillo, que era el comandante miltar de Valladolid, cuan infructuoso era el medio de perseguir unas partidas que desbaratadas en un punto se formaban en otro, quiso probar el de la intimidación, y al efecto dirigió en 3 de mayo una proclama a los habitantes de la provincia invitando al indulto a los que no soltaban las armas de la mano, y ofreciendo premios y recompensas a los que denunciasen a los pertinaces; pero amenazaba a estos con terribles penas y prevenía que serían quemados los pueblos, confiscadas las propiedades y extinguidas las “repúblicas” de indios donde quiera que hallsen abrigo los Independientes, teniéndose por prueba suficiente el delito de infidencia para la aplicación de estas penas el hecho de encontrar las casas cerradas, sin legítima causa, a la entrada de las tropas reales en alguna población.
No obstante estas terribles disposiciones, a fines de mayo de 1811, amagaban a la ciudad misma de Valladolid las guerrillas del padre Navarrete, Muñiz, Torres, Huidobro, Carrasco, Salto y Ramos, sin contar otras muchas al mando de jefes de menor importancia. Reunidas varias de estas partidas a la órdenes de Torres rechazaron bravamente el 27 de aquel mes al comandante realista Robledo, quien salió a batirlas por el camino que conduce a Pátzcuaro, donde se hallaban apostadas. Dos días después se presentaron a la vista de Valldolid cubriendo las alturas que dominan la ciudad y situando en ellas veinticinco piezas de artillería, con las que rompieron vivísimo fuego desde las primeras horas del día 30. Eran ya dueños los Independientes de una de las entradas, cuando se presentó una división realista al mando de don Antonio Linares, destacada a toda prisa de Guanajuato, la que cargó denodadamente sobre los asaltantes quitándoles dos piezas de artillería y arrojándolos en desorden a las lomas de Santa María. En esta acción quedó herido en un brazo el valiente Torres, quien se vió obligado a retirarse dos días después de la acción.
Linares y el conde de San Pedro del Alamo salieron entonces de Valladolid con orden de sorprender algunas de las partidas que pululaban en los alrededores. Avanzó el primero hasta Cuitzeo, donde en la madrugada del 6 de junio de 1811 desbarató completamente una guerrilla, y el segundo llegó a Huandacareo sin encontrar enemigos que combatir; pero ávido de trofeos en su primer campaña aprehendió e hizo ahorcar sin demora al teniente de justicia de aquel lugar, acusado de haber concurrido a las principales acciones desde que estalló la revolución de Independencia.
Retirados los principales jefes Independientes a Tacámbaro y mal herido don José Antonio Torres en el ataque del 30 de mayo, tomó el mando superior Muñiz, quien trabajó sin descanso en reorganizar su tropa, logrando reunir cuatro mil hombres y veintidós piezas de artillería. Estaban aquellos armados de hondas, lanzas y machetes, y para suplir la falta de fusiles mandó Muñiz que se fundieran algunos de bronce, excesivamente pesados, que se disparaban con mecha como los antiguos arcabuces, necesitando dos hombres para el manejo de cada uno. Así apercibido marchó de nuevo Muñiz hacia Valladolid, presentándose el 19 de julio en las lomas de Santa María y en las eminencias situadas al sur de la ciudad. Las diversas acciones de su mal armada división quedaron al mando de Villalongín, Salto, Cagiga, el padre Navarrete y don Juan Pablo Anaya.
Al día siguiente Muñiz dirigió a Trujillo su intimación concediéndole veinticuatro horas ed término para que entregara la plaza. El 21 de julio de 1811, después de circunvalar enteramente la ciudad, mandó romper el fuego de cañón, que hizo poco daño por lo alto de la puntería. Un soldado de Trujillo llamado Pelayo, escribió con este motivo una carta a Muñiz diciéndole que advirtiese que sus cañones estaban mal servidos, pues el estrago lo habían causado en las torres de la ciudad; denunciolo el que llevaba la carta, y Pelayo fue fusilado al instante en la plaza, cuyo cadáver quedó colgado de la picota y se le puso sobre la espalda dicha carta. En la mañana del 22 de julio una gruesa columna mandada por el mismo Muñiz se desprendió de las lomas de Santa María bajando hasta la hacienda del Rincón con el manifiesto propósito de atacar por el lado sur. Trujillo organizó inmediatamente una fuerza de caballería, y poniéndose a su frente cargó con bizarría sobre los Independientes, logrando rechazarlos hasta su línea primitiva y tomarles ocho piezas de artillería. En tanto que el comandante de la plaza desvanecía por esta lado el peligro, grande era el que amenazaba a las otras garitas de la ciudad atacadas con bravura; la de Santa Catalina, embestida por Anaya, fue desamparada por la tropa que la defendía, cayendo en poder del jefe de los Independientes los dos cañones que ahí estaban situados; la de Chicácuaro se hallaba también reciamente apretada; en el centro de la ciudad corrió derrepente el rumor de que todos los puntos habían sido tomados, y un pánico profundo se apoderó de los habitantes y de no pocos de los defensores que procuraban ocultarse.
Trujillo logró reunir algunos soldados y atacó con desesperación a los Independientes que se habían apoderado de la garita de Santa Catalina; cedieron estos, aunque retirándose en buen orden, sin ser molestados por sus contrarios. A este movimiento de la sección de Anaya siguió el de todas las demás tropas de Muñiz, dejando abandonadas las veintidós piezas de artillería que habían traido al asedio. Desenlace tan imprevisto llenó de asombro a los habitantes de Valladolid y de grata sorpresa a Trujillo, que veía tornarse su casi segura derrota en un triunfo inesperado y poco costoso.
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El brigadier don José de la Cruz, de vuelta de su expedición a Tepic y San Blas, comenzó a ejercer en Guadalajara, a fines de febrero de 1811, las funciones de comandante general de Nueva Galicia y presidente de la Audiencia. Amplísimo campo se ofrecía a este jefe para desplegar su saguinosa saña, y apenas se hizo dueño del mando dio nuevas pruebas de aquella ingénita crueldad que ha hecho sinestramente célebre su nombre. Los pueblos de Sayula, Zacoalco y Zapotlán el Grande estaban ocupados por independientes, y para desbaratarlos hizo salir de Guadalajara el 26 de febrero al coronel don Rosendo Porlier al frente de una gruesa división: “Encargar a V. S. le decía el sanguinario Cruz en sus instrucciones, que haga ejemplarísimos castigos con los rebeldes, y en los pueblos donde se ha removido nuevamente la insurrección, sería ofender su modo de pensar y conocimiento. Por tanto dejo al arbitrio de V. S. el arreglo, orden y sistema que haya que seguir, así después de batidos los enemigos, como para asegurar en lo sucesivo que no vuelvan a levantarse. No debe perdonarse la vida de ningún rebelde, sea de la clase, condición y edad que fuere.
Concluida la expedición de Zacoalco, pase V. S. y recorra todos los pueblos rebeldes que le parezca necesario castigar, por manera que está V. S. autorizado para resolver todo lo mas conveniente al servicio del Rey y tranquilización de los pueblos alborotados. “
No necesitaba, por cierto, el coronel Porlier que se le azuzase contra los Independientes. Púsose en marcha desde luego, y después de entrar sin resistencia en Zacoalco avanzó hacia Sayula, en cuya población aprehendió a varios infelices, de los que cuatro fueron pasados por las armas. El 3 de marzo encontró al grueso de los Independientes mandados por Navarro en la cuesta que conduce a Zapotlán, e inmediatamente dispuso que cargasen los batallones de marina y de Toluca. Tenaz resistencia opuso Navarro, pues desalojado de sus primeras posiciones ocupó el alto de la cuesta, donde se sostuvo algunas horas haciendo prodigios de valor, hasta que, arrollado por las disciplinadas tropas de Porlier, abandonó el campo retirándose en completa dispersión.
Grande fue el júbilo de Cruz al recibir la noticia del triunfo de Porlier, el cual fue celebrado por orden suya en Guadalajara con repetidas salvas de artillería y con una misa solemne de gracias, y como si no bastaran las reiteradas instrucciones que tenía dadas a su feroz teniente, decíale al contestar el parte de la acción de Zapotlán:
“Llegó el caso de sembrar la muerte y el espanto por todos los pueblos donde se ha manifestado de nuevo el fuego rebelde que V. S. persigue con tan feliz suceso, y en atención a que no es de esperar que la canallada fugitiva y totalmente dispersa tenga ya aliento para permanecer reunida, recorra V. S. todos los pueblos rebeldes y no perdone la vida a ninguno de cuantos pueda haber a las manos. Las repetidas y últimas órdenes del Exmo. Señor Virey nos previenen sigamos indefectiblemente esta conducta con los malos, asi como debemos ser los padres y el amparo de los buenos.” Y en carta particular fechada en Guadalajara el 18 de abril de 1811, decía a Calleja:
“Vamos a esparcir el terror y la muerte por todas partes y a que no quede ningún perverso sobre la tierra. He hecho quintar al pueblo de Zapotiltic que asesinó a dos soldados: a otra a ejecución que haga de esta naturaleza, será todos cuantos halle. Sepan estos bandidos que quiere decir guerra a muerte.”
