Re: Hace 200 años . . . . .
Calleja, desde muy temprano, mandó al jefe de su artillería Díaz de Ortega hacer un reconocimiento de las baterías contrarias, y habiéndole dicho este que la puntería era muy alta y no podía mejorarse, formó tres columnas de ataque: una de caballería a las órdenes del general don Miguel de Emparán, para que acometiese la extrema izquierda del enemigo procurando flanquearle y caer sobre las reservas; la otra, mixta de caballería e infantería con cuatro cañones, al mando del general conde le La Cadena, para que vadeando el río acometiese a la división Independiente que apoyaba su costado en la derecha de la gran batería; y la tercera, toda la infantería con su jefe, el coronel Jalón, que debía atacar por el centro: el mismo Calleja se puso a la cabeza de la reserva para acudir donde conviniese.
La columna del conde de la Cadena, que llevaba instrucciones de contener la derecha de los Independientes sin comprometer acción, vadeó el río y se formó frente a la división de Torres, batiéndose con brío y siendo rechazada hasta por dos veces con pérdidas considerables. Emparán, por su parte, había avanzado con su columna al galope hasta cerca de la margen derecha, pero allí fue recibido con un fuego espantoso que diezmaba a sus valientes Dragones, el mismo Emparán, herido en la cabeza gravemente, derribado del caballo que montaba y que fue muerto de una lanzada, hubo de retirarse del campo de batalla en tanto que su regimiento de San Carlos, con su coronel don Ramón Cevallos a la cabeza, huía en el mayor desorden hacia el primitivo campamento de La Joya.
La columna del centro con los seis cañones restantes, a cuyo frente se puso al fin el mismo Calleja y que atravesó el puente Calderón para atacar las posiciones de la izquierda de los Independientes, había alcanzado en cambio grandes y rápidas ventajas: después de trasponer resueltamente el puente y de arrollar un grueso cuerpo avanzado que le salió al encuentro, se apoderó de una batería de siete cañones situada en el extremo izquierdo de las colinas. Hallándose entonces el general español en un punto dominante, pudo abarcar el conjunto de la batalla y distinguir el desastre de la columna de Emparán; al mismo tiempo el nutrido fuego que se notó hacia su izquierda indicóle confusamente la situación difícil del conde de la Cadena.
La acción, pues, en aquellos momentos pudiera considerarse ganada por los Independientes que triunfaban en ambas alas. La columna de Flon, rechazada por tercera vez de la gran batería, empeñaba brava pelea al pie de la loma en que aquella se hallaba colocada. Calleja comprendió desde luego la necesidad de restablecer el combate en su derecha, y envió al coronel Jalón con el primer batallón de granaderos a reforzar la columna de Emparán, que volvió a tomar la ofensiva y logró al fin rechazar los asaltos de Gómez Portugal. Para auxiliar a Flon, que se sostenía con dificultades al frente de la gran batería y ejército del enemigo, -dice Calleja en su parte al virey- dispuso marchar personalmente; abandonó sus conquistadas posiciones, retirose hasta el puente, y allí dio orden de que se concentrase su ala izquierda. Poco tardaron en llegar los primeros dispersos de la columna de Flon, y momentos después se agrupaba en el puente la mutilada división de este general en gran desorden, rendida de fatiga y desalentada por la invencible resistencia que había hallado en sus ataques contra la gran batería.
Seis horas hacía que se peleaba, y en aquel instante Calleja pudo creer que no tardaba en ser derrotado. Pero mientras mayor era el peligro, mas entereza y valor debía desplegar el hábil general de los realistas. Arenga a las desmayadas tropas del conde de La Cadena infundiéndoles nuevo brío, y aviva en ellas el deseo de vengar sus repetidos desastres; ordena que los diez cañones del ejército se coloquen en batería, y que se avance con ellos sin hacer fuego hasta estar a tiro de pistola del enemigo; manda formar en columna a los granaderos y al regimiento de la Corona; dispone que los maltrechos batallones de Flon apoyen su flanco izquierdo, y coloca en el opuesto lado a la división de caballería que en estos momentos desemboca rauda y sonora por el puente después de arrollar hacia el lado izquierdo del río a la división de Gómez Portugal.