Porlier y otros comandantes incendiaban las poblaciones, las entregaban al saqueo y fusilaban a sus moradores, las mas veces sin otro motivo que el haber estado ahí momentáneamente los Independientes. Después de haber entrado victorioso en Zapotlán, el coronel Porlier avanzó hasta Zopotiltic, y el de igual graduación don manuel del Río, célebre también por sus crueldades, ocupó la villa de Colima. Pero la revolución se presentaba amenazadora en Colotlán, territorio que, como hemos dicho, confina con Zacatecas y donde la Independencia contaba numerosos y ardientes partidarios. Cruz, en consecuencia, hizo volver violentamente a Porlier, quien entró en Guadalajara al frente de su división a mediados de marzo.
Ya Calleja había enviado contra los Idependientes de Colotlán al famoso cura de Matrehuala don José Francisco Álvarez al frente de una división de tropas de Provincias Internas. Este entró en el territorio enemigo, y el 27 de marzo de 1811 sostuvo recio combate a media legua de Colotán, en el que fue rechazado y herido, retirándose hasta Jerez, donde hizo fusilar a doce prisioneros que pudo tomar a los contrarios. Esta derrota obligó a Cruz a mandar contra la comarca rebelde al distinguido oficial don Pedro Celestino Negrete con la mayor parte de las tropas que acababa de traer Porlier de su expedición al sur de Guadalajara. Mas afortunado Negrete que el cura de Matehuala, logró derrotar a los Independientes el 7 de abril. Fue la batalla reñida y sangrienta: mas de mil quinientos muertos tuvieron en ella los Insurgentes, perdiendo, además, tres cañones de madera y las pocas armas de fuego que llevaron al combate.
En tanto que esta victoria producía la pacificación del levantado Colotlán, la zona del sur de Guadalajara había vuelto a ser ocupada por los Independientes después de la retirada de Porlier; el lego Juanino Gallaga, enseñoreado en Zapotlán, donde había reunido cerca de tres mil hombres y cuatro cañones, resolvió resistir a la división de Negrete enviada en su contra. Trabóse el combate el 6 de mayo de 1811 en el paraje llamado Los Cerritos, quedando victoriosos los realistas y dueños de la artillería de sus contrarios. Gallaga se retiró a La Barca, donde se reunió con el cura Ramos, pero atacado de nuevo por Negrete el 29 del mismo mes, fue desbaratado por completo con gran pérdida de muertos en la acción u ahogados en el rio.
Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....
Aunque el interés de la lucha, desde que se efectuó la prisión de los principales caudillos en Acatita de Baján, estuvo concetrado en los movimientos de Lopez Rayón y de las partidas que sustentaban la independencia en Michoacán y Nueva Galicia, no por eso dejaba de pelarse en otras regiones del vasto vireinato. La derrota de González Hermosillo en Piaxtla, hacia mediados de febrero de 1811, devolvió la tranquilidad a Sonora y Sinaloa, y la revolución no volvió a comunicarse a estas provincias, ni pasó a Durango y a ambas Californias. Texas y Coahuila, después de la contrarevolución en la primera y de la salida de Rayón rumbo a Zacatecas, cayeron otra vez bajo la dominación española. El Nuevo Reino de Leon, que había queado acéfalo desde que don Manuel Santa María (uno de los ilustres fusilados en Chihuahua) abrazó la causa de la Independencia, no tardó en volver a la obediencia del gobierno establecido, y una junta de realistas constituida en Monterey, reconocida y acatada por todos los pueblos de la provincia, gobernaba a esta en nombre de Venegas.
Pero si en el norte y noreste de Nueva España no tuvo ya defensores armados la revolución, hallólos constantes y resueltos en el Nuevo Santader, donde hemos visto al coronel Arredondo vencer y fusilar a los Independientes Herrara y Blancas en los primeros días del mes de abril. Sucedióles el lego Villerías, que separándose de López Rayón después de la entrada de este en Zacatecas, se dirigió al oriente y tomo posición en las inmediaciones de Palmillas. Marchó Arredondo a atacarle; retiróse Villerías por el camino de Matehuala, pero se encontró el 9 de mayo con el oficial don Cayetano Quintero enviado por aquel para cortarle el paso. Empeñado el combate en el lugar llamado el Estanque Colorado, quedaron derrotados los Independientes dejando en poder de sus contrarios toda su artillería, de siete cañones formada, su parque y sus bagajes, trescientos prisioneros y gran número de muertos. El fugitivo Villerías topó al siguiente día 10 de mayo de 1811, con la sección que mandaba el teniente coronel Iturbe, quien acabó de ponerlo en dispersión obligándolo a huir seguido de muy pocos hacia Matehuala. Distinguiose en este segundo combate, e hizo mención honorífica de el don Joaquín Arredondo, el cadete del regimiento de Veracruz don Antonio López de Santa Anna, cuyo nombre apareció por primera vez en la historia.
Armáronse los realista de Catorce al saber que Villerías avanzaba hacia el valle de Matehuala y enviaron una fuerza a Matehuala, que en unión de la que allí se había levantado, rechazó el 13 de mayo el ataque de los Independientes que dejaron en el campo algunos muertos y entre ellos el mismo lego Villerías. Reunidas en Palmillas todas las partidas que antes había destacado en presecución de los Insugentes, Arredondo marchó al frente de su división hacia la villa de Tula. El 21 de mayo de 1811, fueron atacadas sus descubiertas por la fuerzas de Acuña, que obtuvieron algunas ventajas, pero que perseguidas por un trozo de cabellería se vieron forzadas a retirarse. El dia 22 se presentó Arredondo a la vista de la villa: los Independientes hicieron una débil defensa, y luego que los realistas empezaron el ataque aquellos huyeron dejando varios prisioneros, entre ellos su jefe don Manuel Acuña que fue pasado por las armas. Igual suerte tuvieron varios de los demás aprehendidos y sus cadáveres quedaron colgados de los árboles. Algunas pequeñas reuniones armadas había aun en las rancherías inmediatas a Tula, pero en pocos días fueron dispersadas por las guerrillas de Arredondo que las persiguieron incansablemente hasta por la espesura de los bosques.
Arredondo salió de Tula el 14 de junio con dirección a Aguayo (hoy Ciudad Victoria), donde estableció su cuartel general. Allí recibió el nombramiento de gobernador del Nuevo Santander y un respetable tren de artillería que le envió el gobierno virreinal, siempre temeroso de que los Insurgentes recibiesen auxilio de los Estados Unidos de América.
Apenas sofocada la revolución en la provincia de Nuevo Santander, renacía en la de San Luis Potosí; presentáronse varias partidas de Independientes, que arrojadas de Nuevo Santander buscaban refugio en la provincia vecina. Otras de habían formado dentro del mismo territorio potosino, y entre estas descollaba la que tenía por jefe a Bernardo Gomez de Lara, por sobrenombre Huacal, indio de origen, que logró reunir trescientos hombres armados de flechas, lanzas y pocas armas de fuego. Apareció con ellos en Matehuala a mediados de junio, y como se hallase desguarnecida, hízose dueño de la población sin dificultad y cometió las mayores excesos, fusilando al subdelegado, saqueando las casas y obligando a los vecinos a que srviesen en sus filas. El cura de Catorce don José María Samper, reunió a toda prisa a cien hombres y se situó con ellos y tres pequeños cañones en el rancho de Carboneras, muy próximo a aquella población. Al mismo tiempo una fuerza que salió violentamente de San Luis se aproximaba a Matehuala, y otra perteneciente a las tropas de Arredondo, acercábase también con el objeto de sorprender a Huacal.
Unidas las dos secciones, atacaron impetuosamente a Matehuala en la madrugada del 21 de junio de 1811, y los Independientes, aunque sorprendidos, trataron de resistir en las casas que les servían de cuarteles y aun en las calles del lugar; pero fueron al fin desalojados y huyeron en distntas direcciones. Oyendo Samper desde Carbonera el vivísimo tiroteo de Matehuala, acudió con su tropa; en las inmediaciones del pueblo se encontró con los fugitivos y dispersos del Huacal, que sin esfuerzo acuchilló y de los cuales tomó muchos prisioneros. El jefe de los Independientes logró escapar de la persecución huyendo a la provincia de Guanajuato.
Por el oriente y hacia el rumbo de Alaquines, el comandante realista Quintero, desbarataba el 29 de agosto un agrupamiento de Insurgentes mandado por el indio Rafael Desiderio Zárate.
Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
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Numerosas guerrillas con jefes osados y activos mantenían la guerra en la provincia de Guanajuato, apenas salió de ella el ejército de Calleja para Guadalajara. El principal, entre ellos, fue Albino García, natural de Salamanca, a quien se conocía tambien por el nombre del Manco García; consumado jinete, valiente y audacísimo, seguido de una guerrilla de hombres que como el eran diestros en el manejo del caballo, fue García un terrible enemigo para la dominación española. A la rapidez de sus movimientos unía la impetuosidad del ataque y una táctica especial que desconcertaba las operaciones de la milcia ordenada. Era el “lazo” uno de sus medios ofensivos: montados los que le seguían en ligeros caballos, se precipitaban sobre las filas del enemigo revoloteando el lazo y haciéndolo caer sobre los que querían sacar de ellas, y en seguida ataban la otra extremidad de la cuerda a la cabeza de la silla del caballo que montaban y partían veloces arrastrando tras si al que habían lazado, y que rara vez quedaba con vida; todas estas operaciones se efectuaban en pocos momentos, y por lo común el jinete y el caballo escapaban de las balas, debido a la rapidez del asalto.
Para desbaratar las formaciones, sobre todo cuando estas se circunscribían a un espacio reducido, hacíase otro uso de la terrible cuerda: dos hombres bien montados ataban a la cabeza de las sendas sillas la extremidad de una larga y fuerte reata, que tuviese una longitud algo mayor que el frente del enemigo; los dos jinetes marchaban unidos hasta ponerse a tiro; entonces se separaban por ambos flancos aguijoneando furiosamente a los caballos; la cuerda, tendida y rauda, derribaba a los soldados enemigos rompiendo sus líneas y en seguida la caballería Insurgente caía sobre ellos haciéndolos pedazos.
Además de la guerrilla de Albino García, había otras partidas de Insurgentes que fácilmente se comunicaban con las que recorrían la provincia de San Luis, las que ocupaban La Huasteca (comprendida entre las provincias de Veracruz y México) y las que se iban levantando en los llanos de Apam.
Calleja, de regreso a San Luis en los primeros días de marzo de 1811, destinó al teniente coronel, don Miguel del Campo, a la hacienda de La Quemada para vigilar la zona que cae al norte de la Sierra de Guanajuato, y ordenó al mayor Alonso que recorriera los pueblos inmediatos a Dolores, lo que efectuó este último batiendo y dispersando a principios de abril una considerable reunión de Insurgentes en el puerto del Gallinero, cercano a la hacienda de la Erre; otras guerrillas, encabezadas por Albino García, amagaron a Guanajuato, y al saber que el teniente coronel del Campo acudía en auxilio de esta ciudad, corrieron a Celaya donde fueron rechazados, y luego batidos con gran perdida en el punto de la Calera por el mismo del Campo. Pocos días antes el capitán don Antonio Linares derrotaba cerca de San Luis de la Paz a otra partida de Insurgentes, mandada por don José Antonio Verde.
Calleja, situado en Guanajuato desde el 20 de junio, ordenó al teniente coronel del Campo que se fijase en Salamanca, y al coronel don Diego García Conde, que dejando en San Luis dos escuadrones, marchase con el grueso de sus tropas al rumbo de San Felipe y desbaratase las reuniones que de nuevo se formaban en Dolores, San Luis de la Paz y San Miguel el Grande; una división de quinientos hombres a las órdenes de don Agustín de la Viña, fue destinada a persegur a Torres, que después de la derrota de El Maguey, se había separado de Lopez Rayón, y con la poca gente que le seguía se hallaba entre la hacienda de Pacueco y el pueblo de La Piedad, extendiéndose por ambas orillas del río Grande o de Lerma y amagando las provincias de Valladolid y Guanajuato.
No obstante estas disposiciones de Calleja y el mayor número de fuerzas realistas que hubo desde entonces, Albino García cobró tanto ánimo que se atrevió a atacar Valle de Santiago el 26 de junio de 1811, defendido por don Miguel del Campo, a la cabeza de quinientos hombres. Vióse este jefe muy apurado en los primeros momentos por el ataque impetuoso de García, pero al fin, parapetado y sostenido por la milicia urbana, logró no solo rechazar a este, sino tomarle cinco cañones y perseguirlo un largo trecho. Pocos días después, el coronel García Conde destacaba contra los Independientes de San Luis de la Paz al capitán Guizarnótegui, quien cayó sobre los defensores de esa ciudad el 10 de julio de 1811, y después de dispersarlos avanzó hasta la hacienda de Charcas, donde se hallaba el jefe Independiente don José de la Luz Gutiérrez con cuatro mil hombres y tres cañones. A pesar de la inferioridad numérica de sus tropas, Guizarnótegui atacó con brio a sus contrarios a quienes derrotó, quitándoles toda su artillería y haciéndoles gran número de muertos.
En el curso del mes de agosto de 1811 las secciones destacadas por García Conde continuaron persiguiendo activamente a las diversas guerrillas que pululaban hacia en norte de Guanajuato, logrando apoderarse de los jefes Degadillo, Gutiérrez y Sánchez, que, como todos los que caían prisioneros en manos de los realistas, fueron pasados por las armas.
Mientras que en la provincia de Guanajuato se sucedían estos hechos de armas, volvía a encenderse la revolución en la de Zacatecas. . . . .
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. . . El cura Alvarez y el subdelegado de Aguascalientes, don Felipe Terán, habían desplegado un feroz despotismo sobre los habitantes y horrible crueldad con los prisioneros que hacían a los Independientes. Lograron rechazar varios ataques de fuerzas salidas del territorio de Colotlán, y en estos encuentros apresaron a los Nájera y al brigadier Flores Alatorre, que fueron fusilados en Aguascalientes. Pero nuevas y numerosas partidas al mando del cura Ramos, Oropeza, Ochoa, y Hermosilla, se presentaron amenazadoras, y Alvarez y Terán, no considerándose en estado de resistir, les abandonaron la ciudad con la artillería que Emparán había quitado a Lopez Rayón en el Maguey y huyeron precipitadamente a Zacatecas.
Compredió Calleja la conveniencia de acabar lo mas pronto posible con este enemigo que a su espalda de alzaba, e hizo salir de San Miguel, el 25 de agosto de 1811, al coronel García Conde con su división, dándole orden para batir a los que se habían apoderado de Aguascalientes, combinando para ello sus movimientos con los del teniente don José López, que debía salir de Zacatecas algunos días mas tarde. Púsose en marcha este último jefe el 29 de agosto, y tres días después ocupó la hacienda de Griegos, distante doce lueguas de Zacatecas. Los Independientes salieron de Aguascalientes al tener noticia de la aproximación de García Conde, tomando el rumbo del norte y siendo vivamente perseguidos por este, que hizo andar a sus tropas por caminos cenegosos treinta y dos leguas en cuarenta y cinco horas, logrando solamente picar su retaguardia en el real de Asientos, donde hizo prisioneros al coronel Carlos Delgado y otros diez hombres, que fueron pasados por las armas.
A tiempo supo el teniente coronel Lopez el avance de los Independientes, y resuelto a cortarles el camino de Zacatecas, marchó al rancho de San Francisco, perteneciente a la misma hacienda de Griegos. Al amanecer del 2 de septiembre se halló frente a sus contrarios que se habían posesionado de un cerro de poca elevación, a cuya derecha se prolongaba una loma de suave declive que terminaba bruscamente en una punta escarpada. Allí se formaron en número de seis mil quinientos hombres con quince cañones de bronce y tres de madera, según afirmó Lopez en su parte oficial. Este jefe hizo cargar por la izquierda al capitán don Domingo Perón con las milicias de Zacatecas, Aguascalientes y Salinas; pero estas tropas fueron rechazadas con grandes pérdidas y volvieron hasta el llano, en tanto Lopez hacía marchar otra de sus secciones por la derecha, la cual, rebasando la línea enemiga, comenzó a dirigir certeras descargas por la espalda. Este atrevido movimiento desconcertó a los Independientes, que emprendieron la fuga, dejando en el campo toda su artillería, gran cantidad de armas y pertrechos, cuatrocientos muertos, y casi igual número de prisioneros y trescientas noventa y siete mujeres, a quienes ultrajó el teniente coronel Lopez haciéndolas rapar las cabezas. Los Independientes dispersos tomaron rumbo a Nochixtlán.
García Conde, después de permanecer algunos días en Aguascalientes, y creyendo terminada la pacificación an aquella zona, regresó con sus tropas a la provincia de Guanajuato. Pero esta de nuevo se hallaba agitada por Albino García, que derrotado en un punto y cuando menos se le esperaba aparecía en otro que había señalado de antemano a sus compañeros para reunirse después del desastre. Así, desbaratado en varios encuentros, reaparecía a principios de agosto en el partido de Pénjamo unido con Natera y Anacleto Camacho. No sin razón decía Calleja al virey en carta que con fecha 20 de agosto de 1811 le escribió desde Guanajuato:
La insurrección está todavía muy lejos de calmar; ella retoña como la hidra a proporción que se cortan sus cabezas; por todas partes se advierten movimientos que descubren el fuego que existe solapado en las provincias, y un espíritu de vértigo que una vez apoderado del ánimo de los habitantes de un país todo lo devora si no se le reprime con una fuerza proporcionada a sus impulsos. Las grandes reuniones de Zitácuaro y Valladolid; el fuego que existe y no ha podido apagarse en las inmediaciones de Acapulco; la extensión que puede tener por aquella parte hasta Oaxaca; lo ocurrido últimamente en Aguascalientes, y el estado de la provincia de Guadalajara, donde no han podido extinguirse aún las gruesas gavillas que la han inundado por tanto tiempo, todo confirma que nos hallamos muy distantes de la tranquilidad a que aspiramos.