La artillería de los Independientes, entretanto, disparaba sin cesar, lo que obligó a los realistas a responder el fuego con sus piezas a pesar de la orden en contrario dada por Calleja. Una granada cayó en un carro de municiones situado en medio de la división Independiente formada tras la gran batería, y lo hizo volar con espantosa detonación que sembró el pánico entre aquellas inmensas masas agrupadas en la meseta de la loma.
Calleja observa el desconcierto que ha producido la terrible explosión en el campo enemigo y da la orden de avanzar: arrojándose las columnas al asalto; lánzase al galope la caballería; rueda la artillería empujada con ímpetu, y al llegar a tiro de pistola rompe vivísimo fuego sobre los Independientes, quienes retroceden en desorden cayendo unos sobre otros, se atropellan rodando por las laderas de las lomas, inundan las llanuras y arrastran a su paso a las reservas. Una batería de cañones de grueso calibre situada en las lomas de la izquierda sostenía, sin embargo, un fuego porfiado contra los realistas vencedores en toda la línea. Allí se mantenían Allende, Aldama y Abasolo, con el noble propósito de dar tiempo a que los dispersos se pusieran a salvo antes que la caballería marchase en su persecución. Esta batería fue al fin tomada por el coronel García Conde, pero cuando se había ya cumplido en parte el objeto de sus bravos y generosos defensores.
Eran las cuatro de la tarde, y el ejército realista, después de seis horas de combate en que varias veces estuvo a punto de ser completamente destrozado, acampaba vencedor sobre las posiciones de los Independiente, apoderándose de ochenta y siete cañones, de varias banderas y de gran cantidad de armas, municiones y pertrechos. La caballería persiguió a los fugitivos; el viejo conde de La Cadena, despechado por las derrotas que había sufrido aquel día, se lanzó también en seguimiento de los dispersos; pero llevado por su arrojo demasiado lejos, se vió de repente rodeado de enemigos y sucumbió luchando como bueno; y al dia siguiente se encontró su cadáver lejos del campo de batalla y cubierto de heridas.
Fue la persecución activa y sangrienta, y aquel enorme ejército, cuyos jefes principales tomaron la dirección de Aguascalientes y Zacatecas, acuchillado sin piedad por la caballería, iba dejando tras si un reguero de muertos. Tal fue la batalla del Puente Calderón aquel 17 de enero de 1811. . .
Calleja, desde muy temprano, mandó al jefe de su artillería Díaz de Ortega hacer un reconocimiento de las baterías contrarias, y habiéndole dicho este que la puntería era muy alta y no podía mejorarse, formó tres columnas de ataque: una de caballería a las órdenes del general don Miguel de Emparán, para que acometiese la extrema izquierda del enemigo procurando flanquearle y caer sobre las reservas; la otra, mixta de caballería e infantería con cuatro cañones, al mando del general conde le La Cadena, para que vadeando el río acometiese a la división Independiente que apoyaba su costado en la derecha de la gran batería; y la tercera, toda la infantería con su jefe, el coronel Jalón, que debía atacar por el centro: el mismo Calleja se puso a la cabeza de la reserva para acudir donde conviniese.
La columna del conde de la Cadena, que llevaba instrucciones de contener la derecha de los Independientes sin comprometer acción, vadeó el río y se formó frente a la división de Torres, batiéndose con brío y siendo rechazada hasta por dos veces con pérdidas considerables. Emparán, por su parte, había avanzado con su columna al galope hasta cerca de la margen derecha, pero allí fue recibido con un fuego espantoso que diezmaba a sus valientes Dragones, el mismo Emparán, herido en la cabeza gravemente, derribado del caballo que montaba y que fue muerto de una lanzada, hubo de retirarse del campo de batalla en tanto que su regimiento de San Carlos, con su coronel don Ramón Cevallos a la cabeza, huía en el mayor desorden hacia el primitivo campamento de La Joya.
La columna del centro con los seis cañones restantes, a cuyo frente se puso al fin el mismo Calleja y que atravesó el puente Calderón para atacar las posiciones de la izquierda de los Independientes, había alcanzado en cambio grandes y rápidas ventajas: después de trasponer resueltamente el puente y de arrollar un grueso cuerpo avanzado que le salió al encuentro, se apoderó de una batería de siete cañones situada en el extremo izquierdo de las colinas. Hallándose entonces el general español en un punto dominante, pudo abarcar el conjunto de la batalla y distinguir el desastre de la columna de Emparán; al mismo tiempo el nutrido fuego que se notó hacia su izquierda indicóle confusamente la situación difícil del conde de la Cadena.