Y un mes mas tarde, el 26 de septiembre, escribiá al virey manifestándole las dificultades con que luchaba para contrarestar los terribles ataques de García:
Las fuerzas de la división que ha quedado a mis órdenes, decíale, repartidas en diferentes trozos en toda la cordillera, desde Querétaro hasta Lagos, apenas alcanzan a contener las cuadrillas que con numerosa y buena caballería recorren en poco tiempo una grande extensión del país, devastan y destruyen cuanto encuentran, y se ponen fuera del alcance de nuestros destacamentos a la menor noticia de que van en su seguimiento . . . . Nada basta a escarmentar estas cuadrillas, que semejantes a los árabes, caen inopinadamente sobre las poblaciones, las roban y saquean y se retiran con precipitación cuando va a su castigo alguna tropa que llega fatigada y con sus caballos en disposición de no poder dar un paso.
No hay para que describir menudamente los repetidos encuentros entre los realistas y Albino García durante los meses de agosto, setiembre y octubre de 1811. Siempre en continuo movimiento y nunca sorprendido, este audáz guerrillero fue atacado y su partida dispersada por el teniente coronel don Pedro Meneso en 14 de agosto; pero este jefe realista, no pudiendo sostenerse en Pénjamo por falta de alojamiento y forrajes, inundado y talado como se hallaba todo aquel territorio, volvióse a Irapuato, donde se ocupó de levantar las milicias urbanas. García se apoderaba entre tanto de la villa de Lagos; caía sobre Aguascalientes y sus soldados le entraban a saco; volvía cargado de despojos amenazando a Leon, y estrechado al fin por diversas acciones realistas, se retiró por fines de octubre a sus conocidas madrigueras de Valle de Santiago y Salvatierra, no sin alzar las compuertas de los vallados en que se depositaba el agua destinada a fecundar los trigales, inundando así los campos y caminos, y mandando abrir en estos zanjas profundas para impedir el paso de los cañones y trenes de los realistas.
El territorio de Nueva Galicia siguió siendo teatro de numerosos combates entre las tropas Independientes y las tropas realistas. El 18 de agosto las tropas realistas alcanzaron y destrozaron en las inmediaciones de La Piedad, ya en los confines con las intendencias de Valladolid y Guanajuato, a las secciones de Silverio Partida, Juan Herrera y Francisco Alatorre. Luego pasaron al territorio Guanajuatense donde atacaron la hacienda de Cuerámbaro, donde se hicieron fuertes alguna guerrillas de Independientes, y la tomaron a fuerza viva el 25 de setiembre de 1811. El jefe de la segunda división, don Manuel del Rio, a quien hemos seguido hasta Colima recorría la zona mas austral de la intendencia y el 3 de junio, uno de sus subordinados, el capitán don Juan de Peña y Rio, derrotaba en Tomatlán a don José María Muñiz; pero la reunión de gruesas partidas en la dirección de Jiquilpan, obligó al coronel del Rio a salir de Colima para mandar personalmente la expedición, la cual terminó el 30 de junio con la derrota y huida del lego Gallaga. En tanto que del Rio llevaba la desolación y exterminio por varias poblaciones cercanas a Jiquilpan, el infatigable Gallaga, unido a Sandoval y a Cadenas, se corría hacia el sur y entraba en Colima, donde se fortificó con cinco mil hombres y cinco cañones.
Furioso el coronel del Rio a causa de esta osada diversión de Gallaga, volvió rápidamente sobre Colima, y el 21 de agosto atacó con brio la villa, tomándola después de tres horas de combate, sufriendo los Independientes la pérdida de setecientos hombres que fueron muertos en el asalto. Veinte días mas tarde, Gallaga, Sandoval y Toral fueron abatidos otra vez en Colotitlán, donde dejaron mas de trescientos cadáveres en el campo de batalla. Retiráronse los derrotados a Tomatlán, pero a consecuencia de una violenta rivalidad entre Gallaga y Sandoval, uno de los soldados de este, hirió gravemente al primero, que fue llevado frente a la parroquia del pueblo y allí le dispararon dos balazos de que murió en el acto. Así terminó el famoso guerrillero que fatigó con sus atrevidas correrías a los mas expertos y hábiles tenientes del sanguinario Cruz.
Apartándonos de esas tediosas miserias, tiempo es ya de que sigamos el curso de la revolución en el sur de la intendecia de México. . . . .
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Desde los últimos meses de 1810 la vasta zona conocida con el nombre de “Tierra Caliente” y que se extiende detrás de las montañas australes del Valle de México hasta Iguala y Huitzuco, estaba alterada y cruzábanla numerosas partidas de Independientes, siendo Jefes de las mas notables Ávila y Rubalcaba, quienes dominaron, durante la segunda quincena de octubre y los primeros días de noviembre de aquel año, el rico valle de Cuernavaca y el contiguo de Amilpas. El administrador de la hacienda de Yermo, don José Acha, al frente de los dependientes y mozos de estas propiedades, logró derrotar a Rubalcaba, que fue muerto en uno de los encuentros.
Obligado el virey a vigilar esta importante comarca, envió allí algunas tropas al mando del teniente coronel don José Antonio Andrade, quien batió a los Independientes el 1º. de diciembre de 1810 en las inmediaciones de Tepecuacuilco, haciéndoles sufrir considerables pérdidas. Sucedió Cosío a Andrade en el mando de las tropas realistas, quien siguió persiguiendo a las guerrillas y luego se situó en Iguala, de donde debía salir en los primeros meses de 1811 a combatir con el ilustre Morelos.
Hemos dejado a este bravo campeón de la Independencia, don José María Morelos y Pavón, triunfante en el campamento del realista París la noche del 4 de enero de 1811. Sin engreírse de su fortuna, salió del Paso de las Sábanas en los primeros días de febrero hacia Acapulco, con intención de ocupar el castillo. Probar la suerte de las armas, sin artillería gruesa, sin tropas disciplinadas, sin municiones en número bastante, hubiera sido un delirio: buscó Morelos en su astucia el medio que debiera darle el triunfo, y al efecto, entró en tratos con un artillero español llamado Gago, quien, por una suma de dinero, ofreció entregarle la fortaleza. El 8 de febrero en la noche situose el jefe Independiente en el pequeño cerro de la Iguana, frente al castillo, listo para marchar sobre este así que apareciese la señal convenida. A las cuatro de la mañana siguiente brilló una luz sobre uno de los baluartes, y la tropa de Morelos, fuerte de seiscientos hombres, avanzó dividida en dos trozos hasta muy cerca de una de las puertas de la fortaleza.
Derrepente coronáronse de gente las alturas de la fortaleza, tronaron los cañones, dispararon los de siete embarcaciones fondeadas en la bahía, y el pequeño ejército de Morelos, víctima de una negra traición, se vió en pocos momentos acribillado por el violento y certero fuego de sus contrarios. Lo inesperado del ataque, y las numerosas pérdidas que sufrieron los Independientes, desde el primer momento produjeron en ellos un terror profundo. En vano Morelos los exhortaba con robusto acento a que volviesen al combate, y mirando que sus esfuerzos no eran bastantes a contener la fuga, tomó la delantera y se tiró en tierra en un estrecho sendero de indispensable tránsito para los suyos. Los fugitivos se detuvieron llenos de respeto ante su general, y este pudo de esta manera reunirlos y levantar su ánimo para que se retirasen ordenadamente.
Este descalabro obligó a Morelos a situarse en el cerro de las Iguanas, desde cuya cima batió al castillo durante algunos días con tres cañones y un obús. A poco, el 19 de febrero, la guarnición realista hizo una vigorosa salida y acometió el campamento de Morelos, que se vió forzado a retirarse a su antigua posición de la Sábana, después de perder tres piezas de artillería. Allí permaneció mas de un mes en espera del coronel realista don Nicolás Cosío, que desde Iguala se aprestaba a marchar en su contra. Enfermo Morelos, fue llevado a Tecpan, quedando sus tropas a las órdenes del coronel don Francisco Hernandez. No tardó Cosío en presentarse al frente de una respetable división formada de los soldados que le confió el virey y de los que se levantaron en la Costa Chica, nombre con que se conoce la que corre desde Acapulco hasta los límites de Oaxaca.
La fuerza de los Independientes ascendía a dos mil doscientos hombres repartidos en la Sábana, el Aguacatillo, el Veladero y las Cruces. Al avistarse los realistas el 29 de marzo de 1811, el coronel Hernandez desapareció del campo Independiente abandonando a sus subordinados, pero estos alzaron por jefe a don Hermenegildo Galeana, ya conocido por su indómita bravura, quien los condujo al combate y empeñó diversas acciones con los realistas durante el mes de abril. Restablecido Morelos de las enfermedades que le habían separado temporalmente del campo de batalla, tornó a la Sábana, y luego se aparapetó en el Veladero. Disgustó al virey la lentitud de las operaciones de Cosío, y acaso también desconfiando de su fidelidad por ser Mexicano, dio el mando de la división realista al teniente coronel don Juan Antonio Fuentes, viejo militar que se había distinguido en España por brillantes acciones. Este nuevo jefe, resuelto a cortar la comunicación entre la Sábana y el Veladero, dirigió un impetuoso ataque contra este último punto el 30 de abril, pero fue rechazado con vigor por los Indepenientes. Renovó al siguiente dia el asalto, combinándolo con parte de la guarnición de Acapulco al mando del oidor Recacho, quien, no escarmentado con la derrota que sufrió en La Barca, ansiaba conquistar gloria y renombre en los campos de batalla, y otra vez mas se vieron forzadas a retroceder las tropas del rey, sufriendo pérdidas considerables y volviendo desalentadas a sus primitivas posiciones.
A pesar de los brillantes hechos de armas de los Independientes, su situación se hacía mas difícil y comprometida en los campamentos del Veladero y la Sábana tan heroicamente defendidos durante cerca de tres meses. . . . .
Los destacamentos del realista Fuentes interceptaban la comunicación con aquellos puntos donde se recibían víveres y auxilios, y los pocos elementos de guerra del ilustre Morelos se agotaban en la serie de escaramuzas que se veía forzado a sostener. Resuelto a abandonar el asedio de Acapulco y a probar la suerte de las armas en nuevas y mas osadas empresas, arrolló el jefe Independiente las líneas de Fuentes durante la noche del 3 de mayo de 1811, y dejando al coronel Ávila bien fortificado en el Veladero tomó el rumbo a Chilpancingo. Vasto campo abrióse entonces al genio guerrero y a la incansable actividad de Morelos. La zona salvaje y bravía que alzándose desde las playas azotadas por el mar del sur va, en ascensos y descensos sucesivos, como las ondas de un agitado océano, a terminar en las quebradas que rodean a Chilpancingo, se ofrecía, desde luego al valiente caudillo para desplegar sus admirables dotes miltares.
Asperas serranías, profundos barrancos por los que serpentean mugidores torrentes, boscosas hondonadas de las que se levantan cálidos vapores, vastas soledades, mortíferos climas, tal era el conjunto del suelo que recorrió Morelos después de haber abandonado su campamento en la Sábana. Al frente de trescientos hombres y perseguido de cerca por los realistas, que le tomaron un cañón y algunos pertrechos de guerra, pudo vencer con indómita enteresa las dificultades sin cuento que se oponían a su marcha y los horrores del hambre que atormentaba a sus bravos soldados. Llegado a la hacienda de la Brea ordenó a Galeana que avanzase hasta Chichihualco, finca perteneciente a los Bravo de Chilpancingo, en demanda de víveres para su tropa. Fue esta una familia de ardientes patriotas destinados a sacrificarse por las causas de la Independencia. De las mas distinguidas de Chilpancingo, formábanla los hermanos don Leonardo, don Miguel, don Victor y don Máximo y el hijo del primero, don Nicolás, joven a la sazón de diez y nueve años y que debía ligar el esclarecido nombre de su estirpe a una acción inmortal, que en vano se buscará una parecida en la historia de los grandes hombres de la antigüedad.
Solicitados de algún tiempo atrás por el gobierno vireynal para ponerse al frente de las tropas de la comarca, resistieron a obrar en contra de sus mas ardientes sentimientos, y urgidos mas estrechamente por los jefes realistas de las poblaciones inmediatas, resolvieron retirarse a su hacienda de Chichihualco, donde se ocultaron en la cueva de Michapa, situada en una barranca de difícil acceso, dispuestos a defenderse si eran atacados. Hacía siete meses que permanecían en este asilo, cuando apareció Galeana pidiéndoles los recursos que necesitaba Morelos para continuar su marcha. Ávidos de unirse a los defensores de la patria, los Bravo dieron a Galeana gran cantidad de víveres y se alistaron desde entonces en la filas de los Independientes.
En el momento de recibir aquel jefe las provisiones cayó sobre Chichihualco el comandante español Garrote, quien, al frente de una fuerza respetable, intentaba apoderarse de los Bravo. Los soldados de Galeana se bañaban descuidados en el rio inmediato a la hacienda; algunos de entre ellos limpiaban sus armas y otros se habían entregado al sueño tras la fatigosa marcha que acababan de rendir. De repente se oyeron gritos de muerte y nutridas descargas de fusilería: los que se bañaban salieron violentamente del rio, y sin tiempo para tomar sus vestidos empuñaron las armas y combatieron desnudos; Galeana y don Leonardo Bravo avanzaron al frente de los suyos peleando con heróico valor; el hijo de este último, don Nicolás, acometió por la derecha a los realistas, en tanto que por la izquierda los estrechaba don Victor Bravo seguido de la gente de su hacienda. El comandante español resistió durante algún tiempo las impetuosas embestidas de los Insurgentes, pero desbaratada al fin su división huyó precipitadamente, dejando en el campo gran número de muertos, cien prisioneros, trescientos fusiles y considerable cantidad de pertrechos y municiones.
La victoria alcanzada por Galeana en Chichihualco allanó a Morelos la entrada en Chilpancingo, donde llegó el 24 de mayo después de armar a su gente con los fusiles tomados a los soldados de Garrote. Este se retiró a Tixtla seguido de cerca por el vencedor, quien dos días después y sin darle tiempo de rehacerse le atacó briosamente, quedando dueño del pueblo tras seis horas de recio combate. Defendiéronse, empero, los realistas con grandísimo vigor; escaseaba el parque y las municiones de guerra a los asaltantes; de repente desprendióse de las filas de estos un jovenzuelo, quien, arrastrándose cautelosamente para no ser visto de los artilleros que defendían una batería, logró dar muerte al soldado que disparaba una de las piezas, con lo que se llenaron de pavor sus compañeros y huyeron abandonando sus cañones, de los que se hicieron dueños los Independientes.
La marcha de Morelos a Chilpancingo, su entrada en este pueblo y la toma de Tixtla, obligaron a Fuentes a seguirlo, abandonando por entonces todo intento contra el campo de Veladero, que había decidido atacar. Situóse con todas las tropas de su mando en Chilapa, distante solo cuatro leguas de Tixtla, y población la mas considerable de aquel país, en la que se trataba de erigir un obispado y hacerla capital de una provincia que había de formarse en toda aquella serranía. Grande era el desorden que reinaba en las tropas de Fuentes, en cuyos cuarteles se jugaban las sumas destinadas a la paga de los soldados y andaba en todo relajada la disciplina. Morelos, habiendo mandado fortificar a Tixtla, dejó en aquel punto una corta guarnición al cargo de don Hermenegildo Galeana y don Nicolás Bravo, y regresó a Chilpancingo, en donde se festejaba con corridas de toros y otras diversiones el 15 de agosto, con cuyo motivo acudió allí a la deshilada parte de la gente que guarnecía a Tixtla.
Informado de esto Fuentes por unos desertores, quiso aprovechar la ocasión para apoderarse de aquel punto, sobre el que marchó y atacó el mismo 15 de agosto de 1811: encontró una vigorosa resistencia, no obstante la cual, continuó el ataque al dia siguiente poniendo en grande aprieto a los sitiados, cuyas municiones se habían consumido. Apenas supo Morelos lo que pasaba en Tixtla, envió un correo a Galeana participándole que al dia siguiente marcharía en su auxilio y que se presentaría por el rumbo de Cuauhtlapa. . . . .
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. . . En efecto, el 18 de agosto, cuando mas empeñado se hallaba el combate entre los realista y el intrépido Galeana, apareció Morelos por la dirección que había indicado trayendo setecientos hombres y el famoso Niño, cañón pequeño que, se recordará, servía en la hacienda de los Galeana para hacer salvas en las festividades religiosas. Empeñados en la lucha los soldados de Fuentes y envueltos por el humo del combate, no pudieron percibir la aproximación del terrible caudillo. Oyeron derrepente un alegre repiquetear en la torres defendidas por Galeana, y antes de saber la causa de aquel intempestivo regocijo tronó a sus espaldas el Niño, servido por el mismo Morelos, siendo tan certeras sus punterías, que no tardó en desconcertar las compactas filas realistas.