La acción, pues, en aquellos momentos pudiera considerarse ganada por los Independientes que triunfaban en ambas alas. La columna de Flon, rechazada por tercera vez de la gran batería, empeñaba brava pelea al pie de la loma en que aquella se hallaba colocada. Calleja comprendió desde luego la necesidad de restablecer el combate en su derecha, y envió al coronel Jalón con el primer batallón de granaderos a reforzar la columna de Emparán, que volvió a tomar la ofensiva y logró al fin rechazar los asaltos de Gómez Portugal. Para auxiliar a Flon, que se sostenía con dificultades al frente de la gran batería y ejército del enemigo, -dice Calleja en su parte al virey- dispuso marchar personalmente; abandonó sus conquistadas posiciones, retirose hasta el puente, y allí dio orden de que se concentrase su ala izquierda. Poco tardaron en llegar los primeros dispersos de la columna de Flon, y momentos después se agrupaba en el puente la mutilada división de este general en gran desorden, rendida de fatiga y desalentada por la invencible resistencia que había hallado en sus ataques contra la gran batería.
Seis horas hacía que se peleaba, y en aquel instante Calleja pudo creer que no tardaba en ser derrotado. Pero mientras mayor era el peligro, mas entereza y valor debía desplegar el hábil general de los realistas. Arenga a las desmayadas tropas del conde de La Cadena infundiéndoles nuevo brío, y aviva en ellas el deseo de vengar sus repetidos desastres; ordena que los diez cañones del ejército se coloquen en batería, y que se avance con ellos sin hacer fuego hasta estar a tiro de pistola del enemigo; manda formar en columna a los granaderos y al regimiento de la Corona; dispone que los maltrechos batallones de Flon apoyen su flanco izquierdo, y coloca en el opuesto lado a la división de caballería que en estos momentos desemboca rauda y sonora por el puente después de arrollar hacia el lado izquierdo del río a la división de Gómez Portugal.
La artillería de los Independientes, entretanto, disparaba sin cesar, lo que obligó a los realistas a responder el fuego con sus piezas a pesar de la orden en contrario dada por Calleja. Una granada cayó en un carro de municiones situado en medio de la división Independiente formada tras la gran batería, y lo hizo volar con espantosa detonación que sembró el pánico entre aquellas inmensas masas agrupadas en la meseta de la loma.
Calleja observa el desconcierto que ha producido la terrible explosión en el campo enemigo y da la orden de avanzar: arrojándose las columnas al asalto; lánzase al galope la caballería; rueda la artillería empujada con ímpetu, y al llegar a tiro de pistola rompe vivísimo fuego sobre los Independientes, quienes retroceden en desorden cayendo unos sobre otros, se atropellan rodando por las laderas de las lomas, inundan las llanuras y arrastran a su paso a las reservas. Una batería de cañones de grueso calibre situada en las lomas de la izquierda sostenía, sin embargo, un fuego porfiado contra los realistas vencedores en toda la línea. Allí se mantenían Allende, Aldama y Abasolo, con el noble propósito de dar tiempo a que los dispersos se pusieran a salvo antes que la caballería marchase en su persecución. Esta batería fue al fin tomada por el coronel García Conde, pero cuando se había ya cumplido en parte el objeto de sus bravos y generosos defensores.
Eran las cuatro de la tarde, y el ejército realista, después de seis horas de combate en que varias veces estuvo a punto de ser completamente destrozado, acampaba vencedor sobre las posiciones de los Independiente, apoderándose de ochenta y siete cañones, de varias banderas y de gran cantidad de armas, municiones y pertrechos. La caballería persiguió a los fugitivos; el viejo conde de La Cadena, despechado por las derrotas que había sufrido aquel día, se lanzó también en seguimiento de los dispersos; pero llevado por su arrojo demasiado lejos, se vió de repente rodeado de enemigos y sucumbió luchando como bueno; y al dia siguiente se encontró su cadáver lejos del campo de batalla y cubierto de heridas.
Fue la persecución activa y sangrienta, y aquel enorme ejército, cuyos jefes principales tomaron la dirección de Aguascalientes y Zacatecas, acuchillado sin piedad por la caballería, iba dejando tras si un reguero de muertos. Tal fue la batalla del Puente Calderón aquel 17 de enero de 1811. . .
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