Fuentes procuró formar cuadro para resistir aquel doble ataque, pero antes de lograrlo saltaron las t.r.i.n.c.h.e.r.a.s y cayeron sobre los soldados Bravo y Galeana, acuchillando con denuedo todo lo que hallaban a su paso. Completa fue la derrota de los realistas: Fuentes y Recacho, los primeros, abandonaron el campo; siguiéronles sus destrozados batallones, y llenos de terror los fugitivos arrojaban las armas perseguidos por la caballería de Galeana. Vencedores y vencidos entraron mezclados en Chilapa en medio de horrible confusión y lanzando gritos de muerte. Los restos de la división de Fuentes, lejos de intentar resistencia, continuaron huyendo hacia Tlapa, perseguidos siempre por Bravo y Galeana. Morelos entró a su vez en Chilapa, donde se apoderó de cuatrocientos fusiles, cuatro cañones, muchos pertrechos, e hizo cuatrocientos prisioneros. Nada faltó a esta victoria para que fuera completa: Gago, el traidor artillero de Acapulco, que tan vil mente engañó a Morelos, y un tal Toribio Navarro, que había recibido de este caudillo algún dinero para reclutar gente en los pueblos de la Costa del Sur y luego se pasó a los realistas, cayeron en manos del vencedor, quien los mandó fusilar en el acto como traidores.
La toma de Chilapa, cuya noticia llevaron al virey Venegas dos dragones de Querétaro, escapados de la derrota que sufrieron los realistas, proporcionó a Morelos grandes recursos que supo aprovechar en beneficio de sus bravos y sufridos soldados. Hallábanse estos en lastimoso estado; sus desgarrados vestidos indicaban la ruda campaña que acababan de hacer, y a esta urgente necesidad atendió desde luego el bravo caudillo disponiendo que trabajasen manta para su tropa los muchos tejedores que había en Chilapa, centro industrial de aquella comarca y que aun hoy surte de tejidos de algodón a gran parte de los pobladores del sur. Tambien se ocupó efectivamente de engrosar sus filas, ordenó que saliesen diligentes emisarios hacia el rumbo de la Costa, a fin de solicitar reclutas en la población belicosa e indomable diseminada en las orillas del Pacífico.
Abrigado entre tanto por el antemural del río Mexcala, que atraviesa al que es hoy estado de Guerrero en una extensión de setenta leguas, hallábase Morelos en aptitud de aprovechar el respiro que debían darle las tropas vireynales. No muy apartado de la Costa le era posible y hacedero tornar a sus antiguas posiciones, si a ello le obligaran las vicisitudes de la guerra, o bien llevar sus armas triunfantes al sur de la intendencia de Puebla o a la zona opulenta de Oaxaca. Sin estudios militares y dirigido solo por su claro ingenio, pudo Morelos llevar a cabo la organización de su ejército, ´prefiriendo a las masas desordenadas, que frecuentemente cambian los mismos triunfos en derrotas, el menor número de soldados convenientemente armados y con el mayor grado posible de disciplina. Comprendía la importancia de la artillería, pero lejos de adoptar el sistema seguido por casi todos los demás jefes de la revolución de llevar consigo gran número de cañones, aunque se viesen en la imposibilidad de servirse de ellos, atendió a la dotación y competente servicio de los pocos que se propuso conservar para que embarazasen menos sus movimientos militares. Así, en el curso de sus memorables campañas, pudo efectuar sus rápidas marchas por caminos casi intransitables, caer veloz como el rayo sobre el enemigo cuando este lo creía alejado a considerable distancia, y obtener, sin embargo, grandes ventajas de su escasa artillería.
No solo se dedicó en Chilapa a las cosas de la guerra. Ya desde Tecpan, cuando avanzó por primera vez hacia Acapulco, había expedido un decreto nombrando comisionados especiales que exigiesen cuentas a los recaudadores de las rentas reales; en Chilapa renovó y amplió sus anteriores disposiciones y publicó un decreto, cuyas prescripciones tendían a sofocar el fermento de la guerra de castas que hervía sórdidamente entre los habitantes del Sur, guerra cuyas desastrosas consecuencias preveía el hábil caudillo. Procuró establecer ciertas reglas para el secuestro de los bienes de los españoles; puso coto a la prodigalidad de empleos públicos que la revolución había introducido, y se esforzó en dictar numerosas disposiciones administrativas en las que resaltan el patriotismo ardiente, la cordura, la honradez y la sana intención. Su estilo propendía mucho al burlesco, y de el hizo uso en la proclama que publicó en Chilapa, anunciando la fuga de la junta que el comandante Fuentes había establecido allí.
En la continua correspondencia que surgió con don Leonardo Bravo de Tixtla, y posteriormente desde Chilapa y demás lugares que recorrió de setiembre a noviembre de 1811, se le ve atender a todo y fijar con escrupulosidad su atención en todos los puntos que le requerían, aun sobre las mas insignificantes menudencias: ya se ocupa de hacer buscar cuevas de salitre para la fabricación de la pólvora; ya de la construcción de sacos y otros útiles de guerra; ya le hace prevenciones para impedir el extravio de armamento; ya le da órdenes para evitar la deserción, previniéndole que no se permita pasar a nadie, ni aunque sea de la familia del mismo Morelos, si no lleva pasaporte u orden de su puño.
Ocupádo en impulsar con su genio organizador todos los elementos que concurrir pudiesen al triunfo de la causa, Morelos estuvo a punto de perecer a manos de aleves asesinos. . . . .
Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....
. . . . Un padre Alva, residente en México, le escribió en aquellos días a Morelos, dándole aviso de que dos hombres habían salido de la misma capital con el propósito de envenenarle y que debían presentarse en calidad de armeros, ofreciéndole como tales sus servicios. Llegaron en breve dos hombres, cuyas señas coincidían con la filiación enviada por el padre Alva; ordenó el caudillo que se les aprehendiese y que fueran conducidos al presidio que tenía establecido en Zacatula; algún tiempo después llamoles a su lado, los colmó de favores y distinciones, y aquellos dos hombres trocaron sus siniestras miras en una gratitud sin límites y en una constante fidelidad.
Pocos días mas tarde recibió Morelos una nota reservada de López Rayón en la que este le participaba que la junta de Zitácuaro tenía noticia de que entre las personas de la particular confianza del ilustre patriota había una, cuyo nombre ignoraba el autor del aviso, que estaba comprometida a entregarlo al virey; y como indicase en la carta que el que tal propósito alentaba era un hombre muy grueso, Morelos contestó a López Rayón: “Aquí no hay mas barrigón que yo, no obstante que mis enfermedades me han desbastado.”
Tabares, el mismo que traicionó al jefe español Paris en su campamento de Tres Palos, y un norte-americano llamado David Faro, tránsfuga de la fortaleza de Acapulco, descontentos de Morelos, que no accedió a concederles los grados militares que ellos pretendían, concertaron a mediados de agosto de 1811 una tenebrosa conjuración que principiaría con el asesinato de todos los jefes Independientes, incluso su bravo general. Parece que Galeana tuvo aviso de la siniestra trama que urdían en Chilpancingo Tabares y Faro, y lo puso todo en conocimiento de Morelos. Este comprendió desde luego el peligro y poniéndose a la cabeza de dos compañías salió precipitadamente de Chilapa con dirección a Chilpancingo. Ya no se hallaban allí los conspiradores: sabiendo que todo lo había descubierto Morelos, se dirigieron a la Costa y pusiéronse de acuerdo con un oficial llamado Mayo, subalterno del coronel Avila en el Veladero, quien, sorprendiendo a su jefe, tomó el mando de las tropas que cubrían esta importante posición.
La sola presencia de Morelos bastó para atajar una cotrarrevolución que amenazaba asumir colosales proporciones; repuso a Avila en el mando del Veladero, infundió confianza y mayor disciplina en las tropas de la Costa, y engañando a los dos cabecillas con la promesa del mando de una expedición a Oaxaca los llevó consigo a Chilapa, donde don Leonardo Bravo los hizo degollar, al mismo tiempo que el coronel Avila ordenaba el fusilamiento del traidor Mayo.
Alentados varios de los partidarios de la Independencia en la capital del virreinato con los brillantes triunfos de Morelos en el Sur, así como con la desastrosa retirada de Emparán después de su infructuoso ataque sobre Zitácuaro, y ensoberbecidos con los reiterados asaltos a los realistas de Valladolid y las audaces correrías de Albino García en el Bajío, trataron de acelerar el triunfo de la revolución apoderándose del mismo virey Venegas. Ya desde abril de 1811 algo habían intentado en ese sentido, y la autoridad hubo de ordenar la prisión de varios individuos.
Las derrotas de los realistas en el primer semestre de 1811, hicieron cobrar mayor aliento a los conjurados, y al aproximarse el mes de agosto su plan estaba concertado y a punto de ponerse en ejecución. Consistía aquel en sorprender la pequeña escolta que acompañaba al virey en el paseo que todas las tardes salía, a orillas del canal de La Viga, y apoderarse de este alto personaje y conducirle a Zitácuaro, a fin de que López Rayón le hiciese firmar las órdenes convenientes para disponer del reino a su arbitrio. Una campana de La Merced echada al vuelo, y la detonación de algunos cohetes debían servir de aviso a los demás conjurados de que la prisión de Venegas acababa de efectuarse. Estos levantarían en el acto al pueblo apellidando la Independencia, y luego aprehenderían a los miembros de la Audiencia, a las principales autoridades y otras personas distinguidas, haciéndose dueños de las armas depositadas en los cuarteles y ocupando violentamente el viejo palacio virreinal.
Reuníanse los conspiradores en la casa de don Antonio Rodríguez Dongo, situada en el callejón de la Polilla, y eran, aparte de este, los frailes Agustinos Juan Nepomuceno Castro, Vicente Negreiros y Manuel Rosendi; los cabos del regimiento del Comercio Ignacio Cataño y José María Ayala; Félix Pineda, Mariano Hernandez, José María Gonzalez y Rafael mendoza, malhechor prófugo de la cárcel, y el abogado Antonio Ferrer, que ejercía un empleo en el juzgado de bienes de difuntos. Los conspiradores señalaron el 3 de agosto para la realización de sus planes. Pero desde las once de la noche del 2 tuvo el virey aviso de todo lo que se preparaba en su daño por denuncia que le hizo uno de los conjurados llamado Cristobal Morante, que había asistido a la última junta por estos celebrada. En la mañana del mismo dia 3 de agosto el abogado Ferrer se presentó al empleado de la secretaría de cámara del virreinato don Manuel Terán, diciéndole que se había adoptado el plan que el mismo acordara, y le recomendó que esa misma tarde se presentase a caballo y armado en el pseo de La Viga, donde se hallaría el también.
Apenas partió Ferrer, el empleado Terán puso en conocimiento del presidente de la Junta de Seguridad todo lo que acababa de oir, y este funcionario, prevenido desde la noche anterior por el aviso que le había dado el virey, procedió a la prisión de todos los conjurados que fue posible encontrar, pues algunos de entre ellos lograron fugarse. Venagas anunció a los habitantes de la capital el descubrimiento de la conspiración, y explicó con ese motivo las medidas de precaución adoptadas.
Grande fue la actividad desplegada por el gobierno virreinal en la formación de causas contra los aprehendidos, unos fueron sentenciados muerte otros a presidio y a penas menores, asistiendo a presenciar las ejecuciones, que efectuáronse en la plazuela de Mixcalco la mañana del 29 de agosto. Quedaban aun los frayles Agustinos, quienes, sentenciados el 19 de setiembre por el tribunal eclesiástico a la degradación e impedimento de todo ejercicio de orden, fueron entregados al brazo secular; pero no creyendo Venagas conveniente dar en México el espectáculo de la ejecución de un sacerdote, envió a los tres acusados a la Habana, reclusos en el convento de su orden en esa capital, habiendo fallecido el padre Castro en la fortaleza de Ulua antes del embarque.
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Las victorias alcanzadas por López Rayón en la hasta entonces no domada Zitácuaro, y el deseo persistente de ese jefe de establecer un gobierno que regularizara la revolución, y fuese el centro directo de todas las operaciones de guerra, determináronle a inaugurar las funciones de una autoridad de la que dependiesen los demás jefes y que comunicase mayor y mas combinado y vigoroso impulso a los movimientos de las tropas que defendían la Independencia. López Rayón creyó llegado el momento de erigir una junta de gobierno, de la cual propúsose ser el alma y la inteligencia, ya que había sido el brazo sostenedor de la revolución en los momentos supremos de la derrota y del universal desaliento.
El 19 de agosto de 1811, el general don Ignacio López Rayón dio principio a su propósito celebrando una acta con el teniente general don José María Liceaga, la que fue autorizada por el prosecretario don Joaquín López, declarando en ella la necesidad que había de establecer una junta suprema que organizara los ejércitos, protegiera la causa justa y libertara a la patria de la opresión y yugo que había sufrido por espacio de tres siglos. Acto continuo fueron convocados los jefes de mas importancia que se hallaban en Zitácuaro, a los cuales se pidió su voto sobre el contenido de la mencionada acta, adhiriéndose desde luego unánimemente al principio que en ella quedó consignado. Prosedióse en seguida al nombramiento, resultando electos don José Ignacio López Rayón, en calidad de presidente, y en la de vocales don José María Liceaga y el doctor don Jose Sixto Berdusco, cura de Tusantla.
Adoptó aquel gobierno el título de SUPREMA JUNTA NACIONAL AMERICANA, y creyeron debido los miembros que lo formaron anunciar al pueblo Méxicano su instalación y los propósitos que alentaba. Grandes actividades desplegaron los miembros de la Junta de Zitácuaro; pusiéronse desde luego en comunicación con todos los partidarios de la Independencia que alentaban en las grandes ciudades del vireynato, contándose a millares sus corresponsales en la capital de la misma. Trataron de organizar y robustecer las fuerzas diseminadas en la vasta extensión del suelo Méxicano por donde había cundido el incendio del levantamiento, expidiendo con tales fines bandos, reglamentos, órdenes, circulares y providencias de todo género, distinguiéronse una serie de medidas enderezadas a establecer la posible regularidad en el ramo de hacienda; y lo que enaltece los servicios de aquellos distinguidos varones mas y con mayor brillo, fue su empeño en atenuar los horrores de aquella guerra de exterminio, tratando con humanidad a los prisioneros enemigos.
Con estos fines, establecieron dos periódicos en los que las plumas de López Rayón, de Quintana Roo, y algo mas tarde la del doctor don José Cos, dilucidaron con ardiente entusiásmo y copia de doctrina las cuestiones sociales y políticas que hasta entonces habían sido ignoradas por los habitantes de esta parte del Nuevo Mundo. Para propagar esos escritos fue necesario todo el esfuerzo de los miembros de la junta; gravísimas eran las dificultades que para ello se ofrecían, pero grande fue la resolución que tuvieron para vencerlas: privada aquella corporación de útiles de imprenta, que no estaban a su alcance entre los bosques y quiebras de la áspera sierra de Zitácuaro, suplió la industria paciente y admirable del doctor Cos para conseguir una de madera, cuyos caracteres, formados por su propia mano, bastaron para habilitar cinco pliegos y publicar algunos meses el “Ilustrador Americano”, periódico semanario que llevaba en sus hojas la esperanza a todos los amantes de la libertad Méxicana. Algún tiempo después de instalada La Junta pudiero sus corresponsales de México enviarle una pequeña imprenta.
No fue posible, empero, que la autoridad de la Junta de Zitácuaro quedase desde luego reconocida por todos los jefes de las partidas armadas que apellidaban la independencia; muchos de estos corifeos mal se avenían a la obediencia de un poder central que, aparte de prescribirles una acción ordenada y regulada, pudiera irles a la mano en sus tendencias al desconcierto y al pillaje. Así, ni Albino García ni los Villagrán se doblegaron al nuevo poder regulador que se alzaba en Zitácuaro. El mismo Morelos, aunque reconociéndole, no se plegó por entonces a sus instrucciones y continuó inspirándose en su propio genio para la dirección de sus operaciones militares.
Pero al gobierno virreinal no se ocultó la trascendencia que pudiera alcanzar la erección de un centro directivo al que obedeciesen las diversas partidas que se alzaban en armas por todos los rumbos del reino, y desde luego se aprecibió a dirigir una nueva campaña sobre Zitácuaro. Entre tanto Calleja se apresuró a publicar una proclama el 28 de setiembre de 1811, en Guanajuato, dando conocimiento de la formación de la Junta de Zitácuaro, por lo que declaraba que no existía otra junta nacional que las Cortes reunidas en España, ni otra autoridad legítima que la emanada del soberano virey. Anunciaba su próxima marcha hacia la rebelde Zitácuaro, y con el fin de evitar el derramamiento de sangre, ofrecía una gratificación de diez mil pesos a quien entregase vivo o muerto a López Rayón, o a cualquiera de sus asociados en la Junta.
Algunos días antes, el obispo de Puebla don Manuel González del Campillo, ardiente partidario de la dominación española, había propuesto a Venegas enviar a López Rayón y a Morelos un manifiesto con el fin de que depusiesen las armas. Este plan se prosiguió con la marcha del cura don Antonio Palafox a Zitácuaro, portador de un largo y descosido manifiesto y de una carta que su superior dirigía al preclaro López Rayón; pero este con decoro y firmeza contestó :
“ . . . La estrechez del tiempo y lo angustiado de las circunstancias no me permiten exponer lo conducente a la organización de un gobierno nacional, y sí solo decir a V. I. que no hay medio entre admitir este régimen político o sufrir los estragos de las mas sangrienta guerra. La Nación ha conocido sus derechos vulnerados, está comprometida, y no puede desentenderse de ellos, ni mucho menos de los clamores de la religión y de la humanidad.”
Morelos, desde Tlapa, contestaba entre otras cosas al fogoso obispo de Puebla:
“. . . . Ilustrísimo Señor, la justicia de nuestra causa es per se nota, y era necesario poner a los americanos no solo sordos a las mudas, pero elocunetes voces de la naturaleza y de la religión, sino también sus almas sin potencias para que ni se acordaran, pensaran, ni amaran sus derechos. Por pública no necesita de prueba; . . . . la verdad, Ilustrísimo Señor, que V. I. nos han hecho poco favor en su manifiesto, porque en el no han hecho mas que denigrar nuestra conducta, ocultar nuestros derechos y elogiar a los europeos, lo cual es un gran deshonor a la Nación y a sus armas. “
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Don Andrés Quintana Roo, natural de Yucatán y que acababa de recibir en México su título de abogado, se esforzaba por difundir en el Ilustrador Americano el santo amor a la emancipación de la colonia. Hombre de talento sólido y profundo, dio desde entonces muestras espléndidas de su buen gusto literario, del conocimiento concienzudo del idioma, y de lo que vale mas, de un ánimo esforzado capaz de afrontar hasta el martirio en defensa de la patria. Leíase el Ilustrador Americano por todas partes con avidez y aprecio; circulaba de mano en mano en las ciudades y en los pueblos, y sus viriles acentos eran a modo de llamada patriótica que provocaba constante emigración de jóvenes que salian de los lugares sujetos a la dominación española y corrían a unirse con los insurgentes.
En tanto que la Junta de Zitácuaro desplegaba heroicos esfuerzos para organizar y unir bajo su dirección tantos elementos y voluntades que antes habían obrado al acaso o bajo la inspiración del momento, dictaba en virey Venegas nuevas y vigorosas disposiciones para reprimir la insurrección. De las tropas que al mando de Emparán hemos visto retroceder en gran desorden hasta Toluca hizo marchar a Valladolid en los primeros días de agosto de 1811, una brigada de las tres armas al mando del teniente coronel Castillo y Bustamante; engrosadas las filas con la tropa de Linares y algunas otras que se hallaban en Valladolid, salió de esta ciudad el 6 de setiembre en busca del jefe Independiente Muñiz que al frente de ocho mil hombres y trece cañones se hallaba situado en la loma de San Juan, próxima al pueblo de Acuitzio.
La columna realista cargó denodadamente el 7 de septiembre de 1811 las fuertes posiciones de los Independientes, y después de quitarles toda su artillería marchó hacia Pátzcuaro donde se hallaba don José Antonio Torres y el padre Navarrete con gran golpe de gente y veintidós cañones. No considerando estos jefes defender con éxito la población, se retiraron a la loma de Zipimeo, colocando en sendas eminencias sus cañones en batería convergente, resueltos a disputar el paso al enemigo. Castillo y Bustamante no tardó en aparecer a la madrugada del 14 de setiembre, cambiando desde luego un violento y sostenido cañoneo con las piezas de los Insurgentes, en tanto el teniente coronel Echegaray y Bocio con dos escuadrones de dragones de México rodeaba la eminencia de la derecha y caía impetuosamente sobre la retaguardia de la batería sobre ella colocada. Este audaz y bien ejecutado movimiento desconcertó a los Independientes, que abandonaron la artillería y se pusieron en fuga, siendo perseguidos tenazmente por un trozo de caballería a las órdenes de don Aguistín de Iturbide, que servía a la sazón en calidad de ayudante del teniente coronel Castillo. Los prisioneros que se hicieron, en número de trescientos, fueron fusilados sobre el mismo campo de batalla.
Las dos últimas victorias que acabamos de señalar, alcanzadas por las armas realistas, conjuraron de pronto el peligro que por algún tiempo había amenazado a Valladolid, cuya guarnición, reforzada por el virey, mantuvo la dictadura de don Torcuato Trujillo, que cada dia era mas insoportable a sus vecinos y autoridades. Después del triunfo de Zipimeo, las tropas realistas se dividieron en dos secciones, y mientras que Castillo y Bustamante recorría Urecho, Tacámbaro y otros pueblos, destruyendo en el segundo de estos lugares la fundición de cañones establecida por el capitán general Muñiz y fusilando sin piedad a cuantos prisioneros caían en sus manos, Linares marchaba por los pueblos colindantes con la provincia de Guanajuato, y extendía sus correrías hasta Zamora con el fin de restablecer la comunicación entre Guadalajara y Valladolid.
Pero si la capital de Michoacán se vió por algún tiempo libre de las numerosas partidas que durante varios meses la amagaron, Toluca y las demás poblaciones situadas al poniente de la intendencia de México quedaron expuestas a las diversiones miliares de López Rayón y de sus inmediatos tenientes. Su hermano don Ramón, al frente de cuatrocientos hombres por él mismo organizados y disciplinados, arrojó de Ixtlahuaca el 11 de setiembre de 1811 a los cuerpos de “patriotas” levantados en este pueblo y sus inmediatas haciendas por don Juán García de la Cuesta, y los jefes Independientes Oviedo y Canseco ocuparon el cerro de Tenango llegando en sus correrías hasta las inmediaciones de Toluca. En vista de este nuevo peligro, el virey hizo venir desde Guadalajara al coronel don Rosendo Porlier, a quien confió las reliquias de la antigua división de Emparán, con órdenes terminantes de conservar a Toluca a todo trance y de procurar la destrucción de las partidas Insurgentes que se desbordaban desde los desfiladeros de Zitácuaro hacia las llanuras de la intendencia de México.
Porlier, lejos de reducirse a defender la plaza de Toluca, tomó desde luego la ofensiva, y en los postreros días de setiembre emprendió el ataque del cerro de Tenango defendido por numerosa gente y obstruido por hondas cortaduras y gruesos peñascos que los Independientes hacían rodar sobre los asaltantes. En vano Porlier hizo avanzar por la izquierda de la posición al regimiento de Marina y por la derecha al batallón de la Corona, que ni uno ni otro pudieron llegar a la cima y tuvieron que retroceder maltrechos hasta Toluca dejando sobre el campo de batalla el cadáver del valiente mayor Villalva.
Engreidos los Independientes con esta notable ventaja que produjo grande entusiasmo en toda la zona de Zitácuaro, reuniéronse en número considerable, y en la primera quincena de octubre estrecharon rudamente a Toluca al extremo de obligar a Porlier a permanecer encerrado en la ciudad guareciéndose tras sus fuertes t.r.i.n.c.h.e.r.a.s. Continuados ataques dirigieron los Independientes y pusieron en tal aprieto a los defensores de Toluca, que le virey hubo de disponer la violenta salida para aquel rumbo del capitán de fragata don José María Cueva al frente de cuatrocientos soldados de infantería, de cien dragones y de dos piezas de a cuatro. Con este refuerzo, posible fue a Porlier organizar una columna de ataque, la que en la madrugada del 21 de octubre de 1811 logró desalojar de la fuerte posición del Calvario a los Insurgentes Oviedo, Albarrán, Rosales y Montes de Oca, quienes perdieron toda su artillería y pertrechos y se dispersaron en distintas direcciones. Quedaron cien prisioneros en poder del vencedor, quien los hizo fusilar en la calle principal de Toluca.
Pero el virey estaba atento a procurar la destrucción del centro revolucionario de Zitácuaro y valorizando en toda su importancia la expedición que era preciso enviar contra el asiento de la Junta Suprema; dio órdenes terminates a Calleja al principiar el mes de noviembre para que se pusiese en marcha reuniendo antes todos los elementos que asegurasen un éxito completo. Pero este hábil general quiso adoptar las medidas que impidiesen, durante su ausencia, la pérdida de las provincias que había logrado conservar bajo su mando; previno, en consecuencia, al coronel Arredondo que con parte de sus tropas cubriese la importante plaza de San Luis Potosí; solicitó a Cruz que avanzase una división hacia León o la Piedad, y ordenó que el teniente coronel Meneso recorriese el camino de Guanajuato a Querétaro con el fin de asegurar la comunicación entre ambas ciudades.
Arredondo, empero, poco dispuesto a obedecer las órdenes que no emanasen del virey mismo, mo dio cumplimiento a las prevenciones de Calleja; en cuanto a Cruz, urgido por una derrota que acababan de sufrir algunas de sus tropas en Jiquilpan, manifestábale que no le era posible en aquellos momentos desprender de su ejército la división que se le pedía; Cruz daba noticia de esa derrota a Calleja en la siguiente carta fechada 15 de noviembre de 1811 y escrita en mal francés:
“Un evénément facheux vient d’arriver dans Xiquilpan. Un corps de cavalerie fort de 460 a été surpris dans le milieu de la nuit par les fripons. Je suis á present fort incomodé, cependant que les nouvelles n’ont pas arrivé avec détail.”
Forzoso fue entonces a Calleja organizar su cuerpo del ejército con tropas que guarnecían diversos lugares de las provincias que iba a abandonar, y el mismo Calleja, a la cabeza de las pocas tropas disponibles que se hallaban en Guanajuato, salió de esta ciudad el 11 de noviembre de 1811, dejando la ciudad al cuidado del intendente don Fernando Pérez Mañón.
Quince días después de la salida de Calleja comenzaron a realizarse los temores de este. . . . .
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